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Espero puedan perdonar cualquier error.


Regina sollozó con rabia y apretó los puños cuando el lugar se fue iluminando poco a poco con un haz de luz que anunciaba la presencia del hada.

—¿Por qué? —preguntó en voz baja. Pasó saliva con dificultad, aguardando por la respuesta del mágico ser que, después de tanto, decidía ahora acudir a su llamado tan fácil.

—Regina. —Azul hizo un ademán de ir hacia ella al ver el estado en el que se encontraba, pero se detuvo cuando la Reina giró, encarándola.

—¡¿Por qué?! —gritó furiosa y de nuevo un halo mágico de luz emanó de su cuerpo impactando con Azul que apenas fue capaz de defenderse. El hada la miró impresionada, parecía no creer lo que acababa de suceder y en cierta forma Regina tampoco, pero no podía detenerse a pensar en ello. La situación era apremiante y necesitaba respuestas que sabía bien ella podía darle.

—Déjame explicarte —pidió con voz serena, buscando que la Reina se tranquilizara pues parecía no estar en control de su magia en ese momento.

—Dime todo Azul —avanzó amenazante hacia el hada que contuvo la respiración—. No quiero más acertijos, ni cosas a medias. Quiero toda la maldita verdad. Sé muy bien que tú sabes lo que sucede y es por ello que has venido así tan fácil, ¿no es así?

—Sí —respondió Azul. Era momento de decir la verdad—. Escúchame.

—¿Lo planeaste todo? —preguntó Regina, recordando que fue ella quien indicó a David que debía ser personalmente quien debía trasladarla al Castillo Oscuro. Volteó hacia un lado cuando la vio asentir.

—Hace doscientos años Rumpelstiltskin prefirió el poder del Oscuro en lugar de su propio hijo —empezó a contarle.

Regina frunció el ceño al escucharla. Un hijo, ¿el Oscuro tenía un hijo? Volvió su rostro hacia ella de nuevo para mirarla.

—Balefire quería que su padre renunciara a la magia. Pidió mi ayuda, lo guie para que pudiera abrir un portal que los llevaría a la tierra sin magia. Un lugar donde Rumpelstiltskin volvería a ser un hombre común y podrían ser felices, pero las cosas salieron mal. Balefire cayó en el portal, pero el Oscuro no fue con él. Desde entonces no ha hecho otra cosa mas que buscar la forma de llegar a él.

La Reina cerró los ojos mientras negaba con la cabeza. Lo que Azul decía la confundía. Jamás esperó que esa fuera la razón por la cual el Oscuro actuaba como lo hacía.

—Tú… —Relamió sus labios y miró a la Reina con pena—. Él encontró la forma de ver el futuro. Sabía que existía un camino para llegar hasta su hijo. Lo vio todo. La Maldición Oscura y a… ti.

—¿De qué carajos estás hablando? —preguntó con recelo, negándose a aceptar lo que su mente ya deducía.

—Rumpelstiltskin, desde hace doscientos años, supo que llegarías a este mundo y que serías quien lanzaría la Maldición Oscura para así poder llegar a su hijo.

Azul podía ver los estragos de la realización y confusión en la mirada de Regina. Era como si no fuera capaz de asimilar lo que escuchaba.

—Ofreció un trato a tu madre: enseñarle magia a cambio de entregarle a su primer hijo. Desde luego que Cora fue muy inteligente y logró que el acuerdo fuera invalido. Aun así el Oscuro no desistió. Aguardó el momento para que cayeras en un abismo, se aseguró de ser el único que te tendiera la mano y te instruyó hasta convertirte en la Reina Malvada.

—¿Y ustedes? —preguntó Regina, viendo al hada con ira—. ¡¿Dónde estaban ustedes cuando yo las necesite?! —habló exaltada y furiosa.

—No podía intervenir.

—Oh, claro. No podías.

—Tú tenías que convertirte en la Reina Malvada, Snow debía casarse con David y tener un hijo que sería el salvador. En ese punto tú habrías de lanzar la maldición.

