Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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La gran serpiente de Ju-sen-kyo

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El Cairo, 1929

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—¿Necesitan transporte? —preguntó Ranma.

Estaba de brazos cruzados, apoyado en la pared de un colorido edificio a la salida de la estación de autobuses. El cabello trenzado le caía sobre un hombro y estiraba los labios poniendo su mejor sonrisa.

Akane Tendo lo miró con recelo, sosteniéndose con un brazo el sombrero que la cubría del sol. A su lado estaba Sayuri, que se apoyaba en su hombro, porque se había descompuesto con el calor y el hedor espantoso del autobús que las había llevado desde el hotel hasta las pirámides. Akane recorrió a aquel hombre extraño con la mirada y estuvo segura: iba a rechazarlo.

Pero Yuka ya había corrido hacia él y se le colgaba del brazo haciéndose la desvalida. Akane puso los ojos en blanco y se acercó, arrastrando a Sayuri, que usaba un abanico para echarse aire lánguidamente.

—¡Oh! ¿No es maravilloso encontrar a un japonés en este lugar horrible? —murmuró Yuka pestañeando. Los flecos de su vestido brillante se agitaron cuando se echó sobre Ranma.

—Soy el único por aquí, así que tienen suerte —dijo él—. Mi nombre es Ranma Saotome.

—¡Encantada! Soy Yuka Fujimura —dijo sonriente—. Y estas son Sayuri Kasai y Akane Tendo —agregó agitando la mano.

Sayuri, que ya estaba más recuperada, se enderezó para observar bien a Ranma. Vestía unos pantalones de color caqui, una camisa con un par de botones abiertos sobre el pecho y un pañuelo oscuro alrededor del cuello. Sus ojos eran azules y misteriosos, profundos.

—Encantada —dijo Sayuri mirándolo a los ojos, adelantando una mano para que él la estrechara.

Aunque, cuando Ranma iba a hacerlo, Yuka se interpuso y tropezó, en el momento perfecto para que él la sostuviera en sus fuertes brazos.

—¡Oh! Qué terrible es este calor —suspiró.

Y se ganó una mirada de odio de Sayuri, que le dijo:

—Quizás no tendrías que haberte puesto ese vestido barato.

—Necesitamos ir a la tumba de Nibunoichi I—intervino Akane, ajena a aquellas muestras de patetismo—. ¿Puede llevarnos?

—Sé dónde es, aunque los turistas no van mucho a ese lugar, está muy alejado.

—No somos turistas —afirmó Akane alzando la barbilla—. Estamos escribiendo una tesis sobre el reinado de Nibunoichi I y los métodos prehistóricos de embalsamamiento de los nyannichuanes.

Ranma soltó un silbido de apreciación y asintió.

—Cómo tú digas. En fin, ¿vienen o no?

Las tres mujeres se miraron, Yuka y Sayuri destilando mutuo odio, y al final aceptaron. Lo siguieron entre angostas callecitas, mientras Akane miraba a un lado y al otro, imaginándose que ese hombre extraño iba a asaltarlas y robarles todo su dinero en un callejón oscuro. Sayuri y Yuka, por su parte, solo miraban a Ranma.

—¿Dónde está su automóvil? —preguntó Akane cuando llegaban a las afueras de El Cairo. En la lejanía, sobre el calor ardiente de las arenas, se recortaban las siluetas de las pirámides.

—¿Automóvil? ¿Quién habló de un automóvil? —inquirió él—. Por cierto, puedes llamarme Ranma.

De improviso se detuvo y señaló con los dos brazos estirados y una amplia sonrisa… a dos camellos.

—¡Su transporte está aquí! —anunció.

—¿Camellos? —dijo Yuka, casi con asco.

—¡Claro que no! Son dromedarios. —Ranma se acercó a los animales y les palmeó el lomo con cariño, susurrándoles cerca de las pequeñas orejas—: No la escuchen, pequeñas, ustedes son las mejores dromedarias de todo Egipto, ¿verdad? Sí que lo son.

—¿Dromedarias? ¿Existe esa palabra? —preguntó Sayuri con un dedo bajo la barbilla.

—¿Está seguro de que estos…? ¿Estas?... En fin, de que estos animales nos pueden llevar hasta la tumba de Nibunoichi, ¿cierto? —inquirió Akane preocupada—. En el hotel nos dijeron que nadie iba hasta ese lugar.

