Día 16.
Prompt: Pet Play/Knotting
Trigger Warning: Sexo explícito, sexo anal, masturbación, sexo oral (felación), Swallowing, Rimming, Licking, Pet Play, Knotting, Dom/Sub implied.
Pet Play/Puppy Play: Juego sexual, habitualmente de dominación/sumisión, en el que una de las partes simula ser un animal, generalmente un perro. Además del comportamiento y la actitud corporal, puede completarse con máscaras, guantes y plugs que simulen rostro, patas y cola de perro.
Knotting: Fantasía inicialmente originada en la fanficción del omegaverse. Consiste en que el pene se engrosa en la base durante el sexo, de forma similar a los canes. Puede producirse antes o durante la relación, dependiendo de si quien escribe quiere hacerlo entrar o no dejarlo salir, generalmente centrándose en el hecho de que la persona receptora "sufre" ese engrosamiento.
No confundir Pet Play con zoofilia, por favor. En este fic, Harry no se siente atraído por los animales, sino por la idea de Draco comportándose y humanizando ciertas características en un contexto de fantasía sexual.
EL BROTE DE VARICELA
—¿Draco?
Extrañado, Harry se descalza en la entrada de la casa y cuelga la túnica en el perchero que tienen en el vestíbulo. Normalmente, su novio llega bastante antes que él de trabajar y responde cuando Harry saluda al entrar en casa. Sabe que tenía que visitar a los Weasley, pues otoño, con la llegada del frío, siempre es temporada de catarros y gastroenteritis, algo que abunda en La Madriguera en los últimos años. Tras comprobar que el salón y la cocina están vacíos, enciende la chimenea con un movimiento de varita y arroja un puñado de polvos flu en ella.
—¡La Madriguera! —dice, arrodillándose con cuidado entre las tibias cenizas.
—¡Harry! —Lo recibe el rostro de Ron. Parece un poco estresado y, en un momento dado, escucha detrás de él, mirando por encima de su hombro—. ¡Es Harry, mamá!
—Veo que todavía andáis un poco liados por allí —dice Harry con una risita.
—Ya sabes, es lo que tiene la varicela. —Ron pone los ojos en blanco.
—¿Varicela? Vaya, pensé que sólo sería un catarro.
—¡Qué va! Esto es un infierno, Harry. Te lo digo en serio, no tengas hijos nunca.
—Un momento, ¿los magos podemos tener varicela? —Harry frunce el ceño, incapaz de recordar si él la ha pasado de pequeño. Espera que sí, aunque tendrá que preguntar a Draco si es posible comprobarlo.
—No tengo ni idea, pero Malfoy ha sido categórico: varicela muggle. Al principio creía que era una variante rara de la viruela de dragón, pero que toda la clase de la guardería muggle de Lucy esté contagiada le ha puesto sobre la pista correcta.
—Espera, ¿estáis todos bien? —pregunta Harry, preocupado.
—Sí. Bueno, ya sabes, los críos no. Han caído los cinco: Victoire, Dominique, Louis, Molly y Lucy. George se ha quedado en casa con Fred, Malfoy le ha prohibido terminantemente traerlo y a mí ir a trabajar a la tienda por haber estado en contacto con los contagiados, dice que es demasiado pequeño. —Ron suspira, exasperado—. Y ahora esto es una jauría de niñas y niños con fiebre que se quejan porque quieren rascarse los granitos. Malfoy ha tenido que poner un hechizo mordaza en las manos de Lucy, porque la pobre es incapaz de comprender el concepto.
—Siento mucho oír eso. ¿Los adultos?
—Todos bien. Por lo visto, haber pasado la viruela de dragón de pequeños es suficiente para generar anticuerpos y no corremos riesgo de contagiarnos. Sólo… bueno, esto es un caos. Hermione y yo nos quedaremos aquí unos días para echar un cable, porque Malfoy ha dicho que es mejor que la pasen juntos y no vuelvan al colegio hasta que estén curados por completo para no contagiar a nadie más. —Harry asiente. Por lo que él sabe de la varicela, es lo más seguro. Sobre todo, teniendo en cuenta que todos los niños Weasley, a instancias de Hermione y Audrey, están escolarizados en centros muggles.
—¿Necesitáis que haga algo? ¿Quieres que vaya a echar un cable? —se ofrece Harry, genuinamente preocupado.
—¿Eh? No, más bien deberías… Un momento, ¿no has hablado con Malfoy?
—¿Qué? No, esperaba que pudieras pedirle que se asomase a la chimenea, pero si está tan ocupado quizá es mejor…
—Harry, Malfoy se marchó de aquí hace al menos una hora. Hermione le pidió que avisase al llegar a casa, así que debería estar allí. Además, precisamente iba a preguntarte si ha conseguido solucionar el problema de… ¿Harry? —Este no escucha, levantándose del suelo. Ahora sí está preocupado por la anormal ausencia de Malfoy, así que se despide apresuradamente de Ron y corta la comunicación.
—Expecto patronum. —La familiar forma del ciervo plateado se materializa frente a Harry, agachando la cornamenta a modo de saludo, pero este está demasiado preocupado por Draco—. Busca a Draco Malfoy. Mensaje: ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien? Estoy en casa, si necesitas algo.
El ciervo espera unos segundos más y luego, con un movimiento ágil y fluido, se impulsa con sus patas traseras, dejando un halo de hilos plateados que se disuelven como jirones de niebla, y trota con energía… hasta la puerta del dormitorio, que atraviesa limpiamente. Acto seguido, Harry oye claramente su voz transmitiendo el mensaje.
—¿Draco? Ron dice que estás en casa. —Se acerca a la puerta y gira la manija, pero esta no cede. Frunciendo el ceño, Harry mueve su varita e intenta una panoplia de hechizos, del más flojo al más potente, pero la manilla no cede y la puerta no se abre. Con un par de pases de varita más, descubre que la puerta entera está protegida por un hechizo que le va a impedir tirarla abajo con facilidad. Draco se ha encerrado dentro la habitación.
Ahora, Harry está preocupado, pero también un poco enfadado por la falta de respuesta inicial.
—¿Draco? —Llama a la puerta con los nudillos, pegando la oreja a la madera para poder escuchar cualquier respuesta del interior—. Draco, sé que estás ahí.
Al no obtener respuesta, su enfado se disipa y su preocupación aumenta. No sabe por qué Draco iba a encerrarse dentro del dormitorio tras regresar de La Madriguera, pero todas las posibilidades se le antojan aterradoras: desde que se encuentre enfermo y se haya desvanecido, quedándose encerrado, es la más suave. Que la puerta esté cerrada mágicamente no encaja en ninguna de las hipótesis que se está plantando, pero ya no piensa con claridad.
—Draco, si no me contestas voy a tirar abajo la pared. —Espera unos segundos y lo intenta una vez más, pero no obtiene respuesta. Concluyendo que Draco no está consciente o no puede responderle, se arremanga y prepara para lanzar un hechizo explosivo. La puerta está protegida, pero no la pared, así que puede derruirla. Y la casa está vinculada a la magia de ambos, como La Madriguera, así que se sostendría en pie incluso aunque no hubiese paredes que lo permitiesen, no le preocupa un derrumbamiento.
—¡Bombar…!
—¡No! —exclama Draco, por fin, al otro lado de la puerta.
—¿Draco? —Harry casi ruge, cabreado por la posibilidad de que Draco esté ahí dentro sin contestarle.
—Estoy bien —dice este. Su voz suena extraña. Más ronca. Como si le costase vocalizar.
—Draco… —Harry inspira, buscando en su interior una paciencia que no ha tenido nunca—. Draco, ¿por qué no has contestado cuando te he llamado? —No hay respuesta al otro lado—. Mira, Malfoy, si quieres encerrarte en la habitación por la razón que sea, me parece estupendo. Si no quieres hablar conmigo por la razón que sea, me parece estupendo. Pero creo que no pido mucho si digo que al menos pretendo saber que estás encerrado y no tener que preocuparme por si ha ocurrido algo.
