Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.
Universo Lovecraft-Park
Tras la huella de los dioses
Capítulo 9
«Mientras tanto, el culto, mediante los ritos apropiados, debe mantener viva la memoria de aquellas antiguas costumbres y escenificar la profecía de Su regreso.»
—H. P. Lovecraft, La llamada de Cthulhu
Días más tarde, Kenny se daría cuenta de que las señales del caos habían estado presentes desde el momento en que llegaron a South Park, pero ese momento, concentrado como estaba en verificar si Cartman estaban bien, no se habían percatado de ellas.
A la mañana siguiente a su llegada, el pueblo amanecería cubierto de una espesa y amenazante niebla que obligaría a las autoridades a cerrar las carreteras por tiempo indefinido. Los cielos mostrarían un color gris metálico durante días, mientras el tiempo hasta la alineación de las estrellas seguía corriendo.
Esa madrugada, Mysterion tenía dos misiones que cumplir. Primero, ir a ver a Cartman, luego a Liane.
No le costó mucho colarse a Paso al Infierno. Detestaba ese hospital. Sus negligentes médicos habían sido los causantes de su muerte en muchas ocasiones, y la seguridad era pésima. Aunque siempre había supuesto que lo último se debía a que South Park era demasiado tranquilo –en cuestión de robos y delincuencia común, claro está– como para que eso fuera un problema.
Cartman estaba durmiendo. Al parecer el peligro inmediato había pasado, sin embargo, estaba claro que luego de lo ocurrido nada sería igual para el Culo Gordo. Robó el expediente médico y consiguió descifrar parte de él: pérdida masiva de sangre causada por una herida profunda con un objeto punzo cortante (el cuchillo de cocina de Liane Cartman). Afortunadamente para él, la oportuna intervención médica había conseguido mantenerlo con vida hasta llegar al hospital, donde había sido enviado a cirugía.
Mysterion hizo un gesto de furia ante esto último, de haber sido él lo habrían dejado desangrarse como un cerdo.
Viendo que no tenía nada más que hacer allí, y tomando el riesgo de que Nyarlathotep decidiera atacar al Culón mientras él no estaba alerta, pasó a su siguiente misión.
La seguridad del Sanatorio Mental del Condado Park era un poco más eficiente que la de Paso al Infierno, pero seguía siendo mala en opinión de Mysterion. Le costó poco encontrar a Liane Cartman. Estaba en una habitación acolchada con una camisa de fuerza. En la puerta había una hoja de indicaciones para el personal:
La paciente es un peligro para sí misma y otras personas. No descuidar los medicamentos y las medidas de emergencia. Fuerte tendencia al suicidio.
Mysterion miró a Liane Cartman a través de la ventanilla de la puerta de la habitación de confinamiento.
La mujer estaba recargada contra una esquina, con la mirada en blanco y tarareando lo que parecía ser una canción de cuna. Daba tristeza ver de esa forma a una mujer que siempre había sido amable y cariñosa, a pesar de su mala fama en el pueblo. Al parecer, esta era la locura que Nyarlathotep podía causar en sus víctimas.
Mysterion estaba a punto de retirarse, cuando Liane Cartman se puso de pie y pareció quedársele viendo. Una sonrisa retorcida se formó en sus labios. Luego, en voz alta, comenzó su cántico:
—¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu, fhtagn! ¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu, fhtagn!
Pronto, la voz fue aumentando su intensidad, mientras poco a poco el lugar se llenaba con un coro de voces enloquecidas clamando a Cthulhu.
El héroe se apartó de la puerta y comenzó a correr por los pasillos, esperando que en cualquier momento el personal acudiera a calmar a los pacientes cómo días atrás.
Cuando llegó a la oficina del personal de turno se dio cuenta de que eso nunca pasaría. El personal del hospital también clamaba a Cthulhu.
