1.1 Capítulo 3
-¡Psst! Oye, chica, aquí.
-¿Eeeh? ¿Quién anda ahí? -murmuró Lina.
Lina había sido de pronto sobresaltada por unos extraños susurros provenientes de unos arbustos cercanos. Instintivamente, la hechicera comenzó a conjurar en silencio una bola de fuego, que crecía poco a poco en su mano derecha. Pero aquella voz grave y varonil, pero dulce, le resultaba vagamente familiar.
-No te asustes, Lina, soy yo. Es que no estaba seguro de que fuerais vosotros, así que me acerqué. Además, no sabía si os habíais dormido ya los dos o no. No quiero molestaros. -dijo el misterioso individuo, en voz baja.
-¿Quién diablos eres? -Lina se levantó, asombrada- ¿De qué me conoces? ¡Hazte ver!
De entre las matas salió una figura blanca, delgada, con capucha y embozo, que, iluminado a duras penas por los astros, se recortaba en la oscuridad de la noche como una aparición. A Lina le inquietó bastante la visión de aquella silueta sin rostro, hasta que, en un momento, se bajó la capucha y aquel embozo que le cubría toda la cara excepto los ojos, dejando entrever un rostro oscuro desdibujado por la escasa luz, y una alborotada media melena que se extendía a ambos lados de la cabeza en dos alas y que brillaba a la luz de las estrellas como si fuese de plata. Una sonrisa amplia se dibujó en el rostro de la bruja.
-¡¿Zelgadiss?!
-¡Chssssss! Vas a despertar a Gourry. -rió silenciosamente- Son sus ronquidos los que me han traído hasta aquí. No tienen pérdida.
Lina no pudo menos que abrazar a aquel viejo amigo que, debido a las razones estúpidas con las que el destino tiene en ocasiones a bien reunir viejas amistades, había reaparecido en su vida. Zelgadiss, quimera de hombre, brownie y gólem de piedra, respondió estrechando entre sus brazos a aquella chica, que había sido, probablemente, una de los escasos amigos que había tenido en su vida.
-¿Gourry? -Lina señaló con un gesto de su cabeza a Gourry y volvió a mirar a Zelgadiss con una sonrisa queda- Ese no se despierta ni a cañonazos hasta el amanecer.
El recién llegado hechicero tuvo la cortesía de poner algo de luz a la reunión, haciendo brotar de sus manos una esfera luminiscente que quedó suspendida sobre sus cabezas. Acto seguido, se sentaron en el suelo uno frente a otro. Había mucho de qué hablar, tras cuatro años largos de no saber prácticamente nada uno de otro, y posiblemente la noche no sería suficiente para dar por terminado el reencuentro. Zelgadiss miró un momento a Lina. Llevaba una indumentaria singular: un jersey azul con dos hileras verticales y paralelas de aberturas en forma de rombo por la parte de delante, que dejarían ver parte de sus escasos pechos si no fuera por una pieza de tela amarilla que cubría precisamente esa parte de su cuerpo, de forma similar a como lo haría la parte superior de un bikini; unos pantalones de lona color azul oscuro sujetos con un cinturón, botas de altas piel negra y guantes de lo mismo. Su negra capa estaba en el suelo extendida, a modo de esterilla, así como unas aparatosas hombreras con mucha pedrería y sus muchos amuletos. Zel veía a su vieja amiga casi igual que la última vez que estuvieron juntos. Quizá había crecido un poco y llevaba su larga melena roja como el cobre algo mejor peinada, pero seguía tan delgada como de costumbre. Era en sus ojos del color de la miel donde la quimera notó algo que le extrañaba. Seguían siendo grandes y muy bellos, pero no desprendían ese brillo, ese optimismo que Zel recordaba haber visto siempre en la mirada de su amiga, aún en los peores momentos. Los ojos de la hechicera estaban apagados, tristes incluso. O a lo mejor, pensó Zel, sólo estaban algo cansados. Pero prefirió interesarse primero por asuntos algo más pedestres.
-Veo que seguís en lo mismo que cuando os conocí. Hay cosas que no cambian, ¿no?
-¿A qué te refieres, Zel?
-Seguís viviendo a salto de mata. ¿Os limitáis a seguir vagando por ahí?
-Y desplumando bandas de ladrones. -el gesto de Lina se tornó orgulloso- Creo que es algo de lo que nunca me aburriré.
-¿Y cómo es que sigues con Gourry? Ya no tiene esa espada de luz que tanto querías.
-Bueno... no es bueno estar sola, con la vida que llevo. Necesito a alguien que me cubra las espaldas, supongo.
Zel dibujo en su cara una sonrisa maliciosa.
-Ya... Creía que sabías cuidar de ti misma.
-¡Claro que sé! -Lina, molesta por el comentario, frunció el ceño y cruzó los brazos- ¡Nunca he necesitado depender de nadie!
-¿No será que, simplemente, no puedes estar sin él?
La hechicera pelirroja puso unos ojos como platos y dio un ligero respingo, como si estuviera sentada sobre una aguja de pino que de pronto le hubiera pinchado el trasero. Zel también observó que le había subido a las mejillas un rubor tal que parecía que estaba en una sauna. Pero enseguida recompuso su expresión de fastidio.
-¡Pues no, no es eso, bocazas! Ya te lo he dicho: he decidido aceptar esa murga suya de que es mi protector. Y, a todo esto, te voy a hacer una pregunta tonta: ¿qué te trae por aquí?
Zel dejó de pronto de sonreír volvió a su expresión grave habitual y miró hacia abajo, para ocultar su rostro a Lina. Se hizo un largo silencio sólo roto por el tímido ulular de algún ave nocturna. Zel respiró hondo, como si estuviera a punto de sumergirse en el agua, para decir:
-No lo sé.
-¿Eeeeh? No te entiendo.
Lina se inclinó un poco y ladeaba la cabeza para buscar la mirada de su amigo.
-¿Nunca... ? -Zelgadiss volvió a mirar a la cara a Lina, con su rostro serio habitual- ¿Nunca has hecho algo sin saber muy bien por qué lo haces?
-Sigo sin entenderte ¿Es que no sigues buscando la manera de volver a ser humano?
-No es exactamente eso. Es... no sé... Llevo demasiado tiempo vagando por ahí, solo, y de pronto sentí la necesidad de... sentirme más cerca de... -Zel volvió a sonreír- Nada, olvídalo.
Lina miró hacia abajo y cayó en la cuenta de que su amigo llevaba en su muñeca izquierda uno de los amuletos de Amelia. Parecía mentira, pero estaba claro que, por un momento, el siempre frío y distante Zelgadiss estaba dispuesto a sincerarse, a abrir su corazón. Lina no quiso perder la oportunidad posiblemente única de explorar la mente de la siempre hermética quimera.
-Es estupendo, Zel. -Lina hablaba con un tono dulce inusitado en ella, y con una amplia y sincera sonrisa- Has venido a ver a Amelia, ¿verdad? ¿Has dejado de negarte a ti mismo lo evidente?
-Tampoco es exactamente eso. Es más: estoy seguro de que, si llego a la Capital, no me atreveré siquiera a acercarme al palacio real. Bueno... aparte de que no sé si un tipo con mi aspecto estaría bien visto. Incluso quién sabe si no sigo siendo, oficialmente, un forajido aquí también.
-Amelia no es tan tonta como para no haberse encargado de ese asuntillo. Además, al príncipe Filionel llegaste incluso a caerle bien. ¿Por qué no te atreverías a ir a visitarla? -Lina rió en silencio- Es más: ella estaría encantada si te quedases a vivir en la Capital.
