CAPÍTULO 5º: UN SOMBRERO MUY VIEJO
El gigantesco Hagrid golpeó la inmensa puerta de entrada del castillo varias veces, hasta que una bruja alta, de cabello negro recogido en un moño y con túnica verde esmeralda, apareció tras la puerta abierta.
- Seguir a la profesora McGonagall. Ella os llevará al Gran Comedor –aclaró Hagrid.
La profesora McGonagall sonrió al ver a su sobrina. Henry notó como Xinerva se incomodaba de sobremanera, devolviéndole una sonrisa muy nerviosa. No quería que nadie supiera que era la sobrina de una de las profesoras del colegio. Miró a todo el mundo, sólo para asegurarse que nadie se había fijado en la sonrisa.
- Venid conmigo, niños –mandó la profesora McGonagall con voz rotunda y robusta. Parecía ser que su carácter no era de lo más amigable.
Entraron en el vestíbulo. Era un lugar muy grande, como parecían ser todos los sitios del castillo. Las paredes eran de piedra, había antorchas por doquier (como si se hubieran trasladado a la Edad Media en un abrir y cerrar de ojos) y el techo era tan alto que no se veía. Había una gran escalera de mármol delante, que conducía a los pisos de arriba.
- ¿Y qué es aquello? –preguntaban algunos niños.
Enfrente de la escalera de mármol, había una estatua de piedra de unos dos metros y medio de altura. Todos los niños se apretujaron alrededor de ella para verla mejor. Henry, August, Versher y Xinerva, claro está, tampoco se quedaron atrás. La estatua representaba magníficamente a tres jóvenes sonrientes de 17 ó 18 años. Todos vestían con túnicas, claro, y mostraban sus varitas orgullosamente, como si fueran a realizar un hechizo que lo pudiera ver todo el mundo. En el pedestal de la estatua se podía ver escrito en letras mayúsculas los nombres de "HARRY POTTER, RON WEASLEY, HERMIONE GRANGER. VENCEDORES DE LORD VOLDEMORT. GRYFFINDOR".
- ¿Quién de ellos es Harry Potter? –preguntó Henry a August.
- El de gafas, creo. Pero…
- ¡Por favor! Ya tendréis tiempo de contemplar esa estatua cuantas veces queráis durante los próximos días. No la va a robar nadie, tenerlo por seguro. Ahora vayamos al Gran Comedor sin más preámbulos –dijo algo enfadada la profesora McGonagall, y en pocos segundos todos los niños se pusieron delante de ella, mirándola atentamente-. Vamos algo retrasados. En el Gran Comedor están todo listos para la selección. A este paso el Sombrero Seleccionador se nos va a dormir la siesta y no habrá selección que valga. Os explicaré brevemente todo.
- ¿Sombrero? –preguntó Henry, sin dar crédito a lo que oía, pero Xinerva le indicó que se callara con un gesto. Debían estar atentos a lo que explicara la profesora McGonagall.
La profesora les contó lo que hasta ahora Henry ya sabía de manera más o menos clara, aunque aún había cosas que ignoraba totalmente: que había cuatro casas en Hogwarts (Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin); que tendrían clases con el resto de la casa que fueran seleccionados; que dormirían en los dormitorios de esa casa y pasarían el tiempo en su sala común; que los triunfos durante todo el curso añadirían puntos a las casas correspondientes y que el computo total de puntos se descifraría al finalizar el año, otorgando la Copa de la Casa al que hubiera reunido más; etc.
- Y ahora, sin más dilación, vayamos al Gran Comedor, por favor. El tiempo apremia. Formando una hilera, de dos en dos, por favor.
Henry se puso con August, detrás justo de Xinerva y Versher. Sudores y todo comenzó a notar Henry por su frente y por su pelo. Los nervios le estaban atacando. Se sentía como un flan que con un simple toque se pudiera desmoronar.
