CAPÍTULO 1: VIDAS DIFERENTES

Corría sin una dirección fija y lo único que veía era oscuridad. Sus pies mojados le indicaban que sobre lo que corría no era un sólido, sino un líquido, posiblemente agua. No sabía dónde se encontraba y la soledad la envolvía. Entonces se sentó en aquel lugar y rodeando sus rodillas con los brazos, dejo que las lágrimas corrieran por sus mejillas, mientras sus ojos miraban al infinito de aquella soledad.

"Todo es negro..." pensó "sólo veo negro, sólo veo oscuridad, sólo veo... soledad."

Entonces de sus ojos brotaron más lágrimas que se sumaron a las anteriores.

"No, no..." se dijo "no quiero estar sola. ¡Quiero salir de aquí!"

Se levantó para seguir corriendo, pero de repente una ráfaga de viento, que traía consigo una lluvia de plumas blancas ensangrentadas, la hizo detenerse.

Ensanchó los ojos cuando sintió que esas plumas la rodeaban y la oprimían hasta asfixiarla. Entonces distinguió una figura encapuchada, de cuyo rostro sólo se podía vislumbrar la parte inferior.

- ¡¡Ayúdame por favor!! – logró decir a duras penas por la opresión que ejercían las plumas, mientras alargaba un brazo hacia la figura y las lágrimas saltaban de sus ojos.

No obtuvo ninguna respuesta ni ningún ademán de ayuda, pero pudo ver como la comisura de los labios de dicha figura se encorvaba para dibujar una visible sonrisa en su rostro...

Hitomi se despertó jadeante mientras el sudor bañaba todo su cuerpo. De repente el sonido del despertador la alteró y ella, como si de un acto reflejo se tratara, estampó de un manotazo el objeto contra la pared e inmediatamente éste dejó de sonar.

Ella se quedó observando el despertador y después de unos instantes que le parecieron horas reaccionó. Soltó un resoplido para tranquilizarse, y se tumbó de nuevo en su cama, colocando la mano derecha sobre la frente mientras apartaba el flequillo.

- Sólo ha sido un sueño... – dijo mientras observaba el techo. Estuvo varios minutos en la misma posición hasta que giró la cabeza hacia donde había tirado el reloj hace unos instantes. El objeto todavía funcionaba y le indicó a Hitomi que debía levantarse y preparase si no quería volver a llegar tarde. Era su última semana en la facultad de medicina antes de conseguir el doctorado, y estaba realizando prácticas en una clínica, junto a varios de sus compañeros de universidad. El doctor Nosaka, quien estaba supervisando sus prácticas, siempre pasaba por alto sus retrasos, pero no era cuestión de llegar casi todos los días tarde, ¡y menos aún cuando estaba a punto de terminar la carrera!.

El doctor Nosaka la caía bien. Era un hombre bajito y regordete que fácilmente había pasado los sesenta aunque ella no sabía su edad exacta. Le hacía gracia como asomaba su nariz rojiza entre sus pequeñas gafas redondas que siempre se deslizaban hacia delante sobre ella, por más que el hombre las volviera a colocar con su regordete dedo índice delante de sus pequeños ojuelos negros. También la hacía gracia los grandes mofletes rojos que poseía, como los regordetes labios que asomaban sobre su barba blanca que hacía juego con su pelo, también blanco.

Se puso en pie y se dirigió hacia el baño para tomar una ducha. Entró arrastrando los pies y dando un gran bostezo comenzó a desabrocharse los botones de la parte superior del pijama de cuadros azules, que su madre la había regalado las Navidades del accidente. Abrió el grifo de la ducha para que corriera el agua caliente y luego se quitó el pantalón. Por último, la ropa interior la tiró al suelo junto con las demás prendas y se deslizó dentro de la ducha, sonriendo ante la sensación que provocaban las gotas sobre su rostro y su cuerpo.

Bajó su mirada hacia sus pies, y sus cabellos se deslizaron sobre sus hombros, siguiéndola en el gesto. Sus ojos se quedaron mirando el lugar y de repente alrededor de sus pies se formó un líquido espeso y rojo. Podía sentir que era caliente y que se deslizaba por encima de sus pies, como si quisiera subir por todo su cuerpo y atraparla.

"Sangre." – pensó Hitomi.

Normalmente se hubiera alterado ante algo así, pero esta vez permaneció quieta, estática, mirando hacia la escena, aunque su expresión es como si estuviera mirando a la nada.

