CAPÍTULO 3º: LAS COMPRAS EN EL CALLEJÓN DIAGON
Al fin llegó el deseoso próximo día. Henry se despertó muy temprano, sobre las 7:30, aunque August y su abuelo no le irían a buscar hasta las 11. Pero ya no pudo dormir más por los nervios en tensión que tenía. Aquel día iba a entrar en un lugar donde se podrían comprar varitas mágicas, libros de magia, túnicas y demás. Es como si fuera a comprarse accesorios para tener de reserva en los próximos carnavales o algo así. Pero no, no era eso. Henry iba a ingresar en un colegio de magos de verdad. Sólo el pensarlo se le erizaban los pelos de la nuca y de los brazos.
A las 9:30 su madre le llamó para que bajase a la cocina y desayunase. Con tanto nervio, la verdad, no es que tuviera mucha hambre, pero su madre lo obligó a desayunar como Dios manda. El día iba a ser largo y no debía de ir de forma débil.
Al entrar en la cocina, ya estaba su padre sentado en la mesa con el periódico en la mano. Dejó de leerlo al entrar él en la cocina:
- ¿Qué, hijo, tranquilo? No hay por lo que preocuparse, Henry. Ayer nos informaron muy bien los padres de August, y sobre todo su abuelo, sobre Hogwarts. Eres un chaval con suerte al poder entrar en un colegio de magos. ¡Vas a ser mago, Henry! Aún no me lo puedo creer, pero ya se nos irá entrando en la cabeza –miró a la señora Cortyon-, ¿a que sí, querida?
La señora Cortyon le sirvió a Henry dos huevos fritos y bacon en un plato, con un zumo de naranja. Después le toco el pelo cariñosamente y le pregunto:
- ¿Estás seguro de querer ir a ese colegio de magos, Henry? Tienes que quererlo de verdad, es decir, que la escuela secundaria de Northampton siempre la tendrás con las brazos abiertos.
- Mamá, no te preocupes. Lo he pensado bien y creo que debe de ser una experiencia fantástica –Henry miró a su madre y después a su padre directamente-. Quiero ir a Hogwarts, sí.
El señor Cortyon sonrió, pero la señora Cortyon se dio la vuelta y se puso a freír otro par de huevos sin decir nada.
- No te preocupes, ya se hará a la idea –le dijo en voz baja el señor Cortyon a Henry al ver que el muchacho se quedaba mirando a su madre un poco extrañado.
- Sí, claro que me haré a la idea –dijo en voz alta la señora Cortyon. El señor Cortyon se sonrojó un poquillo al ver que lo había oído. La señora Cortyon se dio la vuelta con un tenedor que se le caía algo de yema de huevo en la mano y se dirigió a su hijo-. Ya me haré a la idea, hijo. Me costará un poquillo, pero no te preocupes. Tú disfruta lo que más puedas. Si es lo que quieres, no te lo puedo impedir.
- Gracias, mamá –agradeció Henry sonriendo.
A las 11 en punto llegó el sonido de una bocina de la calle. August y su abuelo esperaban a Henry enfrente de su casa en un coche marca Peugeot, más bien viejo, de color marrón. Henry se despidió de sus padres y se montó en la parte de atrás, junto con August. Benjamín Forman aquella vez iba de forma normal vestido, con unos pantalones vaqueros y chándal con rayas horizontales y verticales. Había dejado la túnica y capas de mago de ayer en otra parte, y también el gorro puntiagudo.
Salieron del pueblo rápidamente y se metieron en la autopista camino de Londres.
- ¿Señor Forman? –preguntó Henry.
- ¿Sí, Henry? –contestó el abuelo de August de buen humor pero siempre sin dejar de mirar hacia delante.
- ¿Por qué razón no va usted hoy con la vestimenta de ayer?
