Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Lovecraft-Park
Tras la huella de los dioses
Capítulo 8
«Cuando Randolph Carter cumplió los treinta años, perdió la llave de la puerta de los sueños. Anteriormente había compaginado la insulsez de la vida cotidiana con excursiones nocturnas a extrañas y antiguas ciudades situadas más allá del espacio, y a hermosas e increíbles regiones de unas tierras a las que se llega cruzando mares etéreos.»
—H. P. Lovecraft, La llave de plata
Cuando Kenny despertó, estaba en una cama que no era la de su habitación del hotel. A su lado, Karen finalmente dormía en paz. Nyarlathotep la había dejado en paz, por lo menos de momento.
—Ya era hora —escuchó la voz de Henrietta.
Kenny giró la cabeza y encontró a la chica gótica sentada en una silla cercana a una ventana. Tenía un libro de bolsillo en la mano derecha.
—¿Qué sucedió? —le preguntó.
La cabeza le palpitaba como si hubiera dormido más de lo necesario. Intentó incorporarse, pero volvió a caer a la cama debido a un mareo.
—Apenas saliste del portal te desmayaste —respondió Henrietta, mientras dejaba el libro sobre una cómoda y se ponía de pie—. Cerré el portal y despedí a Yog-Sothoth. El profesor Carter hablará contigo después del almuerzo.
Dicho eso, la chica salió de la habitación.
Kenny dejó caer la cabeza contra la almohada y fijo los ojos en el techo de baldosas blancas. Los eventos de la noche anterior llegaron a su mente y su dolor de cabeza se intensificó. Necesitaba llamar a sus amigos en South Park para ver cómo iba todo allá, aunque sospechaba que nada estaba bien.
A pesar de eso, esperó un momento antes de intentar levantarse de nuevo. Luego de unos diez minutos, finalmente salió de la cama, teniendo cuidado de no despertar a Karen. Buscó sus zapatos y luego de ponérselos se tambaleó hasta la puerta.
Se encontró con un pasillo. Estaba iluminado de manera tenue con la poca luz del día que se lograba colar por una par de ventanas cubiertas con cortinas de color verde mente. Por el polvo que levantaba al caminar sobre el suelo alfombrado, era obvio para él que nadie había utilizado la casa en muchos años.
Miró hacia ambos lados. El pasillo topaba a la Izquierda. Del otro lado había unas puertas dobles. Avanzó hacia estas últimas apoyándose en el muro.
Al salir se encontró con un salón, provisto de una escalera doble. Las bajó con sumo cuidado. Abajo, en una pequeña sala, encontró al profesor Carter hablando con el tío de Henritta.
—Joven McCormick —habló el último—, debería descansar más. Lo de anoche fue una experiencia muy intensa para alguien tan joven…
—Necesito un teléfono —lo interrumpió Kenny.
El profesor Carter lo miró por unos momentos y finalmente asintió. Sacó un teléfono celular de su bolsillo y se lo pasó.
—Recuerde —le advirtió—, cualquier cosa que Nyarlathotep haya dicho pudo ser solo un farol. No se puede confiar en él.
—Aun así, necesito comprobarlo —respondió mientras marcaba el número de la casa de Cartman. El teléfono sonó varias veces, hasta que finalmente entró el contestador.
Colgó y marcó a casa de Kyle.
—Hola —se escuchó la voz de su amigo. Su voz tenía un timbre que no le gusto. Una mezcla de nervios y angustia.
—Kyle…
—¡Kenny! —lo cortó de inmediato, medio aliviado—. Traté de localizarte hace un rato, pero tus padres me dijeron que habías salido de la ciudad junto con Karen.
—Así es.
—Justo ahora iba a salir al hospital —le informó, con la voz algo entrecortada.
—¿Al hospital?
—Nadie sabe qué pasó, pero… —Hizo una pausa, como buscando las palabras correctas para decir lo que quería—. Cartman está en el hospital.
Kenny estuvo a punto de dejar caer el teléfono. La voz de Kyle se escuchaba distante.
—Su madre trató de matarlo anoche. Un vecino escuchó los gritos, llamó a la policía y… Bueno, mis padres me llevarán para ver cómo está. Stan y Butters ya se encuentran allá.
—Intentaré volver lo antes posible —le aseguró antes de cortar.
Devolvió el teléfono al profesor y se dejó caer en una sillón individual que había en una esquina. Su dolor de cabeza se había intensificado.
—En realidad lo hizo —murmuró—. Nyarlathotep intentó matar a Cartman.
Los dos hombres se disculparon para ir a la cocina, donde Henrietta preparaba café, entendiendo que posiblemente Kenny necesitaba estar solo.
