CAPÍTULO 4º: EL ANDÉN NUEVE Y TRES CUARTOS Y LLEGADA A HOGWARTS

      Los últimos días de agosto a Henry Cortyon se los pasó volando. A decir verdad, estaba deseando que llegara el 1 de septiembre para ir a Londres y coger el tren que lo llevaría al castillo de Hogwarts donde se impartían clases de magia. Se pasaba todo el día en su dormitorio charlando con August y dejando volar las dos lechuzas libres por la calle. Les encantaba verlas volar por encima de los tejados y chimeneas de las casas, aunque Henry al principio no se fió del hecho de abrir las ventanas y dejarlas solas a su aire y libertad.

      - No hay por lo que tener miedo, Henry –le decía August siempre-. Violet es tu mascota, mientras que Gramus es la mía. No van a dejar a sus dueños por nada del mundo. Las lechuzas son fieles hasta decir basta.

      Se le paso el miedo al tercer día, viendo como volvían ellas solas al dormitorio y encima con alguna que otra porquería en la boca para comer (o lombrices, o cucarachas, o vete tú a saber).

      Lo que a Henry le agobiada de verdad eran las recomendaciones y medio-normas que le estuvieron imponiendo sus padres, una y otra vez, sin parar durante toda esa semana y poco más que le quedaba para que llegase el glorioso 1 de septiembre:

      - Recuerda no dejar todo el estudiar para el último día, ya que sino te va a pillar el toro y vas a estar muy agobiado sin poder abarcarlo todo –le decía la señora Cortyon.

      - Y recuerda también no andar por el castillo en los lugares peligrosos, que el abuelo de August ya nos estuvo contando algunas que otras cosas sobre sitios del castillo que más vale no pisar –le decía el señor Cortyon.

      - Y no te olvides de limpiarte la ropa de vez en cuando, de lo contrario echarás un tufo de cuidado –su madre.

      - Y recuerda no subirte con la escoba demasiado alto sin permiso del profesor –su padre.

      Hasta le decía su madre…

      - Y recuerda lavarte los dientes todas las noches.

      ¡Y dale qué te pego con lo mismo durante todos los días que faltaban! Pero, en el fondo, era de lo más comprensible la actitud de sus padres. Era la primera vez que iba a un colegio interno, es decir, la primera vez que salía fuera de casa durante más de dos semanas consecutivas (estuvo de colonias con sus dos grandes amigos Nicolas Nerdell y James Coulier en Escocia, el verano pasado, durante ese tiempo). Henry entendía su postura, pero entenderlo no le llevaba a la situación de no agobiarlo.

      En la víspera del 1 de septiembre, su santa madre estuvo casi toda la tarde recogiéndole y preparándole la maleta, con el fin de tenerla bien ordenada y compacta. Las maletas compradas en el callejón Diagon por el abuelo de August fueron una verdadera ayuda para meter sin ningún problema todas las cosas necesarias. Entraban más cosas de lo que en realidad aparentaba (lo único que se quedó fuera fue el caldero y la jaula de lechuza con Violet). Su padre le quiso meter una televisión portátil en blanco y negro en la maleta por si en algún momento se sentía aburrido, pero Henry le dijo que a August le había contado su abuelo que en Hogwarts no funcionaban ningún aparato eléctrico.

      - Además, no creo que me aburra ni un segundo, papá –le dijo a su padre sonriendo, devolviéndole la pequeña televisión en las manos.

      Aquella noche le costó aún más dormir que la vez anterior, en la víspera de compras en el callejón Diagon. El abuelo de August le iría a recoger a las 8:30 de la mañana. El tren salía del misterioso andén nueve y tres cuartos a las 11. Debían de llegar media hora antes por si las moscas. Nunca se sabía.

      A la mañana siguiente, bajó a la cocina con los pelos desordenados y bostezando sin cesar, pero contento de haber llegado el Gran Día. El desayuno, por los nervios, no le entró demasiado bien, aunque su madre le pusiera los huevos fritos con salchichas, su manjar preferido.

