1.1 Capítulo 4
Ante semejante revelación, Naga parecía una de aquellas esculturas arcaicas griegas. Aunque no lucía aquella sonrisa estúpida, sino más bien un rostro abotargado y crispado, con aquellos ojos azules que lucían glaucos como los de la lechuza de Atenea, o los de la diosa misma. Tal era la rigidez de su enorme y escultural cuerpo que podría haber apuntalado ella sola la cubierta dintelada de cualquiera de los templos de Delfos. Con una postura algo menos hierática (más clásica o incluso helenística) y una fina clámide, hubiera sido una bellísima cariátide.
-Disculpe... señorita... Creo que a su asaltante le ha dado un aire. –Amelia se dirigía a Luna mientras señalaba a Naga con perplejidad.
De pronto, su perplejidad se tornó en estremecimiento. Aquella mujer alta, morena y semidesnuda que estaba molestando a su damisela con traje de camarera tenía un aire familiar. Su melena larga, negra y brillante, sus ojos azules, su rostro, su porte... Para Amelia, aquella desconocida era, extrañamente, según vislumbraba en la escasa luz del ambiente (los faroles, Luna y los astros) un compendio de algunos de los escasos y vagos recuerdos que tenía de su madre. Una desconocida de unos veinticinco o veintiséis años. Más o menos la edad que debía tener... ¿su hermana Gracia? Su padre le comentaba a veces lo mucho que se parecían Gracia y su madre. ¿Era eso posible? ¿Era posible que Amelia tuviera ante sí a aquella hermana a la que hacía años que no veía? Sí que lo era, pero... ¿Realmente sus recuerdos eran de fiar? Además, acababa de golpearse la cabeza. La princesa trataba de convencerse a sí misma de que su imaginación, el traumatismo craneal y la noche le estaban jugando una mala pasada. Aún así, aquella sensación opresiva en su pecho no se iba. ¿Por qué? Amelia quiso decirle algo. Preguntarle cómo se llamaba. O, directamente, decirle: "¿No me reconoces? Soy yo, Amelia". Pero... ¿Y si no era ella? ¿Y si aquella mujer no era Gracia? ¿Y si, simplemente, aquel parecido era, en efecto, más ficticio que real, una simple manifestación de su deseo por volver a saber de ella; deseo que crecía más y más conforme pasaban los años? La princesa de Saillun prefirió ser prudente.
Noel se acercó a su compañera y la miró ladeando la cabeza, como un perro curioso.
-Tía, ¿qué te ha pasao? Oye... Se ha quedao tiesa.
-¿Le habrá afectado el golpe? –se preguntó la princesa.
Luna, ignorando a la enorme hechicera, se colocó ante Amelia e inclinó un poco la cabeza, en una sobria reverencia:
-Disculpad mi ignorancia. Siento no haberos reconocido, Alteza. Máxime, cuando vos habéis sido durante mucho tiempo amiga de mi hermana
Las palabras de Luna inquietaron sobremanera a Amelia. ¿Acaso conocía ella a la hermana de alguien? Recordaba que su antigua amiga, la hechicera Lina Invers, famosa en el mundo entero, tenía al parecer una hermana para la que todo, y no sólo la letra, con sangre entraba. Pero aquella hermana maltratadora no podía ser la mujer indefensa (pensaba ella) y de refinados modales que tenía ante sus ojos.
Eso era otra cosa que, aunque parezca mentira, llamó la atención de la princesa. La verdad es que Amelia no acababa de acostumbrarse a aquel protocolario y frío tratamiento de Alteza. Y eso, a pesar de que los funcionarios y cortesanos de palacio y los numerosos muchachos nobles que le hacían la corte en sus escasos momentos de solaz y esparcimiento en los apacibles (más bien soporíferos, pensaba la joven princesa) jardines de palacio, así lo hacían. Pero Amelia era una chica sencilla a la que el protocolo agobiaba tanto como las labores burocráticas y representativas a las que tenía que hacer frente. Algunas de estas labores eran verdaderamente estúpidas y frívolas, como aquella vez que tuvo que presentarse a la carrera con un kit "Inaugurator Royal DeLuxe" bajo el brazo en la Plaza de las Columnas de Bello Fuste para inaugurar el Monumento al Inspector Fiscal, una escultura hecha a partir de desechos de la forja (vulgo chatarra) de pésimo acabado y peor diseño, que le sentaba a la Plaza de las Columnas de Bello Fuste de la Capital de la Magia Blanca de Saillun igual de bien que una boñiga de cerdo a la Alhambra de Granada, o que el museo Guggenheim a la ría de Bilbao, y en la que, desde aquel momento en adelante, se cagarían las palomas (lo que Gourry llamaría "posteridad") con un placer tal que casi les confería un cierto grado de humanidad; como si sus deyecciones fuesen una expresión de sus preferencias estéticas.
