Quinto Capítulo
Reencuentros y Nuevas Amistades
Lenta, paulatinamente, pasaron los largos meses. La primavera hacía estragos puros y hermosos en las vidas de todos. Los árboles florecían, con flores brillantes, bellas y coloridas, y un fresco y adorable aroma a campo abierto retozaba en el aire, hechizaba los sentidos humanos, penetraba en las vías respiratorias y dejaba a la gente con la magnífica sensación de haber estado retozando, por largo rato, entre altos árboles olorosos, en medio de un bosque, en medio de la calma... quizás fuera por esto que cada vez había más gente en las calles, hablando, riendo, caminando, disfrutando... Suavemente comenzaba a derretirse la nieve en la tierra, las gotas del agua derretida se escurrían en la tierra como el sudor en las espaldas agobiadas por el término del año, a las que los rayos de Sol calentaban tímidamente.
Tan rápido como empezó, terminó. El calor comenzó a sentirse aún más y el aire comenzó a volverse agobiante, inhóspito en su contacto directo. Se oían los gritos y los juegos de los niños en las calles. Por el calor, por los gritos, y por todo, se sabía que el verano había llegado y que las vacaciones iban de la mano con él.
Las hojas del almanaque caían graciosas, rápidamente, sin que nadie las advirtiera. El goce de los días de veraneo atraía la atención de todas las personas, aún más de los estudiantes y fue en uno de esos días en los cuales una pequeña mano agarró la hoja caída del almanaque, la miró, y un grito emocionado de su voz de dejó oír.
- Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaa, ¿cuándo vamos a ir por las cosas para la escuela?
Arabella corrió escaleras abajo para casi estamparse contra su madre que salía de la cocina. Marla se balanceó con la taza de café hirviendo hacia delante, pero con esfuerzo sobrehumano, logró mantener el equilibrio. Luego dirigió sus ojos hacia Arabella, que entusiasmada, sonreía impaciente.
- Mañana, Ara – dijo sonriente, mientras se daba cuenta cuanto había crecido su hija en tan poco tiempo... – Mañana. Te lo prometo.
***
- ¡Mamá! ¡Apúrate que ya es tarde! – Arabella bajaba corriendo por las escaleras, cuando se tropezó y quedó colgando de la baranda, en una posición poco agradable y cuando menos graciosa.
- ¡Ara! – no pudo menos que exclamar Marla, en medio de una sonrisa que precedía a una carcajada, al ver a su hija agarrada de la baranda de la escalera, haciendo equilibrio sobre su pierna derecha, y braceando al aire en búsqueda de algo en lo que aferrar su mano izquierda.
Marla fue donde Arabella y con un rápido movimiento la ayudó a incorporarse.
- ¡Por favor, Arabella, cálmate!
- Sí, sí, ¡pero no nos va a alcanzar el día para comprarlo todo!
Marla suspiró.
- Si quieres, podemos quedarnos dos días en el Callejón Diagon... pero, por favor, cálmate, ¿si?
Arabella estaba frenética. Contenía en sí la emoción y la alegría de conocer lo que realmente era, conocer su mundo, sus costumbres... tenía tanta energía como un animal salvaje atrapado durante años... y ahora quería verlo todo, conocer, correr... sentir...
- Pero mamá… vamos, ¡quiero conocerlo todo! Nunca me has llevado allá.- Saltaba Arabella tironeándole la ropa.
- Calma, calma – Marla sonreía con simpatía al ver la excitación de su hija – Quédate quieta, Arabella... Mira.
Marla tomó entonces un pequeño recipiente plateado que lanzó destellos platinos hacia los ojos claros de Arabella, quien la contempló con más excitación que antes. Metió lentamente la mano y extrajo, con ella, un puñado de destellos de fantasía. Partículas de mil colores y a la vez ninguno se arremolinaban sobre su palma extendida hacia Arabella, quien los contemplaba, debatiéndose entre el asombro y la alegría. Ganó la última.
Al ver que Arabella alargaba peligrosamente su mano hacia los polvos flú, Marla retiró rápidamente la suya, sonriendo tiernamente ante la cara de desilusión repentina de su hija, y sonriendo aún más mientras miraba el fuego.
- Para usar los polvos flú, debes ser muy cuidadosa, querida.- Marla puso el recipiente en manos de su hija.- Échalos a la chimenea, y cuando veas que el fuego se torna de un color verde esmeralda, debes entrar en ella y pronunciar, correctamente, 'Callejón Diagon'. Cuida de no equivocarte, porque si te equivocas, quien sabe a donde podrías caer...
Los ojos de Arabella estaban casi en espiral de tanta emoción junta.