      Benjamín Forman y August fueron, como la vez pasada, bien puntuales y tocaron la bocina a las 8:30 exactas. Henry se despidió de sus padres después de que metieran la maleta y todo lo demás en el maletero del coche (menos la jaula con Violet, que August y Henry decidieron llevar las lechuzas dentro del coche para que no se agobiarán tanto). Su padre le seguía repitiendo alguna que otra recomendación ("y no te bañes en el lago por ese calamar gigante de que tanto hablas"), pero su madre ya no le decía nada: no hacía más que llorar y darle besos por toda la cara.

      - ¿Presto para ver Hogwarts, Henry? –le preguntó el abuelo de August enseñándole sus dientes mientras sonreía.

      - Sí, señor Forman –contestó él sentándose en la parte de atrás del peugeot, al lado de August, sin dejar de decir adiós con la mano a sus padres.

      Como siempre que se marcha uno por mucho tiempo de un lugar, a Henry le dio algo de pena dejar de ver su casa cuando torcieron en la siguiente vuelta. Pero la pena no le duró demasiado; tan sólo hasta que el abuelo de August comenzara con sus recuerdos de Hogwarts.

      Llegaron a Londres y aparcaron cerca de donde dejaron estacionado el coche la vez anterior: por las inmediaciones de Hyde Park.

      Entraron en la estación de tren de Kings Cross media hora antes de las 11. Tenían tiempo de sobra. La estación de tren estaba repleta de gente, algunos con maletas en las manos y otros tantos con carritos llenos de equipaje. Henry y August  también se agenciaron dos carritos de esos para llevar más cómodamente la pesada maleta, el caldero y la jaula con las lechuzas. 

      - ¿Tú ves algún andén en donde ponga nueve y tres cuartos? –le pregunto August a Henry, con cara de no entender nada.

      - Pues…. no.

      Estaban enfrente de los andenes nueve y diez, y no había ni uno entre medio. Se podía ver dos señales con números en rojo de plástico que marcaban el andén nueve y el andén diez respectivamente, pero en medio no había nada más que una barrera que dividía cada uno de ellos.

      Benjamín Forman se reía a carcajada suelta. Algún que otro viajero que andaba por allí lo miró algo extrañado.

      - Lo siento, pero es que vuestras caras de incredulidad son de lo más graciosas, muchachos. Claro que no se ve un anden donde ponga nueve y tres cuartos. Lo que pasa es que tenemos que arrimarnos, rápido y sin llamar la atención, a esa barrera e introducirnos por ella.

      - ¿Cómo? –preguntaron Henry y August atónitos.

      - Es fácil. Yo iré delante y vosotros seguirme en fila, uno tras otro empujando el carrito. Debemos ir despacio, sin que nos vean entrar por la barrera.

      Así pues hicieron lo que el abuelo de August proponía: August se puso con el carro detrás de su abuelo, y Henry detrás de éste. Benjamín Forman empezó a andar hacia la barrera, como quien no quiere la cosa y disimulando mientras miraba a un guardia de la estación que discutía  con una señora de pelo amarillo rizado. Se acercaban a la barrera. Henry e August cerraron los ojos, pero siguieron andando.

      Un segundo después, les vino la voz del abuelo Forman:

      - ¡Abrir los ojos que os chocáis conmigo! Ya hemos llegado.

      Abrieron los ojos y lo que vieron les maravilló. Se veía una locomotora de vapor quieta en un nuevo andén que antes no estaba. La locomotora era de color roja, y echaba vapor abundantemente. En el andén había congregada una gran cantidad de gente.

      - ¡Mira, Henry! –exclamó August señalando un letrero cerca de ellos. En el letrero se leía claramente "Andén Nueve y Tres Cuartos".

      - Vamos, os ayudaré a encontrar algún vagón en donde no haya tanta gente –les dijo Benjamín Forman.

