Cárcel

Draco y Hermione llegaron a la casa de los Potter exactamente veinticinco minutos después de que Harry hubiera vuelto a entrar por la red flú.

Nada más entrar a Grinmauld Place la cara de horror de Malfoy fue el detonante de un ataque de risa por parte de Hermione.

Parecía estar viendo una película de terror muggle, o más bien, siendo parte de una de ellas. Tenía los ojos abiertos de par en par, el rostro más pálido de lo habitual y la boca entreabierta a medio camino entre la incredulidad y el ahogo de un grito que no acaba de salir de la garganta.

El salón recordaba a los restos del campamento del mundial de quidditch tras el ataque de los mortífagos. Había ropa por todas partes, mantas, sábanas, edredones, restos de cajas de galletas y varios botes de helado, restos de algo que parecía chocolate en la alfombra y el sofá así como distintas cajas de Sortilegios Weasley y lo que parecía el negativo de una foto en medio de una de las paredes.

Uno de los retratos de la sala que tenía toda la pinta de ser un Black, estaba escondido detrás de una mesa porque solo se le veían los pies mientras otro retrato estaba directamente vacío, como si su habitante hubiera huído mucho tiempo atrás.

—¿Esta es la casa de Potter? —preguntó Draco en un susurro acongojado.

—Eso creo —respondió Hermione risueña —normalmente está mucho más… limpio.

—Menos mal —exhaló el rubio mirando alrededor con morbosa curiosidad.

—Ha sido una fiesta intensa.

—¿Una fiesta?

—Una fiesta de pijamas, ya sabes, se juntan todos, cuentan historias de miedo, comen dulces….

—¿Comer? —preguntó Draco arqueando una ceja —esto parece una jodida bacanal romana. Una orgía de dulces y desenfreno.

—¡Draco! —Le dio un golpe en el brazo —¡Son niños!

—No seas mojigata —espetó él —una orgía de dulces no de sexo —puso los ojos en blanco y le dio un pellizco en el trasero sin poder evitar una risita cuando ella dio un salto y le miró fulminándole con esos enormes ojos castaños.

Sí, le gustaba esa Granger que estaba descubriendo. Esa que había conocido en un bar hasta las cejas de tequila. Le gustaba mucho la mujer en la que se había convertido.

—¡Papá!

Un bólido humano que esperaba fuera su hijo se echó sobre él y le abrazó con fuerza.

—¿Cómo estás? Hermione me dijo que estabas bien pero me preocupé cuando supe que estabas en el hospital.

—Estoy bien, hijo —le devolvió el abrazo y le desordenó el pelo, sonriendo para sí mismo al ver la incredulidad pintada en el rostro de la bruja ¿Acaso esperaba que fuera frío con su hijo? ¿Qué no le demostrara afecto?

En el fondo imaginó que probablemente era lo esperado teniendo en cuenta la forma en la que él se había criado. Pero Astoria nunca quiso que su hogar fuera un mausoleo gélido, sin amor ni afecto e hizo todo lo que estuvo en su mano para que la infancia de Scorpius fuera maravillosa.

Cuando fueron a vivir a Malfoy Manor, la enorme mansión era como una cárcel llena de dementores que hubieses drenado la alegría de todas partes, dejando un lugar gris, triste y solitario, un lugar como Azakaban. Ella cambió eso y le ayudó a cambiar a él mismo.

Astoria.

Perdió la sonrisa de golpe al pensar en ella.

¿Cómo había podido olvidarla durante aquella noche? Santo Merlín no había pensado en Tori desde aquel beso en San Mungo.

La culpabilidad empezó a roerle por dentro haciéndole sentir una completa mierda.

—Es hora de irnos —dijo a Scorpius con voz algo más gélida de lo que pretendía.

Hermione se dio cuenta del cambio.

Fue una fracción de segundo, pero aquellos marcados rasgos habían pasado de la sonrisa relajada que tenían al abrazar a su hijo a volverse rígidos y fríos.

No pudo evitar sentir un ramalazo de preocupación y una extraña sensación de pesadez. La sangre se heló en sus venas y tragó saliva, manteniendo su máscara de tranquila complacencia.

—¿Dónde están Rose y Hugo, Scorpius? —preguntó mirando al niño con calidez.

—Arriba con Lily y James. Albus y yo —dijo señalando al niño que estaba dando saltos en uno de los sofás —bajamos a ver si quedaban galletas.

—¿Y dónde están Harry y Ginny, cariño? —volvió a preguntar.