-Es posible, sí. Pero yo... Tampoco sé si ella siente lo mismo. Además, no quiero complicarle la vida. Estar conmigo no le traería más que problemas. Sería desgraciada, y yo lo último que quiero es eso, es decir, -carraspeó, como queriendo corregirse un poco- haceros desgraciados a cualquiera de vosotros. Después de todo, soy un monstruo. Y luego está mi pasado...
-Deja de decir estupideces, Zel. -Lina frunció el entrecejo y su tono de voz se hizo tan acre como siempre- A ella tu pasado le da igual.
-¿Y tú qué coño sabes? -Zel parecía bastante irritado, ya que arrugaba la frente y dejaba ver sus afilados colmillos al hablar- Dudo que a alguien como ella le haga ilusión estar con alguien con una vida sembrada de crímenes. Tarde o temprano se daría cuenta de ello.
-A ella le gustas tal y como eres. Recuerda que incluso te lo dijo, aquel día... Ella no ha conocido más Zelgadiss que el que yo veo ahora.
-¡Lo que tú ves ahora no es Zelgadiss Graywords! ¡Yo no soy esto! ¡Ese es el problema!
Zel cogió a Lina por los hombros, apretándola de forma dolorosa, mientras la miraba fijamente a los ojos, con los dientes apretados. La mirada del hechicero se clavó es su alma como una daga: era una mirada de desesperación y de ira, fría, gris y acuosa debido a unas lágrimas que estaban ahí pero se negaban a brotar. Lina notaba además que la respiración de su amigo se aceleraba. Luego, sus ojos cambiaron, revelando la más profunda tristeza que Lina había visto jamás reflejada en los ojos de alguien; una tristeza parecida a la de su amigo Gourry después del incidente con el dragón, mientras la presión de sus manos duras como la piedra sobre sus hombros se atenuaba poco a poco, hasta convertirse en una amistosa caricia, un "lo siento" sin palabras. Zel continuó, susurrando, aunque con un tono sereno:
-No la merezco, Lina.
Lina se sentía muy rara ante esa situación. Por un lado, le amargaba ver a su amigo Zelgadiss con la moral por los suelos. Pero lo cierto es que una parte de ella parecía regocijarse con el sufrimiento del hechicero. En un ejercicio de crueldad casi infantil, sentía un retorcido placer, como el que sentiría un niño que maltratara a un animal por diversión. Eso le hizo por esbozar, por un momento, una media sonrisa. Pero Zelgadiss no se percató, ya que una voz muy familiar y una sensación de desasosiego llamaron su atención hacia los arbustos de los que había salido un momento antes. Era una voz de chico joven, bastante cantarina, pero suave y pausada.
-¡Mmmm! Qué deliciosa tensión se respira por aquí. Os ruego que sigáis, por favor. Seguro que, en el fondo, tú, Lina, también lo quieres así, ¿no?
Ambos miraron sobresaltados hacia las matas. Era un hombre joven, con media melena, vestido como un sacerdote y con un rostro peculiar: ojos pequeños y rasgados y sonrisa extraña. La cara de Lina al ver aquella aparición nocturna de báculo y sonrisa era la máxima expresión de la estupefacción, con aquellos ojos como platos y aquella boca crispada que enseñaba unos dientes apretados como un cepo para osos:
-¡¡Xellos!!
La cara de Zelgadiss era más bien un entrecejo fruncido de desprecio hacia aquel personaje, bajo el cual brillaba una de esas miradas capaces de helar la sangre y ahogar el habla de quien las padece. Si el que las padece es un individuo normal, claro. Pero Xellos era de todo menos eso.
-¿Tú por aquí, Xellos? ¡Lárgate! Siempre que apareces tú, aparecen los problemas. -le recriminó Zelgadiss.
-Ehh, Zel, tranquilo. ¿Es esa tu forma de recibir a un viejo amigo? ¿No me preguntáis qué ha sido de mí en todos estos años y qué me trae por aquí?
-Está bien Xellos -intervino Lina en cuanto recuperó el habla- ¿Por qué reapareces de pronto después de cuatro años?
-Y en cuanto al asunto de Amelia -Xellos disfrutaba jugando al despiste, también en las conversaciones, con cambios de tema que pudieran irritar al interlocutor-, siento decirte, Zel, que una princesa casadera y tan guapa como ella debe de estar apartándose los pretendientes con cazamoscas. Imagínate: la heredera de la codiciada corona de Saillun. El mayor braguetazo al que todo garzón cortesano podría aspirar.
La ira de Zelgadiss se desató ante comentarios tan procaces sobre un tema tan sensible para él. Sin mediar palabra de ningún tipo, la quimera se abalanzó directamente sobre el cuello del demonio, quedando éste tumbado en el suelo boca arriba mientras Zelgadiss lo aprisionaba con las manos. Sorprendentemente, Gourry despertó de aquel estado comatoso en el que se sumía cada vez que hacía lo que las personas normales hacen para dormir. Está claro que tampoco Gourry era un individuo normal.
-Mmmm... ¿Qué es lo que pasa, Lina?
Zelgadiss seguía a lo suyo, es decir, centrado en la tarea de estrangular a Xellos, mientras Lina, que tampoco se había percatado de que su rubio compañero estaba despierto, intentaba separar a la quimera y al demonio, cogiendo a Zel desde atrás por el cuello con los brazos.
-¡Suéltalo, Zel! ¡Tenemos que tirarle de la lengua!
-¡¡Eso es lo que quiero, Lina!! ¡¡Tirar de su lengua hasta arrancársela!! -no se sabe si Zel entendió mal la metáfora o, simplemente, se había permitido un chascarrillo fácil mientras oprimía el pescuezo de Xellos.
Gourry se extrañó al reconocer a la figura que estaba en ese momento sentada a horcajadas sobre aquel bulto sospechoso que se retorcía en el suelo. La verdad es que el fornido guerrero no recordaba haber tenido nunca tan buena memoria para alguien.
-¡Eeh, Zelgadiss, viejo amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué haces? Lina, déjalo, mujer, ¿no ves que le estorbas?
Finalmente, Lina consiguió arrancar a Zel de allí de un violento tirón que hizo que ambos, bruja y quimera, cayeran al suelo con las posaderas por delante; justo en el preciso momento en que una parte de ella, por extraño que pudiera parecer, comenzaba a disfrutar de la situación casi tanto como Xellos, que se acababa de incorporar, frotándose el cuello pero sin perder su cara de permanente (y estúpida) felicidad, y diciendo, mientras señalaba a Gourry con el dedo:
-¿Veis? Habéis despertado al pobre hombre, con tanto aspaviento. Deberías controlar ese genio, Zelgadiss: te estás volviendo como Lina.
La aludida intervino, mientras Zelgadiss la cogía de un hombro para que no respondiera a las provocaciones del demonio:
-No has respondido a la pregunta, Xellos.
En la absoluta oscuridad de la mente de Gourry volvió a encenderse la tenue luz de un vago recuerdo:
-¿Xellos? Lina, ese nombre me suena. ¿Le conozco?
-Cuánto me alegra que te acuerdes de mí, Gourry -contestó el espíritu maligno-. Me hago cargo de que no es muy frecuente que tú te acuerdes de algo.
Zelgadiss estaba perdiendo de nuevo los estribos:
-¡Responde a la puta pregunta, demonio!
-Esas cosas tan feas no se dicen, Zel -apuntó Gourry desde su capa- esterilla.