      Y se metieron entre medio de toda la gente congregada en el andén. Había padres que se despedían de otros niños de la edad de Henry, pero también algunos adolescentes de 15-16 años (sin duda alumnos de Hogwarts que cursaban ya quinto ó sexto). Las lechuzas que llevaban como mascotas otros niños como Henry y August no paraban de hacer ruido, como si todo aquel desbarajuste de gente las agobiara. También se podían ver niños con sapos entre las manos, o ratas, etc. La mascotas preferidas de los niños eran las lechuzas, sí, pero las ratas tampoco eran mal recibidas.

      - ¡Harry Potter! ¡Aquí, aquí! ¡Una foto, por favor!

      - ¿Podría conceder unas preguntas para "El Profeta", señor Potter?

      - ¡Ron! ¡Ron Weasley! ¿Qué tal se siente después de haber ayudado en la lucha contra lord Voldemort?

      - ¡Hermione! ¡Señorita Granger! ¡Un saludo, por favor!

      Había reunida una gran cantidad de brujos y brujas chillando y empujándose entre sí. Algunas chicas quinceañeras no paraban de gritar y patalear, mientras más de una lloraba sin cesar y se agarraba y estiraba los pelos como una enloquecida. Varios reporteros y columnistas de periódicos escribían en sus libretas a una velocidad vertiginosa. Entre tanto, flash-es de cámaras de fotos se sacudían por todos lados. Había cámaras que eran mágicas: el fogonazo del flash eran verdaderas llamas de unos cuantos centímetros de altura que salían de las cámaras, como si de grandes mecheros se trataran.     

      - ¿Qué es toda esta algarabía? –preguntó Henry sin entender nada, mirando como un niño de su edad saltaba como un animal por la espalda de un brujo que se le había caído el gorro puntiagudo de color fucsia sin apenas darse cuenta.

      - ¡Son Harry Potter y sus amigos, Henry! –decía el abuelo de August-. Harry Potter logró, junto con sus dos amigos Hermione y Ron, vencer al poderoso y malvado brujo lord Voldemort de una vez por todas… ¡VOLDEMORT! Fíjate que bien lo pronunció, sin ningún reparo. Hace pocos meses no me oirías decir ese nombre, ni aunque por ello estuviera en juego una buena cantidad de galeones.

      - Pero abuelo, ¿Harry Potter y sus dos amigos no habían ya acabado Hogwarts la temporada pasada? –preguntó August extrañado, sin dejar de fijarse como dos chicas se peleaban por tener un buen lugar, entre toda la gente, para ver bien a sus ídolos.

      - Sí, tienes razón, pero… –Benjamín Forman se quedó pensativo un momento-. Claro, habrán venido a despedirse de la hermana pequeña de Ron Weasley, Ginny, que, si mal no recuerdo, esta temporada empieza el séptimo y último curso en Hogwarts.

      Henry y August también intentaron mirar por encima de las cabezas de la muchedumbre, pero eran demasiado bajos y no les pudieron ver ni un pelo.

      - Para verlos tendríamos que entrar empujando y ganándonos más de un golpe por todo ese barullo, pero yo paso. No tengo ninguna gana de salir lleno de chichones y moratones por todos lados –dijo Henry, con cara de aburrimiento.

      - Tienes razón –afirmó August.

      - Mejor que busquemos un compartimiento que no esté muy lleno, sino al final puede que el único sitio libre del tren que os quede sea el lavabo.

      Siguieron andando hacia los vagones finales del tren. Encontraron un vagón bastante poco concurrido.

      - Bueno, aquí tenéis un buen…

      - ¡EI! ¡Benjamín! ¡Cuánto tiempo!

      El abuelo de August miró para su izquierda y vio a tres magos de su edad, todos ellos con bastones, sonriendo y moviendo los brazos. Sólo uno de ellos estaba vestido con túnica color marrón y gorro puntiagudo color canela.

