Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es bornonhalloween, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to bornonhalloween. I'm only translating with her permission.


Capítulo 5

La idea de Anticuado de casual es manteles de lino blanco y una carta de vinos más gruesa que la biblia. Obviamente, él merece ser burlado.

—No puedo creer que este lugar se hace llamar restaurante, y no hay ni una alita de pollo en el menú.

Él baja su menú a la mesa.

—Creo que el pollo Statler tiene muslos si realmente te sientes nostálgica.

—De hecho, eso suena bastante bueno, pero también lo hace la costilla de ternera, el pez espada y los tortellini de calabaza.

Edward junta sus manos sobre el menú y me da su mirada de "intento descifrarte".

—¿Eres una de esas chicas que dice que está hambrienta y luego come dos bocados y dice que está llena?

—¡Ojalá! No, soy el tipo de chica que termina prácticamente todo lo que se encuentra frente a ella y luego pide el postre.

Su sonrisa se agranda.

—Mi tipo de chica.

Él procede a ordenar tortellini para compartir como entrada y una botella de pinot noir que ciertamente no vendemos en Hooters. Cuando llego a las tres cuartas partes de mi pez espada, estoy completamente llena.

—Espero que no decepcionarte si no puedo con el postre.

—Como quieras, pero voy a pedir las bolas de donas.

—¿Como las Munchkins?

—¿Munchkins? ¡Eso es como comparar una obra de Annie Leibovitz con una selfie en el baño! —Parece que lo he molestado. Es adorablemente apasionado repentinamente.

—¿Entonces eso es un no?

Estas bolas de donas salen calientes de la cocina, crujientes por fuera, esponjosas y suaves por dentro, rebozadas con azúcar y canela, y servido con una salsa caliente de chocolate. ¿Eso suena como algo que conseguirías en una parada en la ruta?

—Lo que sí suena es como que una persona está emocionándose demasiado aquí.

—Solo digo. —Mierda. Ese hoyuelo.

—¿Por qué no me dijiste esto temprano así guardaba lugar?

—Mala mía.

—Sí, no pareces tan arrepentido.

Edward llama al camarero y coloca la orden. Cuando las donas llegan, delicias humeantes y fritas asomándose desde su cesto, Edward se emociona. Tengo el presentimiento de que estoy a punto de ver su rostro de "O".

—¿Quisieras estar a solas con tus bolas de donas?

—Nop. —Toma una del cesto, lo sumerge en la salsa caliente, y lo sostiene sobre el plato mientras el exceso de chocolate gotea.

Me encuentro literalmente al borde de mi asiento, anticipando su primer bocado, pero debería haberlo sabido. Ese no es el estilo de Anticuado.

—Damas primero. —Estira el brazo sobre la mesa con la dona entre dos dedos y una expresión de salvaje anhelo en su rostro—. Sin presiones —dice.

Soy indefensa frente a este hombre y su excesivo pastel.

—Te odio ahora mismo —le informo antes de inclinarme para probar.

De acuerdo, la dona es jodidamente ridícula —chocolate caliente dando paso a la dulce masa crujiente contra mis dientes— pero la mejor parte es la expresión de dicha pura en su rostro mientras me observa. Este es un hombre que realmente disfruta de dar placer. Dejo que eso sea asimilado mientras degusto los sabores en mi lengua.

Me encanta que él no arruine el momento al demandar una declaración de mi parte después. No hay ningún "te lo dije", ninguna oferta apresurada de que pruebe otro bocado que solo degradaría el primero. En cambio, en lo que podría ser su movimiento más sexy hasta ahora, Edward sumerge lo que queda de la dona de nuevo en la salsa caliente, cierra los ojos, y coloca toda la cosa en su lengua. Mastica deliberadamente, como si memorizándolo. Estoy completamente maravillada por su apreciación de ese único bocado de comida.

Parece que hace un gran esfuerzo cuando finalmente abre los ojos, y su boca esboza una suave sonrisa. Luce tan felizmente satisfecho. Jódeme.

Jala la servilleta de su regazo y limpia el desastre de chocolate de sus dedos. Diablos, uno de los dos podría haberlo limpiado con la lengua. Qué desperdicio.

—Y bien —pregunta—, ¿qué piensas?

Creo que él es jodidamente sexy, pero no he bebido suficiente vino para decírselo.

—Lo sumergiste dos veces.

Todo su rostro sonríe.

—Viendo que planeo besarte ni bien estemos afuera, no me preocupa mucho intercambiar gérmenes.

¡Gah! Estoy segura que esa es una respuesta apropiada, pero todo lo que sale de mi boca es...

—Oh.

Él suelta una risita.

—¿Quieres otro bocado?

—Eh, ¿has visto mi uniforme? ¿Dónde voy a esconder una bola de dona?

No puedo culparlo por bajar la mirada hacia mi pecho.

—Asumo que eso fue retórico.

—Sí. Y hablando de uniformes...

—¿Sí?

—¿Por qué siento que no quieres contarme sobre tu trabajo?

—Ahh. —Coloca su tarjeta de crédito dentro del infolio de cuero. No insultaría a un hombre como Edward al ofrecerle dividir la cuenta—. ¿Crees que podríamos guardar esa conversación para nuestra segunda cita?

—¿Segunda cita, eh? Muy astuto, Sr. Cullen... ¿o es doctor Cullen?

