Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Lovecraft-Park
Tras la huella de los dioses
Capítulo 7
«Y al fin vino del interior de Egipto
el extraño Oscuro ante el que se inclinaban los fellás;
silencioso, descarnado, enigmáticamente altivo
y envuelto en telas rojas como las llamas del sol poniente…»
—H. P. Lovecraft, Nyarlathotep
El sótano de la mansión Carter era un lugar húmedo y frío, el cual en algún punto del pasado había sido usado como cava de vinos. Estaba iluminado por varias bombillas que se balanceaban de las vigas y, de tanto en tanto, parpadeaban dejando la habitación a oscuras por algunos segundos.
El profesor Carter ya tenía preparado el Círculo Arcano para el ritual de evocación.
Se trataba de una figura formada por dos círculos, uno dentro del otro. Dentro de este estaba una estrella formada por dos cuadrados superpuestos dentro del círculo más pequeño. Había una vela negra en cada punta de la estrella. Rodeando la estrella se encontraba ademas un octágono. Los cuatro puntos cardinales habían sido marcados coincidiendo con las puntas de la estrella y una serie de símbolos mágicos habían sido grabados, los cuales eran la transcripción de un conjuro. Al centro del círculo, que tenía aproximadamente tres metros de diámetro, había sido colocado un podio de conferencia con un libro al centro. Kenny supo en cuanto lo vio que se trataba de un Necronomicón.
—Antes de comenzar el ritual para abrir la puerta de las Tierras del Sueño, quiero que entiendan bien las precauciones que debemos tomar —dijo el profesor Carter, mientras guiaba a todos (a excepción de Karen, a quien le habían prohibido participar pese a sus quejas, dado que sus recientes experiencias con las Tierras del Sueño podrían interferir con el ritual) hacia el lugar donde había colocado el «altar».
Se acercó al Necronomicón y colocó la mano derecha sobre él.
—Henrietta, pase lo que pase, sin importar que escuches o creas ver, no debes perder la concentración. La puerta de Yog-Sothoth debe abrirse y cerrarse al terminar de forma correcta, o correremos el riesgo de permitir que el dios o algo parecido llegué a nuestro planeta.
»Yog-Sothoth es el Todo el Uno y el Uno en Todo. Su poder es mucho mayor al de Cthulhu y Nyarlathotep. Es capaz de saquear los planetas a voluntad cuando sus evocadores cometen el error de dejar la puerta abierta. Lo que pasó en Dunwich fue una pequeña advertencia.
Henrietta asintió.
—En cuanto a usted, joven McCormick, cuando enfrente a Nyarlathotep traté de no caer en sus provocaciones, y no caer del todo en sus palabras. Es imposible saber cuándo miente o cuando dice verdades a medias. Igualmente, si fallamos y no conseguimos mantener la puerta abierta, o si llegara a morir allá, recuerde que el camino no será el mismo que el que existe entre la Tierra y el Cielo o la Tierra y el Infierno. Pasado, presente y futuro son destinos posibles para usted o, incluso, otras dimensiones.
Kenny sintió miedo. No le importaba morir, lo había hecho muchas veces, pero terminar demasiado lejos de todo cuanto conocía era algo que no podía permitirse. No en esos momentos en que Karen lo necesitaba. Tenía la esperanza de que, una vez que se hubiera enfrentado cara a cara con Nyarlathotep en su propio terreno, este se alejaría de Karen, aunque fuera lo suficiente para que su hermana aprendiera a defenderse de un influencia.
—Lo haré —respondió con resolución y el profesor Carter le sonrió de manera afable.
—Comencemos —dijo. Extrajo una pequeña caja del bolsillo interno de su saco. Era una cajita como de joyería. La abrió y en interior había una pequeña llave plateada con una incrustación de rubí. La llave estaba unida a una cadena dorada.
Kenny se la colgó alrededor del cuello y se posicionó en el lugar que el profesor le indicó al frente del círculo Arcano. Luego, ambos profesores se colocaron a izquierda y derecha, respectivamente, para dibujar con tiza blanca una puerta en uno de los muros.
