CAPÍTULO 5: LA LLEGADA A GAEA

Celena caminaba por los pasillos de los jardines reales. Una pequeña brisa soplaba entre las hojas de los frondosos árboles verdes y flores de distintos colores llenaban el ambiente con una agradable fragancia. La muchacha caminaba cada vez más deprisa, estaba segura de haber visto a Van pasear por allí mientras leía un libro. Al ver la fuente del dragón se dio cuenta de que iba por buen camino, ya que por allí había pasado el rey de Fanelia antes de haber torcido a la derecha. Estaba dispuesta a entablar una conversación con él, así que cuando llegó a la fuente del dragón se dirigió a la derecha. Unos pasos más adelante había un verja dorada entreabierta. En ella se enroscaban unas cuantas enredaderas con flores blancas. Celena se dirigió hacia la gran puerta y miró a través de ella, pero sólo logró vislumbrar un largo pasillo oscuro de árboles, entre los que sólo se filtraban unos pequeños rayos de sol. Cuando la muchacha iba a entrar, una voz llamó su atención.

- ¿Lady Celena? – la aludida se dio la vuelta y vio que quién la llamaba era Althus. Celena dio un suspiro ya que la había asustado un poco la inesperada llamada. Althus al confirmar que se trataba de la muchacha prosiguió – Lady Celena me temo que no puede entrar ahí. Son los jardines privados del rey y nadie, excepto Merle y él, puede entrar sin su permiso.

- Oh, vaya, discúlpeme. No lo sabía. – dijo la muchacha acercándose al hombre.

- No, no se preocupe. No tenía porque saberlo, pero supongo que al rey no le hubiera gustado demasiado que le molestaran en esos momentos.

- Siento ser un poco indiscreta, pero ¿a qué se debe tal hecho?

- Bueno, ahí se encuentran las tumbas de sus padres y de su hermano. – dijo Althus saciando la curiosidad de Celena, quién bajo la cabeza y murmuró:

- Perdóneme.

- Debo volver a palacio. Espero que disfrute su estancia en Fanelia Lady Celena. – e inclinándose un poco se dirigió al castillo.

- Gracias. – comentó Celena aún con la mirada baja. Qué estúpida había sido. ¿Cómo se le ocurrió preguntar eso? Sólo esperaba que Althus no le dijera nada a su Majestad Van. Dando un suspiro giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo a la fuente para encontrarse con la princesa Ershin. Ésta estaba con los brazos cruzados y la miraba muy fijamente. Celena se sorprendió un poco al verla, sobre todo por la expresión de su cara.

- Princesa Ershin – dijo Celena con una pequeña inclinación a modo de saludo y despedida. No le apetecía hablar con ella y de no haber sido por las normas de comportamiento tampoco se habría inclinado. Celena ya había tomado dirección al palacio cuando la voz de la princesa hizo que se girase:

- Eres demasiado indiscreta. No deberías haber preguntado eso. Además el hecho de que los padres de Van estén muertos y que estén enterrados en los jardines privados del rey es algo que todo el mundo conoce.

- Perdóneme alteza, pero era un "hecho" que yo desconocía. – dijo Celena con el ceño fruncido. A la princesa no le gustó el gesto de su interlocutora y, aún menos, el tono que había utilizado para dirigirse a ella. Cuando iba replicarle algo oyó unas voces detrás de ella:

- Ah, princesa Ershin, Celena, estáis aquí. Os llevamos buscando un buen rato.

- Oh, reina Millerna. – dijo Ershin dándose la vuelta y haciendo una pequeña reverencia. Celena juntó las palmas de sus manos e hizo un ademán de agradecimiento. Eries y Merle no pudieron contener apenas la risa, aunque Millerna sólo sonrió. Ershin al darse cuenta de que Celena había hecho algo se dio la vuelta, pero sólo vio a la muchacha de cabellos plateados mirando para otro lado. Ershin frunció el ceño pero luego se dio la vuelta y se volvió a dirigir a Millerna - ¿Deseabais algo Majestad?

- Tal vez os gustaría pasear con nosotras por los jardines. Hace un día espléndido y... – Millerna no pudo terminar cuando vio cómo un pilar de luz aparecía en el cielo para tocar tierra más allá de la verja dorada. Todas se miraron con la boca abierta y sobre todo Merle, Eries y Millerna.

