Disclaimer: De Horikoshi todo, excepto los OCs que no se reconozcan.

No, hoy el título no es una canción de Mulán, jajaja.

¡Muchísimas gracias por leer y comentar!


SALVAR CON UNA SONRISA (PARTE I)

«Quiero salvar a la gente con una sonrisa», solía decir el pequeño Izuku de cinco años, abrazando fuerte a su muñeco de All Might y señalando a la pantalla donde el héroe número uno hacía gala de su brillante dentadura. Inko reía y movía la cabeza antes de seguirle el invariable juego posterior a una noticia de una actuación del símbolo de la paz: dejarse perseguir por todo el salón y rendirse al final ante el gran poder del pequeño Izuku. «Todo está bien. ¿Por qué? ¡Porque yo estoy aquí!»

En cambio, este Izuku de ocho años, un poco más grande que aquel mocoso que no sabía atarse los zapatos, está pegado a la pantalla del televisor, como prácticamente todo Japón. Inko, de rodillas tras él, ni siquiera le dice que se aleje, observando atónita las declaraciones de los periodistas. En la pantalla, All Might alza el puño con determinación, señalando la victoria. Delante de él, All for One está de espaldas en el suelo, inconsciente. Todo es un desastre, el helicóptero que está grabando las imágenes apenas puede enfocar a All Might con tanto humo y polvo, pero es obvio que el héroe no se encuentra bien y que la victoria ha sido pírrica.

Kamino es un caos e Izuku es lo suficientemente mayor para comprender que es un desastre de proporciones mayúsculas y que jamás olvidará qué estaba haciendo ese día ni las horas pasadas delante del televisor, desolado y angustiado por el chico rubio que apenas unos meses antes había visto vencer en el festival deportivo y que ahora ha sido rescatado por algunos de sus compañeros de la U.A. tras su secuestro por parte de la Liga de Villanos. Preocupado por All Might, cuya silueta es prácticamente irreconocible, mucho menos musculosa y con el traje de héroe colgando sobre su cuerpo y dándole forma de espantapájaros. Por lo terrible que es darse cuenta, de repente, de que el mundo no es un lugar bonito, que el trabajo de los héroes no es un trabajo sencillo y lo terrorífico que es ver a alguien lo suficientemente psicópata como para destruir todo a su alrededor mientras disfruta de hacerlo.

No se despega del televisor mientras los héroes profesionales reducen y arrestan al resto de componentes de la Liga de Villanos, necesita ver un final, pero varios consiguen escapar antes. La policía especializada en villanos de destrucción masiva llega para contener a All for One antes de que este recupere el conocimiento. El primer ministro comparece ante los medios para informar de que serán trasladados a Tártaro hasta encontrar una ubicación para aquellos componentes de la Liga de Villanos cuyo Don los convierta en posibles terroristas de estado.

Inko intenta que se vaya a la cama cuando ya es noche cerrada, pero Izuku es incapaz de apartar la vista y las manos de la pantalla hasta que el locutor confirma que Katsuki Bakugou, el adolescente aprendiz de héroe secuestrado, se encuentra en perfectas condiciones tras ser rescatado por sus compañeros de clase y los héroes profesionales y que la Liga de Villanos no ha conseguido su objetivo de doblegarlo para que se uniese a ellos. Aunque la otra locutora desgrana los daños sufridos por la ciudad de Kamino, Izuku ya no presta atención, aliviado.

—Voy a ser un héroe como Bakugou-senpai —dice a su madre minutos después, cuando esta, por fin, consigue arroparlo en la cama, y cae dormido en un sueño inquieto que recrea las imágenes de la televisión.

En los meses sucesivos, en la imaginación de Izuku, Bakugou-senpai se convierte en Katsuki-kun, luego en Katsuki-chan y, por último, en Kacchan, mucho más fácil de pronunciar. El niño, su muñeco de All Might y el adolescente que plantó cara a la terrible Liga de Villanos y se negó a unirse a ellos aun a costa de su propia vida, se convierten en los mejores amigos dentro de la fantasía de sus juegos de heroicidades. Izuku no se pierde ninguno de los festivales deportivos de la carrera estudiantil de Katsuki Bakugou, celebrando cuando en su tercer año, al declararse absoluto vencedor por tercera vez consecutiva, es anunciado con su nombre de héroe.

—¡Dios de la Gran Explosión Asesina Dynamight! ¡Se llamará Dios de la Gran Explosión Asesina Dynamight! —Izuku salta por toda la sala. Tiene casi once años, pero su cuerpo delgado y su baja estatura le diferencian poco del niño de ocho años que empezó a idolatrar a Katsuki Bakugou tiempo atrás—. ¡Es un nombre genial, mamá! ¡Algún día…!

«¡Algún día seré un héroe tan genial como Dynamight y All Might!» se convierte en la frase más recurrente de Izuku, que se topa con la dura realidad de tener doce años, ningún Don y el sueño de ser un superhéroe. Es entonces, quizá, cuando más duele el apodo de Deku de sus compañeros de clase. A pesar de llevar oyéndolo durante años, son las risas porque su habitación esté forrada de noticias y pósteres de Dynamight, y sus armarios y estanterías repletos de objetos patrocinados por su agencia, como si no fuese legítimo que alguien sin Don admire a un héroe profesional, lo que hace que Izuku deje de llevar compañeros a casa. Son las carcajadas cuando, tras leer en voz alta una redacción en clase, Izuku manifiesta su admiración al Kacchan de su imaginación y su deseo de ser un héroe como él, hacen que Deku se incruste en su alma como un insulto. En la imaginación de Izuku, Dynamight y Kacchan se disocian en dos conceptos diferentes. Kacchan es el chico de quince años, cuya edad ya no le parece tan inalcanzable al Izuku de doce, que plantó cara a los villanos y que luego compartió años de juegos dentro de su imaginación infantil. Dynamight, en cambio, es el héroe al que admirar y desear en la lejanía, consciente de que pertenece a una realidad con la que el Izuku de doce y trece años ya no se atreve a soñar más que en la intimidad.