—¡Ranma Saotome llega adonde otros no llegan! —aseguró con arrogancia, señalándose con un dedo—. Pink y Link tienen las patas fuertes y nunca me han fallado.

—Si tú lo dices…

—Ustedes dos —ordenó Ranma después, señalando a Yuka y Sayuri—, montarán a Link. Akane y yo, a Pink.

—¡Eso no es justo! —se quejó Yuka haciendo un puchero y agitando el enorme tocado con plumas que llevaba en la cabeza—. ¿Por qué siempre los chicos lindos prefieren a Akane?

—Tienes razón —murmuró Sayuri cruzándose de brazos.

—Preferiría ir con Sayuri —señaló Akane.

Pero Ranma la tomó del brazo y la acercó a él para susurrarle sin ningún recato.

—No, por favor, esa mujer tiene la mano muy larga.

Con la cabeza señaló a Yuka, y Akane tuvo que apretar los labios en un esfuerzo por no reírse. Ranma la miró, alzando las cejas, hasta que ella aceptó a regañadientes. Entonces se pusieron en marcha, Yuka y Sayuri peleándose por quién ocupaba el mejor lugar encima del camello; Ranma y Akane en el otro, con Akane delante, intentado en todo momento mantener la espalda recta y la falda abajo, para que no se le levantara con el movimiento revelando sus piernas. Al final, puso la pequeña y pesada maleta que llevaba en medio de los dos y la usó como apoyo.

—Esta cosa pesa como el demonio —se quejó Ranma—, ¿qué llevas ahí?

—Bueno —replicó Akane, pensativa y enumerando con los dedos—, libros, apuntes, pinceles, cintas para medir, cincel y martillo, cantimploras con agua, un botiquín de primeros auxilios, linterna…

—Ya entendí, ya entendí —la interrumpió él—. Eres una mujer preparada.

Akane se encogió de hombros y sonrió.

«Es extraña» pensó Ranma. «Aunque bonita». Se sostenía el cabello recogido debajo del sombrero de ala muy grande, dejando al descubierto su cuello delgado y grácil. Sus ojos eran inteligentes, grandes y brillantes, y toda ella olía delicioso, como a flores. Ranma se acercó un poco más, acomodándose sobre la montura y, de paso, quedándose más pegado a su cuerpo, aunque la estúpida maleta estaba entre los dos.

—Todavía estamos a tiempo de cambiar puestos —dijo Akane con sinceridad.

—Nah —murmuró él—. No te gustaría Link, escupe demasiado.

Akane abrió la boca para decir algo, pero Ranma no le prestó más atención. Hizo un sonido con los labios y los camellos se alzaron, empezando a caminar muy despacio siguiendo el tirón de las riendas. El grupo se internó en el vaho espeso y caliente de las arenas.

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Akane estaba segura de que había pasado mucho más de una hora cuando llegaron a la entrada de la tumba de Nibunoichi I. La pirámide no era nada imponente y se encontraba tan alejada que los turistas y los curiosos habían desaparecido hacía rato de su campo de visión, apiñándose alrededor de las atracciones más famosas del desierto. Alrededor solo había arena y soledad.

Desmontaron y Akane se sostuvo el sombrero para alzar el rostro y contemplar la tumba, después se volvió hacia sus compañeras, que se quejaban, alisándose la ropa.

—¡Ese estúpido animal me escupió! —reclamó Yuka apretando los dientes.

—A mí también —lloriqueó Sayuri.

Akane tomó la maleta y avanzó. Piedras grandes y lisas estaban colocadas a modo de escalones para acceder a la entrada de la tumba. Después giró el rostro para mirar a Ranma, que volvía a montarse en uno de los camellos y se preparaba para partir. Sus ojos se encontraron y Akane apartó la mirada.

—Bueno, señoritas, ha sido un placer. Si vuelven a El Cairo, no duden en buscarme —saludó. Se encasquetó el sombrero de explorador que usaba y se alejó.

—¡Oh, sin duda te buscaremos! —gritó Yuka agitando un brazo a modo de despedida. Después se giró hacia las otras y suspiró con pesar—. Y ahí se va lo único bello que tiene Egipto.

Akane puso los ojos en blanco y sacó la linterna de la maleta. Las tres se internaron en la tumba, con Akane delante, iluminando el camino y llevando la maleta, Sayuri detrás, tomándola por los hombros y pegándose a ella con temor a la oscuridad, y Yuka más atrás.