Para los legos en la materia, un kit "Inaugurator Royal DeLuxe" era un maletín que contenía una cinta de raso de unos 4 metros con los colores del emblema de Saillun, tijeras de plata finamente decoradas con motivos vegetales dorados y especialmente diseñadas para no cortar a la primera dicha cinta, loción desecadora facial para hacer más fáciles las sonrisas forzadas; cortinilla de terciopelo rojo con soportes, barra y tirador (todos ellos de latón bañado en oro) para el solemne descubrimiento de abominables placas conmemorativas que, con esa enorme tendencia a la oxidación y la consecuente ilegibilidad a corto o medio plazo de sus inscripciones, inmortalizaran para los siglos venideros tamaño prodigio; una gran botella de vino espumoso envasado a presión, de modo que, al descorcharla, brotara su contenido como de un dionisiaco surtidor; y dos copas de fino cristal para que los oficiantes de la inauguración recogieran al vuelo, con cómicos ademanes para diversión de los asistentes, un poco del oloroso, gaseoso y agridulce líquido de la eyaculación de la botella para hacer (chinchín) un simulacro de brindis.
Permítame, lector, tras tan estúpida digresión, volver a la historia.
Mientras la princesa le daba vueltas en la cabeza a las varias hermanas que recordaba conocer, Naga pareció recuperarse de pronto de su helenístico estado de shock y, con un extraño afán por evitar mirar siquiera con el rabillo del ojo a Amelia, se dirigió a Luna:
-Bueno... Deja de rendir pleitesía a esa enana, que tenemos que batirnos. ¿Verdad, Noel?
-¿Eeeeh? –respondió el muchacho, con su lucidez habitual.
Luna y Amelia los ignoraban por completo. Una por hastío, la otra, por no tener que volver a pasar por el trance de tener que convencerse a sí misma de que aquella bruja no era su hermana.
-Señorita... –Amelia se dirigió a la mayor de las Invers- No la entiendo... ¿Su hermana? Perdóneme, pero no caigo en a quién se refiere usted. No conozco a nadie en Zefielia. Nadie que no sea de la nobleza, quiero decir.
-Perdonadme de nuevo, Alteza, pero es que no he tenido aún ocasión de presentarme. Mi nombre es Luna Invers. Vos conocéis a mi hermana Lina, ¿no es así?
Hay palabras que caen como un jarro de agua fría sobre quien las oye, pero el nombre de Invers resultó ser el Mar Báltico en diciembre para las dos hermanas.
-¡¡¿Invers?!! –bramaron al unísono a un lado y a otro de Luna (en estéreo), dando un salto hacia atrás, con los ojos como platos.
-¿Qué ocurre? –preguntó Luna, asombrada.
-¿Eeeeh? –Noel seguía a lo suyo.
-Entonces... –Amelia, con la boca retorcida, los ojos abiertos hasta atrás y las cejas temblorosas y arqueadas hacia arriba, señaló a Luna- ¿U... usted es la famosa hermana de Lina?
-¿Tú? ¿La hermana de Lina Invers? –Naga se cruzó de brazos y ladeó la cara ligeramente para mirar de medio lado y con una sonrisa torcida a Luna- No te pareces mucho a esa rata pelirroja. Hasta consigues rellenar la camisa y todo.
Dicho esto, Naga se llevó el dorso de la mano derecha ante la boca soltó una tremenda y aguda risotada -¡¡HAAAAA, HA, HA, HA, HAAA!!- , echando la cabeza hacia atrás. Sus carcajadas sonaban con la intensidad de los truenos (incluso parecían venir del cielo, dada la forma en que inundaban el ambiente) e hicieron estremecerse a Noel, Amelia e incluso al mismísimo Caballero de Ceiphied. El suelo tembló bajo los pies de los noctámbulos. Algunos vecinos de la ciudad se despertaron sobresaltados y, aterrados, abrieron sus ventanas para mirar alrededor con sus pupilas dilatadas de pavor y sus frentes sudorosas.
-¿Y tú de qué conoces a mi hermana?
