Ranma ½ no me pertenece.
¿O sí?
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Vidas
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Ranma se apoyó en la almohada lentamente. Sentía el cuerpo pesado y la cabeza adolorida, cada músculo y hueso le quemaban y la garganta la sentía apretada y seca. Su cuerpo entero era como una llaga lastimada y supurante, hacía tiempo que vivir era un eterno sufrimiento y se había cansado de luchar. Alzó apenas los dedos y susurró su nombre.
—A…ka…ne…
Ella tomó la mano entre las suyas y besó la punta de sus dedos. Ranma pudo sentir la humedad de las lágrimas en ellos y el estómago se le apretó todavía más. Era un cobarde por dejarla sola, pero estaba cansado, tan cansado.
—Lo lamento —susurró—. Lo… lamento…
Akane acarició con una mano trémula su frente arrugada. Los ojos azules se veían apagados, enmarcados por las profundas arrugas de la edad. El cabello, corto desde hacía mucho tiempo, blanqueaba, jaspeado de gris en torno a la coronilla y las orejas. Los labios estaban resecos y la boca entreabierta buscando el aire. Ranma soltó un suspiro lastimero y agónico.
—Akane… Akane…
—Shhhh —murmuró ella con la voz quebrada—. Descansa ahora. Descansa… amor mío.
La respiración de Ranma se hizo pesada y jadeante, pero buscó fuerzas para alzar el brazo y girar la cabeza. La silueta de su esposa se desdibujaba contra la luz de la ventana, hermosa como un ángel. Acarició su mejilla ajada y borró sus lágrimas.
—Te amo, Akane… ¿Lo sabías?
—…Sí.
Entonces, Ranma boqueó por aire una vez más, alzó la cabeza de la almohada con violencia y cayó de nuevo. Un cuerpo sin vida sobre la cama ancha de matrimonio, con los ojos abiertos y apagados para siempre.
Akane se quedó quieta, sosteniendo todavía su mano, y se dobló después para besar su frente y su cuerpo amado una última vez.
—Lo sé —le dijo. Y repitió—: Lo sé… Lo sé, lo sé… Lo sé…
Sus hombros se sacudieron y su cuerpo anciano y pequeño tembló mientras abría la boca con un llanto que le desgarraba el pecho. Se dejó caer encima de él, apretando su camisa entre los puños frágiles, gritando de dolor, de pena, de arrepentimiento. Llorando sola en la grande y silenciosa casa.
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Más arriba que Akane, en otro mundo y otro cielo, en otra dimensión que lo abarcaba todo, cinco figuras se agrupaban en una mesa ovalada, alrededor de una pantalla, observando su sufrimiento y sopesándolo en silencio. No se sabía si eran hombres o mujeres, porque usaban largas túnicas que le cubrían el cuerpo, y aún sus rostros los tapaban con grandes máscaras de colores. Ni tampoco sus nombres sabían, ni siquiera entre ellos mismos, porque un día, hacía tanto tiempo, cuando decidieron reunirse, habían elegido nombres nuevos para bautizarse, borrando por completo su pasado e inventándose su propio futuro. De ese modo, hasta las propias figuras habían olvidado quiénes eran, hasta el punto de que solo existían en ese momento del tiempo y el espacio, únicamente para ver aquella pantalla donde se reflejaba Akane Tendo.
—Eso no era lo que deseaba —dijo con tranquilidad la figura que se hacía llamar Perséfone.
—Comencemos otra vez —dijo TR7.
—¿Es el turno de Aiko? —preguntó entonces Perséfone.
—¡Es el mío! —exclamó TR7 con fuerza.
—Tiene razón —habló Dai con voz grave—. Está escrito en el registro.
—Gracias.
—Sometámoslo a votación —sugirió Condesa.
—¡Ni lo sueñen!
—No seas beligerante, TR —mandó Dai.
—¿Y por qué debería recibir órdenes tuyas?
Ninguna de las figuras dijo nada, y TR7 estiró las manos enguantadas sobre la mesa ovalada.
—¿Empezamos, entonces? —dijo.
—Espera. —Perséfone alzó la mano, también cubierta por un guante negro, e inclinó la cabeza. Su máscara brillante reflejó las imágenes de la pantalla. Akane aún lloraba sobre el cadáver de su esposo—. ¿Y si mejor repetimos esa última parte?
—¿Repetirla? ¿Estás mal de la cabeza?
—No tenemos tiempo para esto —terció Dai.
