Tercer Capítulo
Auxilio y Verdades
Eran las tres y media de la mañana cuando alguien tocó la puerta de la casa de los Phonix. Gabrelliè intentó ignorar el sonido del timbre, pero le fue imposible. Se levantó de la cama, quejándose de la juventud y abrió la puerta, dispuesta a insultar a quien la hubiese despertado. Las palabras se congelaron en su boca al contemplar a su hija que, sucia, despeinada y aterrada, sostenía en brazos a su nieta, llorando amargamente.
-¡Dios Santo, Marla qué te ha sucedido!
Siendo el chillido de la madre más fuerte aún que el silbido del timbre también despertó con un leve sobresalto a Phillip Phonix que dormía apaciblemente en el tercer nivel de la casa. Al igual que a su mujer, el sueño se le quitó al ver a su hija.
Media hora más tarde, cuando Marla consiguió tranquilizarse bastante y lograron dormir a Arabella con una poción para dormir sin soñar, el consternado matrimonio Phonix escuchó el relato de su hija. Marla relató toda la tragedia, mientras se ahogaba con las lágrimas y se le cortaba la voz. La señora Phonix estuvo a punto de desmayarse y el señor Phonix, nervioso y furioso, se comunicó con el ministerio. El ministro de la Magia se aterró con las noticias y mandó a Francia un grupo de magos especializados, a buscar el cuerpo de Marcus y, como Marla lo había supuesto, el asesino ya no estaba... y la casa tampoco. Lo único que se veía era una alta pila de escombros muy grandes.
El entierro de Marcus Figg fue muy emotivo. Cientos de amigos y conocidos de la familia acudieron. Todos los presentes se estremecieron al escuchar testimonios impresionantes, como el de aquella muchacha de Ravenclaw que conocía a Figg y lo había ayudado a enamorar a Marla, o el de aquellos compañeros de Marcus con quienes jugaba Quidditch que, a pesar de ser seis gigantes de los cuales el más bajo medía 1.90, no pudieron evitar llorar al mirar el ataúd. Pero, sin duda, el testimonio más emotivo y escalofriante fue el de Mylten Pyxis, aquella compañera de Tom Riddle.
Pyxis se puso de pie, pidió permiso para decir unas palabras y, como se las concedieron, dijo:
- Yo no conocí mucho a Marcus Figg, pero si lo suficiente como para darme cuenta que clase de persona fue y todavía es, porque para mí no ha muerto. Su espíritu sigue vivo en cada lágrima que hoy se derrame sobre esta tierra sobre la que se encuentra su ataúd. Su espíritu ayudará a la venganza, porque yo estoy segura de saber quién estuvo detrás de todo esto y no veo el día en el cual inunde el suelo de su sangre. Por Marcus Figg.
Nadie, absolutamente nadie fue capaz de articular palabra tras ese pequeño discurso. Marla, al oírlo, apretó contra sí a la pequeña Arabella, que parecía saber cada cosa que ocurría, porque ocultaba su cara, llorando amargamente, pero en silencio.
Con la ayuda de sus padres, Marla compró una casa en un barrio muggle, en Surrey. Una bonita casa, el número diez, que estaba al lado de una casa muy limpia y ordenada.
Pasaron algunos días y Marla fue superando poco a poco la angustia para dar lugar a la compasión que le producía ver a Arabella jugar sola en medio de la sala, muy grande para solo dos personas. Uno de esos días, que no parecían avanzar más, tocó la puerta de la casa. Marla, que estaba cocinando, fue a abrir. Caminó con Arabella siguiéndola, miró por la ventana y sonrió, al tiempo que se apresuraba a abrir la puerta.
- ¡Profesor Dumbledore! Un gusto, luego de tanto tiempo... - saludó amablemente Marla, mientras intentaba quitarse a Arabella de encima, ya que la pequeña se abrazaba a sus piernas y escondía su pequeño rostro detrás.
- Mi querida Marla, que bueno verte. Espero que estés bien - dijo cortésmente Dumbledore, sonriendo a través de sus anteojos media luna.
- Llevando la vida, simplemente. Pase, profesor, por favor.
Marla hizo pasar al profesor Albus Dumbledore, un antiguo amigo y profesor, y lo condujo a la sala. En ella, había cuatro gatos muy extraños que Arabella había adoptado. A la pequeña le fascinaban los gatos… pero también experimentaba con ellos: los tiraba por la escalera, los subía a su escoba de juguete y como toda niña, los vestía de muñecas. Aun así, los pobres gatos la querían mucho y se quedaban con ella. Por ello todavía estaban allí cuando Dumbledore y Marla entraron a la sala.