-¿Yo? Bueno... –Naga miraba hacia arriba, como intentando recordar un acontecimiento sin demasiada importancia en su vida- Recuerdo que aquella chica estuvo un tiempo empeñada en seguirme a todas partes como un perrito abandonado. La muy infeliz quería demostrar que era mejor hechicera que yo, o sea, YO –la bruja se señaló a sí misma con los cinco dedos de su mano derecha, en un gesto pausado y solemne, dando especial énfasis a la pronunciación del pronombre personal de primera persona del singular-, es decir, la más bella y poderosa hechicera que han conocido los siglos.
Cuando se repuso del shock provocado por las atronadoras carcajadas de Naga, Amelia respiró aliviada. Podría darse el caso de que, en efecto, ella se reencontrase con Gracia en el lugar y en el momento más insospechados, pero... ¿que las dos hubiesen sido amigas de Lina Invers en el pasado? ¡Esa idea era absolutamente ridícula! ¿Cada cuánto tiempo se daban coincidencias tan brutales? ¿Una vez cada mil años? Por un momento, la princesa justiciera se sintió un poco estúpida, pero, después de todo, pensó, aquella chica de negro tenía rasgos que le eran familiares, y, a fin de cuentas, ella nunca perdió la esperanza de volver a ver a su hermana, e incluso llegó a imaginarla como una mujer de vida errante y bohemia, como la que, por su aspecto, llevaba la bruja. Como la que llevaba la mencionada Lina, posiblemente, la mejor amiga que Amelia había tenido. Y además, ¡qué cuernos!: Lina era la más poderosa hechicera que había existido jamás, y no esa esperpéntica pechugona.
-¡Dudo mucho que tú seas más poderosa que Lina! –susurró Amelia con fastidio.
-¿Eeeeh? –Noel no salía de su asombro ante una cantidad de datos que su pobre mente no podía asimilar.
-¿Ah, sí? –Luna esbozó una media sonrisa burlona- ¿Y cuál es la tu gracia, oh gran hechicera?
Naga soltó otra de sus terribles carcajadas. Volvieron a repetirse la cara de espanto de Amelia, el desconcierto de Noel, la inquietud de Luna, el temblor del suelo y el sobresalto de los vecinos:
-¡¡HAAAAA, HA, HA, HA, HAAA!! Mi nombre es Naga, La serpiente Blanca. Puedes llamarme Naga, a secas. Es un honor para mí conocer a la mujer que daba horribles palizas a esa sabandija de Lina Invers. Casi que estoy pensando en olvidar lo del duelo de magia y perdonarte la vida.
-Sabía que mi hermana acabaría frecuentando malas compañías –replicó Luna, llevándose una mano a la frente mientras agachaba la cabeza-, pero tu sola visión supera todas mis expectativas. Menos mal que también ha tenido –dirigió su mirada a Amelia- amigos decentes y respetables, ¿no, Alteza? Por cierto, ¿tendríais vos la bondad de ayudarme...?
Luna no terminó la pregunta porque notó que la princesa miraba a Naga embelesada y con la boca entreabierta. Parecía estar viendo un fantasma. Sólo podía pronunciar...
-Naga...
De pronto, la hechicera negra puso también esa misma cara.
-¡Maldición! Con lo guapa que estoy calladita... –masculló para sí.
Luna se sentía ante esa escena como una cabra en un garaje, como Noel llevaba sintiéndose toda la noche. Tenía la sensación de que estaba ocurriendo entre aquellas dos desconocidas algo que se escapaba completamente a su entendimiento. Al momento vio cómo Amelia se acercaba despacio a la semidesnuda y grosera bruja con la boca tapada con ambas manos, temblorosa y con la respiración entrecortada. Naga tenía un rostro inexpresivo, con la boca completamente cerrada, aunque se notaba que bajo aquellos labios que parecían soldados el uno con el otro se encontraban unos dientes apretados. También a ella parecía costarle respirar.
-Naga... –dijo Amelia, mientras se destapaba la boca poco a poco- Ese es el segundo nombre de mi hermana mayor.
Naga tragó saliva, sin descomponer su cara de póquer. Luego dijo, con una voz trémula que se esforzaba en vano por transmitir firmeza:
-Mi... mira... te estás e... equivocando, ¿vale? Yo no te conozco de nada. (¿Pero cómo se te ocurre decir eso, pedazo de idiota? –pensó- ¿Es que quieres delatarte?)
-¿Eeeeh? –interesantísima intervención de Noel que, sin duda, aportó a la situación un punto de vista original y, a todas luces, enriquecedor.