—De hecho, tenemos todo el tiempo del mundo —dijo Aiko, hablando por primera vez—. ¿No es así? ¿Acaso no existimos desde hace milenios, y aún por milenios otros estarán en nuestro lugar, para reemplazarnos cuando nos marchemos?
—Tienes razón, pero, aun así…
—Sí, aun así —interrumpió TR—, estamos hartos de ver sufrir a Akane Tendo.
—Insisto en repetir la última escena.
—Te gusta verla, ¿no es cierto? Eres siempre la más cruel, Perséfone.
—Me estoy cansando de tu tono, TR7 —replicó la aludida—. De todas formas, ¿por qué debería escucharte? Eres el más nuevo entre nosotros, y estoy segura de que todavía no entiendes muy bien cómo funciona esto.
—Lo entiendo mucho mejor que ustedes —se defendió TR—. Han pasado tanto tiempo alrededor de esta mesa que se olvidaron de lo importante.
—Lo importante. —Más que preguntar, Aiko lo repitió, casi como si las palabras le sonaran a algo nunca antes escuchado.
—¡Hacerlos felices!
Nuevamente, el silencio cayó sobre la mesa ovalada y las negras figuras de alrededor.
—La felicidad es efímera —acotó Dai.
—¡Eso suena tan triste! —se quejó Condesa—. ¿Por qué no dejamos que lo intente TR7?
—Muchas gracias, Condesa.
—¿Y por qué te haces el inocente? —insistió Perséfone—. ¡Como si fuera la primera vez que vas a usar las manos! Ya has escrito muchos destinos, y todos terminan igual de mal que los nuestros.
—Hablas con razón, Perséfone —murmuró Dai.
—Quizás tiene una nueva idea —dijo Condesa, defendiéndolo.
—No importa si la tengo o no. La ley dice que cada uno de nosotros tiene derecho a intentarlo, ¿no es así, Dai?
La figura solo asintió a modo de respuesta.
—¡Bueno, está bien! Pero será mejor que te apures —dijo Perséfone de mal humor.
—Voy a tomarme el tiempo que se me antoje —sentenció TR7 con dureza.
—Vamos, ustedes dos —habló Dai con voz imponente—. Vamos a ver lo que TR7 tiene planeado, como lo hicimos con todos los demás.
TR estiró de nuevo las manos.
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La alarma comenzó a sonar. Akane alzó la cabeza y se secó las lágrimas.
—No —murmuró con pesar. Después lo repitió, con rabia—. ¡No!
Dejó con suavidad la mano fría e inerte de Ranma sobre la cama y le cerró los ojos con dedos temblorosos. Se apoyó en la cama para poder levantarse, porque tenía el cuerpo entumecido y ese día los huesos le dolían más que nunca.
—No, no, no… por favor, ¡no! —rogó mientras andaba por el cuarto.
¿Dónde la había puesto? ¿Dónde había dejado esa maldita cosa?
Buscó en el armario y en la mesita de luz junto a la cama, que estaba llena de frascos y medicamentos. Rebuscó en los muebles de la sala, en el baño y en la cocina. La alarma seguía sonando insistentemente.
Akane salió al patio, buscando la fuente del sonido. Se acercó al estanque que había en el jardín, y observó su reflejo marchito en el agua. Entonces recordó. Se arrodilló con un quejido entre los dientes apretados, y utilizó toda su fuerza para mover una de las rocas en torno al estanque. Después, empezó a cavar en la tierra húmeda, sin detenerse, con los ojos nuevamente llenos de lágrimas, hasta que las manos se le tiñeron de barro y el sudor le perló la frente.
La alarma sonó con más fuerza ahora que había desenterrado el aparato. Había intentado destruirlo en muchas ocasiones. Lo había golpeado, con los puños cuando era joven, después con una piedra; intentó también aplastarlo con un martillo, pero las piezas parecían tener vida propia y siempre volvían a reunirse, hasta formar otra vez esa maquinita del infierno. Si la tiraba al mar o a un río, para que se hundiera para siempre, las olas la traían de nuevo a la orilla, o el aparato flotaba sobre el agua, arrastrado suavemente, otra vez, hasta sus manos. Se había dado por vencida y cada vez que viajaba a través del portal, se aseguraba de esconderlo lo suficiente, hasta que, si tenía suerte, se olvidaba de él para siempre.
Hasta que sonaba la alarma y todo volvía a empezar.