- Marla, hay algo muy serio de lo que debemos hablar - comenzó Dumbledore y miró a Arabella - Se trata de…
- Sigue en peligro, ¿verdad? - dijo Marla, nerviosa, dirigiéndole una mirada entre la desesperación, la pena y el terror.
- Te mentiría si te dijera que no - replicó Dumbledore, mirándola a los ojos fijamente - No es sólo ella la que está en peligro, si no tú también. Creo, que ya sabes lo que quiere… tu descendencia de Merlín y este mago, que si no me equivoco es muy poderoso, desea los poderes que viven en ti y en tu hija… y hay algo más, de lo que aún no estoy muy seguro.
Se provocó un silencio incomodo en el que Marla encontró muy interesante una astilla de madera en el suelo y Dumbledore pasó su mirada de los ojos azules de Arabella a los de Marla.
- Vayamos al grano, no quiero dar más rodeos. Es necesario que te protejas, Marla, tanto tú como tu hija. Te preguntarás por qué lo hago. -continuó como leyéndole los pensamientos- Es una simple razón, el futuro de Arabella será muy importante, probablemente para todos y creo que será la persona indicada para llevar a cabo una misión junto a ti. Pero no creas que es solo por beneficio, si no porque las quiero mucho y… entiendo por lo que estas pasando.
En los ojos de Marla brillaron unas lágrimas, que no llegaron a caer.
- Está bien... - simplemente respondió, más tranquila, pero aún la voz le temblaba un poco - Muchas gracias.
- Un gusto, Marla… un gusto…-Arabella se acercó caminando con dificultad y le entrego una florcita.
Tan solo al día siguiente, el profesor Dumbledore apareció con varios magos más y sus voces se escucharon por un largo rato, insonorizado para los muggles, mientras sometían a la casa de Marla a cientos de hechizos de protección contra toda clase de magia, de cualquier forma y poder. Mientras Marla observaba como su nueva casa iba adoptando una forma rara, no pudo evitar recordar su casa anterior y agradeció mucho a Dumbledore y a sus amigos cuando finalizaron, dejando la casa a la vez igual pero absolutamente distinta a como era antes. Distinta, pero completamente protegida... contra casi toda clase de poder.
Tiempo después de arribar a Privet Drive, el pequeño barrio muggle de Surrey, comenzaron a conocer a los vecinos. A pesar que eran todos muggles, Marla se asombraba mucho de lo simpáticos y agradables que eran todos con y ella y con su hija. Desde ese momento volvió a sentir tranquilidad. Tranquilidad que era solo interrumpida por la familia del número 8 de Privet Drive, cuya casa estaba justamente a la derecha de su nueva casa. La habitaba un matrimonio joven que tenían dos insoportables hijas. La mayor era una chica alta, delgadísima, de ojos grises y fríos, con cara de caballo, y peleaba día y noche con su hermana pequeña, menor por solo dos años. Ella era más baja, rolliza, mejillas coloradas y unos impresionantes ojos verdes que se hacían resaltar por su cabello rojo oscuro y rizado.
A pesar de que las niñas eran mayores que Arabella, ésta las observaba con atención todo el día, desde la ventana de la sala. Luego de tanta espera, un año más tarde, se conocieron.
Fue una tarde en la que Arabella jugaba con su muñeca en el patio delantero. La menor de las vecinas se acercó a la verja que separaba las dos casas y la llamó.
- ¡Hola! ¿Quién eres? - pregunto asomando su cabeza sobre la cerca.
Arabella se puso de pie y caminó hasta la verja abrazando su muñeca, algo extrañada. Ya tenía cinco años y no conocía a nadie de la vecindad, aparte de las señoras que a veces visitaban a su madre, y le extrañaba que alguien le hablara.
- Hola - dijo tímidamente, apretando más la muñeca a medida que se iba acercando a la cerca
- Hola - saludó la vecina, mirando con curiosidad la muñeca que Arabella sostenía - Soy Lily, ¿cómo te llamas?
- Arabella - respondió la pequeña, con una mirada desconfiada.
Se produjo un silencio en el cual las dos niñas se miraron fijamente a los ojos. De repente, la muñeca que Arabella sostenía pareció moverse y Lily clavó su atención en ella.
