CAPÍTULO 6º: VOLAR NO ES FÁCIL
"¡Me persiguen! ¡Es la profesora McGonagall, volando encima de un elefante naranja fluorescente, y señalándome con su varita, con una cara de muy mala uva! El bosque es muy denso y no sé ni por donde voy. No conozco este lugar sombrío. A decir verdad, estos árboles no son muy normales. Unos están llenos de grandes ojos rojos, desde el tronco hasta las ramas más altas. Otros, en cambio, parece que hayan salido de una batidora de lo deformes que están. Hay de las formas más variopintas. 'Debiste hacerle caso a mi tía. Ahora te comerá', me dice una voz de chica a mi derecha. Y veo en un árbol subida, gracias a unas escaleras de madera, a Xinerva McGonagall. Está mirándome toda sonriente, pero le brillan de forma verdosa y cristalina los dientes…"
- ¡A levantarse! Es la primera jornada en Hogwarts y ya quieres llegar tarde a las clases, ¿eh?
Unas manos zarandeaban a Henry de un lado para otro, como si fuera un saco de patatas. Era John Abuys, el muchacho de pelo castaño y gafas redondas.
- Son las 8 y a las 9 empiezan las clases. Recuerda que tenemos que desayunar fuertemente. Mis padres me dijeron que aquí se desayuna de maravilla. Bueno, ya viste anoche el banquete que tuvimos. En un sitio donde dan tales banquetes no pueden desayunar con un par de rosquillas solamente.
Henry se sentó en la cama, mientras se restregaba los ojos.
- ¿Tus padres estudiaron aquí? –preguntó.
- Sí. Yo vengo de familia maga totalmente. Es más: tengo un hermano que va ya por sexto curso y estudia en Gryffindor. Se llama Lucien. A decir verdad, todos mis familiares fueron unos gryffindors, menos unos tíos que tengo en el extranjero y que estudiaron en un colegio llamado… ¡vaya, ahora no lo recuerdo! Era algo como Bexebuton… -John frunció el entrecejo-. Era un nombre francés muy extraño, eso está claro. No se me hace fácil recordarlo. ¿Y tú? ¿Vienes de familia maga también?
- Que va. Mis padres son, lo que llamáis, unos muggles de pura cepa.
- ¡Tranquilo, muchacho! –dijo Walter Heartbutter, mientras hacía la cama estirando las sábanas. Moham, la morsa, estaba despierta encima de la otra cama, pero no se movía del sitio-. Yo soy a medias: mi madre es muggle, pero mi padre estudió aquí, en Gryffindor.
- Bueno, cuando estéis listos, bajamos al Gran Comedor. Me muero de hambre, ¿vosotros no? –preguntó John, sonriendo.
Walter Heartbutter parecía un chaval de lo más educado, haciendo la cama de la forma más perfecta posible. John Abuys no la hizo. Henry, en cambio, venía de casa con la manía ya preestablecida de hacer la cama. Su madre se lo había inculcado, como si fuera una norma inquebrantable.
Después de despedirse de Moham (le había cogido el gustillo a aquella cama y no se movía de ella), bajaron a la sala común por las escaleras de caracol. Ya había gente congregada en ella. Estaba llena de alumnos de Gryffindor de diferentes cursos, ya sea sentados en los sillones o de píe charlando, o jugando a algo encima de una tabla de madera. Henry intentó ver mejor aquella tabla (algo así como un ajedrez, ¿quizás?), pero no tuvo tiempo.
- ¡Buenos días! –les dijo Xinerva McGonagall, delante de ellos.
- Buenos días, Xinerva –contestaron.
- ¿Conocéis a mis compañeras de dormitorio? Os las presentó.
Xinerva estaba reunida con dos niñas, una morena con trenzas y otra rubia y con gafas. Esta última se llamaba Samiña Awalle y la otra chica morena Samantha Sinolde. Samiña Awalle venía de padres magos. Samantha, en cambio, era el mismo caso de Henry: sus padres eran totalmente muggles. También le sorprendió de sobremanera que la admitieran como alumna en aquel colegio de hechiceros.
