CAPÍTULO 6: SUCESOS EXTRAÑOS

Varias personas encapuchadas y vestidas con túnicas de color negro se encontraban alrededor de un pequeño estanque en medio de un templo. Detrás de ellos, formando un círculo también alrededor del estanque, numerosos cuerpos inertes descansaban sobre losas de piedra gris. Sólo se oía el pequeño murmullo de las voces de los vivos entonando una lúgubre oración. Pasó bastante tiempo hasta que en el agua se empezaron a formar numerosas burbujas pero, tan súbitamente como habían aparecido, desaparecieron.

- Mi señor, ella ha llegado. – murmuró una muchacha dirigiéndose a un hombre de pelo plateado.

- ¿Y cómo es que no está aquí? – le preguntó irritado el hombre.

- Lo siento señor. Ellos... ellos eran más. Era como si un poder especial les protegiera. – contestó la muchacha asustada. El hombre comenzó a proferir una risa falsa y súbitamente gritó:

- ¡¿Un poder especial?! ¡No hace falta que me lo digas, ya lo sé! Si no tuvieran ese poder nosotros no estaríamos aquí intentando traerla. ¡Pero yo no he entrenado a inútiles! O eso pensaba. Os he enseñado todos estos años para que vencierais ese poder y ahora... – el hombre se calmó de repente. Gritar no iba a solucionar nada, por ahora. Ella había llegado a Gaea pero no estaba con ellos. Un gran problema, sí, aunque en el fondo sabía que por mucho que hubiera enseñado a aquellos muchachos no podrían traerla si el poder no les protegía ni les ofrecía su favor.

Mientras pensaba giró dando la espalda a las aguas y a sus discípulos. De repente vio los cuerpos inertes de aquellos que cayeron en la Gran Guerra. Se quedó mirando el cuerpo del muchacho de pelo azulado que tenía delante. Aunque ella estuviera con su enemigo todavía podía adelantarse un poco. El problema todavía tenía solución, incluso podía ser beneficioso. Si ella debería aprender a usar su poder, lo mejor es que fuera con Kazaj. La súbita y débil voz de uno de sus discípulos le sacó de sus pensamientos:

- ¿Maestro? ¿Se encuentra bien?

- Bien, aunque este pequeño inconveniente nos pilla de sorpresa todavía podemos solucionarlo. – dijo más calmado con una pequeña sonrisa y señalando los cuerpos inertes que les rodeaba siguió – Ahora debemos continuar la otra parte del plan.

Un pequeño escalofrío recorrió la sala y a los muchachos. Todos los jóvenes voltearon a ver los cuerpos sin vida que yacían detrás de ellos. Recorrieron con la mirada a todos aquellos muertos y volvieron a mirar a su maestro que ya se había sentado y que con los ojos cerrados estaba murmurando otra vez oscuras palabras, esta vez diferentes a las anteriores. Los muchachos, todavía indecisos, pasearon sus miradas de los cuerpos a su maestro y de mala gana empezaron a sentarse uno por uno y a imitar a su maestro. No sabrían decir cuánto tiempo estuvieron allí sentados con los ojos cerrados, pero lo cierto es que, cuando la noche estaba bien entrada, las aguas del estanque empezaron a moverse. Todos abrieron los ojos mirando asustados, excepto el hombre que miraba con una sonrisa en su boca, los remolinos que se formaban en el agua. De ellos salieron unas luces que fueron a parar a cada uno de los cuerpos que yacían detrás.

Cuando la primera luz salió todos giraron hacia el cuerpo del muchacho de pelo azulado donde había desaparecido la luz. Inmediatamente el muchacho había abierto los ojos y, tras parpadear un poco, se incorporó, sentándose en la losa, y dirigiendo su mirada hacia su brazo derecho como buscando algo que debiera estar ahí.

- No busques nada, tu cuerpo está bien. – le dijo el hombre con una sonrisa mientras todos sus discípulos se habían girado para ver cómo los otros cuerpos abrían los ojos. Luego sin apartar la mirada y la sonrisa del muchacho le dijo mientras señalaba los hechos que estaban ocurriendo con los demás cadáveres. – Estás de enhorabuena. Asistes a la resurrección, el renacer, de tus compañeros caídos.

El joven recorrió con su mirada los numerosos cuerpos que habían abierto los ojos y que, al igual que él, se incorporaban en las losas confundidos. También paseo su mirada sobre los discípulos del hombre que le había hablado, hasta que pasó su mirada sobre los cuerpos de dos figuras que estaban a su lado. Eran dos mujeres – gatos bastante parecidas. Una tenía el pelo plateado y la otra el pelo dorado. Todavía yacían con los ojos cerrados y un sentimiento de nostalgia pasó por su mente. Súbitamente dos luces se posaron sobre sus cuerpos y las muchachas abrieron los ojos. Nada más incorporarse pasearon la mirada a través de la instancia y cuando se miraron entre ellas y miraron al muchacho, los tres abrieron tanto los ojos que se puedo ver cómo temblaban sus iris. Numerosas imágenes pasaron por la mente de las gatas que al cabo de un rato no pudieron soportar y cayeron desmayadas. A sí mismo, por la mente del muchacho también pasaban aquellas imágenes y, aunque le dolía la cabeza y tenía ganas de descansar, levantó la mirada para encontrarse con la cara burlona del hombre.