El niño efectivamente tenía mucho en que pensar. Todo lo que Nyarlathotep había dicho la noche anterior aún daba vueltas por su cabeza, incrementando su migraña.
Stan, Kyle, Cartman y él mismo habían estado juntos desde hacía tanto tiempo que ya ni siquiera recordaba cómo había comenzado. Pero, si lo que Nyarlathotep había dicho era cierto, y cada uno de ellos tenía una conexión con… el mundo divino, por llamarlo de una forma, ¿no sería posible que una especie de fuerza o designio del mismo universo hubiera actuado alrededor de su amistad?
Se recargó en la butaca mientras se llevaba las manos a la cabeza. Debía volver a South Park ese mismo día. Y, además, debía buscar respuestas. Necesitaba saber quién era el ese antepasado de Stan a quien Nyarlathotep había mencionado, y su conexión exacta con los Antiguos. ¿Era la familia de Stan parte del culto? No, decidió. Quizá antes, pero ahora… O tal vez era solo que no quería pensar en la posibilidad de que Stan…
También, debía de investigar sobre el origen de Cartman y que tenía que ver Satán en eso.
Hizo una mueca. Lo último significaba que tendría que morir nuevamente para ir a enfrentar personalmente al príncipe de las tinieblas. Bueno, al menos sabría en qué terminó la reunión del Consejo del Infierno.
Alrededor de una hora después, el profesor Biggle anunció que serviría el almuerzo tardío. Siendo casi mediodía, era más bien una comida que un almerzo.
Kenny se levantó del sillón y fue a buscar a Karen.
Comieron en silencio y al terminar todos fueron directo a la vieja biblioteca de la mansión Carter para hablar sobre lo sucedido la noche anterior.
La biblioteca era enorme, con forma hexagonal y ocupaba al menos tres plabtas. Según el profesor, su familia se había dedicado a eso desde los tiempos de la reina Isabel I de Inglaterra. Esa biblioteca, de hecho, había sido iniciada por su antepasado: Sir Randolph Carter. Él había estudiado magia y alquimia en Inglaterra y otros países de Europa antes de migrar a la colonia de Massachusetts.
No era extraño, entonces, que alguno de sus antepasados hubiera estado cerca de ser colgado por acusaciones de brujería en los tiempos de los juicios de Salem.
—Profesor Carter, hay algo que realmente debo preguntarle —dijo Kenny en cuanto se sentaron alrededor de una mesa hexagonal ubicada justo en el centro de la planta baja de la biblioteca.
—Creo saber qué es —respondió el profesor, y por un momento se notó mucho más viejo de los sesenta años que se suponía tenía.
Henrietta, como siempre con su cigarrillo en mano, prestó atención, y Karen miró con curiosidad a su hermano. A pesar de que la estaban incluyendo en eso –debido a sus sueños y más por petición de ambos profesores que porque su hermano realmente quisiera– todavía no sabía del todo que era lo que pasaba y cómo se relacionaba todo con su hermano.
—¿Usted es un Inmortal? —preguntó Kenny yendo directo al grano.
Durante varios minutos, la habitación se sumió en un silencio incómodo.
—Sí, lo soy —confirmó el profesor Carter.
Kenny asintió y Henrietta se recargó en su silla, mirando al anciano con una expresión que parecía decir: «justo lo que había pensado». La chica dirigió una mirada a su tío, dándose cuenta por su expresión de que él ya lo sabía, o al menos lo sospechaba.
—Nací en Boston, el 30 de agosto de 1874 —les reveló el profesor—, bajo el nombre de Randolph Carter. Pero, a diferencia de usted, joven McCormick, yo era mortal cuando nací. A los cinco años recibí la Llave de Plata de mi abuelo, y desde entonces comencé a visitar las Tierras del Sueño con regularidad. Podía perderme durante horas en sus verdes valles bañados con las aguas cristalinas de sus ríos, los cuales jamás habían sido contaminados, a diferencia de los de nuestro mundo vigil. Recorrer las empedradas callejas de sus ciudades y pueblos que parecen rememorar los más pintorescos pueblitos que han permanecido inalterables en la vieja Europa desde la edad media, o en nuestro continente desde las épocas coloniales. Atravesé el mar Serenario en galeras y buques movidos por los vientos y los remos.
Hizo una pausa por un momento.
—Traté, durante un tiempo, de plasmar la belleza de aquellos lugares forjados por la fantasía y los sueños de la humanidad, y otras razas que habitaron el mundo antes que ella. Escribí poemas, cuentos y relatos; pero, por más que lo intentaba, las palabras no me bastaban para conseguir plasmar tales maravillas.
