Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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Refresco
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Tenía sed.
Era pasada la media noche, los grillos cantaban con fuerza y los rayos de la luna entraban en la cocina por la ventana abierta. Las cortinas estaban descorridas para que circulara la brisa, cuando las noches eran tan cálidas como los días.
Sacó una botella de agua y dejó abierta la puerta de la nevera, para disfrutar de un poco de frescura. La luz blanca proyectó su cuerpo en las penumbras, haciendo que su sombra fuera como la de un gigante techado en el piso y parte de la pared.
Los músculos bien delineados del brazo se tensaron al desenroscar la tapa, muy lentamente, con los ojos cerrados. Levantó la botella y dejó caer el agua a varios centímetros sobre su boca sedienta. Era una sensación agradable. Se secó la boca con el dorso de la mano empuñada.
Miró hacia la puerta.
Ella estaba ahí, vestida únicamente con una amplia camisa china. Se acercó y lo empujó con su pequeño cuerpo tomándolo por sorpresa, cruzándose entre él y la nevera. También buscaba agua. Él indicó hacia abajo, ella obedeció inclinándose hacia delante, buscando en la parte inferior de la nevera.
Se apoyó contra él, bajando la cabeza y torciendo la espalda para levantar su trasero. Se movió mientras buscaba, frotándose contra su bóxer.
Lo tomó desprevenido, no reaccionó, se quedó quieto dejándola hacer. Ella se inclinó otro poco, levantó más el final de su espalda y lo frotó con más intensidad. Y lo escuchó gruñir, y se sonrió. Ya no buscaba el agua. Se mordió el labio inferior al sentir que sus movimientos habían provocado una dureza que se acomodaba entre sus nalgas. La camisa china, que se enrollaba y recogía con cada roce de sus cuerpos, acabó por levantarse.
Él abrió la boca ahogando un quejido, al descubrir que ella no llevaba ropa interior. Aquel cosquilleo endemoniado se convirtió en una especie de dolor, en una ansiedad reprimida por la delgada tela de su bóxer. Ella se afirmó de la puerta y del borde de la nevera abierta, para mover las piernas y hacer del roce algo más que un fingido movimiento casual. De arriba a abajo, lento, intenso, empujando contra una pared inamovible que era el cuerpo de él. Y él se contenía, empuñando las manos, mostrando los dientes, con los ojos clavados en la espalda pequeña, en las arrugas de la camisa que hacían un extraño juego de luces y sombras contra la fría iluminación de la nevera. En el reflejo brillante sobre la piel desnuda de la carne que se le antojaba agarrar con las manos llenas. Pero se seguía conteniendo, tolerando esa tortura, el roce delicioso que ya se había convertido en un masaje intenso sobre su virilidad palpitante.
Parecía que todo su cuerpo gritaba por la libertad, atrapado por una tiránica tela, ahora húmeda, casi empapada, por culpa de los dos.
Ella ya no sonreía, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, susurraba con cada respiración, con cada suave jadeo.
Él ya no lo resistió más. Sus manos se movieron.
El agarré de una mano en una de sus nalgas le arrancó casi un gritó a ella. Pero no tuvo tiempo para reaccionar, cuando sintió que él se bajaba el bóxer con la otra mano, y algo más grande, endurecido y furioso, que había sido retenido por mucho tiempo contra su voluntad, golpeó con una fuerza elástica su intimidad. Fue como un latigazo clavándose entre sus piernas, húmedo, tan ansiado como el romper de la lluvia en un desierto.
Ella se agarró de la nevera con la punta de los dedos y las uñas, ahogando un grito. Ese solo contacto bastó para sacudir su cuerpo con una explosiva sensación por tanto tiempo postergada.
Pero él ya no tenía paciencia y sin piedad deslizó su dura ansiedad por el centro de su feminidad. Ella gimió, las piernas le temblaron, apretó los dientes cuando sintió que él lo iba a hacer, cuando detuvo finalmente su maldito ir y venir.
Él se aferró a ella con ambas manos y su virilidad palpitó en la entrada de su intimidad.
Gimieron sus nombres, con una angustia placentera.
¡Finalmente…!
El llanto del bebé se escuchó por toda la casa. Un gritó a todo pulmón reclamando la atención de sus padres.
Ranma dejó caer los hombros. Akane se irguió y con estoica resignación acomodó la camisa china dejándola caer sobre sus muslos. Acarició con ternura la mejilla de su esposo, ante su mirada de desolación y besó su mejilla para intentar consolarlo de alguna manera.
—Lo siento, pero te toca a ti, papá.
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Fin
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Por si no lo adivinaron todavía, la palabra que Randuril me dio, con una sonrisa de nena traviesa, fue «lujuria». Pero me conocen, soy un ser maligno, de corazón retorcido y pensamientos macabros, por lo que jamás podrán esperar de mí que juegue limpio y ya ven el resultado. Sí, lo sé, fue espantosamente malvado.
Ahora, seriamente hablando, estos días tendremos pocas horas para trabajar nuestros fics, además de que estamos un poco cansados, por lo que haremos historias más cortas. Aún así, corto no quiere decir malo, creo que todavía podemos sacar algunas cartas bajo la manga. Seguimos al pie del cañón con este divertido desafío.
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Nos vemos en la siguiente historia.
