Capítulo 4
Shoikan Corral

Par-Salian decidió ir personalmente a echar una ojeada al famoso Shoikan Corral aquella misma noche. Como sabía que el ganado dragonil se pondría nervioso si olía uno plateado, fue a pie, ya que el rancho tampoco es que estuviera tan lejos.
Siguiendo el camino polvoriento iluminado por la luna blanca y la roja -la negra estaba de vacaciones aquella noche y, además, casi nadie le hacía caso-, vio acercarse a un par de ojos rojizos. Preparando sus varitas y sus conjuros por lo que fuera a pasar, se detuvo en medio del camino y aguardó a que los ojos se acercaran. Muy pronto escuchó el resonar de cascos en un trotecillo perezoso.
-Buenas noches, anciano -dijo el jinete del caballo de ojos brillantemente rojos, un individuo pequeño y delgado con un bigotillo postizo y una cola de caballo que le llegaba hasta media espalda bajo el sombrero adornado con un as de corazones.
-Buenas noches.
Ahora que los veía mejor, el viejo mago se dio cuenta de que el caballo, enorme y negro como la noche y de crin blanca, bizqueaba y que el jinete no era un individuo bajo, sino un kender. Se llevó las manos a las varitas, no para desenfundarlas, sino para que no le fueran desenfundadas...
-¿Qué hace por aquí a estas horas de la noche? -preguntó el kender en tanto barajaba con manos expertas un mazo de cartas.
-Sólo paseaba.
-Se nota que no es de aquí, si no pasearía en la dirección opuesta.
-¿Y por qué, señor...?
-Tasslehoff, David Tasslehoff. Ooops, quieto, Kit. ¿No ves que es sólo un viejecito?
El caballo bufó enseñándole unos dientes afilados como colmillos y bizqueando al "viejecito" con sus ojos rojizos. Éste, por supuesto, no se amilanó.
-Pues como le iba diciendo, este camino lleva a Shoikan Corral y ése no es un lugar para visitar de noche.
Par-Salian enarcó una ceja blanca.
-¿Un kender diciendo que "no es un lugar para visitar"?
Tasslehoff echó una ojeada nerviosa por encima de su hombro.
-La verdad, es un sitio que da repelús. Oiga, ¿por qué no se viene conmigo al saloon Las Tres Lunas a echar una partidita al poker? Quizás sea su noche de suerte -añadió con una sonrisa maliciosa.
-No gracias, tengo por costumbre no acercarme ni a los juegos de azar ni a los kender.
El otro se encogió de hombros y espoleó a su montura a ponerse en marcha de nuevo en dirección a Palanthas City.
Poco después, el anciano llegó a los alrededores del rancho. Desde una colina cercana espió la actividad en la hacienda, que a pesar de la hora era muy intensa. Vio a los peones ir de un lado a otro de la propiedad sin que aparentemente les molestase demasiado la luz insuficiente que proporcionaban las dos lunas y, al fijarse un poco, se dio cuenta de que la mayoría de ellos apenas iban vestidos con harapos. Extrañado -no era una noche especialmente fría, pero tampoco como para estar fuera de casa con sólo unos andrajos-, utilizó sus lentes mágicas de ver de lejos (que nunca reconocería que ya necesitaba para su quehacer diario a pesar de que empezaba a confundir las cosas algo lejanas) para descubrir que todos ellos eran muertos vivientes. Un escalofrío le recorrió la espalda. Los rumores que había oído en la ciudad le habían llevado a deducir algo así, pero nunca se habría imaginado que habría tantos y que eran tan buenos trabajadores... Mano de obra más que barata y completamente reciclada. No le extrañaba en absoluto que Shoikan Corral fuese el rancho de dragones más importante del que se tuviera noticia.
Una mancha de color le llamó la atención. Ajustándose de nuevo las lentes, divisó a un muchacho de pelo castaño rojizo -vivito y coleando- que se acercaba furtivamente a la casa principal y se apostaba debajo de una de las ventanas. Por un momento pensó que sería un espía o un asesino, pero la cara de bobo que puso en cuanto se asomó sigilosamente a la ventana desmintió ese pensamiento.
Y hablando de espías...

