Capítulo 3
Joe Vanni
Par-Salian entró en el barracón que hacía las veces de cárcel y de oficina del sheriff. Era un lugar que, de no haberle advertido, hubiera pensado abandonado, lleno de telarañas, polvo y, sobretodo, el silencio que anunciaba la falta de criminales en sus celdas. Se encontró al sheriff roncando y babeando a pierna suelta. Era un viejo incluso más viejo que él y, por lo que se veía, bastante peor conservado.
-Sheriff Frisbee. -Al no recibir más contestación que un ronquido un poco más sonoro que los demás, sacudió un poco con el pie la silla donde estaba aposentado el anciano-. ¡Sheriff!
-¿Ein? -El sombrero de ala ancha le cayó sobre los ojos-. ¡¿Quien ha apagado la luz?!
Con un suspiro, el agente le quitó el sombrero y el sheriff le miró asombrado.
-¡Vaya! ¿Quién es usted, buen hombre?
-Soy Par-Salian, agente del WAYRETH, de la Brigada de los Gabardinas Blancas. -Le mostró su placa con el rayo hendiendo un árbol.
-Oh, vaya, un Gabardina Blanca... -Miró a su alrededor desorientado-. ¿Dónde está ese vago de Hume? ¡Esto está lleno de polvo!
-¿Quién es Hume? Aquí no he visto a nadie.
-¡Mi ayudante! ¿Dónde se habrá metido...? Bueno, da igual, ya volverá. ¿Y qué decía que quería, buen hombre?
-He venido desde nuestro cuartel general para capturar a un peligroso criminal...
-Vaya. Pues aquí no tenemos criminales, buen hombre -dijo señalando las celdas vacías a excepción de las arañas y las ratas. Luego añadió en un murmullo pensativo-: O si los había no sé dónde se han metido...
-He oído hablar de un tal "Joe Vanni"...
-Ah, sí, Giovanni... Pero no es ningún criminal, buen hombre. Es un buen chico; algo histérico, pero buen chico. Además, da trabajo a mucha gente de la ciudad. Un buen chico, sí señor -afirmó con rotundidad.
Viendo que el viejo sheriff había interpretado a su manera la "generosidad" del ranchero, derivó el tema hacia otros derroteros.
-Ya, pero tengo mis sospechas... Verá, el criminal que estoy buscando es muy astuto y también poderoso y creo que puede estar viviendo en esta misma ciudad oculto por un disfraz, y el candidato con más posibilidades es ese "Joe Vanni"...
-No creo que a Giovanni le gusten los disfraces, es demasiado vergonzoso -musitó el viejo mesándose la barba ponderadamente.
Par-Salian empezó a enfadarse ante la actitud del sheriff. No sabía si le estaba tomando el pelo, si había sido comprado por el hacendado o si simplemente era tonto de remate.
-En fin, dígame todo lo que sepa de él.
-Es un buen chico.
-Eso ya me lo ha dicho antes. ¿Algo más?
-Cría unos bichos... ahora no recuerdo cuales... ¿eran hidras o nagas?
-¿Algo más? -repitió el agente con impaciencia. Estaba claro que no iba a sacar nada de aquel viejo idiota.
-Pues que ahora recuerde...
-Muchas gracias por su ayuda -gruñó el Gabardina Blanca sin perder un segundo para irse de allí.
-De nada, buen hombre -le gritó el viejo alegremente-. Vaya, ¿dónde estará ese zángano? Seguro que se ha ido a jugar a las cartas con su amigote ese Majus...
-¿Quién es esa dama? Nunca antes la había visto-dijo Raistlin "Joe Vanni" mirando por la ventana del salón del juez.
Éste, sudando a mares como siempre hacía en presencia del ranchero -sabía perfectamente que lo único que le salvaba de convertirse en un peón en cierto rancho era su utilidad como marioneta-, se acercó a la ventana y movió la cabeza en ademán negativo.
-No la conozco, señor Majete.
-Parece que tu criado la ha despedido de mala manera sin ni siquiera avisarte -comentó con cierto tono de reproche.
Hederick intentó tragarse el nudo que le impedía hablar. Intentando recobrar algo de su compostura abrió las puertas del salón y gritó:
-¡Toede! ¡Ven aquí, maldita escoria goblin!
El sirviente se apresuró a presentarse ante su amo.
-¿Sí, señor juez? -dijo sumisamente.
-¿Por qué no se me ha avisado de que teníamos visita?
El hobgoblin le miró sin comprender.
-¿Uh?
-¡La señorita que ha venido antes, estúpido!
Toede empezó a darse cuenta de que algo no marchaba bien, y cuando algo no marchaba bien, él solía ser quien pagaba los platos rotos, tuviera o no la culpa.