- Voy a ver qué ha ocurrido. Esperadme aquí. – dijo Merle echando un pequeño vistazo hacia Celena y Ershin. Millerna y Eries entendieron que debían cuidar que las otras dos muchachas no se acercaran al lugar. Merle corrió a través del largo pasillo oscuro hasta llegar a una explanada donde se encontraban las tumbas de los antiguos reyes de Fanelia y Folken, así como Escaflowne. El lugar tenía mucha más claridad, ya que a través de los árboles se habría paso un gran claro de luz. Van estaba arrodillado en el suelo mirando el pilar de luz que aparecía delante de él. Merle se acercó a su lado y vieron cómo la luz desaparecía dejando a una figura, de largos cabellos lisos, de espaldas a ellos. La figura empezó a mirar a todos lados y llamó con una débil voz:

- ¿A... Amano? ¿Hitomi? – de repente oyó un ruido detrás de ella y se giró asustada. Lo primero que vio fue al joven de cabellos negros y ojos carmesí. Ambos se miraron y levantaron una ceja. Inmediatamente después, la mirada de la muchacha se posó en la chica gato. Levantó la otra ceja y la miró con los ojos como platos. Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero de ella sólo salió un pequeño grito ahogado. Merle y Van se miraron y después, fijándose otra vez en la muchacha, señalaron a la vez la luna de las ilusiones. La chica siguió sus dedos y al ver el planeta azul suspendido en el cielo, tragó saliva - ¿La... la tierra? ¿Cómo... cómo es posible? – gimió la muchacha. Entonces sintió que sus piernas flojeaban y que por su propio peso caía al suelo. Todos se quedaron un buen rato en silencio, hasta que Van reaccionó y levantándose se dirigió hacia ella.

- ¿Se encuentra bien señorita? – dijo el muchacho tendiéndole la mano con una mueca de preocupación. Van pudo ver que su pelo era de un rojo oscuro y cuando la muchacha levantó la mirada, vio que ésta estaba llorando. Van se agachó hasta la altura de sus ojos y le dijo con una pequeña sonrisa – No se preocupe. Todo está bien. Podrá volver ¿de acuerdo? – La muchacha asintió y le dirigió otra pequeña sonrisa. Van rebuscó entre los bolsillos de su pantalón y sacó un pañuelo blanco que ofreció a la muchacha. Ésta lo cogió tímidamente y se secó las lágrimas de sus ojos con él. – Yo me llamo Van y ella es Merle. Ahora está en Gaea y le doy la bienvenida al reino de Fanelia. – el muchacho volvió a tenderle la mano mientras se levantaba y Merle se acercaba a ellos. Esta vez, la muchacha tomó la mano de Van y se levantó con él.

- Yo me llamo Uchida... Yukari Uchida. – dijo la pelirroja con una tímida sonrisa. Van la condujo hasta un banco seguidos por Merle. Van y la chica gato se sentaron dejando un espacio entre ellos que obligó a Yukari a sentarse entre ambos. Los dos anfitriones se quedaron mirándola lo que asustó un poco a la muchacha, que empezó a pasear sus ojos de uno a otro, hasta que preguntó – ¿¡Qué!? ¿Ocurre algo?

- No, no, es sólo que... Perdone. – dijo Van desviando la mirada e inaugurando un incómodo silencio que al cabo de unos instantes fue roto por la impaciencia de Merle.

- De acuerdo, si tú no se lo preguntas lo haré yo. – dijo la gata dirigiéndose a su amigo y acto seguido fijó su mirada en Yukari – Sinceramente, no es muy normal ver aparecer gente de la luna de las ilusiones, y menos si no eres... eh, eso, no es muy normal.

- ¿La luna de las ilusiones? – preguntó Yukari un poco confundida pero Merle enseguida le señalo el planeta suspendido en el cielo de Gaea – Ah, la tierra. Bueno, la cuestión es que yo tampoco sé que hago aquí. De repente estoy comiendo y discutiendo con mi mejor amiga y acto seguido un pilar de luz aparece alrededor de Hitomi y nos lleva a tod...