      - ¡Flauer! ¡Anthony! ¡Criss! –decía Benjamín Forman, también saludando. Después se dirigió a los dos muchachos-. Bueno, ¿por qué no vais cogiendo sitio vosotros solos mientras yo voy a hablar con aquellos antiguos compañeros?

      Henry y August afirmaron y vieron como el abuelo Forman iba a donde aquellos tres magos veteranos y los abrazaba.

      - Entremos por esta puerta –señaló August, yendo a la puerta del vagón de al lado. Henry lo siguió con el carrito.

      Pero no pudieron entrar ya que estaba un niño de la misma edad que ellos obstaculizando la entrada, de pelo rubio y rizado y ojos castaños. Estaba sudoroso y tenía cara de cansado. No podía casi hablar y no paraba de respirar por la boca con la lengua fuera, como si acabara de correr una maratón.

      Henry y August se miraron incrédulos.

      - ¿Te podemos ayudar en algo? –preguntó Henry.

      El muchacho rubio les señaló con la palma de la mano indicándoles que esperaran un momento, hasta que se recuperara del cansancio. El pobre tardó unos cuantos segundos.

      - Estoy intentando subir mi morsa por los escalones y no hay quien pueda –comenzó diciendo, con un resoplido-. Os agradecería que me ayudaseis, sí.

      - ¿Una morsa? –preguntaron Henry y August a la vez.

      - Es mi mascota.

      Salió afuera del vagón y dejó entrever una morsa en medio de los escalones de la entrada del vagón, sin poder subir más. Su piel era de color rosáceo, tirando a marrón, y los dos grandes colmillos puntiagudos estaban clavados en un escalón, como si hubiera intentado subir impulsándose con ellos. Casi no entraba de lo gorda que estaba.

      - Es que es muy perezosa, ¿sabéis? Venga, ayudadme a empujarla.

      Les costó lo suyo, pero al final lograron subirla por los escalones de la entrada y la morsa comenzó a gruñir tan estrepitosamente que salieron cabezas de los compartimientos para saber lo que ocurría.

      - ¡Cállate, Moham! –le ordenó el muchacho rubio con rizos, con lo que la morsa se calló rápidamente-. Es porque está contento, nada más. Contento de haber podido subir al tren. ¡Lo que nos ha costado traerlo hasta el dichoso andén nueve y tres cuartos! Los guardias estaban recelosos. Mi madre se ha quedado hablando con uno de ellos mientras yo pasaba por la barrera con Moham.

      El niño se quedó un momento mirándoles, y después les extendió la mano diciendo:

      - Me llamo Walter Heartbutter. Muchas gracias por ayudarme a subirla.

      Le estrecharon la mano sonriendo y se presentaron.

      - Bueno, espero veros en el castillo. A ver en que casa somos seleccionados. Estoy de lo más deseoso de llegar y saberlo.

      Y se fue con la morsa por el pasillo del tren. La llevaba con una correa, al igual que si se tratara de un perro. Henry vio como más de un niño cerraba rápidamente la puerta de su compartimiento por miedo a que Walter quisiera entrar en ella.

      Henry y August se subieron sus cosas al tren y comenzaron a caminar también por el pasillo, mirando los compartimentos con idea de encontrar uno que no estuviera vacío o, por lo menos, no muy lleno. Pero no habían pasado ni el primer compartimiento, cuando del segundo salió un muchacho hablando en alto que les cortó el camino.

      - ¡Pues yo te digo que tu tía es una profesora de vomitar! –sonreía maliciosamente y fruncía el ceño-. Más vale que dejase a cargo de Transformaciones a Snape. Vamos, yo creo que el profesor Snape podría impartir todas las asignaturas, no sólo Pociones. ¡McGonagall no le llega ni a la suela del zapato!