Henrietta abrió el Necronomicón y comenzó a leer el conjuro, con voz suave, a la vez que hacía una especie de símbolos con la mano:
—¡Oh Tú que moras en la oscuridad del Vacío Exterior! Acude a la Tierra una vez más. Yo te lo ruego. ¡Oh, Tú que habitas más allá de las Esferas del Tiempo! Escucha mi súplica. —Su mano derecha formó el signo de la Cabeza de Dragón—. ¡Oh Tú que eres la Puerta y el Camino! ¡Acude! ¡Tu sirviente te llama! —El Signo de Kish fue formado, esta vez con su mano—. ¡BENATIR! ¡CARARKAU! ¡DEDOS! ¡YOG-SOTHOTH! ¡Acudid! ¡Acudid! ¡Pronuncio las palabras, Rompo Tus vínculos, el Sello ha sido apartado, pasa a través de la Puerta y penetra en el Mundo; he hecho tu poderoso Signo!
Su mano formó el signo de Voor. Posteriormente, con una antorcha encendida usando una de las velas, realizó los movimientos en el aire para formar el pentagrama de fuego, una estrella de cinco picos con una ondulación similar a una «n» cursiva en la punta inferior derecha.
Para este punto, el aire de la habitación se llenó de un hedor nauseabundo, como de pescado podrido. El olor desagradable se expandió como un tufo llenando toda la habitación.
Cuando Henrietta formó siete veces el Pentagrama de Fuego, arrojó la antorcha hacia un lado, entonces, de su humareda, comenzaron a formarse figuras extrañas. Un viento frío comenzó a soplar en la habitación, las luces de los focos parpadearon varias veces antes de apagarse y la habitación quedó en penumbras, únicamente rota por el ligero resplandor de las velas.
Ambos profesores se apartaron, y Kenny sujetó la llave con fuerza en su mano derecha.
La puerta de tiza dibujada por los profesores Carter y Biggle comenzó a brillar con un suave tono azul. El viento aumentó su fuerza y la temperatura pareció descender repentinamente.
—¡Talubsi! ¡Adula! ¡Ulu! ¡Baachur! —continuó Henrietta, sin apartar la vista del Necronomicón. Kenny se preguntó cómo podía seguir leyendo si la luz se había apagado, pero desterró ese pensamiento de su mente; por ahora no era importante—. ¡Acude Yog-Sothoth! ¡Acude! —terminó.
La habitación se llenó entonces con el tenue sonido de una flauta. Unas notas extrañas y sobrenaturales que parecían no poder provenir de instrumento humano alguno.
El viento dejó de soplar y una extraña niebla comenzó a rodear el círculo Arcano, arremolinándose, creando formas extrañas, como una nebulosa o el miasma del Infierno. En algún momento pareció que algunos enormes ojos se abrían entre la niebla y miraban a los presentes.
—¡Yog-Sothoth! —dijo Henrietta, alzando las manos—. ¡Escucha la petición de tu sierva! ¡Abre el camino hacia Kadath a aquel que posee tu llave! ¡Abre el camino a Kadath para aquel que ha sido bendecido por tu esposa, Shub-Niggurath! ¡Abre el camino a Kadath para aquel que debe reunirse con el Caos Reptante, Nyarlathotep!
El brillo azulado de la puerta en el muro aumentó su intensidad, hasta formar un portal dimensional. Kenny suspiró y avanzó hacia el mismo. En lugar de chocar contra el muro, lo traspasó.
A su alrededor sólo había oscuridad, rota levemente por el brillo del portal que acababa de cruzar. Podía sentir la presencia de las larvas de los Otros Dioses rodeándolo, pero esta vez no flotaba. Se encontraba de pie en el centro de un salón. Le costó algo de tiempo darse cuenta de este hecho, delatado por unas altas columnas que apenas se distinguían, y por el tenue brillo de las estrellas que traspasaba apenas una inmensa ventana muy lejana.
Su corazón latía, denotando que estaba asustado, y sentía la necesidad de dar media vuelta y huir de allí. Aun así, dio un paso al frente
La llave de plata, fuertemente apretada contra su pecho, le ayudó a tranquilizarse un poco.
No veía a Nyarlathotep en ese lugar, sólo aquellas temibles larvas, las cuales parecían querer mantener su distancia, pues no había sentido aún sus tentáculos viscosos como ocurriera cuando estaba en el borde del Vacío Final. Podía intuir que se debía a la presencia de Yog-Sothoth, quien le había abierto la puerta hasta ese sitio.
Dio un paso más, y entonces un viento extraño sopló desde alguna dirección desconocidas y lo arrebató del suelo, como si se tratara de una hoja recién caída de un árbol en otoño. Soltó un grito de horror cuando se sintió trasladado por corrientes de aire sobrenatural al parecer sin un rumbo aparente. Con los ojos entrecerrados, no distinguía los pasillos, salones y escalinatas por los que era arrastrado presa de aquel viento etéreo.