En esa vida lo había enterrado en el estanque, con el deseo secreto de que la humedad lo echara a perder y todo se acabara de una buena vez, pero era inútil. Recordó a la extraña figura que le había dado aquel aparato. Hacía tanto tiempo y tantas vidas, que el recuerdo era difuso, y estaba segura de que mucho de lo que recordaba se lo había inventado con el tiempo, quizás para darle sentido a algo que no lo tenía.
La figura le dijo que debía usar el aparato, por su propio bien, para cambiar un futuro terrible, para cambiar su propia vida. Y Akane le creyó. Se sintió importante por tener una misión, por ser como una de esas heroínas de las historias fantásticas, la elegida que podría salvar al mundo en un único y potente sacrificio. Pero pronto descubrió que era en vano, que nada tenía sentido, que había entrado en una espiral de desgracias, en un círculo infinito de sufrimiento, que se repetía una y otra vez.
¿Cuánto tiempo había pasado? Ya no lo recordaba, su pasado se había desdibujado y su mente humana era incapaz de dimensionar tantas vidas que había vivido, tantos mundos que había visitado, todas las veces que había cruzado el portal empujada por el destino. La alarma volvía a sonar indicando que tenía que volver a empezar. Quizás tendría un cuerpo distinto, un nuevo peinado, una edad diferente, pero seguiría siendo Akane Tendo, tal vez con otros padres y otra familia, pero enamorándose una y otra vez de Ranma Saotome. Y perdiendo una y otra vez a Ranma Saotome.
—No —rogó Akane sin fuerzas, con la vista clavada en el aparato—. ¡Por favor…!
Y lloró de nuevo, con el cuerpo sacudido por espasmos de dolor. Desalentada. Creyó que, con el tiempo, después de tantos viajes, se haría más fuerte, pero había sucedido lo contrario. Tenía el corazón débil y roto, y no era capaz de volver a pasar por lo mismo.
—Por favor, no otra vez —le rogó a esa figura, a ese ser que estaba segura de que regía sobre ella y le enviaba aquellas desgracias—. ¿Cuándo va a terminar? ¡Por favor!... Ya no puedo soportarlo, ya no.
Tocó el aparato, que podría haber pasado por una simple calculadora de bolsillo, aunque no tenía ningún botón. Entonces, como ya sabía que pasaría, una fuerte luz la envolvió y sintió que un fuerte tornado la atrapaba entre sus garras, haciéndole crujir los huesos hasta pulverizarlos, para escupirla en alguna otra realidad.
Así que gritó, gritó y gritó, con toda la fuerza que poseía. Y despareció.
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Perséfone se inclinó sobre el hombro de TR7 y observó el paisaje que reflejaba la pantalla.
—Eso ya se ha visto —comentó desviando el rostro en un gesto de aburrimiento.
—¿Por qué me criticas todo el tiempo? —inquirió TR7.
—¡Cómo si tú no lo hicieras!
—Es nuestro deber ver lo que hace TR7 —les recordó Dai.
—¡Eso mismo! —exclamó TR.
—Insisto con que eso ya se vio.
—Apenas está comenzando —terció Condesa—, creo que es demasiado pronto para juzgar.
—Yo admito que me siento interesado —dijo Aiko—. Me gustaría ver qué ocurre a continuación.
—Si me dejaran trabajar, podrían verlo —se quejó TR.
—Continúa —ordenó Dai.
Y, aunque TR7 no quería seguir sus órdenes, continuó.
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Akane abrió los ojos y vio el cielo. Sintió la tierra y el pasto bajo su cuerpo y se imaginó, con una chispa de contenida esperanza, que no había funcionado, que estaba todavía en el viejo dojo y podría despedir a Ranma como tanto deseaba. Pero no era cierto.
Se incorporó y se miró las manos. Eran de nuevo jóvenes, casi tanto como desde hacía mucho tiempo no lo eran. Tenía puesta una ropa extraña, como un sencillo kimono, de color marrón. Comprendió que había cruzado el portal, como ella lo llamaba, otra vez. Entonces se le revolvió el estómago y se dobló para vomitar a su costado.
Después apretó los dientes y lloró, con sollozos desgarradores, abrazándose a sí misma, sin fuerzas ni siquiera para moverse. Lloró durante mucho tiempo, hasta que la brisa le acarició el rostro y trajo el aroma salado del mar, entonces le sobrevino una idea. Estaba harta, estaba cansada de luchar por un futuro feliz que no existía. Se arrastró, sin fuerzas para ponerse de pie, y observó la lejana playa desde la colina en la que se encontraba. Hacía poco que había amanecido y las olas lamían la costa acompasadamente, con una suavidad hipnótica.
