Moneda
Tocó a la puerta de la habitación y entró cuando escuchó la voz amortiguada de Malfoy dándole paso.
Nada más cerrar tras ella y mirarle sintió que le temblaban las piernas de alivio.
Él estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada sobre unos almohadones, el gesto adusto y una mueca de disgusto en sus labios.
Tenía el pelo algo más largo que la última vez que lo vio, más ojeras bajo los párpados inferiores y algunas arrugas profundas en su frente.
Se miraron en silencio durante algunos minutos hasta que Hermione finalmente suspiró y, mandando el sentido común al infierno, fue hasta él con pasó rápido. Llegó hasta la cama, se agachó, le tomó de las mejillas y besó su frente antes de ahogarle con un apretado abrazo.
—Qué susto me has dado —dijo hundiendo la cara en el hueco de su cuello.
Draco se quedó tenso y desconcertado en el momento en que sintió las manos de la mujer sujetar su rostro y aquellos labios llenos y suaves apretarse contra su frente en un brusco beso. Cuando ella le abrazó tardo un par de segundos en reaccionar, pero no se lo pensó cuando sus propios brazos rodearon su pequeña cintura empujándola contra él.
No entendía demasiado bien a qué venía aquello pero Draco no era ningún idiota, Granger se había convertido en una mujer hermosa, una que le había regalado la mejor noche de sexo de toda su vida, una que parecía haberle perdonado por lo imbécil que fue con ella en el pasado y que parecía querer su amistad, incomprensiblemente, pese a todo. Así que se dejó llevar por el momento, dándose cuenta de lo bien que se sentía el peso de aquel femenino cuerpo sobre el suyo, su aliento calentando la piel de su cuello, sus pechos aplastados contra su torso.
Con un sobresalto se dio cuenta de que se estaba empalmando y apartó las caderas hacia un lado, intentando alejar de ella aquella prueba tangible e innegable de lo mucho que estaba disfrutando de su preocupación.
Ella estaba murmurando algo sobre su oído pero, por su vida, que no era capaz de entender ni una sola palabra de las que estaba diciendo. Su olor, el roce de sus labios húmedos contra el arco de su oreja al hablar, el peso de esos pechos que no había podido olvidar presionando contra su torso medio desnudo, las caricias de sus rizos sobre la mejilla… Era más de lo que un hombre podía soportar.
Recordó cómo gemía mientras estaba sobre él, completamente empalada en su cuerpo en una postura muy similar a la que tenían en ese momento. Si bajara las manos podría volver a sujetar sus nalgas para dirigirla, para moverla en el ángulo exacto.
¡Merlín! su miembro se agitó y en aquella ocasión la bruja se dio cuenta de lo que ocurría por allí abajo. La sintió quedarse completamente rígida y cerró los ojos, intentando recuperar la calma.
—Está bien —dijo rompiendo el tenso silencio que solo estaba roto por las respiraciones cada vez más pesadas de ambos —lo siento —carraspeó pero no la soltó, impidiendo que se apartara de él — la maldición solo me alcanzó en un hombro —su voz se estaba ronca y era levemente burlona —el resto de mi cuerpo funciona perfectamente como puedes notar.
La escuchó ahogar una risa avergonzada y exhaló, erizando la piel de Draco y haciéndole estremecerse. Cuando Hermione se dio cuenta se ruborizó aún más, pero la sensación de empoderamiento que había sentido al darse cuenta de la forma en la que su contacto afectaba a Malfoy, creció y la excitación hizo que temblara de pura anticipación.
No iba a mentirse a sí misma, no recordaba lo que había ocurrido aquella noche que pasó en Malfoy Manor, pero era lo bastante sincera como para reconocerse que no le importaría repetirla sin estar bajo los efectos del alcohol. Puede que fuera una locura teniendo en cuenta todo lo que había alrededor, pero tenía casi cuarenta años y Malfoy se había convertido en un hombre muy atractivo y mucho menos gilipollas. De hecho, podría decir que le caía hasta bien ¿Qué habría de malo en sentirse atraídos el uno por el otro? Malfoy era viudo y ella divorciada, puede que él estuviera aún enamorado de su difunta esposa pero ella no buscaba de nuevo el amor, así que no debería haber ningún problema ¿Verdad?
Tragó saliva, horrorizada por los pensamientos que estaba teniendo mientras él continuaba en una cama de hospital, herido.
Se apartó de él, recordando de pronto dónde estaban y lo que había ocurrido.
—¿Qué hacías con Harry en Bulgaria, Malfoy?
—Ya lo sabes ¿Qué otra cosa podría estar haciendo con Potter?
—¿Por qué?