- Tranquilo, comprenderás todo a su debido tiempo. – y girándose dio unas palmadas. Inmediatamente varios hombres, que parecían sirvientes, entraron a la sala e inclinándose delante del hombre, esperaron sus órdenes. Cuando el hombre supo que había acaparado toda la atención de la sala continuó – Caballeros y damas, mi nombre es Lohan. Habéis sido convocados y despertados de vuestro sueño eterno para servirme. Hágase mi voluntad. – casi todos los hombres que habían despertado se arrodillaron en el suelo imitando a los sirvientes. Todos excepto el muchacho de pelo azulado. Lohan se giró y miró al muchacho. Éste a su vez le dirigió una mirada profunda y penetrante. Al cabo de unos instantes el muchacho comenzó a arrodillarse lentamente ante Lohan. Este último giró de nuevo hacia sus discípulos los cuales, intimidados por su mirada, también comenzaron a arrodillarse. Lohan sonrió para sí mismo. Le gustaba aquel poder. Luego dirigiéndose a sus sirvientes y refiriéndose a los "nuevos inquilinos" les dijo – Llevadles a sus habitaciones. El viaje desde el más allá es cansado.

Inmediatamente los sirvientes se esparcieron por toda la sala reuniendo a los despiertos y tomando a los desmayados. Un muchacho se acercó y tomó a la gata de pelo dorado mientras que otro iba a hacer lo propio con la del pelo plateado, pero un pequeño empujó lo relegó de su sitio. El muchacho de pelo azulado tomó a la gata entre sus brazos. El sirviente movió sus ojos del muchacho a su señor como esperando órdenes de él. Éste sólo asintió. Todos empezaron a seguir a los sirvientes por la única puerta que salía del lugar. El muchacho de pelo azulado iba el último con la gata de pelo plateado en brazos. Al llegar al umbral de la puerta rocosa excavada en la pared se volvió dirigiendo una última mirada a Lohan. Éste se la devolvió y vio como el muchacho giraba sobre sus talones para seguir a los sirvientes. Tenía que admitir que el muchacho tenía coraje.

**********

Ya llevaba dos días en Fanelia y no sabía cuando podría volver a su planeta. Todos eran muy amables con ella, por lo menos quienes sabían de donde procedía. Van había intentado enviarla de vuelta con el colgante de Hitomi pero había sido inútil. También lo había intentado con una piedra del mismo material y color que el colgante, que según le dijo se llamaba energist, aunque tampoco lo había logrado.

Cuando había salido del lugar donde había aparecido, cuatro caras curiosas la habían interrogado con los ojos, todas igual de sorprendidas. Poco después se enteró que esas caras correspondían a la reina Millerna, la princesa Eries, la princesa Ershin y Lady Celena. Nombres extraños, había pensado al principio. Van había tratado de explicar, en vano, su estancia allí y aquella luz que la había absorbido, con una pobre explicación mientras una sonrisa nerviosa asomaba en su cara mientras hablaba, muestra de su mentira. La había presentado como una amiga de Basram, adjudicando la luz a cualquier aparato que los habitantes de dicho país solían construir.

Si bien esta explicación no convenció en absoluto a la princesa Ershin ni tampoco a Celena, la mirada que intercambió Merle con Eries y Millerna hizo que éstas no dijeran nada, y logró también calmar los ánimos de Celena.

- Dos días... – dijo Yukari suspirando mientras miraba a través de las cortinas de la  ventana de su habitación la luna de las ilusiones. Se dio la vuelta y recorrió con la mirada la habitación. Era preciosa, digna de una persona noble... en la Francia del siglo XV o XVI. Se miró al espejo. Su pelo caoba, recogido en un elegante moño, contrastaba con el blanco del elegante vestido de los muchos que habían dispuesto para ella. Era largo, sin mangas y con un extraño cuello alto rodeado de bordados dorados. ¡Cuántas veces había soñado mientras estudiaba cómo sería vestirse así! y ahora tenía unos cuantos vestidos iguales o más bonitos que aquel. ¡Y los que quedaban por llegar! Sonrió ante aquella perspectiva. Recordó como Van había encargado que la diseñaran un vestuario adecuado ya que no sabía a cuánto tiempo ascendería su estadía. Aquella tarde, numerosos costureros la habían tenido como un maniquí en una habitación mientras la tomaban medidas. Entre las manos, cintas, tijeras... y demás utensilios, podía ver las caras sonrientes de Merle, Millerna, que al igual que su hermana, su marido y Allen ya  sabían de dónde provenía, Marlene y Van. Estos dos últimos estaban jugando con una pelota mientras se hacían burlas evitando que Millerna y Merle se dieran cuenta, aunque Yukari dudaba que no lo hicieran, ya que a las tres se les escapaba pequeñas sonrisas de vez en cuando.