Amelia acababa de caer en la cuenta de que aquella ruda mujer de oscuros cabellos tenía algo especial: era su rostro. Un rostro que de pronto le traía recuerdos de una hermana que se fue para no volver cuando ella era solo una niña. Un rostro que le recordaba al de su madre muerta ante sus ojos. Eso, y el hecho de que se identificara como Naga, hicieron que, de pronto, la joven princesa comenzara a creer que habían debido de pasar esos mil años. La princesa extendió su mano para acariciar el rostro de Naga (fino y nacarado como el suyo) y, apenas con un hilo de voz, dijo:
-Gracia... ¿Eres... tú?
-Nn... no sé de qué diantre me estás hablando –respondió la bruja con su voz hecha apenas un susurro mientras apartaba su cara de aquella mano pequeña y suave que se acercaba, para luego volver a tragar saliva.
-Alteza, ¿os encontráis bien? –inquirió Luna en su desconcierto.
-Haaala, tía, Naga. Yo también tengo un hermano.–Huelga decir de quién puede ser un parlamento tan brillante y adecuado al contexto en el que nos encontramos.
Amelia apartó la mano y se la llevó al pecho.
-Soy... soy Amelia, Gracia. Ya lo has oído. No intentes engañarme: sé que eres tú. Pero quiero oírtelo decir a ti. Por favor.
Furiosa, Naga dio un empujón a Amelia con una mano:
-¡¡Vete a la mierda!! ¡¡Te he dicho que no te conozco de nada!! ¡¿Entiendes?! ¡Déjame en paz!
Luna estuvo por intervenir. ¿Cómo se le ocurría a aquella descerebrada tratar así a una princesa? Pero... ¿acaso alguien le había dado vela en ese entierro? Estaba claro que aquello no era asunto suyo, que lo inteligente era mantenerse al margen. Porque... ¡qué diablos! La otra también era una princesa. De hecho, era la siguiente en orden de sucesión al trono de Saillun después del príncipe regente Filionel. En efecto, Luna comprendió que estaba asistiendo en exclusiva (Noel no contaba como ser cognoscitivo ni inteligente; apenas como ser sensible) al reencuentro de la princesa Amelia con su desaparecida hermana Gracia.
-¿Eeeeh? –resulta ya obvio quién es este.
-Gracia... ¿por qué haces esto? –Amelia tendió su mano a su hermana, como si quisiera alcanzarla y asirla con ella.
Naga miró a la princesa como si se tratara de una patética loca que sólo dijera estupideces. Pero esa cara le duró poco. Fueron los ojos de su hermana. Azules, grandes, cálidos y tan tristes que, apagados e inexpresivos, pero fijos en ella, dolorosamente clavados en los suyos, ni siquiera transmitían ya sentimiento alguno: sólo eran manantiales de lágrimas. De pronto le pareció ver en aquellos ojos los de su madre agonizante. La hechicera negra fue sacudida por un escalofrío. Su rostro comenzó también entristecerse, hasta languidecer. Pestañeó un par de veces, tragó saliva. Luego, para apartar de su vista aquella molesta visión, aquella mirada hiriente, cerró los ojos y giró bruscamente la cabeza. Por último, respiró hondo por la nariz, volvió a abrir los ojos, aunque sin mirar a Amelia, apretó los dientes y, con rictus recompuesto pero muy serio, admitió:
-Sí, Amelia, soy yo. Soy Gracia. ¿Y? ¿Crees que eso va a cambiar algo? ¿Creías que iba a abrazarte y a decirte que te he echado de menos, que os quiero a padre y a ti, que el destino nos ha vuelto a unir o alguna cosa así como que te mueres de bonito? ¡Venga ya!
-No, Gracia...
Naga volvió a mirar a Amelia.
-Llámame Naga, ¿quieres? Siempre odié ese nombre. Es tan... vulgar.
Amelia secó como pudo sus lágrimas con las mangas de su camisa.
-No, Naga, no esperaba eso... Pero pensé que al menos tendrías el valor de no huir de mí. Que me dirías algo así como "dile a papá que estoy bien". No sé... Imaginaba que me contarías qué ha sido de ti todos estos años. Y papá... le alegraría la vida saber de ti. Te echa tanto de menos...
-¡No me vengas con eso ahora! –exclamó la hechicera haciendo un brusco movimiento con su brazo derecho, que describió, extendido, de dentro a fuera, una parábola, como si apartara de sí algo, mientras ponía el izquierdo en la cadera- Me costó tomar aquella decisión, pero era lo mejor que podía hacer. Y tanto padre como tú lo sabéis, en el fondo. Mi marcha no fue un error. Yo nunca cometo errores.