-Bu-bueno, señor juez, como estaba reunido yo pensé...
-¡Tú, pensar! ¡No te pago para pensar, imbécil! -Visto el interés que aparentemente había puesto el ranchero en la mujer, se le ocurrió una brillante idea-. ¡Ves a buscar a esa señorita enseguida!
El sirviente hobgoblin se mordió la lengua antes de que se le escapara un comentario sobre lo que le había ordenado el juez que hiciera si alguien aparecía por la casa mientras estaba reunido con el temido hacendado. Sin embargo, el poco sentido común que tenía en su cerebro goblinoide le instó a cerrar la boca y obedecer.
-¡Espere, señorita! -gritó corriendo por medio de la calle para alcanzarla.
-¿Qué quiere? -le preguntó ella con altivez.
-El señor juez puede recibirle ahora...
-Pues ahora no tengo tiempo, tengo que encontrar alojamiento -replicó con voz gélida como el aliento de un dragón blanco.
-Por favor... -imploró el hobgoblin, casi lloroso. Él también había percibido el interés de "Joe Vanni" por aquella mujerzuela. No quería acabar trabajando en Shoikan Corral a las órdenes de aquel elfo presuntuoso que observaba con atención la escena desde el carruaje de su jefe.
Ella se ablandó un poco.
-Bueno...
-Venga, venga, por aquí, señorita -dijo él guiándola hacia la entrada de la casa.
Una vez en ella, la llevó al salón donde esperaban Hederick y el señor Majete, el primero en silencio temeroso, el segundo en uno meditativo.
-La señorita Crysania Taurino -la presentó el criado.
-Taurinius -le corrigió ella con una mirada fulminante.
-Bienvenida a Palanthas City, señorita Taurinius -dijo el ranchero aproximándose a ella con una sonrisa semejante a la de un lobo. Sus retorcidos procesos mentales ya se habían puesto en funcionamiento a marchas forzadas. Por su vestimenta, aquella mujer era forastera, sin duda procedente de Ergoth, la cuna de esa cosa tan ridícula llamada "moda". Recordando algo que había leído una vez, le cogió la mano y se la llevó a los labios-. Espero que su estancia en nuestra ciudad sea agradable.
Ella no logró responder, atrapada en su mirada. No podía arrancar los ojos de aquellos pozos dorados y sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas.
-¿Y con quién tengo el placer de hablar? -logró murmurar un par de minutos después.
La sonrisa de él se amplió.
-Oh, ¡qué desconsiderado por mi parte no presentarme! Soy Raistlin Majete, dueño del rancho Shoikan Corral, a pocas millas de aquí. -Hizo un vago ademán con la mano en dirección a la ventana.
-¡Ah, creía que usted se llamaba Joe Vanni!
Hederick, a varios metros detrás de ella, palideció. Sin embargo, el previsible estallido de ira no se produjo, sustituido por una sonrisa y una risita encantadoras.
-Algunos me llaman así -explicó clavando sus ojos en Hederick. Éstos decían: "Y a quién pille haciéndolo le haré algo mucho peor que convertirlo en muerto viviente".
Ella le miró confundida. El ranchero todavía no le había soltado la mano, pero no hizo gesto de retirarla. Se le habían helado las manos en la calle -había olvidado coger sus guantes de piel de oso polar- y la de aquel hombre transmitía un calorcillo muy agradable, calentándosela. Deseó poder darle la otra también.
-¿Por qué?
-No tiene importancia, cosas de gente supersticiosa -dijo él encogiéndose de hombros. Con un gesto, señaló hacia la mesa preparada para la comida-. Por favor, únase a nosotros, nos disponíamos a comer... Ah, éste es el juez Hederick -lo señaló con indiferencia.
-Encantada -murmuró ella sin quitar la mirada del mago.
-Y, dígame, señorita Taurinius, ¿qué le trae a nuestra provinciana ciudad? -le preguntó él una vez sentados a la mesa.
Hederick se había quedado en el rincón más alejado y comía sin atreverse a decir palabra, con la cabeza gacha.
-Soy la nueva profesora. El alcalde Amothus me envió una carta pidiéndome que viniera cuando saqué las oposiciones.
-¡Qué bien, una nueva profesora! -dijo él con efusividad-. Quizás podrá enseñarles algo a estos niños incultos que tenemos por aquí. En cuanto al alcalde Amothus...
-Tengo entendido que ahora trabaja en su rancho.
-¿Ah, sí? ¿Y quién se lo ha dicho? -preguntó el mago con un brillo peligroso en los ojos que la mujer no detectó pero que hizo encogerse de miedo a Hederick.
-El tabernero del saloon -contestó ella inocentemente.