Sin contárselo a nadie, se postula para la U.A., dentro del departamento de héroes. Simultáneamente Dynamight, que desde su graduación hasta ese momento ha trabajado por su cuenta, imitando el modelo de héroes como Hawks o Eraserhead, comienza a trabajar con un subordinado de apoyo que le cubre las espaldas protegiendo a los civiles en sus intervenciones como héroe. Izuku es rechazado en la prueba teórica: no tiene un Don que pueda ser entrenado. Sin embargo, sus resultados en el examen hacen que la U.A. le ofrezca una plaza en el departamento de apoyo. Su decepción no le impide aceptar. Al fin y al cabo, es lo más cerca que Deku, un inútil, puede estar de los héroes.

Sus primeros días los pasa suspirando mientras envidia a la clase de 1A y sus entrenamientos. No es hasta que consigue hacer amistad con Hatsume, o más bien cuando esta se mete en su vida como un elefante en una tienda de cristalería, y ve cómo afronta ella el primer festival deportivo en el que participan, cuando Izuku comprende que, quizá, sí hay una vía que la sociedad es incapaz de valorar. Con una tenacidad que ha caracterizado cada una de sus etapas en la vida, Izuku comienza a trabajar duro en la especialidad de apoyo mientras sus ojos, como siempre, se dirigen hacia Dynamight y su recién inaugurada agencia, la más reciente del país.

Y vuelve a verse a sí mismo, de pie frente al héroe explosivo, como un niñato inmaduro que se encuentra con su ídolo de la infancia y adolescencia y nota más que nunca el enorme abismo que se abre entre ambos. De Katsuki Bakugou a Kacchan. De Kacchan a Dynamight y de ahí Katsuki de nuevo, en un enredo de nombres y sentimientos que se arremolinan en su pecho, peleándose con la culpabilidad de las mentiras. Izuku siente la mano vacía y fría y, tras mirarla unos segundos, decide tenderla hacia adelante, buscando de nuevo el contacto con Katsuki, pero este lo mira con desdén.

—Te llamas Izuku. —«Katsuki…», piensa Izuku, aterrorizado al comprender que el héroe sabe su secreto y está decepcionado, tal como en sus peores pesadillas—. Y no tienes Don.

El héroe, mucho más alto que él, exageradamente enorme al lado de su minúscula estatura, lo mira desde arriba con frialdad e ira en los ojos y los labios apretados. Izuku, agacha la cabeza, triste, y frente a él aparece el traje de héroe profesional de Dynamight. Izuku no sabe en qué momento se han acercado tanto, porque de repente ya no tiene espacio para ofrecerle la mano, que cierra en un puño, dolido. Permanecen así unos segundos, tan cerca el uno del otro que Izuku podría apoyar la frente en el pecho del héroe sólo con inclinar la cabeza hacia adelante, pero Dynamight se da media vuelta y se aleja a grandes zancadas, con las manos en los bolsillos, ahora vestido de civil, sin volverse a mirar a Izuku ni siquiera una última vez.

«Un sin Don. Un mentiroso. Un inútil. Un Deku que no puede hacer nada ordinario ni extraordinario sin engañar a todo el mundo», piensa Izuku, mientras un enorme dolor se abre camino en su pecho, casi partiéndolo en dos, cuando inspira profundamente y el olor a humo y piedra quemada le inunda la nariz.

.

—¿Cómo te hizo sentir eso? —Hitoshi está sentado en el diván en lugar de la habitual silla. Su psicóloga, que habitualmente se sitúa tras la mesa, se ha levantado y sentado en una cómoda butaca cerca de él, con las piernas cruzadas y su cuaderno de notas en el regazo, aunque hace rato que no apunta nada.

—No lo sé —contesta Hitoshi. Mira el reloj, nervioso, calculando mentalmente el tiempo que resta para el fin de la sesión.

No ha hablado de ello con nadie. Ni siquiera con Ichinose, a pesar de que este le había preguntado si se encontraba bien cuando llegó a casa. Sacar al chaval del callejón había sido sencillo, contener su ataque de pánico una vez llegaron a la calle principal había sido imposible. El estado de nervios en el que se encontraba Hitoshi tampoco había ayudado mucho. Alguien había llamado a una ambulancia, temiendo que el chico se ahogase, pero la policía había llegado primero, y eso había significado responder preguntas.

—Temí que me descubrieran. —Hitoshi sí se lo ha contado a su terapeuta, aprovechando su cita con ella.

Ha llegado nervioso. Lo ha estado desde ese día, en realidad. Se despierta por las noches, sudando, y luego es incapaz de conciliar el sueño. Mueve la rodilla rítmicamente cuando está estudiando, aunque Kendo, Tetsutetsu o Kuroiro lo reprendan con la mirada, molestos. Siente una opresión en el pecho todo el tiempo. Pero, sobre todo, lo que le molesta es haber tardado tanto tiempo en reaccionar. No haber sido capaz de defender a la víctima a pesar de que es él quien ha entrado en el callejón corriendo con la intención de auxiliar a quien lo necesitase.