—Pero eso no ocurrió. En cambio, te aseguraste que fuera yo quien tuviera una hija con David, ¿cierto? Una que el Oscuro dice que jamás debió nacer y que ahora tiene en su poder.

—Maléfica y yo…

—Por supuesto —masculló la Reina con ironía.

—Sabíamos que lanzarías la Maldición Oscura, que Rumplestiltskin te estuvo orillando para hacerlo, y no lo podíamos permitir.

La Reina decidió no decir nada. Solo le clavó la mirada llena de rabia, presionando para que siguiera hablando. Podía sentir el inconfundible cosquilleo en sus manos. Su magia estaba ahí lista para actuar en cuanto las emociones se volvieran incontenibles.

—Fue por eso que decidimos buscar la forma en que tuvieras una razón para no hacerlo —le sonrió con cautela—. Una niña que habría de recordarte lo que era el amor, que te mantendría firme y te obligaría a seguir el camino que necesitábamos para salvarnos.

—¿Salvarnos?

—Regina, Rumpelstiltskin quiere recuperar a Bae y no va a descansar hasta conseguirlo. Pero eres tú y solo tú quien puede lograrlo. Es por eso que ahora tiene a David y a Charlotte en su poder. Te está presionando.

La Reina intentó mantener la cabeza fría a fin de pensar con claridad. No se podía dejar llevar por las emociones que por momentos la sofocaban. Necesitaba encontrar una salida para esa pesadilla.

—Quiere que lance la Maldición. Hice un trato con él —contó, adoptando un porte orgulloso y altivo—. Debo usar el corazón de David para ello y a cambio me devolverá a Charlotte —explicó sin poder detener las lágrimas que corrieron por su rostro. Se apresuró a limpiarlas. Le parecía tan injusto tener que renunciar a la felicidad y es que no había forma en que pudiera ser feliz sin alguno de ellos dos.

—No. No tienes que hacerlo —dijo Azul, atreviéndose a dar solo un par de pasos hacia ella, haciendo un esfuerzo por frenar sus ganas de reconfortarla. Sabía que Regina no quería su consuelo. Tenía razones de sobra para ello y no la podía culpar. Se le hizo un nudo en el estómago al escuchar la risa amarga que la Reina soltó.

—¿Eres idiota? —preguntó molesta con ojos anegados de lágrimas—. ¿O es que acaso no escuchaste? ¡Hice un jodido trato con él y no puedo romperlo! —exclamó con rabia consigo misma por haberse visto orillada a acceder, pero es que se trataba de su hija y del hombre que amaba.

—Es que hay una forma —dijo Azul, abriendo y cerrando los dedos alrededor de su varita.

Regina sintió la realización. No sólo Rumpelstiltskin estuvo moviendo hilos para que ella lanzará la Maldición y llegar hasta su hijo, sino que Azul y Maléfica también lo hicieron. Era como si su vida, su existencia y decisiones no le pertenecieran. Todo era un jodido plan.

—Habla —demandó, haciendo a un lado el hecho de sentirse usada. Lo importante era recuperar a Charlotte y David con bien y, si para ello tenía que ir en búsqueda del hijo del Oscuro, lo iba a hacer.

—Te contaré, pero debes llamarlo.

La Reina exhaló largamente, sabiendo que no tenía opción.


—Ruby, no creo que esto sea una buena idea —susurró Graham. Estaban a la orilla del perímetro del Castillo del Oscuro ocultos entre los matorrales. La idea de la lobo, que en ese momento le gruñía bajito, era clara: quería irrumpir en el lugar. Lo cual significaba la muerte ya que no contaban con algún plan.

El lobo rascó tras su oreja y Ruby le mostró los dientes al cazador quien alzó las manos en son de paz. Lo último que quería era que la joven se le fuera encima en su forma de lobo.