—Esta maldita arena se me mete por todas partes… ¡por Kami! Y no puedo caminar con todas estas piedras y grietas —gimoteó Yuka con resignación—. Debí haberme quedado en el hotel.

—¿Y por qué te pusiste esos zapatos para venir al desierto? —le preguntó Akane de mal humor, observando los tacones bastante altos que usaba.

Yuka alzó las manos y modeló sus finas piernas, moviendo los pies para lucirlos.

—Porque me quedan fabulosos, ¿no es obvio?

Después tuvo que correr, porque las otras dos avanzaban dejándola atrás. Caminaron moviendo la cabeza a un lado y al otro, con el haz de luz de la linterna barriendo las paredes a cada lado, que tenían extrañas inscripciones y dibujos. Algunos podían interpretarse como adoraciones a los dioses, o la historia de la vida de Nibunoichi I, pero otros eran indescifrables.

—Es increíble —murmuró Akane, fascinada.

—No lo entiendo, estos jeroglíficos… nunca los vimos en clase —dijo Sayuri.

Se habían internado muchos metros en la tumba cuando una figura apareció ante ellas, iluminada por la luz de la linterna. Las tres dieron un respingo y Sayuri gritó con fuerza. Era un hombre usando la ropa local, que les sonrió ampliamente. Su rostro era pálido y ojeroso y sus dientes amarillos.

—¿Se-Señor… es usted un guía? —preguntó Akane en un inglés chapuceado.

—Sí, sí, yo mostrar… yo guiar —dijo el hombre, hablando con un fuerte acento—. Mostrar riqueza… secretos de Nibunoichi I.

—¿Habla japonés? —inquirió Sayuri asombrada.

—Mejor para nosotras, ¿no? —terció Yuka, adelantándose para ir primera—. ¿Dijo riquezas? ¡Muéstrenos! Nosotras lo seguiremos —le dijo al hombre, que asintió, sonriente, y se frotó las manos antes de empezar a andar.

Akane no estaba convencida, pero los siguió, con Sayuri todavía pegada a su espalda y Yuka más adelante, haciéndoles señas con las manos para que se dieran prisa.

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Ranma llegó al bar de Atsu y pidió un té de menta, que era lo único que se servía en el local. Se acodó en el gastado mostrador y se secó el sudor de la frente con el pañuelo que llevaba al cuello.

—¿Mucho trabajo hoy? —preguntó Atsu llenando su taza.

—Fui hasta la tumba de Nibunoichi, el calor está terrible.

A Atsu se le cayó la tetera de las manos.

—¿Qué dijiste?... ¿Nibunoichi?

—Sí, tres turistas bastante ruidosas querían ir hasta allá. Me pagaron muy bien —confesó en un susurro.

Atsu se estiró por encima del mostrador y lo tomó de la camisa.

—¿Y las dejaste solas, muchacho idiota?

—¡Oye! ¿Qué te pasa?

—¿Acaso no escuchaste sobre la maldición de la gran serpiente de Ju-sen-kyo? —insistió Atsu sin soltarlo, pegando su nariz a la de Ranma y hablando en un grito.

—¿Ju… sen-kyo? —repitió Ranma inclinando la cabeza a un lado—. No, nunca escuché sobre eso. ¿Es una historia de terror?

—¡Idiota! No es una historia, ¡es la pura verdad! ¿Por qué crees que nadie visita nunca la tumba de Nibunoichi I?

—¿Por qué queda muy lejos?

Atsu lo soltó, pero primero le dio un coscorrón en la cabeza.

—¡Porque nadie regresa de allí con vida!

—¡¿Qué?!

Ranma tiró la taza que se había llevado a los labios y volvió a colocarse el sombrero, para salir corriendo. «¡Akane!», pensó mientras montaba a Pink y salía a todo el galope que podía la bestia. Recordó su esbelto cuello, su rostro y su sonrisa mientras volvía la cabeza hacia él.

—Ah, sí, y también tengo que salvar a las otras —se dijo.

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Las tres mujeres habían llegado a una cámara enorme iluminada por varias antorchas, que estaba llena de tesoros. Había altas y macizas estatuas de oro; perlas y joyas que desbordaban miles de baúles esparcidos por la habitación y una montaña de monedas de oro y plata se acumulaba en el centro del cuarto. Las tres se quedaron con la boca abierta mientras el hombre que las guiaba hacía gestos con las manos.