Se levanta y comienza a caminar de un lado a otro de la consulta con pasos rápidos. Es pequeña, así que en apenas dos zancadas tiene que dar media vuelta o cambiar de dirección. La terapeuta lo sigue con la mirada, pero no dice nada.

—Nos preguntaron qué había pasado. El chico se lo explicó a uno de los policías, yo a otro. Tomaron notas, nos felicitaron por nuestra entereza. Me riñeron por no haber llamado a la policía a la vez que entraba al callejón y me aconsejaron que gritase fuego la próxima vez, en vez de pedir auxilio. Luego escribieron un informe y, para cuando la ambulancia llegó, el chico estaba tranquilo, así que nos mandaron para nuestra casa.

—¿Por qué ibas a temer que te descubriesen?

—Podrían habernos preguntado por el Don que teníamos. El chico podía haber recordado que le hice una pregunta al atracador. Habrían sumado dos y dos.

—Pero no lo hicieron —señala la psicóloga, descruzando las piernas para cambiar de posición.

—Si hubiera utilizado mi Don, no habrían necesitado ninguna pista, me habrían descubierto al instante.

—¿Y qué decimos acerca de inventarnos realidades alternas que nunca ocurrieron? —Hitoshi aprieta los labios. Se detiene junto a la ventana que ilumina de luz natural la consulta y mira a través de ella, quedándose en silencio durante todo un minuto, intentando provocar que su psicóloga diga algo más, pero no lo hace.

—¿Eso significa que hice lo correcto al no usar mi Don y que por eso todo salió bien? —se rinde Hitoshi, finalmente.

—No, ya sabes que no hago juicios de valor. —La psicóloga no duda un instante en dar una respuesta directa. La sala de consulta es uno de los lugares seguros de Hitoshi precisamente por eso. Es un sitio donde puede ser él mismo, donde no tiene que estar lidiando constantemente para demostrar quién es y cuál es su regla moral.

—Eres una tramposa —bromea Hitoshi. Se conocen desde hace años y, aunque lo ha dicho en tono serio, sin sonreír y sin mirarla, sabe por cómo pronuncia su siguiente frase que está sonriendo.

—El hecho objetivo es que todo salió bien. No del todo para el otro chico, que se quedó sin su dinero, pero los dos estáis sanos y salvos.

—Algo que podría haberse evitado si yo hubiese usado el Don. Pero el hecho objetivo es que no lo utilicé y que si lo hubiese hecho la reprimenda habría sido mayor. Oh, y que hice el acto heroico más ridículo de la historia.

—Hiciste lo que creíste más conveniente en esa situación. Fustigarnos por las decisiones que tomamos en el pasado con la información de la que disponemos en el presente es…

—Siempre una injusticia con nosotros mismos —completa Hitoshi. Otro vistazo al reloj le revela que se han excedido un minuto del tiempo de la sesión. Normalmente su psicóloga lo vigila por él, pero le gusta saber que puede controlar el ritmo y el tiempo de la sesión también; que puede, como hoy, utilizar ese tiempo para volcar su preocupación sin reparos.

Aunque sigue sintiendo la opresión en el pecho.

—Creo que hemos terminado por hoy, Hitoshi —dice la psicóloga. Hitoshi asiente y se separa de la ventana. No ha llevado chaqueta, pero sí coge el pequeño bolso donde lleva su teléfono y las llaves de casa—. ¿Te parecería bien que nos viésemos la semana que viene?

—¿La semana que viene? —repite Hitoshi, desconcertado. Hace al menos dos años que no tienen visitas semanales e, incluso, están valorando la opción de espaciar todavía más las visitas, algo que nunca había ocurrido con otros terapeutas que le han tratado anteriormente. Esta psicóloga le ha ayudado mucho, por fin había conseguido empezar a profundizar en muchos temas y a progresar. De hecho, le había dado tanto vértigo la perspectiva de tener menos visitas concertadas como ahora le está dando retroceder pasos en la terapia.

—Sólo como algo temporal, para evaluar que hayas conseguido hacer las paces contigo mismo, que pasas página adecuadamente con este tema —dice la psicóloga, con suavidad. Hitoshi aprieta los labios y asiente, sacando el celular para memorizar la cita. Se despide con un gesto de cabeza educado que la terapeuta no responde, mirándolo distraídamente—. Hitoshi…

Se da media vuelta, ya con la mano en el picaporte, extrañado. Su terapeuta le mira con un gesto extraño en la cara. Hitoshi frunce el ceño, inquieto, pero la mujer tarda un rato en encontrar las palabras.

—¿Qué Don tenía el chico?

—¿Eh? No lo sé. —Hitoshi niega con la cabeza, cada vez más desconcertado.

—Dices que el atracador dijo algo acerca de la Liga de Villanos. —Hitoshi asiente, sin saber dónde quiere llegar con todo eso. La sesión ya ha terminado, hay más gente en la sala de espera esperando su turno y esta situación nunca había ocurrido—. ¿Qué… qué pensaste acerca de ello?

—¿Qué? —Hitoshi se queda helado, porque la única interpretación que se le ocurre de esa pregunta lo aterroriza. Había creído dar con una buena psicóloga, alguien con quien podía abrirse sin prejuicios por su Don. Ella nunca ha esquivado sus preguntas, aunque sea porque están en una consulta médica y la confidencialidad crea una complicidad que propicia a la confianza.

—¿Cómo te hizo sentir? —insiste una vez más. Quizá si Ichinose no lo hubiese tanteado de la misma manera, o si Hitoshi no hubiera estado mirando algunos vídeos por internet, preocupado por el ambiente general cada vez más enrarecido de la población, a lo mejor no le estaría doliendo el estómago de la misma forma que ahora.