Amelia calló un momento, luego replicó, mirando hacia el suelo:
-Pero... han pasado ya muchos años.
-No pretenderás que vuelva, ¿no? ¿Te imaginas? ¿Una hechicera negra, reina de Saillun? ¡HAAAAAAA, HA, HA ,HA, HAAA! –una vez más, horror generalizado ante la estridente risa de La Serpiente Blanca- Los palurdos de tu reino jamás lo aceptarían. Son de piñón fijo. Creen que ellos patentaron la magia blanca, y nada va a cambiar eso. Ni siquiera mis indudables encantos femeninos, ni mi inmenso poder, sin parangón en el mundo conocido, ni mi superior inteligencia serían argumentos suficientes como para que me consideraran una sucesora digna de padre.
-No te estoy pidiendo que vuelvas, Gracia. –la tristeza en la mirada de Amelia era más que evidente, pero era ya una tristeza serena, resignada- Comprendo que tuviste tus razones para irte y que ahora... bueno... Sólo quiero que papá y yo tengamos noticias tuyas de vez en cuando, y que nos expliques por qué lo hiciste.
-Pues mira, me lo pones fácil: no pienso volver a pisar Saillun. Tú seguirás siendo una completa desconocida para mí. Y reniego de una familia que estaría dispuesta a conspirar para matarme si el panorama sucesorio así lo aconsejara. Así que coge tu amor fraternal y tu sangre azul y vuelve por donde has venido ¿Noticias mías? Puedes contarle a padre que estoy muerta, si te apetece. Quizá así sufra menos.
-Prefiero hacer con que no he oído eso –murmuró Amelia apretando los dientes.
-Sí. Muerta. A lo mejor así dejo de amenazar la estabilidad política de vuestro querido reino, y tu papá y tú podréis dormir tranquilos, con vuestra corona bajo el brazo. ¡Vámonos, Noel!
-¿Eeeeh?
Naga agarró a Noel por la camisa a la altura de un hombro y lo arrastró con ella mientras se daba la vuelta para dejar atrás a aquella insolente mujer- pararrayos, acompañada por los "¿Eeeeh?" y los pasos de pato mareado con botas de agua de su compañero. Amelia perdió definitivamente los papeles. Tanto era así, que en sus manos ya estaba conjurándose un Visfarank:
-¡Repite eso, bruja despreciable!
Naga se dio la vuelta y, con una sonrisa amarga, puso los brazos en jarra:
-¿"Bruja despreciable"? ¿Es esa forma de tratar a tu hermana? ¿Y de verdad crees que con esa basura de magia blanca que haces podrás hacer algo contra mí?
-A mí Liam a veces me trata muy mal, también. –los profundos pensamientos de Noel volvieron a hacerse voz.
Luna pensó que ya llevaba suficiente tiempo haciendo de espectadora, y, ante la posibilidad nada remota de que ambas hermanas se enzarzaran en un duelo de consecuencias posiblemente desastrosas, decidió intervenir, haciéndose, eso sí, gran violencia moral por inmiscuirse en una pelea familiar. Pero estaba convencida de que ambas mujeres le serían de gran ayuda en su objetivo de localizar a Lina. Así que se interpuso entre ambas hermanas extendiendo los brazos para separarlas un poco más.
-Por favor, basta ya. No quiero entrometerme, pero tampoco que os arranquéis la piel a tiras.
Las tres forcejearon. Luna, para evitar que las dos hermanas se enzarzasen. Naga y Amelia, para apartar de en medio al Caballero de Ceiphied.
-Oye, chica, ¿qué tal si te pierdes? –se quejó Naga.- Esto no es asunto tuyo.
-Por favor, señorita Invers, –intervino Amelia - manténgase al margen.
-¡¡Ya está bien!! –clamó Luna mientras empujaba a una princesa con cada brazo con tal fuerza que salieron despedidas hacia atrás un par de metros- Alteza... y tú, esto... Naga... Necesito que me ayudéis. Lina podría estar en peligro. Tengo que localizarla y advertirla.
Las dos hermanas se detuvieron súbitamente. Quedaron tiesas como pejepalos. Amelia puso repentinamente cara de preocupación y miró a Luna. Naga, también giró su asombro hacia el caballero de Ceiphied.
-¿Lina? ¿En peligro? ¿Qué quiere decir con...? –preguntó Amelia.
-¿En qué nuevo lío se ha metido esa impresentable? –interrumpió Naga- Seguro que la muy pécora sigue buscando tesoros sin mi inestimable ayuda y, como no estoy yo para sacarle las castañas del fuego, ahora está en peligro.
