Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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El sueño del rey

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Ranma tenía un enorme problema en sus manos.

Afuera del cuartel, los republicanos se tomaban las calles celebrando a voz en pecho la libertad. Enarbolaban banderas del reino, con un pintado del nuevo símbolo de unidad, sobre la antigua representación de la corona en su centro. Sus compañeros de la guardia local no sabían si intentar contener a las masas o unírseles. Los palacios de los miembros de la corte estaban siendo saqueados y se reportaron incendios en varios lugares. La violencia escalaba rápidamente, no había suficientes manos para abarcar todos los sucesos. Los nobles estaban escapando, pero no todos lo consiguieron y ya se rumoreaba de nombres importantes linchados por las turbas.

—Siempre acaba igual —lamentó a su lado Mousse, revisando su libreta de apuntes.

—Es un maldito desastre —se quejó Ryoga, con un gesto tan deprimente que Ranma tenía deseos de abofetearlo.

—Nuestro deber como la guardia local es proteger a los ciudadanos —recordó Ranma.

—¿Pero a quién? —se quejó Ryoga, dando un golpe al escritorio— ¿Y de quién? La mitad de la gente está atacando a la otra mitad. Si a lo menos todos celebraran, incluso nosotros odiábamos al tirano rey Soun. ¡Pero la idea era liberarnos del asesino opresor, no acabar matándonos entre nosotros!

—Es una guerra civil —dijo Mousse, incólume, mientras se ajustaba el cinturón con la espada colgando a un lado y la pistola de chispa al otro. Después hizo lo mismo con los guantes de su uniforme de cuero oscuro y tela negra, como preparándose para el trabajo—. Tres facciones distintas se están adjudicando el gobierno y ni siquiera sabemos quién es ahora nuestro jefe. Si arrestamos a alguien podríamos estar tanto cumpliendo nuestro deber, como cometiendo un acto de traición.

—¿Y el general Kuno? —preguntó Ryoga, buscando un atisbo de esperanza.

—Se unió a los Azules.

—Pero el general Ono se unió a los Amarillos —aclaró Ranma, acabando con las esperanzas de Ryoga de encontrarle un sentido a todo. Saber a quién seguir.

—Y tu padre, el almirante Genma, se unió a los Rojos —agregó Mousse.

Los tres callaron. Desde el exterior se escuchaba el sonido de los gritos, del fuego, de los disparos al aire y el de los cánticos. Y ellos, un capitán y dos tenientes, eran todo lo que quedaba para dirigir a los desesperados hombres de la guardia local. Los mandos altos habían desaparecido. La flamante y pedante guardia real, esos escaparon de los primeros como ratas, o se fueron custodiando a los pocos nobles que consiguieron huir de la ciudad. También sabían que en pocas semanas a lo mucho, uno o más nobles se armarían en la campiña y volverían con sus tropas personales para intentar restablecer una nueva monarquía. Todo era un maldito desastre, la ciudad iba a desaparecer, y únicamente el violín de la muerte se escuchaba en esa condenada noche.

—Pensar que algunos están tan felices con la muerte del tirano Soun —murmuró Ryoga, cabizbajo—, ni siquiera saben en lo que nos metimos.

—Un orden tiránico o un caos asesino, no sé cuál es mejor —dijo Mousse meneando la cabeza—. Y nosotros, como último símbolo de autoridad, unos simples oficiales menores, seremos los siguientes en la línea de fuego. Tendremos que tomar papeles y elegir a una de las facciones. Imponer el orden en su nombre y matar al resto, o desapareceremos.

Ranma no los escuchó, con las manos juntas y cruzadas tras la espalda miraba hacia el exterior, el horizonte rojizo de las llamas sobre la silueta azulada de los edificios.

—Somos la última línea de defensa de esta pobre gente —dijo finalmente—. Nuestros subalternos esperan una orden, los ciudadanos en las calles necesita nuestra protección. Los criminales deben ser apresados.

—¿Detenerlos, dónde? —preguntó Ryoga—. La prisión del castillo fue tomada por una de las facciones y liberaron a todo el mundo. Pero tan solo un tercio de esa gente estaba presa de manera injusta por el rey. Los otros dos tercios son verdaderos animales, psicópatas que costó la vida a varios de los nuestros para conseguir encerrarlos. ¡Eso no es justo!

—Por eso debemos detenerlos, de alguna manera hay que poner orden en esta maldita ciudad.

Ranma apretó los puños. Tenía que tomar una decisión.

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Esa madrugada sería recordada como una de las más sangrientas de la historia del reino. Los jóvenes oficiales al frente de la guardia local marcharon hasta el centro de la plaza. Formaron con sus carabinas cargadas y anunciaron a viva voz que no se permitirían más saqueos ni desórdenes, bajo pena de ejecución inmediata.

Capturaron a varios saqueadores y criminales, que atraparon in fraganti atacando a personas inocentes en sus hogares. Los alinearon en la plaza y fueron ejecutados bajo la implacable orden del capitán Ranma Saotome.

Sin dudar, sin mostrar un atisbo de humanidad, se repitió el proceso en las distintas plazas de la ciudad hasta que se hubo recobrado el control. La guardia no se unió a ninguna de las tres facciones, sino que declaró su neutralidad y completa dedicación a su única tarea: mantener el orden.

