Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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El caso de Nabiki Tendo

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Al bajar del automóvil, se ajustó el sombrero tratando de que el sol no le diera en los ojos y se cerró los bordes del abrigo sobre su cuello. Subió los tres escalones que separaban la vereda de la puerta, del 1987 de avenida Nerima Este. Notó que alguien lo espiaba desde una de las ventanas.

La puerta se abrió antes de llegar a golpear. Ahí estaba ella, tan hermosa como triste, la palidez y las marcas en los ojos no eran capaces de alterar el encanto que le había quitado la tranquilidad, durante las últimas noches desde que la conoció.

Akane Tendo lo hizo pasar y sus zapatos de tacón hicieron eco por el avejentado piso de tablas. Los muebles eran bonitos pero viejos, como si en esa pequeña casa, en un barrio de mala muerte, hubieran acomodado de manera apretujada el mobiliario elegante de una mejor vida, una perdida tiempo atrás. Los cuadros y muebles de los pasillos llenaban casi todos los espacios y un par de alfombras, demasiado grandes para ese espacio tan reducido, topaban, quedando una sobre la otra.

Ranma aceptó la invitación de la mujer para ocupar un lugar en el sofá. Las canillas casi le topaban con la mesa de centro. El enorme reloj de péndulo cubría parte de uno de los lados de la ventana. Akane se dirigió al pasillo que seguía hacia la parte de atrás de la casa, apenas unos pocos metros, pasando frente a una puerta que, adivinó, era el baño. Desde la sala se veía al fondo la cocina y una luz pálida entrando a través de las cortinas. Aunque él solo tenía ojos para la silueta de la joven mujer, con ese endemoniadamente ajustado traje de luto, que parecía bambolear intencionalmente como el péndulo del reloj. Se irguió y disimuló mirar hacia la ventana, cuando ella giró la cabeza a mitad de camino.

—¿Té?

Ranma aclaró la voz.

—Me gustaría más una taza de café.

Akane inclinó la cabeza, agitando la pequeña pluma negra de su sombrero, del que colgaba el velo negro que cubría apenas su rostro. En un gesto tan penoso que hizo a Ranma sentir culpa.

—Solo nos queda té.

—¡No, está bien!... Está bien, también me gusta el té.

Ella sonrió. Aunque era una sonrisa triste, a él le pareció muy hermosa.

Tras unos minutos ella sirvió dos tazas de té. Era tan aguado que casi parecía agua ligeramente colorada. Ranma entendió la incomodidad de Akane, en una circunstancia normal, ella hubiera ofrecido galletas.

—¿No está tu hermana?

—Está trabajando, da clases privadas de piano a niños. Es un buen ingreso extra.

—Ya veo.

—Pero es mejor así, ella es muy dulce y hay cosas que no quiero que escuche. Porque debo suponer que encontraste al culpable, ¿no es así?

Ranma arqueó las cejas.

—La verdad sí… y no.

—¿A qué te refieres?

—Primero debo saber si tienes dinero para pagarme.

Akane mostró sorpresa, después preocupación. Se pasó un mechón de cabello por sobre la oreja. Hubo un incómodo silencio. Ranma se maldijo a sí mismo por su falta de tacto. Solía hablar sin pensar, aunque era verdad que la situación de las hermanas Tendo no era la mejor, pero él tampoco podía trabajar gratis, y lo que tuvo que pasar por ese caso fue un verdadera infierno. Suspiró profundamente y dio una mirada al desencajado rostro de la mujer. Bajó sus ojos por la blusa negra, hacia el collar de perlas que supuso era una de las pocas cosas de valor que conservaban. Podía adivinar las formas, no exageradas, femeninas, intrigantes, misteriosas… Quizás, por esta vez, pudiera hacer una excepción.

—Quizás…

Akane no lo dejó hablar. Se puso de pie y giró alrededor de la mesita. Se sentó junto a Ranma y tomó una de sus manos entre las suyas. Ella estaba temblando.

—Podemos… llegar a un arreglo si…

Ranma apretó los dientes. Akane no era ese tipo de mujer, la había investigado tanto como al resto por culpa de ese trabajo. Un intento de seducción tan torpe, tan infantil, en especial porque podía sentirla temblar a través de sus manos. No era la astuta clienta, mujer fatal, con la que estaba acostumbrado a lidiar. Akane era una auténtica doncella, pura, como la de los cuentos. La hija de alguien importante de la clase alta, el tipo de mujeres con las que un don nadie como él jamás tendría una oportunidad. Pero detrás del miedo de los ojos de Akane y del intenso rojo que coloreó el rostro pálido, de sus movimientos torpes, inclinándose ligeramente hacia él, actuando de una manera de la que supuso sabía poco o nada, entendió que había una auténtica determinación.

Ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo por saber la verdad.