- ¿Cómo está Hitomi, Yukari? – era una pregunta que todos la que la conocían habían evitado preguntarle desde que el día anterior le contaran lo que había hecho su amiga por aquel planeta. Le había impresionado todo lo que su amiga había vivido y no había querido contar.

Yukari miró entre un pequeño hueco a Merle y suspiró:

- Sinceramente... no lo sé. – Merle y Millerna la miraron un poco extrañadas ante aquella contestación. Bueno, se suponía que ella era la amiga con la que había estado durante toda su vida, especialmente durante aquellos ocho años. Yukari enseguida notó aquellas miradas y sonrió – Quiero decir que, tal vez, si la volvierais a ver, pensaríais que estáis delante de la Hitomi que hace ocho años conocisteis, pero hay más de lo que se ve. Aparenta ser feliz, la verdad es que a veces demasiado, pero siempre hay algún pensamiento extraño en su cabeza, tal vez nostalgia y melancolía.

- ¿Nostalgia y melancolía? – preguntó dubitativa Millerna. Yukari volvió a suspirar.

- Sus padres, los perdió hace cuatro años en un accidente. – Merle y Millerna abrieron los ojos e incluso Van, quien había aparentado no estar atento mientras jugaba con Marlene, miró a Yukari. Ésta miró a las demás personas que se encontraban en la habitación, y con un gesto de la mano Van ordenó que todos saliesen, llevándose también a Marlene. – Al principio lo pasó muy mal, no sólo dejó en ella daño físico, sino también psíquico, aunque intente ocultarlo. Entró en un estado de inconsciencia durante bastante tiempo y cuando despertó, se encontró con que ella era la única superviviente de aquel accidente. Aquel día volvió a aparecer aquella tristeza de hace ocho años, después de regresar de este lugar. – Todos bajaron la mirada. Ninguno podía imaginarse lo que la alegre y dulce Hitomi había pasado en aquellos años – Después de desaparecer un tiempo, regresó a la ciudad como si nada hubiese ocurrido. Según me contó, en su viaje había conocido unos cuantos amigos que la habían hecho reflexionar y no preocuparse por lo que había ocurrido. Me dijo que sólo conservaba momentos agradables con su familia. Pero toda aquella tristeza no la podía sacar de golpe por lo que realizaba un montón de actividades. Si se mantenía ocupada todo el día no pensaba y, por tanto, no se deprimía, y cuando llegaba a casa estaba demasiado cansada como para hacer nada más que tumbarse en la cama.

De esta manera siguió aparentando ante todos que lo tenía superado, que ahora sólo le preocupaba el presente y el futuro, abandonando todo su pasado. Pero hace dos días, cuando le preguntamos por lo que le había ocurrido hace ocho años se puso muy nerviosa y nos acusó, a mi amigo y a mí, de querer entrometernos en su vida. Nosotros sólo queríamos ayudarla pero tal vez preguntándola sólo la hicimos darse cuenta de que no había olvidado el pasado como ella creía. – Yukari terminó y un pesado silencio cayó en la habitación entre los cuatro. Millerna suspiró y rompió el silencio:

- Tal vez le hacía falta eso, – todos la miraron – que alguien le mostrase que no debía olvidar el pasado.

- Tal vez... – suspiró a su vez Yukari – de todas maneras, ya hablareis con ella cuando venga a Fanelia. Espero que la gente que has mandado a buscarla, la encuentre.

- Eso es si se ha acordado de enviarlos – dijo Merle de forma sarcástica mientras posaba sus ojos en Van. Éste, la dirigió una mirada de odio, aunque no dijo nada. Mientras Millerna y Yukari comenzaron a reír.

- ¿De verdad están todo el día así? – preguntó Yukari a Millerna aún riendo. Ésta solo asintió.

- Como está claro que lo único que sabéis hacer es criticarme – dijo Van levantándose de la silla y dirigiéndose hacia la puerta – me voy a jugar con Marlene. Me tiene más consideración que vosotras.

El muchacho abrió la puerta, tras la cual esperaban todos los costureros y Marlene.

- Espero que esta noche tengas parte de tu ropa nueva y mañana todo el vestuario – comentó dirigiéndose a Yukari, aunque claramente era un llamado a sus sirvientes. – Recuerda que mañana por la noche habrá un baile en celebración de mi cumpleaños.

Yukari, Merle y Millerna sonrieron ante la malicia con que había dicho aquellas palabras.

- Le agradezco mucho su atención Majestad – le contestó Yukari con una marcada reverencia que les hizo reír a los cuatro. Acto seguido Van desapareció con Marlene en sus brazos y todo el cortejo de costureros entraron de nuevo a la habitación y realizaron, ante la "advertencia" del Rey, el trabajo que les quedaba. Cuando acabaron, Millerna, Merle y Yukari decidieron dar un paseo por la ciudad, a lo que se sumaron Eries y Celena, y más tarde, habían encontrado a Ershin con otras princesas y damas, en el bazar de Fanelia.

