Capítulo 2
La Maestra


La diligencia se detuvo en la calle central de Palanthas City, justo delante de Las Tres Lunas, que era el lugar considerado más céntrico de toda la ciudad... por algo la madamma Ladronna lo había elegido para erigir su negocio. El conductor abrió la portezuela con indiferencia y, con igual desinterés, comenzó a arrancar las flechas de la madera. Habían tenido mucha suerte, sólo les habían atacado un pequeño grupo de Que-Sí, otro de Quali-nesti, otro de Silva-nesti y un dragón rojo salvaje pequeñito (no más de veinte metros). Mucho peor hubiera sido toparse con la Banda de la Rosa Mustia.
-Oiga, ¿es que no piensa ayudarme a bajar?
El conductor le echó una mirada indiferente a la mujer que asomaba la cabeza por la ventanilla.
-No.
-¡Pero esto está lleno de barro!
-¿Y qué esperaba? Toda la calle está así después de dos días de lluvia.
-¡Pero me voy a manchar mi vestido! ¡Usted no lo entiende, es un último modelo de Ergoth y es muy delicado! -La mujer, una belleza de piel pálida, pelo moreno, ojos grises y traje blanquísimo y ostentoso, se sujetó los bajos del vestido estudiando el agua sucia con un estremecimiento.
-A mí como si quiere ser de piel de unicornio...
-No se preocupe, señorita, ahora mismo le... ¡Oooof!
Una enormidad de hombre se acercó a la diligencia, tropezó con sus propios pies y cayó de cabeza al charco, casi salpicando de barro el modelito en el ínterin.
-¡Aaaaargh! -gritó la mujer dando un salto hacia atrás que por poco no vuelca el carruaje en su ansia por escapar de las garras de la suciedad. Luego miró a aquel tipo estirado sobre el charco-. Oh, gracias, muy amable. -Y saltó sobre su espalda y, caminando con cuidado por ella y por sus piernas como troncos, llegó al entarimado de la entrada de Las Tres Lunas.
-De nada -sonrió el hombretón a través del barro que le cubría por completo la cara. Escupió un trozo al comprobar que no era comestible.
Dándole la espalda, la mujer se dirigió hacia la puerta batiente. Se acercó a uno de los sombreros de ala anchísima que dormitaban a los lados de la entrada al local.
-Disculpen...
-Zzzzzzzzzz...
-¡Disculpen!
-Zzzzzzzzz...
-Bah, eshoh borrashos gullyh no van a decihle ná-dijo un aliento apestoso a alcohol.
Con una mueca de asco, la mujer se apartó del sucio medio elfo barbudo que la miraba con ojos lujuriosos. Era un tipo mugriento y asqueroso que llevaba una botella de aguardiente enanil vacía en una mano.
-¡Eh, tú, Tanis, deja a la señorita! -gritó el hombretón lleno de barro.
-¡Calla tú, Caramamón, q'eresh máh tonto q'un shapato!
La mujer aprovechó para escabullirse al interior del local. Éste no era como había imaginado que sería un típico saloon del salvaje este, sino que estaba decorado con gusto un poco hortera, pero menos daba una piedra.
-¡Bienvenida! -exclamó una mujer muy elegante (pero no a la moda, que conste) que la estudió rápidamente de arriba abajo y sonrió, al parecer satisfecha de lo que veía-. Sí que te has dado prisa en venir, querida.
-Bueno, en cuanto me asignaron después de aprobar las oposiciones... -replicó ella, indecisa.
-¿Ahora hacen oposiciones? ¡Vaya, como está el patio! -dijo Otik con un silbido.
Ladronna había fruncido el ceño.
-¿Podrías decirme tu nombre, querida?
-Claro, soy Taurinius, Crysania Taurinius.
-¿No eres Jessica la Descocada?
La señorita Taurinius enrojeció.
-Pues me temo que no...
-Vaya, ya me parecía a mí que tenía demasiada buena presencia -gruñó la madamma.
-Yo estoy buscando al alcalde Amothus.
Un silencio tenso se cernió sobre el local.