-Os lo explicaré en cuanto encontremos a una amiga mía que podría ayudarnos a llegar hasta ella. ¿Estaríais dispuestas a ayudarme?
Naga se quedó un rato pensativa. Con la vista ligeramente alzada mientras se mesaba el mentón. Amelia, mientras, dio un prodigioso salto hacia atrás para subirse al alféizar de una ventana del primer piso de la casa desde donde hizo su prodigiosa y heroica entrada en escena y señaló a Luna con índice acusador y entrecejo fruncido:
-¿Y cómo es que de pronto le preocupa tanto esa hermana a la que lleva años tratando a golpes? ¿Eh?
Una gran gota de sudor cayó por la cabeza de Luna, que murmuró:
-Bueno... supongo que me lo merezco por haberme inmiscuido en vuestros asuntos familiares... –acto seguido, recuperó su tono de voz- Alteza... Tened la bondad de bajar de ahí, y decidme si podríais ayudarme. Sé que es mucho pediros, teniendo en cuenta las obligaciones que conlleva vuestro cargo, pero espero que, al menos por la amistad que unía a vos con mi hermana...
De un salto, Naga se interpuso entre su hermana menor y Luna y se colocó frente a ésta, a escasos centímetros de ella, y colocó su cara, en la que estaba dibujada una sonrisa maliciosa, de forma que las puntas de sus narices casi se tocaban:
-¿Cuánto estás dispuesta a pagar por mis servicios, amiga Luna?
-¿Eeeeh? –esta vez no era Noel, sino Luna la que, boquiabierta, profería la asombrada interjección.
-Sí, querida –la hechicera negra dejó de invadir el espacio vital del Caballero Ceiphied y prosiguió, con una dicción deliberadamente cantarina, gesticulando con giros de manos y muñecas de forma aún más exagerada a lo habitual en ella-: si quieres ayuda, te constará dinero. Porque, entre tú y yo, eres una ingenua si crees que Su Bajeza Real, aquí presente –miró a Amelia con desprecio-, se manchará sus regias manos ayudando a una camarera a encontrar a su hermanita perdida; no por insolidaridad y snobismo, líbreme Ceiphied de pensar eso, sino porque tendrá una agenda muy apretada, ya sabes, ser princesa es un apostolado... tendrá... no sé... embalses que inaugurar, saraos a los que asistir... Dejémoslo en... digamos... ¿Cinco mil monedas de oro? Tengo unos estudios que costearme, ¿sabes?
-¿Tú eres la Naga que reinventó el licor de endrinas? Debí suponerlo. –dijo Luna, aunque sin mostrar excesivo interés por el tema del dulce licor que debía haber devuelto ya a su grosero parroquiano a su mundo.
-Sí: con eso me pago los estudios. Pero se ve que el consumo de Espirituoso Púrpura está cayendo en picado, y ya apenas me da para pagar el alojamiento en la residencia de estudiantes. Pero espero salir del bache pronto, ya que estoy trabajando en un brebaje nuevo para toda una nueva generación de curdas: algo relacionado con uvas verdes... Aún no le he puesto nombre.
A pesar de la brillante disertación de Naga (con tanto frecuentar la compañía del avispado Noel, la bruja semidesnuda parecía echar de menos departir con alguien capaz de entender, al menos, la décima parte de sus palabras), Luna hizo con que no había oído nada y volvió a dirigirse a Amelia, que ya estaba de nuevo con los pies en el suelo:
-Si mis peores sospechas se confirmaran, estaría en juego algo más que Lina. Alteza, os lo ruego: ¿estaríais dispuesta a ayudarme?
-Creo que se tiene que pedir audiencia para eso, ¿no, Amelia? –intervino Naga con su sarcasmo sangrante.
Amelia también ignoró a su hermana.
-La ayudaré, señorita Invers. Es más –puso los brazos en jarra y sonrió-: si es por Lina, la acompañaré a donde haga falta.
Luna también sonrió:
-No sabéis cuánto os lo agradezco. Aunque sólo lo hagáis por esa tarambana de Lina.
-Pero... –Naga se interpuso entre la princesa y el Caballero de Ceiphied, de cara a ésta última con una amplia sonrisa- Creo que seguirás necesitando mis servicios a pesar de que Su Bajeza Real haya accedido tan amablemente a ayudarte. Yo sí, repito, SÍ sé por qué clase de ambientes se mueve Lina Invers cuando no tiene Estrellas Oscuras ni terribles demonios que destruir. Hasta es probable que esté seduciendo a algún muchacho de buen ver con sus ojos de corza degollada y sus batallitas con Estrella Oscura para que le invite a comer y le cuente dónde está enterrado el valioso tesoro de su familia.