- Bueno, Henry, los magos debemos de ir por las calles de los muggles de forma discreta, es decir, vestidos como ellos. No podemos aparentar que somos magos. Nos harían muchas preguntas y demás, y eso no es bueno –suspiró un momento como esperando a que Henry le contestará de alguna manera-. No sé si me explicado bien, Henry, pero las cosas son así. Ayer me dirigí a tu casa vestido de mago para que tus padres fueran dándose cuenta de cómo ibas tú a acabar en Hogwarts.
Henry no dijo nada y sacó la carta de Hogwarts que traía en el bolsillo. Era preferible tener todas las cosas que debía comprar escritas delante suyo.
Al mirar las hojas, se dio cuenta de algo que anteriormente no se había fijado:
- August, ¿qué quiere decir eso de que esperan mi lechuza antes del 31 de julio? Ese día ya a pasado y yo no he mandado nada a ningún lado, y menos una lechuza.
- Mi abuelo lo ha tenido todo en cuenta –le contestó August, ajustándose sus gafas grandotas en la nariz-. Mandó una lechuza suya en la que ponía que tú y yo estábamos de acuerdo con ingresar en el colegio.
Entonces Henry pensó que el abuelo de August había aceptado desde un principio que él no iba a poner ninguna pega en ir a Hogwarts, sin saber nada de su opinión. Pensó en hacérselo saber, pero no tuvo tiempo ya que a continuación el abuelo dijo:
- Ya sé que pensarás que lo mandé sin tener tu consentimiento, Henry, pero no había tiempo. Debimos de hacer la charla con tus padres mucho antes que ayer. Sabía que si no mandaba la carta a Hogwarts te ibas después a arrepentir. ¿No te importa, verdad?
- Claro que no, señor Forman. Es más, se lo agradezco. Es más, yo…
- Abuelo, ¿le puedo enseñar a Henry tu varita mágica? –preguntó August de repente de lo más contento. Estaba deseoso de dejar a Henry cada vez más anonadado con cosas de magia, aunque el pobre todavía no sabía lo que le esperaba
- ¿La varita? –comenzó Henry-. ¿Tu abuelo tiene aqu…?
- Claro que sí. La tengo aquí. Espera que la saque –Benjamín Forman abrió la guantera del coche con la mano izquierda y extrajo un bulto tapado con un trapo blanco algo sucio de polvo. Se lo entregó a su nieto sin dejar de mirar la carretera-. Ten cuidado, August. Tenla despacio en las manos y no hagas ningún movimiento brusco con ella. Todavía no sabéis como se utilizan y podríais dañaros de la forma más tonta.
- No problema, abuelo.
August cogió el bulto despacio, como si se tratara de una reliquia antigua de museo. Fue desenrollándolo poco a poco y dejo a la vista lo que en principio a Henry le pareció una simple barra de madera de unos 30 centímetros y delgada.
- Esto es una varita como la que vamos a tener tú y yo –explicó August orgullosamente-. Bueno, la nuestra será nuevita, claro. Esta debe de tener unos cuantos años ya.
- Exactamente 72 –dijo Benjamín Forman.
- Pues eso, 72 años –corroboró August.
Henry la cogió despacio, al igual que August, y se quedó maravillado de lo poco que pesaba. Parecía una simple pluma. Era verdad que se notaba su vejez: tenía ralladuras por toda su superficie, al igual que las mesas de la escuela de primaria. Se lo devolvió a August, y éste la guardó cuidadosamente entre el trapo con polvo y se lo entregó a su abuelo.
- La verdad que es un aburrimiento esto de ir por la autopista, de forma normal, como los muggles –decía Benjamín Forman mientras cerraba la guantera con un golpe seco-. Podría hacer algo de magia, hijos míos, pero ya os he dicho que los muggles no se deben enterar de nada. ¡Imaginaos lo que pensarían al ver un coche, un peugeot como este tan viejo, a una velocidad de 300 millas por hora y con 20 pares de patas de perro moviéndose rápidamente en lugar de sus cuatro ruedas muggles! Hubiéramos llegado muchísimo antes, pero qué se le va a hacer.