- Que linda es tu muñeca, dámela- dijo, rompiendo repentinamente el silencio y acercó sus manos al juguete.
- ¡No! - respondió Arabella, dando unos pasos atrás con una expresión entre miedo y enojo.
- ¿Por qué no me dejas verla? - el tono de Lily sonaba enojado y extrañado.
- ¡Porque no quiero!
- ¡pesada! - gimió Lily, indignada.
Arabella le sacó la lengua, dio media vuelta y corrió a su casa. Lily la observó sin atinar a moverse hasta que Arabella desapareció de vista y luego caminó lentamente a su casa, preguntándose quién sería aquella niña tan extraña. En realidad, lo que más le intrigaba era que esa extraña muñeca vestida con una túnica y ese ridículo sombrero puntiagudo parecía haber movido los brazos. A pesar que Lily sabía que era imposible, le parecía divertida la idea.
- Petunia - casi gritó, al entrar en la casa.
- Que quieres, fenómeno - respondió con desprecio su hermana sin mirarla, mientras bordaba sentada en el sillón de la sala.
- Conocí a la chica de la casa vecina - replicó Lily, sin darle tono de importancia a sus palabras.
- ¿Y qué me importa? Debe ser igual de fenómeno que tú, si es tu amiga - comentó groseramente Petunia
- ¡Cállate! - dijo indignada Lily - De todas formas es algo pesada. Es pesada y menor que nosotras y… no es mi amiga.
Petunia se pinchó con la aguja en ese momento y levantó su mirada gris, creyendo que su hermana se había ido... pero no. Lily la observaba todavía.
- No me interesa - dijo con una mueca de desprecio, y volvió a enhebrar la aguja.
Lily se marchó escaleras arriba, en dirección a su cuarto. Cuando Petunia se aseguró que no estaba, dejó el bordado a un lado y se puso de pie, mirando hacia la ventana con malicia. Si a Lily no le había agradado aquella niña, podría tratar de simpatizar con ella para tener alguien más con quien molestar a su insoportable hermanita.
Después de un rato de observar a través del vidrio, Petunia salió al porche para mirar si estaba la niña en el patio de su casa, pero no había nadie. Sonriendo maliciosamente, Petunia volvió a entrar. Esperaría hasta el día siguiente para hablarle, porque seguramente aquella niña había entrado a su casa para no parecer una rara, jugando sola al anochecer.
En esos mismos momentos, Arabella sí estaba dentro de su casa. Terminaba de comer, junto a su madre, en el salón. Luego fueron frente a la chimenea y Arabella se acurrucó en los brazos de su madre, esperando escuchar una historia, un anécdota como todas las noches lo hacía. Marla le acariciaba el cabello lentamente, mientras miraba el fuego crepitar en la chimenea, en enfrente de ambas.
- ¿Qué me vas contar hoy... - comenzó Arabella, y bostezó - ...mami?
- Veamos… - la mirada tierna de Marla vagó desde el fuego a los ojos azules de su hija - ¿Qué te parece si te cuento sobre Hogwarts?
- ¿"Hoglarts"? - Arabella se despabiló bastante y miró a los ojos a Marla - ¿Qué es eso?
- Hogwarts, querida - corrigió ella, riendo cariñosamente - Te encantará ir allá. Es un lugar increíble, donde vas a aprender tantos hechizos y pociones como… - Marla se frenó, a punto de decir "como tu padre". Pero, al mirar nuevamente el azul de los ojos curiosos que la miraban felices, sonrió y continuó - …como el tío Dumbledore.
- Ah… - la pequeña se entusiasmó - ¿y cuando podré ir, mami? ¿Cuándo? ¿Cuándo?
- Ya verás, cuando seas más grandecita - Marla enroscó lentamente un mechón de cabello de Arabella - Es un castillo enorme, lleno de torres y torrecillas, escaleras con trampas, puertas falsas, fantasmas y pasadizos y, claro está, el increíble y peligroso bosque que lo rodea…
- ¿Peligroso, mami? ¿Qué clase de cosas hay ahí?