—Asqueado —dice Hitoshi. Algo bulle dentro de él y lo impele a seguir hablando—. Es una excusa. Él habría hecho exactamente lo mismo si la Liga de Villanos no hubiese escapado de Gunkanjima, sólo se siente legitimado a hacerlo porque se ha autoconvencido de ello. Dudo que haya empezado a atracar justo ahora.

—¿Consideras que es enteramente responsable de sus actos? —pregunta la psicóloga.

—¡Claro que sí!

—¿No crees que tiene un poco de razón en que es la propia sociedad la que lo ha abocado a estar ahí? Tú mismo has hecho gala aquí de tu frustración por los prejuicios hacia los Dones peligrosos, poco estéticos o sin utilidad —insiste la psicóloga. Hitoshi sigue sin saber dónde quiere llegar, y la conversación le resulta cada vez más incómoda.

—No lo sé… —susurra finalmente—. Yo no lo hice. He… —duda un segundo, y la opresión en el pecho aumenta—. He hecho cosas de las que no me enorgullezco, ya lo sabes. Pero…

—Has decidido buscar caminos que te ayuden a lidiar con esa frustración. Tus decisiones, Hitoshi, cuentan.

—¿Por qué me dice todo esto ahora? La sesión ha terminado.

—Porque creo que te sientes culpable por no haber utilizado tu Don. Y, a la vez, te remuerde la conciencia pensar que si lo hubieses usado no serías tan diferente de ese atracador o de la Liga de Villanos, que intentan cambiar una situación injusta estableciendo otra situación injusta. —Hitoshi aprieta los labios, dolido por lo certero—. Buscan mover el peso de la balanza al otro lado, no equilibrarla. Tú siempre has querido equilibrio, no estar por encima.

—Es así —dice Hitoshi cautelosamente.

—Es así —confirma la psicóloga—. Ese chico del que me has hablado a menudo... Midoriya. No tiene Don. Podría haber sido el chaval del callejón, perfectamente, porque no utilizó su Don. Ese atracador, la Liga de Villanos… son una tentación fácil para aquellas personas que no tienen Don o que tenéis Dones complicados de manejar en sociedad y de utilizar o poner en práctica, pero en el fondo, son un peligro para esas personas tanto como para el resto.

—Pensaba que en nuestras sesiones nunca te posicionabas, pero esto… —Hitoshi está confundido.

—La sesión ya ha terminado —le recuerda la psicóloga—. Y hay veces que es necesario posicionarse. Si viene un paciente homosexual, bisexual o trans… tengo que posicionarme políticamente para esa persona. Lo necesita para sentirse segura. Tú también necesitas que me posicione. Que te diga que estoy de tu lado, que la injusticia social que sufres no me parece bien y que creo que ese ladrón no tenía razón: no es la Liga de Villanos la que hará que el sistema cambie realmente, sólo lo viciará para su beneficio.

—Lo sé —susurra Hitoshi—. Sé todo eso, por… Por supuesto que lo sé. No… No me interesa la Liga de Villanos. Yo sólo… Bueno, no podía hacer oídos sordos a alguien que necesitaba ayuda.

—Y eso es lo que hace un héroe, Hitoshi —dice la psicóloga con una sonrisa tensa—. Y eso no habría cambiado si hubieses decidido utilizar tu Don. Incluso aunque eso hubiese traído consecuencias injustas para ti. Si yo hubiese sido ese chaval, habría agradecido que usases tu Don. Si hubiese sido tú, habría utilizado mi Don.

—Pensaba que tampoco hacía juicios de valor.

—Parece que vamos a romper unas pocas reglas hoy. Sólo hoy —reitera la psicóloga.

—¿Por qué me cuenta todo esto? —pregunta Hitoshi.

—Mi Don, Hitoshi, hace que la gente se relaje y se desinhiba. —Es la primera vez que la psicóloga le da un dato personal sobre ella misma. Otra regla rota. Hitoshi se queda mirándola fijamente, pensando en todas las consultas anteriores de los últimos años, todos los momentos tensos, todas las sesiones en obstinado silencio, en monosílabos hastiados, en la misma de hoy, nerviosa, alterada… Y comprende por qué la terapia se encauzó precisamente con ella—. Tenemos muchas cosas en común: lo sencillo que sería utilizar nuestro Don para la actividad que realizamos o nos gustaría realizar y, aun así, respetamos la confianza depositada en nosotros a la hora de no aprovecharnos de él.

—Suena un poco contradictorio.

—No lo es. Porque puedo elegir no traicionar la confianza que depositas en mí, como tú no traicionas la que yo deposito en ti cada vez que respondo una pregunta. Pero si mi Don pudiese salvar la vida de una persona, o la mía propia, lo usaría sin dudarlo. —La psicóloga lo mira intensamente—. Son nuestras decisiones las que hacen que un mismo acto pueda ser negativo o positivo. Una villanía o una heroicidad. Escuchar un grito de auxilio y correr hacia él en lugar de en dirección contraria, Hitoshi, es un acto heroico. Incluso aunque pueda ser calificado de imprudente o ilegal.

—Gracias —susurra Hitoshi al cabo de unos segundos. Esas palabras le han ayudado a desenredar, al menos un poco, la presión que siente en el pecho.

—Nos vemos la semana que viene, entonces. —Con una sonrisa de simpatía que Hitoshi corresponde con cierta perplejidad, asimilando aún todo lo que acaba de escuchar, se despide de él.