Ranma se mordió los labios. Si hubiera sido el de unos años atrás, un jovencito idealista, no solo lo hubiera dejado pasar, sino que estaría tan nervioso que poco o nada podría hacer. Sin embargo, si se había esforzado hasta casi arriesgar la vida en ese caso, había sido por su clienta, Akane Tendo. No había noche en que no pensara en ella.

Si iba a arder en el infierno por eso, ya había cometido una docena de pecados peores que perder a una jovencita en apuros. Además, no fue su intención, ella se estaba ofreciendo. Él solo iba a ser justo, honrar su sacrificio y permitírselo.

—Si quieres podemos hablar en un lugar más privado —dijo Ranma, apenas controlando la voz ronca.

La boca la tenía seca.

Akane tembló con más fuerza. Asintió y se puso de pie. No soltó la mano de Ranma, sino que, tirando de ella, lo guió hacia las escaleras.

Él notó cómo las piernas de Akane se movían como si no pudieran sostenerla. Al subir las escaleras por un momento casi resbaló. Trató de sonreír para disimular su torpeza, y miedo. Ranma devolvió la sonrisa con un gesto de como si no tuviera importancia.

Al llegar arriba había tres puertas. Ella abrió una.

Apenas cruzó el umbral, Ranma comprendió que estaba profanando tierra sagrada. Jamás sintió tanto asco hacia él mismo, y había hecho cosas espantosas antes. Esa habitación pequeña, de empapelado quemado, también estaba amoblada con cosas rescatadas de su antigua vida. La cama con respaldo de bronce tenía un colchón mullido, las almohadas eran muy esponjosas, las mantas blancas con diseños de flores y las sábanas, supuso, eran de seda. Los estantes y el ropero eran blancos, un pequeño tocador estaba encajado en una esquina. Había muñecas y peluches, tesoros que esa mujer debió guardar desde su niñez.

Akane se adelantó y bajó un retrato de su familia. Era un acto tonto, un gesto en el que quizás ella se avergonzaba de que sus padres vieran lo que iba a suceder. Caminó hasta la cama y se sentó en el borde. Lo miró a los ojos.

Ranma la observó de vuelta con las manos en los bolsillos. Era un maldito enfermo, un monstruo. Ella estaba siendo sacrificada a un demonio… a él. Esa mujer, no, todavía una muchacha a sus ojos, había perdido a sus padres, la fortuna de su familia y a una de sus hermanas. Y ahora, lo único que le quedaba, se lo estaba dando a un maldito desconocido a cambio de… ¿de vengar a su hermana?

Pobre niña.

Al no obtener reacción alguna de Ranma, ella se vio obligada a continuar. Dejó caer el sombrero con el velo al piso. Desabotonó el cuello. Se detuvo, sus manos temblaban, era incapaz de seguir.

—¿Te ayudo? —preguntó Ranma.

Se acercó y se arrodilló ante ella. La tomó por los brazos. Akane temblaba, cerró los ojos para conseguir hablar.

—Por favor, sé delicado, es mi primera vez.

Ella sintió que él soltaba uno de sus brazos. Contuvo el aliento cuando él tiró del siguiente botón de su blusa con la punta de los dedos y después la abrió tan solo un poco, muy lentamente. Después abrió el siguiente botón. Tiró otro poco de los bordes. Sintió el aire frío en su pecho, en el borde superior de su sostén. Lo escuchó murmurar, como el gruñido de un lobo. Akane estaba confundida, era verdad que lo que hacía iba en contra de todo lo que ella creía. Conocer al amor de su vida, tener citas románticas, comprometerse en un baile, casarse y vivir en una mansión, eran los planes con los que creció desde pequeña, su vida perfecta. Y nada era perfecto en la realidad.

Lo había perdido todo. Ahora vivían en la pobreza, con un trabajo mal pagado de secretaria. No le quedaba nada, pero si así podía a lo menos tener un nombre, el del culpable de la muerte de Nabiki. Su vida, a lo menos, su tan guardada castidad para un esposo idílico que nunca iba a existir, era un precio justo a pagar para a lo menos tener la oportunidad de vengar a su hermana.

Ranma tiró del tercer botón. Akane apretó los ojos. La otra mano de Ranma bajó de su brazo hacia su cadera. Iba a quejarse, a reclamar, a gritarle y abofetearlo, pero recordó que esto lo hacía porque ella se lo había ofrecido y apretó los labios para no hablar.

La mano de Ranma pasó de la cadera a su muslo, la sintió grande, fuerte y cálida por encima de la falda.

—Akane.

—¿Ah?

—Akane, ¿estás de acuerdo con que siga?

Ella asintió con la cabeza.

