Capítulo Segundo
Peligro Inesperado
En la oscura y tenebrosa noche de un remoto pueblo en Francia, se oían llantos muy agudos que provenían de una casa grande y bonita, ubicada en una de las calles principales. Dentro, la señora Figg trataba de calmar a una niña pequeña, cuyos ojos azules brillaban bajo las tibias lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
- Arabella, mi niña, por favor, duérmete…
Era una fría noche de invierno y los llantos se mezclaban con el crepitar del fuego de la chimenea. La pequeña Arabella, cuyo escaso cabello se desparramaba muy desprolijamente a ambos lados de su cabeza, no paraba de llorar. Estaba muy inquieta y enferma, aunque no daba la impresión de que le doliera algo. Más bien, lo único que hacía ella era mirar llorando a la ventana.
Marla intentaba calmarla, acariciándola, cantándole, pero la niña seguía llorando, como si estuviera frente a un espectro. Marla suspiró.
- Marcus, querido – dijo, dándose vuelta y alzando a la niña en brazos – Por favor, prepara una mamadera para Arabella. – Marcus yacía tendido en la cama intentando aislar inútilmente el ruido de los llantos con su almohada.
- ¿Otra más? – Preguntó Marcus, mientras se sentaba en la cama mostrando sus ojos enrojecidos - Son las tres de la mañana, cariño. Aparte, si le das más leche no se va a...
El señor Figg paró repentinamente de hablar.
- ¿Querido, que pasa? – Preguntó Marla, sorprendida por la interrupción y se volvió a mirar a su esposo - ¿Marcus?
Marcus estaba inmóvil, con los ojos clavados en la ventana. Había visto algo. Al parecer, una sombra atravesar el jardín sigilosamente. Arabella comenzó a llorar cada vez más fuerte.
Algo pareció moverse entre los arbustos y Marcus ató cabos, muy inteligentemente. La sombra, el llanto... De repente, se le cruzó por la cabeza una de sus peores suposiciones y creyó que se le venía el mundo abajo.
- Ma... Marla, Arabella no está enferma – tartamudeó, con la voz partida.
- ¿Ah? ¿Qué dices? - preguntó Marla, extrañada y tratando de frenar a Arabella, quien la estaba lastimando con sus manitas.
- Va-vallamos al ministerio, rápido – dijo Figg, retrocediendo en busca de la varita, que estaba sobre la mesa, y sin apartar la vista de la ventana.
Sin decir una palabra Marla comenzó a empacar un par de cosas. Lo sabía... iba a suceder… cómo no lo habían prevenido antes.
Tom (o quien fuese ahora) esperaba atento el momento preciso para irrumpir dentro de la casa y llevarse a la niña. Pero se dio cuenta que algo sucedía dentro de la habitación.
- Sospechan - pensó Riddle, viendo el movimiento repentino de Marcus y Marla – No escaparán.
Y sin dudar un segundo más, hizo estallar la ventana de la sala y atravesando por los cristales rotos, cuyas afiladas puntas desgarraron parte de su túnica. Se dirigió hacia la pareja que se hallaba junto a la chimenea, con la niña en brazos que, como si fuera posible, lloraba más que antes.
- ¡Riddle! – se atrevió a preguntar Marla, girando para proteger con su cuerpo a Arabella
- ¿Ahora me reconoces, preciosa? – Preguntó Tom, sonriendo feamente y avanzó hacia la pareja – ahora no importa quien fui. Sólo pásenme la niña y no les haré nada.
- Jamás - murmuró Marcus al momento que echaba polvos flu en la chimenea y empujaba a Marla con Arabella en brazos hacia el fuego verde.
Riddle dio un grito de furia cuando vio que Marcus, Marla y Arabella desaparecían por la chimenea y sacó la varita, pero fue tarde. Encolerizado, salió de la casa y la voló en mil pedazos.
El Ministerio, en ese momento, era presa del pánico y la consternación, al escuchar el relato del matrimonio Figg, mezclado con el desgarrador llanto de Arabella, que parecía sentir todo lo que sucedía.
- No "dejaguemos" que se queden en este país, "señog" Figg – decía consternado y casi atónito el mismísimo Ministro de Magia Francés - "segría" muy "peli'oso" para vosotros. Lo mejor "segría" que "volviegan" a su país natal. Me "guefiego" a "Inglatega"
- Pero… – Marcus miró desesperado a su esposa, sin encontrar una respuesta – Está… bien - replicó Marcus, que seguía alarmado y apesadumbrado - Volveremos a Inglaterra, pero… si dentro de un año no hay indicios de que nos estuvieran buscando, volveremos.