- Bueno, está bien... pero tú ven detrás, ¿sí? Me da miedo llegar sola...
Marla soltó una risita divertida ante el dejo de pánico que había en la voz excitada de Arabella.
- No te preocupes, iré detrás de ti.
Arabella dudó un instante. Sin embargo, instintivamente su mano se introdujo en el recipiente plateado y extrajo un puñado de minúsculos diamantes multicolores, que arrojó enseguida al fuego. Se elevaron llamas de color esmeralda, crepitando dulce e intensamente... Ella avanzó tensa, con miedo a sentir quemaduras sobre su tersa piel. Mas al poner un pie dentro de lo que ella pensó que le dolería hasta el grito, sintió sólo calidez; lenguas del tibio fuego esmeralda le hacían cosquillas suaves, ligeramente graciosas.
- Callejón Diagon – sonó entonces la voz de Arabella, sin titubeos, agradada.
Todo entonces le comenzó a dar vueltas y más vueltas. Los codos rozaron, levemente, contra las oscuras paredes que la rodeaban, repletas de hollín, llevando un dolor muy leve a su pecho. Vio, ya que no había cerrado sus ojos claros, miles de aberturas con fin desconocido... Tuvo que cerrarlos, le dolían a causa del humo esmeralda y solo se dejó caer... caer...
Un golpe se escuchó cuando Arabella cayó en seco sobre un helado piso de piedra. Voces se escuchaban a su alrededor, mas sus ojos dolidos por el roce del humo, no querían abrirse. Marla salió un segundo después de la misma chimenea, teniendo que saltar para no llevarse por delante a su hija caída, que sintió, en ese momento, que un par de fuertes brazos la incorporaban.
- ¿Te encuentras bien, pequeña?
- Mundungus, ¡tanto tiempo! – sonó la voz de Marla, saludando a quien había levantado a su hija…
- ¡Marla! Qué sorpresa, cuanto tiempo sin vernos – quien hablaba era un hombre fornido, de cabellos claros y ojos amarillos que resaltaban yuxtapuestos a su piel morena - ¿Ella es tu hija?
- Sí, es Arabella – Marla sonreía, sacando a su hija de detrás de ella (donde había intentado ocultarse Arabella), y no veía la mirada de auxilio que ella le dedicaba con sus ojos claros, que resaltaban sobrenaturalmente entre todo el hollín que cubría su rostro, su piel y sus ropas.
- Hola – dijo tímidamente ella, mirando casi de reojo al señor Fletcher, tras darse cuenta que su madre no la sacaría de esa situación.
Marla dedicó una mirada a Arabella, con orgullo, y vio su leve incomodidad. Entonces sonrío a Mundungus, con gran alegría.
- Bueno, Mundugus, ya nos tenemos que ir, vamos a comprar las cosas para el colegio – anunció, con un dejo de orgullo evidente en su voz y dándole una palmadita al hombro de la niña.
- Con que a Hogwarts, ¿eh? – Mundungus sonrío, algo pícaramente - Espero que disfrutes tus años allá.
Sonriendo, se alejó tras saludar de nuevo. Marla respondió el saludo, y luego, se dio vuelta hacia Arabella. La sacudió con fuerza y ternura, limpiándole todo el hollín y se quedó, por segundos, mirando a los ojos a su hija, perdiéndose en la danza de colores azules que la luz ofrecía al chocar con ellos.
- ¿Quién era ese señor, mami? - preguntó Arabella sacudiendo también a si misma.
- Ah… eh, un amigo, querida - balbuceó Marla, saliendo de su trance. Jaló suavemente a Arabella y la condujo a la parte trasera del local.
- Err... Mamá... ¿Dónde estamos? – Arabella soltó una confundida pregunta, algo desilusionada. No le encontraba sentido a que ese local pequeño, lleno de mesas y con un desagradable olor a bebida pudiese ser el Callejón Diagon.
- Éste es el Caldero Chorreante, ahora entraremos en la calleja… –
abrió una puerta, salieron, y se encontraron frente a una pared de ladrillos y
un par de botes de basura debajo.
- Eh… Mamá, estas segura… - Las cejas de Arabella se arquearon, confundidas y algo molestas.
- Sí, sí, ya verás… - siseó algo distraída.
Mientras hablaba, Marla se había ido acercando a la pared, y su varita apareció repentinamente en su mano, como si la hubiese hecho aparecer de la nada. Arabella tan solo observaba. Marla comenzó a contar cuidadosamente los ladrillos, mientras su hija comenzaba a golpear el suelo con uno de sus pies, en señal de impaciencia. Siguió contando, y cuando por fin presionó un ladrillo con su varita...