- ULP -
Durante mucho tiempo había estado preparándose para ese momento. Se había ocupado de construir una habitación secreta en el sótano de la casa, a la cual había ido trasladando poco a poco todos los libros y materiales más importantes de su biblioteca y de sus investigaciones. Una precaución más que necesaria para quienes, como él, se dedicaban a investigar el mito primigenio. Los cultos eran terriblemente celosos de sus secretos y no dudaban en matar. No era la primera vez, y sabía que tarde o temprano vendrían detrás de él.
A decir verdad, a Edmund Biggle le sorprendía que aún no hubieran hecho nada contra él y su sobrina. En cierta forma, le gustaba creer que Jim era la causa de eso. Tal vez la amistad que habían sostenido en aquellos viejos días cuando estudiaban juntos en Miskatonic tenía un valor lo suficientemente grande como para que no se atreviera a hacer nada contra Henrietta… No se tragaba ni por un momento que Jim no hubiera sospechado de las intenciones de su sobrina y sus amigos al unirse a la asamblea de culto a Cthulhu que él dirigía.
Sí, eso tenía que ser: su amistad pasada debía ser lo suficientemente fuerte como para que, hasta ahora, no se atreviera a hacer nada en contra él. Aunque esa suerte ahora se había acabado.
En aquellos lejanos días de su juventud, Edmund era un joven que tendría a fantasear y aficionado a la etnología. Había formulado una serie de teorías que sabía nunca serían aceptadas por los llamados hombres de ciencia. Y era demasiado obstinado como para no escuchar a sus profesores, esas muchas veces en las que lo instaron a olvidarse de tales ideas absurdas que nunca serían aceptadas por la mayoría de los historiadores, arqueólogos y etnólogos respetados.
Miskatonic fue la única institución educativa que lo había escuchado. Fue por eso eligió dicho lugar para llevar a cabo sus estudios de postgrado, a pesar de que estaba demasiado lejos y significaba alejarse de South Park más de lo que nunca había hecho en toda su vida. No es que fuera algo común en su país, pero él siempre había sido un joven de pueblo.
Había amado la ciudad de Arkham a primer vista, con sus viejas casas de tejados holandeses, las callejas que parecían mantener vivos a los fantasmas de los viejos tiempos coloniales… Y la universidad, con sus viejos edificios de piedra, los tejados inclinados de estilo gótico, y la cúpula resplandeciente de la biblioteca Orne. En sus aulas había encontrado a otros que pensaban como él. Ya en las primeras clases, precisamente impartidas por el profesor Carter, uno de sus compañeros había alzado la mano para preguntar si era cierto que en la biblioteca se guardaba bajo siete llaves una copia del temible Necronomicón de Abdul Alhazred. Recordaba el nerviosismo con el que el profesor desalentó cualquier intento por consultar los volúmenes prohibidos de Orne.
También recordaba el museo de Arkham, en parte perteneciente a la universidad, en donde conoció a Jim y comenzaron a hablar. Precisamente había sido en la exposición con las piezas de Wilcox, las mismas que Kenny y Henrietta habían ido a ver un par de semanas atrás en Denver.
Alguna vez, en ese mismo museo, se habían exhibido los retratos de Richard U. Pickman, en especial su legendario y horrible Demonio necrófago alimentándose.
Fue precisamente él quien invitó a Jim a pasar un verano en South Park. A veces pensaba que fue allí en dónde su amigo decidió que South Park sería la sede de su culto a los primigenios.
Jim, aquel chico pálido de rostro triste, quien vivía a las afueras de la ciudad de Arkham en la vieja mansión colonial de su tío. Aquella lejana tarde en la que lo haba visto por última vez, cuando luego de dejar la universidad tras la muerte del viejo Lyman McElroy fue a verle. Le habló de las verdades que había descubierto y del gran destino que les habían puesto enfrente. Le tendió una mano invitándolo a formar parte de todo, y él le rechazó.
Su amigo, orgulloso, retiró la oferta y se marchó. Y aunque años después se habían visto varias veces en South Park, ya no se hablaban o siquiera saludaban.
