Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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El príncipe de Nur

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Nabiki giró alrededor del esclavo con un gesto de disconformidad.

—No nos queda tiempo para ser quisquillosa.

A pesar de sus palabras, sus ojos decían lo contrario, recorriendo con mucha atención cada palmo de piel aceitada, de los músculos perfectamente esculpidos alrededor de una figura tan alta que le hacía sombra, de cabello oscuro y lacio que le llegaba a los muslos. El minúsculo taparrabo de cuerpo dejaba muy poco a su imaginación, pero la entusiasmaba todavía más, al comprender que realmente le estaban ofreciendo un semental de primera. Las cicatrices tan solo servían para realzar una masculinidad explosiva, como si una gran cantidad de fuerza e ira estuviera contenida en una aparente sumisión, en silencio y contemplación. Porque el esclavo ni siquiera cambió su gesto a pesar de sus palabras.

—Cómo se llama.

—Mousse, así lo apodaron. Era un huérfano nacido en las mazmorras de los esclavos, no tenía un nombre antes de ese.

—¿Y es fuerte?

—Por supuesto, mi señora, es cuestión de verlo por usted misma. Sobrevivió tres años en la arena y no perdió uno solo de sus dedos.

Alzó las cejas en un gesto de incredulidad.

Todos los veteranos de la arena que conoció a lo menos habían perdido una oreja. La mayoría una mano, un brazo, una pierna o las dos. Y esos se contaban entre los afortunados, los casi inexistentes que llegaron a retirarse. Porque la media de supervivencia de todos los guerreros en la arena era de apenas dos días. Iba a dudar de la historia del esclavista, pero junto al esclavo se incluían dos espadas de oro y de plata, que era la única posesión que se le permitía tener y que por ley imperial ni siquiera su amo le podía arrebatar. Era el símbolo del que consiguió superar los tres años como gladiador.

Ahora su destino sería ser vendido como un esclavo de élite, más costoso que un pequeño feudo. No había mejores y más leales guardaespaldas reales, comandantes sumisos o maestros marciales que entrenaran a las tropas, que un esclavo retirado de la arena.

Aún así, Nabiki tenía otros planes en mente.

Con un susurro ordenó que le pagaran al esclavista. Sayuri, sumisa, obedeció e hizo gestos a los otros esclavos de la comitiva de su señora para que depositaran los pesados arcones llenos de monedas de oro.

—Y este es para asegurar tu silencio —dijo Nabiki.

Sayuri ordenó con otro gesto que depositaran tres arcones más.

—Por mi alma ante la madre Seles juro que no sé de lo que me está hablando —contestó el esclavista—. Lo he olvidado todo.

Nabiki se cubrió la cabeza con la capucha de su larga túnica y fue seguida por su numeroso séquito de guardianes. Dos soldados cubrieron el cuerpo del esclavo y también la cabeza, y lo llevaron a rastras, por un camino diferente al que tomó su señora.

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Mousse se dejó hacer con una resignación digna del precio que pagaron por él. Era una mansión estupenda, pero silenciosa y con un amplio jardín. Quizás la casa privada de alguien importante en el reino. Pero su trabajo no era pensar, tan solo obedecer. Fue desnudado y guiado por una docena de hermosas ninfas, mujeres que habían hecho voto de castidad y que se reconocían por el tatuaje de alas en sus espaldas, por lo que entendió que no usarían todavía su cuerpo. Las ninfas, desnudas, lo llevaron a un baño tan amplio como una piscina. Lo bañaron con dedicación, con sus manos recorrieron cada parte por oculta que fuera de su cuerpo. Reaccionó a las caricias provocando las risas de las ninfas, pero su rostro no mostró cambio alguno. Su largo cabello fue tratado con aceites aromáticos y su rostro lo frotaron con cremas.

Fue vestido con pantalones de seda muy holgados, una ancha faja de tela que envolvía casi todo su vientre y una camisa abierta que dejaba ver sus pectorales de piedra. El cabello largo se lo peinaron y acomodaron entre tres ninfas para que ningún cabello quedara fuera de lugar, como un hermoso velo, negro y brillante.

Lo guiaron a una habitación.

Las columnas daban hacia una espléndida vista desde las alturas, de un valle de olivos y viñedos. Entre las columnas se mecían cortinas de seda. Otras cortinas separaban el cuarto del lugar más íntimo. Sobre alfombras de vivos colores habían cojines y una cama bajo cortinas traslúcidas. En la cama esperaba Nabiki, acostada sobre su costado y comiendo uvas de una bandeja. Sayuri recogió la bandeja y con rápidos gestos del rostro, ordenó a las demás sirvientas que levantaran los instrumentos musicales, los platos de comida y se retiraron corriendo con las cabezas inclinadas por los costados de Mousse. El esclavo miró sobre su hombro, y notó con sorpresa que los guardias de la entrada también habían desaparecido.