Pero a Henry no le importó en absoluto que el coche del abuelo de August no fuera a esa velocidad infernal con un montón de patas de perro (de galgo, por supuesto) por debajo moviéndose sin parar. El viaje a Londres fue de lo más interesante, con el abuelo de August contándoles batallitas sobre sus tiempos en Hogwarts. Contaba que había salido del colegio hacía ya 65 años. Por entonces no tenían a ese director llamado Albus Dumbledore ("Albus, no Altus", le había corregido August a Henry). En sus 7 años en Hogwarts había conocido a dos directores: en los primeros tres cursos un tal profesor Stradlert, y en los últimos 4 años el profesor Dippet. Aun así, tenía una gran amistad con Albus Dumbledore, que era 3 años mayor que él y estudiaba en Hogwarts en aquellos años. Mientras él estaba en Ravenclaw, Dumbledore era de Gryffindor.
- Hasta llegó una vez ha salvarme la vida –dijo cuando estaba hablando sobre el actual director de Hogwarts-. Bueno, a decir verdad si no hubiera sido por aquello no nos habríamos convertido en unos amigos tan íntimos. Fue, recuerdo bien, en la primera semana de clase de aquel primer año. Yo iba andando, junto con otros dos de Ravenclaw, por la orilla del lago que se encuentra enfrente del castillo, cuando nos sorprendió una de las patas llenas de ventosas gigantes del calamar que vive en esas aguas y me atrapó. Me volteó por el aire y yo llorando y llorando, como no, con once añitos que tenía. Por suerte, andaba Albus por allí. Rápidamente sacó su varita de la túnica y, zast, un rayo medio amarillo medio naranja chocó contra aquella pata que me agarraba y la hizo temblar antes de que me soltará y se sumergiera en las profundidades del lago.
A Henry aquello lo dejo con la boca abierta, como si estuviera listo para que le metieran una buena porción de tarta de nata en ella.
También les contó que en la biblioteca de Hogwarts se encontraban libros de lo más peligrosos, y algunos de lo más irritantes. Una vez un libro le había cogido, no sabía él por qué, tanta manía que ese libro se había chivado a todos los libros de su estante de que había que hacer algo. Así pues, cada vez que él entraba en la biblioteca tan tranquilo, todos los libros de aquel estante se ponían a gritar "¡cara-culo, cara-culo, cara-culo!". Henry y August no pudieron dejar de reír en mucho tiempo. Les lloraba los ojos y todo de la risa.
Llegaron a Londres cuando Benjamín Forman les contaba, contento como unas castañuelas de tener unos oyentes tan atentos, el percance que tuvo con un retrato del colegio que le inspiraba miedo ya que al pasar él por ahí se le reía de forma macabra. Lo malo de todo era que ese cuadro estaba puesto en el pasillo donde ellos daban clase de Historia. Así pues, cada vez que iban al aula de Historia, el abuelo de August dijo que tenía que entrar por ella por la ventana, utilizando la escoba voladora, por no ir andando por el pasillo y pasar por delante de aquel retrato. Así estuvo un par de semanas, con los profesores castigándolo a ponerse tres volúmenes gordos de una enciclopedia en la cabeza mientras miraba a la pared, hasta que acabaron por quitar aquel cuadro de allí ya que comenzaron a entrar por la ventana más personas.
Henry había estado en Londres unas cuantas veces ya. Sus padres solían ir al centro de la ciudad a hacer compras, lo cual le disgustaba al muchacho de sobremanera. Era un incordio tener que probarse ropa y más ropa hasta comprarse una. Ahora, en cambio, aunque seguro que tendría que probarse alguna que otra túnica antes de comprarla, era distinto. Las túnicas no eran corrientes, claro, y eso le gustaba.