La cena había sido divertida, a pesar de los numerosos reyes y nobles allí congregados por el evento que al día siguiente se celebraría. Yukari, Merle y las tres astorianas, había pasado la cena hablando y conociéndose más a fondo, llegando a tal punto de que, al finalizar la cena, eran grandes amigas. También se habían reído, viendo las caras de aburrimiento de Van y Dryden ante tales reuniones, así como las miradas que se echaban entre ellos y luego les echaban a ellas.

Tras deshacerse el moño y ponerse el camisón, Yukari se dejó caer sobre la cama, estaba demasiado cansada. Todo el ajetreo de aquel día la tenía exhausta. Volvió a mirar por la ventana y de nuevo vio su planeta. Esto era algo nuevo para ella y no sabía cómo afrontarlo. Encima estaba sola. Aunque después de lo que había pasado estos dos días y los amigos que había conocido, ¿podía decir que se encontraba realmente sola? Si tan solo Hitomi... ¿Hitomi? ¿dónde se encontraba ahora? ¿Por qué no estaba con ella? ¿Y Amano? ¿dónde estaría él? Hace dos días que Van había enviado un escuadrón a buscarlos, pero no habían recibido ninguna noticia de ellos.

Se giró sobre la cama, dándole la espalda a la ventana, y abrazó la almohada. Se acordó de la primera vez que había visto a Allen Shezar. Sus ojos se habían abierto de felicidad, confundiéndolo con Amano, pero luego había visto que la realidad era muy diferente. Aunque el parecido es asombroso, pensó en aquel momento. Luego silenciosas lágrimas comenzaron a caer desde sus ojos, por su cara, hasta perderse en el blanco de la tela de las sábanas.

- Amano... Hitomi... – sollozó durante un rato, hasta que el sueño la venció y se quedó dormida.

**********

La noche anterior, se había despertado con aquel extraño ser al lado. Asombrado, comprobó que aquella especie de topo no lo había asesinado como en un principio había pensado y que parecía dispuesto a cumplir la promesa de ayudarle. El dolor del tobillo había desaparecido, muestra de la buena voluntad del estrafalario ser. ¿Cómo podía haber sospechado siquiera de él?

De  repente, el bulto que constituía el ser, comenzó a moverse hasta que terminó despertándose también.

- ¿Qué tal te encuentras, muchacho? – preguntó con una horrible sonrisa.

- Mucho mejor. Muchas gracias. Fuera lo que fuera lo que me dieras, funcionó – dijo esta vez el muchacho devolviéndole una sonrisa mucho más agraciada que la que él había recibido.

- Era hígado de rana y serpiente, te podría sorprender las propiedades curativas que tienen. – y haciendo caso omiso a la cara de asco que el muchacho había puesto, se acercó hasta quedar a pocos centímetros de la boca de éste – ¿Lo que llevas por dientes son perlas? Si te las quitamos, podríamos sacar un gran pellizco por ellas.

- No, no son perlas – dijo el muchacho asustado tapándose la boca y alejándose del ser. Tal vez sus intenciones no era buenas, como había pensado al principio. De repente, se fijó en la muñeca izquierda del topo y miró la suya propia – ¡Eh, ese es mi reloj! – le acusó señalando al objeto. Definitivamente, intenciones puras no tenía.

- ¡Ah, esto! – dijo el ser pasando una mano por detrás de la cabeza – No sé cómo ha podido llegar aquí – dijo quitándoselo  y devolviéndoselo al muchacho, quien le miraba con una mueca de incredulidad.

Acto seguido, el ser se puso en pie y después de recoger todas sus cosas, le tendió una mano al muchacho que todavía lo miraba desde el suelo:

- Es hora de marcharnos. Dentro de dos días es el cumpleaños de su Majestad Van. Con un poco de suerte, nos colaremos en Fanelia sin problemas – el muchacho no respondió nada  a esto, tampoco  entendía nada – ¿Puedes caminar sin problemas? ¿Te duele?

- No, estoy muy bien, gracias. – dijo el muchacho mientras apoyaba el tobillo que tuvo lastimado. Luego comenzaron a caminar. Extrañamente, tras varias horas de camino silencioso, Amano no se sentía cansado. Tal vez se debía a su entrenamiento o, tal vez, a los hígados de rana y  serpiente. Un escalofrío le recorrió el cuerpo ante tal pensamiento, así que decidió apartarlo a toda costa. De repente, recordó algo que lo tenía intrigado desde aquella tarde – Señor topo, ¿podría contarme la historia de Hitomi?

El hombre, que caminaba delante del muchacho, se paró súbitamente y se dio la vuelta para mirarle. Con sus ojos escudriñó a través de la oscuridad, al nervioso cuerpo del muchacho, como evaluando la situación. Con un pequeño suspiró, volvió a darse la vuelta y, mientras comenzaba a caminar de nuevo, comenzó su relato. Tras unas horas de caminata y ameno relato, roto a veces por las curiosas peguntas de Amano, el sol comenzó a asomarse entre las montañas.