Entraron por unas puertas dobles de la parte derecha y penetraron en una estancia tan grande como el vestíbulo, o quizás más. Era el Gran Comedor, no había la menor duda. Todo el resto del colegio se congregaba allí, sentado a lo largo de cuatro grandes y largas mesas, todos ellos vestidos con túnicas negras como el que llevaba Henry, más o menos. Sobre todo ello flotaban miles y miles de velas, iluminando con una luz amarilla bien clara y maravillosa el comedor. Las mesas estaban repletas de cubiertos y copas de oro, pero sin pizca todavía de comida. Un gran estandarte flotaba, al igual que las velas, a seis metros de altura. En él se veía dibujado el escudo que representaba a las cuatro casas de Hogwarts. Ubicados en cuatro apartados diferentes se distinguían cuatro animales: un león (Gryffindor), una serpiente (Slytherin), un águila (Ravenclaw) y un tejón (Hufflepuff), y en mitad de ellos una gran H se superponía. Mientras la profesora McGonagall los conducía a la parte delantera, Henry se fijó que el techo de la extraña estancia no era un techo de piedra o mármol, como sería lo normal. Reflejaba un cielo de noche, con estrellas y nubes.
- Es una copia exacta del cielo de fuera –les explicó Xinerva, sin dejar de andar detrás de su tía-. ¿A qué es genial?
Llegaron a la cabecera del comedor, donde estaba colocada, encima de una tarima de madera, otra gran mesa donde estaban sentados los profesores, todos ellos vestidos con túnicas de distintos colores, y más de uno con gorros puntiagudos. Era una congregación de los más variopinta. Formaron una fila frente a los demás alumnos, dando la espalda a los profesores, y la profesora McGonagall dispuso un taburete de madera más bien viejo delante de ellos. Encima del taburete había un sombrero aún más viejo que el propio taburete, totalmente sucio y bastante gastado, como si lo hubieran utilizado infinidad de personas y, de remate, lo hubieran pisado millares de patas de caballos.
- ¿Pero qué demonios quieren que hagamos con un sombrero como ése? –preguntó en voz baja August, dirigiéndose a Henry.
- A mi no me mires. No soy de aquí.
Pero de repente al sombrero, para asombro de casi todos los alumnos de primero, se le abrió una rasgadura, a modo de boca, y comenzó a cantar.
Durante todo el canto del sombrero, los alumnos y los profesores guardaron un respetuoso silencio. Explicaba que debían de ponerse el sombrero en la cabeza para que fuesen seleccionados en las casas correspondientes. Henry seguía sin entender nada, la verdad. Un sombrero de los más chapucero le iba a seleccionar en una casa de un colegio de magos. ¡No había nada que entender! ¡Todo estaba clarísimo como el agua!
La profesora McGonagall, con un pergamino largo en la mano, dijo:
- Voy a ir nombrando el apellido y el nombre de cada uno de vosotros. Cuando seáis llamados, sentaros en el taburete y os pondré el sombrero –miró fijamente el pergamino por un momento y llamó al primer niño-. ¡Abuys, John!
Se adelantó de la fila, algo tembloroso por los nervios que le recorrían el cuerpo, un niño de la misma estatura que Henry, de pelo castaño y con gafas redondas. Se sentó en el taburete y la tía de Xinerva le puso el viejo Sombrero Seleccionador, que le cubrió los ojos de lo grande que era.
Tras un minuto de espera, el sombrero volvió a abrir la rasgadura y exclamó:
- ¡GRYFFINDOR!
La mesa más alejada de la izquierda vibró de los gritos de alegría y aplausos que dirigían los estudiantes de aquella mesa al niño recién seleccionado. No había duda: aquella era la mesa de los gryffindors. John Abuys se sentó alegremente entre ellos. Henry vio algo extraño entre los alumnos de la mesa. Era un ser medio trasparente y algo blanquecino, y representaba a una persona vestida con medias y gorguera, como si hubiera acabado de salir del siglo XVIII. Le daba palmadas en la espalda al niño seleccionado, sin dejar de sonreír.
- ¿Qué es aquel ser que está en la mesa de Gryffindor?
- Es el fantasma de Gryffindor –explicó Versher-. Según me ha contado mi hermano, cada casa tiene un fantasma. Como no, para él el de Slytherin es el mejor de todos, llamado Barón Sanguinario. Nadie se atreve a regañarle por nada, según parece. Sé también que el de Hufflepuff es uno gordo, vestido de fraile, llamado Fraile Gordo. Los otros dos no sé quienes son.