—Lo siento. —De nuevo, la voz de Draco es rara. Cada palabra ha salido disparada, pronunciada muy corta, al contrario de la habitual forma de arrastrar las palabras de su novio.
—Draco, esto es muy raro. No parece que estés bien. Creo que voy a entrar —concluye Harry, preparándose para realizar el hechizo explosivo—. Apártate de la pared, por favor.
—¡No! —aúlla Draco, en tono lastimero—. Yo… he estado en La Madriguera. Están enfermos y yo… ¡También estoy enfermo! Tú… Duerme en el sofá. —De nuevo, esa forma de hablar. Cada palabra sale un poco separada de las demás, como si estuviesen pronunciadas con esfuerzo.
—¿Tienes varicela? —pregunta Harry, extrañado. Luego recuerda que unos días atrás ambos estuvieron comiendo con Percy y Audrey y la posibilidad de que ya hubieran podido contagiarlos le parece un poco más real—. Es… yo pensaba que era una enfermedad de niños. Molesta, por lo de los granos, pero que no… Deberíamos ir a San Mungo a que…
—No, no tengo varicela. Pero he estado con los niños, puedo contagiarla. Es peligrosa. Para adultos. Puedes morirte. —Asustado, Harry vuelve a hacer memoria, pero no cree que sus tíos le hayan dicho nunca nada acerca de la varicela.
—Yo… Ya sé lo que haremos. Primero voy a llamar a tía Petunia para preguntarle si yo la pasé de pequeño y después iremos a San Mungo para que cuiden de ti y de lo que sea que te ocurre. —No hay cosa que le apetezca menos que llamar a tía Petunia o a Dudley, pero no está dispuesto a empeorar el problema.
—Un momento. ¿No has pasado la varicela, Potter? —Al menos, el Potter sí suena como acostumbra cuando Draco está molesto: seco y agresivo como un ladrido.
—Creo… No estoy seguro. Pero creo que no. Yo… no iba a la escuela con otros niños cuando era muy pequeño. Iba a preguntarte si había una manera de comprobarlo, pero lo mejor será llamar a mis tíos y…
—¿No sabes si has pasado la varicela y te pones a hablar con el imbécil de Weasley? —La puerta se abre, de golpe. Harry se queda en shock, atónito, al verlo. Draco tiene un aspecto… extraño. Casi parece una broma, con las dos orejas puntiagudas y enormes que salen de la parte superior de su cabeza.
—Yo… —Harry trata de recordar de qué estaban hablando, totalmente descolocado—. Hemos hablado por chimenea, no he…
—¡Potter, he estado en una casa con cinco niños contagiados de varicela, te plantas aquí y dices que has estado con Weasley y cuando abro la puerta resulta que no es así y ahora te acabo de poner en peligro sólo por estar contigo! —ladra Draco.
Ladra.
Ladra. Ladra. Ladra.
—Pero yo no sabía… Creía que tú… —Draco se da media vuelta y vuelve a entrar en la habitación, pero no cierra la puerta. Harry lo sigue, todavía anonadado.
Draco está en calzoncillos. Unos viejos, rotos por la parte de atrás. Por dónde sale una larga y peluda cola que lleva pegada a las piernas. Trastea en el armario, hasta encontrar un vial vacío y luego empuja a Harry para sentarlo en el borde de la cama. Con brusquedad, le descubre el antebrazo derecho y con un movimiento de varita que obliga a Harry a soltar un quejido de dolor, trasvasa un poco de su sangre al vial, que empieza a atacar con diferentes hechizos.
—¿Qué haces? —pregunta Harry, aunque en realidad querría preguntar «¿Por qué?».
—Comprobar que hayas pasado la puñetera varicela, Potter, porque es cierto que puede llegar a ser muy peligrosa en personas adultas. —Harry asiente, en silencio, y lo observa trabajar. Al menos sus manos parecen normales y los pies, que lleva descalzos, también. Sin embargo, el fino vello transparente de sus piernas, que sólo era visible cuando lo rozaba un rayo de luz, ahora parece muchísimo más largo y abundante—. Estás de suerte, tienes anticuerpos, así que has debido de pasar al menos la variante muggle —suspira finalmente, haciendo desaparecer el frasco de sangre con un movimiento de varita.
—Eh… ¿Draco? —dice Harry, todavía demasiado sorprendido como para enfadarse. Este se mira a sí mismo antes de cambiar el gesto preocupado de su rostro a uno de fingida cólera—. ¿Me lo explicas, por favor?
—Ya te he dicho que la varicela es peligrosa, si estoy contigo y no la has pasado, podría contagiarte después de haber estado con los Weasley.
—Eso no, Draco —murmura Harry, con suavidad. No quería que me vieses así —gruñe Draco, y su voz suena exactamente como la de un perro. Finalmente, se rinde y su fachada de enfado se desvanece. Agachándose hasta quedar en cuclillas, se sujeta la cabeza con las manos, aplastándose las nuevas orejas y escondiendo el rostro.
—Ha sido el niño Weasley.
—Louis —lo corrige Harry, suavemente, que sabe que sólo está dirigiéndose a su familia adoptiva por sus apellidos como método de autodefensa. Draco se preocupa por ellos tanto como él, hasta el punto de encargarse personalmente de la salud de todos, sobre todo los más pequeños.
—Ha sido su primer estallido de magia. Supongo que tendríamos que alegrarnos de que al menos tenga tantísima habilidad, pero… ¡Ni se te ocurra reírte de esto, Potter! —ladra Draco, enseñando los dientes y con el rostro rojo por el cabreo, esta vez real, cuando Harry suelta una risita.
—Supongo que sí. Entonces…
—Estaba revisándolo, como al resto. Louis estaba incómodo y de mal humor por la fiebre y los granos. Ha pedido ir a su casa a jugar con los estúpidos perros de Bill y Fleur. Ya sabes cómo son a estas edades, ha cogido un berrinche y, para calmarle y poder examinarlo en condiciones, le he prometido que si se portaba bien, haría traer los perros a La Madriguera— cuenta Draco, volviendo a sujetarse la nuca con las manos y apoyando los codos en las rodillas—. Entonces él ha gritado: "¡No, ahora!". Acto seguido, lo único que sabía es que me había convertido A MÍ en lo más parecido a un puñetero chucho que ha sido capaz. Tendré que dar gracias de que no tenga esa potente magia entrenada o ahora mismo estaría olisqueando árboles y meando por las esquinas.
—Los Weasley…
—No, ellos están bien, no te preocupes. Bueno, había un poco de caos en la casa cuando me he ido, pero cuándo no.
—Quiero decir, ¿ninguno te ha llevado a San Mungo? —pregunta Harry, incrédulo. Draco esconde más la cara, sintiéndose culpable—. Oh, te has hecho el valiente.
—Había que terminar de tratar a los niños, Potter —gruñe Draco, molesto por haber quedado al descubierto—. Lo mío podía esperar.
—Está bien —asiente Harry, emocionado y orgulloso de su novio—. Pues vamos ahora y solucionado.
—Ha estado aquí Davies. —Harry frunce el ceño al reconocer el nombre del medimago de cabecera de Draco—. No podía arriesgarme a ir al hospital y contagiar a toda el área de pediatría mágica, así que ha venido él.
—¿Y entonces por qué…? —Harry deja la pregunta en el aire, confundido, antes de comprender—. Es permanente.
—En realidad, no. No lo creemos al menos —niega Draco, resoplando por la nariz. Harry está a punto de reírse, porque Draco nunca resopla por la nariz, dice que es de personas sin conceptos educativos básicos—. Pero no hay manera de hacerlo desaparecer. Se… irá por sí solo. En algún momento.
—Creéis —matiza Harry, preocupado.
—Al… 90%. —Harry frunce el ceño. Draco se da cuenta, porque se apresura a añadir—. 95%. En realidad, lo más probable es que se disipe por sí sólo en unos días, en lo que mi cuerpo elimina la magia de Louis o este deja de sostener el hechizo. Aunque lo segundo es la opción más improbable.