»Aun así, publiqué algunos de esos escritos, y gracias a ello conocí a otros quienes, como yo, eran soñadores. Intercambiamos cartas en dónde describimos los sitios visitados:
»El valle del río Skai que alberga la ciudad de Ulthar en dónde no se puede matar a ningún gato. Las ruinas del antiguo reino de Sarnath, destruido hace miles de años por la acción del Dios Primigenio Bokrug, en venganza por la destrucción del pueblo que le rendía culto en las tierras de Mnar. Los templos escalonados de Zak, moradas de sueños olvidados. Las agujas de la infame Thalarion, ciudad diabólica de mil maravillas donde reina el ídolo Lathi. Los jardines-osarios de Zura, tierra de placeres insatisfechos. Y los promontorios gemelos de cristal, que se unen por arriba formando el arco resplandeciente que custodia el puerto de Sona-Nyl, la bienaventurada tierra de la imaginación, la cual seguro algunos de ustedes reconocerán como Imaginaciónlandia.
El profesor Carter se permitió sonreír afablemente al notar como esto sorprendía a los presentes.
Nadie era ajeno ahora a la existencia de tal lugar, no luego de todo lo acontecido con el ataque terrorista a la imaginación y todo ese debate sobre si debía ser bombardeada o no.
No obstante, explicó Carter, los soñadores habían conocido la existencia de ese sitio desde siempre, pues desde las Tierras del Sueño era posible llegar allí. En cierta manera, ambos mundos podrían ser considerados hermanos. Después de todo, su origen estaba en la fantasía y la imaginación de las razas inteligentes. Pero las Tierras del Sueño eran más antiguas. Antes que los humanos, los primordiales y la gran raza de Yith ya habían soñado. Y muchas otras especies lo hacían también, como los soñadores bien sabían, pues había muchas más Tierras del Sueño que aquellas forjadas por los sueños de los terrícolas.
—Alrededor de los veinticinco años —prosiguió Carter con su relato—, en las Tierras del Sueño, inicié un viaje para encontrar a la ignorada Kadath. Y, como les dije antes, afronté las pruebas que Nyarlathotep puso en mi camino. Durante este viaje recorrí las Tierras del Sueño casi en su totalidad: visite el bosque encantado, en donde habitan los terribles zoggs; consulte en Ulthar la única copia existente de Los manuscritos Pnakóticos, junto con Los siete libros crípticos de Hsan.
La mención de dichos textos no significaba mucho para los hermanos McCormick, pero no pudieron evitar notar que tanto Henrietta y su tío se encontraban prácticamente en la orilla de sus asientos, claramente deseos por preguntar algo al respecto de los mencionados libros.
—En fin —suspiró el profesor—, fue una aventura que difícilmente podría repetir y aún hoy no me explicó cómo me las arreglé para sobrevivir. En aquel entonces yo era un joven asustadizo, propenso a desmayarme cuando me enfrentaba a las situaciones más difíciles. Durante mi viaje a Kadath muchas veces estuve a punto de terminar mal, aunque al final siempre encontraba la manera de superar dichos peligros. En aquel entonces llegué a pesar que la simple suerte o casualidad me estaban ayudando. Ahora no estoy tan seguro. Tal vez hubo un poco de ayuda divina durante todo el viaje, y no sólo al final, cuando el grito de Nodens me permitió moverme y saltar hacia la negrura infinita antes de llegar al vacío final, en dónde mora el estúpido sultán de los demonios.
Lo último lo dijo más como una reflexión para sí mismo, aunque a Kenny le trajo memorias de la oscuridad, de las larvas de los dioses otros y de cómo él mismo había estado próximo a ser presa de tal sitio de locura eterna.
—A los treinta años, perdí la llave de plata. Y no fue hasta pasados los cincuenta que, en un sueño, mi abuelo me recordó donde estaba. Con la llave de vuelta en mi poder, emprendí lo que pensé sería mi último viaje: me dirigí a la Última Puerta en busca de Yog-Sothoth. Tras obtener la aprobación del dios, aprendí el secreto de los viajes tiempo-dimensionales. Pero cometí un error. Al viajar a otras épocas olvidé llevar el pergamino mágico que me permitiría regresar bien a mi época. Y, obviamente, yo no tenía a alguien recitando los conjuros en el Necronomicón que me permitirían regresar con bien de mi viaje.