Después de las presentaciones, todos se dirigieron por el retrato de la Señora Gorda hacia el pasillo, camino del Gran Comedor.
- Hay que tener cuidado con las escaleras de Hogwarts. Según me ha contado mi tía, cambian de lugar a placer –explicó Xinerva, mientras bajaban por unas escaleras de mármol. Henry ya no estuvo seguro si fue por ahí por donde llegaron al retrato de la Señora Gorda la noche anterior.
- Sí, tienes razón –corroboró John-. Mi hermano Lucien una vez, de camino a la clase de Historia de la Magia, se encontró en una habitación llena de pergaminos, todos ellos escritos. Dice que había cientos y cientos, abarrotando el lugar. Tuvo que irse por donde vino, pero al salir de la habitación ya no estaba en el pasillo anterior. Los lugares cambian de lugar en Hogwarts, está claro.
- ¡Vaya! Pues puede llegar a ser una pesadilla… -dijo Walter-. No sé… imaginaros que no llegáis nunca al sitio donde queréis llegar y os perdéis en un laberinto de habitaciones y…
- ¡Tampoco hay que dramatizar, Walter! –exclamó Samiña-. No he sabido yo nunca de alguien que se perdiera por Hogwarts de por vida, puedes estar tranquilo.
Al fin llegaron al vestíbulo del castillo, donde se encontraba la estatua de Harry Potter. El lugar estaba repleto de alumnos cuchicheando y mirando al lugar donde debía de estar esa estatua ya que… ¡la estatua había desaparecido! Toda la gente parecía muy nerviosa y extrañada.
- Pues mira que la profesora McGonagall nos avisó que nadie iba a robar esta estatua –decía un niño de primer curso-. ¡Va y desaparece en unas pocas horas!
- ¿Cómo es posible que se hayan llevado la estatua? –preguntó Walter.
- No se sabe muy bien lo que ha pasado. Todo ha ocurrido esta noche. Los profesores se han reunido muy temprano y están hablando, creo, con el mismísimo Albus Dumbledore para poder saber que camino seguir –August se les había acercado.
- ¡Buenos días, August! ¿Ya has desayunado? –le preguntó Henry.
- Sí, ahora mismo nos marchamos a nuestra primera clase: Historia de la Magia. ¡Estoy deseoso de comenzar! ¿Vosotros que tenéis?
Henry no tenía ni idea. A decir verdad, tampoco sabía todavía que número de clases, ni que clases se impartían en aquel colegio de hechicería. La tía de Xinerva enseñaba algo llamado Transformaciones, sino había oído mal, y un tal Snape, según había dicho el hermano odioso de Versher, tenía a su mano la clase de Pociones. A parte de eso, todo era un misterio para él.
- Ah, ahora lo entiendo. Aún no habéis entrado en el Gran Comedor a desayunar, ¿no? Pues ya podéis ir yendo. Los prefectos de cada casa suelen dejar los horarios de las clases encima de las mesas correspondientes –explicó August, sonriente, mientras se ajustaba sus gafas grandotas-. Los vuestros deben estar ya hace tiempo en la mesa, seguro.
Se despidieron de August y entraron en el Gran Comedor. Estaba llena de alumnos. Muchos de ellos estaban aún desayunando y otros entraban, como en el caso de Henry y sus amigos, a desayunar. Algunos alumnos, en cambio, ya habían desayunado y salían del Gran Comedor con sus mochilas, libros y hasta calderos.
La mesa de los gryffindors estaba medio llena. Henry se sentó en el mismo lugar que la noche anterior. Había grandes tazones de leche y bandejas con apetitosos bollos y gachas de avena de todos los tamaños en todo lo largo y ancho de la mesa. Todo tenía una pinta exquisita, al igual que el banquete de la noche anterior.
- Los horarios deben de ser esos papeles que hay debajo de los tazones –dijo Xinerva, sentada al lado de Henry.
Henry levantó levemente su gran tazón y, mientras comía un estupendo bollo de chocolate caliente, restregó el papel delante suyo.