Todo ocurrió tal como lo previsto, nada extraño aconteció el año que pasó, así que decidieron volver, tal como habían acordado a Francia. Volvieron al mismo pueblo y se quedaron en una casa muy cercana y parecida a la anterior y parecía que estaba todo en orden. El Ministro no estaba muy de acuerdo con que volvieran, especialmente al mismo lugar, pero tuvo que ceder. Eso sí, no dejaron de prever alguna posible protección, una muy fuerte. Lo que no sabían era que Riddle aún no se había rendido, que seguía cambiando y aumentando su poder... y que seguía sus pasos con creciente sed de venganza.
Pasaron dos años más, muy tranquilos, llenos de alegrías. Arabella ya había cumplido los cuatro años y era una alegre niña de mejillas sonrosadas y cabello color miel maravilloso. Fue en ese momento cuando sucedieron cosas que cambiarían la vida de su familia para siempre. Era un día común, hermoso, traicioneramente hermoso y todo parecía acontecer como de costumbre en una familia joven.
- Arabella, ¡¡sal de ahí!! ¡¡NO!! No juegues con la sopa, ¡a la sopa no le gusta volar sobre el gato, cariño! - le gritaba desesperada Marla, mientras la pequeña, montada en su escoba de juguete, le tiraba la sopa al gato de la vecina. Aunque estaba por oscurecer, hacía calor y la pequeña no hallaba en qué entretenerse.
- Mami, mami, tu no entiendes, ¡el gatito tiene hambre y está "chucho"! (sucio)
- Ay, mi niña... - le dijo Marla, ya más calmada - El gatito no es tuyo, déjalo ya.
Arabella no se había resignado a dejar en paz al pobre animal, pero desistió ante la mirada de su madre. Marla la estaba mirando atentamente dejar al gato en paz, cuando un tremendo golpe, como si algo muy pesado hubiera caído al suelo la sacó de su tranquilidad.
- ¿Marcus? ¿Estás bien? – Gritó Marla, para que su esposo la escuchara - ¿se ha caído la repisa nuevamente? – añadió, harta de las constantes caídas del maldito estante.
- Sí, sí, ya la … – comenzó Marcus desde la otra punta, pero se frenó bruscamente y dio un grito de horror, que le puso a Marla los cabellos de punta - ¡¡¡AAAAAHHHH!!! ¡¡Expelliarmus!!
Por unos segundos, Marcus comenzó a gritar toda clase de encantamientos, mientras que, detrás de sus gritos, se oían los de una voz fría y penetrante. Lugo, silencio. Arabella desmontó de su escoba de juguete y miró con extraña seriedad hacia el otro lado de la casa. Marla reconoció la voz de inmediato y, antes que el terror la invadiera, agarró a Arabella y la empujó hacia el otro lado.
- Dios mío, Dios mío – tartamudeó, incapaz de sostener el tono de su voz - Arabella, quédate aquí, junto a la puerta.
A pesar de ser solo una chiquilla de cuatro años, Arabella era muy inteligente y se percató de que pasaba algo muy grave y, ¿por qué no decirlo? Estaba paralizada. Los gritos de las dos voces eran tales que le ponían los pelos de punta.
Marla corrió hacia el lugar del duelo y, al llegar, no pudo creer lo que veía: Marcus estaba arrodillado en el suelo, arrinconado por un mago altísimo, de unos dos metros por lo menos. La varita de Marcus estaba en un rincón de la habitación, solitaria y el mago alto, que no se había percatado de que Marla estaba tras él, parecía estar susurrándole algo a lo que Marcus negaba rotundamente.
Marla sacó su propia varita cuando el mago levantó la suya y los gritos se mezclaron.
- ¡Avada Kedavra! – gritó una voz fría.
- ¡Desmaius! – Gritó Marla – ¡¡NO…!!
Todo sucedió muy rápido. La habitación se llenó primero de un enceguecedor color verde y luego, el verde fue atravesado por un rayo muy grande, color rojo. Un instante después, el cuerpo inerte de Marcus cayó al piso con un ruido seco y el mago se desplomó desmayado a su lado. Marla dio un paso y cayó arrodillada junto a su marido. Era un dolor insoportable, no podía ser. Tocó su cara, estaba fría. Lo abrazó y un grito desgarrador quebró el silencio de aquella tarde.
Arabella estaba asustada. Caminó por donde su madre había ido y no entendió que ocurría cuando la vio en el suelo, llorando sobre su padre.
-¿Mami?- Marla abrió sus ojos y vio a su hija parada bajo el umbral de la puerta. Reaccionó. No todo había acabado, ahí estaba su hija… y debía llevársela de aquel lugar lo más rápido posible. Sobreponiéndose a su dolor, Marla tomó a Arabella en sus brazos y partió rumbo a la casa de sus padres, en Inglaterra, porque sabía que aquel asqueroso mago, que había matado a su esposo, despertaría en cualquier momento.