-Ese hombre es un cuentero. ¿Qué iba a hacer el alcalde trabajando en mi rancho?
Lo mismo que el último ayudante del sheriff, el anterior juez y unos cuantos rancheros, pensó Hederick con amargura. Por supuesto, no se le ocurrió decirlo en voz alta.
-Eso pensé yo.
-¿Ya tiene lugar donde alojarse?
-No, he dejado mis cosas de momento en el saloon. Una gente muy amable, la de ese pintoresco local.
Sin duda ya deben haber registrado el equipaje de cabo a rabo, pensó el ranchero, algo confundido por la aparente ingenuidad de aquella mujer. En Palanthas City las mujeres no tenían nada de ingenuas, ni siquiera hacían ver que lo eran; allí las mujeres eran duras, ambiciosas y con buen ojo para las debilidades masculinas.
-Me encargaré de que tenga un buen alojamiento. Aquí tenemos un hotel. No puede compararse con el lujo de los de Ergoth, pero la habitación buena es cómoda y cálida. -Que el resto fueran cuchitriles infectos no tenía importancia.
Por el rostro de la señorita Taurinius pasó una adorable -al menos eso le pareció al mago- expresión de sorpresa.
-¿Cómo sabe que vengo de Ergoth?
Porque a nadie excepto alguien de allí se le ocurriría ir con un vestido tan poco práctico, pensó. En voz alta, no obstante, dijo:
-Oh, por su elegancia y buen gusto.
La cara de la mujer se iluminó de deleite.
El resto de la comida transcurrió entre estupideces por el estilo. Una vez acabada, e ignorando totalmente la presencia del juez, el hacendado se ofreció a llevar a la profesora a su alojamiento en su carruaje.
El rostro de Dalamar se demudó, primero por la sorpresa y luego por la angustia, al ver las miradas idiotas que su zalafi le lanzaba a aquella forastera y cómo la ayudaba a subir al carruaje. Con el corazón en un puño, se puso en marcha a una orden del ranchero en dirección al único hotel de la ciudad, extrañamente llamado el Hotel de la Eras y dirigido por un individuo inexpresivo y sin ningún sentido ni del humor ni del negocio llamado Astinus. Era un chiste común en la ciudad llamar "estetas" a los pobres desgraciados que se alojaban allí y no podían permitirse la única y carísima habitación decente que había en el hotelucho.
-¡Raist! ¡Eh, Raist!
-Oh, pero si es aquel hombre tan amable que me ayudó a bajar de la diligencia esta mañana -comentó la señorita Taurinius señalando por la ventanilla al hombretón cubierto de pies a cabeza de barro que corría al lado del carruaje saludando con una mano-. Parece que le conoce...
-Es sólo el tonto de la ciudad -bufó el señor Majete. Ni siquiera se dignó en mirar al hombre-. Se le ha metido en la cabeza que somos parientes, algo que, la verdad, me incomoda mucho. Sin embargo, soy un hombre magnánimo y no he castigado su insolencia, ya que su corta inteligencia no le permite darse cuenta de su necedad... Aunque el día que me canse lo mandaré a trabajar a mi rancho -añadió en un murmullo que la mujer no pudo oír.
El elfo, por su parte, sabiendo cuanto le desagradaba a su zalafi la presencia de aquel botarate, tiró brevemente de las riendas para hacer que el dragón se desviara un poco, cortando el paso al hombretón, quien acabó resbalando y yendo a parar de cabeza a un charco enorme.
-Dalamar, ve a recoger el equipaje de la señorita a Las Tres Lunas -dijo "Joe Vanni" una vez se detuvieron delante del Hotel de la Eras.
-Sí, zalafi.
Los dos entraron al hotel. Detrás de la mesa de recepción había un hombre muy serio que impávidamente le dijo al mago:
-Ya ha venido antes tu capataz.
"Joe Vanni" soltó una risita.
-No vengo por eso, viejo amigo. -Señaló a la mujer con un gesto galante-. Te traigo una clienta para tu suite.
-Pues lo siento mucho, viejo amigo, pero la suite ha sido ocupada este mismo mediodía.
El ceño del ranchero se frunció profundamente.
-Me parece demasiada casualidad que justamente hace unas horas hayan cogido esa habitación que ha permanecido vacía desde el día de la inauguración de este tugurio -siseó con los ojos estrechados en estrechas rendijas que rezumaban suspicacia-. Y yo no creo en las casualidades...
Astinus se encogió de hombros.
-¿Qué voy a hacer ahora? -dijo la profesora, apurada.