—Riqueza, mucha riqueza —dijo en su extraño acento—. Riqueza de Nibunoichi.

—¡Por Kamisama! —exclamó Yuka.

Y corrió, trepando a la montaña de monedas de oro y echándose encima como si fuera una cama.

—¡Wiiiii! ¡Somos ricas! ¡Ricas para siempre! ¡Jajajaja!

—No puedo creerlo —murmuró Akane.

Sayuri corrió hacia uno de los baúles, tomando un collar de esmeraldas y alzándolo para apreciarlo mejor a la luz de las antorchas. Después se lo colocó al cuello y bailó alrededor, imaginándose que estaba en una fiesta y era la mujer más admirada, mucho más que Akane, que, desde un rincón, la miraba con envidia.

Akane tomó una estatuilla que estaba caída en el suelo. Representaba a un faraón egipcio que alzaba los brazos, con una serpiente enroscada alrededor de su cuerpo.

—Qué extraño, ¿por qué no han saqueado este lugar, como lo hicieron con las demás tumbas? —se preguntó.

—¿Y eso que importa? ¡Mejor para nosotras! —celebró Yuka desde su altura. Tomó un montón de monedas entre las manos y las lanzó al aire con una risita—. ¿No lo entiendes, Akane? ¡Somos ricas!

—Pero…

Akane se interrumpió y buscó al guía con la mirada. El hombre había corrido hacia unas escaleras en el fondo de la habitación y murmuraba lago entre dientes, alzando las manos en la misma postura de la estatuilla. La muchacha inclinó el rostro, pensativa.

—¡Oh, gran serpiente de Ju-sen-kyo! —llamó el hombre—. Ven, ¡ven y acepta este tributo!

—¿Tributo? —dijo Akane con el ceño fruncido.

—He aquí tu sacrificio, ¡oh, gran serpiente!

Cuando gritó la palabra «sacrificio», las tres mujeres volvieron la cabeza hacia él al unísono. Después se miraron entre ellas y Akane le gritó:

—¡Oiga!

Pero el hombre soltó una risotada y subió las escaleras, oprimiendo un interruptor secreto, que abrió una puerta de piedra.

—¡Gran serpiente de Ju-sen-kyo! —llamó el hombre una última vez, poniéndose las manos alrededor de la boca—. ¡Veeeeen! La cena está servida.

Y escapó por la puerta, que se cerró a su espalda. Al mismo tiempo, la puerta por la que habían llegado a la cámara también se cerró y el suelo tembló, dando una sacudida. Yuka, que se había puesto de pie sobre la montaña de monedas, cayó de rodillas. Sayuri corrió para estar cerca de Akane y volvió a ponerse tras ella.

El suelo tembló otra vez, con más fuerza, mientras el ruido de rocas que caían y se destruían llenaba toda la cámara, como si llegara desde las profundidades mismas de la pirámide. Entonces, con un silbido agudo y profundo, las monedas se sacudieron y se sumergieron, tragadas por una abertura que había aparecido en el suelo. Yuka gritó y trató de escapar, aferrándose inútilmente a las monedas con las uñas, chillando y lloriqueando, mientras sus dos compañeras se abrazaban entre ellas, alejándose del sumidero que se había abierto en el centro de la habitación.

Yuka gritó una vez más y fue lanzada hacia arriba en el aire cuando apareció la cabeza gigante de una serpiente, verde, escamosa y brillante. Las tres mujeres gritaron a la vez de horror, y Yuka cayó de nuevo, directo a las fauces abiertas de la bestia, que se la zampó de un bocado, aplastándola entre sus dientes enormes.

Sayuri chilló con fuerza, cerrando los ojos y cubriéndose los oídos y Akane corrió hacia la puerta de piedra por donde habían entrado, intentado moverla con las manos, pero era inútil. Se volvió de nuevo a mirar a la serpiente de Ju-sen-kyo, que elevaba su cuerpo ondulante y grueso, horripilante, saliendo por el boquete del suelo y arrastrándose hacia ella. La serpiente abrió la boca y escupió uno de los zapatos de tacón de Yuka, lo que hizo que Sayuri gritara todavía más fuerte.

Luego siseó, estirando su larga lengua hacia ellas y Akane se dejó arrastrar por la desesperación, resbalando por la pared de piedra hasta caer sentada, gritando con todas las fuerzas que le permitía su garganta.