- ¡Callaos y escuchar los nombres! –pidió Xinerva.
- ¡Anaran, Hasquer! –exclamó la profesora McGonagall.
Otro niño, esta vez rubio, se sentó en el taburete y le fue puesto el sombrero. No tardó tanto como el anterior y, en pocos segundos, el sombrero grito:
- ¡HUFFLEPUFF!
La mesa de la derecha retumbó al igual que había hecho la mesa de Gryffindor. Casi todos los alumnos de la mesa se ponían de píe, sin para de aplaudir, mientras Hasquer Anaran se sentaba en ella. Allí estaba el fantasma del fraile gordo, como había contado Versher. Al igual que el de Gryffindor, estaba radiante de alegría.
Y siguieron más nombres. Alicia Ante fue a Hufflepuff también, pero Samiña Awalle la seleccionaron como una nueva gryffindor. Ravenclaw se estrenó con Harry Belta, y la siguiente niña, Anura Bolleman, fue a Slytherin. Y allí estaba el Barón Sanguinario. No le faltaba razón a Versher, pensó Henry, al decir que nadie se atrevía a regañarle. Era un ser de lo más abominable, con una cara toda de cicatrices y marcas, y con manchas de sangre plateada en la ropa.
- ¡Carrosher, Mandasa!
Y el sombrero no tardó en mandar a la niña de pelo rubio a Gryffindor.
- ¡Cemenman, Soucie-Lastre!
- ¡SLYTHERIN!
- ¡Cortyon, Henry! –vociferó la profesora McGonagall.
Henry sintió un retortijón de lo más desagradable en la tripa. Le había tocado, era su turno. No había marcha atrás. Debía ir al taburete, sentarse, y dejarse poner ese sombrero tan raído. Siempre cabía la posibilidad de escaparse corriendo, pero… tampoco, ya que era un colegio de magos y estaba lleno de profesores magos. Lo más seguro es que lo convirtieran en zanahoria por ser un completo miedica y intentar largarse.
Se dirigió tembloroso, como estaban más de la mitad de los niños de primero en espera de ser seleccionados, al taburete y se sentó. La profesora McGonagall le puso el sombrero en la cabeza, que le cubrió los ojos. No veía nada. De repente, una voz le empezó a susurrar en el oído.
Era el sombrero.
- ¡Madre santa! Lo tuyo es un poco difícil, ¿no? No sé, te veo bien en todas las casas. Es una elección muy complicada ya que tienes algo de todas las características de cada casa. Eres un muchacho valiente, no hay duda, y los de Gryffindor lo son. Pero también eres una persona buena y leal, como los de Hufflepuff. Eres muy inteligente, muy listo, y los de Raveclaw sobresalen en eso. Y tu astucia es bastante para que pudieras entrar en el selecto grupo de los de Slytherin. La verdad es que me has hecho un lío. Nunca he tenido un niño tan polifacético como tú, muchacho.
Henry pensó en la estatua de Harry Potter y sus amigos, aquélla del vestíbulo. Potter y sus amigos habían sido gryffindors, así lo atestiguaba el pedestal. ¿Por qué no ser él también un gryffindor?
- ¿Pensando en Harry Potter? –le preguntó el Sombrero Seleccionador. Tenía como telepatía ese viejo sombrero, ¡quién lo iba a decir!-. Recuerdo que con aquel muchacho también tuve una gran incertidumbre. Podía haber entrado tanto en Gryffindor como en Slytherin. Pero lo tuyo es caso aparte. Es que tú puedes entrar, sin ningún problema ni error, en cualquiera de las cuatro casas. Esto es demasiado.
"Pues entonces ponme en Gryffindor", pensó Henry.
El Sombrero Seleccionador tardó unos segundos en gritar la que iba a ser durante los próximos 7 años la casa en el colegio Hogwarts para Henry:
- ¡GRYFFINDOR!
La mesa de Gryffindor volvió a retumbar de alegría, mientras Henry entregaba el sombrero a la profesora McGonagall y se disponía a dirigirse allí. Versher, Xinerva y August le saludaron y sonrieron. ¿Dónde se iba a sentar? No quería ponerse cerca del fantasma de Gryffindor, que lo miraba alegremente. Se sentó en una esquina de la mesa, alejado por unos 6 niños del fantasma con la gorguera. Aún así, no pudo reprimir el saludo que le dio el fantasma con un golpe en la espalda.