El hacendado pensó por un momento en invitarla a su rancho, pero recordando la clase de empleados que tenía creyó más prudente que ella lo viese cuanto más tarde, mejor. Luego recordó la casa de la anterior profesora, pero desechó de idea de inmediato al recordar que los pequeños vándalos que habían sido sus alumnos le habían prendido fuego hasta los cimientos. Con ella dentro. Después de esto, la gente de la ciudad no había considerado necesario volver a erigir otra casa, ya que no creían que nadie volviera a atreverse a venir a dar clase a Palanthas City.
Le vino a la mente otra idea.
-Quizás podríamos hablar con la doctora Goldmoon, creo recordar que tenía una habitación libre... -Su entrecejo volvió a fruncirse-. Pero no... No creo que sea apropiado para una señorita como usted.
-¿Por qué?
-Un salvaje Que-Sí no deja de rondar su casa, y algunos dicen que ella incluso le deja entrar a veces.
-Riverviento viene a hacerle los recados una vez por semana -añadió Astinus.
-Y, además, la casa está en pleno bosque, lejos de la ciudad -acabó Raistlin-. No, no creo que sea apropiado.
-¿Y entonces, qué voy a hacer? -gimoteó ella esperando a ver si el mago se decidía a invitarla a quedarse en su rancho. La verdad era que aquel hombre le atraía mucho; además, el look anoréxico estaba taaaaaan de moda en Ergoth y ese dorado metálico de su piel era taaaaaan chic...
-En fin, supongo que Ladronna podría alquilarle una habitación en una de las casas que compró para especular con el terreno -sugirió, pensativo-. Será caro, pero no se preocupe por el dinero, yo me encargaré de todo. Además, sólo será por un tiempo, mientras se reconstruye... eh... se arregla la casa de la anterior profesora.
-¡Es usted demasiado amable! -dijo la señorita Taurinius con entusiasmo fingido, ocultando lo mejor que pudo su decepción.
El ranchero parecía muy satisfecho consigo mismo.
-Oh, no crea. La profesora es un bien común y preciado en Palanthas City. -Un bien que dejará de ser común en cuanto pueda convencerla de que su oficio es demasiado peligroso, añadió para sus adentros.
Ya se había hecho una imagen mental de sí mismo yendo a la nueva casa de la profesora -una casa grande y bonita, no la chabola de antes- a hacer visitas nocturnas a la hermosa señorita Taurinius. Era el plan perfecto: la casa estaría donde la anterior, al lado del colegio que habían construido muy a las afueras de la ciudad -decir que estaba dentro de sus límites era un eufemismo- para que los niños ocasionaran destrozos lo más lejos posible de la localidad. Esas imágenes algo bucólicas dieron paso a otras más y más atrevidas, por no decir pornográficas...
-¿Señor Majete, qué le sucede? -le preguntó la forastera asustada por la expresión entre ausente y taimada que habían adoptado los rasgos de su bienhechor. Incluso probó a tirar un poco de su manga, pero no hubo suerte.
Astinus se desentendió del asunto con un encogimiento de hombros.
De repente el elfo Dalamar entró en el hotel y, cogiendo a su patrón del brazo, lo acercó a sí -algo más posesivamente de lo que le habría gustado en presencia de otros- y, sacudiéndole un poco, le dijo:
-¡Zalafi, zalafi, Fistandantilus ah tovuel!
Astinus arqueó una ceja al oír estas palabras, pero se abstuvo de comentar nada. Por su parte, Dalamar estaba demasiado ocupado preocupándose al constatar que su método usual no lograba esta vez sacar al ranchero de su trance maquinador como para prestar atención a la reacción del hostelero. Alarmado al ver que no reaccionaba -y que un bulto empezaba a evidenciarse en su entrepierna-, decidió utilizar una fórmula mucho más potente:
-¡Zalafi, hy cirde euq sah piacodo le Xaemen!
Estas palabras devolvieron al mago a la realidad.
-¡Dónde! -chilló de tal manera que casi dejó sordos a su capataz, a la profesora y a Astinus.
-Calma, calma, zalafi, no pasa nada -dijo el elfo con tono dulce y tranquilizador. Tuvo cuidado de situarse siempre entre la forastera y la evidencia de las características nada castas del "estado meditativo" del hacendado-. Vamos a casa.
Éste, todavía aturdido por la intensidad de sus enredos mentales, se dejó guiar mansamente hasta el carruaje, con -para disgusto del capataz elfo- aquella forastera vestida con un traje tan llamativo como ridículo pegada a los talones.
-Yo me encargaré de hablar con Ladronna y de llevarle el equipaje -le dijo con voz neutra.
Los tres se marcharon dejando a Astinus preguntándose qué significaba aquello de que un tal Fistandantilus venía diciendo algo de que había copiado en un examen.
Y por qué demonios llamaba zalafi aquel elfo a su jefe.