—Está bien —dijo, haciendo un ademán con las manos que indicaba pedía que se tranquilizara y su lobo se sacudió con fuerza para luego bostezar. Al parecer, el bello animal no percibía ningún tipo de peligro con Ruby.

La lobo resopló volviendo a tomar posición de acecho. Graham le acarició un costado y apretó la capa roja contra su pecho, seguro de que esa misión era un suicidio.


—Mira que hermosa es —dijo Belle, mirando embelesada a la pequeñita que dormía entre sus brazos.

El Oscuro, que no la escuchaba en realidad, asintió con lentitud mientras su mente estaba perdida en su obsesión por Regina y la Maldición.

—No entiendo cómo es que algo tan bello e inocente puede venir de una mujer tan malvada como Regina —comentó con molestia. Volteó a ver a Rumpelstiltskin cuando este se levantó de golpe. Parecía estar en un trance y eso la preocupó. Intentó acercarse, pero él invocó su magia y desapareció sin ninguna palabra de por medio.

La doncella inhaló sorprendida, Charlotte se quejó entre sueños y entonces el sonido de un vidrio roto las asustó. La bebé lloró con fuerza, Bella la apretó contra su pecho buscando protegerla cuando vio a un lobo grande y amenazante entrando al salón. Sus ojos se posaron sobre la figura de un hombre que entró detrás del imponente animal.

Pegó un grito cuando tras ella apareció otro lobo de menor tamaño. Eso la hizo retroceder, acercándose sin querer hacia los otros dos. Giró asustada, encontrándose ahora con una joven de largos cabellos con una capa roja.

—Danos a Charlotte —solicitó estirando los brazos hacia la otra mujer que negó con la cabeza.

—Rumpel… —calló cuando el lobo le gruñó mostrándole los dientes.

—No te haremos ningún daño. Solo queremos a la niña. Ella no tiene la culpa de nada —dijo Graham.

Belle miró a Charlotte que tenía la carita roja por el esfuerzo de llorar a todo pulmón. Suspiró largamente, sabiendo que Rumpelstiltskin, por más que lo amara, seguía siendo el Oscuro. La culpa no la iba a dejar vivir, la carcomería por el resto de sus días si no tomaba la oportunidad de ponerla a salvo. Él no se lo había dicho, pero con seguridad usaría a la bebé si Regina fallaba en lanzar la Maldición.

—Él no la quiere para nada bueno y lo sabes —dijo la joven lobo, casi como leyendo los pensamientos de Belle.

La doncella entonces se armó de valor, encaró a los presentes y avanzó hasta llegar a Ruby quien se apresuró a recibir a Charlotte en brazos.

—Ya. Ya —la empezó a arrullar tan pronto como la pudo acunar contra su pecho. La inspeccionó con rapidez con la mirada y, cuando constató que no estaba herida, volvió su atención a la mujer—. ¿Dónde está David? —preguntó con brusquedad, mirando severa a la doncella.

—Él no puede irse. Rumpel tiene su corazón y no sé dónde está —confesó Belle sintiéndose dividida entre estar haciendo lo correcto y al mismo tiempo traicionando al hombre que absurdamente amaba. Con seguridad iba a enfurecer cuando se enterara.

—Déjanos verlo —demandó la lobo, echando el cuerpo hacia el frente para avanzar, pero una mano la tomó del brazo izquierdo deteniéndola.

—Ruby, será mejor que nos vayamos —sugirió Graham. Era consciente que tuvieron suerte de que el Oscuro estuviera ausente, pero era obvio que no sería así por mucho tiempo.


El cuerpo de Regina temblaba al contener la impotencia que la aquejaba. Apretó la mandíbula y alzó el rostro cuando el Oscuro apareció en la cripta donde ella y el hada permanecieron en su espera.

—Y bien, querida. ¿Para qué he sido requerido? —habló con reclamo. No entendía la necesidad de la Reina por tenerlo presente. Se suponía que ya tenían un trato y que ella sabía muy bien lo que debía hacer.