- Mamá…
- Espera… no vengo hace mucho tiempo por aquí… -Marla suspiró, se rió un poco, y volvió a contar. Esta vez, un nuevo ladrillo fue golpeado.
Frente a los ojos soñadores de Arabella, la pared comenzó a abrirse, y a amontonar ladrillos a ambos lados para formar una abertura que comenzó a asemejarse a una puerta. Tras segundos, se pudo divisar lo que la pared escondía.
Una ancha calle de adoquines descuidados, adornada con tiendas de todo tipo a sus costados, era surcada por personas de todo tipo, enfundadas en túnicas de colores brillantes y oscuros, y el silencio era roto por un cálido murmullo de esa gente yendo y viniendo.
Los ladrillos formaron, por fin, un umbral, por la que Marla hizo pasar a Arabella. Ella, maravillada con lo que veía, trastabillaba constantemente. Al fondo, admiró un gran edificio de mármol blanco, de donde entraba y salía una gran cantidad de gente.
Marla condujo a Arabella a una heladería, y le compró un gran helado antes de sentarse con ella.
- Quiero que te quedes aquí por un momento, ¿si? Necesito ir a Gringotts – dijo, mientras, observaba con una sonrisa las ganas con las que su hija comía.
- Está bien, pero no demores mucho – dijo Arabella, tras tragar lentamente la escurridiza sustancia que sostenía en su boca.
Marla río levemente, se puso de pie y fue hacia la mesa de helados.
- ¿Me la cuidas, Sam? – preguntó ella al dueño de la heladería. De pronto oyó demasiado silencio y volteó para ver como Arabella planeaba hacer aterrizar un poco de helado sobre la calva cabeza de un hombre que tenía aspecto no muy amigable.
- Claro, señora Marla, no se preocupe – dijo el hombre, dándose aires de importancia - Conmigo aquí, no hará ninguna travesura.
- Eso espero – comenzó con tono esperanzado Marla, pero inmediatamente cambió de frase y sonrío - Gracias Sam.
Marla volvió donde Arabella, besó a su hija en la frente y se encaminó directo al banco de magos, esquivando a un par de duendes que salían discutiendo. Arabella se quedó ahí sentada, para terminarse su helado, cuando se estremeció levemente. Le parecía que una especie de timidez repentina la invadía ante ese mundo nuevo que comenzaba a conocer, sin que su madre estuviese a su lado. Decidió no darle importancia, ya se acostumbraría...
Estaba muy divertida mirando a las extrañas personas, magos y brujas que se trenzaban en estúpidas discusiones e interesantes diálogos, y las insólitas mercancías que vendían en todos los locales a su alrededor, cuando de repente vio algo que la dejó con la mandíbula en el suelo y los ojos abiertos como dos pelotas de tenis. Pasaba por ese lugar, justo, una muchacha algo mayor que ella, de cabello rojo encendido y oscuro, que miró de pronto al puesto de helados, como si tuviese ansias de uno. Arabella abrió más la boca al observar ese par de ojos de color esmeralda.
- No puede ser… - murmuró, atajando el helado que amenazaba con caerse de su mano - ¿ella, aquí?
Se puso de pie sin darse cuenta, y con voz escasa y fuerte casi gritó:
- ¿Lily?
La muchacha pelirroja observó por instantes a Arabella sin reaccionar, tras los cuales retrocedió un paso como si estuviese observando a un tigre hambriento, y la señaló con un dedo tembloroso.
- ¿¿¡¡A…A…Arabella!!?? ¿¡Que haces tú aquí?!
- ¡Lo mismo digo! – Arabella no cabía en sí del asombro - Nunca me lo hubiera imaginado. Pero, ¿qué haces aquí? – insistió, mientras cada vez quedaba más asombrada. No podía creer cuan cambiada estaba su vecina, cuanto había cambiado en esos dos años: más delgada y esbelta.
- Vine a comprar mis cosas para… - Lily vaciló un momento, observándola de arriba abajo - Para Hogwarts.
- ¿Tú…? ¿En Hogwarts...? Quiero decir... vine a lo mismo, éste año entraré.
- Ah, ¿si? - respondió Lily con algo de desprecio - Pues nos veremos allá entonces... ... ¿me das un poco de tu helado?
- Sigues igual que siempre… golosa - comentó Arabella mientras reía - No, no te doy, me queda muy poco.
- Y tu igual de testaruda y egoísta, ¿no? - dijo burlonamente Lily, enfadada por la negativa, con una mirada divertida.
Arabella le devolvió una mirada amenazante con la que ni siquiera se despidieron; simplemente, cada una siguió su camino.