Ranma chasqueó la lengua. Se iba a arrepentir, ya se estaba arrepintiendo, pero le era imposible, ni siquiera él podía ser tan bestia. Retiró sus manos del cuerpo de Akane, se levantó y caminó hacia la puerta.

—¿Ranma?

Akane estaba confundida, asustada, sintiendo que todo había sido para nada. Pero también víctima de un nuevo y atemorizante sentimiento de desilución. Porque, muy en su interior, debía confesar que tampoco era inmune a esos ojos azules que la miraban de vuelta, lo que había hecho de la idea del sacrificio algo más tolerable, incluso deseable.

—Lo siento, pero no puedo seguir. Tú no eres esa clase de mujer, Akane, no intentes forzarte a hacerlo.

—Pero…

—Además, no me gusta hacerlo con niñas que no han crecido.

—¡No soy una niña! —rugió Akane. Su miedo y frustración explotó, sacando todo el dolor en forma de rabia.

—¡Por favor, Akane! —contestó con fuerza—, estás temblando como una chiquilla y todavía duermes con tus muñecas. ¿Siquiera sabes lo que ibas a hacer?

—Lo sé, ¡por supuesto que lo sé!

—No, no lo sabes.

—Lo sé.

—No estás lista.

—Lo estoy.

Ranma se abalanzó sobre ella y la tomó por la cintura, levantándola, quedando Akane recostada sobre su pecho en puntas de pies. Sus rostros quedaron uno frente al otro. Akane respiraba entrecortado, con los ojos bien abiertos y los labios temblando, atrapada por la mirada azul cielo de ese hombre que, ahora, apreciaba como muy apuesto.

Antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, sintió la otra mano de Ranma posándose sobre su pierna y subiendo hasta sus glúteos.

—¡No! —forcejeó asustada.

La soltó y Akane reaccionó dándole una fuerte bofetada. Solo para darse cuenta después de lo que había hecho, cubriéndose la boca con una mano.

—Lo siento —susurró la mujer—, de verdad, lo siento.

La sonrisa de Ranma fue lapidante.

—Te lo dije, Akane, tú no eres esa clase de mujer. Y me gustas por eso.

—¿Qué?

Escucharon el sonido de la puerta de abajo abriéndose. Era Kasumi que había llegado.

—Vamos —dijo Ranma con su sonrisa más encantadora—, tenemos que hablar con tu hermana sobre mis descubrimientos. Tengo algo que puede interesarles.

—Ranma —dijo Akane, que trató de detenerlo cuando el hombre salía de la alcoba—, ¿y el pago?

—Hoy hay descuento para niñas tontas y asustadizas.

Akane apretó los puños, pero tan solo pudo verlo salir, mientras reía con una voz dominante.

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Kasumi y Akane se abrazaban, sentadas juntas en el sofá, mientras miraban las fotografías en blanco y negro. Ninguna de las dos podía creerlo. Akane fue la primera en reaccionar.

—Debe ser mentira.

Kasumi sabía que no, llevó su mano a la cabeza y se sacó el sombrero con el velo de luto que llevaba por su fallecida hermana Nabiki.

—Es verdad, Akane, es ella.

Ranma ya no se sentía muy feliz, ni con deseos de seguir provocando a la hermosa menor de las Tendo. Hasta cierto punto, compartía el dolor y la indignación de ese par.

—¡Vestimos luto dos meses por ella! La lloramos, la enterramos con el corazón hecho pedazos, ¿y me dices que todo fue una broma? —Akane buscó los ojos de Ranma, más que exigir una respuesta, parecía estar buscando su ayuda—... ¿Por qué lo hizo?

Ranma abrió otra carpeta y se las mostró.

—Su padre no las dejó en la total miseria. Las últimas acciones que conservaba de Panda Corp. se revalorizaron cuando fue absorbida por el consorcio de los Kuno. Al parecer, esos pocos miles de dólares, lo último de la fortuna de tu familia, acabó multiplicándose silenciosamente los últimos años. —Les pasó un papel—. ¿Recuerdan haber firmado este documento? Conseguí una copia en la Bolsa de Comercio, donde están registradas todas las transacciones estatales.

—Es nuestra firma —dijo Kasumi.

—Nabiki nos pidió un poder para poder manejar las finanzas que nos quedaban. Ella siempre tuvo cabeza para los negocios, pero no recuerdo nada de lo que dice aquí. Sí, este párrafo sí, pero era apenas eso y un poco más.

—El resto lo agregó después —lamentó Ranma—, por lo que parece ella pasó sus partes de la herencia a su poder y antes de morir se la vendió a una desconocida: Rumiko Takahashi. —Indicó a la mujer de la fotografía, la supuesta fallecida Nabiki Tendo, sacada en un bar a escondidas mientras coqueteaba con un grupo de caballeros entre risas—, o ese es su nuevo nombre.

Las hermanas guardaron un sepulcral silencio.