- Transformaciones, Herbología, Historia de la Magia, Defensa Contra las Artes Oscuras, Pociones, Astronomía, Encantamientos,… Vaya, nunca pensé que pudieran existir tales nombres para unas asignaturas de un colegio. Se acabaron las matemáticas y ciencias y historia (bueno, historia de los muggles, quiero decir) y…
- Ya nos acostumbraremos, Henry –dijo Walter, sorbiendo un poco de leche.
- Claro, no hay otro remedio, pero…
- ¡Pues empezamos bien! –exclamó Xinerva, frunciendo el entrecejo y sin parar de mirar su horario.
A John se le derramó un poco de leche con cacao en la túnica del respingo que dio por la exclamación de Xinerva.
- ¡Vaya susto que me has dado! ¿Qué ocurre?
- Lo siento, John, pero, ¿os habéis fijado que tenemos ahora mismo, a las 9 en punto? Tenemos Pociones, y con Severus Snape, claro, y además una doble clase. Snape es el jefe de la casa de Slytherin y es, según he oído decir a mi tía en más de una ocasión, un tipo repugnante. Se porta fatal con cualquier alumno que no sea de Slytherin.
- Bueno, que le vamos ha… –comenzó a decir Henry.
- Y además, para colmo, vamos a dar esa clase junto con los de Slytherin.
- O sea, que nos mezclan en algunas clases con otros alumnos de primero de otras casas, ¿no? –preguntó Samantha.
- Eso no está nada mal. Así conoceremos a más gente de otras casas. Sería triste hacernos amigos sólo de gente de Gryffindor –dijo John, algo más contento e intentando animar a Xinerva.
- Ya verás como los de Slytherin no se convierten en nuestros amigos –dijo Xinerva, sin dejar de fruncir el ceño-. Con esa casa tendremos más enemigos que amigos, pongo la mano en el fuego.
Terminaron de desayunar y salieron, junto con otros alumnos de primero, hacia la que iba a ser su primera clase en Hogwarts. Xinerva se acordaba de haberles oído, tanto a sus padres como a su tía, que las clases de Pociones se impartían en las mazmorras del castillo, pero no sabía por donde se debía de dirigir uno para llegar a tales sitios. Henry notó un retortijón en la tripa cuando estaban en el vestíbulo al oírle explicar aquello de las mazmorras. ¿Mazmorras? Pero, ¿no tienen ese nombre aquellos lugares donde, hace cientos de años, encerraban a los presos y los torturaban? Dios, era impensable dar clase en lugares tan siniestros.
Vieron como algunos alumnos de primero de Gryffindor penetraban por la puerta del vestíbulo, por la cual habían entrado la noche anterior los de Slytherin para ir a sus respectivos dormitorios. Los siguieron y bajaron por unas escaleras a pasillos subterráneos, todos ellos alumbrados con antorchas dispuestas en argollas por todo lo largo de las paredes. Aquella luminosidad daba un carácter siniestro y triste al lugar, como si hubieran entrado en un cementerio.
- Gracias a Dios que no estamos en Slytherin –le decía John a Henry, en voz baja, mientras se acercaban a donde se habían quedado reunidos los alumnos de Gryffindor a los que habían seguido-. Si los pasillos cercanos a los dormitorios de Slytherin son así, no quiero ni pensar en el lugar donde duermen toda esta gente. Me dan lástima, de veras que sí.
Habían llegado al aula donde se impartía Pociones y estaban enfrente de su puerta. Todos discutían de forma nerviosa, sobre el lugar y sobre que "¡no es un lugar muy lindo, la verdad!". Alumnos de Slytherin también se habían acercado a la puerta, éstos mucho más sonrientes y contentos.