      Y se empezó a reír. Era un chico de pelo negro liso y largo, con melena, y delgado. Parecía un par de años mayor que Henry. Vestía pantalón negro y una cazadora también muy oscura. 

      - ¡Vámonos, Versher! Mejor que encontremos otro compartimiento –tiraba del brazo de otro niño que intentaba sacarlo del compartimiento-. No vaya a ser que la niña se nos ponga a llorar, le chive todo a su tía al llegar, y tengamos que vérnoslas con la asquerosa profesora McGonagall.

      - ¡Déjame en paz! –se quejaba el niño al que lo tiraban del brazo-. ¡Vete a hacer puñetas, Peter! ¡Yo me quedó donde estoy!

      El muchacho que se llamaba Peter dejó de tirar del brazo del niño y volvió a sonreír maliciosamente. Rascó la cabeza del niño mientras se reía y, acto seguido, se fue por el pasillo.

      - ¿Te encuentras bien? –preguntó Henry, cuando se acercaron a donde el niño que había sido tirado por el brazo.

      Se tocaba la cabeza, justo donde lo habían rascado, con cara dolorosa. Tenía un pelo negro liso y largo, al igual que el muchacho mayor que acababa de irse riendo orgullosamente por el pasillo. Vestía, también, igual que aquél.

      Se quedó en silencio por un momento, mientras los miraba a lo dos, como si estuviera analizándolos de arriba abajo. Después frunció el entrecejo enfadado.

      - Es mi hermano, que es un verdadero imbécil. Mejor no hacerle caso. Este año comienza el tercer curso, y eso le hace creer que le da la libertad de meterse con los menores que él, y más si somos dos que este año empezamos en Hogwarts –hizo un gesto al compartimiento, donde se veía sentada una niña de pelo castaño mirando por la ventana sin parar. Tenía una coleta que le llegaba hasta la espalda. Se le veía muy disgustada. Alguna que otra lágrima bajaba por sus mejillas-. Además, es de Slytherin. Ya sabes la mala fama que tienen esos estúpidos.

      Henry no tenía ni idea de la mala fama que tenían. La verdad es que ni August ni su abuelo le habían hablado de Slytherin. Sobre Ravenclaw, donde había ingresado el abuelo, y Gryffindor algo sí, pero nada más.

      - Espero que no me toque estar con el grupo de mi hermano –sentenció el muchacho de pelo negro liso y largo-. ¿Vosotros también empezáis Hogwarts? –Henry y August afirmaron-. ¿Por qué no entráis? En este vagón el compartimiento menos ocupado es éste, creo.

      - Vale.

      Y se sentaron en aquel compartimiento. Colocaron todo en el portaequipajes lo mejor que pudieron, aunque el caldero lo dejaron a su lado en el asiento, junto con la jaula de las lechuzas.

      - Me llamo Versher Harreston –se presento el muchacho de pelo largo, cerrando la puerta del compartimiento y sentándose al lado de la niña, enfrente de Henry y August.

      - Yo me llamo August Forman.

      - Y yo Henry Cortyon.

      Miraron a la niña. Ésta se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se sonó la nariz con un pañuelo.

      - Oye, no hagas caso a lo que te ha dicho mi hermano –le dijo Versher consoladoramente-. Es un gili, nada más.

      La niña lo miró y sonrió.

      - Mi nombre es Xinerva McGonagall –dijo, con voz algo ronca-. Sí, McGonagall, como la profesora que tienen en Hogwarts. Es la que nos va a enseñar Transformaciones. Es mi tía y es la jefa de la casa de Gryffindor. Sabía yo que ser sobrina de una profesora no podía ser bien recibido por los otros alumnos. Ahí habéis tenido la prueba.

      - Que mi hermano es un sopla gaitas, nada más. De verdad que no le hagas caso –le repitió Versher.

      Xinerva volvió a sonreír. Se sentía mucho mejor.

      - Gracias.

      Se oyó una especie de eructo de donde estaba Versher, como si un anciano hubiera eructado a medias.