—Somos solo tú y yo. Mousse, ¿ese era tu nombre?

—Sí, ama.

—Interesante. —Dejó la cama y caminó hasta él, lo recorrió otra vez dando vueltas alrededor de su cuerpo. Se acercó para sentir su fragancia—. Oh, por Seles, tienes buen aroma. No todas las pieles reaccionan igual a los perfumes, la tuya es casi… adictiva.

—Me enorgullece, ama.

—No lo creía, así que es verdad, los esclavos de la arena nunca inclinan la cabeza, ni siquiera a sus amos.

—Inclinar la cabeza es símbolo de aceptar la muerte.

—¿Y si yo te ordeno morir? —preguntó Nabiki.

—Entonces la inclinaré.

—¿Lo harás feliz, gustoso, con placer para obedecerme?

—La inclinaré porque mi ama me lo ordena.

Nabiki apretó los labios. No le gustó la respuesta.

—Dame tu vida.

Mousse no vaciló. Hizo un ademán de inclinar la cabeza.

—¡No! —Lo detuvo empujándolo con ambas manos sobre su musculoso pecho.

Él obedeció y levantó la cabeza de nuevo. Nabiki sabía que si la inclinaba del todo, buscaría lo que fuera para quitarse la vida. Faltó poco para que ese idiota se tomara su broma muy enserio, debía tener cuidado con él.

—Eres un idiota, ¿me quieres hacer perder todo el dinero que invertí en ti? Para la próxima, te ordeno no morir.

—Si mi ama me lo pide…

—Si tu ama te lo pide, lo pensarás dos veces hasta estar seguro de que lo digo en serio, y no estoy bromeando. Vales mucho para mí, solo pediré tu vida si sirve a mis planes, ¡no por nada! ¿Quedó claro?

—Muy claro, ama.

—Bien.

Nabiki titubeó. Todo el valor que aparentaba comenzó a flaquear al mirar en dirección de la cama.

—Vas a servirme. ¿Sabes complacer a una mujer? ¿Eres tan bueno como con una espada?

—Si mi ama lo pregunta, puedo responder con honestidad.

—Sé honesto.

—Era muy pedido en las alcobas de las señoras. Se pagaba mucho por mis servicios después de una pelea, solicitaban que no me bañaran, les gustaba más ser complacidas mientras siguiera bañado en la sangre de mis víctimas.

—Eso no me dice nada —Nabiki hizo un gesto de repulsión, que supo disimular—, ¿eras bueno o no?

—Siempre regresaban por mis atenciones. El amo de la arena hacía subastas cuando más de una me requería, lo que sucedía siempre.

—Parece prometedor, pero tendré que juzgarlo por mí misma.

Nabiki se paró delante de la cama. Se desabrochó el cinturón de oro y cayó a sus pies. Después la túnica. No llevaba ropa interior y se quedó esperando, respirando agitada. Su cuerpo era perfecto, se habría preocupado de eso tanto como de cultivar su mente, y de expandir su poder. Sus senos prominentes estaban bien erguidos y sus puntas buscaban las alturas, tanto como su ambición. Expectante esperó algún cambio en el rostro de Mousse.

Este no se inmutó. Nabiki torció los labios de disgusto.

—¿No dirás nada?

—¿Se me permite hablar, ama?

—¡Hazlo, maldita sea! —Nabiki apretó los dientes. Había dejado escapar inconscientemente sus nervios.

—Mi ama es la mujer más hermosa que he conocido jamás, si no fuera un esclavo, me entregaría sin ninguna orden a amarte.

Nabiki recobró la calma y sonrió satisfecha. No solo por las palabras de su esclavo, sino también por la reacción que él tenía bajo el holgado pantalón de seda.

—Entonces esfuérzate, compláceme mejor que a cualquier otra que te haya usado antes. Ya no eres un esclavo de una noche, eres mi leal servidor de por vida, quiero que tu empeño sea especial desde hoy. Quiero que me hagas sentir… Demuéstrame que vales lo que pagué por ti.

Obedeció. Con las manos tiró de la faja y la dejó caer junto con la camisa. Dio unos pasos y dejó caer los pantalones, que acabó por sacarse tras sacudir los pies. Desnudo se detuvo ante Nabiki, con su cuerpo enorme, musculoso, brillante de aceite. Nabiki tragó con dificultad y sintió una sensación nueva, desconocida e intrigante.

Mousse extendió las manos para tomarla por los brazos.

—¡Alto!

—¿Ama?