.

El dolor del pecho de Izuku es tan insoportable que es lo primero, y único durante varios segundos, que siente al despertarse mientras los recuerdos de su recuerdo, ¿o era un sueño?, se desvanecen de su mente. En la piel desnuda de la espalda siente la hierba fresca, humedad por el frío nocturno de la primavera, aplastada por su peso; el olor a acero quemado, polvo de hormigón y plástico derretido parece haberse disipado. Abre los ojos, que le escuecen terriblemente debido a la irritación y se incorpora.

A su alrededor, en la oscuridad, hay más gente tumbada, aparentemente dormida o inconsciente. En un vistazo rápido reconoce a le profesore Katô, que está siendo atendide por una de las heroínas de apoyo de alguna de las agencias de los héroes alojados en el complejo, y a Uraraka, que está sentada a un par de metros de Izuku, con una manta térmica alrededor de los hombros y una botella de agua entre las manos. Izuku se sienta, arrebujándose en su propia manta térmica.

—¡Hisashi! —Sero se acerca a él con una sonrisa que contrasta con los rostros serios de todas las demás personas del entorno. Se vuelve hacia atrás y grita—: ¡Eh! ¡Midoriya ha despertado ya! ¿Cómo te encuentras, compañero? —pregunta al llegar a su altura, poniéndose en cuclillas frente a él.

—¿Dónde estamos?

—A medio camino entre Musutafu y el complejo —responde Sero, señalando detrás de Izuku.

Este mira en la dirección de su mano y ve el complejo a lo lejos, quizá a un par de kilómetros de distancia, todavía brillando con algunos fuegos aislados, aparentemente desierto. Probablemente no se vería en la oscuridad si no fuese por la luz de los incendios que marcan su posición, pero incluso desde ahí el panorama es desolador: un tercio del complejo literalmente ha desaparecido y deja la impresión de que falta un trozo del puzle por construir. Del resto, más de la mitad está ennegrecido o consumido por las llamas y reducido a escombros y lo que queda en pie está apagado y abandonado, iluminado sólo por el leve resplandor del fuego

—Joder…

—Sí… Conchesumadre… —asiente Sero. Tras él, aparecen Kaminari y Hatsume, que ayudan a Uraraka a acercarse también—. Al menos nosotros estamos bien gracias a ti. Un poco como la mierda: magullados, intoxicados por el humo y con alguna quemadura superficial, pero nada que no se arregle en unos días.

—Tu mano… tras saltar —murmura Izuku, recordando que su amigo había pensado que se la había dislocado.

—Una torcedura. Todavía me duele, pero no es grave.

—¿Y el resto? ¿Los profesores Watanabe y Katô? ¿El chico de la cocina? —pregunta Izuku, angustiado ante la idea de decenas de personas muertas—. ¿Tú estás bien, Uraraka-san?

—Estoy bien —asiente la chica, esbozando una débil sonrisa—. Por lo visto, respiré demasiado humo, pero ya me encuentro mucho mejor.

—Katô-sensei ha sido atendide por Recovery Girl y sólo está agotade —dice Hatsume cáusticamente. Después de ayudar a Uraraka a sentarse al lado de Izuku, se cruza de brazos y frunce el ceño, sin acercarse demasiado—. Watanabe-sensei está bien, es sólo que es un poco mayor ya; no debe de estar muy lejos y el chico que os acompañaba parecía en perfectas condiciones.

—El resto… —Kaminari se sienta al lado de Sero, con aspecto un tanto desmoralizado—. Bueno, hay gente mejor y gente peor, pero todos los que estamos aquí hemos tenido suerte. Recovery Girl está utilizando su Don con los más graves y ya no corre peligro la vida de nadie, pero el resto, incluido tú, tendremos que sanar nuestras heridas a nuestro ritmo, la vieja heroína no da para más.

—¿Está todo el mundo a salvo? —pregunta Izuku, intuyendo la respuesta. No cree que sus amigos o profesores hayan sido los únicos en quedarse encerrados. Que gran parte del complejo haya desaparecido tampoco es muy alentador.

—No lo sabemos —contesta Hatsume, que todavía lo mira con hostilidad.

—De nuestro grupo sí —añade Kaminari, aunque sigue pareciendo triste—. De otros…

—Tendrás que preguntárselo a Dynamight, tú que te llevas bien con él. Al resto nadie nos cuenta nada. —Ya no hay duda: Hatsume está enfadada con él. Izuku se siente culpable, pues imagina que se debe a que ya ha averiguado su pequeño secreto con el taller de trabajo.

—Sí sabemos que hay gente desaparecida —murmura Sero, perdiendo la sonrisa en una mueca de circunstancias—. La cosa está penca. Gente que no encuentra a sus amigos y que los vieron por última vez en los dormitorios o en los pabellones de comedor, pero todavía están pasando una lista de nombres. También se rumorea que hay bajas entre las otras agencias, incluidos héroes profesionales. Me recuerda… —Se calla, perdiendo la mirada en el complejo. Izuku se muerde el labio para no mencionar el episodio de Kamino, cuando el héroe profesional All Might, símbolo de la paz y número uno, había conseguido detener a All for One y su Liga de Villanos con la ayuda de otros héroes a costa de su integridad física. Se había retirado de la actividad profesional en ese momento, todo a raíz del secuestro de un joven Katsuki Bakugou que…

—¿Katsuki? Quiero decir, Dynamight —pregunta Izuku, corrigiéndose demasiado tarde, mientras su corazón se acelera por la angustia de pensar que le pueda haber pasado algo. Sus amigos no parecen darle importancia, así que Izuku insiste—: ¿Él está bien?