—Solo señor. —Le da unos toques a su sonrisa con la servilleta—. No intento ser astuto en absoluto. Es solo que una vez que tomé la decisión que iba a besarte, no he sido capaz de concentrarme en otra cosa.

Gulp.

—¿Y cuándo fue el momento que tomaste esa decisión?

—Bueno, estuve seguro cuando la Sra. Cope abrió la puerta esta noche, pero si soy totalmente honesto aquí —pausa, se inclina—, lo he estado anhelando desde que te vi bien en el autobús.

Lo mismo digo, estoy segura, Sr. Cullen.

—Ajá.

Oh, sí, estoy completamente tranquila... hasta que salto de mi silla, frustrando el intento de Anticuado de apartar la silla para mí. Llevará un tiempo acostumbrarse a sus modales. Su mano gentil y que me guía en mi espalda rodea cómodamente mi cintura, y floto en vez de caminar hacia la puerta.

El ritmo de Edward se acelera mientras nos lleva hacia su coche. Todo en lo que puedo pensar es cómo sus labios se sentirán sobre los míos. Estoy ansiosa cuando me gira en sus brazos, mi espalda presionada contra su coche, y su boca se acerca a la mía. El aire entre nosotros está tan cargado, que me sorprende que no vea chispas cuando sus dedos tocan mi mejilla.

Tan rápido como llegamos aquí, todo se detiene. Él da un paso lo suficientemente cerca que puedo ver el subir y bajar de su pecho. Su sonrisa da paso a algo mucho más serio—¿maravilla, quizás? ¿Miedo a ser consumido por el deseo? Sus dedos temblorosos provocan un escalofrío mientras se mueven entre mi cabello, toman la parte trasera de mi cabeza, y me llevan hacia su boca.

—¿Puedo besarte, Bella?

Abro la boca para responder, pero no puedo producir más que un avergonzado gemido. Oye, tengo suerte de que aún pueda mantenerme de pie.

—Realmente espero que eso sea un sí —susurra.

Respiramos en sintonía —inhalación, exhalación, inhalación, exhalación— y entonces, no respiramos en absoluto. Presiona sus labios contra los míos, y compartimos el beso más natural que jamás he experimentado. Suave y elegante, cálido y dulce, y lleno de delicia de chocolate y canela.

Enlazo mis manos detrás de su cuello y me aferro como si me fuera la vida en ello. Él nos mece lentamente; respiramos como un único ser, abrimos nuestros labios para tener una conexión más profunda, acomodarnos en una mejor posición.

El tiempo y el lugar pierden sentido. Todo lo que importa es esta conversación íntima, nuestras lenguas intercambiando secretos.

Nos separa de nuestro beso, esa misma resaca pos donas y brillante en sus ojos. Los míos deben lucir iguales.

Parece que va a decir algo, y entonces sacude ligeramente la cabeza.

—Vaya, ¿puedo...? —Agacha la cabeza para otro dulce beso, y nuestros labios intentan aferrarse a este incluso cuando él se aleja—. Oh, hombre.

Me aclaro la garganta en vez de intentar decir algo que simplemente saldrá como un chillido.

—Creo que será mejor que te lleve a casa ahora —dice.

Antes que no podamos detenernos.

Ninguno de los dos sabe qué decir cuando subimos al coche. Viajar a su lado es una tortura cuando todo lo que quiero es más besos y más Edward. No puedo dejar de mirar su rostro. No sé cuándo lo volveré a ver, y no quiero olvidar ningún detalle.

Al diablo el orgullo. Saco mi teléfono.

—¿Te molesta si tomo tu foto?

Él voltea para ver si lo digo en serio.

—¿Ahora mismo?

—Sí.

—Adelante.

Está oscuro dentro del coche, y la calle está llena de baches. Las fotografías son horribles.

—Será mejor que actives el flash.

—No quería asustarte mientras conduces.

—Estaría más asustado si te vas con una foto mía horrible. Puede que no digas que sí cuando te invite a salir de nuevo.

Él está sonriendo tan fuerte que ese hoyuelo es un blanco fácil. ¡Clic! El coche se ilumina con el flash.

—Tienes razón; esa salió mucho mejor. Pero entonces, estoy segura que podría haber tomado una foto boca abajo de tu codo izquierdo, y aún así diría que sí.

—En ese caso, asegurémonos ya. ¿Cuándo es tu próxima noche libre?

—El domingo.

—Mierda, ¿en serio? Son cuatro días hasta entonces. —Allí está ese adorable puchero de nuevo, pero esta vez creo que lo hace en serio.

—Lo sé.

—¿Puedo cocinar la cena para ti el domingo, Bella?

—Eso depende, ¿eres un buen cocinero?

—No —dice tímidamente—, pero estaremos solos.

—Suena perfecto.

—¿No vas a poner eso en tu teléfono.

—¿Por qué? —Me río—. ¿Crees que lo voy a olvidar?

—No te preocupes. Te lo recordaré. Varias veces.

Viajamos a casa con felicidad. Edward deja el coche encendido mientras lo rodea para abrir mi puerta. Tomo su mano, y él me saca del coche y me lleva hacia un beso de buenas noches.

Enlaza sus dedos con los míos y me acompaña hasta la entrada. Quiero llevar a Edward conmigo adentro, pero así no es cómo funciona Anticuado.

Él envuelve sus brazos a mi alrededor en un abrazo. Esto funciona—a pesar que cada parte de mí quiere cada parte de él.

—Gracias, Edward. La pasé realmente bien esta noche.

—Yo también, Bella.