—Espera, no te detengas, solo quiero que… —Nabiki se odio a sí misma

Estaba mentalmente preparada, pero nunca imaginó lo infantil y tonta que iba a comportarse llegado el momento. Era joven, debía reconocer sus propias debilidades, porque eso la haría a futuro más fuerte.

Él notó el nerviosismo de su señora.

—Ama, soy tu posesión, haré todo lo que me ordenes.

—¿Te complace mi cuerpo?

—Eres como imagino que sería el cuerpo de la diosa —confesó—. No hay otra con quién pueda comparar la perfección de mi ama.

—También eres bueno adulando —Nabiki dejó de sonreír y giró el rostro, no quería que él viera sus ojos—. Mousse, ¿sabes ser… delicado?

Mousse abrió la boca. La volvió a cerrar. Entonces lo comprendió todo, aunque su señora era hermosa, fuerte, rica y segura de sí misma, todavía le faltaba experiencia en ciertos campos.

Su ama era virgen.

Asintió con una solemnidad casi religiosa.

—Haré todo lo que mi ama deseé.

Sus manos enormes se aferraron a los pequeños brazos de Nabiki. Las deslizó lentamente y se hizo con la cadera cálida de la mujer. Ella contuvo el aliento. Seguía intentando mostrarse segura, dueña de la situación. Mousse no dijo nada.

Deslizó una mano hacia la parte baja de la espalda de Nabiki, más abajo, y se apoderó con ambas manos de ella, con una codicia conquistadora. Ella gimió, pero mantuvo la fuerza de su mirada sobre él. Mousse la cargó en sus brazos y la llevó a la cama.

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La satisfizo toda la tarde, la noche hasta el mediodía siguiente. Mousse se sentó en la cama y la sábana se deslizó hasta su pelvis. El cabello caía suelto por la espalda y por delante de sus hombros. Estaba cansado, su señora resultó ser una alumna curiosa y ejemplar, dedicada y también segura de su cuerpo y de lo que deseaba a la hora de ser atendida. A los pies de la cama rodaban las uvas y en el piso todavía había bandejas y copas que los sirvientes trajeron en sus cortos intervalos de descanso.

Su ama se peinaba en un pequeño tocador. Tanto el mueble como el taburete habían sido traídos a esa hora. Ella susurraba una antigua canción, le era desconocida, quizás se trataba de una melodía de las cortes, ajenas a la vida de las calles y de los esclavos. La voz de su señora era dulce, firme y melodiosa; era hermosa y lo hizo sentir una extraña sensación que jamás conoció en la arena: era paz.

Nabiki giró en el taburete y lo miró. Mousse no dijo nada, aprendió que su señora se complacía en observarlo. Aún así…

—Tienes curiosidad.

—No, ama.

—La tienes y te doy permiso de satisfacerla. Desde hoy eres mi esclavo personal y mi confidente, escucharme será tu privilegio y desahogarme contigo mi exclusivo placer. Así que tus oídos y mente me pertenecen, mis secretos estarán más seguros en ti que en mí misma.

—Mi alma te pertenece, señora.

Nabiki abrió los ojos sorprendida. Un esclavo siempre juraba por su vida, nunca por su alma, porque aún siendo la propiedad de otro, el espíritu era libre de entregarlo a la deidad que sirviera. Esa promesa era mucho más importante para Nabiki que cualquier otro juramento. Se sonrió complacida y sus ojos brillaron.

—Entonces tienes permiso para preguntarme todo lo que quieras, cada vez que estemos solos. No, te ordeno que me preguntes todo, si te guardas alguna duda me sentiré ofendida.

—Mi ama es una mujer poderosa y muy hermosa, podría tener al hombre que quisiera. ¿Por qué…?

—¿Por qué elegí a un esclavo para perder mi virginidad? —Nabiki se llevó un dedo a los labios—. Porque nunca daré nada de lo que me pertenece, menos dejaré que un hombre se jacte de haberme arrebatado algo que es mío. Tú eres mío, mi pertenencia, así que lo que te doy sigue siendo mío. ¿Lo comprendes ahora?

Mousse también sonrió. Era la primera vez que ella lo veía hacer un gesto honesto, como el de cualquier ser humano y sintió, por alguna extraña razón, que sus mejillas ardieron.

Mousse se sentó en la cama, pero Nabiki se le adelantó y corrió con el largo camisón de seda, casi traslúcido, abanicándose por la brisa. Lo detuvo poniendo un dedo en el pecho de Mousse.

—Mousse, te ordeno que me ames.

—Sí, mi ama.

Nabiki se mordió el labio inferior.

—Pero deseo que lo hagas de manera diferente.

—¿Cómo?

—Tómame ahora, sin delicadezas. Hazlo como si yo fuera tu propiedad y no tu ama.

Mousse la miró a los ojos esperando ver algún atisbo de humor, algo que le dijera que era otra de sus bromas. Ella hablaba en serio.