-Esto... ¿alguien entiende una palabra de lo que dice esta mujer? –inquirió Luna, desconcertada.
-¿Estrella Oscura? ¿Qué tiene que ver Mike Oldfield en todo esto? –inquirió Noel con su sano candor.
-¡¿Qué significa eso de Su Bajeza, Gracia?! -clamó Amelia, entre dientes, con los puños apretados.
Naga se dio la vuelta y se puso a palmear la regia coronilla de la princesa de Saillun con una gran sonrisa en su cara:
-Anda, taponcete, llámame Naga, si no te importa.
Inmediatamente, la princesa renegada, sin hacer demasiado caso a los signos de evidente enojo de su hermana, volvió a dirigirse a Luna:
-En cambio, la piernicorta de aquí atrás –señaló a Amelia con un pulgar- sólo ha estado con ella cuando estaba metida en líos súper-gordos. Los juglares que ahora se dedican a cantar las gestas de esa rata pelirroja, o sea, perdón, tu hermana, mencionan a veces a la princesa de Saillun.
Los ojos de Amelia se iluminaron de felicidad. La princesa juntó sus manos justo frente a su boca con los dedos entrelazados y, con un brillo acuoso en sus dilatadas pupilas, preguntó:
-¿De veras?
-Sí, -contestó Naga- lo digo en serio. Tú, retaco, eres el donaire de la historia, o sea, la que da el toque humorístico al la narración haciendo el payaso. ¡¡HAAAAAA, HA, HA, HA, HAAAA!!
Luna decidió intervenir y sujetar los brazos de la princesa de Saillun desde atrás para evitar (otra vez) una pelea, una vez se repuso de los extraños temblores que le paralizaron todo el cuerpo al oír la risa de Naga. Amelia forcejeó un poco de forma que hizo dar algunos bandazos a Luna, demostrando así que la sacerdotisa, a pesar de su apariencia delicada, tenía una fuerza física más que considerable. Pero pronto cejó en su empeño. Primero, porque, después de todo, una princesa ha de ser, ante todo, una dama, y no debe rebajar su condición en peleas callejeras, por duras que fueran las ofensas; ni siendo su hermana la ofensora. Y segundo, porque Luna la asía con una fuerza que seguramente poco tendría que envidiar a la del más fornido de sus guardias de corps.
-Esto... Naga, estás diciendo tal sarta de estupideces que estoy absolutamente anonadada. –dijo Luna, con un gesto de fastidio más que evidente- Lo hace sólo para provocaros, Alteza. –le dijo a Amelia- No le hagáis el juego. Es sólo una pendenciera. No la toméis en serio.
A Naga no le gustó demasiado el comentario, pero prefirió disimular su enfado. Después de todo, alguien capaz de aterrorizar con su solo nombre a una hechicera tan poderosa como Lina (sí: Naga reconocía que Lina era realmente poderosa, aunque su henchido ego le prohibía admitirlo en voz alta), no debía de ser alguien con quien bromear más de lo justo.
-Eeee... El caso es que necesitarás mi colaboración. Puede que esta de aquí –señala a Amelia mirándola de soslayo- meta la pata en algo. ¿O no has visto su entrada en escena? Además, soy la hechicera más poderosa, bella y sabia del mundo. Y una sagaz e incansable investigadora.
-Además –añadió amablemente Amelia, desde el opresivo "abrazo" de Luna, con una sonrisa sarcástica idéntica a la de su hermana- de una bocazas presuntuosa y ególatra que viste como una ramera y no dice más que sandeces, por no mencionar la forma en que dejó tirada a su familia.
-Y sabe mucho de vinos y drogas –apostilló Noel, sonriente y orgulloso de tener una amiga que era un dechado de virtudes.
-Mira, tapón –se defendió Naga-, no me toques las narices, si no quieres que te dé un par de...
-No respondáis a sus provocaciones, Alteza. Naga –Luna llamó la atención de una de ellas para evitar una vez más que se pelearan-, ¿en serio eres una hechicera poderosa?
-¿Acaso lo dudas? –respondió- Más que Lina, sin duda alguna. Y, por supuesto, más que esta maqueta a escala de princesa, seguramente educada en la magia de los pusilánimes: la magia blanca. Yo le seré de mayor ayuda. Pero permíteme insistir en que, al que algo quiere, algo le cuesta.