- ¿¡HITOMI!? ¿Conoces a Hitomi? – la interrumpió Merle. Van también fijó su mirada, hasta ahora baja, en la muchacha. Yukari la miró desconcertada ya que no sabía qué tenía que ver Hitomi en todo aquello - Ya sabes, Hitomi Kanzaki: pelo corto, ojos verdes, un don para predecir el futuro... ¡Ah sí! Y muy mal humor a veces. – Yukari rió ante el último comentario que había hecho de su amiga, ya que era la pura verdad. Aún riendo dijo:

- ¿Cómo es que conoces a Hitomi? Hace casi ocho años que no lleva el pelo cort... – Yukari paró de hablar al darse cuenta de ello y enseguida empezó a atar cabos. Su mente trabaja frenéticamente aunque necesitaba una confirmación a todas sus sospechas. Van y Merle la miraban extrañados ya que súbitamente había parado de hablar. La pelirroja levantó la cabeza hacia ambos y preguntó desesperadamente – ¿Hitomi estuvo aquí hace ocho años?

Ambos anfitriones afirmaron su suposición. Yukari, apoyando sus codos en sus rodillas y a sí mismo su frente en sus manos, intentó concentrarse y pensar en lo que le estaba ocurriendo. Van, comprendiendo lo que le ocurría a la muchacha, comenzó a explicarle:

- No sé cual es la razón por la que está aquí pero no debe preocuparse, nosotros la ayudaremos. – Yukari levantó la cabeza y siguió escuchando – Hitomi llegó a Gaea hace ocho años, más o menos de la misma manera que tú...

- Sí, más o menos parecido. – comentó Merle con tono desinteresado pero con intención de que Van contara cómo había ido a por ella, la primera vez por causa del destino , y la segunda, porque la amaba, pero Van sólo se limitó a levantar una ceja ante el comentario y haciendo caso omiso de él prosiguió:

- Su don para predecir el futuro fue decisivo para vencer al imperio de Zaibach, así como para decidir el destino que le esperaba a Gaea... Pero será mejor que vayamos a palacio y descanse, ya tendremos tiempo para contárselo. – Van se había fijado en la cara de Yukari, no parecía estar enterándose de mucho. El muchacho se levantó y empezó a dirigirse hacia la salida de aquel jardín privado. Merle también se levantó con un pequeño salto y siguió a Van. Ambos, al darse cuenta de que Yukari no los seguía, se giraron y vieron que la muchacha seguía sentada con su mirada en el suelo. Van intuía lo que ocurría así que se puso a rebuscar entre los bolsillos de sus pantalones mientras Merle preguntaba:

- Pero, ¿qué te ocurre? Vamos – y dicho esto se acercó a la muchacha a cogerle la mano.

- Es que yo... – dijo Yukari levantando la mirada hacia la gata, luego la posó en el muchacho que rebuscaba en sus pantalones, y de nuevo en Merle. No sabía exactamente qué la preocupaba pero tampoco tenía pruebas concretas de que Hitomi hubiera estado allí. No se podía fiar de ellos aunque tampoco tenía muchas más opciones. Un destello hizo que la muchacha girara la cabeza y entonces vio que de la mano de Van colgaba un dije de color rosa que reconoció enseguida – ¿Cómo es que lo tienes tú?

- El colgante de Hitomi... – murmuró Merle.

- Supongo que ahora ya puede confiar en nosotros ¿no cree? – dijo Van con una calmada sonrisa. Yukari asintió con otra pequeña sonrisa y se levantó en dirección a Van. Éste le ofreció un brazo a la muchacha y ambos se dirigieron hacia el palacio. Merle comenzó a caminar detrás de ellos mientras se preguntaba el por qué de que Van tuviera el colgante de Hitomi. Bueno, ella se lo imaginaba, pero le molestaba que en esos ocho años ella no lo hubiera sabido.

- Merle vamos, no te quedes ahí parada. – dijo Van, que ya estaba bastante adelantado con Yukari, ofreciéndole a la gata el brazo que le quedaba libre. Merle se dirigió corriendo hacia Van y se colgó del brazo que éste le ofrecía. – Ten más cuidado Merle.

- Tú y yo tenemos que hablar de unas cuantas cosas. – dijo Merle haciendo caso omiso a la queja de Van y guiñándole un ojo. Van puso cara de resignación al figurarse el motivo de aquella conversación que su amiga quería tener. Yukari, al comprender también el motivo, dijo con otro guiñó al muchacho:

- Seguro que a mí también me interesaría estar en esa charla. – Van no pudo más que ponerse colorado y las dos muchachas comenzaron a reírse.