Aparcaron el coche cerca de Hyde Park (tuvieron suerte al encontrar un sitio libre por allí) y se dirigieron por las calles de Londres sin saber muy bien donde iban. Solamente seguían al abuelo de August, ya que ni incluso este último sabía adonde se dirigían. Sabía que iban a aquel callejón llamado Diagon, pero ¿cómo demonios entrar en él? Ni idea.
- Pronto llegaremos, no os apuréis –les dijo Benjamín Forman-. Vosotros sólo me tenéis que seguir, nada más.
Una calle, y otra, y otra…
- ¿Y me dices que debajo de Londres, a muchos kilómetros, hay guardado mucho dinero mágico por medio de ese banco tan extraño que me has hablado? –le preguntó Henry a August cuando pasaban por al lado del National Gallery.
August le respondió que sí con un movimiento de la cabeza.
- Verás como no te miento.
Al fin el abuelo de August se paró en seco. Estaban enfrente de la entrada de un bar más bien viejo y feo.
- Se llama el Caldero Chorreante.
Bueno, no hacía falta que lo dijera. Había un letrero con letras gordas y grandes de color amarillo triste, del tamaño de un barril de cerveza, que juntas formaban aquel nombre.
- Entremos, muchachotes.
Entraron en la taberna detrás de Benjamín. En Londres en aquel día pegaba un sol bastante fuerte y estaba todo el cielo azul (un tiempo, a decir verdad, bastante inverosímil para esa ciudad). Había una claridad enorme, pero al entrar en aquel bar el ambiente se oscurecía. Era un lugar muy viejo, con mesas y sillas de madera bastante usadas y algunas medio rotas. La verdad es que en aquellos momentos no había mucha gente. Pudieron ver a un par de hombres charlando, vestidos con túnicas idénticas de color verde oscuro. Uno de ellos llevaba el pelo largo llena de estrellitas pequeñas de papel, algo así como brillantina. Se podía ver a un anciano con barba medio negra y blanca larga y con un gorro puntiagudo parecido al del abuelo de August sentado en una mesa tomando un café. Un perro viejo y marrón se encontraba tumbado a su lado totalmente dormido.
El abuelo Forman se acercó a la barra y pidió una bebida extraña ("nombiya al limón") que por el nombre Henry no supo ni lo que era.
- Gracias, Tom –dijo cuando el cantinero le trajo la bebida. Tenía un color amarillo bastante asqueroso.
- ¿Son tuyos? –le preguntó el cantinero al ver a Henry y August. Era un tipo calvo, desdentado y con muchas arrugas-. ¿Van a Hogwarts?
- Este de aquí es mi nieto August y este otro es Henry Cortyon, amigo de August. Los dos van a empezar Hogwarts. He venido a comprar las cosillas suficientes en el callejón Diagon.
Se tomó la bebida misteriosa y, después de despedirse del tal Tom, el abuelo Forman condujo a los dos muchachos por una puerta trasera a un patio exterior cerrado. Había un cubo de basura enfrente de una pared de ladrillos.
- Atentos a lo que voy hacer ahora. Os tenéis que acordar de ello para el futuro cuando queráis entrar vosotros solos al callejón Diagon.
Cogió la varita que todavía la tenía envuelta en aquel trapo sucio y dio tres golpes a la pared, cerca de la basura. En pocos momentos, el ladrillo se movió junto con los de al lado y surgió una entrada abovedada por donde se podía ver una calle de adoquines, llena de tiendas a izquierda y derecha. Se encontraban cantidad de brujas y magos por todos lados mirando escaparates y entrando en las tiendas, la mayoría de ellos vestidos con túnicas y capas.
- ¡Maravilloso! –dijeron Henry y August (este último se quito las gafas, las limpió, y se las volvió a poner por si no se lo creía).
Benjamín Forman se rió y los condujo por el callejón Diagon.