—Voy a traer a tu hijo de vuelta —aseguró Regina. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero al ver el extraño brillo en los ojos del Oscuro.

—Lanza. La. Maldición —la urgió con rabia impregnada en el semblante y la voz.

—Ella puede sin necesidad de…

—¡Silencio! —bramó Rumpelstiltskin, callando al hada Azul.

Regina buscó al hada con la mirada quien asintió, alentándola. Inhaló hondo, adoptando su clásica postura altiva.

—Lo haré. Te reuniré con él. Sólo necesito que escuches a Azul.

El Oscuro parecía perdido, pero entendía muy bien lo que Regina decía. Estaba concentrando en su visión del futuro, buscando algún posible camino donde la Reina tuviera éxito sin lanzar la Maldición.

Al ver que Rumpelstiltskin no parecía tener intención de poner objeción, Azul habló:

—Regina puede abrir un portal —dijo el hada. El Oscuro volteó a verla sorprendido.

—Imposible —aseguró, volviendo su atención a su antigua alumna—. Recuerda que tenemos un trato, querida.

—Lo sé. Pero quiero intentarlo. Me niego a perder a David y lo único que tú quieres es recuperar a tu hijo.

El Oscuro lo meditó un poco. Regina era poderosa. No tenía duda alguna de ello. Tenía el potencial para lanzar la Maldición Oscura, pero nunca se detuvo a pensar si sería capaz de abrir un portal. Sus visiones del futuro se regían por la magia negra dada su naturaleza y los únicos caminos que se le presentaban iban plagados de oscuridad. Le generaba inseguridad, no lo iba a negar. Desconocía la ejecución de la magia blanca y era lo que Regina había descubierto en ella. Tantos años instruyéndola para suprimir ese poder para que ahora tan fácil lo pudiera usar a tal grado de existir la posibilidad de recuperar a su hijo sin la necesidad de lanzar la Maldición Oscura.

—Te propongo modificar nuestro trato —planteó la Reina, teniendo la atención del Oscuro de inmediato—. Yo te reúno con tu hijo y tú me entregas a Charlotte y a David sin ningún tipo de daño.

Rumpelstiltskin aplaudió emocionado. Los tratos eran su debilidad. Tanto que alguna vez fue engañado por Cora, la madre de Regina quien ahora le proponía lo mismo que hiciera la otra mujer años atrás.

—Acepto, querida —acordó, invocando el pergamino, cambiando las cláusulas pertinentes con magia—. Pero si no lo consigues deberás lanzar la maldición y no te devolveré a tu hija tan fácil. ¿Qué dices? —preguntó burlesco, dibujando también una sonrisa escalofriante en su rostro. Quería asustarla, presionarla para que tuviera éxito y trajera a Bae hasta él.

Azul, que se encontraba tras el Oscuro miró a Regina fijamente y asintió una vez más, dándole confianza puesto quisiera o no, tenía que aceptar. Era su destino y no podía escapar de él. Tenía que aceptarlo y afrontarlo para evitar las terribles consecuencias que no hacerlo acarrearía.

Por su parte, Regina tenía unas ganas inmensas de abofetear al hada y de mandar al carajo al Oscuro. Lo que le pedía le aterraba mucho más que el primer trato porque ahora no tendría la seguridad de recuperar a Charlotte y sin embargo era la única forma de salvar a David.

—Acepto.

El Oscuro sonrió con malicia y la tinta con la que las letras se encontraban plasmadas brillaron con intensidad, sellando así el pacto. Invocó su magia y desapareció en una nube de humo guinda.

—Si algo sale mal te juro que te arrancaré el corazón y lo aplastaré hasta que no quede nada de ti —amenazó Regina al hada Azul.

—Nada saldrá mal. Sé que lo conseguirás. —Vio que la Reina torció los ojos y empezó a moverse de aquí para allá, angustiada—. Confío en ti.