Al fin apareció el profesor Snape, saliendo de un puerta contigua a la del aula de Pociones. Era un hombre alto, de nariz larga con forma de gancho y de largo pelo negro, muy mal cuidado. Tenía cara de pocos amigos, siempre frunciendo el entrecejo, e iba vestido totalmente con capa y túnicas negras, lo cual le da un aspecto aún más peligroso y monstruoso si cabía. Sin decir ni pió, les abrió la puerta con un toque de su antigua varita y entró delante de ellos. Los de Slytherin fueron los primeros en entrar y los de Gryffindor les siguieron con pasos lentos y miradas aterradoras, como si se dirigieran a sentarse a declarar sobre un homicidio. El aula era un lugar muy frío y tétrico, al igual que los pasillos de afuera, lleno de frascos de cristal con substancias voluminosas y pegajosas de difícil identificación, distribuidos en estantes a lo largo de toda la mazmorra.
Cuando todos se hubieron sentado, el profesor Snape pasó lista rápidamente, como si estuviera en una competición de lectura, sin mirar tan siquiera a las personas que gritaban "¡presente!".
- Otro año nuevo y otros alumnos nuevos. La verdad es que es bastante odioso tener a nuevos alumnos, sobre todo si son alumnos de poca capacidad intelectual, como seguro será vuestro caso –levantó la mirada del pergamino con la lista de la clase y la dirigió a todos y cada uno de los alumnos, lentamente y sin parpadear, de forma amenazadora. Más de uno se estremecía de miedo (sobre todo si era de Gryffindor). No se oía ni un simple susurro-. Estoy hasta las narices de tener gente inútil en mis clases. Yo quiero gente apta para estudiar y aprender a realizar toda clase de pociones, ya sean corrientes o fáciles como inusuales o difíciles. No necesito a ineptos que no pueden ni garantizar una simple poción pintauñas. Esas personas las considero totalmente desechables y, por consiguiente, lo mejor para ellos es desaparecer lo antes posible de mis clases. Son una perdida de tiempo.
Hizo una pausa, mientras se tocaba la nariz ganchuda con su dedo índice de la mano derecha.
- Y, sin más dilación, os explicaré lo que haremos en este primer día. Quiero que abráis el libro por la página 12 y elaboréis la poción silenciabocas. Al beberlo estaréis media hora (la media hora del almuerzo que tenéis después de esta maravillosa clase) sin poder decir ni una sola palabra; la boca pegada de arriba abajo, sin poder abrirla. El que no lo consiga… –sonrió maliciosamente, enseñando sus amarillos y apestosos dientes sucios-… que se vaya preparando.
Y todos se pusieron a trabajar, con el caldero a su lado y echando en él lo más cuidadosamente posible los ingredientes que se explicaban en "filtros y pociones mágicas". Snape, de mientras, se recorría todo el aula lentamente, como si fuera un guardián que estuviera vigilando de cerca a los alumnos.
Henry estaba muy nervioso. La primera clase en Hogwarts y ya comenzaban a preparar pociones mágicas. Y además ese profesor tan horroroso, siempre con su sobredimensionada nariz pegada a sus nucas, al igual que un águila acechando a sus víctimas. A su derecha tenía a John Abuys, que estaba bastante tranquilo, subiéndose sus gafas redondas mientras no paraba de leer en el libro de texto cual era el siguiente ingrediente a echar. Y a su derecha estaba Xinerva McGonagall, ella también muy nerviosa. Snape le producía un miedo atroz, como era de suponer. Pero el profesor no parecía que fuera a suscitar complicaciones sobre el hecho de ser la sobrina de una profesora, hasta que se quedó quieto al lado del caldero de Xinerva, mirándolos a todos con sus siniestros ojos negros.
- Quiero hacer una puntualización que se me ha olvidado decírosla anteriormente. Quiero hacer saber que nadie tendrá ninguna clase de favoritismo por ser, por ejemplo, familiar de un profesor de este colegio. No quiero ningún pelota ni lameculos en mi clase, que quede bien claro –Xinerva miraba al profesor con los ojos empañados en lágrimas, sin poder pestañear siquiera-. Toda esa clase de gente la odio a muerte –bajó la mirada a donde Xinerva, sonriendo maliciosamente-. Podéis seguir con vuestro trabajo. Debéis acabar la poción silenciabocas antes del término de la presente clase –muchos de Slytherin se rieron, sin siquiera cerrar la boca para disimular.