El sonido del teléfono la sacó de su ensimismamiento. Miró primero hacia dónde venía el sonido y luego volvió a bajar los ojos hacia sus pies, pero la sangre había desaparecido. Se quedó pensativa unos instantes, pero la insistencia del teléfono hizo que sacudiendo su cabeza, se pusiera una toalla, y se dirigiera hacia el salón, salpicando el pasillo, en busca del aparato.

- Ya, ya lo cojo... – refunfuñó ante la insistencia de la persona que llamaba, mientras buscaba el inalámbrico entre los cojines del sofá y los sillones.  De repente saltó el contestador, y la voz de una mujer se hizo oír:

- Busca debajo de la mesa. – dijo irónicamente la voz. Hitomi hizo lo que ésta le dijo, y efectivamente ahí lo encontró, y pulsando un botón dijo:

- Gracias Yukari, no sé que haría yo sin ti.

- Miedo me da pensarlo. – dijo con un tono burlón su amiga, a lo que Hitomi hizo una mueca, aunque no respondió nada. Yukari se rió por lo bajo y continuó. – Oye, ¿qué te parece si quedamos esta tarde? Podemos ir de compras y tomar algo después.

- Y déjame adivinar... , ummm, seguro que vamos al nuevo centro comercial que han abierto y a su nueva pastelería. – dijo Hitomi en tono pensativo. - ¿me equivoco?

- Jo, ¿cómo puedes pensar eso de mí? – se quejó infantilmente su interlocutora. – Bueno es cierto, pero es que tengo necesidad de ropa nueva y me han dicho que los pasteles son muy buenos.

- Ummm... así que ahora se llama necesidad a los caprichos y a la gula.

- Si más o menos... – confesó su amiga. – Bueno, ¿entonces te vienes?

- ¡Claro, alguien tendrá que controlar que no agotes el saldo de tu tarjeta!

- Ja, ja, muy graciosa – dijo sarcásticamente Yukari. – De acuerdo, entonces te veo a las seis en la puerta del parque, ¿vale? ¡Pero no te olvides!

- Que no... tranquila, allí estaré. Nos vemos.

- Adiós.

Después de la última palabra de su amiga, Hitomi apagó el teléfono y lo tiró al sofá. La verdad es que la apetecía ir al centro comercial. Aquella había sido una semana muy ajetreada y lo que más le apetecía era disfrutar el fin de semana.

Miró hacia el reloj que colgaba de la pared y se dio cuenta de que sólo le quedaban quince minutos para terminar de ducharse, vestirse, desayunar y llegar a la clínica. Ante estas expectativas pensó que era mejor pasar por alto el tercer objetivo, el desayuno. Se dirigió corriendo a la ducha resbalando sobre el parqué y a punto de caer varias veces. Terminada la ducha se dirigió a su habitación, y después de secarse el cuerpo, se puso la ropa interior, y unos vaqueros oscuros, con una sudadera de capucha blanca. Su atuendo lo completaba una camiseta azul claro, unas zapatillas negras  y su cartera que colgaba al lado de su muslo derecho. Se cepillo rápida y descuidadamente el pelo. Éste le había crecido hasta llegar a la altura de sus hombros, y era más claro que antes, con varios reflejos rubios. Dejó el cepillo sobre la cómoda saliendo corriendo de su habitación, y cogiendo a su paso por la cocina, además de las llaves, unas cuantas galletas para comer mientras llegaba a su destino. Salió del apartamento bajando las escaleras de tres en tres como una loca y tropezando varias veces. Una vez en la calle llegó hasta su coche, y tirando la cartera al asiento del acompañante, intentó encender el motor. Empezaba con mal pie el día, el coche no quería arrancar.

**********

Dos figuras recorrían rápidamente los pasillos del lugar, una siguiendo a la otra. La primera iba vestida con un camisón verde claro que contrastaba con el color rosa de su largo cabello ondulado, ahora revuelto. La otra vestía un vestido largo y azul, de mangas sueltas, con bordados dorados.

- Pero Lady Merle, no esta bien que baje vestida así a desayunar. No es propio de una dama este tipo de comportamiento. – dijo la segunda figura a la primera cuando entraron en una habitación. Merle había estado escuchando, como cada mañana, las quejas de su sirvienta y compañera desde que se levantó. Nardia, la sirvienta, no comprendía por qué Lady Merle no se vestía nunca adecuadamente para bajar a desayunar. ¡Eso no estaba bien visto entre las damas de la corte!