- ¡Bienvenido! –le dijo. Era algo extraño que le tocasen a uno la mano de un fantasma. Sintió algo de frío y se le puso, por un momento, la carne de gallina, como cuando estuvo delante de la puerta del castillo listo para entrar.
La selección continuaba:
- ¡Engler, Rosquille!
- ¡HUFFLEPUFF!
- ¡Fennerson, Natalie!
- ¡RAVENCLAW!
- ¡Forman, August!
Henry estiró bien el cuello para poder ver a August, igual de nervioso como él lo había estado, sentarse en el taburete y ponerse el sombrero que le cubrió casi toda la cabeza. No tuvo mucho que pasar para que el sombrero dictara la sentencia:
- ¡RAVENCLAW!
August se dirigió a la mesa contigua a la de los Gryffindors, a su derecha. Una fantasma vestida de blanco y traje largo (sin duda, el fantasma que representaba a Ravenclaw) le acarició el hombro con una sonrisa. Se sentó cerca de donde estaba Henry y pudieron hablar dándose la vuelta en la silla.
- Es una pena que no estemos en la misma casa –August estaba algo triste. Tuvo que ponerse bien las grandes gafas en su sitio.
- No te preocupes. No creo que el no estar en la misma casa sea una norma aquí para no poder jugar juntos.
- Supongo.
Entonces otro gryffindor, esta vez una niña pelirroja llamada Sophie Gustumas, se dirigió a la mesa de Henry, mientras todos la aplaudían fervorosamente.
- ¡Hallasin, Negger!
- ¡SLYTHERIN!
- ¡Harreston, Versher!
El muchacho de pelo negro largo y liso se sentó en el taburete. Parecía más tranquilo que todos los demás cuando el sombrero le tapó los ojos.
- ¡HUFFLEPUFF!
La mesa de Hufflepuff armó un gran alboroto, pero también los de Slytherin. Muchos de esta mesa se habían puesto de píe y comenzaron a abuchear a Versher, silbando y gritando, teniendo como principal voz la del hermano mayor de Versher.
- ¡Qué becerro de hermano tengo, la verdad! ¡Fuera, fuera! –se le oía decir.
Versher no les hizo ni caso y se sentó sin decir nada en la mesa de los hufflepuffs.
- ¡Heartbutter, Walter! –exclamó la profesora McGonagall.
¡El niño rubio de la morsa! Henry se había olvidado totalmente de él. Walter se adelantó de la fila de niños con la morsa tirando de la correa. Muchos alumnos preguntaban en voz alta, totalmente extrañados, como se le había ocurrido traer una morsa a Hogwarts. Era algo inverosímil tener como mascota tal animal. Un sapo, una lechuza, un gato,… eso está bien. Pero, ¿una morsa?
La morsa empezó a quejarse cuando Walter trató de llevarla consigo hasta el taburete. Estaba asustadísima. Los gruñidos de la morsa eran tales que amortiguaban todas las voces del Gran Comedor.
- ¿Cómo has traído la morsa hasta el castillo desde el tren? ¿Por qué no la has dejado con tu equipaje? –le preguntaba la profesora McGonagall, gritando y frunciendo el entrecejo-. ¿Y quién te ha permitido tener como mascota este animal?
- ¡Se asusta si no estoy yo con ella!
Tuvo que acercarse Hagrid y llevar la mascota de Walter con un sólo brazo, sin parar de retorcerse y quejarse, a través de una puerta situada detrás de la mesa de los profesores.
Cuando todo se hubo calmado, un mago de la mesa de los profesores se puso en píe. Era el que estaba sentado justo en la mitad de la mesa. Tenía una larga barba blanca plateada que le llegaba hasta la cintura y unas gafas de cristales con forma de media luna. Sus ojos eran azules. Llevaba puesto una túnica con capa color púrpura y un buen gorro puntiagudo.