Joe Vanni
Par-Salian entró en el barracón que hacía las veces de cárcel y de oficina del sheriff. Era un lugar que, de no haberle advertido, hubiera pensado abandonado, lleno de telarañas, polvo y, sobretodo, el silencio que anunciaba la falta de criminales en sus celdas. Se encontró al sheriff roncando y babeando a pierna suelta. Era un viejo incluso más viejo que él y, por lo que se veía, bastante peor conservado.
-Sheriff Frisbee. -Al no recibir más contestación que un ronquido un poco más sonoro que los demás, sacudió un poco con el pie la silla donde estaba aposentado el anciano-. ¡Sheriff!
-¿Ein? -El sombrero de ala ancha le cayó sobre los ojos-. ¡¿Quien ha apagado la luz?!
Con un suspiro, el agente le quitó el sombrero y el sheriff le miró asombrado.
-¡Vaya! ¿Quién es usted, buen hombre?
-Soy Par-Salian, agente del WAYRETH, de la Brigada de los Gabardinas Blancas. -Le mostró su placa con el rayo hendiendo un árbol.
-Oh, vaya, un Gabardina Blanca... -Miró a su alrededor desorientado-. ¿Dónde está ese vago de Hume? ¡Esto está lleno de polvo!
-¿Quién es Hume? Aquí no he visto a nadie.
-¡Mi ayudante! ¿Dónde se habrá metido...? Bueno, da igual, ya volverá. ¿Y qué decía que quería, buen hombre?
-He venido desde nuestro cuartel general para capturar a un peligroso criminal...
-Vaya. Pues aquí no tenemos criminales, buen hombre -dijo señalando las celdas vacías a excepción de las arañas y las ratas. Luego añadió en un murmullo pensativo-: O si los había no sé dónde se han metido...
-He oído hablar de un tal "Joe Vanni"...
-Ah, sí, Giovanni... Pero no es ningún criminal, buen hombre. Es un buen chico; algo histérico, pero buen chico. Además, da trabajo a mucha gente de la ciudad. Un buen chico, sí señor -afirmó con rotundidad.
Viendo que el viejo sheriff había interpretado a su manera la "generosidad" del ranchero, derivó el tema hacia otros derroteros.
-Ya, pero tengo mis sospechas... Verá, el criminal que estoy buscando es muy astuto y también poderoso y creo que puede estar viviendo en esta misma ciudad oculto por un disfraz, y el candidato con más posibilidades es ese "Joe Vanni"...
-No creo que a Giovanni le gusten los disfraces, es demasiado vergonzoso -musitó el viejo mesándose la barba ponderadamente.
Par-Salian empezó a enfadarse ante la actitud del sheriff. No sabía si le estaba tomando el pelo, si había sido comprado por el hacendado o si simplemente era tonto de remate.
-En fin, dígame todo lo que sepa de él.
-Es un buen chico.
-Eso ya me lo ha dicho antes. ¿Algo más?
-Cría unos bichos... ahora no recuerdo cuales... ¿eran hidras o nagas?
-¿Algo más? -repitió el agente con impaciencia. Estaba claro que no iba a sacar nada de aquel viejo idiota.
-Pues que ahora recuerde...
-Muchas gracias por su ayuda -gruñó el Gabardina Blanca sin perder un segundo para irse de allí.
-De nada, buen hombre -le gritó el viejo alegremente-. Vaya, ¿dónde estará ese zángano? Seguro que se ha ido a jugar a las cartas con su amigote ese Majus...
-¿Quién es esa dama? Nunca antes la había visto-dijo Raistlin "Joe Vanni" mirando por la ventana del salón del juez.
Éste, sudando a mares como siempre hacía en presencia del ranchero -sabía perfectamente que lo único que le salvaba de convertirse en un peón en cierto rancho era su utilidad como marioneta-, se acercó a la ventana y movió la cabeza en ademán negativo.
-No la conozco, señor Majete.
-Parece que tu criado la ha despedido de mala manera sin ni siquiera avisarte -comentó con cierto tono de reproche.
Hederick intentó tragarse el nudo que le impedía hablar. Intentando recobrar algo de su compostura abrió las puertas del salón y gritó:
-¡Toede! ¡Ven aquí, maldita escoria goblin!
El sirviente se apresuró a presentarse ante su amo.
-¿Sí, señor juez? -dijo sumisamente.
-¿Por qué no se me ha avisado de que teníamos visita?
El hobgoblin le miró sin comprender.
-¿Uh?
-¡La señorita que ha venido antes, estúpido!
Toede empezó a darse cuenta de que algo no marchaba bien, y cuando algo no marchaba bien, él solía ser quien pagaba los platos rotos, tuviera o no la culpa.