Volvió a sentarse, saboreando el último pedazo de cono en sus manos. Vio a su madre acercarse guardando un saquito, grueso, presumiblemente ahora repleto de monedas.
- ¿Ningún problema, querida?
- No… Ninguno, todo tranquilo. – mintió.
- Pues vamos entonces… primero que todo, iremos a comprar tu varita.
Estas simples palabras retumbaron en sus oídos… ¿Una varita propia? Los ojos de Arabella se iluminaron endiabladamente, y Marla río al advertirlo.
- No creas que podrás hacer muchas cosas – comentó ella divertida, mientras caminaban - Nada aprenderás hasta que llegues a Hogwarts.
Ignorando la cara de pobrecita de Arabella, entraron a un local oscuro, lleno de estanterías repletas de cajitas. Un señor medianamente entrado en edad estaba arrimado sobre una silla ordenando los estantes, concentrado en su tarea como si de ello dependiese su vida y sus reencarnaciones.
- ¿Señor Ollivander? - preguntó Marla, extrañada de ver lo que ese caballero hacía.
- ¿Sí? – Ollivander levantó su cabeza para observar a quien le hablaba, y se pegó contra el techo- ¡Ah! ¿Nueva estudiante de Hogwarts? –exclamó mientras se sobaba la cabeza.
- Sí – respondió Marla inflándose de orgullo - Venimos a comprar su… - Marla apretó su ceño – varita… – De inmediato dirigió su mirada a su hija, quien sostenía ya una en mano y saludaba con la otra, intentando esconder los pocos pedazos de un jarrón, esparcidos por el suelo.
Ollivander suspiró - A ver, a ver, suelta eso y súbete sobre ese taburete, pequeña. - Con un movimiento de su propia varita, acercó un pequeño piso a la niña. Arabella subió con bastantes nervios, pero comenzó a reírse al notar a las tres cintas métricas que comenzaban a medirla desde todos los ángulos. Sólo dejaron de medir cuando apareció Ollivander, cargando una pila de cajitas más alta que su cabeza y que a duras penas podía sostener. Dejándolas a un lado, apartó la primera y la abrió, sacando de adentro un larga varita rojiza.
- Veamos, dale una vuelta. Pluma de fénix, madera de roble, 11 pulgadas.
Arabella la tomó de las manos de Ollivander, y la agitó en el aire. Provocó la caída de toda una estantería de varitas y la soltó de inmediato, asustada.
- No, no, no – el señor Ollivander la atrapó en el aire, volvió a guardarla, abrió otra caja, y sacó otra varita - Prueba con esta. Pelo de unicornio, madera de sauce, 9 pulgadas
Esta vez, los cabellos de Marla quedaron electrificados, encendiéndose y apagándose como luces en un árbol de Navidad.
Estuvieron un largo rato probando, con extrañas consecuencias, y ya era un caos la tienda cuando el señor Ollivander, algo impaciente, sacó una última cajita de por allí, y tendiéndole la varita a Arabella, dijo:
- Probemos con esta... una extrañísima combinación, pero por estos pasos… - con sumo cuidado, le pasó a Arabella una varita de una madera muy oscura - Fibra de corazón de dragón, madera de acebo, 8 pulgadas.
- Te apuesto que con esta vuelo el negocio – dijo Arabella con una sonrisita macabra, entre la exasperación y la diversión, mientras se preparaba para hacerlo, tomando la varita que le era extendida.
Al tomarla, un escalofrío le recorrió desde la mano hasta las uñas de los pies y las puntas del cabello, llenando su cuerpo de una grata, muy grata sensación; de pronto se sintió totalmente imponente, capaz de cualquier cosa, al mismo tiempo que una ráfaga de aire la envolvía y hacía que el cabello de Arabella flotasen al son de esos destellos dorados y carmesíes que comenzaban a danzar en el aire.
- ¡Perfecto! ¡Esta es! – Chilló Ollivander, aunque no se supo realmente si era por la satisfacción de que el cliente se iría feliz, o que ya estaba deseando que Arabella dejase de destruir su tienda - Excelente para conjuros, muy fuerte. Buena elección señorita Arabella… aunque, claro está, es la varita la escoge al mago.
Arabella no escuchaba mientras Marla reía con el caballero y pagaba. Observaba una y otra vez a la varita entre sus dedos, desde diferentes ángulos, recorrida por una de las sensaciones más extrañas de su vida. Como si la magia hubiese comenzado a concretizar dentro de ella.
*
Hacía poco que unos fuertes campanazos se habían escuchado, anunciando el comienzo de una calurosa tarde. Justamente también dos chicos discutían fervientemente frente a la tienda de bromas.