- Será mejor que descansemos hasta que se ponga el sol. Entonces volveremos a caminar. Si apuramos un poco el paso, a mediodía nos encontraremos ante las puertas de Fanelia. – el muchacho simplemente asintió y se dejó guiar por el topo hasta una cueva que había un poco alejada el camino. Tan inmerso había estado en el relato, que no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. Aquel día tardó más tiempo en dormirse. La asombrosa declaración de lo que le había ocurrido a Hitomi, reclamaba toda su atención. Después de mucho rato, terminó por dormirse ante el ofrecimiento, que él consideró amenaza, del hombre topo a prepararle algo que le ayudase a dormir. La sola idea de poder tragar escarabajos, gusanos o algo por el estilo, hizo que se durmiese con gran rapidez.

Tan profundo fue su sueño, que hasta que no sintió unos leves zarandeos, no se despertó. El hombre topo lo apremió para que se despertase y volviesen al camino que la anterior noche había estado recorriendo.

- Ejem... Y usted... usted... ¿a qué se dedica? – preguntó el muchacho al que iba delante, tratando de sacar un tema de conversación, tras largas horas de silencioso camino.

- Digamos que ayudo a limpiar las casas – dijo el hombre con una pícara sonrisa que el muchacho no pudo ver.

- ¿Perdone? – dijo el muchacho sin entender.

- Tomo cosas que ya no se necesitan... – contestó inocentemente.

- Ya – dijo el muchacho y recordando su reloj y la mochila llena de joyas y objetos brillantes del hombre topo, se atrevió a preguntar – Pero con pleno consentimiento de los que las habitan, ¿verdad? – el hombre topo no contestó, lo que dejó muy claro al joven su oficio – A eso se le llama robar, no "limpiar las casas".

- Tú lo llamas robar y yo lo llamó limpiar las casas... ¿qué diferencia hay? – preguntó el hombre aún con aquella sonrisa.

- ¡Hay mucha diferencia!

- Venga, venga, no te exaltes... No te meteré en problemas. En cuanto te deje en Fanelia, yo me iré – el muchacho iba a replicar, pero volvió a cerrar la boca. Se lamentó haber intentado sacar un tema de conversación, así que continuaron su camino sin volver a dirigirse la palabra.

Cuando comenzó a despuntar el alba, estaba tan cansado que no sabía cuanto aguantaría. De repente, el hombre topo se echó al suelo, pegando su oreja derecha al suelo.

- Alguien se acerca. Son muchos caballos. Será mejor que salgamos del camino – y dicho y hecho el hombre topo cogió de la manga al muchacho y lo llevó a las orillas del camino, mientras se internaba entre las frondosas y verdes hojas de los árboles y el ramaje. Esperaron en un silencio sepulcral, aún mayor que el que les había acompañado durante el viaje, sólo roto por los cánticos de los pájaros y ruidos de los animales del bosque. No tardaron en comprobar que la suposición del topo era correcta. A lo lejos, pudieron distinguir varias figuras, montadas a caballo, acercándose a dónde estaban.

- ¡Alto! – dijo el hombre que parecía el jefe cuando llegó a la altura en la que Amano y el otro estaban escondidos. Todos los demás caballos pararon detrás de él, mientras los jinetes miraban curiosamente en la dirección que el jefe estaba mirando. En el suelo había huellas de pisadas que se desviaban hacia el bosque. Con un gesto de la mano del jefe, dos jinetes desmontaron y se adentraron en el bosque. Tras varios minutos, volvieron a salir con las espadas desenvainadas apuntando al cuello de Amano y el hombre topo. Con un rudo gesto hicieron que ambos cayeran de rodillas a los pies del caballo del jefe.

- ¡Topo, cuánto tiempo sin verte! Allen me dijo que te habían prohibido la entrada en Pallas debido a... ciertos altercados ocurridos en la ciudad – dijo con una sonrisa despectiva mientras miraba al hombre que se encontraba a sus pies.

- ¡Tiberoa! ¡Cuánto tiempo! – contestó el aludido sin disimular el tono de resentimiento en su voz – Es cierto que Allen me prohibió la entrada hasta que se descubra al culpable de dichos "altercados". No nos gustaría que se me acusara injustamente siendo yo inocente, ¿no crees?

- ¿Acusarte injustamente? ¿Inocente? ¿Tú? – dijo Tiberoa lanzando una sarcástica carcajada al aire – Por favor, no me hagas reír. Ahora dime, ¿qué hacías escondido en el bosque?

- Me escondí porque creía que erais ladrones – dijo el hombre topo apretando los puños y dientes para no contestarle una obscenidad. No se hallaba en posición de replicar.