-Bu-bueno, señor juez, como estaba reunido yo pensé...
-¡Tú, pensar! ¡No te pago para pensar, imbécil! -Visto el interés que aparentemente había puesto el ranchero en la mujer, se le ocurrió una brillante idea-. ¡Ves a buscar a esa señorita enseguida!
El sirviente hobgoblin se mordió la lengua antes de que se le escapara un comentario sobre lo que le había ordenado el juez que hiciera si alguien aparecía por la casa mientras estaba reunido con el temido hacendado. Sin embargo, el poco sentido común que tenía en su cerebro goblinoide le instó a cerrar la boca y obedecer.
-¡Espere, señorita! -gritó corriendo por medio de la calle para alcanzarla.
-¿Qué quiere? -le preguntó ella con altivez.
-El señor juez puede recibirle ahora...
-Pues ahora no tengo tiempo, tengo que encontrar alojamiento -replicó con voz gélida como el aliento de un dragón blanco.
-Por favor... -imploró el hobgoblin, casi lloroso. Él también había percibido el interés de "Joe Vanni" por aquella mujerzuela. No quería acabar trabajando en Shoikan Corral a las órdenes de aquel elfo presuntuoso que observaba con atención la escena desde el carruaje de su jefe.
Ella se ablandó un poco.
-Bueno...
-Venga, venga, por aquí, señorita -dijo él guiándola hacia la entrada de la casa.
Una vez en ella, la llevó al salón donde esperaban Hederick y el señor Majete, el primero en silencio temeroso, el segundo en uno meditativo.
-La señorita Crysania Taurino -la presentó el criado.
-Taurinius -le corrigió ella con una mirada fulminante.
-Bienvenida a Palanthas City, señorita Taurinius -dijo el ranchero aproximándose a ella con una sonrisa semejante a la de un lobo. Sus retorcidos procesos mentales ya se habían puesto en funcionamiento a marchas forzadas. Por su vestimenta, aquella mujer era forastera, sin duda procedente de Ergoth, la cuna de esa cosa tan ridícula llamada "moda". Recordando algo que había leído una vez, le cogió la mano y se la llevó a los labios-. Espero que su estancia en nuestra ciudad sea agradable.
Ella no logró responder, atrapada en su mirada. No podía arrancar los ojos de aquellos pozos dorados y sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas.
-¿Y con quién tengo el placer de hablar? -logró murmurar un par de minutos después.
La sonrisa de él se amplió.
-Oh, ¡qué desconsiderado por mi parte no presentarme! Soy Raistlin Majete, dueño del rancho Shoikan Corral, a pocas millas de aquí. -Hizo un vago ademán con la mano en dirección a la ventana.
-¡Ah, creía que usted se llamaba Joe Vanni!
Hederick, a varios metros detrás de ella, palideció. Sin embargo, el previsible estallido de ira no se produjo, sustituido por una sonrisa y una risita encantadoras.
-Algunos me llaman así -explicó clavando sus ojos en Hederick. Éstos decían: "Y a quién pille haciéndolo le haré algo mucho peor que convertirlo en muerto viviente".
Ella le miró confundida. El ranchero todavía no le había soltado la mano, pero no hizo gesto de retirarla. Se le habían helado las manos en la calle -había olvidado coger sus guantes de piel de oso polar- y la de aquel hombre transmitía un calorcillo muy agradable, calentándosela. Deseó poder darle la otra también.
-¿Por qué?
-No tiene importancia, cosas de gente supersticiosa -dijo él encogiéndose de hombros. Con un gesto, señaló hacia la mesa preparada para la comida-. Por favor, únase a nosotros, nos disponíamos a comer... Ah, éste es el juez Hederick -lo señaló con indiferencia.
-Encantada -murmuró ella sin quitar la mirada del mago.
-Y, dígame, señorita Taurinius, ¿qué le trae a nuestra provinciana ciudad? -le preguntó él una vez sentados a la mesa.
Hederick se había quedado en el rincón más alejado y comía sin atreverse a decir palabra, con la cabeza gacha.
-Soy la nueva profesora. El alcalde Amothus me envió una carta pidiéndome que viniera cuando saqué las oposiciones.
-¡Qué bien, una nueva profesora! -dijo él con efusividad-. Quizás podrá enseñarles algo a estos niños incultos que tenemos por aquí. En cuanto al alcalde Amothus...
-Tengo entendido que ahora trabaja en su rancho.
-¿Ah, sí? ¿Y quién se lo ha dicho? -preguntó el mago con un brillo peligroso en los ojos que la mujer no detectó pero que hizo encogerse de miedo a Hederick.
-El tabernero del saloon -contestó ella inocentemente.