Se detuvo de golpe al escucharla. Volteó a verla, encontrando el rostro amable y la mirada cálida del hada Azul que así de pronto le decía que confiaba en ella. No sabía qué sentir, tampoco si creerle. Era tan extraño escuchar esas palabras viniendo de ese mágico ser.

—No lo entiendo —fue lo único que atinó a decirle. Estaba confundida y dolida por igual.

Azul esbozó una sonrisa tenue mientras se acercaba, deteniéndose hasta que estuvo a tan solo dos pasos de ella. Para sorpresa de la Reina, el hada le extendió su varita. Miró el artefacto mágico y luego de nuevo a Azul. Frunció el ceño, evidenciando que no entendía qué quería.

—Regina, eres el portador de magia blanca más poderoso y puedes hacer cosas inimaginables como abrir un portal usando la varita del hada Suprema.


Ruby, con Charlotte durmiendo en brazos, Graham y el lobo llegaron hasta la Hacienda Real perteneciente a la familia de Regina. El lugar estaba desolado y era poco probable que el Oscuro pensara que era ese lugar a donde habían ido en búsqueda de un sitio seguro.

La lobo pensaba que lo mejor era ir a la cueva con sus hermanos lobos, pero no sabía si alguno de ellos se atrevería a traicionarlos y revelar su paradero. Lo mejor era que nadie, ni siquiera Granny, se enterara de lo que habían hecho ni donde se encontraban.

—Por aquí —indicó el cazador, guiando a la lobo hacia un escondite que encontró en la hacienda. Era un sitio subterráneo donde tenía todo lo necesario para vivir—. Aquí estarán seguras. Nadie las encontrará —aseguró, sonriendo enternecido al ver a la bebé durmiendo ajena al peligro que los acechaba. Se atrevió a acariciarle una manita, pensando brevemente en lo caprichoso que fue el destino como para que ella estuviera ahora ahí: la hija de Regina, la Reina Malvada, y David, el Príncipe Encantador—. Iré por provisiones. Es mejor que aguardemos unos días antes de que enteremos a alguien —sugirió y la joven lobo asintió.

—Graham, jamás podré pagarte lo que estás haciendo por nosotras —dijo Ruby, uniendo sus labios con los del cazador en un beso lleno de emoción y agradecimiento.


—¡Belle! —bramó el Oscuro con furia al enterarse que la doncella, su amada Belle, lo había traicionado al entregar a la hija de Regina en contra de sus deseos.

La doncella corría espantada por los pasillos del Castillo. Trató de convencer a Rumpelstiltskin que era lo mejor, que no necesitaba a la bebé para sus oscuros planes, que la pequeñita no tenía la culpa de nada, pero no fueron razones suficientes. Dio un grito de terror cuando el Oscuro apareció frente a ella de pronto e inevitablemente cayó al frío suelo.

—No te lo perdonaré jamás, Belle —sentenció.

Entonces sintió la magia sobre su cuerpo y de pronto se vio siendo arrastrada trás él que comenzó a andar por los pasillos, ignorando sus gritos y protestas, las súplicas porque parara. Él no la escuchó, siguió sin detenerse hasta que estuvo frente a la puerta de la celda donde David estaba encerrado. Invocó su magia, la abrió y arrojó a Belle sin delicadeza dentro.

La puerta se cerró de golpe y la doncella se soltó a llorar desconsolada. Su llanto fue interrumpido por un par de manos que la tomaron por los hombros, alzándola hasta que estuvo de pie, con el rostro preocupado de David enfrente, mirándola.

—¿Qué pasó con Charlotte? —preguntó aterrorizado de tan solo pensar que su hijita estaba a completa merced del Oscuro ahora que la doncella había sido encerrada junto con él.

—Está a salvo —hipó un poco mientras hablaba—. Había un hombre, un lobo y otro lobo que se convirtió en mujer con una capa roja. Él la llamó Ruby. Se las entregué para que se la llevaran lejos de Rumpel.