- ¿Tendrías algo que desearíamos robarte? Tal vez sería bueno que echáramos un vistazo a esa mochila que llevas contigo. A lo mejor encontramos algo importado de Pallas – el hombre topo no contestó apretando aún más los puños, mientras una sonora carcajada se elevaba al aire. Amano levantó la vista y vio que todos los hombres llevaban el mismo uniforme negro, sólo diferenciado en el hombro derecho por una serie de rayas doradas que indicaban la categoría de cada uno de ellos. Casi todos llevaban una única raya en el uniforme excepto el jefe, que llevaba tres, y el que estaba inmediatamente detrás de él, que tenía dos. También se fijo que todos los hombres reían la gracia proferida por su jefe, excepto el segundo de mando que tenía el semblante serio y miraba a Amano con sus profundos ojos negros. Después de unos minutos, la carcajada se sofocó y entonces Tiberoa, fijándose en el muchacho  de extrañas ropas, volvió a preguntar – ¿Y este muchacho? ¿Es tu aprendiz? ¿Quieres dejar escoria como tú, tras tu muerte?

Otra carcajada volvió a elevarse en el aire y mientras se sofocaba, el hombre topo ayudó a Amano a ponerse en pie. En ese momento los ojos de Tiberoa y del resto de los hombres que se habían reído, se ensancharon al ver el rostro de Amano.

- ¡Allen! ¡No te habíamos reconocido! ¡Perdónanos! ¿Qué hacías en el bosque con topo? Y... ¿de qué vas vestido? – dijo Tiberoa mirando a Amano, quien sólo le devolvió una confusa mirada.

- Tiberoa, – dijo tranquilamente el segundo de mando que había permanecido en silencio hasta entonces – este no es Allen.

- Siegfried tiene razón, Tiberoa – dijo el hombre topo.

Tiberoa abrió aún más los ojos ante tal revelación, pero instantes después sacó la espada y apuntó con ella al cuello de Amano.

- ¡Un impostor! ¡Debe morir! – y alzando la espada la volvió a dejar caer. Amano esperó con los ojos cerrados el impacto de fría lámina, pero éste nunca llegó. Un rápido movimiento de la espada de Siegfried había cortado la trayectoria del arma de su superior – ¿Qué demonios haces, Siegfried?

- Espera un momento Tiberoa, no sabemos nada del chico – le retó Siegfried.

- Es un impostor que se hace pasar por Allen, ¿qué más pruebas necesitas?

- Es increíble que tu discípulo tenga más cerebro que tú, Tiberoa. – dijo el hombre topo haciendo caso omiso a la mirada asesina que el aludido le dirigió – El muchacho le interesa más a Van, vivo que muerto.

- Majestad Van para ti. Y... ¿qué quieres decir con eso? – dijo Tiberoa apuntando ahora con su espada al hombre topo.

- Espera un momento. Su Majestad nos mandó que buscásemos a dos personas que había aparecido en lugares donde habían ocurrido sucesos extraños. – dijo Siegfried sin dejar contestar al hombre topo – Nos dijo que preguntásemos por todas las aldeas y buscáramos a gentes extrañas. ¿No será por casualidad uno de ellos?

- Muy inteligente Siegfried. Veo que vas mejorando – y echando una mirada de soslayo a Tiberoa, dijo – al contrario que otros. Y dices que Va... Su Majestad lo está buscando a él y a otra persona. ¿Cómo lo supo?

- ¡No es de tu incumbencia! – rugió Tiberoa – ¡¿Dónde está el otro?!

- ¡No se de quién me hablas! – se defendió el hombre topo – ¡Yo sólo lo he encontrado a él!

- ¡No me mientras! – dijo Tiberoa volviendo a alzar la espada, esta vez en dirección al hombre topo.

- Creo que dice la verdad, Tiberoa. – lo calmó Siegfried – Será mejor que los llevemos a Fanelia cuanto antes.

A regañadientes, Tiberoa ordenó montar al hombre topo con uno de sus subordinados para que le vigilara y a Amano con Siegfried. Había pasado menos de una hora de viaje a caballo, cuando saliron del bosque y Amano pudo vislumbrar la ciudad más hermosa que jamás hubiese visto. Ante él se alzaba Fanelia con su colorido, sus aguas y su ambiente de fiesta. Mientras caminaban por las calles, la gente se apartaba para dejarles paso. Siegfried podía vislumbrar por encima del hombro, la asombrada cara de Amano quien veía lo que parecía un mercadillo medieval y como la gente bailaba extrañas danzas en corros mientras alguien tocaba una flauta o cualquier otro instrumento. Cuando llegaron al palacio Siegfried no pudo ocultar una pequeña sonrisa ante la cara de estupefacción de Amano. Cuando dejaron los caballos en los establos, Siegfried y Tiberoa escoltaron al muchacho y al hombre topo hasta una amplia sala iluminada por los numerosos ventanales que tenía a sus lados. Al fondo había una chimenea sobre la que descansaba un jarrón dorado, posiblemente de oro, y encima de ello un cuadro con cuatro personas luchando entre ellas con los elementos de la naturaleza; dos hombres, uno manejando el fuego y el otro manejando el viento, y dos mujeres, una manejando la tierra y la otra el agua. Encima de ellos había una persona con una capucha blanca que ocultaba su rostro y, como si de un espejo se tratara, otra figura se hallaba debajo pero con una capucha negra. Del mismo modo, había dos dragones a cada lado del cuadro, uno blanco y otro negro. A parte de eso y, de las dos puertas que se encontraban a cada lado de la chimenea, no había nada más en la habitación.