      - ¡Eh, que no he sido yo! –dijo, sonriendo, mientras abría un bolso de piel que tenía al lado y sacaba un sapo oscuro, gordo y feo-. Es mi mascota. Se llama Raffter –miró las jaulas con las lechuzas de Henry y August-. Ya veo que vosotros también traéis mascotas. ¿Cómo se llaman?

      - Gramus y Violet –contestó August.

      - ¿Y tú no tienes mascota, Xinerva? –preguntó Henry.

      - Tengo otra lechuza, Houdi, pero está ya en Hogwarts. Mi tía me la llevo hace unos días.

      Entonces se abrió la puerta del compartimiento y apareció el abuelo de August.

      - Ah, estáis aquí. ¿Estáis cómodos, no?

      - Claro, abuelo.

      - Muy bien. Pues ya me despido de vosotros. Que paséis un trimestre sensacional. En Navidades podéis volver de vacaciones. Si tenéis algún problema u otra cosa, ahí están las lechuzas para mandar vuestros escritos. Es muy fácil: sólo tenéis que escribir en un pergamino y atar la nota en las patas de la lechuza.

      - Muchas gracias por todo, señor Forman –dijo Henry.

      - No hay de qué, Henry. Bueno, no seáis gamberros y portaros bien. ¡Adiós! –volvió a abrir la puerta pero se dio la vuelta rápidamente-. ¡Ah, qué me olvido! Tomad estas monedas. Siempre viene bien llevar monedas en el bolsillo.

      - Gracias –dijeron Henry y August, mientras el abuelo les entregaba unas monedas de oro y plata, de distintos tamaños, en las manos (dinero mágico, sin duda).

      Y el abuelo Forman cerró la puerta a su espalda, después de despedirse con la mano sonriendo.

      El tren no tardó en empezar a marchar. Vieron a Benjamín Forman, que no paraba de despedirse mientras agitaba el brazo, alegremente, desde el andén. No sólo era él, claro: allí todos las madres, o padres o demás familiares se despedían con furor y alegría. En pocos momentos, la estación quedó atrás y el tren iba a toda velocidad entre casas, árboles y prados verdes.

      Todos se quedaron mirando por la ventanilla por un momento, sin decir nada.

      Henry tenía una idea en la cabeza que lo intrigaba.

      - ¿Por qué los de la casa de Slytherin tienen mala fama? –preguntó, rompiendo el silencio.

      August se removió en el asiento para ponerse más cómodo. Según parecía, él tampoco sabía la razón. Su abuelo no le había contado todo y también estaba intrigado.

      - Bueno –comenzó Versher-, muchos de los que iban a Slytherin acabaron siendo aliados de ese malvado mago que fue Voldemort. Tampoco es que sepa mucho de todo ese rollo, pero parece ser que el propio Voldemort fue de Slytherin.

      - ¿Y tu hermano es de Slytherin? –preguntó August, con cara asustada y colocándose bien las grandes gafas.

      - Sí, pero mis padres fueron de Hufflepuff, y mis abuelos también. Que yo sepa, sólo tengo un familiar más que fue de Slytherin: un tatarabuelo de hace mucho tiempo –Versher se puso serio y pensativo-. La verdad es que mis padres se disgustaron mucho al saber que Peter fue seleccionado para Slytherin… No sé, yo creo que mi hermano es un tío raro. ¿Y vosotros tenéis familiares que estudiaron en Hogwarts?

      August les contó lo de su abuelo y abuela. Henry, en cambio, dijo que no venía de familia maga. Todos eran, lo que llamaban, muggles.

      - Me sorprendí mucho al recibir la carta –acabó diciendo.

      - Pues mi familia también es una familia de magos –dijo Xinerva-. Y todos han estudiado en Hogwarts. Y todos han sido gryffindors, así que parece ser que mi futuro en la escuela está ya, de por sí, previamente establecido.