—El señor Potter se encerró en el despacho diciendo que tenía que —arrugó el entrecejo pensando —sacarse sesos del cerebro.

—No dijo eso —Albus seguía saltando y jadeaba felizmente —dijo que tenía que sacarte esas cosas del cerebro.

—En el cerebro solo hay sesos, Albus —dijo Scorpius con sencillez.

Su amigo se encogió de hombros, saltó al suelo y salió corriendo por el pasillo.

—La señora Potter está en la cocina, dijo que esperaba que las paredes aguantaran mientras hacía la comida.

Hermione sonrió y le dio un apretón en el hombro con cariño.

—Gracias, creo que iré a ayudarla.

—Si pudieras agradecer a Potter…

—Por supuesto —ella asintió con aquella máscara impersonal —le diré. Puedes esperar aquí a Scorpius mientras va a por sus cosas

—No tardaré —dijo el niño corriendo escaleras arriba.

Hermione fue tras él con paso tranquilo pero antes de que dejara la sala la mano de Draco tomó su muñeca y la hizo girarse.

—Yo… —frunció el ceño intentando encontrar las palabras, porque hace años se habría largado de allí sin volver la vista atrás pero ya no era aquel joven estúpido que había sido, la vida le enseñó demasiadas cosas como para volver a ese punto —lo siento —sacudió la cabeza y sonrió sin humor —no estoy seguro de haber hecho bien…

—Está bien, Draco —dijo ella quien también había cambiado mucho con el paso de los años —te sientes culpable, lo entiendo —se soltó de su agarra pero le dio un ligero apretón en la mano antes de dar un paso atrás —sé que estás enamorado de tu esposa, sé que te duele su pérdida y que has tratado de recuperarla luchando no solo con una maldición de sangre sino contra el tiempo y el espacio. Comprendo que lo que… en fin —dijo soltando el aire lentamente —que lo que hemos hecho ha debido ser… difícil para ti porque yo no soy ella. Pero si te arrepientes —dijo con una mueca que torcía sus labios en algo similar a una sonrisa —prefiero no saberlo —alzó las cejas y se encogió de hombros —yo no lo hago, me gustó pasar la noche contigo, Draco Malfoy. Harry no dirá nada, puedes estar tranquilo.

En ese momento llegó Scorpius cargando con su baúl.

—Adiós Hermione —dijo con una sonrisa sincera mientras su padre le quitaba la pesada carga —gracias por cuidarme.

—Oh cariño —respondió ella devolviendo esa sonrisa con una que sí iluminó sus ojos —siempre que necesites —le revolvió el cabello y agarró el marco de la puerta mientras salía — Adiós Malfoy —dijo mirando al adulto —espero que paséis unas felices fiestas.

Se marchó y Draco regresó a casa con su hijo, esperando que su madre no estuviera demasiado preocupada.

Nada más poner los pies en la mansión, Scorpius salió corriendo a los jardines a buscar a Narcisa mientras uno de los elfos recogía el equipaje y Draco iba hasta el salón dónde el retrato sin vida de Astoria le miró tan sonriente y falso como siempre.

—Lo siento —dijo cayendo de rodillas ante la oleosa imagen —perdóname.

Y lloró por la pérdida, por fin. Aceptando la ausencia de su esposa como un hecho inamovible que no podía cambiarse.

Cuando se levantó, más de veinte minutos después, supo que debía aprender a vivir de nuevo y salir de esa cárcel en la que él mismo se había encerrado desde que Astoria falleció. Una cárcel construida no con muros, ni piedra, sino con sus propios miedos y sus propias limitaciones. Una cárcel tras las que había escondido al niño asustado que había sido, al joven roto y marcado en el que se convirtió, al hombre lleno de culpa que era en el presente.

En aquel momento epifánico se dio cuenta de cómo había dejado que Tori fuera el ancla de su vida en absolutamente todo, cómo había puesto sobre sus pequeños hombros el peso de su felicidad, de su futuro, de su misma existencia. Escondido en aquella prisión, agazapado, viviendo a medias.
¿Había sido amor?¿O la necesidad absoluta que tenía de sentir y de saberse amado le había hecho volcarse en Astoria como si fuera el centro del universo?

La quiso, no tenía duda de ello, la quiso mucho. Pero Granger también quería a Weasley.

Una vez más las palabras de la castaña hablando de la amistad golpearon en su cerebro.

Tenía mucho en lo que pensar, pero sobre todo tenía muchas heridas que cerrar hasta encontrarse a sí mismo de nuevo, quizás por primera vez en la vida.