Palin se pasó la mano por la boca para limpiarse la baba que le caía al observar cómo Dalamar cuidaba de su patrón, que había quedado postrado en la cama con una fuerte migraña tras un "trance" especialmente virulento. Se sintió derretir al espiar al elfo, quien con dulzura infinita refrescaba la frente febril de su jefe con paños húmedos, le hacía comer caldo de pirolisco y le cantaba nanas élficas -que, afortunadamente para el capataz, era incapaz de entender- para que se durmiera. El dragonerizo suspiró. ¡Ojalá fuera él el enfermo al que con tanta solicitud cuidaba el elfo! ¡Lo que daría porque aquellos ojos oscuros se fijaran en él de aquella manera tan parecida a la de un borreguito de anuncio de suavizante!
Con pesar, se retiró de su escondrijo bajo la ventana. Ya era tarde y tenía que ir a la ciudad. Volviendo rápidamente a las cuadras, recogió la bolsa que había ocultado allí y enfiló el camino que llevaba a Palanthas City.

Dalamar salió al porche de la casa, inquieto. Había escuchado un ruido y, con su zalafi indispuesto y después de lo que había visto en Las Tres Lunas, estaba muy intranquilo. Su pasado volvía buscarle... Se sintió aliviado al comprobar que sólo era aquel dragonerizo tontorrón, Palin, que salía a la ciudad en su noche libre. Sin embargo, el desasosiego continuó ahí, royéndole por dentro. Siempre cabía la posibilidad de que el anciano le hubiese visto entrar al saloon -en fin, tendría que haber sido ciego para no verle, con todo el espectáculo que montaba cada vez aparecía en algún local de la ciudad- y se acordase de él y de su misión...
Su misión.
El tiempo y su corazón enamorado habían borrado de su memoria aquel fatídico cometido gracias al cual había sido enviado a Palanthas City tanto tiempo atrás y había conocido a su zalafi. Lágrimas de vergüenza y pesar acudieron a sus ojos almendrados al recordar la sucia tarea que se había apresurado a aceptar en la esperanza de saciar sus ambiciones más profundas, de que le reportarían poder y fama entre los suyos. Había sido enviado a espiar al hombre que ahora adoraba más que a sí mismo -que ya era un decir-, y en aquel entonces él no había dudado un instante en reclamar para sí tan dudoso honor. Ahora se estremecía de asco ante su propia vileza. Que hubiera dejado de enviar sus informes delatores apenas un mes después de conocer a su objetivo no menguaba su sentimiento de culpa recién despertado por aquel viejo entrometido. Merecía un castigo. Un castigo ejemplar que le recordara para siempre que no debía traicionar a su zalafi, un castigo que demostrara al mundo que uno no podía cruzarse en el camino de Raistlin "Joe Vanni" Majete y salir indemne.
Inmerso en un suplicio de culpa y repugnancia hacia sí mismo, el elfo se dirigió a hacia las cuadras decidido a redimir su terrible error y, con ello, limpiar el mancillado nombre de su patrón...

Un horrible aullido de dolor y angustia terrorificamente mezclados con triunfo, resonó por todo el valle que alojaba a Palanthas City, procedente del temido Shoikan Corral. Las gentes y los animales alzaron por un momento las cabezas y las orejas en su dirección, palidecieron y volvieron a sus quehaceres intentando que no se les notara el temblor de sus manos o patas. Nadie comentó nada al respecto.
Todos sabían que era lo mejor.