Le pareció que habían pasado horas, hasta que finalmente fue depositado en el centro de un patio cubierto de nieve.
Se levantó lentamente, sacudiéndose la nieve del abrigo. La nevada ligera que caía era muy similar a la de South Park. Y allí, contrastando con el cielo tachonado de estrellas, pudo ver la silueta de una construcción conocida.
Era la casa de Cartman.
Con paso vacilante, cruzó el patio cubierto de nieve hasta llegar a la puerta trasera de la casa. El corazón aún le latía por el miedo cuando su mano tomó la perilla y la giró.
Entró para encontrar una escena que no esperaba: Cartman estaba contra un muro, luchando para liberarse de alguna criatura o cosa invisible que al parecer lo sujetaba con fuerza para mantenerlo prisionero, colgando como un condenado encerrado en una vieja mazmorra. Y, frente a él, Liane Cartman, con los ojos en blanco y un cuchillo en la mano, parecía estar a punto de sacrificarlo.
—¡¿Qué significa esto?! —gritó Kenny sabiendo que Nyarlathotep lo escuchaba. Al instante, una figura de aspecto humano, pero formada por sombras y con una máscara plateada sobre su rostro, apareció detras de Liane.
—Es un obsequio, hijo de Shub-Niggurath. Él te dejó morir. Ahora puedes pagarle de la misma manera.
Cartman volvió su rostro hacia él y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—¡¿Qué haces allí parado?! —espetó el gordo—. ¡Ayúdame, pobretón!
—¡Déjalos ir! —rugió Kenny, apretando los puños—. Ellos no tienen nada que ver con esto.
—Oh, sí, sí tienen que ver —respondió Nyarlathotep—. Él creyó que podía jugar con nosotros, que podía tratarnos como mascotas. Pues bien, es momento de que alguien le enseñe su lugar. Además, luego de todas las veces que has muerto por su culpa. ¿No deseas venganza, hijo de Shub-Niggurath?
Kenny apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
—Tal vez haya momentos en los que desee darle su merecido, hacerle pasar por al menos una de las cosas por las que ha hecho pasar a otros. Pero, luego de haber muerto y sufrido tantas veces, me doy cuenta de que es algo que no le haría pasar a nadie, ya que nadie lo merece. Ni siquiera el Culón.
Hubo un momento de silencio, que se rompió cuando Cartman soltó un grito ahogado. Al parecer la cosa que lo sostenía había aumentado la fuerza de su agarre.
—¡Kenny! —gritó.
—Conmovedor —dijo Nyarlathotep con angustia fingida. Luego, se volvió hacia Liane, acercó su cabeza hacia su oído y pareció susurrarle algo. La mujer asintió y comenzó a alzar el cuchillo lentamente.
—¡Mamá! —gritó Cartman—. ¡Mírame, mamá, soy yo!
Liane no parecía escucharlo.
—¡Joder mamá! No puedes matarme. ¡No puedes hacerme esto a mí! —La desesperación y la frustración parecían destilar en cada palabra que salía de su boca. Luego, volviéndose a Nyarlathotep, gritó—: ¡Maldito cabrón! ¡Deja en paz a mi madre!
—Pero si ella no te interesa —contraatacó el dios—. En realidad, no te interesa nadie más qué tú mismo.
El cuchillo comenzó a descender hacia el niño asustado, que se retorcía intentado soltarse de la cosa que lo mantenía atrapado contra el muro de la habitación…
—¡Basta! —gritó Kenny.
El cuchillo se detuvo y, por un momento, Liane Cartman se sacudió. Trató de alejarse de su hijo. Al instante, unos tentáculos negros salieron del cuerpo de Nyarlathotep, envolviéndola, recuperando el control que el dios tenía sobre la mujer.
El cuchillo volvió a alzarse hasta alcanzar el ángulo correcto para apuñalar a Eric Cartman.
—Se suponía que esto era entre tú y yo —espetó Kenny—. Te lo diré de nuevo: ¡deja que se vayan!
—¿Por qué te preocupas tanto por ellos? —preguntó Nyarlathotep—. El gordo te ha despreciado y hecho cosas terribles desde que lo conoces. Y esta mujer, no es más que una despreciable puta a la que todo el pueblo ve con repulsión o lujuria. ¿Realmente vale la pena salvarlos de mí?