—¿Qué…? Es decir…
—Orejas. Voz. Lengua. Rabo. Pelo. —Draco lo enumera con el hastío de quien lo ha estado repitiendo una y otra vez en la cabeza—. Veo en colores pastel, sin percibir bien el rojo y puedo oler que estás preocupado por mí.
—Sí. Aunque ahora un poco menos —admite Harry. Draco lo mira, airado—. Bueno, teniendo en cuenta que pensaba que estabas inconsciente u ocurría algo realmente grave como para derribar media casa…
—Sí, tienes razón. Lo siento. No… no quería que me vieses así. Estoy… Es horrible.
—Yo no lo creo —dice Harry. Draco lo mira con el ceño fruncido. Luego olisquea, arrugando la punta de su nariz de forma tan adorable que derrite a Harry.
—No mientes.
—¿Puedes oler si miento? —pregunta Harry, divertido.
—Puedo oler hasta que has bebido café esta mañana, has comido un trozo de tarta de manzana por la tarde y luego has chupado un caramelo de limón. —Harry estalla en una carcajada, porque todo eso es cierto.
—Voy a avisar a Ron de que estás bien, por cierto. Creo que los he dejado un poco preocupados. —Draco asiente, pareciendo contrito otra vez, y Harry hace un nuevo patronus—. ¿Puedo verte bien?
—¡No! —gruñe Draco, abrazándose a sí mismo, como si así pudiera ocultarse de Harry.
—Pero quiero hacerlo. No veo el problema. —Suspirando, Draco se pone en pie. Harry lo mira con sospecha, porque sus cambios de humor están siendo extraños y, después del drama que ha montado para encerrarse en la habitación y evitar ser visto, ha cedido demasiado rápido.
Draco se quita la camisa, desabotonándola lentamente, y la deja caer al suelo. Harry se levanta y lo examina con atención. Las orejas, grandes y peludas. La forma en que se arruga su nariz cuando se acerca demasiado a ella. El pelo. Draco no es lampiño, pero que su vello es infinitamente menor que el de Harry. Al contrario que él, Draco apenas tiene unas pocas matas de pelo visible en las axilas y el pubis y un aterciopelado vello en los brazos, las pantorrillas y, si pasas la lengua sobre él, se puede notar también en la línea que va de este al pubis. Ahora, en cambio, tiene tanto como Harry: de color rubio claro, se extiende por su pecho y abdomen, cerrándose en un triángulo que desaparece en el pubis. Se ve más abundante también en las axilas y, sobre todo, en los muslos, piernas y dorsos de los pies.
—También en la espalda —masculla Draco, sabiendo lo que piensa. Harry levanta las cejas, sorprendido. Es el único sitio donde él no tiene vello. Draco se da media vuelta para que pueda verlo, pero es menos de lo que esperaba: apenas empieza en la cintura, perdiéndose bajo el calzoncillo, rodeando la zona del rabo, que permanece alicaído junto a las piernas.
—A mí me parece que el pelo te sienta muy bien —dice Harry, finalmente, con voz sincera—. Me gusta cómo eres, pero no me parecen mal dejar de ser el único peludo de esta relación. Y, hasta donde sé, a ti nunca te ha molestado. —La cosa de Draco se levanta, azotando un par de veces de un lado a otro. Harry ladea la cabeza, anotando el gesto.
—Es… incómodo —protesta Draco, girándose de nuevo hacia Harry, que lo abraza y lo atrae cerca de sí.
—Eh, está bien, Draco. No pasa nada, no es algo grave. Dentro de unos días desaparecerá y recordarás esto con una carcajada —le asegura Harry. La expresión de Draco cambia, mostrándose más animada y, bajo las manos que Harry tiene en su cintura, nota el rabo moverse de un lado a otro.
—¿Y si no desaparece?
—Tendrás que acostumbrarte —dice Harry, besándolo suavemente en los labios.
—Pero tú…
—Draco, no estarás pensando, ni por un segundo, que yo vaya a dejarte sólo por esto, ¿verdad? —Este baja la mirada, avergonzado—. Draco, te quiero como eres. Hemos tenido que pasar mucho para llegar a querernos así, tu aspecto físico no lo va a cambiar nunca.
—Pero…
—Nunca.
—Me he comportado como un imbécil —suspira Draco—. Debí suponer que al gran Harry Potter, Salvador del Mundo Mágico, no le supondría un problema que su novio pase a ser un engendro híbrido.
—Está bien, Draco. —De nuevo, ese movimiento del rabo. El pensamiento de que Draco ha actuado exactamente como lo haría un perro asustado cruza por su cabeza.
—¿Qué ocurre, Harry? —pregunta Draco, con sospecha, pero este vuelve a besarlo, tratando de alejar sus extrañas ideas de la mente. No obstante, Draco aparta la cabeza hacia atrás, peleando por salir del abrazo de Harry—. No voy a dejar que me beses mientras esté así.
—Acabo de besarte —dice Harry, confundido, recordando el beso en los labios de unos instantes atrás.
—Pero no con lengua. No vas a besarme con lengua porque ahora tengo una jodida lengua extra larga que parece una fábrica de babas —protesta Draco, sacando la lengua para que Harry la vea. Es absolutamente humana, exactamente como era antes… excepto en que es cierto que parece un poco más grande de lo habitual. Y un hilo de saliva está a punto de deslizarse por el borde antes de que Draco vuelva a metérsela en la boca—. Se ve que los niños asociando lametazos de baba con los perros.
—Es una lengua normal, Draco.
—Es más grande. Y tengo que tragar saliva todo el tiempo —insiste este.
—Nada que no hagamos habitualmente cuando nos besamos —dice Harry, encogiéndose de hombros y volviendo a atraerlo dentro de su abrazo.
—No.
—Draco, bésame —ordena Harry.
Y Draco lo besa. El beso no es muy diferente de lo que acostumbra, tal y como Harry ha supuesto. Un poco más húmedo de lo normal, quizá, porque tiene que limpiarse la comisura con la mano, pero nada que no haya ocurrido jamás durante sus largas sesiones de besos escondidos en los rincones oscuros de los pubs muggles de ambiente donde dieron los primeros pasos de su relación. Bajo su abrazo, Draco vuelve a mover la cola con entusiasmo, devolviéndole el beso de forma activa a pesar de sus reticencias iniciales.
La sospecha que Harry tiene se hace más fuerte. Cuando el beso termina, Draco se ha sonrojado y baja la mirada para ocultar su sonrisa, donde Harry nota que los cuatro colmillos están más grandes y afilados. No dice nada, porque no quiere que Draco se deprima más con otro cambio, pero sí pone a prueba sus sospechas, rezando por poder hacerlo pasar por una broma pesada.
—¿Ves? Te dije que iba a ir bien. Buen chico, Draco. —Baja un poco más la mano por la espalda de Draco, hasta rozar el vello que va hasta su rabo. No llega a tocarlo, pero es obvio que se está moviendo rápidamente de un lado a otro.
—No tiene gracia, Potter. —Harry traga saliva. Esta vez se separa él de Draco, dando un par de pasos atrás, y le dirige una mirada de disculpa antes de pronunciar sus siguientes palabras.
—Siéntate, Draco —dice suavemente, con la certeza de lo que va a ocurrir.
Es automático. Draco se acuclilla en el suelo, las manos apoyadas en el suelo entre los pies y el culo asentado, moviendo la cola con alegría tras él, azotando contra el suelo con energía. Su rostro, en cambio, está rojo de ira.
—¿Qué carajo ha sido eso, Potter? ¡Oh, mierda! ¡Sal de la puñetera habitación, Potter, porque no vas a volver a entrar en ella hasta que esto no se haya solucionado!
Harry tarda una hora en calmar a Draco. Y otra en prometerle que no volverá a darle una orden así. Y una más en convencerlo de que ambos salgan del dormitorio para ir a la cocina y cenar algo tranquilamente. No le señala que ha reaccionado a la comida exactamente como un perro haría, dejándose atraer por ella para paliar su desconfianza, porque no quiere que todo vuelva a estallar por los aires.