Biggle siguió en Miskatonic. Carter se convirtió en su mentor y en un gran amigo. Poco a poco, a pesar de que sus teorías causaron conmoción, se fue abriendo paso como un académico respetable. Y ahora todo lo que había aprendido y no se había atrevido a hacer público, más por temor a lo que provocaría que a la burla de sus colegas, estaba bajo llave en aquella habitación que solamente su sobrina, Henrietta, conocía.
Jim era nativo de Arkham, o al menos eso creía, puesto que nunca hablaron sobre su pasado, solo sobre las teorías en común que los llevaron a profundizar por primera vez en el mito primigenio. O al menos era lo que pensaba en aquellos días. Ahora sabía que Jim McElroy sabía más de lo que había dicho en aquellas largas charlas en las que no dormían por compartir sus ideas sobre dioses, cultos y prehistoria.
Edmund Biggle se llevó la copa de vino a la boca y dio un pequeño sorbo. El último trago de alguien que pronto dejaría ese mundo.
No fue sorpresa cuando, nuevamente, no se equivocó. Escuchó cuando la puerta de la cocina fue tirada abajo. A esto siguieron una serie de pasos atravesando el vestíbulo en dirección a la habitación en la que él se encontraba.
Los asesinos venían encapuchados, sin dejar ver sus rostros. Estaba seguro de que Jim no había venido con ellos. Eso habría hecho las cosas mucho peores.
Dejó la copa, ya vacía, sobre la mesa para encarar a los atacantes.
—Bien, señores —dijo, tratando de no mostrar su temor a la muerte—. Terminemos con esto.
Todos sus asuntos estaban zanjados. Su única preocupación ahora era Henrietta, aunque confiaba en ella lo suficiente. Estaría bien.
Esa noche, Edmund Biggle murió.
- ULP -
El lunes, Kenny fue obligado por su madre a asistir a la escuela nuevamente. Cuando la campana sonó se dio cuenta de que faltaba la mitad de su grupo. Los pocos que se encontraban allí –él, Stan, Kyle, Butters y un puñado más, entre ellos Craig y su grupo de amigos, Wendy, Bebe y Red– parecían hablar sobre lo sucedido con Cartman la noche del sábado.
Los minutos pasaban, la clase debía de haber comenzado, pero el señor Garrison no se había presentado aún. Además, la directora no había dado los anuncios matutinos como hacía todos los días al comienzo de la primera clase.
Finalmente, el profesor Adler habló por el altavoz:
—Se les informa a los alumnos que las clases han sido canceladas debido a la falta de personal. Se les pide que permanezcan en sus salones. Recibirán una notificación escrita para sus padres.
Los rumores no se hicieron esperar ante la cancelación de las clases. Kenny dejó caer su cabeza sobre el pupitre, exhausto. No había dormido nada desde que bajara del avión y, de hecho, en las casi cinco horas de vuelo entre Boston y Denver, había dormido solamente alrededor de una hora.
—Oye, Kenny —la voz de Stan lo sacó de su necesitado sueño—. Iremos a ver al Culón esta tarde. ¿Vendrás?
Kenny alzó la vista para encontrar que Kyle y Butters lo miraban como esperando que diera una respuesta.
Antes de que pudiera contestar, la puerta del aula se abrió y entró el señor Adler, cargaba un paquete de hojas bajo su brazo. Caminó hasta el escritorio de Garrison y se sentó.
—Bien, conforme los llame, pasen a recoger el aviso y luego podrán retirarse.
Uno a uno los alumnos fueron saliendo del aula, tras ser llamados por orden alfabético. Kenny frunció el ceño extrañado: Adler se había saltado su nombre. Finalmente, únicamente quedaban él y el profesor en el aula.
—Joven McCormick —dijo Adler viéndolo directamente a la cara. Kenny se tensó, había algo en el profesor que no le agradaba, sobre todo tomando en cuenta que era parte del culto de Cthulhu— necesito que me acompañe. Hay unas personas que están deseosas de verlo.
Kenny se bajó la capucha y le dedicó una mirada fría, la mirada de Mysterion, y preguntó, con tono cortante:
—¿Qué pasa si me niego?