- cosas muy peligrosas, monstruos terroríficos, seres extraños, no te gustaría entrar ahí - Marla bajó su voz y su mirada quedó fija en el cuadro que tenía en frente. Ahí aparecían ella y Marcus, de muy jóvenes, retratados bajo un sauce, en Hogsmead. Pasaron unos minutos y luego agregó - El bosque está llenos de seres extraños y algunos muy peligrosos, nunca oses entrar o te arrepentirás profundamente…
Arabella ya había cerrado los ojos y se había quedado dormida, apoyada sobre el pecho de Marla. Ya era tarde y estaba cansada, así que Marla se levantó y subió a la niña a su habitación. La puso suavemente dentro de su cama, la tapó y se quedó un rato mirándola desde el marco de la puerta
- Mi pequeña... - murmuró, con la voz anudada - Si tu padre pudiera estar aquí con nosotras, no sabes lo orgulloso que estaría de ti...
Marla se limpió la lágrima solitaria que enfrió su mejilla, dirigió una última mirada a su hija y entró en la habitación contigua. Se desvistió rápidamente, se puso su camisón, se acostó en su cama y, cuando estaba a punto de dormirse, comenzó a recordar sus pocos y tristes años de matrimonio. Las lágrimas que no mostraba durante el día cayeron sobre la almohada sin parar hasta que Marla, con la cara empapada y el corazón más descansado, se durmió profundamente.
Los días pasaban rápidamente y Petunia Sommers ya había olvidado sus maliciosos planes contra su hermana menor y solo se dedicaba a seguir molestándola junto con su mejor amiga, Marge Dursley, una muchacha que en nada se parecía a Petunia. Al contrario, parecían la pareja dispareja, porque mientras que Petunia era flaca y huesuda, Marge era muy robusta y de aspecto agresivo.
Un día, Petunia, que volvía de la escuela, tropezó con Arabella, que jugaba en el patio de su casa. La mirada desconfiada y feroz que recibió de la pequeña le hizo recordar la maravillosa idea que había tenido unas semanas atrás.
- Mmm… esa debe ser la vecina, si… - pensó Petunia, mientras dirigía una mirada astuta y sonreía maliciosamente. Se acercó más a Arabella y la saludó - Hola.
Arabella le dirigió una mirada desconfiada y luego, penetrante.
- Hola - respondió, intentando no reírse. Le resultaba realmente gracioso lo parecida que era la cara de aquella niña a la de un caballo.
-Tu vives aquí, ¿verdad? - preguntó Petunia, para asegurarse que era aquella la niña de quien había hablado su hermana.
-Si, y tu eres la hermana de Lily, ¿o no?
Petunia se sorprendió con estas palabras y no supo que decir.
- S... sí, soy Petunia y tu... eh...
- Arabella.
Petunia observó a su vecina de arriba abajo, preguntándose porque diablos tendría un nombre tan raro. De repente, reparó en la escoba en la que Arabella se apoyaba.
- ¿A que juegas? - le preguntó, mirando extrañada al objeto.
- ¿Yo? - Arabella sonrió maliciosamente y, sin esperar a la respuesta, agregó - A volar en mi escoba
Petunia quedó perpleja, mirando a Arabella. Cuando pudo reaccionar, dio media vuelta y, sin decir nada más, siguió caminando a su casa, con paso apurado.
Arabella se reía fuertemente hacia sus adentros cuando Petunia entró casi corriendo a su casa y cerró de un portazo. Mientras limpiaba las cerdas de su escoba de juguete, pensó cuan asustada había quedado la vecina y que definitivamente prefería no tener ni una amistad con ella.
El tiempo pasó en el almanaque como un huracán para Arabella. Las páginas volaron como pájaros durante cuatro años y cuando se quiso dar cuenta, ya era una niña de nueve años, muy inteligente y simpática, que todavía no podía dominar ni su rebelde cabellera ni sus grandes poderes mágicos.
Al contrario de ella, Marla se había mostrado bastante tranquila durante el primer año, pero luego nadie pudo dejar de notar el nerviosismo del que Marla era presa. Y tenía muy buenas razones para estar así.
Al parecer, en su mundo, el mundo mágico, estaban sucediendo extraños acontecimientos que casi siempre culminaban en el horror y la sangre. La única conexión que tenía con él era Dumbledore, quién cortésmente las visitaba constantemente y le traía noticias tan espantosas que cada vez hacían llorar más a Marla. Arabella no entendía porque cada vez que su tío llegaba a su casa, su madre la mandaba a su cuarto, o a algún lado, y se encerraba en la sala, dejándola con su inocencia insatisfecha. Tampoco entendía porque su madre siempre salía con la misma cara de terror de la sala, y porque casi no la dejaban salir a la calle.