»Cuando finalmente pude regresar, era todo menos humano. Vagué por la Tierra bajo una forma que no era mía, hasta que un Arquetípico, Krishna, se apiadó de mí y finalmente regresé a mi forma humana. Eso fue en los años cincuenta, tras haber pasado alrededor de veinticinco años como algo que no era humano. Fue cuando me di cuenta de que no envejecía, no enfermaba y, cada vez que era herido sin importar la gravedad, mi cuerpo se curaba al cabo de algunas horas o días, según la gravedad del daño causado a mi cuerpo.
Kenny miró con sorpresa al profesor. A diferencia de él, Carter no moría, sin embargo, seguía siendo un inmortal.
—No puedo comprenderlo del todo, joven McCormick, pero como puede ver tengo mi propia maldición. Temo que veré caer nuestra civilización y a la raza humana, y continuaré existiendo. Supongo que es el castigo que merezco por haber ido tan lejos como para hablar con Yog-Sothoth.
—¿Qué tiene que ver esto con mi hermano? —La suave y temblorosa voz de Karen hizo que todos volvieran a verla.
Kenny suspiró y la abrazó por la espalda. No quería que ella se enterara de todo, aunque, tal vez, era inevitable ahora que Nyarlathotep la había involucrado.
—Profesor Carter, tengo algo que pedirle —dijo Kenny—. Quiero evitar que Karen vaya a las Tierras del Sueño.
Carter negó con gravedad.
—No es tan sencillo, joven McCormick. Un soñador no controla su destino una vez se ha sumido en el sueño. Cada persona tiene sus propias Tierras del Sueño personales, es así, pero una vez que se ha cruzado la puerta del sueño profundo y se ha llegado a las Tierras del Sueño comunes a todos los hombres, es imposible controlar a dónde se llegará. La llave de plata da cierto control del destino, si se usa adecuadamente. A final de cuentas, es lo único que se puede hacer, aprender a cuidarse dentro de las Tierras del Sueño: saber sus peligros y cómo evitarlos; no cortar de tajo la conexión con aquel mundo.
Kenny apretó el abrazo sobre su hermana.
—Entonces, ¿debo dejar que Nyarlathotep continúe atormentándola en aquel sitio?
El profesor suspiró con pesar.
—¿Cuándo apareció por primera vez el Hombre Negro? —preguntó con suavidad a la niña.
Karen se estremeció un poco ante esa pregunta.
—No lo recuerdo —dijo—. Había mucha niebla. Siempre, cada vez que dormía, mucha niebla blanca y espesa que no me dejaba ver nada más. Yo caminaba mucho, pero todo lo que había era niebla. Y entonces, algo comenzó a seguirme. Yo corría, siempre, sin dirección, tratando de escapar, hasta chocar con algo. Unas puertas enormes. Golpeaba las puertas, gritando, llorando, pero estás jamás se abrían. Y luego apareció por primera vez. El Hombre Negro. Abrió las puertas y me empujó dentro. Y dijo que esas eran las Tierras del Sueño… que allí había un rey… y que yo tomaría su trono para gobernar por él…
Karen se mordió los labios, tratando de reprimir el llanto. Su mano izquierda se posó sobre la cicatriz de la quemadura.
—Luego comenzó aparecer fuera de mis sueños. Susurraba cosas horribles mientras dormía. Y me mostró cosas… —Cerró los ojos, mientras gruesas lágrimas bajaban por sus mejillas. Kenny la abrazó más fuerte—. Y entonces me obligaba a decir cosas. Chulu Fata. Chulu Fata… Chulu Fata… —Rompió en sollozos refugiándose en el pecho de su hermano, quien no podía hacer nada más que estrecharla mientras lentamente acariciaba su espalda.
Henrietta expulsó el humo de su cigarrillo y formó en un susurro las palabras que Carter y su tío ya habían relacionado con las últimas palabras de Karen:
—Cthulhu fhtagn…
Kenny la fulminó con la mirada y ella simplemente se encogió de hombros.
Guardaron silencio unos minutos mientras esperaban a que Karen se recuperara. Carter parecía sumido en sus pensamientos. El profesor Biggle y Henrietta intercambiaron miradas silenciosas, como manteniendo su propia conversación silenciosa.
—En algún momento —comenzó de nuevo el profesor Carter, una vez que Karen estuvo más recuperada—, cuando veía a este Hombre Negro, ¿le obligó a firmar algo con sangre? ¿Un libro?
Karen negó con la cabeza.
—La única vez que consiguió lastimarme fue cuando me quemó la mano —respondió con voz entrecortada. Sorbió los mocos producto del llanto y luego siguió—: Yo estaba en una plaza, o algo así, era de noche. Y entonces apareció y me tomó de la mano. Trató de arrastrarme lejos de allí a otro lugar, pero no pudo. Un gato, enorme y negro, saltó desde un tejado. Le dio en el pecho y él cayó… Se deshizo en el aire, gritando.