Se incorporó sobre las rodillas y se secó las lágrimas, armándose de valor. Entonces, se puso de pie y consiguió moverse para bajar la colina hacia la playa, dando tumbos, cayendo en más de una ocasión de nuevo sobre las rodillas, cortándose las piernas con los arbustos espinosos que crecían al pie del cerro, y arañándose los pies descalzos con las piedras que se mezclaban con la arena.
La orilla estaba cerca, Akane adelantó el brazo como si quisiera tocarla, pero cayó, sin más fuerzas para sostenerse, y perdió la conciencia.
Cuando abrió de nuevo los ojos había un techo de madera sobre su cabeza y un delicioso aroma a comida casera flotaba en el aire. Se llevó la mano a la frente y tocó el vendaje de su cabeza. Se incorporó de a poco y miró alrededor, la casa parecía antigua, con vasijas de hierro y barro apiladas contra las paredes, que también eran de madera. En un rincón había unas mantas arrolladas como un futón y kimonos de mujer colgaban húmedos del techo cerca de una ventana abierta. Todo en el ambiente le hacía saber que estaba en algún lugar antiguo, quizás, otra vez había vuelto al Japón feudal. Así también lo supuso por las ropas antiguas que usaba el hombre que le daba la espalda, arrodillado junto a la lumbre que ardía en una depresión en el suelo, en el centro de la habitación. Tenía el cabello largo y negro tomado en una coleta baja y Akane supo en seguida quién era.
—¿Dónde estoy? —preguntó con la voz rasposa.
Él se giró a mirarla, con los ojos azules agrandados de asombro.
—¡Despertaste! Yumi dijo que estabas demasiado delgada y que no sabía si ibas a sobrevivir —dijo él—. Te encontré en la playa cuando iba a recoger leña y te… ¡ah!
Apartó la mirada de pronto, sonrojándose. Y Akane se miró a sí misma, preguntándose qué pasaba. Tenía puesta otra ropa, un yukata azul, apenas cruzado sobre el cuerpo y la tela se le había deslizado por el hombro hasta casi revelar un seno. Se la acomodó mejor y lo miró. ¿Cómo podía explicarle que habían estado juntos tantas veces, en tantas vidas distintas, que ya no le importaba que la viera desnuda? Para él esa era la primera vez.
—¡Lo siento! —se disculpó él en seguida—. No creas que me aproveché de ti… Fue Yumi la que te cambió la ropa.
«Yumi», pensó Akane con tristeza. ¿Su esposa tal vez? Él era joven todavía, pero le calculaba unos treinta años, y supuso que en esa época era muy normal que ya estuviera casado, incluso con hijos. Si era así, no podría soportarlo, no otra vez. Tenía que salir de allí cuanto antes.
Comenzó a moverse para salir del futon en el que estaba, pero él se acercó para detenerla.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que irme…
—¿Adónde? —preguntó él observándola atentamente.
Akane no pudo responder.
—Por cierto, me llamo Ranmaru. Aunque puedes decirme Ranma.
Ella bajó la mirada para que él no viera las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.
—Yo soy Akane —replicó.
—Akane —repitió él. Se echó hacia adelante, muy cerca de su rostro y Akane lo miró con temor—. Solo quiero revisar tus vendajes, Akane.
Entonces, ella le permitió que le palpara la cabeza y le pasara los dedos por la clavícula, los hombros y los braqzos, mientras la estremecían emociones tan fuertes que estaba a punto de romperse.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó después con preocupación.
—Sí —mintió ella.
En ese momento se abrió la puerta de la pequeña casa y entró una anciana jadeando por el esfuerzo, apoyada en un bastón retorcido. Akane la observó con asombro.
—Anciana Cologne —susurró.
La recién llegada la observó con los ojos entrecerrados. Después dejó una bolsa de cuero sobre el suelo, cerca de la lumbre.
—Ko-long —dijo lentamente—. Ese era el nombre que me daban en mi aldea, en China, hace mucho tiempo. ¿Cómo lo supiste?
Akane no supo qué decir y se cerró más el yukata alrededor del cuerpo.
—No lo sé —dijo con la voz apagada—, no lo recuerdo.
Cologne soltó una risotada.
—¡Cómo no! —exclamó con sorna—. Para que lo sepas, mi nombre ahora es Yumi. Agradece que no tenga tiempo de quedarme a sonsacarte nada, chiquilla. Me voy, Ranma, Hana está en labor.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó él.