- … ¡No! - gritó el más alto, levantando los brazos y agitando una pequeña revista.
- ¡Por qué!, es una buena idea, compremos más bengalas y…
- ¡Te digo que llegaron unas nuevas! Mucho mejores e incluso más poderosas, ¡estas se prenden con la humedad!
- ¿estás seguro? No serán unas de esas malas publicaciones, sabes que los dueños son unos--
- ¡Sí!, ¡ESTOY SEGURO! - vociferó interrumpiendo el otro, impacientándose - Además, hay nuevos dueños. Mira, mi padrino me trajo los nuevos catálogos - Le pasó lo que sostenía en su mano catálogo al chico de anteojos - Estas son: 'Nuevas Fabulosas Bengalas del Doctor Filibuster' – Anunció en voz alta, chocando un dedo contra el famoso catálogo.
- OK, vale, ¿pero no serán más caras…?
- Nah, no lo creo – interrumpió nuevamente, quitándole el catálogo de las manos. – Bien, vamos.
Obedeciendo a las órdenes, aquel que era mas bajo y llevaba anteojos se adelantó un par de metros, iba a tocar la manilla de la puerta, pero el percatarse que no había pasos que lo siguieran hizo que su cabeza girara para ver en que andaba su amigo.
- ¿Sirius?
- ¿Ah? ¡Oh!, ya voy, calma…
Al moverse para seguir a su amigo anteriormente sus ojos, inconscientemente, quedaron fijos en una chica que había al otro lado de la calleja. Extrañamente algo acudió a su mente, pues de recuerdos muy lejanos estaba seguro que en algún lugar le había visto… pero hace muchos años… una visión remota. La miró fijamente un par de segundos, al igual que ella. De pronto recordó un preciso momento de su infancia. Una ligera punzada le removió el estómago.
*
Recién terminaba la mañana y aunque el entusiasmo hubiera sido mucho, ya estaba agotada. Definitivamente no pensaba quedarse más. Ahora, su madre, estaba dentro de Flourish & Blotts, comprando los últimos libros que le hacían falta. Mientras tapaba, con una mano, la luz del sol que caía justamente sobre sus ojos, notó que en frente, a la sombra del alero de Gambol y Japes, un chico de pelo oscuro al igual que sus ojos la miraba fijamente. De pronto algo le dijo, que en algún lugar, alguna vez le había visto. Una borrosa imagen atravesó su mente pero no le dio importancia. El ruido de unas campanitas le anunciaron que alguien salía de la tienda; su madre cargada de libros en una mano arrastraba un baúl con más cosas con la otra.
- Vamos ya, estamos listas - Marla estaba exhausta - ¿me das una mano?
- Claro, pásame unos cuantos libros – A la mención de esto y sin darse cuenta de lo que sucedía Arabella quedó cargada hasta la coronilla, pues su madre le entregó todos los libros. Así salieron del callejón Diagon y se encaminaron a través de la chimenea hacia su casa, con un esfuerzo sobrehumano para que los libros no se desparramaran a destinos diferidos.
Aquellas hojas que hasta hacía poco habían caído tan rápido ahora se soltaban poco a poco. Parecía como si el almanaque no quisiera dejar pasar los días, por poco que faltara para comenzar el curso e ir a la estación de King's Cross. Arabella aún estaba sorprendida con la idea de que Lily Sommers, su vecina y medio rival de toda la vida fuera a Hogwarts, aunque de algún modo le divertía pensar cómo lidiarían día a día en el colegio.
Con gusto llegó finalmente el primero de septiembre y con tan solo diez años Arabella y su madre se encaminaron rumbo a King's Cross.
- Ay, mi niña, cuanto te voy a extrañar. - Marla estaba a punto de comenzar a sollozar mientras entregaba el pasaje a su hija y le abrazaba.
- ¡Mamá! - Arabella se estaba ahogando con el apretado estrujón de su madre – ¡Por favor, si como no nos volviéramos a ver! Vamos, te escribiré, te lo prometo.
- Está bien, está bien. Bueno, cruza y entra al andén, que se hace tarde.
- Bien… ¡Adiós!, te quiero. - Arabella avanzó tres pasos, de pronto paro en seco - eh, ¿mamá? – giró su cabeza para encontrarse con la mirada casi triste de Marla.
- ¿si querida?
- Cómo… ¿cómo cruzo al andén?
Marla rió. - Atraviesa la barrera querida - miró su reloj - … y mejor corre.