A Henry le ardía la cabeza del enfado y del odio. Nunca hubiera imaginado que un profesor pudiera ser tan cruel. Ni había llegado a la mitad de su primera clase en Hogwarts y ya odiaba a un profesor de muy mala manera. Cuando Snape siguió su andadura por toda el aula y se alejó, le dio dos palmadas amistosas a Xinerva en el hombro. Ésta le sonrió, restregándose un pañuelo por los ojos.
Entonces un caldero se volcó en la parte de atrás del aula, impregnando gran parte del suelo con un líquido negro oscuro.
- ¡Lo siento, lo siento! –decía Walter Heartbutter muy nervioso y moviendo las manos descontroladamente, intentando levantar su caldero del suelo.
El profesor Snape ya se había acercado a su lado, más veloz que una pantera negra.
- Parece ser que aquí mismo, delante de mis narices, tengo a uno de los más torpes de clase. No sabe ni sostener un simple caldero. ¡Mira como has dejado todo el suelo, idiota! –entonces sacó su varita del interior de su túnica y, con un simple movimiento, dejó limpio todo el suelo-. 10 puntos menos para Gryffindor… ¡y da gracias a que no quite más puntos!
Cuando Walter por fin tuvo su caldero otra vez en su sitio de pie, Snape le siguió atacando descaradamente:
- Tú eres el niño mimado que tiene una gorda morsa, a consentimiento de Dumbledore, en el colegio, ¿no es así? –Walter movió su cabeza de arriba abajo, lentamente. Muchos de Slytherin se volvieron a reír-. Si fuera yo el director del colegio, no permitiría que entrase en este castillo un animal tan horrendo, sucio, asqueroso y maloliente como ése. Las co…
- ¡No tiene derecho a tratar así a los alumnos, profesor! ¡Si yo fuera el director, le echaría del colegio a patadas! –dijo un niño de Gryffindor, sentado en la otra esquina del aula. Era un muchacho moreno con espesas cejas muy pobladas de pelo negro.
Todos miraron, desconcertados y temerosos a la vez, al niño de aquella esquina. Se había atrevido a replicar al profesor, y además de forma muy descarada. El profesor Snape, igual de tieso que siempre, se le acercó y lo fulminó con la mirada.
- 80 puntos menos para Gryffindor. Vaya, parece que estáis en números rojos. No he sabido nunca de un primer día de clase en donde se desperdiciaran a la vez tantos puntos de una misma casa. ¿Tu nombre, muchacho?
- Zabiel Zapuru, profesor –le contestó el niño moreno de espesas cejas negras muy firmemente, como si estuviera contestando a un teniente de la marina.
- Esta tarde, al finalizar las clases, ven a esta misma aula y te impondré el castigo correspondiente. No te voy a quitar los ojos de encima en todo el curso, Zapuru. Vas a pagar negras tu descaro, ¿entiendes?
- ¡Sí, profesor! –Zabiel seguía igual de firme en sus contestaciones.
En los últimos 10 minutos de la doble clase de Pociones, Snape les hizo beber el potaje que tenía cada uno en su caldero para garantizar la buena composición de la poción silenciabocas. Por suerte, a todos, hasta a Walter, se les cerraron las bocas de par en par sin poderlas abrir, justificando el logro de la poción. Aún así, Snape felicitó de sobremanera a dos alumnos rubios y con coleta larga de Slytherin, alegando que ellos habían logrado conseguir el mejor color azul claro que debía tener la poción.
- Noseph McBurthy y Joseph McBarthy han logrado un color azul celeste superior a cualquiera de vosotros, novatos. Se merecen 20 puntos para Slytherin por cada uno de ellos, sin lugar a dudas –los dos alumnos sonreían con caras de idiota, sin poder abrir la boca.
Al finalizar la doble clase de Pociones, era hora de almorzar, así que subieron al vestíbulo y se dirigieron al Gran Comedor. Pero fue bastante enojoso ya que, como había predicho el profesor Snape, durante la media hora del almuerzo no podrían despegar los labios. Así pues, se quedaron mirando con envidia como comían los demás alumnos.