**********

Había estado excavando toda la noche desde que Allen le obligara, días antes, a marcharse de Pallas. Durante toda la semana hubo diversos robos en las mansiones de la alta nobleza que residía en la capital astoriana y nadie, excepto un pequeño grupo de personas, sabía quién podía haberlos realizado. Este pequeño grupo lo componían Allen y su hermana, los cruzados y los mismísimos reyes de Astoria. El móvil del robo y el modo de actuar era siempre el mismo: el ladrón o ladrones entraban en la casa mediante agujeros excavados y tomaban todos los objetos de valor que podían, sobre todo joyas. Si bien el último hecho no tenía demasiada relevancia porque cualquier ladrón tomaría todo lo de valor que pudiera, el primero hizo sospechar a Allen y los cruzados y consultárselo a sus reyes. Cuando confirmaron que había sido él, le obligaron a devolver todo lo que había robado a cambio de dejarle marchar y no decírselo a nadie, pero él no devolvió ni la mitad de lo que había tomado, le tenía demasiado apego a las piedras preciosas y brillantes.

Revolvió en su bolsa hasta que encontró la piedra que estaba buscando. Era de un color que no podía describir, mezcla de azules y blancos como si representaran el viento, y tallado en el centro un símbolo extraño. Después de haberla observado desde todos los ángulos posibles, la atrajo hacia sí y comenzó a sonreír pensando en el dinero que podía sacar vendiéndola a la persona o personas adecuadas. De cualquier manera no quería quedarse mucho tiempo con ella.

Se tumbó de nuevo en el suelo, disfrutando de la frescura que le ofrecían las sombras de los árboles. Se encontraba a varios kilómetros de Pallas, en lo más profundo del bosque, a buen cobijo de la luz del sol y, por tanto, de miradas indiscretas. Estaba bastante cansado y sediento del trabajo realizado la noche anterior, así que decidió acercarse al riachuelo que pasaba por allí y luego echar una cabezada.

Se levantó y se acercó tambaleándose a la orilla, y una vez allí, se dejó caer de rodillas en la hierba metiendo la cabeza en el riachuelo. Se quedó un rato así y cuando notó que le empezaba a doler la cabeza por las frías aguas, se levantó y volvió al cobijo de los árboles.

Ya había vuelto a acecharle el sueño de nuevo, cuando ocurrió algo que hizo que éste se fuera tan rápido como había venido. No muy lejos de donde se encontraba, había aparecido un pilar de luz. Un poco asustado, decidió investigar, ya que su curiosidad podía más que su miedo. Se acercó corriendo tan rápido como le permitían sus cortas piernas. Cuando llegó al lugar la luz ya había desaparecido y en su lugar se encontraba una persona dándole la espalda, con el pelo por los hombros y vestimentas extrañas.

- ¡Muchacha terrícola! ¡Ha decidido regresar! ¡Cuánto me alegro! – exclamó sonriendo. La persona se sobresaltó al oír la voz y se volvió un poco temblorosa. Fue entonces cuando comprobó que aquella persona no era una muchacha sino un muchacho.

El joven, por su parte, al ver al extraño ser que le había hablado, comenzó a gritar y en su intento por huir, tropezó y cayó al suelo. El extraño ser también se había asustado un poco al descubrir que no era quien pensaba y por los gritos que había proferido el joven. Este último había dejado de gritar y se sostenía con ambas manos el tobillo izquierdo poniendo muecas de dolor, ya que posiblemente se lo había lastimado al caer.

Se acercó tambaleándose hacia él y cuando el muchacho lo vio, comenzó a retroceder arrastrándose lentamente por el suelo. Siguió acercándose y cuando llegó a su altura se agachó.

- No te preocupes, no voy a hacerte daño. – le dijo, pero el muchacho seguía mirándolo con desconfianza. Suspiró e intentó hacerle entrar en razón – Vamos muchacho, estás herido. Soy todo lo que tienes aquí.

El joven miró a ambos lados y vio que lo único que le rodeaba eran árboles, maleza, hierba y aquel viejo y extraño ser.

- ¿Qu... Qué es? – le preguntó el muchacho todavía un poco temeroso, aunque se notaba que estaba más calmado. Luego se dio cuenta de la rudeza de su pregunta e intentó rectificar – Perdón. Bueno, quise decir que... bueno...

- No te preocupes. – le cortó el otro mientras levantaba una mano dando a entender que no importaba – Soy un hombre topo, aunque supongo que en la luna de las ilusiones no habrás visto demasiados como yo, porque... ¿vienes de la luna de las ilusiones, no?