-Vaaamos, vaaaamos -Xellos extendió sus brazos dirigiendo las palmas de las manos a Zelgadiss y a Lina, que aún se encontraba sentada justo detrás de él, para asegurar que corriera el aire entre él y ellos-. ¿A qué viene tanto interés por mis pretensiones? Yo sólo salía de ese villorrio de mala muerte de ahí abajo, cuando oí vuestras voces y decidí pasar a saludar a unos viejos amigos. ¿Qué hay de malo en eso?
-¡Ya me acuerdo de ti! -irrumpió Gourry, con una cándida sonrisa- Tú eres el demonio aquel, ¿no? ¡Cuánto tiempo sin verte!
-¡¿Cómo te puedes alegrar de ver a este individuo, pedazo de alcornoque?! -bramó Lina.
-¿Por qué será que no me creo ni una palabra, Xellos? -ironizó Zelgadiss.
-Venga, hombre, ¿todavía me guardas rencor por un par de mentirijillas sin importancia? Seamos serios. -El demonio, como siempre, quitaba hierro a sus tropelías con su sonrisa bobalicona.- Eres injusto conmigo, Zel.
Lina no estaba dispuesta a dejar que el diablo les hiciese cambiar de tema otra vez:
-¿Nos tomas por idiotas? Hasta Gourry sabe perfectamente que tú nunca has hecho acto de presencia por pura cortesía.
-Es verdad -añadió el mentado guerrero-. Siempre que apareces tú, acabamos metidos en un lío.
-Así que deja de marear la perdiz y dinos qué va a ser esta vez. -agregó Zelgadiss- ¿Vas a volver a utilizarnos? Dinos al menos qué quieres de nosotros.
Xellos era un gran actor, un fingidor vocacional, como todo buen demonio. Tanto es así, que por un momento realizó el, para él, titánico esfuerzo de borrar su sonrisa bobalicona de su rostro para hacer ver que se sentía ofendido por los recelos de sus antiguos compañeros de correrías (que lo fueron más por su gusto que por el de ellos, bien es verdad). Acto seguido se puso en pie les dio la espalda, como resuelto a irse, para decir, en un tono de voz acorde con su brillante interpretación:
-Está claro que no soy bienvenido. Yo creía que esto era una reunión de viejos colegas, y que lo adecuado era presentarse, aunque sólo fuera por educación. Está bien. Me marcho. No me importa. Está a punto de celebrarse una reunión muy similar, de todos modos, y sé que en esa sí que me acogerán.
Parecía que, si Xellos estaba dispuesto a llegar hasta el final, se iban a librar de su molesta presencia, al menos, por un tiempo. Pero a Lina le asaltó una honda preocupación, y por ello quiso retener al demonio un instante más.
-¿Qué querías decir con que, en el fondo, quería que hubiera tensión?
A Xellos le asaltó una malévola y desbordante felicidad al oír eso. Se dio la vuelta hacia Lina luciendo una amplia sonrisa.
-Lo siento. Eso es un secreto.
-¡¡No me vengas con eso!! -clamó Lina, con una ansiedad que se le hacía por momentos insoportable.
-Yo también te noto algo tensa, Lina -brillante intervención del sagaz Gourry que los demás, en especial Lina, prefirieron ignorar.
-Te creía más inteligente, Lina. -prosiguió Xellos- ¿No lo relacionas con cierto acontecimiento ocurrido en el día de hoy? ¿Seguro?
No hacía falta ser un lince para saber que Xellos se refería al incidente del dragoncito. Una vez más, se hacía patente que el demonio, además de tener a menudo un misterioso e irritante don de la ubicuidad o de la omnisciencia, casi siempre decía las cosas que decía para algo más que para resultar deliberadamente provocador. Acto seguido, el espíritu malvado se dio la vuelta, resuelto a irse, esta vez en serio, con la actitud de un piloto de bombardero que, tras dejar caer su carga mortífera sobre el objetivo, abandona el lugar sin preocuparse por el daño que haya podido hacer.
-Me marcho. He quedado con una rubita encantadora y tres morenazas de impresión. Pero no os voy a decir quiénes son. Es un secreto.
El demonio comenzó a alejarse hasta sumergirse en la penumbra, mientras continuaba:
-Además, ¿para qué os lo voy a contar? Lo vais a saber por vosotros mismos, y muy pronto. Hasta la vista.
Y así, Xellos desapareció, tal y como acostumbraba. Lina se quedó en silencio, con el mismo semblante angustiado que lucía antes de que su amigo Zelgadiss entrara en escena. Pero justo cuando ella ya casi había olvidado el inquietante y vergonzoso episodio del dragón rosa, tuvo que llegar ese indeseable de Xellos a recordárselo y, no conforme con eso, a ponerle en evidencia delante de Zel.
-Oye, Lina -Zelgadiss llamó la atención de la bruja pelirroja-. ¿A qué se refería Xellos? ¿Qué te ha ocurrido hoy?
La mezcla de sentimientos que en ese momento se revolvía en el interior de Lina como un nido de crías de serpiente era insufrible: odio (hacia Xellos, por haberle recordado aquel desafortunado acontecimiento, reavivando su...); arrepentimiento (por lo que le había hecho a ese dragón y a su mejor amigo, lo que le provocaba la más insoportable...); vergüenza (por haber protagonizado un espectáculo tan bochornoso, y porque ahora otro buen amigo, Zelgadiss, le inquiría acerca de un suceso que le infundía verdadero...); terror (ante la expectativa de volver a sumirse en un estado mental en el que dejaba de ser ella, sin dejar de serlo, y en el que se convertía en un ser peligroso para aquellos a los que quería). A la joven hechicera sentía como le ardía el rostro y cómo, extrañamente, el resto del cuerpo se le helaba. No. No podía ser. Iba a ocurrirle otra vez. Esa sensación en su cabeza, como si estuviera a punto de explotar, esa cara que arde, esa visión que se nubla. No. Esos miembros que parecen perder el control de sí mismos. No. Tenía que hacer algo para controlarlo. Necesitaba con urgencia una válvula de escape. Necesitaba controlar aquella furia latente antes de que se desatase. Estaban un buen amigo y compañero y un chico del que, sin quererlo, pero de forma irremediable, se había enamorado: dos personas a las que quería con toda su alma. No podía permitirse el lujo de dejarse llevar, como había ocurrido ese mismo día con el dragón y -¡oh, mierda!- con el propio Gourry. Sentía heladas gotas de sudor caer por su frente y sus sienes. Sus ojos le dolían y parecían querer salirse de sus cuencas. Sus mandíbulas estaban tan apretadas que las muelas parecían hundirse aún más en las encías, mientras sus colmillos rechinaban. No. Tenía que dejarlo salir de alguna forma, ya que intentar contenerlo era inútil. ¿Pero cómo hacerlo? Sus sienes palpitaban como corazones. Sentía cómo los tendones de su cuello se tensaban hasta parecer que iban a salir disparados en todas direcciones, en pedazos, mientras respirar se le hacía más y más difícil, como si el aire se hubiera vuelto líquido de pronto. De pronto, gritó. La impotencia ante el convencimiento de que estaba a punto de dejar de ser ella (sin dejar de serlo) no encontró otra forma de manifestarse. Gritó de una forma tal que incluso al mismísimo Zelgadiss se le desgarró el alma. Era un grito estridente, ahogado, que más parecía proceder de la garganta que de los pulmones.
-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGH!!
-¡¡Lina!! ¡¿Qué te ocurre?! ¡¡Lina!! -Zelgadiss sólo pudo pronunciar esas palabras, pues estaba completamente paralizado.