- Yo les di permiso a los Heartbutter para que pudiese Walter traer su mascota favorita, que es esa morsa llamada… Moham, ¿no es cierto, muchacho? –el viejo mago le sonrió a Walter. Éste asintió, también sonriendo-. Me lo pidieron respetuosamente mediante una carta. No pude negarme. No te preocupes por él, Walter. Cuando vayas a tu dormitorio, allí tendrás a Moham más todo tu equipaje. Ahora sigamos con la selección, por favor.
Y se volvió a sentar.
- Bueno, si el profesor Dumbledore te da el permiso, muy bien –dijo la profesora McGonagall, aunque no parecía muy convencida-. Pero tenías que haberlo dejado con tu equipaje en el tren. La próxima vez ya sabes lo que hacer. Ahora, haz el favor de sentarte en la silla.
El Sombrero Seleccionador se tomo sus segundos para pensar y, al final, exclamó:
- ¡GRYFFINDOR!
Walter se sentó en la mesa de los gryffindors muy contento. Henry se dio la vuelta para hablar con August, mientras miraba la mesa de los profesores:
- Entonces ese es el famoso Albus Dumbledore, el director de Hogwarts.
- Sí, y también un gran amigo de mi abuelo, no lo olvides.
La tía de Xinerva seguía diciendo nombres:
- ¡McBarthy, Joseph!
- ¡SLYTHERIN!
- ¡McBurthy, Noseph!
- ¡SLYTHERIN!
- ¡MCGONAGALL, XINERVA! –el nombre de su sobrina le salió del alma, por así decirlo.
Más de uno se levantó de su silla para poder ver a Xinerva, mientras no paraban de preguntar "¿es esa la sobrina de la profesora McGonagall?".
El sombrero con sólo rozar la coleta de la niña supo donde incluirla:
- ¡GRYFFINDOR!
Los abucheos de parte de los de Slytherin fueron mayores que cuando Versher fue nombrado un nuevo hufflepuff. Pero Henry y los demás gryffindors pudieron taparlos con sus jubilosos gritos de alegría y lluvia de aplausos. Xinerva acabó sentándose al lado de Henry.
- Bueno, como cabía esperar, estoy en Gryffindor –dijo sonriente, mientras Henry y August le daban la enhorabuena.
La selección duró unos 20 minutos más, hasta que Zabiel Zapuru fue nombrado un nuevo miembro de Gryffindor.
- ¿Y ahora van a venir camareros a rellenarnos los platos? –preguntó Henry.
El fantasma de la gorguera, que lo había oído, aunque estuviera algo lejos, se rió.
- No te preocupes, muchacho. Recuerda que estás en un colegio de magos –y siguió hablando con el alumno que tenía al lado.
Henry comenzó a hablar con Xinerva:
- Oye, ¿cómo se llama ese fantasma?
- Mi tía me dijo que en realidad se llama Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, pero todo el mundo lo conoce como Nick Casi Decapitado.
- ¿Qué?
- Según parece, se puede separar su cabeza del cuello casi toda… ¡Mira, ahora lo está haciendo!
El fantasma se había quitado la cabeza del cuello, que le colgaba en el hombro, pero le faltaba un poco para que estuviera decapitado del todo.
- ¡Es repugnante!
Todo el mundo se calló un momento al ver que el profesor Dumbledore se volvía a poner en píe:
- ¡Bienvenidos a Hogwarts! Ya estamos en otro nuevo curso. Como sabéis el malvado lord Voldemort fue sucumbido gracias a unos alumnos valientes de este colegio la temporada pasada. Así pues, este año será el primero desde hace muchos años que se imparte sin ningún temor, sin ningún mal que nos ponga en innecesarios aprietos –hizo una pausa-. Y, sin más,… ¡COMAMOS!
Entonces, por arte de magia (claro, como no), todos los platos y fuentes estuvieron llenos de comida a rebosar. Y había toda clase de manjares, al igual que en el carrito de la bruja regordeta del tren estaba lleno de toda clase de chucherías. Pero aquello era comida de verdad, no golosinas y cosas por el estilo. Había pollo frito, pollo asado, fuentes enteras con cordero asado, chuletas de todas clases, patatas cocidas y asadas y fritas, salchichas, tocino, pudines, gazpacho, zumos de todos los sabores (incluido el de calabaza, que era el que más éxito tenía entre los alumnos), arroz de ensalada, macarrones con tomate, trufas, etc.