—Está por ahí, reuniéndose con otros héroes, hablando con Recovery Girl… Creemos que van a empezar a evacuar esto y sacarnos de aquí. Supongo que ahora mismo aquí somos vulnerables si la Liga de Villanos decide volver a atacar y terminar lo que han empezado —explica Hatsume, resoplando. Izuku abre la boca para preguntar de nuevo, pero Hatsume se adelanta—: No sé cómo está porque nadie nos ha contado nada, pero yo lo veo bien. Mejor que tú, de hecho.

—Voy a buscarlo —dice Izuku, intentando levantarse.

Los retazos de sus últimas conversaciones vuelven a él. El momento en que la alarma había interrumpido la confesión de Izuku, decidido a acabar con la culpabilidad que siente por haber ocultado su falta de Don, la forma en la que estuvo a punto de fastidiarlo todo definitivamente tratando de ser un héroe y poniéndose en peligro por algo material, haciendo que Katsuki tuviese que ir a por él. Se siente culpable y necesita ver que el héroe no tiene ninguna herida provocada tras haber rescatado a los profesores del comedor por haber ido a buscar a Izuku al taller.

—Quieto ahí, weón. —Sero le pone una mano gentil en el hombro, empujándole para obligarlo a quedarse sentado.

—Tengo que hablar con él. —Cruza una mirada con Hatsume, que frunce el ceño y niega con la cabeza.

—Tú tienes quemaduras bastante chungas en las manos, en el rostro y en los pies, varios cortes ´superficiales en el brazo izquierdo, otros tantos por todo el cuerpo, quemaduras leves por todas partes, estás deshidratado y has respirado humo durante demasiado tiempo —informa Hatsume. Por primera vez en toda la conversación, Izuku ve en su expresión un gesto de simpatía y compasión—. Eso último fue lo que hizo que te desmayases. Aunque Recovery Girl también ha dicho que es habitual que pase cuando el chute de adrenalina se esfuma.

—¿Me ha atendido Recovery Girl?

—Mientras estabas inconsciente —asiente Kaminari—. Aunque no ha utilizado su Don, dice que estás fastidiado, pero que no eres un caso de vida o muerte.

—No, no lo soy —susurra Izuku aliviado, cerrando los ojos. Las imágenes de lo que ha hecho en la última hora le llenan de pánico, pero no puede evitar pensar en ellas.

—¿Entonces, son profesores vuestros? —pregunta Sero. Izuku abre los ojos. El chico está señalando con la mirada hacia Katô, que ha abierto los ojos, y el profesor Watanabe, que ahora está a su lado, ofreciéndole una botella de agua. Izuku y Hatsume asienten—. ¿Y qué hacen aquí dos profesores de universidad?

—Creo que estaban trabajando para la Comisión de Héroes en los talleres de trabajo —responde Izuku, encogiéndose de hombros—. Supongo que serán reclutas como nosotros, pero que los han destinado a otras áreas por sus habilidades.

—¿Tú sabías que estaban aquí? —pregunta Hatsume, entrecerrando los ojos.

—Me he enterado hoy mismo. Me topé con ellos cuando… —Duda durante un segundo, pero no merece la pena guardar un secreto que Hatsume ya debe haber deducido por su cuenta—, después de cenar, yo iba hacia el taller y ellos iban al comedor a cenar. Justo después estalló todo.

—Pero… ellos saben que tú… —Hatsume deja la frase en el aire, sin terminarla. Izuku mira al suelo, preguntándose si el profesor Watanabe ya ha informado a Katsuki o a cualquier otro héroe responsable de su condición de persona sin Don. De nuevo, la ansiedad y el miedo le atenazan el pecho—. Podrías haberme dicho lo de ese taller —dice después, dolida. El resto de sus amigos apartan la mirada, en un fútil intento de darles algo de intimidad.

—Lo siento mucho —murmura Izuku, desolado. Hatsume ha sido su mejor amiga desde que entraron en la U.A. y, hasta ahora, nunca se habían ocultado nada. Si confía en alguien, es precisamente en ella—. Prometí a Dynamight guardar el secreto. En realidad, lo hizo para que pudiera mejorar mis guantes, creo que no le fue sencillo conseguirme el permiso.

—No habría dicho nada a nadie —insiste Hatsume.

—¡Claro que no! Pero había prometido guardar el secreto, y me sentía culpable porque no te lo estaba contando —Los ojos de Izuku se llenan de lágrimas y su amiga vuelve a ablandarse—. Lo siento, Mei. Te lo quise contar, ¿recuerdas? No me gusta guardarte secretos, pero…

—Chico idiota —dice Hatsume, agachándose a su lado y abrazándolo con ímpetu. Aliviado y consolado por el contacto, Izuku le corresponde inmediatamente—. Pensaba que tenía que ver con Dynamight y que sólo queríais un poco de discreción.

—¡¿Qué?! ¡No! —exclama Izuku, sonrojándose. Sero, Kaminari y Uraraka, que están haciéndose los distraídos, intercambian una mirada cómplice y sonríen, evidenciando que están escuchando la conversación.

—Ya lo veo, ya. —Hatsume no lo suelta e Izuku comprende que la chica lo ha pasado mal y que, a pesar de su enfado, está muy preocupada por él—. No importa. Te dije que soy tu amiga, ¿no?