Una tarde tormentosa de verano, se oyó que alguien tocaba la puerta. Arabella dejó de retorcerle la cola a su gato negro y corrió a abrir, pero Marla se le había adelantado y ya estaba en la puerta. Marla no preguntó quién era y abrió directamente, lo que llamó la atención de Arabella. Claro, cuando entró Dumbledore comprendió que tal vez lo estaba esperando.
- Buenas tardes, Marla - saludó cortésmente Dumbledore, calzándose bien los anteojos - Buenas tardes, Arabella
- Hola tío - dijo Arabella antes de que Marla pudiera hablar y se adelantó hacia Dumbledore - ¿Cómo estás?
- Excelente - sonrió el director - ¿Y tú?
- También. Pero no entiendo por qué nunca me dejan escuchar de qué hablan. ¿Qué es lo que está pas...?
- Arabella, ve a jugar - interrumpió Marla cortante, con gesto de preocupación
- Mamá, solo quiero saber, porque tú nunca me explicas
- ¡He dicho que vayas a jugar, Arabella!-levantó la voz algo enojada.
Arabella miró a Dumbledore, pero Dumbledore se quedó en silencio mirándola fijamente a los ojos. Entonces supo que tenía que irse y, sin decir más, dio media vuelta y comenzó a subir las escaleras. Detrás de si, oyó el sonido de una puerta cerrándose, lo que le indicó que Dumbledore había traído algo importante para decir.
Salió al patio como si nada, dispuesta a encontrarse a Lily para pelearse, pero no la encontró y suspiró, mirando melancólicamente. Es que a Arabella le gustaba mucho pelear, y realmente resultaba divertida la manera en que peleaban ella y Lily contra Petunia y Marge. Aunque Arabella y Lily no se llevaban nada bien y su relación se tornaba peor que antes, no tenían otra manera para defenderse de las dos chicas mayores que no fuera uniéndose por un rato. Claro está que las chicas mayores estaban comenzando a sentir algo de miedo por que las dos pequeñas a veces provocaban que cosas insólitas les sucedieran en medio de las peleas, cada vez peores. Por ejemplo, una vez Petunia y Marge las acorralaron contra un par de paredes, y sacaron tarros de pintura para tirarles encima, pero de repente Marge perdió su fuerza y, mientras su tarro se cayó en su cabeza, el tarro que tenía Petunia en las manos le explotó frente a su cara.
Fue muy difícil para Marge y Petunia olvidarse de cómo las miraban y se reían Lily y Arabella, dentro del mismo asombro que tenían estas dos pequeñas. Por eso, pasó bastante tiempo sin que se atrevieran a molestarlas de nuevo, y las dos niñas no se vieron más de esa forma, pero se espiaban mutuamente y estaban al tanto de todos los movimientos de la otra.
El tiempo volvió a pasar rápidamente desde esa visita de Dumbledore y se acercó el final del verano. En uno de los últimos días de la estación, Arabella notó que algo extraño sucedía en la casa de la familia Sommers (parecía que alguien estaba emocionado y otro discutía horrorizado) y nunca más volvió a ver a Lily. Aunque no quería admitirlo, Arabella la extrañaba bastante y no podía dejar de divertirse doblemente al ver a Petunia pasar a su lado, muy enojada, y mirándola como si Arabella fuera una bomba de tiempo, o un extraterrestre a punto de conquistar la Tierra.
Pasó el año y volvió el verano nuevamente. Sin embargo, Lily no aparecía y Arabella se aburría cada vez más. Quizás fue por ello que comenzó a interesarse especialmente en las conversaciones que sostenían Dumbledore y su madre, y la curiosidad fue aumentando cada vez más hasta que se descubrió escuchando las conversaciones, detrás de la puerta. Pero deseó nunca haberlo hecho.
- un mago terriblemente poderoso está acechando a todo el mundo, incluso a los muggles... - se repetía para sí, con terror, mientras caminaba nerviosamente hacia la puerta de su habitación - ¿Pero por qué mamá está tan nerviosa? Se supone que estamos protegidas…
Esa pregunta se la formulaba una y otra vez al escuchar llorar a Marla durante las conversaciones. Arabella no sabía por qué, pero había empezado a sentir nerviosismo cada vez que Dumbledore iba a su casa de visita. No entendía qué era lo que pasaba, no entendía el por qué de las lágrimas de su madre y, menos que menos, por qué intentaban ocultarle lo que pasaba en su mundo mágico.
A fines del invierno, por fin, lo supo, pero no por haberlo escuchado, sino porque su propia madre se lo dijo.