- ¡Esto es una maravilla! –decía Henry, que no para de llenar el plato con todas las cosas que tenía a su alcance. Quería probarlo todo-. En mi vida he visto tanto manjar delicioso reunido, como si fuera la fiesta de cumpleaños del Rey de Egipto.
- Cuidado, no te vayas a empachar –le previno Xinerva, mientras untaba pan en una salsa verde, algo así como de guisantes.
Durante un tiempo no hablaron, tan hambrientos que estaban. Pero después a Henry le vino una pregunta a la cabeza, como tantas que le habían venido aquel día:
- Oye, Xinerva: ¿cómo demonios vamos a encontrar nuestros dormitorios? No querrán que sepamos donde tenemos que dormir, ¿verdad? ¡Acabo de llegar!
- ¡Pero vaya preguntas que haces, Henry! ¡Pues claro que no! Cada casa tiene su prefecto, sabes, y el nuestro… bueno, en este caso, nuestra prefecta será la encargada de conducirnos a nuestra sala común, es decir, a la sala común de Gryffindor. Mira, aquella es la prefecta.
Xinerva miraba a una chica pelirroja de unos 17 años que se encontraba cenando y hablando con sus compañeros enfrente de ellos, unos asientos más para la derecha.
- Es Ginny Weasley, creo.
- ¿Weasley?
- Sí, la hermana pequeña de Ron Weasley, el amigo de ese tan famoso Potter –le explicó Xinerva, y bebió un sorbo del zumo de calabaza que tenía en su copa de oro.
- ¡Ah, sí! Nos estuvo hablando el abuelo de August sobre ella. Está cursando el séptimo y último curso, si tengo bien entendido.
Terminaron de comer el primer plato y, sin casi notarlo, los restos de comida desaparecieron y, al igual que antes, el postre apareció de pronto. Ahora la mesa estaba llena de los postres más deliciosos que se pueda uno imaginar: pastel de chocolate, pastel de nata, bizcochos de crema, bombones de todos los sabores, flanes de huevo y vainilla, arroz con leche,… Henry se puso las botas con el postre. Nunca había comido tanto, la verdad, y tampoco tanta variedad. Se sentía, de lo lleno que estaba, como si pudiera estar una semana entera sin comer nada.
Cuando terminaron los postres, los restos desaparecieron, dejando los platos tan limpios y vacíos como cuando habían entrado en el Gran Comedor.
El profesor Dumbledore se puso de píe otra vez, indicando con los brazos que la gente se callara un momento:
- Bueno, sabed todos vosotros, y sobre todo lo digo para los recién llegados, que está prohibido internarse por el bosque cercano al castillo y andar por los pasillos y demás lugares del castillo por la noche sin permiso de ningún profesor. El señor Filch, el celador del año pasado, tuvo que jubilarse y ya no está con nosotros, así pues este año tenemos un nuevo celador que se encargará de que no andéis por sitios que no debéis estar a horas intempestivas. Es el señor Gujer, aquí presente –miró a la derecha. Había un hombre de bigote negro y calvo, todavía comiendo un trozo de pastel que no había terminado. Ni se inmutó, es decir, que ni levantó la vista, sin parar de comer el pastel-. Y decir también, antes de que os conduzcan a vuestras salas comunes correspondientes, que los interesados en jugar al quidditch este año representando a su casa, que se pongan en contacto con la señora Hooch lo antes posible. ¡Podéis iros a dormir!
El quidditch. Henry estaba deseoso de ver como jugaban al quidditch. August ya le había hablado un poco sobre aquel juego en que jugaban montados en escobas voladoras. Parecía fantástico.
Como le había indicado Xinerva, la prefecta pelirroja llamada Ginny se levantó de la mesa y les mando que les siguieran, mientras salían del comedor los de Ravenclaw. Ellos fueron los últimos en salir. En el vestíbulo, vio como Versher entraba por una puerta, con los demás alumnos de Hufflepuff. Parecía contento con los demás amigos, hablando y hablando sin parar. Le dijo adiós con la mano. Los de Slytherin también desaparecieron por otra puerta, mientras que tanto gryffindors como ravenclaws los condujeron por las escaleras de mármol hacia los pisos superiores.