En la siguiente hora tuvieron su primera clase de Herbología, que se impartía en los invernaderos instalados en la parte de detrás del castillo. La profesora era una bruja regordeta y pequeña llamada Sprout, de un carácter amistoso y afable. El objetivo de aquella asignatura era el estudio, retoques y aprendizaje de las diferentes formas de plantación de toda clase de flores, plantas o arbustos, todas ellas de lo más extrañas (no se veían rosas y amapolas corrientes). Henry se quedó bastante pasmado al analizar aquel primer día una flor, parecida a la sencilla margarita, que de sus pétalos escupía un perfume delicioso. Aquella clase la compartían con los alumnos de Hufflepuff. Así pues, pudieron hablar con Versher y conocer amigos suyos.
Antes de la comida, tuvieron la clase más monótona de todas: Historia de la Magia. La impartía el profesor Binns, que estaba muerto, es decir, era un fantasma (como lo era Nick Casi Decapitado). En sus clases no hacía más que leer y leer el tosco y gordo libro "historia de la magia", sin parar, mientras más de un alumno se quedaba somnoliento apoyando su cabeza en la mano. A Henry, por el contrario, aquella asignatura le gustaba. Siempre le había gustado la historia. La historia de los brujos le pareció la mar de interesante, mucho más que la de los muggles.
Comieron con ganas (no habían probado bocado desde el desayuno) y a la tarde tuvieron dos clases más. La primera fue la de Encantamientos, con el profesor Flitwick, que era un verdadero enano (no llegaría al metro de estatura). Para poder ver bien a todos los alumnos se debía de subir a una pila de libros. Y en la siguiente hora, la tuvieron con la jefa de su casa, es decir, con la profesor McGonagall, la cual impartía Transformaciones. Ya al entrar al aula le dirigió una sonrisa bonachona a su sobrina, la cual le respondió tímidamente. Seguía sin gustarle que la sonriera, pero Henry notó en Xinerva una tranquilidad arrolladora en aquella clase. El golpe con el señor Snape no se le había olvidado, claro está, y aquella clase era para ella como tomar aire fresco por la rendija de un ventana en un día muy caluroso. Pero aunque la profesora McGonagall no era tan cruel como Snape, era muy estricta. Les obligó a transformar una mora en una bola pequeña de jabón, pero nadie lo consiguió completamente. Henry fue uno de los que mejor lo hizo. Al menos se le veían partes de jabón blanco, aunque seguía siendo mayoritariamente una mora (ya no comestible, por supuesto). A Xinerva también le fueron bastante bien las cosas, pero John Abuys al finalizar la clase seguía con la mora igual que al principio. Bastante irritado consigo mismo, acabo por comérsela.
Por la noche subieron a uno de los torreones del castillo para establecer el primer contacto con las clases de Astronomía, q los impartía una mujer llamada Zafiesta, bastante misteriosa y de origen desconocido, de grandes orejas puntiagudas parecidas a las de un murciélago y de voz chillona y estridente. Era el primer año como profesora de la materia, ya que la anterior, la profesora Sinistra, tuvo que dejar el puesto por problemas mentales (Lord Voldemort tuvo que ver mucho con todo ello, según se rumoreaba por ahí). Aquella primera clase no pasaron de aprender tres o cuatro estrellas nuevas de la constelación de capricornio.
Pero lo que todos los alumnos esperaban con ansia era la primera clase de Vuelo. Eso de volar con una escoba debía de ser maravilloso y, a la vez, excitante. Les llegó la hora de establecer contacto con las escobas voladoras al próximo día, después de comer. Salieron contentos y casi corriendo por las puertas de la entrada hacía los terrenos del castillo. Allí les esperaba la profesora Hooch, que tenía el pelo bastante lleno de canas y los ojos de un extraño color amarillo, al lado de una treintena de escobas dispuestas en la hierba cortada. Aquellas clases de Vuelo las daban junto con los alumnos de Ravenclaw. August Forman se le veía muy sonriente, mirando con ojos ilusionados las escobas del colegio.