Y de repente ocurrió. Sus ojos notaron una humedad cálida. Eran lágrimas. Unas lágrimas en las que parecía estar diluido todo aquel mal, pues Lina sentía cómo poco a poco, muy lentamente, llorando, volvía a la vida, a recuperar el control sobre ella misma. Y siguió llorando, de forma sonora. Un llanto que eran gritos de desesperación, sollozos de rabia, un nudo en la garganta por conservar su parcela de dignidad, por proteger a sus amigos y a ella misma. Gourry no dijo nada. Se limitó a caminar hacia ella y arrodillarse para volver a rodearla con sus brazos. Su llanto sonaba ahora amordazado por el pecho del rubio muchacho, en el que Lina no tardó en refugiarse, para empaparlo con sus lágrimas y con la saliva que empezaba a dejar huir su boca, completamente abierta para evacuar con su llanto toda aquella fuerza maligna que había estado a punto de apoderarse de ella. Mientras, ella se aferraba al guerrero como si fuera lo único a lo que agarrarse para no caer a un oscuro y aterrador abismo. Y puede que realmente fuera así. Gourry volvió a besar en la cabeza a su amiga mientras le acariciaba el pelo. Luego dirigió su mirada a Zelgadiss:
-Será mejor que lo dejes correr, Zel.
~0~0~0~~0~0~0~~0~0~0~~0~0~0~
El olor acre del vino añejo y los licores que impregnaban un aire fresco y húmedo, el tacto duro y frío de las losetas de piedra del suelo en las posaderas, la oscuridad de la taberna y el sabor empalagoso del licor de endrinas eran las sensaciones que se mezclaban en el mermado (por el alcohol) campo perceptivo de aquel desagradable parroquiano de la taberna de Luna, el señor canoso, grueso y encorbatado que gruñía y maldecía. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, como un escriba egipcio, con la botella de licor de endrinas apoyada en el hueco que dejaban sus piernas y a la que sujetaba por el cuello con el puño algo crispado, sumido en una severa intoxicación etílica, lo que no era óbice para que pudiera mantener una animada conversación. El hecho de que con quien departiera fuera un taburete de madera áspera y toscamente trabajada al que llamaba insistentemente Iñaki, era sólo un detalle sin importancia. En las pausas que hacía, seguramente para escuchar las réplicas de Iñaki a sus palabras, le daba buenos tientos a la botella, empinando bien el codo y echando hacia atrás la cabeza de forma brusca. Pero el intenso debate se iba a ver truncado por una repentina aparición: un sonriente joven de cabello negro cortado a lo paje y vestiduras de sacerdote que portaba un báculo ligeramente torcido con una gran gema.
-¡Caramba! ¿Sigue usted aquí? Cada vez aguanta más el alcohol, ¿eh?
-¡Grunf! ¡Hombre! Mira quién está aquí, Iñaki: ese individuo del que te he hablado tanto -a pesar de su borrachera, la dicción del hombre trajeado no presentaba síntomas graves de lo que la experta Naga llamaba en su tratado "síndrome de la lengua de trapo"- ¿Cómo va eso, Zeros?
-Me llamo Xellos, Xel-los -corrigió el demonio con su sonrisa y su gesto del dedo índice.
-¡Grunf! Como se llame -el parroquiano hizo un gesto de desprecio y dio otro trago para apurar la botella- ¿Qué le trae por aquí?
-Me dirigía a una reunión de viejos amigos en una tienda de cerámicas cerca de aquí, pero preferí pasar a saludarle primero. Como me cogía de camino... Veo que no está la tabernera. -Xellos se sentó sobre Iñaki- Eso quiere decir que ha hecho lo que le dije, ¿no?
-Quítese de la cabeza de mi compañero, por Dios, que le va a despeinar el peluquín.
-Yo a Iñaki no le molesto, hombre. Puedo ser tan etéreo como el aire que respiramos. -el demonio miró hacia abajo, a su asiento- ¿Verdad, Iñaki? -volvió a dirigirse al escriba grosero- Bueno... ¿Le dijo a Luna las "palabras mágicas"?
-¡Grunf! Casi me muero de vergüenza, de soltar semejante memez, pero ha funcionado. Lo reconozco. En cuanto dije esa estupidez de la magia negra, salió de aquí como quien se quita avispas del culo. Saltó por encima de la barra y todo.
Xellos volvió a su gesto del dedo.
-¿Qué le decía yo, hombre de poca fé?
-Entonces... ¡Grunf! ¿Es cierto que su señora quiere cazar a esa bruja?
-Sí. Lleva meses dándole vueltas a esa idea. Hasta puso en circulación a un enviado suyo para que entrara en contacto con alguna de sus antiguas amistades, confiando en que el destino le llevaría así hasta ella.
-¿Es que cree en el destino, Xellos?
-¡Vaya! -Xellos rió mientras se rascaba la nuca- Es usted de esos que se ponen metafísicos cuando beben, ¿no? Bueeeeno... es fácil creer en algo cuando sabes que puedes manejarlo según tus intereses.
-¿Has oído, Iñaki? -el viejo le dio con el codo al taburete, mientras se dibujaba en su cara algo vagamente similar a una sonrisa- Uno como este en las filas del partido no tendría precio.
-Por cierto, señor político -el demonio se giró un poco para mirar de reojo al parroquiano, con una sonrisa maliciosa-, ¿le han dejado solo con una caja de monedas a mano y no ha cogido nada? No es esa la actitud que se espera de alguien de su clase.
-¡Grunf! ¡Qué simpático! -hizo una pausa y miró un momento a su insólito amigo- Sí, Iñaki, siempre es así. Se debe de creer la leche de gracioso. -volvió a dirigirse a Xellos- Pues no, mire. Si esa mujer es quien tú dices que es, prefiero no meterme con ella. Tiene la facultad de poder hacerme la puñeta bien hecha, lo reconozco. En mi mundo también tengo que lidiar con gente que podría ponerme los pavos a la sombra. Y es mejor no llevarse mal con ellos, créame. Además, en el fondo, no son tan malos chicos. De alguna forma, tenemos intereses comunes.
-Ahora sí que me parece usted todo un político. -el demonio rió de nuevo.
-¡Grunf! ¿No llega tarde a su reunión? -evidentemente, la presencia de aquel espíritu burlón empezaba a molestar al hombre que hablaba con los taburetes.
Xellos volvió a rascarse la nuca, en un gesto distraído.
-¡Huy! Se me había olvidado.
-Que le vaya bien. Y espero obtener contrapartidas por haberme dejado implicar en esta gilipollez. ¡Grunf!
-Mi capacidad de acción es limitada en su mundo, pero aún así, algo se podrá hacer.
-¡Grunf! No me venga con historias. Y alcánceme otra botella de esta bazofia. Este mundo anclado en la Edad Media cada vez me repugna más. O si no, ve tú, Iñaki.
-Deje, deje, ya voy yo. -respondió Xellos, servicial.
Xellos se dirigió a los estantes de detrás del mostrador, tomó otra botella de licor, levitó hasta donde estaban Iñaki y compañía y dejó la botella en el regazo del escriba sentado.
-Gracias, demonio de las narices.
-Feliz regreso. Póngame a los pies de su señora.
Y dicho esto, Xellos desapareció tan repentinamente como había aparecido, dejando solo con su taburete al político del pelo gris y escaso, cuya figura iba poco a poco, con cada trago a la botella de licor, haciéndose más translúcida, hasta que también desapareció.