- ¿Perdone? – preguntó el muchacho confuso cabeceando y parpadeando al mismo tiempo – No entiendo a qué se refiere.

- A tu planeta, por supuesto. – dijo señalando la bola azul suspendida en el cielo y ensanchando su sonrisa ante la expresión de asombro del muchacho.

- ¿Pero cómo...? ¿Qué es lo que...? ¿Dónde estoy? – terminó preguntando finalmente.

- Bienvenido a Gaea, señor...

- ¡Oh perdone! Amano, Susumo Amano... – se presentó y rápidamente preguntó - ¿Gaea?

- ¡Exacto! Es un planeta diferente al tuyo. Según una persona que estuvo aquí hace ocho años es "un mundo suspendido entre la Tierra y la luna, un mundo increíble llamado Gaea". Pensé que eras esa persona, que había pensado regresar. Pero si no eres ella, ¿por qué has venido a este mundo?

- Eh, pues... – dudó Amano y finalmente terminó contándole todo lo que había ocurrido. El hombre topo se sobresaltó la primera vez que oyó mencionar a Hitomi aunque se mantuvo callado durante todo el relato. Cuando éste terminó el hombre topo se levantó y dijo:

- Puesto que eres un amigo de la señorita Hitomi Kanzaki, mi deber es ayudarte. Te llevaré hasta Fanelia. Seguro que allí pueden hacer algo contigo.

- ¿Conoces a Hitomi? – preguntó el muchacho boquiabierto. El hombre topo no se molestó en contestar y comenzó a observar el tobillo lastimado. Acto seguido sacó un cuenco y comenzó a machacar unas hierbas y las mezcló con agua. El joven al ver que no obtenía respuestas empezó a pensar en lo que había comentado el hombre topo. Hace ocho años... ¡Increíble! Era imposible que Hitomi hubiera estado en este mundo cuando desapareció y que ni Yukari ni él supieran nada... ¿o tal vez sí que era posible? Cuando iba a preguntar, el anciano le tendió el cuenco y le ordenó:

- ¡Bébelo!

- Pero yo quisiera preguntarle...

- Tú sólo bébelo, le ayudará a reponerse a tu tobillo. Después me harás las preguntas que quieras. Voy a acercarme a por mis cosas, volveré enseguida. Esta noche comenzaremos el viaje hacia Fanelia, espero que para entonces ya estés recuperado. – dijo el hombre topo mientras se alejaba en dirección que había venido. Amano miró asqueado el cuenco he hizo un esfuerzo al tragar aquella mezcla viscosa verde. Era amarga y sabía a rayos. De repente un súbito pensamiento le vino a la mente, ¿y si lo único que quería aquel hombre era asesinarle? Acto seguido la vista se le volvió nublosa y cayó con los ojos cerrados en el suelo. Cuando el hombre topo regresó le vio en el suelo, se tumbó a su lado y comenzó a dormir.

**********

Debajo del agua se podían ver flores acuáticas violetas que flotaban y que se mecían con el líquido. A cada lado, diversas antorchas contenían llamas rojas que bailaban al son de los cantos que profesaban los hombres y mujeres allí reunidos. Todos vestían túnicas blancas con bordados dorados, y mientras los hombres cantaban algo apartados de la orilla, las muchachas que allí estaban, situadas en la orilla, bailaban y cantaban.

Dos hombres, algo apartados del resto del grupo conversaban entre ellos. Uno parecía ser el más viejo e importante de los allí reunidos. El otro, por el contrario, era un joven con unas orejas alargadas y puntiagudas. Era un elfo.

- ¿Crees que servirá para algo? – preguntó el joven elfo al hombre que tenía a su lado.

- La profecía lo dice. Ha llegado el momento. – le contestó el hombre y continuó entonando los cantos al compás de los demás.

- Ya pero... No sé, no sé... Puede que... – replicó de nuevo el muchacho.

- "Cuando el agua se alce hacia la luna de las ilusiones  ha de venir la..."

- Ya, ya, no hace falta que me la repitas. – dijo el muchacho cortando las palabras que el viejo evocaba. Luego resopló y apoyándose en uno de los muros exteriores del templo continuó – La conozco perfectamente, pero sólo digo que no todas las profecías son exactas. ¿Y si todavía no ha llegado el momento? ¿Cómo podéis estar seguros?

