Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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La casa de las mil puertas

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Akane sopesó la llave en su mano. Era grande, oscura, de metal y muy ornamentada. Levantó los ojos y miró a su derredor. La casa antigua de estilo occidental le recordó a una mansión como la de las películas inglesas. Los muebles eran hermosos, cubiertos con manteles y floreros, cajitas como joyeros, espejos, relojes y libros. También había juguetes, muñecas, peluches y una que otra mochila escolar. Modelos de aviones a escala colgaban del techo, junto con planetas de bronce y anillos de oro. Globos y zepelines a escala. El techo no era normal, sino más bien una bóveda cóncava que estaba pintada como si se tratase de los dibujos de un mapa renacentista. Era de un azul oscuro que degradaba en celeste. En las esquinas de la paredes había dibujos de nubes, estrellas y rostros humanos soplando, que seguramente representaban al viento. También dibujos de aves y toda clase de criaturas misteriosas. Avanzó pasando por el arco de la puerta y la siguiente sala era tan o más extraña que la anterior. Las figuras que colgaban del techo, los astros y los anillos dorados parecían conformar sistemas solares, que giraban a distintas velocidades como los engranajes de un reloj sobre un techo más oscuro, quizás representando el espacio exterior. Sus pintados eran de estrellas y figuras humanas que entendió eran la representación de las constelaciones.

Todo parecía estar desordenado, las sillas estaban cruzadas en el camino, los baúles de madera oscura se apilaban contra las paredes, las que estaban cubiertas de espejos y retratos, fotografías descoloridas en tonos sepia. Juguetes de metal y madera, de décadas anteriores, se apilaban en todos los rincones como adornos. También había collares de perlas y piedras preciosas que sobresalían de los bordes de los cajones a medio abrir. Cepillos para el cabello de marfil y espejos con marco de plata. Una mesa en el centro estaba cubierta con fuentes de frutas. De las ventanas con cortinas entraba una luz blanca, como la del débil sol de una mañana en un día con nubes.

Estaba todo tan desorganizado que parecía como si alguien hubiera apilado los recuerdos de toda una vida. Una pared estaba cubierta por una amplio librero, de tomos roñosos de lomos anchos. Parecían grandes y muy pesados.

El péndulo de un enorme reloj marcaba el paso de los segundos, con un sonido ominoso. Al final de la gran sala había una escalera alfombrada que llevaba al siguiente piso.

Había puertas, muchas puertas en cada espacio posible entre los muebles, escondidas detrás de los baúles y en la pared de los pasillos que llevaban hacia lugares desconocidos de la casa. Llamó su atención porque eran tan distintas unas de otras que no parecían ser parte de la casa. Las había pintadas, de metal, pequeñas, redondas, con ventanillas o sencillas. De madera rústica o con un bello acabado digno de admirar. Las había también de papel como las de su casa. Se acercó a una, notó que tenía un gran cerrojo gris de acero. Akane miró la llave en su mano.

—Es una buena elección —dijo una voz femenina, alegre y relajada.

Sentada a la mitad de las escaleras había una mujer joven y muy hermosa. Con las rodillas juntas, los codos descansando encima y el rostro sobre las manos. Le devolvía la mirada con curiosidad. Su ropa era extravagante, un largo vestido entre azul y negro, de tela ligera ajustado en la cintura, pero que se abría por un costado mostrando un poco las piernas. Era escotado y dejaba libres los hombros, los bordados eran dorados y pequeñas figuras de oro, de estrellas y soles, lo cubrían en algunas partes. Era como si todo el vestido representara el cosmos. También tenía piezas de joyería en sus brazos desnudos y muñecas.

Entonces miró el rostro de la mujer. Se sorprendió. Era humana pero con rasgos felinos, especialmente por sus ojos y las orejas de gato que se movían con naturalidad sobre su cabeza. La mujer se levantó y bajó lentamente por las escaleras. Recién Akane notó la cola que se balanceaba con vida propia.

—Debes tener muchas preguntas —dijo.

Pero Akane no podía bajar los ojos de las orejas de la mujer.

Ella hizo un gesto de disgusto.

—Sí —respondió y suspiró—, son reales.