      Una hora más tarde apareció una bruja regordeta con un carrito por el pasillo. Les abrió la puerta del compartimiento.

      - ¿Queréis algo, niños? –les preguntó, enseñando sus hoyuelos al sonreír. 

      El carro estaba lleno de golosinas y chucherías. Pero eran unas chucherías que Henry no habría podido encontrar en ninguna tienda de su pueblo. Había toda clase de dulces y golosinas, como Grageas Bertie Bott de Todos lo Sabores, ranas de chocolate, empanadillas de calabaza o también de manzana, piruletas de distintos colores y de las formas más extrañas, etc. Versher y Xinerva parecía que conocían bastante bien todas las golosinas y chucherías. August y Henry pensaron que había que aprovechar de alguna manera las monedas del abuelo. Así pues, y con una cierta ayuda en la elección de las chucherías por parte de Versher y Xinerva, se atiborraron de comida.

      - ¡Pues está de lo más delicioso esta empanada de calabaza! –decía Henry contento, mientras mordía un trozo-. Nunca había probado una empanada tan sabrosa.

      August, en cambio, escupió lo que tenía en la boca.

      - ¡Pero qué asco! ¿Qué demonios contiene eso? –decía, con cara de asco, señalando la gragea de color amarillo intenso que había escupido al suelo-. Sabía como a carne quemadísima.

      Xinerva y Versher se rieron.

      - Son Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores. Se pueden encontrar los sabores más inverosímiles, te lo puedo asegurar –explicó Xinerva sin parar de reír.

      - Pues vaya asco.

      - Oye, que la mayoría de ellos saben bien –afirmó Versher mientras se llevaba a la boca una especie de regaliz negro larguísimo (casi le llegaba al suelo).

      - ¿Y esta piruleta en forma de abeja? –preguntó Henry.

      - Eso es una piruleta Picarina. Te gustará el sabor, sí, pero después tienes que saber que tendrás que pasar una media hora de lo más picante –Versher acentuó su sonrisa-. Se te queda un picor en la garganta que no vas a querer más que beber agua. Si eres valiente, ¡ánimo!

      Henry se lo pensó dos veces y dejó la piruleta en el asiento, cogiendo una rana de chocolate.

      Mientras fueron comiendo todo lo comprado (menos las cosas que les daban mala espina, como fueron otras piruletas en forma de cabeza de cabra o diferentes Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores), la vista que se apreciaba por la ventanilla iba cambiando. Pronto se encontraron con paisajes más agrestes, de montañas de piedras desnudas con barrancos altísimos y riachuelos pequeños que serpenteaban entre ellas.

      El tiempo se les pasaba velozmente mientras charlaban y charlaban. Xinerva y Versher eran muy majos, sin duda alguna. Se enseñaron entre ellos las varitas. La de Xinerva era nueva, como la de Henry y August, pero la de Versher había sido de su padre. Debía de tener unos 20 años, y estaba algo rayada (aunque no tanto como la del abuelo de August).

      - Me da igual. Es una buena varita y no la cambiaría por nada del mundo –les dijo orgullosamente-. La tengo mucho cariño.

      El cielo se fue oscureciendo progresivamente y el tren fue aminorando la velocidad. Según parecía, estaban llegando.

      - Será mejor que nos vayamos cambiándonos y poniéndonos las túnicas –propuso Versher-. Parece que vamos a llegar pronto a Hogsmeade.

      - ¿A Hogsmeade? –preguntó Henry.

      - Es el pueblo donde para el tren. Es un pueblo totalmente dedicado a la magia, según he oído. De allí nos llevarán a Hogwarts.

      Se vistieron y se oyó una voz que retumbó todo el tren, como por arte de magia:

      - Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

      Salieron al pasillo que ya estaba atestado de chicos y chicas deseosos de salir del tren. Cuando éste se paró definitivamente, las puertas se abrieron y comenzaron a salir. Hubo un pequeño jaleo con la morsa de Walter Heartbutter que, según parecía, una vez entrado en el tren, no le apetecía salir. Tuvieron que ayudarle a empujarlo para afuera.