- ¡Hola August! –saludó Henry.
- ¡Hola Henry! Estoy deseoso de comenzar a volar, ¿tú no?
- Claro que sí.
La profesora Hooch los mandó a ponerse cada uno al lado de una escoba.
- Ahora extended un brazo y decid fuertemente, y sin signos de nerviosismo, ARRIBA –dijo la profesora.
- ¡ARRIBA! –gritaron todos a la vez.
La escoba de Henry (bastante sucia, roída y vieja, a decir verdad) no se movió de su sitio. John y Xinerva, en cambio, no tuvieron problema alguno. Se les había saltado la escoba desde el suelo a sus manos en un santiamén, como si hubiera sido impulsada mediante una fuerza gravitatoria. Walter también tuvo problemas, pero al menos su escoba se impulsaba en el aire unos centímetros, aunque nunca llegase a sus manos, antes de caer irremediablemente otra vez al suelo. August, al igual que Xinerva y John, no tuvo problema alguno para acercar la escoba a su mano derecha.
- ¡Arriba, arriba, arriba, arriba, arriba! –decía Henry, sin parar, y algo enojado por no haber conseguido mover ni un milímetro la dichosa escoba.
- El hecho de no levantar la escoba del suelo explica que se os va a hacer bastante difícil vuestra familiarización con ellas –explicó la profesora Hooch. Oír aquello a Henry le sentó tan mal como si le hubieran dado una patada en el trasero-. Pero da igual. Es una simple prueba para establecer vuestra primera impresión con las escobas. No hay por lo que preocuparse. Sin más preámbulos, recoged las escobas, por favor, y traedlas con vosotros mientras me seguís.
Condujo a los alumnos cerca de los lindes del Bosque Prohibido, el bosque donde no se podía uno internar por estar totalmente prohibido. Allí había expuestos 4 manzanos, uno al lado de otro en una diferencia de unos 15 metros. En el suelo se podían ver una treintena de cestas medianas, propias para recolectar setas.
- Bueno, cada uno de vosotros va a coger una cesta y va a intentar, lo más rápido posible, volar con la escoba sobre y entre estos manzanos y agrupar en las cestas 5 manzanas de cada uno de ellos. Lo haremos a parejas.
A Henry le estaba entrando una paranoia total. No había logrado mover ni siquiera un milímetro la escoba del suelo. Muchos de los alumnos (la mayoría de ellos, en realidad) tampoco habían logrado coger la escoba desde el suelo, pero todos la habían movido algún centímetro al menos. Él ni eso. ¿Y ahora debía de volar entre manzanos recogiendo frutas? Sentía ganas de irse de allí corriendo. No quería hacer el ridículo.
- Para volar, deslizaros en la escoba, entre medias de ella sin tocar nunca la punta, y dad un golpe seco al suelo con el píe –señaló la profesora Hooch.
Todos se prepararon como lo había explicado y la prueba dio comienzo. Primero fueron los alumnos de Ravenclaw, todos ellos dispuestos en parejas. A muchos les costó comenzar a volar, aunque estuvieran dale que te dale sin parar dando patadas al suelo con golpes más fuertes que los anteriores. Pero nadie se quedó sin volar, aunque casi nadie pudo aguantar en el aire el vuelo entre los 4 manzanos. Alguno que otro bajaba al suelo, medio llorando, con una pobre manzana en el cesto. Y las caídas de las escobas tampoco fueron pocas, aunque ninguna dolorosa. August Forman, en cambio, fue el mejor alumno de Ravenclaw. Hasta la profesora Hooch se quedó impresionada al ver su veloz vuelo entre los manzanos. Y ahí estaba él, todo sonriente y ajustándose sus grandotas gafas, mientras tenía el cesto lleno con las 20 manzanas que se requerían.