- Vamos a ir a buscar a Su Majestad. ¡Te lo advierto topo! ¡Cómo falte algo de la habitación – dijo Tiberoa mirando directamente el jarrón de oro – yo mismo te cortaré la mano que lo robe! – y dicho esto ambos hombres salieron dejando solos a los otros dos.

- ¡Estúpido! El cuadro vale muchísimo más que el condenado jarrón – dijo el hombre topo acercándose a la chimenea, seguido de cerca por Amano.

- Menos mal que no me ibas a meter en problemas – se quejó el muchacho.

- Al menos te he traído hasta Fanelia antes de lo acordado – replicó el topo.

- ¿Qué representa? – preguntó con curiosidad el muchacho quien siempre había compartido una inusitada fascinación por la pintura.

- La lucha entre el bien y el mal. El de la capucha blanca es el Dios Supremo, portador de todo bien y, el de negro, es el Demonio Infame, portador de todo mal. Cada dragón representa las órdenes de caballería que los sirven: la orden del dragón blanco y la orden del dragón negro. Los dos hombres y las dos mujeres representan los elementos fundamentales que componen la naturaleza. Luego la mujer del centro representa a la sacerdotisa de los espíritus – Amano se acercó más para vislumbrar a la mujer que instantes antes no había visto. En medio del cuadro había una muchacha rodeada por los cuatro elementos y de cuya espalda salían dos alas, una de ángel y la otra de murciélago. Tirando de su brazo derecho hacia arriba había dos ángeles y de su brazo izquierdo hacia abajo dos monstruos con alas de murciélago – Dice la leyenda que ha de venir de la luna de las ilusiones y que será capaz de manejar los elementos a su antojo. Según el camino que escoja, el del bien o el del mal, unos ángeles o unos lapzultes, la protegerán. En mi opinión cuentos para niños aunque la caballería del dragón blanco exista. La del dragón negro no se conoce su existencia. De todas maneras hay mucho países que quieren destruir esa orden.

- Deben de tener grandes posesiones esas órdenes para que quieran destruirlas – comentó Amano pensando en cómo habían caído los templarios.

- Eres muy agudo, muchacho. Todos esos caballeros proceden de familias adineradas, las cuales ofrecían una gran cantidad de dinero para su ingreso, así como las pequeñas ofrendas que recibían de los reyes y los aldeanos, a cambio de la protección que les ofrecen y el cumplimiento de la profecía. – explicó el hombre topo – Muchos de los actuales reyes han gastado la poca fortuna que les quedaba y quieren recuperarla mediante la expropiación de los bienes de la orden.

- ¿La profecía? – preguntó extrañado el muchacho. El resto era un mero espejismo de lo que le había ocurrido a la orden de los templarios.

- La misma que profetiza la llegada de la sacerdotisa de los espíritus. Ya te lo he dicho una simple leyenda – dijo el hombre topo bajando la cabeza hasta el jarrón de oro y cogiéndolo. El muchacho se quedo mirando un rato el cuadro. Unos minutos después, una profunda voz los sacó a los dos de sus pensamientos; al hombre topo del dinero que podría sacar vendiendo aquel jarrón de oro, y a Amano de cuál sería aquella profecía.

- Topo, no hace falta que le saques más brillo al jarrón. Los criados lo hacen muy bien. – Amano y el hombre topo se dieron la vuelta exaltados para mirar a un joven moreno que les miraba con una gran sonrisa. El hombre topo volvió a dejar el jarrón donde estaba y le devolvió la sonrisa, además de un reverencia:

- Su Majestad – dijo con sorna – es un placer volver a verle.

- Lo mismo digo – dijo Van mirando al topo y luego mirando al muchacho, dijo – y un placer conocerle, señor Amano.

Amano se quedó con la boca abierta, lo que incrementó más la sonrisa del joven rey.

- Si me disculpáis, yo iré a dormir – dijo topo avanzando hasta donde se encontraba el moreno.

- Por supuesto topo, ya he mandado prepararte una habitación.

- Por cierto, feliz cumpleaños. Toma un regalo – el hombre topo sacó de su abrigo la extraña piedra que había robado y se la entregó a Van. Éste se sorprendió al ver lo que era, lo que arrancó la sonrisa del hombre topo – Me alegra saber que te gusta.

- ¿De dónde la has sacado? – preguntó aún incrédulo Van.

- De entre las piedras de Pallas.

- Ya me dijo Allen – dijo Van recuperando la sonrisa – Muchas gracias. Espero que disfrutes de las celebraciones y del baile de esta noche.

- Descuida, lo haré – dijo saliendo con una sonrisa cómplice de la habitación. Van se giró y miró fijamente al muchacho.

- Yukari tenía razón. Es increíble como te pareces a Allen – comentó Van sonriendo.

- ¿Yukari? – preguntó confuso el muchacho. Van le contó cómo había aparecido, la muchacha pelirroja en Gaea – De la misma manera aparecí yo – dijo el muchacho cuando Van terminó su relato  – Pero, ¿dónde está Hitomi?