—Esto es una mierda, Potter —suspira, mientras ayuda a Harry a lavar y secar los platos con magia.
—¿Es en serio que puedes oler si miento? —pregunta Harry, en cambio. Draco frunce el ceño, sintiéndose como un fenómeno puesto a prueba, pero asiente—. Yo creo que no es una mierda.
—No mientes —dice Draco.
—Claro que no. También creo que te ves precioso. —Draco olisquea ahora, con más fuerza, pero Harry sigue sin mentir—. Draco, me da igual tu forma exterior. Me vas a parecer la persona más guapa siempre, pase lo que pase, porque te amo.
—Pero no me des órdenes.
—Ya te he dicho que sólo estaba probando mi sospecha.
—Podrías habérmelo dicho sin más —gruñe Draco.
—Tienes razón, lo siento —se disculpa Harry—. Esto pasará, Draco. Lo importante es que recuperes tu vida, no que te encierres. Ambos hemos visto cosas peores en el mundo mágico, acuérdate de Moody, que no iba por ahí escondiéndose de nadie. —Draco se ríe con una carcajada ronca y seca—. Y, si no pasa, aprenderás a convivir con ello. Y, sea como sea, yo estaré a tu lado.
—Gracias, Harry —murmura Draco, evitando su mirada mientras hace que una escoba empiece a barrer el suelo por sí sola. Su cola se mueve, contento, y Harry sonríe, satisfecho, porque sabe que eso significa que realmente le ha creído.
Sin embargo, cuando ya están ambos en la cama y Harry comienza a repartir besos por su mandíbula, mientras introduce la mano por debajo de la camiseta de Draco, este se aparta inmediatamente.
—¡No vamos a tener sexo, Potter! —Harry suspira—. ¡Soy capaz de oler que estás frustrado! Odio que me trates con condescendencia.
—Draco, sólo estaba comportándome con normalidad —explica Harry con paciencia.
—No es necesario que follemos para comportarnos con normalidad.
—Bueno, normalmente follamos. Me gusta follar contigo, no veo cual es el problema.
—Mi aspecto, Potter —dice Draco, sentándose en la cama. Harry resopla, verdaderamente frustrado.
—Ya hemos hablado de esto. Para mí está bien.
—Pero para mí no. —Harry aprieta los labios al comprender que sigue siendo un problema de la autopercepción de Draco.
—Ojalá pudieses verte como yo te veo, Draco —dice Harry.
—En cualquier caso, no follaremos hasta que esto no se desvanezca. —Harry está a punto de preguntar «¿Y si es para siempre?», pero en realidad la pregunta no tiene sentido. Porque él querría a Draco aunque este no quisiese volver a acostarse con él nunca más, así que se acurruca a su lado y lo abraza, deseándole buenas noches.
Como Draco no tiene que ir a trabajar durante unos días, por si está incubando la varicela, Harry le da todo el espacio que puede, suponiendo que lo único que necesita es asumir la situación por sí mismo. Trata de no darle órdenes directas, pero no funciona, porque basta con que le pida a Draco que acuda a donde está él para que este obedezca inmediatamente. Y la forma en la que lo mira, adorándolo, cuando lo felicita por algo o la manera en la que mueve el rabo cuando Harry le dice algo bonito, también son respuestas automáticas que Draco no parece ser capaz de controlar. Afortunadamente, este no parece darse cuenta, o quizá sólo se refería a las órdenes típicas de un perro.
No es el único comportamiento que ha cambiado. Ahora, cuando Harry se sienta a ver la televisión después de cenar, renunciando a irse a dormir más pronto ya que eso era algo que hacían para tener una excusa para el sexo rutinario, Draco se tumba con él, haciéndose un ovillo en sofá a su lado o apoyando la cabeza en sus muslos. Suspira de satisfacción si Harry le acaricia la cabeza, sobre todo si se acerca a la zona de las orejas, y si Harry lo abraza por el abdomen, se gira para quedar bocarriba y exponer su vientre, tal y como haría un perro. Si salen a dar un paseo, se mueve alrededor de él, entusiasmado por los olores que ahora es capaz de percibir por la nariz, inquieto y alegre, moviendo el rabo a toda velocidad.
Y Harry va jodidamente caliente.
Draco le deja darle besos, así que no puede dejar de imaginarse su lengua cálida y extremadamente húmeda paseando por su cuerpo, lamiéndole la polla o el culo, grande y envolvente. Aunque no lo confesó exactamente así el primer día, la sola visión de las orejas y el rabo de Draco le excitan. Si no hubiese sido porque este estaba en plena crisis existencial, Harry habría preferido estamparlo contra la pared y tener un sexo brutal con él. Y las órdenes. Sólo de pensar en poder decirle a Draco un simple «siéntate» antes de empalarse en su polla. O «monta», después de ponerse en cuatro, y que este obedezca complacido, la polla se le pone dura y mancha los calzoncillos.
Está seguro de que Draco lo sabe. Que puede oler su excitación. Pero no ha dicho nada, y él también ha preferido dejarlo estar. Como tampoco ha señalado que, cuando le rasca la tripa mientras ve la televisión, la erección de Draco bajo sus pantalones es más que notoria. O cuando lo abraza, pasando la mano por su espalda. O, directamente, si Harry se masturba en la ducha, Draco lo sigue con la mirada cuando sale, tratando de disimular el bulto de su entrepierna. Una tarde, cuando Draco ya se ha reincorporado al trabajo, Harry se hace una paja lenta y menos apresuradas que las de la ducha, imaginándose a Draco con él. Al correrse, un par de chorros caen sobre las sábanas. Harry los limpia con magia, pero ve cómo Draco frunce el entrecejo al entrar en la habitación, arrugando la punta de la nariz con interés y moviendo el rabo, excitado. Cuando Harry sale de la ducha a la mañana siguiente, lo pilla olisqueando las sábanas justo donde se ha corrido, con la nariz pegada a la tela. Y no se le escapa la mirada de anhelo que dirige a la polla.
Es Draco quien aborda la situación, dos semanas después del incidente. Han estado en La Madriguera, comiendo con los Weasley. Los niños ya están bien, pero aún así Draco ha aprovechado la visita para examinarlos y ellos para rogarle que le dejen jugar con él. Harry no ha intervenido, a pesar de que Draco le ha dirigido una mirada suplicante. Todo este tiempo ha estado tratando de no dar órdenes a Draco de ningún tipo y que sus peticiones suenen como sugerencias que Draco debe afirmar o negar, en lugar de parecer un favor. Al final, ante su falta de respuesta y tras debatir consigo mismo unos minutos, Draco accede a salir al jardín a jugar con los críos. Harry lo sigue, sonriendo al ver a Draco revolcarse con ellos, moviendo la cola con entusiasmo y dejando que estos jueguen con sus orejas y persigan su rabo.
Cuando regresan a casa, Draco entra directo a la ducha. Harry lo hace después de él, pero al salir, se encuentra a su novio aun desnudo. Lo toma como algo normal, Draco ha empezado a dormir sin ropa interior ni pantalones, para estar más cómodo y no tener que estar pasando la cola por ropa todo el tiempo. Harry le habría sugerido que estuviese desnudo de cintura para abajo sin problema, ya que a él le parece bien, pero no ha querido arriesgarse a que suene como una petición o una orden.
—Lo siento, Harry —musita Draco, cuando Harry empieza a vestirse con la ropa de dormir.
—¿Por qué?
—Por… cómo he manejado esta situación.
—A mí me parece que, teniendo en cuenta todo y las circunstancias… es admirable —dice Harry con sinceridad. La cola de Draco se mueve, aceptando el elogio, y este lo mira con adoración.
—Pero no está funcionando.
—¿Qué quieres decir?