—¿Y de qué me servirías tú? —le espetó la mujer—. Un hombre en el cuarto de una parturienta, ¿cómo se te ocurre? —Hizo un gesto de despedida con la mano—. Comeré al volver… ¡Y ten cuidado!
Se detuvo en la puerta antes de marcharse y señaló a Akane con un dedo.
—No sea que tu mujer misteriosa sea una yokai que vino a devorarte —le advirtió, y cerró la puerta a su espalda.
Ranma suspiró y sacudió la cabeza.
—En el fondo es una buena mujer, aunque también una vieja cascarrabias.
Akane asintió despacio.
—Debes tener hambre —dijo él después—. La comida estará lista en un momento.
Iba a alejarse, pero Akane lo detuvo poniéndole una mano en el brazo. Ranma la miró alzando las cejas y Akane se mordió los labios.
—Ranma… cuando me encontraste. ¿No traía nada conmigo?
Él ladeó la cabeza, pensativo.
—¿Quieres decir la caja?
—¿La caja? —repitió ella, incrédula.
—La caja negra.
Se apartó para rebuscar en un rincón de la casa y trajo algo envuelto en una tela estampada, que desveló con cuidado.
—La guardé muy bien, por si despertabas —le dijo.
Akane tembló mirando el aparato. Tan pequeño y sencillo, pero que había significado una infinita desgracia, durante tanto tiempo que ni siquiera podía nombrar.
—Toma —le dijo Ranma, ofreciéndoselo.
Pero Akane se echó hacia atrás.
—¡No! No quiero tenerlo… ¡Aléjalo de mí!
Ranma estaba intrigado por su reacción, pero no dijo nada. Y Akane supo que tenía que explicarse.
—Solo apártalo. ¡No quiero verlo! —confesó cubriéndose el rostro con las manos—. La verdad es que… durante mucho tiempo intenté destruirlo.
—¿Destruirlo? —preguntó Ranma, perplejo, observando «la caja» entre sus manos.
Miró a Akane, y su pequeño cuerpo que se estremecía de sufrimiento. No lo comprendía, pero quería ayudarla. Se sentó en el suelo con las piernas dobladas.
—Déjame intentarlo —pidió
Akane alzó la cabeza.
—¡No puedes! Es imposible de romper, lo intenté muchas veces, usando todo tipo de herramientas.
—¿Herramientas? —repitió Ranma y sonrió con determinación.
Sacó del bolsillo de su pantalón de tela un pedazo de cuero enrollado. Cuando lo abrió, reveló una serie de herramientas finísimas, hechas de madera y hueso, como las de un relojero.
—Qué suerte que yo sea el mejor artesano de Nerima —dijo alzando la barbilla, arrogante—. Puedo crear lo que sea… y también destruirlo.
Akane lo miró, desalentada. Ranma giró el aparato en sus manos, estudiándolo de cerca con atención y al final, utilizó un largo y fino palillo para abrirlo en dos partes. En el interior del aparato, se enredaban cables de colores y filamentos tan delgados como cabellos, en torno a un chip pequeño y brillante.
—¡Es como una computadora! —dijo Akane sin aliento, saliendo del futon para acercarse.
—¿Com… pu…? —murmuró Ranma, pero le fue imposible repetir la palabra. Volvió a concentrarse en el aparato abierto—. Nunca vi algo igual… Es… ¡ni siquiera puedo describirlo! Pero, si estoy en lo correcto… este debe ser su corazón.
Tomó otra de las herramientas, una pinza delgada y precisa, y tocó el chip.
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—¡Debes detenerte ahora mismo! —exclamó Perséfone poniéndose de pie.
—Tranquilízate —dijo Dai alzando una mano.
—¡Este idiota nos llevará a la destrucción!
—Esa nunca ha sido mi intención —dijo TR7 con tranquilidad.
—Deberíamos verlo hasta el final —intervino Condesa, que miró a Aiko, buscando su aprobación—. ¿Verdad? Es lo que dice la ley.
—Condesa tiene razón —dijo Dai, asintiendo—. Hemos estado al borde del peligro otras veces.
Perséfone giró la cabeza al otro lado, con arrogancia.
—Si lo que quieren es contemplar su propio fin, pues ¡háganlo! —sentenció.
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Ranma tomó el chip con la pinza y tiró, arrancándolo de cuajo de la maraña de cables. Lo alzó para mirarlo a la contraluz de la lumbre.
—Qué interesante, parece hecho de oro —dijo.