—¿Estás muy enfadada? Ya sé que a ti también te habría gustado poder trabajar en un taller y…

—Joder, sí estoy cabreada, pero no por el taller, Hisashi —dice Hatsume, resoplando, separándose del abrazo, pero sin apartarse de Izuku—. Bueno, a lo mejor un poco sí, pero eso es una tontería y además te dije que no me iba a enfadar si no podías contármelo. Me ha… sorprendido, porque esperaba que fuese otra cosa, pero no estoy cabreada por eso. Me duele que no me lo contases, no que pudieras trabajar en tus dispositivos. Los necesitas —remarca con énfasis.

—¿Entonces? —pregunta Izuku, contrito, intuyendo que hay un pero.

—Estoy enfadada porque te metiste en medio del fuego para rescatarnos y luego, cuando ya estábamos a punto de estar a salvo, desapareciste porque tenías que ir a un taller. No hay nada, nada, tan importante en un taller como para arriesgar tu vida metiéndote en un edificio en llamas, ni siquiera tu estuche de herramientas.

—¿Cómo sabes…?

—¿Quién crees que recogió tu mochila cuando te desmayaste y luego la abrió para sacar la manta térmica y arroparte? —pregunta Hatsume con sorna.

—Lo siento mucho. Fui un insensato —asiente Izuku, que sabe que Hatsume tiene razón—. Pero no puedo arrepentirme. Si no llego a ir, no habríamos escuchado a los profesores y el otro chico pedir auxilio. —Súbitamente, Hatsume, que se ha quedado arrodillada delante de él tras soltarlo, vuelve a abrazarlo con tanto ímpetu que a Izuku le cuesta trabajo conservar el equilibrio y no caer hacia atrás.

—Gracias por rescatarnos —susurra Hatsume, que ya no parece irritada.

—Sí, weón. Ha sido bacanísimo por tu parte —dice Sero, que parece considerar que la conversación privada entre Izuku y su amiga ha terminado. Kaminari y Uraraka se apresuran a secundar sus palabras.

—No hay que darlas. Volvería a hacerlo otra vez —murmura Izuku con la voz ahogada, conteniendo otro sollozo.

—Pero, y quiero que esto te quede claro, no vuelvas a salir corriendo sin dar explicaciones. Creí que me moría de la preocupación y del miedo —le advierte Hatsume, recuperando parte de su tono severo.

—Sí, tío, tenías que haber visto a Dynamight cuando hemos aparecido en el patio de entrenamiento. Ha preguntado por ti al vernos y cuando le hemos dicho dónde estabas ha salido corriendo mientras decía más palabrotas juntas de las que he oído en toda mi vida —dice Kaminari, relajando el tono de la conversación.

—Creo que van a informar de algo —dice Uraraka, interrumpiendo la conversación y señalando al sitio donde algunos héroes profesionales de la agencia de Dynamight están reuniendo a la gente—. ¿Creéis que nos vamos? —pregunta con cierta esperanza. Izuku comparte el sentimiento, de pronto ya no se siente seguro allí, vulnerable ante un nuevo ataque de los villanos.

—Esperad, no os mováis. Iremos Denki y yo y luego os contamos —dice Sero, levantándose y cerciorándose de que su mochila sigue donde la ha dejado. Izuku se fija en que todos sus compañeros, incluso Uraraka, tienen las mochilas de supervivencia consigo. La mitad de sus ropas están inservibles, pero las mantas térmicas y demás elementos de las mochilas les serán útiles a todos si tienen que pasar la noche ahí.

—No todo el mundo lleva la mochila —observa, mirando a su alrededor, constatando que otras personas no la tienen.

—Más gente de la que crees —dice Hatsume, contrariándole—. Casi todos los reclutas estábamos en la zona de dormitorios, así que pudimos cogerlas.

—Ellos no —dice Izuku, señalando a los profesores. Con esfuerzo, se levanta y abre su propia mochila, sacando el pequeño estuche de herramientas, la tela antirretroceso que estaba diseñando para Dynamight y los guantes de fuerza que alguien, probablemente su amiga, ha guardado ahí. Dobla la manta térmica con la que ha estado cubriéndose y la guarda antes de tender sus escasas posesiones a Hatsume, lamentando no haber recordado salvar también su teléfono móvil. Sólo espera que los informativos no estén hablando de esto, o su madre estará preocupadísima—. ¿Podrías guardarme esto en tu mochila? Prometo ayudarte a llevarla.

Cuando su amiga coge lo que le está entregando, sin esperar respuesta verbal, Izuku coge su mochila y, cojeando por el dolor que siente en la planta de los pies y las piernas, la lleva hasta donde descansan los profesores Watanabe y Katô.

—Me alegro mucho de que estén bien, Watanabe-sensei, Katô-sensei. —Tras decir esto, deja la mochila al lado del profesor Watanabe y hace una profunda reverencia de respeto—. Ruego que acepten mi mochila, yo puedo compartir la de mis amigos.

—Muchas gracias, Midoriya —dice Katô con la voz rasposa y una sonrisa triste—. No sólo por la mochila. También por rescatarnos

—No tiene importancia. Sólo hice lo que creí más oportuno, pero creo que al final he causado más inconvenientes y preocupaciones. —Al darse cuenta de lo que acaba de decir, se apresura a aclararse, tartamudeando—. No estoy diciendo que me arrepienta de haberles ayudado a salir de esa cocina. Aunque en realidad el trabajo lo hizo Dynamight, yo sólo… traté de no estorbar.

—Yo también me alegro de que estuvieses allí. —Le profesore Katô sonríe con esfuerzo e Izuku intenta corresponder, pero apenas es capaz de apretar los labios.