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Ranma desmontó con agilidad y abrió la alforja de Pink, sacando lo necesario para fabricar una antorcha improvisada. Antes de alejarse, palmeó al animal una vez y le susurró palabras tranquilizadoras al oído.

—Espérame aquí, bonita, ¿lo harás? Eres una buena chica.

Después corrió, bajando los escalones al interior de la tumba. Alzó la antorcha y miró alrededor, después volvió a correr, llamando el nombre de Akane, pero nadie respondió. Llegó a la intersección de varios pasillos y giró alrededor, iluminando con la llama de la antorcha cada una de las entradas, sin saber por dónde seguir. Entonces escuchó algo como un grito lejano, una letanía casi imperceptible.

—¡Akane! —gritó Ranma con más fuerza—. ¡¿Dónde están?!

Miró a un lado y al otro, sin poder decidir por dónde avanzar.

—¿Y si todo fue una broma de Atsu? Ese viejo es un idiota… Pero, parecía sincero cuando lo dijo, ¡estaba asustado! —se dijo Ranma—. ¡Maldición!

Entonces lo escuchó, un grito agudo y apagado, y se metió en el pasillo que seguía por el centro del camino. Corrió y corrió, por lo que le parecieron interminables minutos, hasta que se dio de bruces con una puerta de piedra que estaba cerrada a cal y canto.

—¡Maldición!... ¡Akane! —gritó más fuerte—. ¡Akane!

Y desde el otro lado le llegó el sonido de su voz, amortiguado por la gruesa puerta.

—¡¿Ranma?!

—¡¿Akane?!... ¡Abre la puerta!

—¡No puedo!... Tiene un mecanismo de cierre… ¡Estamos atrapadas! —dijo con la voz quebrada.

Dentro de la cámara, la gran serpiente se arrastraba, siseando y deslizándose, abriendo la boca para lanzarse sobre ellas. Sayuri gritó de nuevo y corrió hacia la pared, oprimiendo sin querer una saliente de roca, que emitió un crujido, elevando la puerta.

Akane ahogó una exclamación de alivio cuando Ranma entró en el cuarto. Pero él se detuvo, con los ojos abiertos como platos.

Y fue su turno de gritar, con voz chillona como de mujer:

—¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!... ¡¿Qué rayos es eso?!

La serpiente se movió hacia la puerta y atacó, para triturarlos con sus enormes fauces. Ranma saltó tirando de la mano de Akane. Y Akane a su vez tiró de Sayuri en el último momento, escapando por centímetros de la boca gigante y la larga lengua bífida.

Corrieron por el pasillo, Ranma iba adelante levantando el brazo con la antorcha para iluminar el camino.

Las lágrimas bañaban el rostro de Akane, a pesar del peligro no podía dejar de pensar en Yuka y su trágico fin. Todo era culpa suya. Ella les había propuesto el tema de la tesis, y también lo del viaje a Egipto. Tarde comprendió por qué casi no existían estudios sobre Nibunoichi I y su maldita tumba, y su curiosidad la había hecho cometer el peor error de su vida. Apenas tenía fuerzas para tirar a Sayuri del brazo, que había entrado en pánico, casi arrastrando las piernas.

—¡Vamos! ¡Rápido! —gritó Ranma.

Akane sacudió la cabeza cuando doblaron un recodo.

—¡La salida no es por ahí!

Pero no había tiempo de regresar, la serpiente los perseguía destruyendo las paredes a su paso, con su cuerpo escamosos y brillante. Siseó agudamente, estremeciéndolos de terror.

El zapato de Sayuri se atoró en una grieta y ella cayó al suelo dando un grito. Intentó levantarse, pero ya era demasiado tarde, cuando la enorme cabeza de la serpiente proyectó su sombra sobre ella. Akane detuvo la carrera y giró, dándose cuenta de lo sucedido. Retrocedió estirando la mano hacia Sayuri. Ella la miró angustiada, estiró su brazo lo más que pudo. Los dedos de ambas se rozaron, justo antes de que la serpiente se la engullera de un solo bocado.

Akane aulló, gritando el nombre de su compañera, dejándose caer de rodillas sobre el suelo de piedra. Ranma la obligó a moverse, casi arrastrándola, para que se metieran en un pasillo bajo y delgado. Era demasiado pequeño para que la serpiente pudiera seguirlos, aprovechándose también de que estaba distraída con su último bocado.