- Oh, vamos Nardia, no creo que sea tan grave. – replicó la muchacha gato mientras se acercaba a una silla.

La habitación donde habían entrado era en realidad uno de los comedores que poseía el castillo. Era una habitación amplia, con varias columnas, en las que colgaban candelabros de oro, y grandes ventanales con luengas cortinas de terciopelo rojo y bordados de hilo de oro. En el centro, se extendía una mesa alargada, rodeada de numerosas sillas, de las cuales sólo una estaba ocupada. La figura que ocupaba dicha silla estaba absorta leyendo un libro, sin apenas haber tocado la comida que tenía delante. Merle se dirigió hacia ella y se sentó a su izquierda. Inmediatamente un sirviente colocó el desayuno en frente de la gata.

- Buenos días. – saludó Merle con un suspiro. Un leve cabeceo de saludo fue lo único que obtuvo de la figura que no apartó los ojos del libro.

- Buenos días Majestad. – dijo Nardia haciendo una elegante reverencia. Luego fijo su mirada en Merle y con sus manos apoyadas en sus caderas dijo firmemente – Insito en que debe cambiarse.

- ¡Pero ya te he dicho que no es tan grave! Vamos, Van, díselo tú.

- No es tan grave. – dijo éste mientras leía.

- Pero Majestad...

- Estoy seguro de que Merle sabe comportarse perfectamente y que lo hará cuando llegue el momento delante de los invitados. – la cortó Van sin levantar la vista - ¿no está de acuerdo conmigo, Nardia? – En ese momento, los ojos del joven rey miraron por encima del libro a la sirvienta, a la vez que la dirigía una leve sonrisa.

- Por supuesto Majestad. – dijo Nardia enrojecida, no sólo por la vergüenza, sino también por la sonrisa que su rey la había dirigido. – Ruego que me disculpen. – y dicho esto, hizo otra reverencia y salió rápidamente del comedor.

- Uff... Muchas gracias. Estaba temiendo tener que volver a subir para cambiarme. – dijo Merle con un suspiro de alivio a su mejor amigo. Éste había vuelto a posar sus ojos en el libro, pero seguía con la sonrisa, la cual había ensanchado, en su rostro.

- Deberías darle el gusto alguna mañana... Seguro que se alegraría de ver a toda una "dama" en ti. Imagínalo, ¡sus sueños hechos realidad! – dijo Van alegremente mirando el libro y tanteando con la mano el plato que tenía delante, buscando algo que llevarse a la boca.

- ¡Mira quién fue hablar! – dijo con enojo Merle, y acto seguido le quitó el libro y lo colocó en el lado opuesto a él. - ¡Tú también deberías comportarte! En primer lugar, cuando hables con una persona, escúchala y mírala a los ojos. Y segunda, existen los cubiertos al lado del plato.

- Perdona... ¿decías? – dijo Van haciéndose el loco, apoyando los brazos sobre la mesa y mirando fijamente a los ojos de Merle, la cual hizo una mueca de fastidio. Ante este gesto, el joven rey se volvió a apoyar en el respaldo de su silla. – Vale, tranquila, sólo era una broma. Venga devuélveme el libro y hablemos mientras desayunamos.

- ¡Nada de eso! El libro se queda donde está porque sino me veo hablando sola. – dijo Merle con firmeza, mientras Van ponía una expresión de resignación en su cara. Ambos tomaron los cubiertos y comenzaron a comer de sus respectivos platos.

- ¿Vendrás conmigo hoy a ver los festejos? Pensé pasar por el mercado y la plaza, y de paso ver a los comediantes y los espectáculos. ¿Te apetece? – Preguntó la chica de cabellos rosados.

- Me encantaría pero tengo una reunión con varios consejeros, - respondió Van con cara de fastidio, y después de unos segundos, cambió su expresión por otra más alegre y continuó – pero si quieres, puedes ir con Millerna y Celena. ¡Seguro que a ellas las apetecerá!

- ¡¿Qué?! ¿Millerna y Celena? ¿Están aquí?

- Recibí ayer por la noche un comunicado de que hoy por la mañana estarían en Fanelia. – dijo el moreno mientras se llevaba una taza a la boca.