—¿Dónde estoy? —preguntó Akane.

—La pregunta correcta sería ¿dónde quiero estar?

—No entiendo.

La mujer extendió una mano y un cristal luminoso apareció flotando sobre sus dedos, rodeado por anillos concéntricos que giraban en distintas direcciones. Una a una las cartas del destino comenzaron a aparecer girando en torno al instrumento. Eran grandes y sus dibujos muy hermosamente detallados.

—Así que te interesó esa puerta. Veamos lo que te aguarda en tu futuro.

Con su mano libre tomó una carta y la miró.

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Akane se sentía satisfecha, su carrera como publicista iba bien, aunque la competencia era feroz. Suspiró cansada. Salió del trabajo cuando recibió una llamada. Era de su madre.

—Cariño, ¿ya vienes de vuelta?

—Sí, mamá, necesitas…

Se quedó sin palabras. Akane de pronto fue consciente de que esa no era su realidad, ¡y de que estaba hablando con su madre!

Aferró el teléfono con fuerza contra su oreja y caminó más rápido. No sabía a dónde, no se ubicaba en esa calle, tan solo quería llegar a casa lo más rápido posible.

—¡Mamá! —gritó emocionada.

—Akane, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

Las lágrimas cayeron por el rostro de Akane.

—Mamá, yo te…

Cruzó la calle distraída. No vio la luz del automóvil hasta que ya lo tenía encima.

—¿Akane? —se escuchó por el teléfono que había rodado varios metros por la acera.

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La mujer de rasgos felinos mordió el borde de la carta y bajó las orejas.

—Lo siento, quizás no fue tan buena elección después de todo.

Akane se había sentado en una silla, respiraba agitada y no podía contener las lágrimas y el miedo que todavía recorría su cuerpo.

—Tranquila, eso nunca sucedió.

—Pero, estaba mamá y… yo… ¿morí?

—Por supuesto que no —dijo haciendo desaparecer su extraño instrumento con un movimiento de la mano, y dándole un suave coscorrón a la chica—, bueno, no todavía, si es que esa es tu elección.

Akane miró la puerta, el cerrojo y después la llave que todavía sostenía con su mano sudada.

Tras unos minutos la guio por un pasillo, instándole que tuviera cuidado con los paquetes de regalo apilados en el piso. Con un movimiento hizo aparecer una nueva carta del destino y la examinó.

—¿Qué te parece esta?

Akane miró la puerta de madera que ella le indicó con la carta, un poco asustada.

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Akane tomaba el sol en una playa junto a su hermana Nabiki.

—¿No te parece buena la vida? —preguntó su hermana, deslizando su mano por el vientre desnudo, para tirar un poco del borde de su bikini.

Akane bajó los lentes de sol, notó que unos chicos las miraban con intención de acercarse.

—No de nuevo —se quejó.

—¿Por qué siempre eres tan quisquillosa con los hombres, Akane? —preguntó Nabiki con cansancio—. Eres una exitosa campeona de kenpo, y una querida actriz de películas de acción, ¿por qué no empiezas a disfrutar la vida de una vez? Pareces siempre tan amargada, ni que fueras una anciana. No me vayas a pegar tus malas vibras.

Akane torció los labios. Se sentía insatisfecha, era verdad, pero no sabía por qué.

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La mujer felina agitó la carta.

—¿No todavía? —preguntó.

Akane abrazó su cuerpo. No era insatisfacción, sino algo más. Un vacío tan profundo que la lastimaba. ¿Así se sentía ella en esa vida?

—Será mejor que continuemos.

Puerta tras puerta, Akane fue vislumbrando reflejos de sus posibles vidas. Pero, de alguna manera, por muy idílicas que estas fueran, siempre acaban mal o con un espantoso sentimiento de pérdida, de vacío, de aburrimiento o insatisfacción.

—Eres un caso difícil —lamentó la mujer jugando con las cartas que flotaban en el aire, haciendo ademanes para que cambiaran de lugar—. Podrías tener lo que quisieras, tu madre, tu carrera, el amor de cualquier hombre.