- eh, está bien - la chica cerró los ojos, comenzó a mover sus piernas… en cosa de segundos chocó contra algo. ¿No había funcionado? Se equivocaba. Al abrir los ojos notó que todo había cambiado. Frente a ella había un gran tren rojo que echaba algo de vapor antes de la partida, con la inscripción Expreso Hogwarts. Desparramadas a sus pies también había una par de valijas del carro que había estrellado. En algunos logró vislumbrar unas etiquetas que decían L. Sommers. Sonrió maliciosamente.
- Eh, ¡Hola! , ¡OH! Disculpa, no fue mi intención…-comenzó a decir Arabella, cínicamente.
- ¿OTRA VEZ TÚ? ¿ACASO NOS VES POR DONDE CAMINAS? – vociferó una chica pelirroja, extrañamente furiosa.
- Lily… - junto a ella un chico le agarró el hombro.
- Perdona, no es mi culpa que TÚ hayas dejado tu carro justo en la entrada, ¿no?-le aclaró Arabella, calmada entre la diversión y un supuesto disgusto.
Lily se azoró al notar que era el blanco de curiosas miradas, otras que reían, otras asustadas y también de críticas. No dijo nada más y se dispuso a recoger sus cosas para largarse al tren. El chico que estaba con ella miró a Arabella y levantó una ceja. Se dispuso a ayudara Lily y fue tras ella, entrando a uno de los compartimientos.
- ¿Quien era ella? La conoces, ¿no?- preguntó con una expresión divertida.
- Sí, lamentablemente. Figg, mi vecina. – respondió, arrastrando las palabras ásperamente.
- Oh… ¿También muggle?
- Ni idea, recién supe que era bruja el otro día en la calleja.
Levantó las cejas en un mínimo de sorpresa.
- También la vi…
- ¿Sí?… - subió su baúl y luego agregó sonriendo burlonamente – pareciera que te interesa…
- Por favor, Lily, de qué hablas. – comentó desagradado, girando su cabeza.
- Jaja, entonces déjate de hablar de ella, ¿vale?
- vale, vale, perdona… ¿Qué hay de Susan…?
Arabella los observó alejarse con una media sonrisa burlona en sus labios, mientras cargaba de nuevo los paquetes al carrito. Al poner pesadamente el último de ellos sobre el baúl, cambió su expresión; frunció su ceño y dejó de sonreír. - "¿Quién será?" - Se preguntó Arabella para sus adentros, mientras entraba algo confundida a un vagón desocupado. Aquel chico que acompañaba a Lily era el mismo que había visto en la calleja. – "¿Quién será?".
Un agudo dolor proveniente de su pie la hizo fugarse de todo pensamiento.
- ¿Te ayudo con esto esto? - preguntó un menudo chico rubio, de ojos miel, apareciendo de las sombras de uno de los asientos.
- ¡Sí!, sí, por favor, muchas gracias. – respondió efusivamente. Cargaron las cosas en los compartimientos superiores y seguido se sentaron.
- Pensé que estaba vacío…
- No te preocupes, me había dormido, anoche no dormí mucho.
- Ni yo – dijo Arabella, riendo un poco. – ¿Vas a primero?
- ¿Yo? Dios, no pensé que me seguía viendo tan niño… - comentó riendo – No, voy a tercero. Supongo que tu a primero, ¿no?
- Oh, perdona… - se disculpó y respondió - Sí, sí, primero…
Callaron un minuto. Entre todo lo que observaba, Arabella notaba que el chico miraba constantemente su reloj, nervioso. De pronto sonó el silbido que indicaba la partida y el chico saltó, mirando la ventana.
- ¡Mierda, no de nuevo! – se llevó una mano a la cabeza y se tiró al sillón nuevamente.
- ¿Qué-pasa? Si se puede saber, claro. – preguntó Arabella sorprendida a la reacción del chico.
- Qué demonios, James se va a quedar abajo de nuevo.
- ¿James?
- Un amigo. En primero tuvieron que parar el tren después de la partida para que subiera y el año pasado se quedó abajo. Aún no sé cómo llegó a Hogwarts.
Arabella miraba también por la ventana ahora y al observar que las ruedas hacían amago de comenzar a girar, vio aparecer por la barrera un carrito desfrenado que se abalanzó contra la puerta del tren y comenzó a correr tras ella.
- ¡Parece que ahí viene!
- ¿Si? – miró a la ventana y en seguida la abrió. – ¡James, tarado! ¡Pide que lo paren! - Pero a la mención de esto ya comenzaba a frenar.
- ¡ya lo hice! – gritó de vuelta, riendo.
En cosa de segundos, aquel chico ya estaba instalado en el compartimiento, conversando locuazmente.