—No se preocupen por mí. Profesor Watanabe, tenía razón. No debería estar aquí, no soy un héroe y no me corresponde, pero me alegro de haber podido ayudarlos.

—Nosotres tampoco somos héroes —dice Katô con voz suave. Su piel está reseca, mucho menos tersa de lo que Izuku la ha visto jamás, y de pronto se pregunta cuál será su edad real y si es tan mayor como el profesor Watanabe—. Y sin embargo estamos aquí también.

—No es lo mismo —gruñe Watanabe, que se ha limitado a mirar a Izuku durante la conversación. Izuku abre la boca, pretendiendo preguntar antes de darse cuenta de que sería descortés entrometerse así, pero el profesor no tiene problema en aclarárselo—. El señor Miyashita contactó con nosotros. El hombre que fue a la universidad hace unos meses.

—El ojeador de Detnerat —asiente Izuku, que lo recuerda perfectamente.

—Detnerat ha surtido de material y equipamiento a todo el complejo, no sólo los talleres —dice Katô, intercambiando una mirada—. Nosotres hemos trabajado para esa empresa en más de una ocasión antes de ser profesores, y solicitaron nuestros servicios para diseñar y trabajar en el posible material que necesitasen los héroes y diseñar nuevos dispositivos de contención para los villanos.

—¿Detnerat ha construido todo esto? —pregunta Izuku, sorprendido a pesar de que ha visto el logotipo de la empresa en varias ocasiones.

—Sólo lo ha equipado —dice Watanabe con impaciencia—. Al fin y al cabo, es la principal empresa gubernamental y Gunkanjima era suya.

—Eso sí lo sabía.

—Parte de sus medidas de seguridad las diseñé yo —explica le profesore Katô, con gesto culpable—. Creímos que venir aquí era una buena forma de compensar que fallasen. En cierto modo, es nuestra responsabilidad. En fin, no creo que un joven como tú necesite escuchar las cuitas de un par de viejos profesores que tuvieron pasados más gloriosos y que ahora quieren enmendar antiguos errores.

—Deberías descansar. Esas quemaduras tienen mal aspecto —añade el profesor Watanabe. Izuku se palpa las mejillas y la frente, notando por primera vez desde que ha despertado el escozor de esas quemaduras. También nota el pelo escaso, áspero y desigual, quemado en varios puntos donde antes caía en sedosos rizos.

—Estaré bien —promete Izuku, comprendiendo que los profesores pretenden dar la conversación por concluida y sin saber muy bien cómo interpretar lo que han dicho—. Y… Profesor Watanabe, no se preocupe. Tiene razón. Hablaré con Dynamight para explicarle por qué no debería estar aquí. —Con otra reverencia, Izuku se despide, pero al darse media vuelta, el profesor Watanabe lo detiene con su tono severo.

—Midoriya…

—Lo entiendo, profesor —dice Izuku, encogiéndose de hombros y apretando los labios—. Sólo intentaba hacer bien las cosas. No tengo hermanos ni padre que pudieran venir y mi madre...

—Y, además, siempre has querido ser un héroe —lo interrumpe el profesor, con gesto serio.

—Sí —susurra Izuku, agachando la cabeza, compungido—. Pero ahora toca ser coherente y confesar. Siento todas las molestias que mi cabezonería les ha supuesto.

—No creo que eso vaya a ser necesario —murmura Katô, apesadumbrade también.

—La decisión está tomada. Lo está desde que me crucé con ustedes y comprendí que callarme sólo iba a hacer que el desenlace fuese peor, no diferente —explica Izuku, mordiéndose el labio inferior.

—Midoriya, te dije que jamás serías un héroe porque no tenías Don. —Izuku asiente, apretando los labios, aliviado porque el profesor y él, por una vez, estén de acuerdo—. También te dije que tenías mucho talento y que algún día lo comprenderías o me demostrarías que estaba equivocado, ¿recuerdas? —Izuku vuelve a asentir. No por haber tomado la decisión de soltar la bola que se le agarrota en el pecho, duelen menos las palabras del profesor.

»Me dijiste que no importaba, que si podías utilizar tus propios recursos, tener un Don daba lo mismo, porque tú siempre habías querido ser un héroe. Tenías razón.

—¿Eh? —Izuku alza la cabeza, sorprendido antes las palabras del profesor, que lo mira con cansancio en los ojos y, por primera vez desde que lo conoce, aparenta su edad real.

—No te preocupes, Midoriya —dice le profesore Katô, mirando con aprecio al profesor Watanabe, que ha dulcificado también su expresión—. Lo estás haciendo muy bien. Has demostrado que lo imprescindible para ser un héroe no es el Don, al menos no para ser uno de manera no profesional.

—Yo…

—Quizá en los próximos días haya más gente como nosotres, que necesiten de tu ayuda y firme convicción, Midoriya. A lo mejor deberías reconsiderar tu decisión.

—Watanabe-sensei… —murmura Izuku, impresionado. En los ojos del profesor ve, por primera vez desde que lo conoce, un destello de simpatía y otro de disculpa que lo hace agachar la cabeza y dudar.

—Pero ten mucho cuidado, por favor —ruega Katô.

—Tu secreto está a salvo con nosotros —lo tranquiliza el profesor Watanabe—. No diremos nada a nadie.

—Gracias —murmura Izuku, con los ojos anegados en lágrimas, un poco confuso por la situación y sin saber qué decisión tomar ahora al respecto.

—¿Decir nada de qué a quién? —La voz de Katsuki se oye detrás de Izuku, sobresaltándolo, y este se da media vuelta para verlo, alto e imponente, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.