Cuando le tocó el turno a Gryffindor, Henry se puso al lado de John para ser su pareja, mientras Xinerva se ponía con Samantha Sinolde. Xinerva lo hizo bastante bien, aunque no consiguió llegar al último manzano, y Samantha no pasó del segundo manzano por caerse de la escoba cuando iba a recoger la 7ª manzana. Walter, que era pareja de un muchacho regordete llamado Juxo Xuxo, no pasó del primer árbol, recogiendo sólo 4 manzanas. Y al fin les llegó el turno a Henry y a John.
- ¿Preparados? –indicaba la profesora Hooch-. Pues… ¡YA!
El pobre Henry se quedo en el suelo, dando una patada tras otra, con la escoba entre sus piernas, mientras que John Abuys se deslizaba limpiamente entre los manzanos, llenando el cesto que llevaba a su hombro. John acabó por caerse en el último manzano, consiguiendo 16 manzanas en total, pero Henry no se había movido de su sitio.
- ¡Maldita sea! –murmuró entre sí, golpeando el suelo sin cesar.
- ¡No pienses en nada, Cortyon, y sigue dándole patadas al suelo! ¡Ten la mente en blanco y no te enfades! –le señaló la profesora Hooch, al lado suyo.
¿La mente en blanco? Pues no era fácil en aquellos momentos de rabia . Henry cerró los ojos, resoplando y intentando tranquilizarse. Todos lo lograban, ¿por qué él no? Cuando menos se lo esperaba, noto como las piernas se le levantaban del suelo unos centímetros, despacio y suavemente. A Henry se le iluminó la cara.
- ¡Lo he conseguido! –gritó, levantando un brazo. Muchos aplaudieron.
- ¡Cuidado! –oyó decir a la profesora Hooch.
Entonces, sin previo aviso, la escoba se dirigió a toda prisa al tronco del primer manzano… ¡POMP! El pobre Henry se quedó en el suelo, con un gran chichón en la cabeza.
- ¿Estás bien? –le preguntó la profesora Hooch, nerviosa.
Aquella noche, durante la cena, Henry no quería ni probar bocado. No tenía hambre. El enfado originado por la clase de Vuelo le quitaba el hambre de cuajo. John, Walter, Xinerva, Samantha, Samiña y hasta August, que se les acercó a la mesa un momento para hablar con ellos, intentaban consolarlo.
- ¡Qué vergüenza! Estoy seguro de que ningún alumno ha sido en la historia de Hogwarts tan torpe con la escoba como lo soy yo.
- Pero no le des más vueltas, Henry –dijo John, mientras pinchaba con el tenedor un trozo de salchicha-. Todos aprenden a volar, tarde o temprano. ¿A ti te cuesta un poco más? Pues vale, ¿y qué?
- Y no digas tonterías con eso de que no ha habido en Hogwarts gente tan torpe con la escoba –dijo Xinerva-. Por aquí habrán pasado toda clase de personas. Y ahora, come un poco o te pondrás enfermo –le cogió su plato vacío y le echó un par de pechugas de pollo.
- Yo tampoco lo he hecho muy bien que digamos, Henry –añadió Walter, mientras Henry intentaba cortar las pechugas-. Ya has visto el golpetazo que me he dado contra el suelo, sin pasar siquiera el primer manzano.
Pero Henry no dijo nada más hasta llegar a la sala común y dirigirse a su dormitorio, junto con John y Walter. Le costó conciliar el sueño, siempre dándole vueltas y más vueltas a la cabeza. Cuando por fin se durmió, tuvo un sueño muy inquieto sobre que la profesor Hooch les hacía una prueba con las escobas que consistía en traspasar volando un barranco y que él acababa cayéndose en las profundidades.
El ser cristalino y verdoso, en cambio, no tenía nunca necesidad de dormir. Aquella noche deambulaba por los pasillos del castillo, de un lado a otro. De pronto, como si tuviera una premonición, se puso enfrente de una puerta de aquel pasillo del tercer piso. Los pasos de alguien se hacían notar al otro lado de aquella puerta. Entonces la puerta se abrió y allí estaba el celador Gujer, retocándose su bigote con el dedo y, con la otra mano, llevando un candil. No tuvo tiempo de gritar ya que fue aspirado rápidamente por aquel ser cristalino y verdoso.