—Lo lamento, creo que debo dejarlas solas. De verdad, lo siento.

—No, señor Saotome, gracias por su trabajo —respondió Kasumi—. Siento que no pueda invitarlo para que se quede a cenar. Estamos un poco… un poco…

—Furiosas —completó Akane.

—No… Sí… Quizás… Oh, lo siento. Siempre creímos que había sido asesinada, y nuestro único consuelo fue buscar a su asesino. Aún yo me armé de valor para eso, y junté mis ahorros para comprar un revólver.

Ranma se horrorizó. Según sus investigaciones, Kasumi Tendo era la encarnación del bien en la tierra, un maldito ángel. Ahora comprendía qué tan duro fue el golpe de perder a su hermana. ¿Cuánto más sufrirían ahora?

—Gracias, pero no tengo hambre.

—No hemos hablado de sus honorarios —se apresuró a decir Kasumi, al verlo dejar el asiento.

—Ya estoy pagado —le dio una mirada a Akane. La mujer se sonrojó furiosamente. El hombre se sonrió con malicia—. Me basta con el té que me sirvió tu hermana. Akane hace uno particularmente dulce.

Ranma se colocó el sombrero en la puerta. Miró hacia atrás. Ninguna de las hermanas se levantó para despedirlo. Estaban tan impactadas, mirando los papeles y las fotografías en la mesa, acurrucadas una contra la otra, que entendió no podía pedirles más. Al salir descubrió que llovía.

Era un maldito día de esos.

Bajó los escalones y se acercó a su automóvil, un pequeño Austin 7.

—¡Ranma, espera!

—¿Qué ahora?

Akane estaba en la puerta, agitada, con las mejillas encendidas. Bajó las escalinatas sin importarle la lluvia que empapaba su blusa y su corto cabello.

—Ranma, espera. Necesito que nos ayudes, ¡tenemos que encontrar a Nabiki!... Queremos saber por qué… Por qué lo hizo.

Ranma levantó una ceja.

—Olvídate de eso y mejor dedícate a seguir con tu vida honesta, niña. Además, ya te dije que yo no trabajo gratis… dos veces —se corrigió sintiéndose un tonto—. Y ya sabemos que tú no…

Akane lo tomó por la chaqueta y acercándolo le dio un apasionado beso en los labios. Dos señoras que pasaban con paraguas por el lado se cubrieron los rostros avergonzadas.

—¿Akane? —preguntó, confundido, intentando recobrar el aliento.

—Haré lo que sea, ¡se lo ruego!

Se miraron detenidamente mientras la lluvia caía más fuerte sobre ellos, casi enmudeciendo el sonido de sus corazones. Al final, Ranma se decidió murmurando una estúpida maldición. Esa chica era demasiado buena para hacerle eso, pero él no era un santo. No iba a darle una segunda oportunidad.

—Bien, pero mi precio ha subido. Ya no quiero una chica de una sola noche.

—¿Cómo? —preguntó Akane, angustiada, con un sentimiento de desilución.

Ella había creído que él… No sabía qué esperar en realidad, pero después de que Ranma fue tan generoso, quizás…

Ranma la tomó por sorpresa, acercándose a ella. Cerró los ojos esperando un beso, pero en su lugar el hombre acercó sus labios al oído.

—Quiero una chica para toda la vida.

Akane abrió los ojos sorprendida. Ni la lluvia fue capaz de calmar el ardor de su rostro.

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Fin

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Rumiko Takahashi besó a un caballero y le pellizcó a otro la pierna. Dejó entre risas la mesa del casino con una copa en la mano. A veces se sentía mal por lo que había hecho, pero luego se consolaba. No era más que una broma, un juego, sus hermanas comprenderían.

Salió al balcón del hotel a tomar aire. Estaba a apenas un metro sobre el jardín. La noche estaba fresca y los grillos entonaban dulces melodías. Entonces apareció una silueta de entre los árboles.

—¿Quién es? —preguntó.

Pero al ver el revólver, palideció. Comprendió que de nada serviría pedir ayuda, porque nadie socorrería a los que ya estaban muertos.

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Ahora sí, fin

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¿Quién asesinó a Nabiki Tendo?

Ahora, antes de comenzar con las locas teorías (mis labios están sellados), quiero agradecer a Randuril por darme la palabra «misterio». Tardé un poco en tener una idea sobre lo que quería hacer, creo que en general fue una jornada con muchas interrupciones, así que me lancé a improvisar en la página en blanco y acabó saliendo un extraño relato inspirado en los años veinte. Lo más divertido de todo, es que cuando leí el de Randuril descubrí que ella también se basó en la misma época para su historia. Coincidimos sin siquiera darnos cuenta.

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Espero que les haya gustado y nos leemos en la siguiente historia.