Ranma ½ no me pertenece.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta
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El invocador de sombras
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Un grupo de hombres entró en la taberna, estaban cubiertos con capas y amplias capuchas. Pidieron una mesa apartada en una esquina y se mantuvieron en silencio. Apenas intercambiaron unas pocas palabras y movieron la cabeza, desconfiados.
Cuando uno de ellos notó a una mujer del otro lado de la taberna, ella evitó su mirada, tiró un poco de su propia capucha y fingió beber su copa. Parecía una mujer joven, cruzaba las piernas bajo la mesa, las que estaban cubiertas por botas altas que le llegaban a los muslos, un poco por debajo del borde de un vestido corto.
Después de unos pocos minutos, el grupo abandonó la taberna.
Caminaron por callejones estrechos, envueltos en el silencio y la oscuridad de la noche.
A pocos metros la mujer los seguía. Se ocultó en una esquina, después en una caja, cruzó y se deslizó tras un barril. Se movía con los pies muy ligeros, sin hacer el menor ruido.
Los hombres se detuvieron ante una puerta al final de un callejón, parecía ser una bodega abandonada en el barrio más peligroso de la ciudad de Nerima.
La mujer miró los tejados. Se cubrió tras una pared y moviendo la mano creó varias espadas de hielo.
Dio ágiles saltos, usando las espadas clavadas en la pared como apoyo, pisando las empuñaduras de una en una, hasta alcanzar el primer tejado.
Desde una trampilla pudo ver el interior de la bodega. Apretó los puños enfurecida, se trataba de un mercado ilegal de esclavos. El grupo de hombres hablaba con el encargado de los esclavos y uno de ellos se adelantó.
A una orden del esclavista trajeron a un niño atado con un grillete al cuello, se le veía en mal estado, como al resto de las personas ahí enjauladas y amarradas. Pero el niño era especial: un elfo.
Cuando el líder del grupo de hombres misteriosos tomó la cara del niño y lo examinó con brusquedad, ella entró en acción.
El techo estalló dejando un agujero más grande. La mujer cayó de pie ante los hombres, con su capa agitándose en medio de una lluvia de trozos de madera y astillas.
Akane se sacó la capa y reveló su uniforme de La Guardia de la Emperatriz.
—Por orden imperial, ¡están todos arrestados!
Ellos sacaron las espadas, pero Akane los sorprendió apuntando al cielo con una mano. Tras un mágico destello, disparó una estela de escarcha, la que explotó en una brillante formación de hielo, como una señal.
En pocos segundos, cada puerta de la bodega fue derribada y los caballeros de la guardia entraron rodeando y atrapando a todos los criminales.
—Maldita perra, ¡no me atraparás vivo! —clamó el líder de los encapuchados. Tomó al niño elfo con un brazo y lo cargó al hombro.
—¿Qué haces?, ¡suéltalo!
—No perderé un sacrificio tan valioso.
El hombre agitó la mano y en el aire aparecieron nubes negras, de las que tomaron forma espíritus sombríos. Eran aves y sabuesos de ojos rojos, que atacaron a Akane.
Ella creó un sable de hielo y un escudo. Se defendió del ataque de uno de los perros con un golpe horizontal, y desvió con el escudo a un pájaro que rebotó en su dura superficie. Vio por encima de su hombro cómo el invocador escapaba con el niño.
—¡Detente!
Akane lanzó el escudo de hielo, girando como un disco. Pero una nueva sombra con forma de un oso se cruzó deteniendo el escudo con sus garras, y lo aplastó de canto hasta convertirlo en pequeños trozos de escarcha. Akane gruñó, dio una patada a otro sabueso y con un rápido giro cortó a una de las aves en dos. Arrojó el sable contra una sombra que atacaba a uno de los soldados.
Extendió ambas manos, haciendo frente al oso, y la corriente fría se trenzó en el aire dando forma a dos nuevas armas.
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Akane se libró de las invocaciones lo más rápido que pudo y, dejando a sus soldados a cargo de la situación, corrió sobre los tejados buscando al invocador.
Lo encontró, pero no de la manera que esperaba.
El hombre estaba quemado hasta la cabeza, ahora sin cabello, y con las piernas y los brazos convertidos en costras negras.
El niño elfo estaba indemne, pero aterrado contra un rincón.
Ranma sostenía al invocador por el cuello con una mano y la espada en llamas en la otra, en el centro de un círculo de fuego creado por el espíritu que se movía rodeándolos.
—Ranma, ¡Ranma, detente!
Él hizo como que no la escuchó y acercó su espada al rostro del aterrado invocador. En sus ojos azules se reflejaban las llamas, y algo más, que a ella la preocupó.
Akane creó un arco de hielo y apuntó a Ranma.
—¡Te di una orden!... ¡No me obligues!
—Es un invocador de sombras —gruñó—, como el que asesinó a mí hermana. ¡No tiene derecho a vivir!
—Es un prisionero del imperio, un criminal que se enfrentará a la corte. ¡No tienes autoridad para quitarle la vida!
—¡Quería al niño elfo para convertirlo en una de sus sombras!