- ¡Genial! ¡Con ellas me lo pasaré bien! – saltó eufórica Merle. Ante este comentario Van preguntó muy serio:

- ¿Conmigo no te lo pasas bien? – Merle se quedó anonadada ante la seriedad de la pregunta. ¡Por supuesto que no había querido decir eso! Con Van se lo pasaba muy bien, pero no especialmente de compras.

- Eh... pues yo... no... – Ante la cara de confusión de su amiga, el rostro del rey pasó de la seriedad a una carcajada, hecho que irritó profundamente a Merle ante la tomadura de pelo.

- Bien, ¡por lo menos iré con gente a la que le apetezca! – exclamó Merle levantando sus cejas y mirando con una mueca y los brazos cruzados a Van. Éste ante su inminente metedura de pata anterior, sólo logró salir al paso despidiéndose rápidamente con una sonrisa a la vez que cogía el libro.

- ¡Que aproveche! - dijo mientras sacudía su mano en señal de despedida, de espaldas a la gata en el umbral de la puerta. Cuando salió de la habitación, la muchacha transformó su mueca en una tierna sonrisa y dijo:

- ¡Es como un niño! – acto seguido siguió desayunando.

**********

Una elegante nave surcaba los cielos de Gaea en dirección a Fanelia. Colgaba de ella la ondeante bandera que representaba al escudo Astoriano. En el interior, varias personas estaban sentadas alrededor de una mesa tomando lo que debía ser su desayuno. Entre esas personas, tres mujeres desarrollaban su propia conversación, ajenas a la que mantenían los hombres que las rodeaban.

- Dentro de poco llegaremos a Fanelia. Estoy tan emocionada... Son los festejos del cumpleaños de su Majestad, y estoy deseando verl... ver a Merle. – dijo una muchacha de cabello plateado, el cual contrastaba en esos momentos con su cara enrojecida por el último comentario que iba a decir. Las otras dos mujeres soltaron una pequeña risa.

- ¿A Merle? ¿Estás segura Celena? ¿No querrás decir mejor a Van? – dijo una de las otras dos, mientras echaba hacia atrás su dorado cabello ondulado y con la sonrisa aún en su cara.

- Vamos Millerna, ¡cómo puedes decir eso! – dijo la aludida aún enrojecida.

- Vamos Celena, admítelo. Ibas a decir "verle". – dijo la otra mujer.

- Pero Eries... yo... ¡está bien!, lo admito. ¿Contentas? – dijo todavía más roja Celena. Las otras dos mujeres volvieron a reírse.

- Por favor Celena, sentir atracción por una persona no es nada malo. – dijo Millerna mirando tiernamente a Celena. Desde que había vuelto con su hermano Allen, la había tratado como a una hermana pequeña. Los ocho años que habían pasado desde la última vez que fue Dilandau, la habían llevado a convertirse en una vigorosa mujer. Su largo y ondulado pelo plateado, que llevaba casi siempre recogido en una trenza, y su esbelta figura hicieron de ella una de las nobles más cortejadas, aunque tanto para Millerna como para el caballero celeste, quién la protegía todo el tiempo que podía, seguía siendo demasiado inocente. También su verdadera hermana había cambiado. No físicamente, ya que llevaba su larguísimo pelo de siempre y sus facciones apenas habían variado, pero ahora no se la veía tan deprimida ni tan triste como cuando murió su padre meses después del final de la Gran Guerra. En cuanto a ella... tampoco había cambiado físicamente, pero si que había madurado. Al morir su padre, Astoria necesitaba un nuevo rey, así que decidió buscar a Dryden y hacerle comprender que con el paso del tiempo ella se había enamorado de él. Ahora era una reina y una mujer felizmente casada con una pequeña de tres años llamada Marlene.

- Ya, pero no es adecuado expresarlo. – continuó defendiéndose Celena.

- ¿Por qué no? Es maravilloso poder compartir lo que quieras con la persona amada, ¿no crees? – la preguntó Eries. Celena ante este comentario la miró de reojo y dijo:

- Pues yo sé de una persona que podría aplicarse su propio consejo. ¿Qué crees que pensaría Allen de eso? – la preguntó con una sonrisa pícara en sus labios. Ante esto, la princesa Eries no pudo más que enrojecerse, y enfadada la replicó:

- ¿Y por qué crees que debería preguntárselo a Allen?