—Creo que no lo entiende, joven McCormick. Son órdenes del Hombre Negro. Debo llevarlo ante él.
Kenny entrecerró los ojos. ¿El Hombre Negro? ¿Acaso el mismo Hombre Negro que atormentaba a su hermanita? Sí, no podía ser otro. Adler era parte del culto a Cthulhu de South Park y ahora era evidente que dicho culto trabajaba con el dios a quién él se había propuesto derrotar.
—Nyarlathotep siempre ha venido a verme en persona. Si realmente tiene algo que decirme, debería hacerlo nuevamente.
—No sea arrogante, joven McCormick. Simplemente, acompáñeme y terminemos con esto.
—No. Esa es mi respuesta.
Adler se puso de pie y comenzó a caminar hacia él. Kenny también se puso de pie e hizo amago de correr hacia la puerta. El profesor, adivinando su intención, se apresuró hacia la misma y colocó el seguro.
—No tiene elección, joven McCormick.
Kenny entonces corrió hacia el otro lado, en dirección a la ventana. Tomó una de las sillas y la arrojó contra la misma destrozando el cristal.
—No sea tonto, joven McCormick —escuchó a Adler—, puede morir si se arroja desde la segunda planta.
—No sería la primera vez —respondió Kenny, y saltó.
Se estampó contra el suelo y un dolor intenso recorrió su cuerpo, pero no murió. Trató de levantarse, dandose cuenta de que su pierna derecha estaba quebrada. Maldición, pensó, seguro que Adler ya iba en camino hasta donde estaba. Lo llevaría ante Nyarlathotep: su intento de fuga había sido en vano.
—Pareces un insecto aplastado —escuchó una voz y alzó la mirada.
—¿Damien? —No sabía si era real o una ilusión producto del dolor intenso.
—Vamos, McCormick, no tenemos mucho tiempo. Esos adoradores de los Primigenios vendrán en cualquier momento.
—No sé si lo habrás notado, pero tengo una pierna destrozada —masculló el rubio.
—Pequeñeces —respondió Damien. Chasqueó los dedos y al instante las heridas de Kenny sanaron—. ¿Feliz? Ahora, vámonos.
Kenny se puso de pie y comenzó a correr detrás del anticristo.
—Habrá que ir por tu hermana —dijo Damien—, seguro es un objetivo.
—¿Sabes lo que está pasando? ¿Por qué el culto está de pronto tan activo?
—No tenemos tiempo, te explicaré todo cuando nos reunamos con mi padre.
Kenny simplemente asintió y continuó corriendo. Si el mismo Satán estaba allí, entonces las cosas estaban llegando a su punto crítico.
Fue complicado llegar a casa de Kenny, en primer lugar, porque había que atravesar medio pueblo; y en segundo, por una extraña niebla roja que comenzaba a expandirse por el pueblo parecía mermar sus fuerzas, incluso las de Damien.
—¿Qué rayos es esta cosa? —preguntó Kenny, mientras se detenía por la falta de aire. Aún tenían que recorrer unas diez calles más.
—Un obsequio de Nyarlathotep —respondió Damien—. Creo que ha decidido hacer en South Park lo mismo que en Dunwich.
Kenny frunció el ceño con molestia. De ninguna manera permitiría que South Park también se convirtiera en un pueblo fantasma. Sería un lugar extraño y todo, pero seguía siendo el único hogar que había conocido, donde vivían sus amigos.
Finalmente, se las arreglaron para llegar a la casa justo en el momento que varios hombres de la secta, vestidos con las túnicas negras, sacaban a su familia, secuestrada. Karen no estaba entre ellos.
—¿Qué carajo hacen? —gritó Carol McCormick.
Uno de los hombres intentó golpearla.
—¡No seas idiota! —le reprendió el otro, deteniéndolo—. No debemos dañar el portal del Inmortal.
Justo en ese momento, el suelo se abrió y una serie de sombras emergieron para arrojar a los ocultistas hacia un lado y apartarlos de los McCormick.