-Qué gente tan rara -pensó Iñaki, el taburete.
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-¡Psst! Oye, chica, aquí.
-¿Eeeh? ¿Quién anda ahí? -murmuró Lina.
Lina había sido de pronto sobresaltada por unos extraños susurros provenientes de unos arbustos cercanos. Instintivamente, la hechicera comenzó a conjurar en silencio una bola de fuego, que crecía poco a poco en su mano derecha. Pero aquella voz grave y varonil, pero dulce, le resultaba vagamente familiar.
-No te asustes, Lina, soy yo. Es que no estaba seguro de que fuerais vosotros, así que me acerqué. Además, no sabía si os habíais dormido ya los dos o no. No quiero molestaros. -dijo el misterioso individuo, en voz baja.
-¿Quién diablos eres? -Lina se levantó, asombrada- ¿De qué me conoces? ¡Hazte ver!
De entre las matas salió una figura blanca, delgada, con capucha y embozo, que, iluminado a duras penas por los astros, se recortaba en la oscuridad de la noche como una aparición. A Lina le inquietó bastante la visión de aquella silueta sin rostro, hasta que, en un momento, se bajó la capucha y aquel embozo que le cubría toda la cara excepto los ojos, dejando entrever un rostro oscuro desdibujado por la escasa luz, y una alborotada media melena que se extendía a ambos lados de la cabeza en dos alas y que brillaba a la luz de las estrellas como si fuese de plata. Una sonrisa amplia se dibujó en el rostro de la bruja.
-¡¿Zelgadiss?!
-¡Chssssss! Vas a despertar a Gourry. -rió silenciosamente- Son sus ronquidos los que me han traído hasta aquí. No tienen pérdida.
Lina no pudo menos que abrazar a aquel viejo amigo que, debido a las razones estúpidas con las que el destino tiene en ocasiones a bien reunir viejas amistades, había reaparecido en su vida. Zelgadiss, quimera de hombre, brownie y gólem de piedra, respondió estrechando entre sus brazos a aquella chica, que había sido, probablemente, una de los escasos amigos que había tenido en su vida.
-¿Gourry? -Lina señaló con un gesto de su cabeza a Gourry y volvió a mirar a Zelgadiss con una sonrisa queda- Ese no se despierta ni a cañonazos hasta el amanecer.
El recién llegado hechicero tuvo la cortesía de poner algo de luz a la reunión, haciendo brotar de sus manos una esfera luminiscente que quedó suspendida sobre sus cabezas. Acto seguido, se sentaron en el suelo uno frente a otro. Había mucho de qué hablar, tras cuatro años largos de no saber prácticamente nada uno de otro, y posiblemente la noche no sería suficiente para dar por terminado el reencuentro. Zelgadiss miró un momento a Lina. Llevaba una indumentaria singular: un jersey azul con dos hileras verticales y paralelas de aberturas en forma de rombo por la parte de delante, que dejarían ver parte de sus escasos pechos si no fuera por una pieza de tela amarilla que cubría precisamente esa parte de su cuerpo, de forma similar a como lo haría la parte superior de un bikini; unos pantalones de lona color azul oscuro sujetos con un cinturón, botas de altas piel negra y guantes de lo mismo. Su negra capa estaba en el suelo extendida, a modo de esterilla, así como unas aparatosas hombreras con mucha pedrería y sus muchos amuletos. Zel veía a su vieja amiga casi igual que la última vez que estuvieron juntos. Quizá había crecido un poco y llevaba su larga melena roja como el cobre algo mejor peinada, pero seguía tan delgada como de costumbre. Era en sus ojos del color de la miel donde la quimera notó algo que le extrañaba. Seguían siendo grandes y muy bellos, pero no desprendían ese brillo, ese optimismo que Zel recordaba haber visto siempre en la mirada de su amiga, aún en los peores momentos. Los ojos de la hechicera estaban apagados, tristes incluso. O a lo mejor, pensó Zel, sólo estaban algo cansados. Pero prefirió interesarse primero por asuntos algo más pedestres.
-Veo que seguís en lo mismo que cuando os conocí. Hay cosas que no cambian, ¿no?
-¿A qué te refieres, Zel?
-Seguís viviendo a salto de mata. ¿Os limitáis a seguir vagando por ahí?
-Y desplumando bandas de ladrones. -el gesto de Lina se tornó orgulloso- Creo que es algo de lo que nunca me aburriré.
-¿Y cómo es que sigues con Gourry? Ya no tiene esa espada de luz que tanto querías.
-Bueno... no es bueno estar sola, con la vida que llevo. Necesito a alguien que me cubra las espaldas, supongo.
Zel dibujo en su cara una sonrisa maliciosa.
-Ya... Creía que sabías cuidar de ti misma.
-¡Claro que sé! -Lina, molesta por el comentario, frunció el ceño y cruzó los brazos- ¡Nunca he necesitado depender de nadie!
-¿No será que, simplemente, no puedes estar sin él?
La hechicera pelirroja puso unos ojos como platos y dio un ligero respingo, como si estuviera sentada sobre una aguja de pino que de pronto le hubiera pinchado el trasero. Zel también observó que le había subido a las mejillas un rubor tal que parecía que estaba en una sauna. Pero enseguida recompuso su expresión de fastidio.
-¡Pues no, no es eso, bocazas! Ya te lo he dicho: he decidido aceptar esa murga suya de que es mi protector. Y, a todo esto, te voy a hacer una pregunta tonta: ¿qué te trae por aquí?
Zel dejó de pronto de sonreír volvió a su expresión grave habitual y miró hacia abajo, para ocultar su rostro a Lina. Se hizo un largo silencio sólo roto por el tímido ulular de algún ave nocturna. Zel respiró hondo, como si estuviera a punto de sumergirse en el agua, para decir:
-No lo sé.
-¿Eeeeh? No te entiendo.
Lina se inclinó un poco y ladeaba la cabeza para buscar la mirada de su amigo.
-¿Nunca... ? -Zelgadiss volvió a mirar a la cara a Lina, con su rostro serio habitual- ¿Nunca has hecho algo sin saber muy bien por qué lo haces?
-Sigo sin entenderte ¿Es que no sigues buscando la manera de volver a ser humano?
-No es exactamente eso. Es... no sé... Llevo demasiado tiempo vagando por ahí, solo, y de pronto sentí la necesidad de... sentirme más cerca de... -Zel volvió a sonreír- Nada, olvídalo.
Lina miró hacia abajo y cayó en la cuenta de que su amigo llevaba en su muñeca izquierda uno de los amuletos de Amelia. Parecía mentira, pero estaba claro que, por un momento, el siempre frío y distante Zelgadiss estaba dispuesto a sincerarse, a abrir su corazón. Lina no quiso perder la oportunidad posiblemente única de explorar la mente de la siempre hermética quimera.
-Es estupendo, Zel. -Lina hablaba con un tono dulce inusitado en ella, y con una amplia y sincera sonrisa- Has venido a ver a Amelia, ¿verdad? ¿Has dejado de negarte a ti mismo lo evidente?
-Tampoco es exactamente eso. Es más: estoy seguro de que, si llego a la Capital, no me atreveré siquiera a acercarme al palacio real. Bueno... aparte de que no sé si un tipo con mi aspecto estaría bien visto. Incluso quién sabe si no sigo siendo, oficialmente, un forajido aquí también.
-Amelia no es tan tonta como para no haberse encargado de ese asuntillo. Además, al príncipe Filionel llegaste incluso a caerle bien. ¿Por qué no te atreverías a ir a visitarla? -Lina rió en silencio- Es más: ella estaría encantada si te quedases a vivir en la Capital.