—Porque es culpa mía que Mulciber no esté en Azkaban, porque haga lo que haga cada uno de los días que siga en libertad será mi responsabilidad. Necesitaba hacer algo.
—¿Y decidiste que lo mejor que podrías hacer era ser un cebo en la misión de Harry?
Él la miró con molestia.
—No es como si mi única función fuera ser la carnaza, Granger —espetó enfadado.
—Pero es lo que te han hecho hacer ¿Verdad? Kingsley, al que adoro, no deja de ser un soldado, Malfoy, alguien que no duda en usar a cualquier descerebrado que se preste.
Draco puso los ojos en blanco.
—Era lo único que podía hacer. No permitiré que nadie muera por mi culpa. No de nuevo.
—Draco…
Él la miró y ella pudo ver todos los fantasmas que seguían allí, todas las pesadillas, los recuerdos de un pasado que parecía que aún no se había perdonado.
—Eras un niño.
—Tenía dieciséis años, Granger. Tú no eras mucho mayor, ni Potter, ni Weasley. No veo que ninguno de vosotros la cagara tan apoteósicamente como yo.
—¿Acaso teníamos otra opción que hacer lo que hicimos? —le apoyó la palma de la mano en la mejilla y sonrió —¿Acaso la tenías tú? Me costó un tiempo entender y perdonar, supongo que lo que tardé en madurar y comprender todo el conjunto. Eramos críos metidos en una guerra. Tienes que aprender a perdonarte, te lo dije.
Él suspiró y, cuando ella fue a retirar la mano se lo impidió poniendo la suya, más grande sobre la de la mujer y mirándola a los ojos.
Hermione sintió un vuelvo en el estómago y su corazón empezó a latir con fuerza, golpeando contra su caja torácica en un crescendo, podía escuchar su propio pulso reverberar en sus oídos y cómo la sangre se empezaba a acumular en sus mejillas.
—Te propongo algo —dijo él arrastrando las palabras suavemente, con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—¿Qué? —preguntó Hermione con voz ahogada.
—¿Tienes una moneda?
Ella frunció el ceño pero asintió, apartándose de él para rebuscar en el bolsillo de su túnica y sacar un sickle de plata.
—Elige cara o cruz —murmuró sin dejar de mirarla a los ojos con una intensidad que hizo que a Hermione le flaquearan las rodillas.
—¿Y qué es lo que quieres apostar? —preguntó con una expectación que jamás admitiría.
—Elige —repitió él con aquella voz hipnótica —cara o cruz.
—Cara
—Si sale cruz me dejarás mostrarte lo que ocurrió aquella noche, en mis recuerdos
Ella tragó saliva y sus pupilas se agrandaron.
—¿Y si sale cara?
—No lo sé, Hermione —respondió pronunciando su nombre con suavidad, haciendo que rodara por su lengua como una caricia —¿Qué quieres tú conseguir?
Hermione estaba cerca de los cuarenta, llevaba toda la vida siendo la perfecta hija, la perfecta estudiante, la perfecta prefecta, la perfecta amiga, la perfecta novia, la perfecta madre… y así una interminable lista de papeles. La única vez que había hecho una locura, algo completamente fuera de lugar, fue acostarse con Malfoy e incluso aquello lo hizo bajo los efectos del tequila.
Pero allí, mientras miraba los ojos de su némesis de escuela, de aquel hombre roto, herido y completamente perdido, supo que iba a hacer una locura nada propia de Hermione Granger.
—Un beso —dijo lamiéndose el labio inferior.
Draco la miró boquiabierto y desconcertado. Tragó saliva y entrecerró los ojos ¿Había escuchado bien? Sintió los latidos de su corazón acelerados y su miembro volvió a erguirse, expectante.
—¿Qué has dicho? —preguntó necesitando estar seguro.
—He dicho un beso —repitió ella con valentía, sin apartar aquellos ojos castaños de los suyos.
Él gimió.
—Joder Granger —masculló apartando la mirada y tragando de nuevo.
Ella siguió el movimiento de su garganta y se cruzó de piernas al darse cuenta de que se estaba excitando, imaginándose a sí misma lamiendo aquella piel pálida ¿Lo habría hecho? ¿Habría besado su cuello esa noche que no podía recordar?
—Puedo guardar de nuevo la moneda —dijo con una voz ronca que ni ella misma reconocía.
Draco volvió a mirarla, sus ojos parecían mercurio en estado líquido, ardientes, oscurecidos por el deseo.
—No —susurró aferrando su muñeca.
Ambos jadearon cuando la energía chisporroteó con el contacto, pero no se soltaron.
—Tira la moneda —le ordenó pasándose la lengua por su labio inferior.
Hermione inspiró hondo y lo hizo, mostrándole la palma donde había caído.