El aullido sorprendió a Palin en la entrada de la casa supuestamente desierta de Amothus. Para ser la casa del alcalde de una ciudad próspera como Palanthas City no era gran cosa, pero, ya se sabe, la gente honrada -ni aunque lo fuera sólo moderadamente, pues un político tiene sus límites- no prospera entre la deshonesta y, además, sus negocios habían ido de mal en peor desde que se atreviera a oponerse a los deseos de cierto temido ranchero. Como ninguna persona excepto ese cierto temido ranchero se atrevía a comprar las propiedades de los "desaparecidos" o a acercarse siquiera a ellas -nunca se sabía si podían regresar algún día a reclamar lo que era suyo-, la casa había quedado vacía, esperando que alguien con pocas luces se ocupara de ella. Y ese alguien con pocas luces se llamaba Caramamón, quien de todas maneras se llevaba tan bien con todo el mundo que seguro que si el alcalde regresaba -vivo o no- no le reprocharía que estuviera viviendo en ella durante un tiempo.
El joven dragonerizo sintió por un momento como el corazón se le paraba en el pecho al creer reconocer en aquel aullido la voz de cierto capataz elfo, pero se dijo a sí mismo que no podía ser, que Dalamar estaba cuidando del patrón en el rancho y que nada malo podía sucederle allí. Más tranquilo, entró en la casa.
Lo primero que vio fue a aquel mestizo medio elfo sucio y apestoso tirado sobre la moqueta roída del recibidor, completamente borracho y roncando a pierna suelta. Seguramente, su inconsciente estado etílico era lo único que le había dado el valor suficiente como para poner los pies en aquella casa fantasmagórica. Pasando por su lado sin apenar dedicarle un segundo vistazo, el muchacho se dirigió al pequeño salón donde una perola se calentaba sobre el fuego de la chimenea.
-¡Palin, hijo! -boceó el hombretón que había estado observando con ansia hambrienta el puchero.
El aludido se encogió sobre sí mismo con una mueca al oír aquello de "hijo", mirando inmediatamente después a su alrededor por si alguien había sido testigo.
-Te rogaría que recordaras que es un secreto que somos familia -le dijo en tono reprobatorio.
La cara de Caramamón se alargó.
-Vaya, hij... Palin, empiezas a hablar como tu tío.
-¡Chist! ¡Eso es aún más secreto!
-¡Vale, vale! ¿Qué traes ahí? -El hombretón miró con avidez la bolsa que el chico llevaba bajo el brazo.
-Te he traído unas cuantas sobras. -Una vez por semana Palin venía a la ciudad para traerle a su padre la comida sobrante de la mesa de Shoikan Corral, que era de la mejor calidad y muy abundante. Por supuesto, ese día era esperado con mucha ansia por el hombretón.
-¡Gracias, hij... muchacho! ¡Ojalá tus hermanos fueran tan buenos como tú!
-¡No tengo ningún hermano! -bufó el dragonerizo.
-¡Claro que sí! -logró protestar el hombre con la boca llena de pastel de chocolate.
-¡Por supuesto que no!
Caramamón, como siempre hacía, se dio por rendido ante la comida.
El muchacho se sentó en el suelo mientras su padre masticaba sonoramente los restos de un jabalí asado. Sus manos fueron a la varita que llevaba escondida bajo la camisa y empezó a juguetear con ella en tanto su mente volaba hacia Shoikan Corral y cierto Silva-nesti civilizado.
-¿Y qué tal te va en el rancho?
-Bien.
-¿Ya te ha enseñado tu tío... er... tu jefe a manejar la varita?
-Últimamente ha estado muy ocupado -replicó él, esquivo.
-Creo que si no se lo dices, él no se acordará de que tiene que enseñarte. Como siempre está dándole vueltas a la cabeza... -dijo el hombretón en tono solemne.
De vez en cuando Caramamón soltaba alguna que otra frase con mucho sentido común; en esos momentos Palin se preguntaba si su padre no era tan tonto como aparentaba o simplemente sufría breves periodos de lucidez. Claro que cualquier palabra sabia que saliera por su boca quedaba totalmente desmerecida por su usual estulticia.
-Bueno, tengo que regresar al rancho. Te veré la semana que viene.
-Hasta entonces.
El joven dragonerizo aspirante a mago volvió a pasar al lado del borracho Tanis sin mirarle siquiera y salió a la calle.