- No niegues lo que ves Raliat. ¿Crees que lo que está ocurriendo delante de tus ojos es algo casual? – le reprendió el viejo mirando hacia delante. A lo largo se extendía el mar del que salían numerosos pilares de agua que se extendían hacia el cielo. – Debemos llamarla y ella acudirá a nuestra llamada, no te preocupes.

El joven no contestó nada y se irguió de su posición, y junto al anciano volvió a entonar los cantos. El anciano fue acercándose, seguido por el elfo, cada vez más al grupo, que se apartaba. A su paso todos los hombres dejaban de cantar, hasta que llegó a la orilla donde las muchachas dejaron de bailar y cantar. Alzó el bastón que llevaba en su mano derecha y comenzó a murmurar unas palabras ininteligibles mientras cerraba los ojos. Siempre eran las mismas y cada vez las repetía con más fuerza. Poco a poco se fue levantando un viento que azotaba el silencio que había, sólo roto por las palabras del anciano, y de repente las llamas de las antorchas se volvieron del color azulado del agua. Todos los allí presentes, excepto el anciano que seguía repitiendo las palabras cada vez más concentrado, comenzaron a mirar hacia las antorchas, sorprendiéndose de lo que acababa de ocurrir. En el agua comenzaron a vislumbrarse unos pequeños destellos que iban dejando su rastro mientras formaban una espiral. De repente unas burbujas dieron paso a la figura de una muchacha que quedó flotando con sus ojos cerrados mientras el anciano abría los suyos. Oyó los murmullos detrás de él y haciendo caso omiso de ellos se adelantó un paso y dijo con voz clara y potente:

- ¡Despierta!

La muchacha abrió los ojos y quedó inmóvil. Al cabo de unos instantes, que parecieron eternos, la muchacha parpadeó y se hundió. Volvió a emerger tosiendo y apartándose el pelo de la cara, como si hubiera comprendido después de aquellos instantes que se encontraba sumergida en el agua.

- ¡Qué demonios... ! – dijo la muchacha aún tosiendo y mirando a su alrededor. De repente vio a las personas que se encontraban delante de ella, todos la miraban con cara de sorpresa y fascinación. Paseó su mirada por todos ellos hasta que paró para hacer frente a la del anciano que la miraba seriamente.

- Bienvenida. Te estábamos esperando. – dijo el anciano. La muchacha notó que a pesar de que sus ojos se dirigieran hacia ella, su mirada no era profunda. Se estaba quedando ciego.

- ¿Esperando? Yo no creo... – replicó mientras miraba hacia todos lados como buscando algo y cuando se dio la vuelta vio los pilares de agua, y en medio de ellos, la tierra con la luna. Al verlo abrió los ojos y murmuró muy bajo – Así que estoy de nuevo en Gaea...

- Joven, ¿la ocurre algo? – la muchacha se dio la vuelta un poco sobresaltada, ya que había olvidado por completo a las personas que tenía detrás.

- Nada, no se preocupe, no me ocurre nada... – dijo negando con la cabeza y mirando de reojo la Tierra.

- ¿Se nos permitiría saber el nombre de la elegida?

- Kanzaki, Hitomi Kanzaki. – dijo despreocupadamente mientras seguía mirando su planeta. De repente se dio cuenta de lo que quedaba de pregunta y volviéndose rápidamente hacia el anciano encarnó una ceja y preguntó – ¿Elegida?

- Así es, tú eres "la sacerdotisa de los espíritus" – le respondió el anciano.

- ¿Ein? – fue lo único que pudo responder Hitomi a la extraña confesión del anciano. Éste, al oír la duda y notar la expresión de la cara de Hitomi, se relajó y sonrió levemente:

- No te preocupes, lo irás entendiendo – y dicho esto le tendió una mano para ayudarla a salir del agua. Hitomi sólo suspiró con resignación y acto seguido tomó la mano del anciano, aquella leve sonrisa la había inspirado confianza. Cuando salió del agua el anciano le hizo un gesto para que le siguiera y acto seguido se dirigió hacia el templo de piedra. Hitomi comenzó a caminar detrás de él mientras sentía como todos los ojos allí reunidos se fijaban en ella. Al entrar en el templo una extraña sensación la empezó a inundar y sintió como todo se volvía oscuro. El joven elfo, que caminaba detrás de ella, evitó que cayera al suelo desmayada.