Outtake 3/5:
El prado
Edward
—Creo que deberíamos parar antes de que me desmaye — una lastimera y entrecortada voz llega detrás de mí y me volteo, riendo ante la imagen que tengo enfrente.
Bella está recargada en un roble; tiene puestos unos joggers y una camisa oversized. Sus tenis blancos están algo sucios de lodo y su coleta desordenada está llena de frizz. Está sonrojada y sudorosa y me parece jodidamente adorable.
—Vamos, Bella— la animo, pero cuando ella achica los ojos hacia mí pongo las manos en mi cintura y le devuelvo el gesto—. Tú querías venir.
Mi recordatorio no parece agradarle demasiado.
—¡No sabía que caminaría tanto! — se queja—. Llevamos más de dos horas dando vueltas en círculos.
—¿Conoces la definición de «senderismo», amor? — me burlo—. Además, no son vueltas en círculos. Hemos estado subiendo en la montaña.
Cuando digo esto último se toca el pecho aun jadeando y me mira mal.
—Bueno, eso explica por qué me falta el aire.
Ruedo los ojos ante su exageración y me acerco a ella, tomando su mano. Ni siquiera está cargando nada; la mochila la llevo yo, pero achaco su cansancio a que no está acostumbrada.
—Te terminarás acostumbrando —prometo. Su tarareo de afirmación no suena muy seguro, lo que hace que me muerda el labio para evitar reírme—. Sólo media hora más y regresamos.
—Dios, dame fuerzas.
En realidad, no lo quiero admitir, pero también estoy algo cansado. No hemos visto más allá que sendas naturales sin recorrer y estar viendo el mapa cada cinco minutos para no perderme ha comenzado a aburrirme. Suerte para nosotros, Carlisle me enseñó bien a usar una brújula. Si no, estaríamos en serios problemas.
Diez minutos después de seguir subiendo, comienzo a pensar en dar la vuelta y retirarme. Para este punto, Bella es prácticamente peso muerto. Está recargada del lado izquierdo de mi cuerpo y agradezco tener una buena condición física o sino ya nos hubiésemos caído.
No obstante, algo me detiene. Frente a nosotros pareciera haber una pared matorrales y es como si el sol pegara directamente en medio de ellos. Desde donde nosotros estamos, los pinos nos tapan lo suficiente para que solo haya sombra.
Bella ve lo mismo que yo.
—Ya estamos aquí— dice—. Vamos.
Caminamos un poco más, subiendo una empinada pared rocosa que me da un poco de mala espina en el proceso. Afortunadamente, no hay accidentes. Bella es ágil subiendo a pesar de que está cansada y yo tengo algo de experiencia en eso.
Cuando pasamos la pila de matorrales que nos tapaban la vista, mis ojos no dan crédito a lo que veo. Frente a nosotros hay un bonito claro (¿un prado?) que tiene casi una perfecta forma ovalada. Está rodeado de naturaleza, razón por la cual de primera instancia es difícil acceder a él, y es perfecto.
La hierba crece de manera poco prolija, pero no está muy alta, y muchas flores silvestres lo adornan. Pareciera que es el único punto del bosque al que el sol accede debido a la altura y la conveniente falta de árboles.
—Es hermoso — Bella dice y tarareo en afirmación.
Lo es.
No tardamos mucho en sentarnos en la hierba. Bella se recuesta y cierra los ojos, tomando respiraciones profundas. Suelto una risita por la nariz negando con diversión; a ella de verdad no le gusta caminar. Ni siquiera lo mejoró el hecho de que lo hicimos a su propio paso.
Saco de nuevo el mapa para anotar justamente dónde estamos.
—En realidad— comento y rompo el silencio por primera vez en minutos—, no estamos muy lejos de la ciento uno. Ni siquiera estamos tan profundo en el bosque, ¿sabes, amor? Sólo que decidimos tomar el camino largo y subir por la montaña a pie en lugar de hacer el mayor trayecto por la carretera.
Bella abre los ojos y me mira.
—¿Quieres decir que podemos caminar menos para llegar aquí la próxima vez? — pregunta esperanzada.
Afirmo con la cabeza.
—Tendría que probar, pero sí.
Eso parece hacerla feliz, porque sonríe. Me recuesto a su lado y nos tomamos de las manos y ella no tarda en pegarse a mí como de costumbre. La abrazo, sintiendo todos los lugares correctos de su cuerpo y su calidez contra la mía.
El sol está en lo más alto del cielo y nos pega de lleno, pero no hace calor; el clima sigue siendo templado aunque apenas estamos a comienzos del otoño.
Habían pasado unas semanas desde nuestra primera vez, cuando estuvimos juntos en Seattle. Desde entonces, ella y yo nos las pasábamos juntos y nos dejábamos ni a sol ni a sombra.
A veces me sentía como un cachorrito detrás de Bella, pero en el buen sentido. Antes, cuando estaba en Arizona mi vida era diferente. No tenía muchos amigos, más bien solo uno que otro compañero. Era difícil encajar, porque no soy del tipo hablador. En una escuela donde todos se sentían tan diferentes a mí, nunca encontré mi lugar.
Me di cuenta pronto que mi lugar es al lado de Bella; todo ese sentido de pertenencia que necesitaba fue llenado gracias a ella y su calidez. Estoy agradecido por tenerla conmigo y sí, efectivamente, soy un maldito suertudo.
—¿Por qué? —Bella susurra, aun con los ojos cerrados. Abro los míos y encuentro su cara pegada a la mía; sus labios están rosas y su respiración me pega directamente en las mejillas.
—¿Por qué qué? —contesto.
—¿Por qué eres un maldito suertudo?
Uh. ¿Dije eso en voz alta?
Me río, sintiendo como mi cuello se calienta a pesar de que no puede verme.
—Porque te tengo conmigo —digo simplemente.
Abre sus párpados y me mira con ojos brillantes; una sonrisa grande crece en su rostro y se pega más a mi, subiéndose a horcajadas a mi cuerpo.
—Ah, ¿sí? —pregunta, besando mi cuello.
—Sí, lo soy.
Mis manos se dirigen a sus caderas y pronto nos perdemos en una ronda de besos y enredos calientes. Es incómodo, porque el pasto se nos pega en la piel y estamos sudorosos, pero aun así todo se siente perfecto cuando estoy con ella.
Sí. Definitivamente este es mi lugar.
Bella mencionó en el capítulo 19 que encontró el prado con Edward en una de sus citas de senderismo, pero nunca dijo cómo. Aquí les dejo esa pequeña historia «3
¡Nos leemos luego!