-Ese hombre es un cuentero. ¿Qué iba a hacer el alcalde trabajando en mi rancho?
Lo mismo que el último ayudante del sheriff, el anterior juez y unos cuantos rancheros, pensó Hederick con amargura. Por supuesto, no se le ocurrió decirlo en voz alta.
-Eso pensé yo.
-¿Ya tiene lugar donde alojarse?
-No, he dejado mis cosas de momento en el saloon. Una gente muy amable, la de ese pintoresco local.
Sin duda ya deben haber registrado el equipaje de cabo a rabo, pensó el ranchero, algo confundido por la aparente ingenuidad de aquella mujer. En Palanthas City las mujeres no tenían nada de ingenuas, ni siquiera hacían ver que lo eran; allí las mujeres eran duras, ambiciosas y con buen ojo para las debilidades masculinas.
-Me encargaré de que tenga un buen alojamiento. Aquí tenemos un hotel. No puede compararse con el lujo de los de Ergoth, pero la habitación buena es cómoda y cálida. -Que el resto fueran cuchitriles infectos no tenía importancia.
Por el rostro de la señorita Taurinius pasó una adorable -al menos eso le pareció al mago- expresión de sorpresa.
-¿Cómo sabe que vengo de Ergoth?
Porque a nadie excepto alguien de allí se le ocurriría ir con un vestido tan poco práctico, pensó. En voz alta, no obstante, dijo:
-Oh, por su elegancia y buen gusto.
La cara de la mujer se iluminó de deleite.
El resto de la comida transcurrió entre estupideces por el estilo. Una vez acabada, e ignorando totalmente la presencia del juez, el hacendado se ofreció a llevar a la profesora a su alojamiento en su carruaje.
El rostro de Dalamar se demudó, primero por la sorpresa y luego por la angustia, al ver las miradas idiotas que su zalafi le lanzaba a aquella forastera y cómo la ayudaba a subir al carruaje. Con el corazón en un puño, se puso en marcha a una orden del ranchero en dirección al único hotel de la ciudad, extrañamente llamado el Hotel de la Eras y dirigido por un individuo inexpresivo y sin ningún sentido ni del humor ni del negocio llamado Astinus. Era un chiste común en la ciudad llamar "estetas" a los pobres desgraciados que se alojaban allí y no podían permitirse la única y carísima habitación decente que había en el hotelucho.
-¡Raist! ¡Eh, Raist!
-Oh, pero si es aquel hombre tan amable que me ayudó a bajar de la diligencia esta mañana -comentó la señorita Taurinius señalando por la ventanilla al hombretón cubierto de pies a cabeza de barro que corría al lado del carruaje saludando con una mano-. Parece que le conoce...
-Es sólo el tonto de la ciudad -bufó el señor Majete. Ni siquiera se dignó en mirar al hombre-. Se le ha metido en la cabeza que somos parientes, algo que, la verdad, me incomoda mucho. Sin embargo, soy un hombre magnánimo y no he castigado su insolencia, ya que su corta inteligencia no le permite darse cuenta de su necedad... Aunque el día que me canse lo mandaré a trabajar a mi rancho -añadió en un murmullo que la mujer no pudo oír.
El elfo, por su parte, sabiendo cuanto le desagradaba a su zalafi la presencia de aquel botarate, tiró brevemente de las riendas para hacer que el dragón se desviara un poco, cortando el paso al hombretón, quien acabó resbalando y yendo a parar de cabeza a un charco enorme.
-Dalamar, ve a recoger el equipaje de la señorita a Las Tres Lunas -dijo "Joe Vanni" una vez se detuvieron delante del Hotel de la Eras.
-Sí, zalafi.
Los dos entraron al hotel. Detrás de la mesa de recepción había un hombre muy serio que impávidamente le dijo al mago:
-Ya ha venido antes tu capataz.
"Joe Vanni" soltó una risita.
-No vengo por eso, viejo amigo. -Señaló a la mujer con un gesto galante-. Te traigo una clienta para tu suite.
-Pues lo siento mucho, viejo amigo, pero la suite ha sido ocupada este mismo mediodía.
El ceño del ranchero se frunció profundamente.
-Me parece demasiada casualidad que justamente hace unas horas hayan cogido esa habitación que ha permanecido vacía desde el día de la inauguración de este tugurio -siseó con los ojos estrechados en estrechas rendijas que rezumaban suspicacia-. Y yo no creo en las casualidades...
Astinus se encogió de hombros.
-¿Qué voy a hacer ahora? -dijo la profesora, apurada.