-Es posible, sí. Pero yo... Tampoco sé si ella siente lo mismo. Además, no quiero complicarle la vida. Estar conmigo no le traería más que problemas. Sería desgraciada, y yo lo último que quiero es eso, es decir, -carraspeó, como queriendo corregirse un poco- haceros desgraciados a cualquiera de vosotros. Después de todo, soy un monstruo. Y luego está mi pasado...
-Deja de decir estupideces, Zel. -Lina frunció el entrecejo y su tono de voz se hizo tan acre como siempre- A ella tu pasado le da igual.
-¿Y tú qué coño sabes? -Zel parecía bastante irritado, ya que arrugaba la frente y dejaba ver sus afilados colmillos al hablar- Dudo que a alguien como ella le haga ilusión estar con alguien con una vida sembrada de crímenes. Tarde o temprano se daría cuenta de ello.
-A ella le gustas tal y como eres. Recuerda que incluso te lo dijo, aquel día... Ella no ha conocido más Zelgadiss que el que yo veo ahora.
-¡Lo que tú ves ahora no es Zelgadiss Graywords! ¡Yo no soy esto! ¡Ese es el problema!
Zel cogió a Lina por los hombros, apretándola de forma dolorosa, mientras la miraba fijamente a los ojos, con los dientes apretados. La mirada del hechicero se clavó es su alma como una daga: era una mirada de desesperación y de ira, fría, gris y acuosa debido a unas lágrimas que estaban ahí pero se negaban a brotar. Lina notaba además que la respiración de su amigo se aceleraba. Luego, sus ojos cambiaron, revelando la más profunda tristeza que Lina había visto jamás reflejada en los ojos de alguien; una tristeza parecida a la de su amigo Gourry después del incidente con el dragón, mientras la presión de sus manos duras como la piedra sobre sus hombros se atenuaba poco a poco, hasta convertirse en una amistosa caricia, un "lo siento" sin palabras. Zel continuó, susurrando, aunque con un tono sereno:
-No la merezco, Lina.
Lina se sentía muy rara ante esa situación. Por un lado, le amargaba ver a su amigo Zelgadiss con la moral por los suelos. Pero lo cierto es que una parte de ella parecía regocijarse con el sufrimiento del hechicero. En un ejercicio de crueldad casi infantil, sentía un retorcido placer, como el que sentiría un niño que maltratara a un animal por diversión. Eso le hizo por esbozar, por un momento, una media sonrisa. Pero Zelgadiss no se percató, ya que una voz muy familiar y una sensación de desasosiego llamaron su atención hacia los arbustos de los que había salido un momento antes. Era una voz de chico joven, bastante cantarina, pero suave y pausada.
-¡Mmmm! Qué deliciosa tensión se respira por aquí. Os ruego que sigáis, por favor. Seguro que, en el fondo, tú, Lina, también lo quieres así, ¿no?
Ambos miraron sobresaltados hacia las matas. Era un hombre joven, con media melena, vestido como un sacerdote y con un rostro peculiar: ojos pequeños y rasgados y sonrisa extraña. La cara de Lina al ver aquella aparición nocturna de báculo y sonrisa era la máxima expresión de la estupefacción, con aquellos ojos como platos y aquella boca crispada que enseñaba unos dientes apretados como un cepo para osos:
-¡¡Xellos!!
La cara de Zelgadiss era más bien un entrecejo fruncido de desprecio hacia aquel personaje, bajo el cual brillaba una de esas miradas capaces de helar la sangre y ahogar el habla de quien las padece. Si el que las padece es un individuo normal, claro. Pero Xellos era de todo menos eso.
-¿Tú por aquí, Xellos? ¡Lárgate! Siempre que apareces tú, aparecen los problemas. -le recriminó Zelgadiss.
-Ehh, Zel, tranquilo. ¿Es esa tu forma de recibir a un viejo amigo? ¿No me preguntáis qué ha sido de mí en todos estos años y qué me trae por aquí?
-Está bien Xellos -intervino Lina en cuanto recuperó el habla- ¿Por qué reapareces de pronto después de cuatro años?
-Y en cuanto al asunto de Amelia -Xellos disfrutaba jugando al despiste, también en las conversaciones, con cambios de tema que pudieran irritar al interlocutor-, siento decirte, Zel, que una princesa casadera y tan guapa como ella debe de estar apartándose los pretendientes con cazamoscas. Imagínate: la heredera de la codiciada corona de Saillun. El mayor braguetazo al que todo garzón cortesano podría aspirar.
La ira de Zelgadiss se desató ante comentarios tan procaces sobre un tema tan sensible para él. Sin mediar palabra de ningún tipo, la quimera se abalanzó directamente sobre el cuello del demonio, quedando éste tumbado en el suelo boca arriba mientras Zelgadiss lo aprisionaba con las manos. Sorprendentemente, Gourry despertó de aquel estado comatoso en el que se sumía cada vez que hacía lo que las personas normales hacen para dormir. Está claro que tampoco Gourry era un individuo normal.
-Mmmm... ¿Qué es lo que pasa, Lina?
Zelgadiss seguía a lo suyo, es decir, centrado en la tarea de estrangular a Xellos, mientras Lina, que tampoco se había percatado de que su rubio compañero estaba despierto, intentaba separar a la quimera y al demonio, cogiendo a Zel desde atrás por el cuello con los brazos.
-¡Suéltalo, Zel! ¡Tenemos que tirarle de la lengua!
-¡¡Eso es lo que quiero, Lina!! ¡¡Tirar de su lengua hasta arrancársela!! -no se sabe si Zel entendió mal la metáfora o, simplemente, se había permitido un chascarrillo fácil mientras oprimía el pescuezo de Xellos.
Gourry se extrañó al reconocer a la figura que estaba en ese momento sentada a horcajadas sobre aquel bulto sospechoso que se retorcía en el suelo. La verdad es que el fornido guerrero no recordaba haber tenido nunca tan buena memoria para alguien.
-¡Eeh, Zelgadiss, viejo amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué haces? Lina, déjalo, mujer, ¿no ves que le estorbas?
Finalmente, Lina consiguió arrancar a Zel de allí de un violento tirón que hizo que ambos, bruja y quimera, cayeran al suelo con las posaderas por delante; justo en el preciso momento en que una parte de ella, por extraño que pudiera parecer, comenzaba a disfrutar de la situación casi tanto como Xellos, que se acababa de incorporar, frotándose el cuello pero sin perder su cara de permanente (y estúpida) felicidad, y diciendo, mientras señalaba a Gourry con el dedo:
-¿Veis? Habéis despertado al pobre hombre, con tanto aspaviento. Deberías controlar ese genio, Zelgadiss: te estás volviendo como Lina.
La aludida intervino, mientras Zelgadiss la cogía de un hombro para que no respondiera a las provocaciones del demonio:
-No has respondido a la pregunta, Xellos.
En la absoluta oscuridad de la mente de Gourry volvió a encenderse la tenue luz de un vago recuerdo:
-¿Xellos? Lina, ese nombre me suena. ¿Le conozco?
-Cuánto me alegra que te acuerdes de mí, Gourry -contestó el espíritu maligno-. Me hago cargo de que no es muy frecuente que tú te acuerdes de algo.
Zelgadiss estaba perdiendo de nuevo los estribos:
-¡Responde a la puta pregunta, demonio!
-Esas cosas tan feas no se dicen, Zel -apuntó Gourry desde su capa- esterilla.