Akane contuvo un escalofrío de asco. Tenía muy presente todavía esa horrible visión de estar casada con Kuno, además de haber sido tremendamente infeliz. También se sorprendió al verse en otra vida casada con Ryoga. Fue desagradable, sentirse unida a alguien a quien solo le tenía aprecio, además de descubrir que Ryoga la había engañado varias veces, más que Kuno.

Aquella vida en que se quedaba soltera con muchos gatos le pareció hasta ahora la mejor elección.

Pero el vacío se iba acrecentando. Ese sentimiento de querer recordar algo que había olvidado parecía acompañarla en todas sus vidas, en todos los reflejos que veía a través del cristal y de las cartas de esa misteriosa mujer. Un dolor que…

Un nombre vino a su memoria.

—¿Qué pasa con Ranma?

La mujer, que en ese momento le daba la espalda a Akane, sonrió. Pero fingió seriedad al girar para encararla.

—¿Quién?

—¡Ranma!, mi… —Cerró los labios apenada.

De pronto, la mujer felina estalló en una fuerte risa, alegre, con los brazos a los lados y el rostro al cielo, como si hubiera tomado aire únicamente para reír más fuerte.

—¿Qué te parece tan gracioso? —preguntó Akane ofendida.

La mujer se limpió las lágrimas de los ojos, todavía estremeciéndose un poco tras las últimas risitas.

—Tú, obviamente. Porque eres una pusilánime, Akane.

—Una… ¿qué?

—¡Una pusilánime! —recalcó con firmeza—. ¿Cuándo vas a reconocer que lo amas?

El rostro de Akane enrojeció hasta las orejas.

—¡No! ¡Yo no…!

La mujer no la escuchó. Alzó ambas manos al cielo, como si fuera a danzar, y el instrumento de cristal apareció sobre sus dedos. Las cartas del destino giraban velozmente y la luz las envolvía con la forma de estrellas y astros. Hasta que estalló en un fulgor blanco.

Cuando Akane abrió los ojos era de noche. Una brisa fría estremeció su piel y en la oscuridad apenas pudo distinguir la silueta de los árboles meciéndose y crujiendo. Estaba asustada, ese lugar le provocaba escalofríos. ¿Qué clase de vida tendría ahora? No una muy buena, con seguridad.

A lo lejos notó la luz de una fogata. Se acercó con temor, muy lentamente. Las llamas crepitaban, torturadas por el viento que amenazaba su efímera existencia. Se acercó un poco más.

Había un hombre sentado contra el árbol, envuelto en una manta. Parecía un vagabundo, que no tenía más posesiones en la vida que una bolsa con algunos recuerdos. Era un viajero perdido, olvidado por el resto del mundo, apartado de toda existencia. Su rostro envejecido, bronceado por el sol y marcado por viejas cicatrices, parecía tan quieto como las piedras. Su descuidada barba gris acentuaba su atemorizante semblante.

—Yo…

—Él no puede escucharte, Akane.

La mujer felina estaba a su lado, su humor y alegría se habían ido del todo y miraba con tristeza a la figura gris postrada en el suelo.

—¿Por qué?

—Porque este no es un destino escrito para ti. Pero querías saber, ¿no?

Los ojos de Akane se abrieron del todo y sus labios temblaron. Se acercó otro poco al fuego y se arrodilló para buscar el rostro del hombre. No era tan viejo, pero su espíritu había perdido todo resto de deseo y de felicidad. Sus ojos azules miraban el fuego, anhelando un calor que ya no podía sentir. Él se movió, como si se quejara por un dolor constante, solo para tirar otro leño al fuego. Se acurrucó y maldijo en un susurro.

—¿Ranma? —preguntó Akane.

Él no respondió, pero alzó el rostro y la miró a los ojos. Akane contuvo el aliento. Ranma pasó los ojos de ella y buscó en la oscuridad. Estaba solo y silencioso, no había nadie más que él. Creía haber escuchado algo, como un susurro en el viento. Fue solo su imaginación. Apretó los dientes y cerró los párpados con fuerza.

Akane seguía de rodillas frente a él.

—¿Por qué está así? —preguntó con la voz quebrada—. ¿Qué sucedió?