—Que el hechizo es más profundo de lo que parece. Pudiste comprobarlo el primer día. —Harry asiente, comprendiendo que se refiere a los comportamientos perrunos que Draco manifiesta—. Pero es absurdo. Lo he comprendido jugando con los Weasley.
—Eso sí que ha sido memorable —bromea Harry, esperando que Draco no se ofenda.
—Me… lo he pasado bien. He estado completamente feliz desde que ocurrió esto.
—Louis también lo parecía —dice Harry. Draco entorna los ojos y lo asesina con la mirada unos segundos, pero después se ríe con un sonido ronco, casi un ladrido.
—Sólo me ha faltado… Que me dieras permiso. —Harry aprieta los labios, porque es consciente de ese momento—. Siento haberte prohibido que me dieses órdenes. Soy consciente de lo mucho que te ha costado cumplir tu promesa y te agradezco muchísimo que lo hayas hecho, pero ahora mismo me gustaría que la rompieses.
—¿Quieres que rompa mi promesa ahora?
—Quiero que te olvides de la puñetera promesa para siempre.
—De acuerdo. —Draco levanta la cabeza y lo mira con adoración, moviendo la cola enérgicamente—. Buen… ¿buen chico? —Draco no sólo agita el rabo, sino que su lengua asoma entre sus labios.
—Gracias, Harry. —Este se encoge de hombros y se mete en la cama. Draco se acurruca a su lado, desnudo de torso para abajo. Harry lo abraza y le acaricia la cabeza, justo detrás de las orejas, haciendo que Draco se estremezca de placer. Y, si cuando este se queda dormido, su polla dura se aprieta contra su muslo en sueños, Harry trata de ignorarla todo lo que puede, porque no está seguro de que esté dentro de sus límites.
Los días siguientes son más divertidos. Draco está más alegre que nunca. Harry comienza dándole pequeñas órdenes: venir, cuando está en la cocina y necesita algo; sentarse, si va a leer y no quiere que Draco se quede de pie cerca de él ahora que parece seguirlo a todas partes; tumbarse, cuando se sienta en el sofá a ver la televisión. Draco parece ser más que feliz con eso, siguiéndolo allá por dónde va. Le confiesa que en el trabajo se siente un poco triste porque no lo ve, y que las emociones lo embargan cuando vuelve a casa.
También le da premios. Draco siempre ha sido goloso, pero ahora Harry lleva una bolsa con chucherías que ofrecerle cuando Draco obedece una de sus órdenes. Este las acepta todas, feliz, incluso aunque luego proteste cáusticamente y lo castigue fingiendo ignorarle durante un rato. A Harry no le importa, porque le gusta ver que el Draco que él conoce sigue ahí, debajo de toda la sumisión perruna que tanto parece afectarle. Sin embargo, precisamente es esa sumisión la que lo pone cada vez más y más cachondo.
Un día, temiendo haber llegado demasiado lejos, llega con un collar a casa. Lo ha comprado en una tienda muggle, porque no estaba seguro de cómo debe ser para transformar uno con magia. No dice nada, sólo se limita a dejarlo encima de la mesa de la cocina. Draco lo ve y monta en cólera, encerrándose durante horas dentro del dormitorio. Harry lo deja estar, apesadumbrado, esperando a que el enfado remita lo suficiente como para poder disculparse y explicarle que no quería ofenderlo. Draco no abre la puerta hasta que es muy tarde. Harry se ha acomodado en el sofá, creyendo que va a tener que pasar la noche ahí, y no se mueve al escuchar el suave chirrido de las bisagras, temiendo que Draco huya dentro de la habitación de nuevo si lo cree despierto.
Lo oye trastear en la cocina, procurando no hacer ruido. El chapoteo húmedo le indica que Draco está bebiendo de su cuenco. No había estado muy seguro de eso tampoco, y había hecho como con el collar, dejarlo en un rincón y esperar a ver la reacción de Draco, pero este había fingido no darse cuenta en los dos o tres días que lleva ahí. Aun así, Harry ha estado cambiándole el agua de forma puntual, sólo por si acaso. Cree que Draco ya está regresando a la habitación cuando este aparece al lado del sofá y trata de acurrucarse a los pies de Harry, enroscándose sobre sí mismo.
—¿Draco?
—Lo siento, pensaba que dormías. —Harry no responde, suponiendo que es obvio—. ¿Puedes regresar a la cama, por favor?
—Claro —asiente Harry, sin más, aliviado porque Draco parezca dispuesto a dar su brazo a torcer.
Antes de poder impedirlo, Draco ha saltado encima de Harry, abrazándolo con alegría. Este gime por el peso de su novio cayendo sobre él a plomo, pero no se queja cuando Draco le da un húmedo lengüetazo que va desde la barbilla hasta la punta de la nariz. En el cuello, Draco lleva el collar, pulcramente ajustado sobre su piel.
—Puedes quitártelo —dice Harry, que no pretende castigar a Draco por no querer hacer algo así, ni que este le obedezca sólo por verlo feliz.
—¿Quieres que me lo quite? —La mirada triste de Draco brilla en la oscuridad.
—No me hará feliz que lo lleves sólo porque creas que será así.
—Pero a mí me hace feliz llevarlo y saber que te pertenezco —dice Draco, hablando despacio y luego apretando los labios—. Pero si me ordenas que me lo quite, me lo quitaré.
—¿Qué ha cambiado?
—Una vez más, que he tenido que encontrar el equilibrio entre pelear contra el instinto y dejarme llevar —admite Draco—. Y el instinto me hace mucho más feliz que la lógica.
—Entonces, no te ordenaré quitártelo. Vamos a la cama, Draco. —Draco se levanta, entusiasmado, y corre hasta el dormitorio, seguido por Harry, que camina mucho más despacio. Ya está en la cama cuando Harry entra en la habitación—. Buen chico —dice. Y la cola de Draco se mueve bajo las sábanas, contento.
Draco acepta la sugerencia de Harry y comienza a caminar desnudo de cintura para abajo por la casa. Este se preocupa de que la temperatura siempre sea agradable y que los suelos irradien calor. Sorprende a Draco un par de veces aovillado en el suelo, allí donde el hechizo es más fuerte. Sin embargo, ver a Draco pasear con el culo y la polla al aire todo el tiempo que pasa en casa, marea a Harry, que está más caliente que nunca y ya iba muy cachondo con ver a Draco con su actual aspecto. Además, Draco no parece ser consciente de cómo su pene se engrosa ligeramente, provocando que la piel que recubre el glande se retire levemente hacia atrás, cada vez que Harry lo felicita tras cumplir una orden. O cuando Harry se masturba en la ducha, tratando de aliviar su excitación, al salir Draco tiene una flamante erección entre las piernas.
Pronto descubre que está equivocado: Draco sí es consciente. Tanto, que lo pilla un par de veces frotándose contra un cojín, follándoselo, cuando se levanta a mojarse la nuca con agua fría porque está cachondo pensando en él. También lo descubre un par de veces tratando de llegar a su propia polla con la boca, sin éxito, y luego tratando de masturbarse sin éxito. Si tiene una erección delante de Harry, y es más frecuente de lo que este se había dado cuenta hasta ahora, se esconde en el dormitorio.
Al final, Harry le sugiere que, quizá, deba dejar ese comportamiento también en manos de su contraparte canina.
Draco lo observa con la cabeza ladeada, considerando la idea, planteada con la suficiente ambigüedad como para que no pueda saber si Harry desea una de las dos alternativas o ser interpretada como una petición u orden. No responde, pero desde ese momento, deja de esconderse si tiene una erección. Al contrario, busca a Harry, sentándose a sus pies o tumbándose a su lado y le permite acariciarlo, incluso aunque la mano de este descienda sobre su tripa y se manche con el líquido preseminal de su pene.
Harry lo observa con anhelo, cuando cree que Draco no se da cuenta. Trata de que no se trasluzca su deseo, porque no quiere incomodar a su novio, comprendiendo que es él quien debe dar el paso, pero desespera porque Draco le deje tocarle y estar con él, recuperar su intimidad de pareja. Dar rienda suelta a esa fantasía primaria dentro de él que le grita de excitación cada vez que ve a Draco y le suplica tener sexo con él con su aspecto perruno.