-Vaaamos, vaaaamos -Xellos extendió sus brazos dirigiendo las palmas de las manos a Zelgadiss y a Lina, que aún se encontraba sentada justo detrás de él, para asegurar que corriera el aire entre él y ellos-. ¿A qué viene tanto interés por mis pretensiones? Yo sólo salía de ese villorrio de mala muerte de ahí abajo, cuando oí vuestras voces y decidí pasar a saludar a unos viejos amigos. ¿Qué hay de malo en eso?
-¡Ya me acuerdo de ti! -irrumpió Gourry, con una cándida sonrisa- Tú eres el demonio aquel, ¿no? ¡Cuánto tiempo sin verte!
-¡¿Cómo te puedes alegrar de ver a este individuo, pedazo de alcornoque?! -bramó Lina.
-¿Por qué será que no me creo ni una palabra, Xellos? -ironizó Zelgadiss.
-Venga, hombre, ¿todavía me guardas rencor por un par de mentirijillas sin importancia? Seamos serios. -El demonio, como siempre, quitaba hierro a sus tropelías con su sonrisa bobalicona.- Eres injusto conmigo, Zel.
Lina no estaba dispuesta a dejar que el diablo les hiciese cambiar de tema otra vez:
-¿Nos tomas por idiotas? Hasta Gourry sabe perfectamente que tú nunca has hecho acto de presencia por pura cortesía.
-Es verdad -añadió el mentado guerrero-. Siempre que apareces tú, acabamos metidos en un lío.
-Así que deja de marear la perdiz y dinos qué va a ser esta vez. -agregó Zelgadiss- ¿Vas a volver a utilizarnos? Dinos al menos qué quieres de nosotros.
Xellos era un gran actor, un fingidor vocacional, como todo buen demonio. Tanto es así, que por un momento realizó el, para él, titánico esfuerzo de borrar su sonrisa bobalicona de su rostro para hacer ver que se sentía ofendido por los recelos de sus antiguos compañeros de correrías (que lo fueron más por su gusto que por el de ellos, bien es verdad). Acto seguido se puso en pie les dio la espalda, como resuelto a irse, para decir, en un tono de voz acorde con su brillante interpretación:
-Está claro que no soy bienvenido. Yo creía que esto era una reunión de viejos colegas, y que lo adecuado era presentarse, aunque sólo fuera por educación. Está bien. Me marcho. No me importa. Está a punto de celebrarse una reunión muy similar, de todos modos, y sé que en esa sí que me acogerán.
Parecía que, si Xellos estaba dispuesto a llegar hasta el final, se iban a librar de su molesta presencia, al menos, por un tiempo. Pero a Lina le asaltó una honda preocupación, y por ello quiso retener al demonio un instante más.
-¿Qué querías decir con que, en el fondo, quería que hubiera tensión?
A Xellos le asaltó una malévola y desbordante felicidad al oír eso. Se dio la vuelta hacia Lina luciendo una amplia sonrisa.
-Lo siento. Eso es un secreto.
-¡¡No me vengas con eso!! -clamó Lina, con una ansiedad que se le hacía por momentos insoportable.
-Yo también te noto algo tensa, Lina -brillante intervención del sagaz Gourry que los demás, en especial Lina, prefirieron ignorar.
-Te creía más inteligente, Lina. -prosiguió Xellos- ¿No lo relacionas con cierto acontecimiento ocurrido en el día de hoy? ¿Seguro?
No hacía falta ser un lince para saber que Xellos se refería al incidente del dragoncito. Una vez más, se hacía patente que el demonio, además de tener a menudo un misterioso e irritante don de la ubicuidad o de la omnisciencia, casi siempre decía las cosas que decía para algo más que para resultar deliberadamente provocador. Acto seguido, el espíritu malvado se dio la vuelta, resuelto a irse, esta vez en serio, con la actitud de un piloto de bombardero que, tras dejar caer su carga mortífera sobre el objetivo, abandona el lugar sin preocuparse por el daño que haya podido hacer.
-Me marcho. He quedado con una rubita encantadora y tres morenazas de impresión. Pero no os voy a decir quiénes son. Es un secreto.
El demonio comenzó a alejarse hasta sumergirse en la penumbra, mientras continuaba:
-Además, ¿para qué os lo voy a contar? Lo vais a saber por vosotros mismos, y muy pronto. Hasta la vista.
Y así, Xellos desapareció, tal y como acostumbraba. Lina se quedó en silencio, con el mismo semblante angustiado que lucía antes de que su amigo Zelgadiss entrara en escena. Pero justo cuando ella ya casi había olvidado el inquietante y vergonzoso episodio del dragón rosa, tuvo que llegar ese indeseable de Xellos a recordárselo y, no conforme con eso, a ponerle en evidencia delante de Zel.
-Oye, Lina -Zelgadiss llamó la atención de la bruja pelirroja-. ¿A qué se refería Xellos? ¿Qué te ha ocurrido hoy?
La mezcla de sentimientos que en ese momento se revolvía en el interior de Lina como un nido de crías de serpiente era insufrible: odio (hacia Xellos, por haberle recordado aquel desafortunado acontecimiento, reavivando su...); arrepentimiento (por lo que le había hecho a ese dragón y a su mejor amigo, lo que le provocaba la más insoportable...); vergüenza (por haber protagonizado un espectáculo tan bochornoso, y porque ahora otro buen amigo, Zelgadiss, le inquiría acerca de un suceso que le infundía verdadero...); terror (ante la expectativa de volver a sumirse en un estado mental en el que dejaba de ser ella, sin dejar de serlo, y en el que se convertía en un ser peligroso para aquellos a los que quería). A la joven hechicera sentía como le ardía el rostro y cómo, extrañamente, el resto del cuerpo se le helaba. No. No podía ser. Iba a ocurrirle otra vez. Esa sensación en su cabeza, como si estuviera a punto de explotar, esa cara que arde, esa visión que se nubla. No. Esos miembros que parecen perder el control de sí mismos. No. Tenía que hacer algo para controlarlo. Necesitaba con urgencia una válvula de escape. Necesitaba controlar aquella furia latente antes de que se desatase. Estaban un buen amigo y compañero y un chico del que, sin quererlo, pero de forma irremediable, se había enamorado: dos personas a las que quería con toda su alma. No podía permitirse el lujo de dejarse llevar, como había ocurrido ese mismo día con el dragón y -¡oh, mierda!- con el propio Gourry. Sentía heladas gotas de sudor caer por su frente y sus sienes. Sus ojos le dolían y parecían querer salirse de sus cuencas. Sus mandíbulas estaban tan apretadas que las muelas parecían hundirse aún más en las encías, mientras sus colmillos rechinaban. No. Tenía que dejarlo salir de alguna forma, ya que intentar contenerlo era inútil. ¿Pero cómo hacerlo? Sus sienes palpitaban como corazones. Sentía cómo los tendones de su cuello se tensaban hasta parecer que iban a salir disparados en todas direcciones, en pedazos, mientras respirar se le hacía más y más difícil, como si el aire se hubiera vuelto líquido de pronto. De pronto, gritó. La impotencia ante el convencimiento de que estaba a punto de dejar de ser ella (sin dejar de serlo) no encontró otra forma de manifestarse. Gritó de una forma tal que incluso al mismísimo Zelgadiss se le desgarró el alma. Era un grito estridente, ahogado, que más parecía proceder de la garganta que de los pulmones.
-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGH!!
-¡¡Lina!! ¡¿Qué te ocurre?! ¡¡Lina!! -Zelgadiss sólo pudo pronunciar esas palabras, pues estaba completamente paralizado.