—Es aquello que no llegó a suceder el problema —respondió la mujer con ambas manos atrás.

—No te entiendo. ¡Sí algo terrible sucedió debe haber una solución! Algo, lo que sea, tiene que haber una vida mejor para él… No puede terminar así. Me mostraste muchas vidas, tiene que haber otras para Ranma.

—Lo siento.

Akane se levantó y la encaró.

—Tengo esta llave, me dijiste que puedo elegir un destino, el que yo quiera. ¡Quiero uno feliz para Ranma!

—Así no funciona.

—¡Explícame entonces!

La mujer juntó las palmas. Las separó lentamente y las cartas comenzaron a aparecer formando una línea horizontal en el aire.

—Tú tienes muchos destinos a tu disposición y la libertad para escoger tu camino. Pero almas como las de él…

Las cartas comenzaron a reunirse desde los extremos, hasta otra vez en el centro volverse una única carta.

—...no. Su destino es uno solo y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo. Este es el futuro de Ranma en cada una de las puertas, porque su alma está destinada al fracaso.

Akane se quedó de pie ante la hoguera, mirando al hombre. Empuñó las manos con fuerza.

—Eso no es verdad, Ranma siempre fue un luchador, ¡él nunca perdería una pelea! Menos contra un destino injusto.

—¿Él siempre fue así? —preguntó la mujer—. El niño que llegó un día a casa de la familia Tendo, ¿era tan valiente, decidido y arrogante cómo lo recuerdas?

Akane cerró los ojos. Al abrirlos estaban en su casa en Nerima. Akane se vio a sí misma, apenas un poco más joven y con el cabello largo. Estaba asustada. Y Ranma apareció en el pasillo disculpándose con la mano detrás de la cabeza. Esa fue la primera vez que lo conoció en su forma masculina. Porque antes, cuando le ofreció su amistad, creía que él era mujer.

Akane se acercó a Ranma. Era increíble lo distinto que se veía, a pesar del poco tiempo de diferencia. Era un muchacho más tímido, en un hogar extraño, sin saber cómo escapar de la situación en la que estaba metido. Avergonzado por su maldición. En ese tiempo Ranma solo había conocido los caminos junto a su padre, del que incluso tuvo que aprender a defenderse. Ni siquiera sabía que su madre vivía. Desconocía del todo lo que era vivir como una familia.

Akane se inclinó un poco más frente a Ranma. Buscó sus ojos.

—Lo traté tan mal, fue un accidente. Yo entré al baño, no fue su culpa. ¡Está tan asustado!

Akane estaba otra vez en la casa antigua.

—Todas estas puertas —preguntó—, ¿son las vidas que tendría de no haber conocido a Ranma?

La mujer asintió solemne.

—Finalmente, libre de él, ¿no era eso lo que deseabas?

—¿Mi deseo? —Akane negó con la cabeza—. Estaba tan enojada con él, pero ya me parece una tontería al recordar la razón. Ambos tuvimos la culpa de esa pelea.

—No será la última vez que discutan.

—No.

—Vendrán más.

—Lo sé.

—Entonces, ¿qué esperas para elegir una nueva vida? Se te ha regalado el don de escoger, no todos los mortales pueden hacerlo.

Akane miró las puertas desde la sala principal. Las puertas en el segundo piso, las que estaban en los pasillos. Pasillos que llevaban a otros cuartos con más puertas. Ella era libre de elegir su propio futuro, una vida distinta, una donde su madre estaría viva. Su familia unida, feliz, alegres. Donde los chicos no la acosarían en la escuela cada mañana. Partir de nuevo en un mundo completamente diferente, con nuevos sueños y metas. Haciendo todo lo que quisiera, sin estar ya atada a un destino caótico y conflictivo.

Sería tan sencillo.

Miró la llave en su mano. La cerró con fuerza y le dio la espalda a la casa. Caminó hacia la puerta de entrada.

—Akane, ¡espera! ¿Estás segura de lo que estás haciendo? —preguntó la mujer felina, parando recta sus orejas.

Akane asintió.

—Muchas gracias por todo, señora tarotista. Ya sé lo que quiero hacer con mi destino.

La mujer se erizó, empuñó las manos y la cola alzada se engrifó.