- Bueno... dije Allen como podría haber dicho otro cualquiera, pero si tanto te molesta...

- ¡No digas tonterías! – gritó Eries levantándose, y al darse cuenta de que toda la mesa se había quedado callada, se puso más roja aún. – Perdonen. – dijo bajando los ojos a su plato y sentándose de nuevo. Celena y Millerna comenzaron a reírse.

- Vaya, si que están animadas nuestras damas hoy. – dijo un hombre castaño que estaba sentado a la derecha de Millerna y que presidía la mesa. - ¿Se puede saber que os hace tanta gracia? – preguntó con una gentil sonrisa.

- Oh, nada Dryden. Sólo cosas de mujeres. – le contestó su esposa aún riendo.

- Bueno Majestad, siguiendo con el asunto del comercio... – continuó el hombre que estaba sentado a la derecha de Dryden, sin hacer caso a lo ocurrido.

- Da igual, no sigas. Me pone de malhumor tener que decidir asuntos a estas horas. Seguiremos en Fanelia. – le cortó el rey de Astoria.

- Pero Majestad... – replicó el hombre, pero acto seguido calló ante la inminente mirada de molestia de su rey. – Claro, como usted desee.

- Y decidme... – continuó Dryden mirando de nuevo a su esposa y a sus amigas. - ¿os apetece llegar ya a Fanelia?

- Yo sé de una persona que lo está deseando. – dijo Eries mirando a Celena, a modo de pequeña venganza. Ésta última volvió a ponerse colorada y una sonrisa se dibujó en los labios del rey. De repente un hombre rubio con el pelo largo y vestido de azul, traje característico de los caballeros celestes, entró en el comedor e hizo una leve reverencia.

- Majestad, estamos entrando en la ciudad de Fanelia. Supuse que desearía saberlo. – informó el caballero.

- Muchas gracias Allen. Puedes retirarte. – cuando éste hizo lo que le ordenó, Dryden preguntó a las muchachas - ¿queréis que salgamos fuera? – un leve cabeceo fue lo que obtuvo por respuesta, y acto seguido cuatro figuras salían del comedor hacia la cubierta.

Allí estaba Allen contemplando cómo había cambiado la ciudad de Fanelia. No sólo era enorme sino que además los bosques y aguas que la rodeaban, hacían de ella un lugar aún más hermoso. ¡Incluso tenía mar! Cierto que la antigua ciudad de Fanelia no estaba rodeada por éste, y es algo que nunca se explicaría, ya que cuando le preguntó a Van cómo era posible, éste sólo le contestó con una sonrisa "que todo es posible". Sospechaba que Dryden también sabía, o por lo menos imaginaba, la razón, ya que Van no se la había dicho, pero de todos modos no era su obligación preguntar. A lo largo de la ciudad se podían ver hermosos templos de materiales y colores que brillaban con el sol, y plazas, a su vez también hermosas, con estatuas y fuentes, que eran recorridos por los numerosos canales de agua que había a lo largo de la ciudad. Al final de todo ello se encontraba un gran edificio que destacaba sobre todo lo demás, no sólo por su tamaño, sino también por su tejado azul que lanzaba pequeños destellos, y que fácilmente se confundía con el mar. Era el castillo.

Mientras la nave descendía para posarse en el agua y poder entrar en el puerto, Allen pudo ver la inmensa ciudad, cuyas calles estaban infestadas de gente y decoradas con vivos colores. Los ruidos que salían de dichas calles desprendían un aire de fiesta y alegría. Oyó pasos en cubierta y se giró para ver quién se acercaba. Al ver a las cuatro figuras, hizo una reverencia ante dos de ellas.

- Es increíble cómo ha cambiado Fanelia. Cada día es más bonita. – comentó Millerna mirando hacia la ciudad.

- Su Majestad Van ha debido de trabajar mucho para conseguir esto. – dijo Celena. Ante este comentario Allen la miró de soslayo y dijo:

- Sí, demasiado...

- La verdad es que ha conseguido colocarse a la cabeza de todos los países, y ahora la mayoría dependen del reino de Van, incluyendo a Astoria. – dijo Dryden ante la mirada de Allen. Luego todos se quedaron callados y miraron como entraban en el puerto, bellamente adornado, donde la gente les saludaba con la mano en señal de bienvenida. Al final de éste, un grupo de nobles de palacio y una escolta con varios carruajes, les esperaba para llevarles a palacio.