Aquello era un lugar extraordinario, no había otra palabra para describirlo. En algunos escaparates se podían ver animales de todas clases, desde lechuzas hasta cosas extrañas y esponjosas, bastante asquerosas, metidas en tarros de distintos tamaños. En otras tiendas se podían ver expuestas juegos de cartas, de ajedrez (con unas fichas que se movían solas), pelotas de distintos colores que Henry no supo si eran de fútbol o vete a saber de qué,… Hasta había unas tiendas que eran como droguerías donde se podían ver expuestas en los escaparates cantidad de pociones en frascos de formas distintas y longitudes. Al lado de las pociones había letreros que decían: "para dormir", "para leer más deprisa", "para rascarse la frente sin ayuda de una mano",…
- ¡Cuidado con las lechuzas! –gritó de repente una bruja con gafas que salía corriendo de su tienda de animales mágicos-. ¡Qué se escapan!
La gente se tuvo que apartar para que la señora no atropellase a nadie cuando salió corriendo de la tienda con los brazos levantados. 4 lechuzas se escapaban delante suyo. No pudo atraparlas. Una vez levantadas en vuelo, las lechuzas desaparecieron de la vista antes que canta un gallo.
- ¡Pardiez, últimamente me pasa siempre lo mismo! –dijo la bruja de la tienda de animales mágicos de mal humor y dando un golpe con una pierna al suelo, al igual que si fuera un niño con rabieta. Volvió a entrar en la tienda.
- Tengo que compraros una lechuza para cada uno. Es bueno tener una mascota en Hogwarts –dijo el abuelo de August cuando todo se tranquilizó.
- En la carta dice que la mascota puede ser una lechuza, un sapo o un gato, abuelo.
- Bueno, si queréis un gato o un sapo, también os lo puedo comprar en esta tienda.
Y entraron en la tienda, en la cual casi no se podía ni hablar del barullo que había entre los chillidos y berreos de las lechuzas (y lo que no eran lechuzas), y maullidos de gatos y demás sonidos estridentes. Al final salieron con una lechuza blanca cada uno, las dos bastante parecidas. Sólo se diferenciaban en una mota negra que tenía la de Henry en el cuello, mientras que la de August era totalmente blanca.
- Debéis ponerles nombre… –comenzó el abuelo Forman.
- ¡Yo Gramus! –dijo August contento-. Lo tenía pensado desde hace unos días.
- ¿Y el tuyo como se va a llamar, Henry?
Henry se quedó pensativo. ¡Quién iba a pensar hace unos días que iba a tener una lechuza de compañera y debía de darle nombre! Miró a un lado y a otro lado, pensativo, como si quisiera encontrar por algún lado de aquella calle atestada de brujas y magos algo que le inspirará en un nombre bonito. Vio a una bruja joven de pelo largo con una flor morada que tenía colocada en una oreja.
- Bueno, Henry, no hace falta que ahora sepa…
- ¡Ya está! ¡La llamaré Violet! –dijo de repente.
Después de comprar lechuzas, siguieron comprando los accesorios que se requerían en la carta de Hogwarts, descartando uno tras otro a la vez que los compraban. Compraron dos calderos, dos telescopios (en una tienda llena de esos aparatos, con algunos bien grandotes y que daban un poco de miedo porque parecían grandes ojos que te miraban sin cesar), 2 balanzas de latón (Henry se preguntaba para que diablos valdría todo eso),… Para comprar los libros, tuvieron que esperar una media hora hasta que se deshizo la cola que había por otros estudiantes. Y para la ropa, donde tardaron más fue en la tienda para túnicas que llevaba el negocio una tal Madame Malkin, la cuál les hizo ponerse encima de un taburete hasta que les pilló las medidas apropiadas para las túnicas.
Cuando salieron de "Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones", anduvieron un poco más y se encontraron con un edificio grande y blanco, con grandes escaleras para su entrada y que sobresalía de la tiendas pequeñas por su majestuosidad.
- Aquello es Gringotts, el banco mágico –explicó el abuelo Forman-. Ahí es donde tenéis vosotros una cuenta cada uno con algo de dinero mágico, para que vayáis ahorrando. Os iré metiendo dinero cada x tiempo, no os preocupéis. Ahora vayamos a por las varitas mágicas, que es lo último que nos queda por comprar.