Arabella iba caminando por un sendero absolutamente oscuro, nada se veía. Tenía miedo, y sentía un cortante frío en la cara. Sin embargo, no podía dejar de caminar hacia delante, aunque lo intentaba no podía parar.
De repente, apareció frente a ella una figura muy alta, horrorosa, que la hizo retroceder. No podía ver quién era, o no quería verlo, no lo sabía. Le daba repugnancia solo tener enfrente a esa cosa, pero ahora no podía moverse. La figura avanzó hacia ella, pero Arabella gritó:
- ¡Aléjate de mí, Riddle!
La figura se había detenido, pero en fracciones de segundo sacó su varita y apuntó cuidadosamente hacia ella, quién desesperadamente intentó moverse, pero no. Le fue imposible. Lo último que vio fue un rayo de luz roja, que le pegó fuerte y la hizo caer al suelo. Arabella no podía ver lo que sucedía, pero sintió que un par de manos la había agarrado por los hombros y la estaba zamarreando, diciendo frases incoherentes.
- A... ra... be... lla... - decía la voz, mientras la zamarreaba más fuerte - Ara... be... lla... Arabe... lla... Arabella...
- ¡Arabella, despierta!
Arabella se despertó de repente, sudando frío. Marla la estaba sacudiendo son fuerza, sonriendo, y sostenía en la mirada un dejo de alegría que hacía tiempo que no le veía.
- ¡Feliz cumpleaños, mi chica! - le dijo Marla, abrazándola con fuerza - ¡Ya diez años!
Arabella estaba desconcertada y mareada por el sueño que había tenido, pero abrazó muy fuerte a su madre y le sonrió especialmente. Marla le devolvió la sonrisa y puso sobre la cama la bandeja con el desayuno que le había traído.
Pasaron un día muy feliz. Todo el barrio muggle parecía haber recordado que era el cumpleaños de Arabella y cada dos por tres caía una vecina a saludar, a traerle un regalo, o un pastel para que comiera. Arabella la pasaba muy bien, y Marla estaba mucho más feliz que antes.
Al final de día, cuando despidieron a la última vecina (que les había traído un encantador pastel de frutillas y crema), Marla tomó de la mano a Arabella y la llevó a su dormitorio
- Siéntate en la cama - le dijo, más seria que antes
- ¿Qué pasa, mamá? - preguntó Arabella extrañada, pero obedeció y se sentó en el borde de la cama
- Espera un momento, ya verás - respondió su madre, mientras se subía a una silla y se inclinaba sobre el armario. Sacó de allí lo que parecía un álbum de fotos, bajó, y se sentó junto a su hija.
- Arabella, éste…- comenzó, y le entregó el libro - ...es un regalo que tu padre y yo prometimos darte cuando cumplieras los diez años.
Arabella quedó mirando fijamente la cubierta del libro. Pasó su mano por encima y miró interrogativamente a su madre.
- Míralo, ve.
Arabella abrió el álbum con rapidez y se quedó petrificada. En la primera página, escrito en letra muy prolija (la de Marcus Figg), se leía: "Álbum para mi querida Arabella, que contiene el secreto de su vida... y de su futuro"
Arabella se extrañó mucho con lo escrito, pero no dijo nada y pasó de página. Marla observaba en silencio.
"No tiene caso seguir mintiendo" (decía la página, en la misma letra) "Conozco el secreto que ha marcado mi vida, sé el por qué de la persecución. Me he callado hasta donde pude, y sé que mi silencio es lo que acabará abruptamente con mi vida, la que terminará de una forma no muy agradable, pero ya no tiene caso seguir ocultándolo. Nunca dije nada, la vida de Marla estaba en juego primero, pero ahora tengo una vida más a mi cargo: la de mi hija Arabella. Temí desde el primer día su venganza, pero creo que lograré alejarlo lo suficiente como para escribir esto y confesar el secreto que podría poner en peligro a muchas personas, incluidos Albus Dumbledore, todos los profesores de Hogwarts y todos los miembros del mundo mágico. Pero lo repito: ya no tiene caso seguir ocultándolo. Tengo el deber de explicar el por qué de que probablemente seré asesinado, y ya es hora que todo el mundo sepa el secreto, el terrible y siniestro secreto, que podría cambiar la vida de muchos... y acabar la de más todavía. Por eso lo dejo esto en las manos de mi hija, ya que solo ella, sabrá que es lo que deberá revelar… paso a paso para que nada disturbe su camino."