Un día, esta corrigiendo algunos exámenes en la mesa del salón. Draco lee en el sofá. Está distraído, lo suficiente como para que su mano esté jugueteando con su pene erecto, empujándolo hacia abajo y luego dejándolo saltar hacia arriba. Ha manchado su camiseta y el cojín del sofá de líquido preseminal y Harry está seguro de que va a acabar corriéndose, pero no dice nada, dispuesto a no avergonzar a Draco y dejar que este dé rienda suelta a los comportamientos que su contraparte canina le exige.
Harry está duro por debajo del pantalón. Trata de concentrar la mirada en los exámenes y olvidarse de su erección, pues si va al baño justo ahora, Draco sabrá exactamente a qué ha ido solo con el olor, y no quiere que este interprete ningún tipo de petición en su comportamiento. Un movimiento entre sus piernas llama su atención. Harry retira la silla hacia atrás, sobresaltado. No ha sido consciente, concentrado como estaba en tratar de no pensar en su erección, de que Draco se ha levantado del sofá, ha gateado por debajo de la mesa y ahora tiene la barbilla justo encima de los huevos de Harry, olisqueando con interés.
—¿Draco?
—¿Puedes darme órdenes?
—Draco…
—Llevo días esperando que te animes a hacerlo. Y algunos más deseándolo secretamente. No… imaginaba que tendrías tanto aguante. Aunque ha sido divertido —admite Draco, con una sonrisa juguetona.
—No quiero darte esas órdenes —dice Harry, negando con la cabeza. Draco frunce el ceño y su cola deja de azotarse, entusiasmada, contra el suelo—. Draco, esto pasará en algún momento. Y yo quiero seguir siendo tu novio cuando eso ocurra. No que me recuerdes como el tío que se aprovechó de un instinto mágico para obligarte a follar.
—Si hubiésemos follado la primera noche, cuando te rechacé… No estaríamos hablando de esto. —Harry lo mira, parpadeando, preguntándose dónde quiere llegar—. Porque habrías estado seguro de que es lo que quiero. Porque para ti, en ese momento, lo normal era que tu novio, con el que has follado todas las noches desde que vivimos juntos excepto este último mes, quisiera tener sexo contigo. —Harry asiente, comprendiendo dónde quiere llegar.
»Y sin embargo, en ese momento no quería follar. No porque no lo desease yo, que lo hacía. Y no porque no me lo exigiese mi instinto, que me gritaba que debía complacerte. No quería porque no estaba contento con mi situación ni mi cuerpo. Así que… no follamos.
—¿Quieres decir que podrás negarte si no quieres?
—Quiero decir que no quiero negarme, pero si quisiera, ya te he demostrado que puedo hacerlo. Si no quiero hacerlo contigo, no habrá nada que me obligue a hacerlo. Quiero follar contigo, incluso aunque el instinto me dijera que no, porque eres mi novio, me gustas y me pones cachondo. Pero eso me incomodaría, porque tendría que pelear contra el puñetero instinto. Sin embargo, mi instinto está de acuerdo conmigo y… lo magnifica todo. Estoy cachondo todo el día, huelo tu excitación todo el tiempo y me pongo duro. Y no me valen las manos sólo para aliviarme, porque el instinto tiene claro lo que quiere: a ti. Un cojín con tu olor a veces es suficiente sustituto, y si estoy muy muy cachondo, entonces tocarme también funciona, pero… se siente incompleto. No es un placer completo.
—¿Y por qué no lo has dicho hasta ahora?
—Porque eres un novio muy obtuso, Potter. Te tiré varias indirectas cuando te dije que rompieses tu promesa, te acaricio y beso por las noches al irnos a dormir, esperando que reacciones. Accedí a pasearme desnudo a ver si eso era lo que terminaba de hacerte perder el control, pero tú sólo llegaste y sugeriste, como noble Gryffindor que eres, que podía masturbarme libremente delante de ti.
—No dije eso. —Draco levanta una ceja. Harry traga saliva, porque sigue entre sus piernas, mirándolo desde ahí, con su collar alrededor del cuello visible por encima del cuello de la camiseta—. Sí, claro que implicaba que podías masturbarte, pero yo me refería a…
—Merlín, Potter, llevo días tratando de provocarte, dejando que me veas follarme cojines, masturbándome cuando estoy seguro de que vas a poder verme, exhibiendo mi polla dura cuando rascas la tripa… Soy capaz de oler tu erección. Tu semen. Y me vuelvo loco porque lo quiero y tú sólo piensas en ser tan caballeroso como sea posible porque eres la mejor persona que conozco.
—Yo sólo pretendía…
—Quiero ser un buen chico, Harry —dice Draco, enfatizando sus palabras. Y Harry se rinde ante la evidencia.
—Draco… —Este se endereza todo lo que puede bajo la mesa y mueve las orejas y la cola, emocionado porque Harry por fin haya pillado el mensaje—. Chúpamela, Draco.
Con un gañido de emoción, Draco se abalanza sobre el pantalón de Harry, bajándolo lo suficiente para liberarle la polla. De un lengüetazo, la humedece entera. Harry se marea de placer, porque es exactamente como lo había imaginado. Cuando Draco se mete su polla dentro de la boca, la lengua lo envuelve. La saliva de este es tan abundante que todo se desliza fácilmente, chorreando fuera de su boca y empapándole los huevos y los muslos. Sus colmillos agrandados se rozan de vez en cuando contra el tronco de su pene, disparando las sensaciones. Está tan jodidamente caliente, que no puede avisar a Draco de que va a correrse y lo hace con un grito, sujetando las orejas de Draco para forzarlo a meterse su polla más adentro todavía.
—Joder… —Draco lo mira desde debajo de la mesa, relamiéndose con gula, satisfecho—. Buen chico, Draco.
Emocionado por el elogio, con la cola agitándose de un lado a otro, Draco vuelve a abalanzarse sobre su polla, lamiéndolo para limpiarle los restos de semen que no ha sido capaz de tragarse en un primer momento, y luego trepa por el cuerpo de Harry y se sienta en su regazo para lamerle la cara, los labios y la lengua en un profundo beso. Harry le corresponde, acunándole las nalgas para apretarlo más contra sí. Está a punto de separarlo para preguntarle cómo quiere correrse él, cuando Draco se aprieta un par de veces contra su camiseta, frotando su polla dura hasta mojarla completamente con abundante semen.
—Ha sido lo mejor de mi vida —susurra Draco al oído de Harry, satisfecho, relajándose entre sus brazos.
—Siento no haber hecho nada.
—Al contrario, Potter idiota. —Draco suspira, complacido—. Verte disfrutar así gracias a mí, poder correrme con tu olor, tu sabor y en ti ha hecho que lo que habría sido un buen orgasmo hace unos meses ahora sea algo… abrumador.
A la mañana siguiente, Harry se despierta con la nariz de Draco olisqueándole los huevos. Está entre sus piernas, con las manos apoyadas sobre las sábanas y el culo en alto, meneando el rabo con alegría. Excitado sólo por la visión de Draco, todavía un poco adormilado, asiente, y es suficiente para su novio, que empieza a lamerle los huevos con fruición, y luego la polla. Harry está a punto de ordenarle que se ponga al contrario para poder chuparle él también, pero Draco se está frotando contra su pierna y pronto varios chorros de semen la manchan, haciendo que él vuelva a correrse dentro de la boca de Draco, que lo mira con adoración.
Por la noche, le pide que haga algo con lo que lleva fantaseando desde que vio a Draco en su actual forma. Draco accede, tan encantado que Harry no comprende cómo no le duele el rabo de moverlo.