- Pensábamos que estaría contigo, pero es evidente que no. – dijo Van – De todas maneras no te preocupes, mis hombres seguirán buscando por todo Gaea para ver si ella también ha venido. En todo caso, será mejor que te lleve a tu habitación para que descanses. Supongo que llevas varias noches caminando. – Amano simplemente asintió y siguió a Van agradecido de poder dormir. Tras subir varias escaleras, llegaron al pasillo donde se encontraba su habitación. Mientras Van abría la puerta, Amano se dio la vuelta al oír rápidas pisadas a lo largo del corredor. De repente, una figura apareció al final del pasillo. Amano vio acercarse corriendo a Yukari con un vestido lleno de barro, un moño deshecho y unos cuantos rasguños en la cara y los brazos.

- ¡Amano! ¿Estas bien? – preguntó preocupada – ¿Dónde está Hitomi?

- Bien, pero Hitomi no estaba conmigo – dijo Amano mientras la sujetaba por un brazo y Van por el otro, evitando que se cayese por el frenazo que había dado.

- ¡Qué limpia vienes! – dijo Van con sorna, mientras la ayudaba a enderezarse.

- ¡Es culpa tuya! – se quejó Yukari – Si no me hubieras dicho que montara a caballo... ¡Me he caído de él! Y menos mal que sólo estaba con Millerna y Merle – Amano y Van soltaron una carcajada a la vez que retumbó por todo el pasillo y que luego intentaron ocultar y sofocar con toses. – Te odio – dijo Yukari mirando enfadada a Van y luego girándose a Amano dijo – y a ti también te odio.

- Venga Yukari, deja descansar al pobre muchacho – dijo Van mientras que con una mano indicaba a Amano que entrase en la habitación. El muchacho se giró  y abrió los ojos al ver la habitación.

- Sí, yo también pensé en su momento que era más grande que el salón de mi casa, – dijo Yukari burlándose – pero terminas acostumbrándote. Es que al dueño de todo esto, le gusta lo ostentoso y lo grande. No sé, tal vez tenga algún complejo – dijo la pelirroja con malicia. Van la miró con cara de pocos amigos y luego se volvió al muchacho.

- Si tienes algún problema llama a cualquier sirviente. Mandaré que te despierten para la hora de comer – dijo Van ignorando a la pelirroja.

- Has visto, tienes sirvientes y todo – dijo la pelirroja con sorna.

- Te dejamos descansar – dijo el moreno tapándole a Yukari la boca y obligándola a caminar por el pasillo. Amano sonrió mientras los veía desaparecer y luego entró en su habitación. Se dejó caer inmediatamente en la cama. Aquello era mejor que dormir en el frío suelo de una cueva. Mucho mejor.

Notas de la autora: Muchas gracias a la gente que lee este fic. Siento mucho la tardanza de este capítulo, pero los anteriores ya los tenía escritos. Ahora tardaré un poco más en actualizarlo porque al estar con otros dos fics más y al haber comenzado las clases, no doy a vasto. El nombre de Siegfried aparece en otro fanfic de Escaflowne que creo que no está en FF.net. Lo saqué de un libro titulado "El laboratorio de los alquimistas" de Richard Rötzer. Desde un principio pensaba utilizarlo, pero al verlo en el otro fic cambie de idea. Pero debido a mi poca imaginación y a la imposibilidad de encontrar otro nombre, debí volver a la idea inicial. Por eso pido disculpas a los dos autores, a Rötzer (que dudo mucho que lo esté leyendo), por plagiar el nombre de uno de los personajes de su libro, y al autor de fic (quien también dudo mucho que lo esté leyendo), por no conseguir otro nombre para mi personaje. En cuanto a utilizar la historia de la orden el Temple, fue algo que se me ocurrió de pronto y que me hizo plantearme la historia del fic de otra manera. Quienes no sepáis la historia no os preocupéis porque la profesora Yukari la explicará en su momento. Y después de aburrir un rato, aquí van unas contestaciones a los reviews:

Kary: Mejor que te deje con ganas de más, así lo sigues leyendo ;p No, en serio, me alegra que te guste. En cuanto a lo de que por qué cayeron los tres separados, ni idea (y eso que soy la autora). Ya me estoy arrepintiendo de haberlos traído a los tres a Gaea y de que Fanelia tenga mar... pero a lo hecho, pecho. Lo de la elegida espero que te quede algo más claro en este capítulo pero todavía quedan cosas por llegar. En cuanto al reencuentro de Van e Hitomi todavía deberás esperar un poco más.

Mer: Gracias por tu reviews. Lo de la escena del cine es más o menos lo que ocurrió con una amiga cuando fui al cine con ella, sólo que aquella vez se dijeron palabras más fuertes. En cuanto a lo de la muerte de los padres de Hitomi, era una manera e quitarle lazos con la luna de las ilusiones, para que ya no regresara, aunque tal vez me pasé un poco. Bueno, luego pedimos a Lohan que los resucite y ya está.

Please, seguid leyendo el fic y dejándome reviews, que me mola saber lo que pensáis de él.