- Mamá de nuevo se tardó – argumentó – ¡No me culpes! – agregó observando la cara de incredulidad de su amigo. – ya sabes, mamá tenía tanto que hacer, cosas del ministerio, almuerzos, bla, bla, parece que casi lo olvida.
- Pobre de ti… - comentó irónico.
- Si, pobre de mi y pobre de ella si vas a dejar que oiga todas tus estupideces.
Arabella, que había permanecido ensimismada en sus propios pensamientos, levantó una ceja y miró por el rabillo del ojo al chico que había comentado esto. Aún se le notaba algo mojada la nariz, cómo los lentes le comenzaban a resbalar por el sudor de la carrera que había dado tras el tren.
- Eh… ni yo me he presentado. Remus Lupin, ¿tú?
- James Potter, un gusto.
- Le hablo a ella, tarado.
- Arabella Figg, un gusto conocerlos a los dos. – Sonrió y luego dirigiéndose a James preguntó – ¿Puede ser que te haya visto en el callejón Diagon hace un par de días, con otro chico?
- Podría ser… hablando de eso, Remus, ¿has visto a Black?
- No, apenas llegué me subí aquí y no he sabido de nadie hasta que llegó Arabella. Puede ser que esté con su amiga esa, Lily.
- Claro, cualquier cosa para estar cerca de Bauks – rió James
- Y tu qué darías por estar ahí, ¿no? – rió Remus
- Cállate… -murmuró James, sonrojándose en contra de su voluntad – no sabes lo que dices.
Remus iba a abrir la boca para contraatacar pero Arabella les interrumpió.
- ¿Lilian Sommers?
Cuatro ojos se dirigieron sorprendidos a la pequeña, observadores.
- Sí, compañera nuestra,… ¿la conoces? – respondió James, dándole un codazo a Remus.
- Claro, me armó una escena afuera. Es mi vecina.
Justo en ese momento un hombre bastante viejo tocó la puerta del compartimiento, preguntando si querían golosinas. La reacción fue instantánea. Lupin sacó un par de monedas de plata de su bolsillo y compró varias cajas de Ranas de Chocolate, mientras James hizo lo mismo pero en cambio eligió dos cajas de Grageas de Todos los Sabores Bertie Botts. Arabella no compró nada, no había traído dinero a mano y de todos modos no tenía hambre. Cuando ya habían comenzado el festín, Remus preguntó.
- ¿Tú también vienes de familia muggle?
- ¿Yo? No, no… - contestó. Miró extrañada la cara de Remus, quien también estaba así y le daba una significativa mirada a James. Luego explicó: - Si lo dice por que sea vecina de Lily es porque a mi madre no le gusta estar mucho en contacto con el mundo mágico – mintió.
- ¡Ah! Ya veo…
A lo largo del camino mantuvieron una conversación relajada, contaron cosas acerca del colegio, los profesores, le dijeron algunas mentiras a Arabella para asustarla y también hablaron del Quidditch, el cual Arabella conocía muy poco. Pronto llegó el momento en que los chicos salieron para ponerse las túnicas, ambas de Gryffindor y Arabella para ponerse la suya aún sin insignia. Ya al atardecer paró el tren en la estación de Hogsmead, un pequeño pueblo absolutamente mágico cercano a Hogwarts. Había sido un viaje largo y ahora Arabella debía separase de aquellos dos chicos que había conocido para subir a los botes junto a todos aquellos que probablemente serían sus compañeros.
Siguió a un enorme hombre que llamaba a todos los de primero y los hizo subirse a unas pequeñas barcazas a la orilla de un lago. Avanzaron un poco y tras una masa árboles lo vio. De a poco, de entre los oscuros árboles a la orilla del lago, fueron asomándose luces brillantes, en la mitad de un páramo, que alumbraban más que la luna la travesía de los botes. Era un castillo enorme, nunca se lo había imaginado así, a pesar de los detallados relatos de su madre. Imponente, con cientos de torreones y torrecitas estaba ahí, a la orilla del lago. Antes de lo esperado, pisaron el césped húmedo de la orilla y siguieron a Hagrid, el guarda bosques, hasta una escalinata gris, que daba a una enorme puerta de roble. Ahí los esperaba una profesora joven, de aspecto severo, lentes cuadrados y un apretado rodete. Ella los guió a través de un gran hall, de altos cielos y les hizo detener ante otras grandes puertas. Arabella levantó la vista y observó, para su asombro, los cientos de escaleras que avanzaban sobre su cabeza.
- Es ahora que, por primera y única vez, vais a ser elegidos en distintas casas, Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Ahí estudiareis con alumnos como ustedes, por los próximos siete años si es que no hacen ninguna tontería que lo evite. Desarrollareis distintas cualidades y os preparareis para afrontar a un mundo que talvez no vaya a ser como lo es hoy.