—Gracias. —David suspiró aliviado dándole un abrazo fraternal a la sollozante mujer pues no necesitaba ser adivino para saber que ese era el motivo del enojo del Oscuro—. Gracias. Muchas gracias, Belle.


—Ahora sí te volviste completamente loca —dijo Regina, pensando que el hada se burlaba de ella. Azul negó—. ¿Cómo demonios voy a ser el portador de magia blanca más poderoso si soy la Reina Malvada?

—Ex Reina Malvada —aclaró el hada—. Y no importa cuánto te niegues a aceptarlo: eres el portador de magia blanca más poderosa.

—Mi magia siempre ha sido oscura.

—Aprendiste a usar magia oscura, pero naciste con magia blanca —explicó. Inhaló profundo, preparándose para una revelación más—. Estás destinada a detener la oscuridad.

Regina río ante la incredulidad y negó con la cabeza. Era demasiado lo que sucedía, lo que Azul decía.

—Sabes que tienes esa magia. La has usado. —El hada observó a la Reina que pareció pensativa por un momento para luego asentir.

—Desde que recuperé mi magia, esta ha sido distinta. Pensé que se debía a que la magia es emoción —empezó a explicarle la lección que Rumpelstiltskin le enseñó—, creí que se debía al amor que siento por Charlotte y por David.

—A ellos se debe que la magia blanca esté surgiendo en ti, pero naciste con ella. Solo necesitabas un motivo para descubrirla.

—Dime qué debo hacer para traer al hijo del Oscuro —pidió sin sonar exigente. Lo que Azul decía sonaba demasiado fantasioso a su punto de vista, pero no tenía cabeza para pensar en eso.

—Lo mejor es que te instruya para q…

—¡Es que no tengo tiempo! —exclamó autoritaria. ¿Es que no se daba cuenta de que cada segundo lejos de su hija y esposo eran una verdadera tortura?

—Usa mi varita —volvió a extendérsela y, aunque un poco dubitativa, Regina la tomó—. Puedes abrir el portal siempre y cuando uses tu magia blanca —explicó.

Una extraña sensación recorrió el cuerpo de Regina cuando tuvo la varita en sus manos. Era algo que no había sentido antes y que se asemejaba a lo que ahora sabía era su magia blanca.

—¿Qué tengo qué hacer? —preguntó pues no era experta usando varitas. De hecho, nunca había usado una.

—Apunta hacia un punto, traza un círculo repetidas veces, piensa en que quieres llegar hasta Balefire y eso debe funcionar.

—¿Por qué no lo haces tú?

—Porque yo no soy el portador de magia blanca más poderoso —obvió. La Reina torció los ojos.

—¿Dónde se supone que está él?

—Eso lo vas a descubrir tú cuando atravieses el portal.

—Azul, si esto es una trampa…

—Si así lo fuera no te estaría entregando mi varita.

Regina asintió. Estaba nerviosa pues de esa misión dependía su futuro, el de su pequeñita y el de David. Por más que tuviera dudas tenía qué hacerlo. Debía intentar salvar al hombre que amaba.

Cerró los ojos, apuntó con la varita hacia un punto haciendo exactamente lo que Azul le indicó. Frunció un poco el ceño mientras se concentraba en usar su magia blanca para que funcionara, pero le era un tanto difícil, entonces se aferró a la imagen de la vida feliz que estuvo viviendo con David antes de que Rumpelstiltskin se lo llevara junto con su hija. Los momentos felices que vivieron, los planes a futuro, la promesa de lo que el amuleto de la madre de él predijo.

—¡Lo estás consiguiendo! —exclamó Azul cuando el vórtice empezó a expandirse.

La Reina abrió los ojos, se sorprendió al ver frente a ella un portal de magia blanca. Era distinto del espejo o el sombrero de Jefferson.

—Es momento —anunció Azul mirando a Regina quien asintió decidía.

Armándose de valor y con la esperanza de recuperar a su hija y a David, avanzó hasta atravesar el portal.