Harry se tumba en la cama, desnudo, y Draco le lame absolutamente todo el cuerpo, empapándolo en su saliva. No lo hace en ningún orden concreto, sólo va saltando de un lado a otro, tratando de llegar por doquier, hundiendo su nariz en los rincones más recónditos de Harry, pasando la lengua por todas partes, hasta que este levanta las caderas hacia arriba. Draco, comprendiendo la cercanía de su orgasmo, lame repetidas veces su pene, sin metérselo en la boca, hasta que Harry se corre abundantemente sobre su abdomen. Deja que Draco se lo limpie, entusiasmado, antes de darle la orden.
—Fóllame la boca, Draco.
La velocidad con la que este obedece es tan grande que a Harry casi no le da tiempo a abrir la boca. Draco se encarama sobre su cara, las manos enredadas en el pelo, los pies a cada lado de los hombros de Harry. No debe ser una postura muy cómoda, pero a Draco no le importa, porque mueve las caderas lo más rápido que puede, en estocadas cortas y poco profundas, hasta que se corre tan abundantemente que Harry se atraganta. Tras terminar, Draco se sienta igual que un perro encima de las sábanas, expectante. Harry se limpia la comisura del labio, donde bastante del semen de Draco le ha resbalado, pensando en que la polla de Draco le ha parecido igual de gruesa que siempre, pero más corta. Normalmente, el chico es capaz de rozar el fondo de su paladar cuando le folla la boca, en cambio esta vez sus labios han encontrado el tope antes de que eso ocurra.
—Buen chico —dice, no obstante, sonriendo a Draco, pensando en que sería demasiado descortés mencionar su percepción. Draco salta sobre él, limpiándole a lengüetazos el semen y luego ambos se acurrucan para dormir.
Emocionado con el nuevo giro de los acontecimientos, Harry apenas puede conciliar el sueño. Estará feliz el día que Draco vuelva a su forma normal, pero también echará de menos esta faceta de él, que tan cachondo le pone. Cuando se queda dormido, con Draco frotando su nueva erección en sueños contra su pierna, está pensando únicamente en el día siguiente.
—Draco, ven —lo llama desde el salón. Este acude al momento. Está completamente desnudo, no usa ropa desde que han vuelto a empezar a follar, a excepción del collar de Harry, que sigue llevando en el cuello, orgulloso—. Siéntate.
Draco obedece, frunciendo el ceño con curiosidad. Lo hace en la misma posición que en las últimas semanas: las manos entre los pies, con el rabo azotando el suelo y el culo prácticamente en el aire, sin terminar de apoyarse. Despacio, delante de él, Harry se desnuda lentamente. Draco abre los ojos de par en par, siguiendo sus movimientos, pero permanece sentado, obediente. Harry se acerca a él, desnudo, y ya con una erección entre las piernas. Draco le recibe con un lengüetazo, pero un simple gesto hace que vuelva a sentarse, tratando de contener su emoción.
—Vamos a ver si está todo en orden aquí abajo. Túmbate. —Al instante, Draco se tira sobre su espalda, retorciendo el torso, para exhibirse delante de Harry. Este también está duro ya. Harry le acaricia los huevos, haciéndolos chocar entre sí y provocando otro retorcimiento de Draco y luego la polla, descubriéndole el glande y luego volviéndoselo a cubrir—. Buen chico.
Alejándose de Draco, que se mueve para quedar tumbado de lado y levanta la cabeza, atento a sus movimientos, se sitúa sobre la alfombra del salón y se agacha hasta quedar apoyado sobre sus manos y sus rodillas. Aunque no dice nada, Draco se levanta y, gateando, va hasta él. Harry mira por encima de su hombro y ve el rabo de su novio moviéndose entusiasmado mientras Draco le olisquea el culo y los huevos con interés, rozándole el ano con la punta de la nariz.
—Puedes lamer, Draco.
No tiene que repetirlo dos veces. La enorme y húmeda lengua de Draco es tan grande que cada lametazo le moja los huevos además del culo, pero también es placentero. Normalmente, antes del incidente, Draco solía dilatar el culo de Harry con los dedos, pero también con la lengua, pero ahora sólo está lamiendo, lamiendo y lamiendo, haciendo que Harry se deshaga en un amasijo de placer tan grande que tiene que inclinarse hacia adelante y apoyarse sobre los codos en lugar de las manos.
No está muy seguro de cómo debe proceder. Puede ordenarle a Draco que le estimule con los dedos, pero duda que eso active su instinto perruno y parece tan entusiasmado dejándose llevar por él que no quiere interrumpirlo. Y, tras un largo mes sin follar, no está seguro de que su culo no vaya a doler. No le importa que duela un poco cuando Draco es brusco o impaciente, pero tampoco le gusta paralizarse de dolor. Así que se limita a relajarse, tratar de abrir el culo lo más posible y disfrutar del tacto de la lengua de Draco y de su saliva introduciéndose dentro de él poco a poco.
Tampoco sabe si debe detener a Draco. O si debe ordenarle el siguiente paso. O si, simplemente, Draco se limitaría a lamerle sin descanso hasta que Harry se corra o le obligue a parar. Pero su duda está infundada: tras lo que parece una eternidad repleta del placer de que le chupen el culo, Harry nota que Draco se separa y, al mirar hacia atrás, ve que este está encaramándose sobre sus caderas. Su postura es rara en él, pero sabe perfectamente a qué le recuerda y, cuando la punta de la polla de Draco se aprieta contra su culo, empuja hacia afuera, inspira profundamente y se relaja para permitirle entrar.
Draco lo hace bruscamente, muy diferente a como solía ser. Empuja con fuerza, tratando de abrirse paso, en estocadas fuertes que se introducen un poco más cada vez. Harry jadea, pero ya no le preocupa el dolor. Es verdad que siente la incomodidad de llevar un mes sin hacerlo y que duele un poco, pero el placer de tener a Draco dentro de él de nuevo eclipsa todo lo demás. Además, le resulta excitante esta forma de follarlo en la que Draco no espera a estar completamente dentro de él, sino que ya lo está follando empujón tras empujón desde el primer momento, aunque no lo haya penetrado completamente.
Sabe exactamente el momento en el que eso ocurre, eso sí. No porque el pubis de Draco choque contra su culo, que también. Sobre todo, es porque, de pronto, su culo sí duele. Draco está completamente enterrado y se ha quedado quieto un segundo, un solo segundo y algo crece dentro de Harry, estirando el músculo interior de su ano inexorablemente.
—¡Espera, Draco! ¡Espera! Sácala un momento, por favor —suplica. Tras él, asustado, Draco se apresura a obedecer, tirando hacia atrás, pero no consigue sacarla, sólo que a Harry le duela más—. ¡Para! ¡Oh, joder!
—Harry —susurra Draco, asustado, pero Harry ya ha comprendido qué ocurre y trata de tranquilizarlo.
—Estoy bien, estoy bien —asegura, jadeando—. Perdón, no quería asustarte. Si-sigue.
La excitación es mucho más potente que su prudencia y Draco obedece, tentativamente. Harry cierra los ojos y respira, suponiendo que la incomodidad cederá en unos segundos. Acierta, así que suspira ruidosamente, permitiendo que Draco, al oírlo, se relaje también y vuelva a moverse con rapidez. Ahora, Draco lo folla profundamente, toda su polla dentro de él. Harry jadea, porque no puede ser de otra manera, si ha ocurrido lo que cree. Cuando Draco tira de su polla hacia atrás, la gruesa base, hinchada y enorme, hace que el culo de Harry se estire de una manera que nunca habría creído que podría ser placentera, pero es lo suficientemente grande como para seguir atrapada dentro. Cuando Draco empuja hacia adelante, se mete tan profundo dentro de Harry que el roce de la polla de este por las paredes sensibles de la próstata lo catapultan al orgasmo, manchando la alfombra bajo él.
Detrás, Draco sigue follándole el culo, jadeando, con la lengua escapándosele de la comisura de los labios. Emite un gañido desesperado cuando se empuja una última vez y se corre, llenando a Harry. Luego se deja caer sobre la espalda de Harry, y le besa la nuca, agradecido, antes de separarse de él para permitirle levantarse, pero cuando lo intenta no puede.