Miró un momento a los nuevos alumnos y continuó:
- Ahora, tras estas puertas, os encontrareis con el resto del alumnado, quienes esperan ansiosos saber a donde los destinará el Sombrero Seleccionador. Cuando la decisión sea tomada, os sentaréis en la mesa de sus respectivas casas. Adelante.
Mágicamente las puertas se abrieron y la profesora les guió entre las mesas hacia la mesa del profesorado. En frente de él había un taburete de tres patas y encima un viejo sombrero rasgado. Sin darse cuenta, Arabella comenzó a temblar. No sabía si de nervios o de frío, al mirar el helado cielo raso sobre ella. Aún sus ojos enfocaban las pocas estrellas que aparecían arriba cuando una voz retumbó por todo el salón, pidiendo silencio. De inmediato la reconoció.
- Buenas noches, queridos alumnos, les doy la bienvenida a este nuevo año que les aseguro que no será igual que el anterior. – Los Slytherins comenzaron a murmurar, por esto levantó la voz - Sé que se preguntarán qué hago yo aquí, parado haciéndolos escuchar un discurso probablemente aburrido y desagradable proviniendo de un viejo loco como yo – (risas) - y dónde se encuentra el profesor Dippet. Sólo les puedo responder que me han nombrado, para mi orgullo, director de Hogwarts. - Dumbledore subió el tono de voz, ya que esta vez todos comenzaron a murmurar - Sé que todos me conocen, pues he trabajado como su profesor de transformaciones varios años y ahora en mi cargo estará la joven profesora Minerva McGonagall. También quisiera presentarles a la nueva profesora de pociones, Mylten Pyxis, quien asimismo estará a cargo de la casa de Slytherin. Gracias – se sentó y de inmediato una enorme ola de aplausos por parte de la mayoría y ovaciones de algunos Slytherins llenó el salón.
La profesora McGonagall se acercó al taburete y con una mano en el sombrero y otra sosteniendo un largo pergamino, dijo:
-¡Ackwards, Liza!
Una chica salió adelante, se tropezó, cosa que causó risas y luego se sentó en el taburete, con los ojos cerrados. El sombrero fue posado en su cabeza y tras unos segundos, este gritó:
-¡Hufflepuff!
De pronto Arabella se percató de lo que pasaba: había comenzado la selección y estaba extremadamente nerviosa. También comenzó a temblar cuando el director le guiñó un ojo al verla ahí parada en la fila de los nuevos alumnos. Los dos próximos fueron a Ravenclaw, el siguiente a Slytherin y a continuación una chica a Gryffindor, Martina Rivell. Definitivamente, no se lograba imaginar en donde caería.
- Figg, Arabella
Mylten Pyxis, la nueva profesora de pociones, dio un respingo y miró fijamente a la pequeña alumna que acababa de subir, nerviosa, al estrado. Curiosamente aquel nombre le había llamado mucho la atención, ya que esto le había tomado por completa sorpresa.
Arabella se tambaleó, pero subió rápidamente hasta el taburete. Una joven profesora, que estaba igual de nerviosa que ella, colocó cuidadosamente ese sombrero viejo y ajado sobre su cabeza, el cual le quedaba algo grande. Le tapó hasta sus ojos, lo que le dio la desagradable sensación de estar flotando, e instantáneamente comenzó a oír una voz susurrante en su mente.
Pero qué tenemos aquí… Curioso, lo más rápido sería enviarte a Ravenclaw… si, Ravenclaw, está en tu sangre.
- ¿Sangre…? – pensó.
Sí… tú sangre, la sangre. – un momento de silencio - Con que curiosa… Hm.. Tenemos mucho que pensar. Dolor… pero curiosa con toda razón. Precisa, novena… Sí, sí, harías buen papel con leones como con águilas, y tal vez... tal vez también con las serpientes… Ese ingenio podría hacer buen papel en todas partes...
- ¿Leones, Águilas, Se-serpientes?
Sí… va más allá que tu varita, va más allá, pero… Si las serpientes te buscan y tu curiosidad va por sobre tu sangre, tendrás que ser…
-¡GRYFFINDOR!
¿Gryffindor? Qué extraño, pero si… Aunque, tal vez, sea para mejor...
Leones… alguna razón tendrá que haber…
Lástima… la curiosidad mató al gato, dicen...
Esas tres miradas, sumamente atentas a lo sucedido, esas tres personas que creían en lo que exactamente no ocurrió, dejaron a un lado sus pensamientos y siguieron presenciando la selección.