Pero Akane dio un grito y se abalanzó sobre él, arrancando el chip de sus manos y lanzándolo al fuego, casi rozando las llamas con los dedos por el deseo de verlo arder. Y se desplomó de rodillas en el suelo de madera, sacudida por profundos estremecimientos de llanto, gritando de dolor y rabia.
—¡Akane! ¿Te lastimaste?... ¡Boba! ¿Por qué hiciste eso? —la regañó Ranma con preocupación.
Ella se refugió en sus brazos, llorando contra su pecho hasta empaparle la camisa, gritando con desesperación. Era libre, libre después de tanto sufrimiento, y de una forma tan estúpida que le daban deseos de gritar de rabia, arrojarse a un precipicio, hundirse en el mar para siempre y perecer, hasta que sus huesos se secaran contra el fondo marino.
¿Cómo había sido tan estúpida?
¡Era libre! ¿Podría ser cierto? ¡Era libre!
Su vida… siempre estuvo en las manos de Ranma.
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FIN
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—¡Se los dije! —gritó Perséfone.
—¡Imposible! —saltó Aiko, tirando su silla—. ¿Hemos muerto?
Dai alzó las dos manos y se inclinó hacia la pantalla.
—Claro que no —dijo.
—¿Y cómo explicas esto, Dai? —dijo Perséfone fuera de sí—. Estaba segura de que ese cretino nos destruiría.
—¡Ya les dije que nunca fue mi intención! —se defendió TR7.
—¡Tú escribiste ese destino para Akane Tendo! —vociferó Perséfone.
—Y tal vez lo hice tan bien que por fin es libre, para que su vida siga el curso que siempre debió tener.
—¡Tonterías! Eres solo un joven idiota, con fantasías tontas. Este es el orden establecido, Akane Tendo es nuestra —sentenció Perséfone.
—Y… ¿Y qué pasará con nosotros ahora? —quiso saber Condesa con un lloriqueo.
—Pregúntaselo a TR, ¡la persona que siempre tiene las respuestas para todo! —se mofó Perséfone.
—¡Ya basta! —dijo Dai poniéndose de pie—. ¡Dejen de actuar como idiotas! Hace milenios que controlamos el destino de Akane Tendo y Ranma Saotome, y así seguirá siendo.
—Pero Akane se ha liberado —insistió Perséfone.
—¿Lo ha hecho? —preguntó Dai.
Los demás se miraron entre ellos, atónitos, y no dijeron nada, y obseraron la pantalla donde Ranma seguía consolando a Akane entre sus brazos, acariciándole el pelo para tranquilizarla. Dai volvió a sentarse despacio, se acomodó la máscara sobre el rostro y se alisó la larga túnica.
—Sí, por ahora no podemos regir su destino —confesó con solemnidad—. Pero Akane terminará casada con Ranmaru, ¿tienen alguna duda de eso?... Y tendrán hijos que, a su vez, seguirán teniendo descendencia, poblando el mundo y todo Japón. Y, cuando pasen los años y los siglos, de Ranmaru y Akane nacerá un día una Akane Tendo, hija de Soun Tendo. Y un Ranma Saotome nacerá de Genma y Nodoka Saotome, y será el prometido de Akane Tendo. Entonces, un día, yo me presentaré ante Akane Tendo para darle de nuevo el aparato y todo volverá a empezar.
Dai se giró en su silla.
Nos mira, directamente a los ojos a través de los agujeros negros de su máscara.
—Por que Akane Tendo es nuestra, ¿cierto? —dice.
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¿FIN?
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Nota de autora: Sí, las figuras oscuras con máscaras y nombres inventados, ¡somos los fanfickers! ¿No es una idea genial? ¿No? ¿Ni un poquito? Eh…
Bueno, se me ocurrió esta cosa extraña cuando hoy Noham me dio la palabra «portal». Y, haciendo un pequeño juego, cambié el disclaimer de este capítulo agregando un «¿o sí?» ¿Se dieron cuenta? ¿O regresaron ahora a mirarlo? XD.
Y por eso, al final, Dai nos habla directamente a nosotros, narrado en segunda persona.
¿No les pareció divertido? Porque a mí me divirtió escribirlo, jeje.
Como siempre, agradezco a todos los que me escriben un review en cada capítulo: Psicggg, Gatopicaro, Saritanimelove, Arianne, Alejandra Cereceres, Lelek, Rowen (dibujá todo lo que quieras, ¡a mí me encanta!), Rash, Noham y Bealtr.
Nos leemos.