      Cuando Henry salió al andén, no veía más que chicos y chicas de su edad, o más mayores, a su alrededor. Pero, entre todo ese mar de gente, apareció la silueta de un hombre gigantesco, enorme, unas 3 veces más alto que él, que llevaba una lámpara es su mano. Tenía la cara llena de pelo, con una barba voluminosa, y unos brazos que parecían gordos troncos de madera.

      - ¡Los de primer año que vengan conmigo! ¡No os extraviéis! –gritaba.

      - Ese es Rubeus Hagrid, algo así como el guardián que vive en los terrenos de Hogwarts, cerca del bosque que hay por allí. Es el guardabosques, claro –les explicaba Xinerva, en medio de todo el tumulto, mientras Henry y August ponían caras de pasmados-. Según me ha contado mi tía, es una persona de los más sensible y amigable, aunque su aspecto físico nos parezca muy fiero.

      - Pues mi hermano creo que le tiene manía –comentó Versher-. Dice que es un vago y un borracho.

      - Es que tu hermano creo que le tiene manía a todos el mundo en Hogwarts, menos a ese Snape –dijo Xinerva enfadada.

      Siguieron al tal Hagrid por un sendero estrecho, entre árboles, con cuidado ya que estaba algo resbaloso y encima no se veía ni pizca. Más de uno resbaló y cayó de morros.

      Al poco tiempo, el sendero se abría al borde de un lago enorme, donde se reflejaba la luna llena en su agua cristalina. Pero lo más impresionante estaba más allá, al otro lado del lago, en una montaña: se recortaba en el cielo las torres de un majestuoso y grandísimo castillo. Tenía un montón de ventanas, la mayoría de ellas iluminadas. 

      En la orilla del lago había unos cuantos botes pequeños alineados uno al lado del otro.

      - ¡Vamos, todos a los botes! –les ordenó Hagrid-. Lo máximo cuatro personas en cada uno, no vaya a ser que os hundáis.

      Henry, August, Versher y Xinerva se subieron en uno mientras veían como la morsa de Walter chillaba sin cesar, no queriendo subir a ninguno de ellos. Al final Hagrid tuvo que echarle una mano. Ese hombre tenía la fuerza de uno oso, por lo menos, ya que agarró a la morsa con un sólo brazo y lo depositó en uno de los botes.

      - Muchacho, mejor que vayas a otro bote. Este bicho pesa demasiado. No creo que el bote aguantase tu peso y el suyo –le decía Hagrid a Walter.

      Una vez subidos todos en los botes, Hagrid ordenó que empezarán a moverse. Él ocupaba sólo un bote, mientras toda la tropa le seguía por el lago. El castillo se erigía delante de ellos, al igual que si fuera una extraordinaria obra maestra de la arquitectura. Por un momento ningún niño que había allí dijo absolutamente nada, tan absorto que estaban contemplando el castillo.

      Entraron por una especie de túnel que los llevaba justo por debajo del castillo y acabaron en unas rocas.

      - ¡Venga, con cuidado y sin caerse, salgamos de los botes! –dijo Hagrid.

      Aquella vez más de uno se resbaló, pero al fin treparon las rocas y llegaron a un césped suave, enfrente justo del castillo. Solamente les faltaban subir unos escalones de piedra para encontrarse delante de la gran puerta de entrada.

      - ¡Es fascinante! –decía Henry, sin parar de mirar los torreones del castillo-. ¿Cómo diablos no se ha sabido nunca de la existencia de un castillo tal?

      - Los magos son muy precavidos, Henry –le contestó August.

      - Los muggles tienen imposible ver este castillo. Todo está controlado –les explicó Xinerva.

            Henry, de los nervios, tenía la carne de gallina cuando se encontraron al lado de la puerta.