—¿Harry?
—Draco… —Harry traga saliva y vuelve la cabeza, para mirar a Draco por encima del hombro, que tiene los ojos abiertos, asustados, de nuevo—. ¿Tú sabías que, además de… todo lo demás —Draco está tan preocupado que se olvida de poner los ojos en blanco por la falta de vocabulario de Harry— también tienes colmillos de perro?
—Sí —gruñe Draco.
—Es que como no lo habías mencionado, no sabía sí…
—Potter, ¿qué carajos pasa, por Salazar?
—Que tu polla también está afectada por el hechizo. —Draco frunce el ceño y mira hacia abajo, al punto donde su pene se fusiona con el culo de Harry—. Tienes… Funciona como la de un perro. Los perros… Se les ensancha la base, para que no puedan sacarla.
—¿Cuánto tiempo? —pregunta Draco. Su ceño sigue fruncido, pero el alivio se refleja en su rostro.
—No lo sé. Un rato. Luego podrás sacarla —asegura Harry, tratando de recordar lo que sabe de ese tema.
—¿Y mientras tanto?
—¿Qué tal seguirme follando? —dice Harry, esbozando una sonrisa tímida. Draco está a punto de contestar—. Tu polla va a seguir dura. Creo que… tiene que ver con el tema de asegurar que... Tú… sólo sigue follándome. Creo… —Jadea, excitado sólo por la idea de ser follado por Draco durante tanto tiempo que este se pueda correr varias veces dentro de él, con el engrosamiento de su pene torturando deliciosamente su culo—. Sé que te lo vas a pasar muy bien.
—¿Y tú? Ya te has corrido, ¿no será incómodo? Puedo quedarme quieto hasta que…
—Draco, ahora soy yo el que quiere que seas un buen chico y me folles hasta que tu polla pueda salir de mi culo. Y si cuando pueda salir todavía tienes ganas de seguir follando, no pares hasta que te canses o yo te lo ruegue —masculla Harry, un poco harto de la consideración de Draco, deseando saber qué se siente al ser follado sin descanso ni pausas para recuperar la erección.
—Dilo una vez más para mí, Harry.
—Sé un buen chico y fóllame, Draco.
Este obedece al instante. Harry no sabe cuánto tiempo tarda Draco en perder el nudo que se ha formado en la base de su polla, pero sí que se corre al menos cuatro veces más dentro de él, aparentemente incansable. Harry se corre también dos veces más, la ultima de ellas su orgasmo es seco y sin siquiera tener una erección, sólo es placer por la fantasía que es tener a Draco tras él, sudando excitado, jadeando y gimiendo de placer durante tantísimo tiempo, y la sensación de sentirse completamente lleno y dilatado por dentro.
Cuando las rodillas y los brazos le fallan, se deja caer en el suelo, sobre la alfombra. Draco no se detiene, con los pies apoyados en la alfombra a los lados de las caderas de Harry, las manos en su cintura, en una postura similar a cuando está sentado, sigue follándose el culo de Harry. Y, a juzgar por la forma en la que el pene de Draco de pronto puede salir y entrar de su culo, dejándolo casi vacío antes de volverlo a llenar de golpe, Harry sabe que este ha cumplido su orden de seguir follándolo incluso después de que el nudo se haya disipado.
—Gracias, Draco —susurra, exhausto, cuando este se deja caer a su lado en la alfombra. Y, por primera vez, Harry lamenta que en algún momento esto vaya a terminar algún día—. Buen chico.
—El día que todo vuelva a la normalidad —murmura Draco, mirándolo a los ojos—, respiraré aliviado. Pero si pudiera quedarme con una sola cosa, sería con lo maravilloso que se siente mi pecho al verte ahora mismo. Y si esa no fuese posible, entonces poder repetir esto de vez en cuando.
—Yo también —confiesa Harry, besándolo. Y no tiene que darle ninguna orden, porque es Draco quien decide y no el instinto, cuando este se pone a cuatro patas entre sus piernas para lamerle y consolarle su dilatado, enrojecido y dolorido culo.
Afortunadamente para el recién descubierto placer de Harry y Draco, el hechizo tarda cinco meses más en desvanecerse. No follan todos los días, porque Harry necesita descansar de vez en cuando el culo, por mucho que le guste la sensación de la polla de Draco dilatándose dentro de él, pero aprovechan cada ocasión posible como si fuera la última, un poco arrepentidos ambos por haber dejado escapar un mes entero de la experiencia de poder follar de esa manera.
No obstante, celebran con alegría la mañana que Draco se levanta sin rastro del hechizo, con su cuerpo normal. Lamenta perder el olfato, pero recuperar los colores en su visión es suficientemente satisfactorio para compensarlo. No lamenta perder la capacidad de su pene de hincharse dentro del culo de Harry, porque lo primero que hace esa mañana es follárselo a la manera tradicional, sin la urgencia ni la emoción del instinto interfiriendo, disfrutando de cada una de las veces que entra y sale de su interior antes de correrse. Harry tampoco lo echa de menos, aunque más adelante fantaseará con ello alguna vez, porque la sensación de Draco follando con él con tanto amor y adoración suyos y luego su lengua consolándole el culo en recuerdo de esos seis meses, instaurando una nueva costumbre en su rutina sexual, le llenan y le bastan.
—Malfoy, ¿has considerado la posibilidad de intentar la animagia? —bromea varios meses después de que Draco recupere la normalidad.
—Potter, no…
—Sería una buena forma de tener lo mejor de ambos mundos y…
—Potter, podría ser un águila y como no te folle con el pico, tendría que hacerlo con las garras —dice Draco, arrastrando las palabras.
—Godric, eres insoportable. Pero no te preocupes, hay juguetes muggles que…
—Potter, he dicho que no. —Al mover la cabeza hacia atrás para tallarse los ojos, desesperado, el collar de Harry asoma por encima del cuello de la camiseta que utiliza ahora para dormir—. Yo creo que sigue quedándote bien.
—Oh, Potter, si sigues hablando te vas a arrepentir de esto.
—Yo creo que no.
—Ya te digo yo que sí.
—¿Eso es todo lo que puedes decir para amenazarme, Malfoy?
Después de que Draco lo haya derribado contra el suelo, bocabajo, hasta conseguir inmovilizarlo, atrapando las piernas de Harry entre las suyas, le penetra lenta y cuidadosamente. Cuando su pubis choca contra los glúteos de Harry, se deja caer sobre él y acerca los labios a su oído.
—No pienso quitarme este collar jamás, Potter. Hay una parte de mí que siempre fue tuya, con hechizo o sin hechizo y quiero que siga siéndolo —musita. Harry gime, anhelando que Draco se mueva para darle placer, absolutamente entregado a él después de sus palabras, pero este no parece tener prisa—. Ahora, dilo para mí una vez más.
—Eres… —Harry traga saliva, estremeciéndose, con la voz estrangulada de excitación—. Draco, sé un buen chico y fóllame.
—¿Sabes, Potter? —La voz de Draco desciende un par de octavas, seductor, y Harry tiembla por lo peligrosa que suena—. Scamander estuvo el otro día en Malfoy Manor y me contó que hay un hechizo muy interesante para conseguir que los crups se reproduzcan de manera más eficaz. Resulta que no tienen esa faceta de los perros que tanto… nos fascina, así que los magos hemos encontrado una forma de sustituirla. Y adaptarla al ámbito humano es pan comido para alguien que sacó su EXTASIS en Encantamientos con un Extraordinario.
—Oh, Draco. Jo… der… —jadea, notando cómo la polla de Draco se hincha dentro de su culo, bloqueándolo y haciéndolo poner los ojos en blanco de excitación.
Con un aullido de placer, Harry se entrega durante los siguientes cuarenta minutos a un incansable Draco que, incapaz de salir de su interior por el engrosamiento mágico de la base de su polla, se lo folla hasta que ambos quedan exhaustos, tumbados en el suelo.