Y de repente ocurrió. Sus ojos notaron una humedad cálida. Eran lágrimas. Unas lágrimas en las que parecía estar diluido todo aquel mal, pues Lina sentía cómo poco a poco, muy lentamente, llorando, volvía a la vida, a recuperar el control sobre ella misma. Y siguió llorando, de forma sonora. Un llanto que eran gritos de desesperación, sollozos de rabia, un nudo en la garganta por conservar su parcela de dignidad, por proteger a sus amigos y a ella misma. Gourry no dijo nada. Se limitó a caminar hacia ella y arrodillarse para volver a rodearla con sus brazos. Su llanto sonaba ahora amordazado por el pecho del rubio muchacho, en el que Lina no tardó en refugiarse, para empaparlo con sus lágrimas y con la saliva que empezaba a dejar huir su boca, completamente abierta para evacuar con su llanto toda aquella fuerza maligna que había estado a punto de apoderarse de ella. Mientras, ella se aferraba al guerrero como si fuera lo único a lo que agarrarse para no caer a un oscuro y aterrador abismo. Y puede que realmente fuera así. Gourry volvió a besar en la cabeza a su amiga mientras le acariciaba el pelo. Luego dirigió su mirada a Zelgadiss:
-Será mejor que lo dejes correr, Zel.
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El olor acre del vino añejo y los licores que impregnaban un aire fresco y húmedo, el tacto duro y frío de las losetas de piedra del suelo en las posaderas, la oscuridad de la taberna y el sabor empalagoso del licor de endrinas eran las sensaciones que se mezclaban en el mermado (por el alcohol) campo perceptivo de aquel desagradable parroquiano de la taberna de Luna, el señor canoso, grueso y encorbatado que gruñía y maldecía. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, como un escriba egipcio, con la botella de licor de endrinas apoyada en el hueco que dejaban sus piernas y a la que sujetaba por el cuello con el puño algo crispado, sumido en una severa intoxicación etílica, lo que no era óbice para que pudiera mantener una animada conversación. El hecho de que con quien departiera fuera un taburete de madera áspera y toscamente trabajada al que llamaba insistentemente Iñaki, era sólo un detalle sin importancia. En las pausas que hacía, seguramente para escuchar las réplicas de Iñaki a sus palabras, le daba buenos tientos a la botella, empinando bien el codo y echando hacia atrás la cabeza de forma brusca. Pero el intenso debate se iba a ver truncado por una repentina aparición: un sonriente joven de cabello negro cortado a lo paje y vestiduras de sacerdote que portaba un báculo ligeramente torcido con una gran gema.
-¡Caramba! ¿Sigue usted aquí? Cada vez aguanta más el alcohol, ¿eh?
-¡Grunf! ¡Hombre! Mira quién está aquí, Iñaki: ese individuo del que te he hablado tanto -a pesar de su borrachera, la dicción del hombre trajeado no presentaba síntomas graves de lo que la experta Naga llamaba en su tratado "síndrome de la lengua de trapo"- ¿Cómo va eso, Zeros?
-Me llamo Xellos, Xel-los -corrigió el demonio con su sonrisa y su gesto del dedo índice.
-¡Grunf! Como se llame -el parroquiano hizo un gesto de desprecio y dio otro trago para apurar la botella- ¿Qué le trae por aquí?
-Me dirigía a una reunión de viejos amigos en una tienda de cerámicas cerca de aquí, pero preferí pasar a saludarle primero. Como me cogía de camino... Veo que no está la tabernera. -Xellos se sentó sobre Iñaki- Eso quiere decir que ha hecho lo que le dije, ¿no?
-Quítese de la cabeza de mi compañero, por Dios, que le va a despeinar el peluquín.
-Yo a Iñaki no le molesto, hombre. Puedo ser tan etéreo como el aire que respiramos. -el demonio miró hacia abajo, a su asiento- ¿Verdad, Iñaki? -volvió a dirigirse al escriba grosero- Bueno... ¿Le dijo a Luna las "palabras mágicas"?
-¡Grunf! Casi me muero de vergüenza, de soltar semejante memez, pero ha funcionado. Lo reconozco. En cuanto dije esa estupidez de la magia negra, salió de aquí como quien se quita avispas del culo. Saltó por encima de la barra y todo.
Xellos volvió a su gesto del dedo.
-¿Qué le decía yo, hombre de poca fé?
-Entonces... ¡Grunf! ¿Es cierto que su señora quiere cazar a esa bruja?
-Sí. Lleva meses dándole vueltas a esa idea. Hasta puso en circulación a un enviado suyo para que entrara en contacto con alguna de sus antiguas amistades, confiando en que el destino le llevaría así hasta ella.
-¿Es que cree en el destino, Xellos?
-¡Vaya! -Xellos rió mientras se rascaba la nuca- Es usted de esos que se ponen metafísicos cuando beben, ¿no? Bueeeeno... es fácil creer en algo cuando sabes que puedes manejarlo según tus intereses.
-¿Has oído, Iñaki? -el viejo le dio con el codo al taburete, mientras se dibujaba en su cara algo vagamente similar a una sonrisa- Uno como este en las filas del partido no tendría precio.
-Por cierto, señor político -el demonio se giró un poco para mirar de reojo al parroquiano, con una sonrisa maliciosa-, ¿le han dejado solo con una caja de monedas a mano y no ha cogido nada? No es esa la actitud que se espera de alguien de su clase.
-¡Grunf! ¡Qué simpático! -hizo una pausa y miró un momento a su insólito amigo- Sí, Iñaki, siempre es así. Se debe de creer la leche de gracioso. -volvió a dirigirse a Xellos- Pues no, mire. Si esa mujer es quien tú dices que es, prefiero no meterme con ella. Tiene la facultad de poder hacerme la puñeta bien hecha, lo reconozco. En mi mundo también tengo que lidiar con gente que podría ponerme los pavos a la sombra. Y es mejor no llevarse mal con ellos, créame. Además, en el fondo, no son tan malos chicos. De alguna forma, tenemos intereses comunes.
-Ahora sí que me parece usted todo un político. -el demonio rió de nuevo.
-¡Grunf! ¿No llega tarde a su reunión? -evidentemente, la presencia de aquel espíritu burlón empezaba a molestar al hombre que hablaba con los taburetes.
Xellos volvió a rascarse la nuca, en un gesto distraído.
-¡Huy! Se me había olvidado.
-Que le vaya bien. Y espero obtener contrapartidas por haberme dejado implicar en esta gilipollez. ¡Grunf!
-Mi capacidad de acción es limitada en su mundo, pero aún así, algo se podrá hacer.
-¡Grunf! No me venga con historias. Y alcánceme otra botella de esta bazofia. Este mundo anclado en la Edad Media cada vez me repugna más. O si no, ve tú, Iñaki.
-Deje, deje, ya voy yo. -respondió Xellos, servicial.
Xellos se dirigió a los estantes de detrás del mostrador, tomó otra botella de licor, levitó hasta donde estaban Iñaki y compañía y dejó la botella en el regazo del escriba sentado.
-Gracias, demonio de las narices.
-Feliz regreso. Póngame a los pies de su señora.
Y dicho esto, Xellos desapareció tan repentinamente como había aparecido, dejando solo con su taburete al político del pelo gris y escaso, cuya figura iba poco a poco, con cada trago a la botella de licor, haciéndose más translúcida, hasta que también desapareció.
-Qué gente tan rara -pensó Iñaki, el taburete.
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