—Haz lo que quieras con mi cuerpo, quiero verte satisfecho como un animal al que dan de comer por primera vez en una semana… Es una orden.

El esclavo volvió a sonreír y la atrajo en un poderoso abrazo, que le arrancó un grito de sorpresa a Nabiki. Pero era demasiado tarde para arrepentirse.

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Mousse nunca sintió apego a su antigua vida de gladiador, por lo que servir a una señora para convertirse en su juguete no estaba tan mal. Pero esto era algo tan inusual que aún un leal esclavo como él no pudo evitar hacer un gesto de sorpresa y temor.

Estaba de pie en el centro de un cuarto, rodeado de sirvientes que, como si danzaran, giraban a su alrededor sin tocarse entre ellos. Todos encargados de una parte de su fastuoso atuendo y de las joyas que colgaban de su cuello, muñecas y orejas.

—¿Mi ama?... ¿Es necesario?

Nabiki lanzó una carcajada.

—Ay, Mousse, ¿crees que pagué la fortuna de un reino por un amante?

Dejó su silla, obligando a sus ninfas a retroceder las bandejas con frutas y dulces que sostenían delante de ella.

—Pero que un esclavo se convierta en un príncipe…

—¿Dudas de mi genialidad?

—Nunca, ama.

—Pagué por ti porque eres el mejor. Te prohibo también dudar de tus destrezas, o estarás ofendiendo mi buen juicio.

Mousse entendió. Asintió y se irguió en su nuevo papel, dejándose atender como si fuera un auténtico señor, nacido en una cuna de oro. No un simple esclavo con un costoso disfraz.

Nabiki batió las palmas.

—¡Mucho mejor!... Kasumi, mi hermana mayor, fue entregada por el idiota de mi padre al emperador Ono. Y mi pequeña hermana Akane es una romántica incurable, una virginal soñadora que vive lanzándole indirectas al otro célibe de su caballero personal Saotome. Únicamente quedo yo para dirigir el reino, pero las leyes me obligan a desposar a un idiota para darle mi corona ¡Mi reino!, en una bandeja de plata al primer imbécil que le cuelgue algo entre las piernas. No lo permitiré, nadie va a tocar mi heredad, menos mi cuerpo si yo no lo quiero. Ese estúpido del rey Kuno se puede morir y podrir, y que las raíces le crezcan hasta los ojos, si cree que me casaré con él.

—Nadie es digno de mi ama —susurró Mousse, dejando escapar un atisbo de apasionado celo.

La princesa Nabiki, del reino de Tendoria, lo escuchó y con las mejillas enrojecidas sonrió, pero fingió no haberlo hecho.

—Por eso mi plan es perfecto, ¡yo crearé a mi propio príncipe! Un consorte venido de una tierra extraña, al que entregaré encantada mi mano en matrimonio y mi reino. Pero nadie sospechará que el nuevo rey, mi esposo y señor, es en realidad mi leal esclavo.

—Es perfecto —murmuró Mousse asombrado.

—Lo es —afirmó Nabiki—, por supuesto que lo es. Y tú, mi amado prometido de tierras muy lejanas y exóticas, eres el nuevo príncipe de Nur. ¡Viva Mousse de Nur!

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Fin

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La palabra de hoy era «disfraz». Tal como dije ayer estaba muy cansado y quería tan solo escribir un drabble. Los domingos trabajo una jornada larga y muy ocupada, por lo que las horas pasaban y no tenía ningún ánimo de escribir. Fue Randuril la que me socorrió, diciéndome que escriba algo hot. Y más que sus palabras, fue ella la que me inspiró, porque pensé que para hacer algo hot y corto necesito a una protagonista más decidida. Con Akane no se puede, excepto en muy contadas ocasiones, llevarla a esos temas sin un preámbulo muy largo y que lo justifique es imposible. Eso o narramos a personajes fuera de carácter, que tengan muy poco de ellos, lo que no es la idea. El desafío que siempre nos planteamos con Randuril es llevarlos a los extremos, pero de manera justificada y creíble. Que en apariencia sean ellos en esa situación, no cualquier personaje que de Ranma y Akane (y cualquier otro personaje) tan solo comparte sus nombres. No es divertido ni mucho menos inmersivo.

A lo que iba, usé a Nabiki y tan solo escribir su nombre me vino a la mente el gran ship made in Randuril en este fandom. Uno de los más interesantes y que si no fuera por ella jamás hubiéramos considerado.

El escenario, bueno, uno que justificara tantas cochinadas sin pretexto, así que lo ambienté en algo remotamente parecido a una fantasía oscura, estilo Conan, porque eso permite cualquier cosa.

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Espero les haya gustado y nos leemos en la siguiente historia.