—Lo sé, Ranma, ¡ya lo sé! No merece vivir, ¡pero tú no tienes derecho a decidirlo!
—Yo…
—Tú eres mejor que ellos, Ranma, escúchame. —Akane tensó la cuerda del arco—. Por favor, demuéstrame que lo que me dijiste es verdad, que tú no eres un asesino como los otros invocadores.
Ranma miró a los ojos al aterrado invocador. Lágrimas de miedo y dolor caían por sus mejillas sucias de cenizas y solo murmuraba cómo un demente la palabra «perdón». El muchacho apretó los dientes.
—¡Ranma!
Él bajó la espada y las llamas se disiparon. Su espíritu de fuego se desvaneció en el aire. Akane suspiró aliviada y su arco desapareció en una estela de escarcha y vapor.
Pero el invocador sonrió, un gesto malvado, casi de burla. El rostro de Ranma se desfiguró de ira y con un rápido movimiento lo degolló con la espada.
—¡No! —gritó Akane.
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Akane miró hacia la trampilla por la que entraba la luz. Sentada en el piso se abrazaba las piernas, con la espalda recostada en la superficie fría.
—Mi familia regentaba una posada —contó Ranma—, hasta que ese maldito invocador de sombras apareció. Dijo que le gustó el alma de mi hermana Ranko y a ella la tomó primero. Comandaba una horda de sombras con forma humana y nos encerró a todos los de la aldea en el sótano del fuerte del Barón, para esperar nuestro turno.
—¿Una horda? —Akane contuvo un escalofrío. Sabía lo que significaba que un invocador tuviera un espíritu con forma humana. ¿Pero tantos?
Ranma asintió.
—Escapé del sótano por una salida secreta que usábamos con Ranko desde pequeños para jugar en el fuerte. Traté de llegar a ella, pero…
Hizo una pausa.
—Está bien si no quieres decir más.
—No, ya no me importa —mintió mirando hacia un lado—, han pasado muchos años.
—¿Qué sucedió después?
Ranma se encogió de hombros.
—No llegué a tiempo. Ranko estaba muerta en sus brazos. A los pies tenía el puñal con que lo hizo. Creo que perdí la cordura, tenía un arma en las manos y lo ataqué. Fue antes de que una de sus sombras pudiera verme, era pequeño y delgado, cuando él me descubrió ya estaba dentro del círculo mágico. Después hubo una luz, lo escuché maldecir, estaba furioso, perdí el conocimiento. Cuando desperté ya era de día… y estaban todos muertos.
—¿Todos?
Ranma asintió.
—¿Fue el invocador? —insistió Akane.
Esta vez negó con la cabeza.
—El invocador también estaba muerto… Fue lo primero que vi, sus restos calcinados a mi lado junto con lo que… quedaba del cuerpo de mi hermana. Todo el fuerte se había consumido por el incendio.
—Entonces, la gente encerrada…
—También estaban muertos —respondió con una indiferencia aterradora—, yo los asesiné con esa maldita cosa que nació del alma de Ranko.
Akane cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
—No fue tu culpa, eras un niño que no sabía usar ese poder. Además, lo adquiriste por accidente.
—No creo que los espíritus de la gente de la aldea piensen lo mismo.
—Lo siento.
—Ya te lo dije, no me importa.
Akane suspiró y disimuladamente se limpió un poco los ojos. Se levantó del piso apoyándose en uno de los barrotes. Ranma estaba dentro de la cárcel, sentado contra la pared del fondo.
—Akane, ¿de verdad piensas dejarme aquí toda la noche? —preguntó con una sonrisa inocente.
—Por lo que hiciste, te quedarías un año entero. Así que agradece que solo serán un par de días.
—¡Demonios! ¿Por asesinar a esa escoria?
—Porque me desobedeciste.
Ranma frunció la boca y se llevó ambas manos a la nuca.
Ella movió la cabeza. Caminó hacia la salida.
—Akane, espera.
Se detuvo.
—¿Qué quieres ahora, Ranma?
—¿A qué hora dan de comer aquí?
—No habrá ninguna comida.
—¡¿Qué?!
—Hasta que no aprendas a llamarme capitana.
Akane se marchó con una sonrisa, mientras lo escuchaba maldecir y protestar a su espalda.
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Fin
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La palabra que Randuril me dio para hoy fue «sombra». Y mientras la giraba en mí mente, como Bilbo al anillo único, no pude evitar imaginar una continuación a la historia de ayer.
Y… ¿por qué no?
Así que la trabajé de una manera condensada, lo mejor que pude, para no alargarme mucho. Cuando se escribe y pública cada día, uno debe entender que hay límites y no solo de tiempo, sino que también de fuerzas. La mente se agota con rapidez y para no quebrarse ni abandonar un desafío así por la mitad, hay que saber administrar la imaginación, ponerse metas realistas y acotar las historias a escenas mucho más pequeñas de lo normal. A omitir detalles y ser más efectivo. Por eso un ejercicio como este puede enseñar mucho.
Gracias por leernos y espero les haya gustado la entrega de hoy.
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Nos vemos en la siguiente fantasía.