Karen se estremeció un poco ante el recuerdo.
—El gato dijo… dijo que para alejarlo debía usar el signo…, y entonces usó su zarpa para dibujar dos cosas en la tierra… Dijo que, si grababa eso en cada pared de mi habitación, él no podría volver.
El profesor Carter asintió.
—Los gatos son sabios, y cuentan con la protección de Bast, quien es rival de Nyarlathotep. Ellos siempre están dispuestos a ayudar a los soñadores.
El profesor decidió ya no importunar más a Karen, por lo que no hizo más preuntas. Kenny se quedó con las ganas de preguntar respecto al libro que Carter había mencionado, y porque al decirlo se había notado realmente preocupado ante la posibilidad, para después verse aliviado ante la negativa de Karen. No lo hizo, sin embargo, y en vez de eso decidió que era todo lo que podían hacer por el momento:
—Tengo que regresar a South Park. Cartman está en el hospital y, por lo que dijo ayer, Nyarlathotep no descansará hasta matarlo a él y a mis amigos. Quiero estar allí para enfrentarlo.
Carter suspiró nuevamente.
—Sí, no cesará en su intento de enfrentarlo por más advertencias que le haga. No tengo más opción que apoyarlo.
—Pero, antes, quiero saber otra cosa. ¿Qué saben sobre la familia Marsh?
Carter se puso de pie y caminó hacia un librero. Luego de unos minutos regresó con un pesado tomo. Lo colocó sobre la mesa. El título del libro era: Pueblos fantasmas de Nueva Inglaterra.
—Si escuchó eso de Nyarlathotep, solo pudo referirse a Obed Marsh —comenzó a hablar Carter—, fue un capitán de barco y empresario de Innsmouth, Massachusetts, una pequeña población pesquera que en las épocas coloniales había sido un próspero puerto de la región. Pero, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cayó en un declive económico y poblacional. El pueblo fue finalmente arrasado por las autoridades a principios del siglo XX.
»Sin embargo, pocos saben el motivo de esto. En 1840, el capitán Marsh retornó de un viaje trayendo consigo una nueva religión: el culto de Dagón y Cthulhu. Al rezar a estos dioses y ofrecerles sacrificios, el pueblo prosperó nuevamente. Había pesca abundante y, a veces, junto con los peces aparecían objetos de oro.
»Obed Marsh fue arrestado acusado de ocultismo alrededor de 1846, pero se sabe que algunos otros de sus seguidores lograron esconderse y continuaron con los ritos. Tenemos sospechas de que la gente de Innsmouth comenzó a mestizarse con los Profundos, una raza de hombres pez que sirven a Dagón y a Cthulhu, razón por la cual el gobierno federal había ordenado destruir el pueblo.
—¿Qué hay de sus descendientes? —preguntó Kenny.
—Se sabe que su nieto Zacarias Marsh fundó las Refinerías Marsh —respondió esta vez Edmund—. Esto para explotar las «vetas» de oro del pueblo. La compañía fue confiscada por el gobierno. Por otro lado, uno de sus hijos, Joseph Marsh, se negó a abandonar el cristianismo. Se sabe que tomó a su familia y se mudó hacia un lugar al oeste del país en 1842, siendo desconocido desde entonces por su familia en Innsmouth.
Carter sonrió con diversión, y luego contó algo más:
—Hay una anécdota curiosa sobre la familia Marsh.
»Aquí mismo, en Miskatonic, se conserva una carta de Zacarias Marsh a su amigo Matthew Roger, de aquí de Arkham. En ella escribe textualmente algo que su tío Joseph Marsh le había dicho al poco tiempo de abandonar a su familia para mudarse aquí, esto antes de partir y perderse en el oeste: "Tu padre es un necio que reza a dioses paganos. La locura es haber abandonado por eso al club de los conejos".
»Por supuesto, se desconoce a qué se refería con esto último.
—Tal vez era el culto del conejo de pascua —acotó Henrietta con sarcasmo.
La mayoría se encogió de hombros.
Un par de horas más tarde, los cuatro residentes de South Park volvieron a su hotel para recoger sus cosas.
El profesor Carter había conseguido un vuelo para esa misma noche, por lo que se despidió de ellos prometiendo mantenerse en contacto.
Esa misma noche, Kenny iba a regresar a South Park. Esperaba tener allí su última confrontación con Nyarlathotep.