-¿El alcalde? -preguntó Otik-. Bueno, yo no soy quién para afirmar nada, pero se cree que ahora trabaja en el rancho de "Joe Vanni" Majete. No hay pruebas de ello, claro...
-¿Y qué hace el alcalde trabajando en un rancho?
El tabernero se dispuso a replicar, pero cerró la boca con un crujido audible en cuanto las puertas batientes se abrieron para dar paso a un Dalamar resplandeciente en su traje negro y con sus varitas colgando del cinto. Se acercó a la barra con una sonrisa torva, haciendo resonar las espuelas con sus pasos lentos.
-¡Un elfo, no es posible! -exclamó la señorita Taurinius.
El mago elfo le lanzó una mirada fulminante que la hizo encogerse.
-Vaya, lo siento. Es que al no verle con plumas y pellejos de animales rodeados de moscas... Nunca había oído hablar de un elfo civilizado... -Calló al ver que sólo estaba empeorando las cosas.
Dalamar la ignoró, dirigiéndose directamente a Ladronna.
-He venido a... -enmudeció al ver la figura de blanco que estaba sentada al fondo del local, observando la escena con mucha atención. Palideció-. Vendré más tarde.
El elfo dio media vuelta y continuó avanzando hacia la calle lo más deprisa que le fue posible sin dejar ver que estaba huyendo. Tras su precipitada marcha, Par-Salian se levantó de su asiento y se acercó a la barra.
-Así que debo buscar al alcalde en ese rancho, ¿no? -estaba preguntando la forastera emperifollada.
-¿Y para qué lo quieres? -inquirió Ladronna.
La muchacha les mostró una carta firmada por el susodicho Amothus.
-Verán, soy la nueva profesora y debo saber...
-Pues ahora mismo estamos sin alcalde. Si tuviéramos un sheriff competente te diría que fuera a hablar con él, pero como no es el caso, será mejor que vayas a casa del juez Hederick -explicó la madamma.
-¿Quién era ese elfo? -preguntó Par-Salian, ganándose una mirada de reproche de la señorita Taurinius al cambiar de tema.
Otik echó una mirada temerosa a las puertas batientes.
-Dalamar, el capataz de Shoikan Corral.
-¿Y a qué venía tan decidido?
-A recoger el impuesto -bufó Ladronna.
-¿Qué impuesto?
-El mismo que no quiso aceptar el alcalde Amothus y que ahora que él ya no está debe pagar toda la ciudad a "Joe Vanni".
-Eso suena a ilegal.
-Pues no lo es en absoluto, hay una ley que lo dice.
-¿Y nadie ha intentado revocarla?
-El juez Hederick come de la mano del ranchero, el sheriff nunca se entera de nada y todo el mundo tiene demasiado miedo de las varitas de "Joe Vanni".
-Además, sus enemigos suelen acabar trabajando para él -añadió el tabernero en un susurro.
-Bueno, ¿y yo qué? -protestó la nueva profesora.
-Ves a hablar con el juez. Vive en la casa más grande de la ciudad, como es lógico en un juez corrupto. Puedes dejar tus cosas aquí, te las guardaremos.
La señorita Taurinius salió del saloon.
-¿Tan bueno es? -preguntó Par-Salian.
-¿Quién? ¿"Joe Vanni"? Se dice que es la varita más rápida a este lado del Nuevo Mar.
Los ojos del viejo mago relucieron.
-Bien, bien... Resulta que yo soy la varita más rápida al otro lado del Nuevo Mar...

Justo acababa de girar la esquina la señorita Taurinius cuando el hombretón embarrado, Caramamón, se acercó al banco donde el sucio medio elfo exudaba vapores etílicos y se dejó caer pesadamente en él, casi rompiéndolo con su peso y tirando al borracho al suelo. Éste le lanzó una mirada llena de animadversión, si bien Caramamón la ignoró -tenía mucha experiencia en ignorar miradas asesinas- y soltó un suspiro aparentemente salido de sus enormes pies.
-¿Qué te pasha 'hora? -le preguntó Tanis desde el suelo.
-¿Has visto a Raist?