- Saluda al hombre del retrato, Henry –le dijo Xinerva, que saludaba con la mano a alguien que se encontraba en la pared.
El abuelo de August ya le había hablado de retratos con gente que se movía. Pues allí estaba uno de ellos: un hombre barbudo y viejo, con un sombrero de vaquero, le guiñaba un ojo mientras movía su brazo. Tuvo que saludarle, como no.
Henry y Xinerva tuvieron que despedirse de August en un pasillo del primer piso. Parecía ser que August estaba ya más contento, también él hablando con amigos recién hechos en el Gran Comedor, y con un "¡hasta mañana!" bastó para que se perdiera de vista por unas escaleras que conducían para otra parte del castillo.
No supieron cuantos pisos habían subido ya cuando más de uno, Henry entre ellos, resbalo y calló al estar mojado el suelo del pasillo con algo muy resbaladizo. Xinerva le ayudó a levantarse.
- Esto es obra de Peeves, el poltergeist. No os preocupéis –les dijo Ginny, la prefecta, algo enfadada-. Siempre está gastando bromas, y más a los de primer curso. Puras novatadas, nada más.
- ¿Quién es Peeves? –preguntó Henry, que se tocaba el hombro izquierdo un poco dolorido.
Pero no tuvieron que contestarle, ya que entonces apareció un hombrecito, riendo maliciosamente y flotando sobre sus cabezas. Tenía una gran boca y no paraba de hacerles gestos insultantes con la cara. Les enseñó la lengua a todos y se las piró en un santiamén.
- Ese es Peeves, también conocido como el poltergeist –le explicó Xinerva.
Al fin llegaron al final de un pasillo donde colgaba un retrato de una mujer muy gorda, que llevaba un vestido de seda rosa.
- ¿Santo y seña? –pregunto la Señora Gorda.
- Claustis claustis –le contestó Ginny, la prefecta, y el retrato se movió hacía adelante dejando entrever una entrada. Todos entraron y aparecieron en una habitación redonda, con una chimenea y fuego, y llena de sillones. Era la sala común de Gryffindor, sin duda alguna-. Las chicas por aquí, por favor.
- Bueno, hasta mañana, Henry –dijo contenta Xinerva, mientras se dirigía con las otras chicas hacía una puerta de la estancia.
Los niños debían de entrar por otra puerta, que daba a una escalera de caracol que subía. Henry se encontró con Walter Heartbutter, el niño de la morsa, y John Abuys, el niño de pelo castaño y gafas redondas que había sido el primero en ser seleccionado a una casa. Tras una puerta, se encontraron los tres en lo que iba a ser su dormitorio durante bastantes meses. En la estancia había cinco camas, con cuatro postes cada una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Henry vio su maleta comprada en el callejón Diagon al lado de una de las camas.
- ¡Moham, estás aquí! –dijo Walter al ver a su morsa encima de una cama. Estaba durmiendo y roncaba-. Vaya, pues parece que te las puedes arreglar sin ayuda de nadie, ¿eh? Y encima te han dado una cama para ti solo.
- Tú eres Henry, ¿verdad? –le preguntó John Abuys.
- Sí. Y tú eres… John Abuys.
- ¡Nos acordamos de los nombres bien rápido! Encantado de conocerte.
- Igualmente.
- Tengo un sueño de muerte. Lo mejor será que nos durmamos enseguida –dijo Walter-. Recordad que mañana empiezan las clases ya.
Y tenía toda la razón. Bien enroscados en las camas, y mientras Moham, la morsa, no paraba de roncar, se durmieron los tres como unos angelitos. Estaban exhaustos. Mañana podrían hablar más tranquilamente de todo, ya que había mucho de que hablar, sin lugar a dudas.
Aquella noche, hacia las 3 de la madrugada, un ser como cristalino y verdoso deambulaba por el vestíbulo. Dio varias vueltas alrededor de la estatua de Harry Potter. ¿El nuevo celador podría verlo? No creo que a ese ser le importara que lo viesen.