—Siguen siendo humanos…
—Un motivo vago y sin fundamento. Los humanos son nada más que un insecto bajo nuestros pies. Hijo de Shub-Niggurath, ¿das la espalda a tu especie por estos insectos?
—¡Yo no soy uno de ustedes! —contraatacó, molesto—. ¡Yo soy…!
—Un inmortal —completó Nyarlathotep—. Un equivalente a un híbrido entre uno de nosotros y un humano.
—No soy… —La voz de Kenny comenzó a apagarse. Estaba furioso, y a la vez se sentía impotente.
—Eres como Carter: alguien que buscó nuestro conocimiento durante toda su vida mortal, llegando tan lejos como para hacer un pacto con Yog-Sothoth. Y ahora, cansado y enfermo de vivir sin un motivo, trata desesperadamente de advertir a otros y ayudarles en su lucha contra nosotros.
Kenny se dejó caer al suelo. No debía escucharlo, el profesor Carter se lo había advertido, pero era difícil.
—¿Por qué yo? —preguntó, mientras encaraba al dios de nuevo.
—Por el lugar donde naciste, y el momento en que lo hiciste. Yog-Sothoth vio tu futuro, y vio cosas interesantes. En especial, que ibas a rodearte de personas demasiado útiles. Un descendiente de Obed Marsh, gran seguidor del culto de Dagón y Cthulhu. Uno de los elegidos de Yahvé (el único Arquetipo que estúpidamente cree que la humanidad vale la pena), dotado con una bendición y un poder únicos. Ah, y esta criatura —dijo refiriéndose a Cartman, quien al parecer trataba de gritar, pero de su boca no salía más sonido alguno—, arrogante, orgullosa, petulante y manipuladora; tiene todos los atributos que su padre ha ido perdiendo con el paso de los siglos.
—¿Jack Tenorman? —preguntó Kenny.
—Él es el material genético, pero el alma y la biología no son lo mismo. Es como tú: genéticamente perteneces a los McCormick, pero parte de tu alma pertenece a Shub-Niggurath. Así, este ser altanero y lleno de odios, tiene en su alma una parte de aquel al que llaman Satán.
La mirada de Kenny pasó hacia Cartman, luego hacia Liane, todavía bajo el «abrazo» de Nyarlathotep.
Tenía que ser mentira. Nada de eso podía ser verdad.
—Dos pequeños polluelos de cuco —continuó Nyarlathotep—. ¿Ves ahora las posibilidades? Uno de los nuestros, un elegido de Yahvé, un descendiente de uno de nuestros más fieles sirvientes, y un hijo del mayor enemigo de la humanidad. Ustedes podrían hacer grandes cosas, y las han hecho. Pero, si queremos retornar, no podemos permitir que ustedes sigan unidos como hasta ahora.
Nyarlathotep volvió a susurrar algo al oído de Liane.
—Él morirá hoy, y pronto los otros dos. A ti te perdonamos por ser uno de nosotros.
—¡No! —gritó Kenny, echando a correr para tratar de detener a Liane Cartman.
El cuchillo descendió clavándose fuertemente en el hombro derecho de Cartman, quien milagrosamente había conseguido liberarse de la fuerza que lo aprisionaba, medio girándose hacia un lado para evitar que su madre lo apuñalara en el corazón. Soltó un grito horrible, mientras la sangre escurría a borbotones de su hombro y el cuchillo se retiraba para golpear de nuevo.
Liane, con lágrimas corriendo por sus ojos, alzó el cuchillo una vez más.
Kenny apenas logró llegar hasta donde estaba, pero no pudo impedir que el cuchillo se clavara en la espalda del otro niño. Reuniendo toda su fuerza, propinó un puñetazo a Liane Cartman que la arrojó contra el muro, donde quedó sentada, su espalda recargada contra la pared.
La mujer S¿soltó el arma con la que pretendía acabar con la vida de su hijo y comenzó a llorar.
Kenny se volvió hacia Cartman y caminó hacia él para tratar de ayudarlo, pero al instante todo a su alrededor comenzó a desmoronarse entre las sombras.
Al final, solo él y Nyarlathotep estaban allí.
—Fue una ilusión —dijo Kenny, queriendo creer que era así.
—Quién sabe —respondió Nyarlathotep—. No hay forma de saber si algo es real o no en las Tierras del Sueño.
Nyarlathotep desapareció. Kenny permaneció un momento de pie, tratando de darle sentido a todo lo que acababa de presenciar.
Finalmente, dio media vuelta y caminó hacia el portal que había comenzado a brillar a unos metros de él.