—Aquí no nos encontrará —dijo Ranma—. Tenemos que buscar una salida… ¡Akane, vamos!

Ella bajó las manos con las que se cubría el rostro y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Pero… Sayuri, Yuka… están…—Soltó un sollozo lastimero—. Están mu-muertas…

Ranma la tomó por los hombros.

—Lo lamento —dijo—, pero no hay nada que podamos hacer. Solo escapar para lograr salvarnos. ¿O quieres terminar como ellas?

Akane agitó la cabeza, negando, y se limpió las lágrimas. Ranma la tomó de la mano y la hizo avanzar. Anduvieron casi arrastrándose por aquel pasillo estrecho, que más parecía un pasadizo, mientras las piedras vibraban por donde la serpiente pasaba. Por momentos creían sentirla arriba de sus cabezas, en otros por debajo de sus pies.

El pasadizo se ensanchó y salieron a una cámara mucho más grande que la de los tesoros, con dos enormes estatuas de un hombre y una mujer, sosteniendo grandes vasijas con los brazos alzados. Pero no había ninguna puerta.

—¡Maldición! —exclamó Ranma—. ¡Estamos atrapados!

El suelo tembló.

—Tenemos que movernos, Akane.

—¡Espera! —dijo ella.

Le quitó la antorcha de las manos y corrió a estudiar las extrañas figuras pintadas en la pared.

—No hay tiempo para eso, ¡tenemos que encontrar una salida!

—¡Mira! —exclamó Akane—. Los nyannichuanes creían en la dualidad del mundo, agua y fuego; cielo y tierra; blanco y negro.

—¿Y eso qué diablos importa?

—¡Masculino y femenino! —dijo ella—. Mira las figuras en la pared.

Ranma volteó la cabeza. De cada lado, a su izquierda y derecha, había una depresión en la pared con el trazado de un cuerpo masculino de un lado y femenino del otro, opuestos a las enormes estatuas que estaban en el centro de la habitación.

—¿Y qué?

—Colócate ahí, esto debe abrir la puerta secreta para…

En ese momento el techo se derrumbó y la gran serpiente de Ju-sen-kyo cayó sobre ellos, siseando y enroscando el cuerpo. Ranma y Akane corrieron, apoyándose en la pared, y los dos se hundieron al mismo tiempo, activando un mecanismo que los hizo caer hacia atrás.

Akane gritó, perdiendo el equilibrio, desplomándose en una especie de sarcófago, que después cayó varios metros al vacío. A Ranma le pasó exactamente lo mismo. Akane gritó de terror y Ranma gritó más fuerte, mientras la serpiente agitaba el cuerpo, iracunda, derribando las grandes estatuas con su fuerza.

Tras unos segundos que les parecieron eternos, Ranma y Akane dejaron de caer. Los sarcófagos tocaron el suelo con un fuerte golpe, para después deslizarse rápidamente como si estuvieran en un tobogán. Dieron tumbos contra las paredes para al final salir disparados en aire y chocar con mucha fuerza contra el suelo. Los sarcófagos se sacudieron y se abrieron, escupiendo a sus ocupantes sobre el piso de tierra.

Rodaron por la arena. Ranma fue el primero en levantarse con un jadeo, frotándose la cabeza. Akane hizo lo mismo, arrastrando las piernas.

A los lados se alzaban altas paredes de roca y la vista no llegaba hasta el techo, sumido en la oscuridad. Parecían estar dentro de una gigantesca montaña y, a sus pies, solo el abismo. Ranma estaba de pie en el filo del acantilado, con la cabeza inclinada mirando el fondo. Akane se agarró de su brazo para mirar.

—Es la salida —dijo él—. ¡Vamos!

—¡No! —Akane lo tomó de la camisa.

Abajo había un caudaloso y ancho río subterráneo.

—Es la única posibilidad. Esa cosa no nos va a seguir en el agua, y si vamos corriente abajo encontraremos la salida.

—Pero… ¡espera! Es imposible, ¿por qué hay un río en el fondo de una pirámide?

—Y yo qué sé, ¿qué importa eso si podemos escapar?

Iba a moverse, pero Akane lo detuvo otra vez.

—¡Es que no sé nadar! —dijo Akane con un lloriqueo agudo.

El suelo tembló y el siseo de la serpiente se escuchó por todo el lugar. La cabeza abominable apareció arrastrándose por la abertura.