Protegió a los inocentes, ejecutó en el acto a los criminales e impuso con la fuerza del miedo la cordura. Al final de ese sangriento día, la ciudad encontró la calma otra vez. Las muertes no fueron tantas como se hubiera esperado creer, porque de inmediato la disuasión hizo efecto. En el futuro, los historiadores recordarían la figura del capitán Saotome como un desafortunado hombre que tomó la decisión correcta, en el momento necesario, por muy dura que esta fuera. Gracias a su determinación, las facciones encontraron la paz para dialogar, la ciudad celebró su libertad sin más innecesario derramamiento de sangre.

Días después, el nuevo gobierno elegido pudo también enfrentar, con sus fuerzas unidas, a las facciones separatistas monárquicas.

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El recién nombrado lord protector de la ciudad, general Ranma Saotome, fue saludado a su ingreso a la nueva prisión del castillo. Todavía vestía su uniforme de la guardia con leves modificaciones, no se separaba nunca de él a pesar de su nuevo cargo, ni de sus dos fieles subalternos. Dio una orden para que ellos se retiraran junto a los carceleros y lo dejaran a solas con la prisionera.

Tomó una silla y se sentó delante de ella. La mujer estaba tranquila, sentada frente a él del otro lado de los barrotes.

—Princesa…

—Ya no soy princesa, lord protector —respondió ella con calma, haciendo una inclinación de cabeza en respeto al cargo del hombre.

Ranma cerró los ojos con fuerza. Los abrió y tomó una bocanada de aire.

—Kasumi —dijo—, ¿por qué lo hiciste? Te has negado a hablar con cualquiera que te lo pregunte, a pesar de que ya han pasado dos meses desde ese día.

—¿Es importante saberlo? —preguntó, con una sonrisa amable en su rostro y una resignación casi religiosa a su destino.

Ranma se frotó la cabeza. Sacó del bolsillo una pequeña botellita vacía. Kasumi abrió los ojos muy grandes un momento, antes de conseguir recobrar la calma y su sonrisa amable.

—Esta era la botella en que cada noche preparabas la poción somnífera, que usaba tu padre para conciliar el sueño. Después de la muerte de tu madre, eras la única que conocía su fórmula, y también la única en la que tu padre confiaba lo suficiente como para beberla sin solicitar antes que pasara por los labios de su copero. Lo envenenaste sin dudar, a tu propio padre, ¿por qué?

Kasumi se alisó las arrugas del vestido, entrelazó los dedos e irguió la cabeza en alto.

—Amaba a mi padre con todo mi corazón —contestó—, pero más amaba a mi pueblo que sufría por su culpa.

—Entiendo.

Ranma suspiró y se levantó de la silla. Antes de dejar el cuarto, Kasumi lo interrumpió.

—Mis hermanas, ¿viven?

—Nabiki escapó al extranjero con una fortuna, le está yendo bastante bien por lo que sé.

—¿Y Akane? —insistió Kasumi, con temor.

Ranma no respondió de inmediato. Bajó los hombros.

—Ella… La menor de las princesas murió durante los desmanes. Fue encontrada por la guardia y ejecutada en el acto. Lo siento, no fue mi decisión.

—Oh…

Kasumi inclinó la cabeza y se llevó las manos al rostro.

—Pero mi esposa te manda saludos —agregó el joven lord protector con una extraña sonrisa—. ¿No te hablé de ella? Es un poco torpe y tiene un carácter endemoniado, pero cuando quiere ser dulce sabe hacerme olvidar de todo el peso de la responsabilidad. También es una pésima cocinera, cualquiera creería que perteneció a la realeza y no que era en realidad una huérfana, criada en la campiña, que por mala suerte llegó en los días de los desmanes a la ciudad.

Ella alzó el rostro.

—¿Cómo se llama tu esposa? —preguntó con los labios temblando—, ¿puedo saberlo?

—Akane —respondió el lord protector—, y aunque nos casamos hace casi dos meses, ya estamos esperando a nuestro primer hijo.

Kasumi sonrió y la emoción recorrió sus mejillas, en forma de cálidas y sinceras lágrimas.

—Que Dios lo bendiga a usted, a su esposa y a su futuro hijo.

—Gracias.

El lord protector se despidió con una reverencia. Acomodó la silla contra la pared y subió las escalinatas a la puerta donde lo esperaban Ryoga y Mousse.

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Fin

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La palabra de hoy fue «poción». Sin ningún plan previo llegué a la hoja en blanco y acabé comenzando unas pocas líneas con Ranma, Ryoga y Mousse. Después se me ocurrió imprimirle ese tono histórico, con aires de novela de época y política. Espero les haya gusta el resultado.

También agradezco la preocupación por mi salud. No hablo mucho de eso, pero les cuento para los que todavía no saben, que sufro de fibromialgia desde hace varios años. Para mí lo normal es levantarme cada día ya agotado, adolorido, como si me hubiera pasado un camión encima o no hubiese dormido durante la noche. En los buenos días. En los malos puedo caer en cama con síntomas febriles e intensas puntadas de dolor. No es algo grave que vaya a provocarme problemas a futuro, pero sí una enfermedad con la que hay que vivir acostumbrado a otro ritmo. Además, trabajo en un negocio familiar y en estos últimos días coincidió con un exceso de trabajo, por asumir más cargas y responsabilidades. Sí, una combinación maravillosa.

Pero no teman, estoy como siempre de buen ánimo. Además, sé que los dolores y la obligada quietud en mi vida forjaron gran parte de la imaginación que ahora puedo compartir con ustedes.

Y mi esposa es mi gran bendición, ella me renueva las energías cada día, se preocupa más por mí que yo mismo, y vive pendiente hasta de mis gestos y miradas. No existe mejor poción contra los males que el verdadero amor.

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Nos vemos en la siguiente historia.