- ¿Y es verdad que el dinero está por debajo de nosotros a mucha distancia? –preguntó Henry antes de que el abuelo Forman intentará llevarlos de allí.
- A cantidad increíble de distancia, Henry, a kilómetros y kilómetros. Y todo ello está más que guardado por la seguridad que encierran estas puertas de Gringotts. Todo ello lo llevan especialmente los gnomos, seres listos y difíciles de engañar, a si que no es fácil robar en este banco.
- ¿Gnomos? –preguntó Henry algo extrañado, pero ya no tanto ya que hasta ese momento había visto tantas cosas que se salían de lo corriente que no había casi nada que lo sorprendiese de sobremanera.
- Fíjate en la entrada. Hay uno como custodiándola –dijo Benjamín Forman mirando a la entrada.
Se encontraba un ser pequeño y más bien feo, de barba puntiaguda y unos píes muy largos.
- Vamos a por las varitas mágicas, muchachos.
El abuelo de August les contó mientras andaban que las varitas sólo se podían comprar en una tienda, y esa tienda respondía al nombre de "Ollivander". Llegaron a una tienda que en ese momento estaba vacía y en donde en la puerta se podía leer: "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.". El señor Ollivander, que era propietario, claro está, de la tienda, era un anciano con grandes ojos que ha Henry le parecieron algo tristes y nublados.
- ¡Benjamín Forman! ¡Cuánto tiempo! –dijo al ver al abuelo de August entrar en la tienda solitaria-. Recuerdo aún la varita que te vendí, de 30 centímetros, con núcleo de piel de sapo y recubierta de madera de roble bien fuerte. Pero de eso hace ya tantos años… Vamos, creo recordar que mi padre me había puesto a cargo de la tienda hacía poco. Era jovencito.
- Sí que hace mucho tiempo, señor Ollivander, pero todavía la conservo.
Benjamín Forman extrajo la varita del trapo sucio y se lo acercó al señor Ollivander. Es señor Ollivander sonrió muy abiertamente diciendo que aquello era una reliquia, que no la tirara nunca jamás.
- Claro que no, señor Ollivander.
August y Henry tuvieron que tocar y agitar cuidadosamente más de una varita antes de que fuera elegida la que les venía bien, como anillo al dedo. El primero en probar fue August, y al probar la quinta varita fue ya la seleccionada ("23 centímetros y totalmente solidificada mediante yema de huevo de avestruz"), pero en el caso de Henry la cosa fue más complicada. Y es que no era porque no le venían bien ni una varita, no, no. Más bien al contrario, ya que cada varita que tocaba y agitaba Henry le venía de perillas. Todas le venían bien y el señor Ollivander se hizo un lío para elegir la afortunada.
- Muchacho, nunca había visto una selección de varita más rara. Todas te venían bien –le dijo el señor Ollivander, cuando al fin eligió para el muchacho una de 24 centímetros y medio, madera de haya y pelos de hunkypunk.
Salieron satisfechos los tres de la tienda. Ya habían realizado las compras para Hogwarts. Lo malo era llevar todo aquello. El abuelo de August tuvo que comprarles unas maletas adecuadas para llevar todo bien recogido antes de salir del callejón Diagon.
Al fin salieron del lugar mágico, y del Caldero Chorreante a la calle muggle de Londres. Todo el mundo se daba la vuelta para verlos con las jaulas de lechuzas cuando iban de camino al coche, pero a Henry le importaba un pimiento todo aquello. Estaba radiante de alegría y aquella noche se quedó hasta más de la medianoche hablando con sus padres sobre todo lo que había visto. Después de aquella charla su madre parecía más contenta con la idea del colegio Hogwarts (hasta estuvo dándole alpiste a Violet, el cuál comía hasta las patatas fritas que le ofreció Henry).