—¡No soy señora! —rugió—. Para tu información, soy una mujer joven, hermosa, inteligente y muy talentosa. —Extendió el brazo al frente con el dedo índice en alto—. ¿Y qué es eso de tarotista? ¿Me crees una vulgar adivina de barrio?... ¡Soy una astróloga profesional!

—Lo siento. —Akane se rio a pesar de intentar sonar sincera en su disculpa—. Lo siento mucho.

—Pues que no se te olvide. —La mujer se irguió, ahora seria y solemne—. Akane, ¿de verdad estás segura de lo que vas a hacer? Tienes infinitas vidas a tu disposición. El destino que siempre soñaste, ser feliz.

Akane metió la llave en la cerradura de la puerta. La giró.

—No sin él —respondió.

Abrió la puerta. Afuera la esperaba un radiante sol que le dio en el rostro y el aroma a flores frescas.

—Buena suerte, niña.

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Dio unos pasos tras cruzar la puerta y esperó. A esa hora de la mañana el sol daba de frente en la puerta del departamento. Cerró los ojos y disfrutó del agradable calor en su rostro que contrastaba con el aire frío de la estación.

Tras ella salió Ranma, vestía su uniforme del gimnasio Takeda y llevaba su bolso deportivo al hombro. Akane suspiró, agradada por el hermoso día que les había tocado, tras una semana de intensas lluvias. Ajustó su calzado dando pequeños golpecitos con la punta de la bota contra el piso. La cartera colgaba de su hombro, vestía el bonito traje de la panadería y el delantal lo llevaba doblado sobre un brazo.

Caminaron juntos, Akane tirando de la manga de Ranma, y llegando a las escaleras se toparon con sus vecinos los Noda. Intercambiaron cordiales saludos. Ranma dijo una tontería que lo hizo ganarse un pellizco de Akane. El señor Noda respondió con otra que lo hizo merecedor de otro pellizco de su anciana esposa. Se separaron con reverencias y siguieron su camino.

En la plaza frente al edificio cruzaron frente a una banca a los pies de un árbol. Akane se detuvo un momento.

—¿Se te olvidó algo? —preguntó Ranma.

Akane miró hacia atrás, la banca estaba vacía. Negó con la cabeza.

—No, nada.

Continuaron su camino.

Una muchacha estaba sentada en la banca. Vestía falda y una chaqueta deportiva con gorra. Ella vio marchar a la pareja de esposos, echó la gorra hacia atrás revelando un par de orejas de gato. Alzó la mano en el aire y apareció una carta. La observó detenidamente.

Se llevó la carta a la boca y la apretó con los labios.

Y dando una última mirada a Akane, se sonrió.

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Fin

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La palabra de hoy fue «llave», una que me provocó esta extraña fantasía que me divertí mucho en explorar. ¿Cuántos de nosotros no imaginamos una vez, o mil veces, poder rehacer nuestras vidas? ¿Escoger otro camino? ¿No cometer los mismos errores y haber actuado de otra manera con un ser querido que ya no nos acompaña? Sí, los arrepentimientos duelen, pero también son parte de la maduración que nos hizo las personas que somos ahora. Sin haber padecido ciertas experiencias, no disfrutaríamos lo que tenemos, ni tampoco amaríamos como lo hacemos a quienes todavía nos rodean. Somos imperfectos y cometemos errores, pero esos errores fueron cinceladas que nos dieron la forma que, todavía, no será la final. Porque lo que acabemos siendo será, muy a futuro, lo que recuerden de nosotros quienes nos sigan.

Como dato trivia, la aparición de la muy hermosa, inteligente y talentosa astróloga no fue más que una pequeña humorada de mi parte. Porque tanto su manera de vestir, su profesión e incluso los gestos que hace en la historia, todos corresponden nada menos que al avatar de Randuril cuando jugamos al FFXIV. Se llama Aguamarina (igual que cierta protagonista, de cierta novela publicada por ahí). Espero les haya gustado la extraña manera en que se me ocurrió hacer aparecer a nuestra querida autora en un fic, utilizando una de sus encarnaciones.

Nos vemos en la siguiente historia.