—¡Vamos, Akane! Yo te mantendré a flote —le dijo él y tomó su mano.

Akane plantó los pies con fuerza en el suelo, intentando soltarse de su mano, pero Ranma fue más fuerte. Con un impulso, saltó y se dejó caer en el abismo, arrastrando a Akane.

—¡AAAAAAAaaaaaaaHHHHHHHHHhhhhhhhhh! —aullaron al mismo tiempo.

El resto del cuerpo de la serpiente atravesó la abertura, partiendo los sarcófagos con sus poderoso músculos. Abrió la boca en un silbido agudo y terrible y se precipitó hacia el abismo con la intención de seguirlos. Pero en el último instante se retrajo, asustada, y abrió la boca enorme, casi como si fuera un aullido de protesta.

Ranma y Akane cayeron al agua pesadamente, atravesando la superficie hasta el fondo. Akane cerró los ojos con fuerza y abrió la boca, agitó los brazos y las piernas, pero le fue imposible flotar, perdiendo la consciencia.

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El desierto estaba quieto y silencioso mientras el sol caía oblicuo sobre las doradas arenas, alcanzando temperaturas infernales. Cerca de la entrada de la tumba de Nibunoichi I, Pink mascaba suavemente una brizna de pasto seco, mientras balanceaba su corta cola espantando las moscas.

De pronto se puso alerta moviendo las orejas y sus ojos somnolientos miraron más allá de la tumba, donde los granos de arena comenzaron a moverse. Apareció una mano, seguida del brazo de un hombre, un hombro, un cuello y una cabeza. Pink lanzó un ronquido al reconocer a su amo. Ranma se impulsó, saliendo de la duna y arrastrando consigo a Akane, que tosió y escupió agua y tierra.

Se sacudieron poniéndose de pie. Akane había perdido el sombrero hacía rato, y el cabello le llegaba, suelto y enredado, casi hasta la cintura. Se le habían corrido por completo las medias y el borde de su falda estaba hecho jirones. Ranma no estaba mucho mejor, con la trenza desarreglada, la camisa estropeada y sucia de barro y sin zapatos. Se pasó una mano por el rostro.

—¿Por qué…? —murmuró Akane—. ¿Por qué salimos a la arena después de meternos al río? ¿Y por qué volvimos a la puerta de la tumba?

—¿Acaso importa, Akane? —dijo Ranma—. Acabamos de ver a una serpiente monstruosa ¿y te preocupa algo tan insignificante?... ¡Pink! Es Pink —dijo después al divisar el camello.

Tomó la mano de Akane para que lo siguiera y se tambaleó, casi sin fuerzas. Se abrazó al cuello de Pink, a la que le palmeó el lomo y le acarició la cabeza.

—Buena chica.

Ayudó a subir a Akane y después se colocó sobre la montura, detrás de ella. A una orden, Pink avanzó a paso lento, devuelta a El Cairo, con el corazón pesado y el cuerpo dolorido. Akane permitió que él la rodeara con un brazo mientras manejaba las riendas, y reclinó la cabeza en su hombro hasta quedarse dormida.

Cuando las figuras de Ranma y Akane casi desaparecían sobre el horizonte, las arenas cerca de la tumba de Nibunoichi I temblaron, sacudiéndose. Como si una enorme forma alargada se moviera debajo de ellas, zigzagueando.

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FIN

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Nota de autora: La palabra de hoy fue «cómplice» y la verdad, al principio había pensado en otra cosa, dónde Ranma actuaba como cómplice involuntario de la gran serpiente de Ju-sen-kyo. Pero después lo cambié a esta especie de comedia-gore con tintes de La momia, y entonces, ¡me di cuenta de que no podía encontrarle sentido a la palabra «cómplice» por ningún lado! XD. Pero ustedes supongan que Ranma y Akane son cómplices al escapar de la serpiente (¿?).

Agradezco especialmente a Noham, porque él leyó la primera versión de este fic (que era abominable) y me dio muchos consejos para hacer más dinámicas las partes de acción, porque yo estaba con el cerebro licuado después de cinco horas intentando crear esto.

Y gracias a todos los que me escriben en cada capítulo: Saritanimelove, Arianne, Psicggg, Rowen, Alejandra, Sol, Rash, Gatopicaro, Lelek, Bealtr, Juany y Noham.

Nos leemos.