El hacendado pensó por un momento en invitarla a su rancho, pero recordando la clase de empleados que tenía creyó más prudente que ella lo viese cuanto más tarde, mejor. Luego recordó la casa de la anterior profesora, pero desechó de idea de inmediato al recordar que los pequeños vándalos que habían sido sus alumnos le habían prendido fuego hasta los cimientos. Con ella dentro. Después de esto, la gente de la ciudad no había considerado necesario volver a erigir otra casa, ya que no creían que nadie volviera a atreverse a venir a dar clase a Palanthas City.
Le vino a la mente otra idea.
-Quizás podríamos hablar con la doctora Goldmoon, creo recordar que tenía una habitación libre... -Su entrecejo volvió a fruncirse-. Pero no... No creo que sea apropiado para una señorita como usted.
-¿Por qué?
-Un salvaje Que-Sí no deja de rondar su casa, y algunos dicen que ella incluso le deja entrar a veces.
-Riverviento viene a hacerle los recados una vez por semana -añadió Astinus.
-Y, además, la casa está en pleno bosque, lejos de la ciudad -acabó Raistlin-. No, no creo que sea apropiado.
-¿Y entonces, qué voy a hacer? -gimoteó ella esperando a ver si el mago se decidía a invitarla a quedarse en su rancho. La verdad era que aquel hombre le atraía mucho; además, el look anoréxico estaba taaaaaan de moda en Ergoth y ese dorado metálico de su piel era taaaaaan chic...
-En fin, supongo que Ladronna podría alquilarle una habitación en una de las casas que compró para especular con el terreno -sugirió, pensativo-. Será caro, pero no se preocupe por el dinero, yo me encargaré de todo. Además, sólo será por un tiempo, mientras se reconstruye... eh... se arregla la casa de la anterior profesora.
-¡Es usted demasiado amable! -dijo la señorita Taurinius con entusiasmo fingido, ocultando lo mejor que pudo su decepción.
El ranchero parecía muy satisfecho consigo mismo.
-Oh, no crea. La profesora es un bien común y preciado en Palanthas City. -Un bien que dejará de ser común en cuanto pueda convencerla de que su oficio es demasiado peligroso, añadió para sus adentros.
Ya se había hecho una imagen mental de sí mismo yendo a la nueva casa de la profesora -una casa grande y bonita, no la chabola de antes- a hacer visitas nocturnas a la hermosa señorita Taurinius. Era el plan perfecto: la casa estaría donde la anterior, al lado del colegio que habían construido muy a las afueras de la ciudad -decir que estaba dentro de sus límites era un eufemismo- para que los niños ocasionaran destrozos lo más lejos posible de la localidad. Esas imágenes algo bucólicas dieron paso a otras más y más atrevidas, por no decir pornográficas...
-¿Señor Majete, qué le sucede? -le preguntó la forastera asustada por la expresión entre ausente y taimada que habían adoptado los rasgos de su bienhechor. Incluso probó a tirar un poco de su manga, pero no hubo suerte.
Astinus se desentendió del asunto con un encogimiento de hombros.
De repente el elfo Dalamar entró en el hotel y, cogiendo a su patrón del brazo, lo acercó a sí -algo más posesivamente de lo que le habría gustado en presencia de otros- y, sacudiéndole un poco, le dijo:
-¡Zalafi, zalafi, Fistandantilus ah tovuel!
Astinus arqueó una ceja al oír estas palabras, pero se abstuvo de comentar nada. Por su parte, Dalamar estaba demasiado ocupado preocupándose al constatar que su método usual no lograba esta vez sacar al ranchero de su trance maquinador como para prestar atención a la reacción del hostelero. Alarmado al ver que no reaccionaba -y que un bulto empezaba a evidenciarse en su entrepierna-, decidió utilizar una fórmula mucho más potente:
-¡Zalafi, hy cirde euq sah piacodo le Xaemen!
Estas palabras devolvieron al mago a la realidad.
-¡Dónde! -chilló de tal manera que casi dejó sordos a su capataz, a la profesora y a Astinus.
-Calma, calma, zalafi, no pasa nada -dijo el elfo con tono dulce y tranquilizador. Tuvo cuidado de situarse siempre entre la forastera y la evidencia de las características nada castas del "estado meditativo" del hacendado-. Vamos a casa.
Éste, todavía aturdido por la intensidad de sus enredos mentales, se dejó guiar mansamente hasta el carruaje, con -para disgusto del capataz elfo- aquella forastera vestida con un traje tan llamativo como ridículo pegada a los talones.
-Yo me encargaré de hablar con Ladronna y de llevarle el equipaje -le dijo con voz neutra.
Los tres se marcharon dejando a Astinus preguntándose qué significaba aquello de que un tal Fistandantilus venía diciendo algo de que había copiado en un examen.
Y por qué demonios llamaba zalafi aquel elfo a su jefe.