El medio elfo palideció. Casi pareció serenarse de golpe. Casi.
-No, ni ganah. Ye, amigo, sherá mejó que dejeh de ih dishiendo por'hí q'eh tu'rmano. Esho no eh bueno... Shobretó pa'ti.
-¡Pero es mi gemelo!
-Enshima. No's paresheih ni en er branco de loh ojoh. Cucha, colega, eshe tipo eh malo... Shi shigueh dishiendo gilipolleceh vah a acabá currando en er Corral...
-No sé porqué dices eso, trabajar allí no es tan malo.
-¿Que no?
-No, me lo ha dicho Palin.
-¿Quién eh eshe Palin?
Caramamón le miró con extrañeza.
-Mi hijo...
-¡Tú no tieneh hijoh!
-¡Que sí!
-¡Que no!
-¿Queréis dejar de armar escándalo vosotros dos? Hay gente que intenta dormir después de trabajar toda la noche -dijo una voz femenina pero autoritaria.
Tika la Pelirroja, la estrella más destacable de Las Tres Lunas -y una verdadera experta en espantar borrachos con sartenes, como tenía bien comprobado Tanis-, estaba apoyada en el alféizar de una de las ventanas de las habitaciones del piso superior del saloon. Parecía cansada pero decidida a usar el cubo de agua que tenía a su lado, sobre el alféizar.
Ignorando la presencia del cubo, el hombretón la saludó con evidente alegría.
-¡Buenos días, Tika!
Ella esbozó una sonrisa cansada.
-Buenos días, Caramamón. ¿Por qué no vas dentro? Seguro que Otik puede darte algunas de sus patatas al chili...
-Patatas... -El hombretón empezó a babear sólo de pensar en ellas. Su pasión por la comida era incluso mayor de la que sentía por aquella bonita muchacha de rizos rojizos.
Tanis, resguardado ya del posible riesgo de sufrir una ducha no deseada -él era de los que se bañaba una vez al mes como mucho- bajo el porche del saloon, bufó irritado. Aunque su amigo fuera definitivamente el tonto más tonto de toda Palanthas City, la gente solía apiadarse de su estupidez y le ofrecía comida a cambio de su compañía, siempre alegre aunque boba, y de vez en cuando le daban un extra a cambio de trabajillos sucios tales como cortar leña cerca de la escuela, limpiar pozos negros y cosas así. Y como a la gente de la ciudad le encantaba creerse superior a los demás -ilusión que lograban con creces en compañía de Caramamón-, él era un tonto ciertamente bien alimentado. También se rumoreaba que el hombretón solía ser invitado con frecuencia a las casas en las cuales los maridos habían salido de viaje, si bien es cierto que uno no podía acabar de fiarse de lo que se decía en las calles...
Tanis gruñó para sí mismo. Su amigo era muy afortunado. No como él, un medio elfo al que habían expulsado de su tribu, la de los Quali-nesti, porque era más borracho y ladrón que el propio jefe y por ello ponía en peligro su posición privilegiada. Lo peor era que la excusa que habían alegado ... Sí, Caramamón era afortunado: nadie le acusaría nunca de abusar de menores... En todo caso se le acusaría a la menor de abusar de él...

Milagrosamente, la nueva profesora consiguió llegar hasta la casa del juez Hederick sin mancharse su vestido blanco. Delante de la gran casa -casi una mansión, aunque mucho más burda y sin un estilo definido- estaba detenido un carruaje tirado por un dragón azul. El elfo Dalamar le echó una mirada despectiva desde el pescante.
Llamó a la puerta y casi se desmayó del susto al abrirla un horrible y gordo hobgoblin.
-¡Qué quiere! -croó la criatura.
-Soy Crysania Taurinius, la nueva profesora y he venido para hablar con el juez Hederick ya que me han dicho que...
-El juez está ocupado.
-Pero...
-¡Está ocupado! Vuelve más tarde. O mañana. O nunca.
-Pero...
La puerta cerrada se negó a contestarle.
Con las mejillas ardiéndole por la vergüenza, la mujer se dispuso a alejarse ignorando la risita burlona del elfo.