—¡Prueben un poco de los tormentos del infierno! —dijo Damien, mientras caminaba entre las llamas que comenzaban a salir de las grietas del suelo. Kenny no perdió tiempo y fue hacia sus padres y su hermano.
—¿Dónde está Karen? —los cuestionó.
—¡Oh, Kenny! Gracias a Dios que estás bien. —Damien la miró con mala cara.
—¿Dónde está Karen? —volvió a preguntar Kenny.
—Esa chica gótica vino a recogerla hace un rato, justo cuando llegó del colegio —respondió Kevin.
Kenny se relajó un poco. Seguro que Henrietta la pondría a salvo.
—Y ahora, ¿a dónde? —preguntó a Damien.
—A casa del profesor Biggle.
Kenny asintió, pero antes de seguirlo entró a la casa para ponerse el traje de Mysterion.
—¡Ah, el misterioso niño de nuevo! —gritó Stuart McCormick en cuanto lo vio.
—No tenemos tiempo para jugar a los héroes, McCormick —le espetó Damien.
—Es necesario —se limitó a responder.
Su familia lo vio con sorpresa, en especial sus padres.
—¿Kenny, eres tú? —preguntó Carol— ¿Todo este tiempo?
Mysterion volvió a verla por un momento.
—Ocúltense —ordenó con voz profunda—. South Park no es seguro.
Luego, junto con Damien, comenzó su camino a casa del profesor Biggle.
Después de un viaje accidentado, teniendo que desviarse varias veces debido a la intromisión de los miembros del culto, finalmente consiguieron llegar a la casa del profesor Biggle.
De inmediato Kenny supo que algo no estaba del todo bien. Para empezar, el portón estaba abierto, al igual que la puerta principal. Entonces, en el salón, distinguieron unas manchas de sangre que iban en dirección al comedor.
Al entrar, encontró a su hermana llorando. Cuando Karen se dio cuenta de su presencia, corrió hacia él y lo abrazó.
A pocos metros de ellos, Henrietta fumaba un cigarrillo tras otros de manera casi desesperada. Quizá era su peculiar forma de no perder la cordura.
En la silla principal del comedor, el cuerpo del profesor Biggle estaba recostado contra la mesa. Si espalda estaba empapada de sangre, cubierta por decenas de puñaladas. Se notaba que había muerto hacía varias horas. Posiblemente, poco después de llegar de Boston.
—Es hora de irnos —dijo Henrietta mientras se ponía de pie, en la mano derecha tenía un manojo de llaves, posiblemente del coche del profesor. Henrietta tenía el maquillaje corrido, prueba de que había estado llorando, aunque posiblemente jamás lo admitiría ni lo mostraría en público.
Damien dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Mi padre nos verá en Paso al Infierno —dijo—. Nos quedan setenta y dos horas para que R'lyeh emerja y, con ella, Cthulhu despertará con todo su poder. Es momento de pasar a la ofensiva.
El grupo se dirigió al coche.
—¿Qué hay de los otros góticos? —preguntó Mysterion, mientras subían al coche. Henrietta al volante, a su lado Damien y atrás Mysterion y Karen.
—Hay una cabaña abandonada oculta a medio kilómetro del lago Stark, decidieron esconderse allí.
—No me refiero a eso —aclaró Mysterion—. ¿Crees que puedan ser un problema para nosotros?
—Lo dudo. Entramos al culto para darle información a mi tío, aunque él siempre lo desaprobó. No tienen nada más que hacer con ellos.
Mysterion simplemente lo dejó pasar.
—Tratemos de encontrar a Kyle y a Stan. Seguro también son objetivos, por lo que dijo Nyarlathotep.
—¿Raven y su amigo conformista judío? —masculló Henrietta, el coche había tomado la carretera.
—Para ser góticos, están muy informados.
—El que no seamos conformistas no significa que no seamos observadores —replicó Henrietta.
Mysterion se recargó en el asiento. Tenía un mal presentimiento.