Ignorando a Naga, Amelia intervino:
-¿Qué quería decir con que Lina podría estar en peligro?
-Es un poco largo de explicar, Alteza. Veréis: cuando alguien abusa durante años de la magia negra, la que se alimenta del poder de los demonios, acaba por corromper su alma de tal modo que puede caer fácilmente en manos de los propios demonios, que pueden usarlo para cualquier fin que uno pueda imaginarse.
-Le parecerá una pregunta estúpida, pero... ¿Qué fin imagina usted? –siguió preguntando la princesa.
-No sé qué decirle. Preferiría hablar de ello en un sitio más seguro que la calle, si no os importa.
-¡HAAAAAA, HA, HA HAA! –Naga volvió a reír con el dorso de su mano derecha delante de la boca- ¡Venga ya! ¡Eso son cuentos de viejas!
-Pues si son cuentos de viejas –Luna lanzó a Naga una mirada desafiante- quizá no necesitemos sus servicios, señorita... ¿Serpiente Blanca?
-Los necesitaréis. Necesitaréis a alguien que os proteja, si vais a estar recorriendo el mundo en busca de la rata pelirroja.
-¿No buscábamos a la hermana de esa tía de las tetas enormes, Naga? –preguntó Noel, en su desconcierto perenne, a espaldas mismas de Luna.
Noel creyó que, después de aquello, tendría que dedicarse al Bel Canto. Sus mal llamadas partes pudendas le dolían tanto que su visión estaba completamente anulada por un velo de ilusorios puntos luminosos blancos y azules que le recordaban a un televisor sin sintonizar, mientras que, en el suelo, tendido boca abajo con las manos en su entrepierna, se imaginaba a sí mismo como el Farinelli de la era moderna. Una vida sin sexo (puede que nada de nada en su zona púbica hubiera quedado sano tras semejante patada), pero, oh sí, consagrada al arte.
Con una cierta molestia en el empeine de su pie derecho, Luna se acercó a Naga.
-Nos podrías ser útil, sí. Tus honorarios son exagerados, pero Ceiphied proveerá. Creo que, si Su Alteza no tiene inconveniente...
Amelia giró bruscamente la cabeza y la alzó ligeramente, en un ademán altivo y despectivo.
-Por mí, que haga lo que quiera, esa bruja. Pero no seré yo quien le dé conversación si se aburre durante el viaje.
La verdad es que a Naga eso de "Ceiphied proveerá" no le sonaba muy bien. Cada vez que, en asuntos de dinero, alguien se ponía a Ceiphied en la boca, era para no aflojar la bolsa ni por accidente. Pero estaba claro que vagar por ahí con Noel toda la noche tampoco le iba a reportar grandes beneficios económicos. Incluso puede que en el fondo quisiera tener cerca a su hermana pequeña, al menos por un tiempo, movida, quizás, por un cierto instinto de protección hacia Amelia, y por el afecto que, a pesar de todo, sentía por la princesa. El caso era que la llamada de la sangre era más fuerte aún que sus viejos fantasmas, si cabía.
-¿Puedo llevarme a mi cobaya? –preguntó Naga.
-¿Tienes mascota? –dijo Amelia.
-No, mujer, –contestó la bruja de negro- me refiero a Noel. Es el principal objeto mis investigaciones en curdología, mi, repito, MI ciencia. Y la puerta a mi doctorado: mi director de tesis me ha autorizado a drogarlo y emborracharlo con fines científicos. Total: si se muere, no se pierde gran cosa, ¿no?
-¡¡Eso es cruel!! –clamó Amelia.
-Bueno... –Luna intentó, por increíble que pudiera parecer, quitarle hierro al asunto- Es por el bien de una ciencia que podría abrirnos la puerta a otros mundos, ¿no?
Estaba claro que, antes incluso del brillante comentario sobre sus pechos, había algo en Noel que no gustaba nada a Luna. Aunque ni ella misma sabía con certeza qué era.
-¡Vaaaya! –Naga sonrió, orgullosa- Así que conoces mi obra, ¿no?
-Es normal, con el trabajo que tengo. –contestó Luna.
-¡¡Me parece deleznable lo que estás haciendo con ese pobre hombre!! –Amelia seguía recriminando.
-¡Venga ya! –exclamó Naga- ¡Pero si fue él quien me pidió ser mi cobaya cuando se enteró de qué estaba estudiando, nada más conocerme! Y le encanta probar toda la mierda con la que trabajo. –Naga se dio la vuelta para mirar a Noel- ¿Verdad, Noel?
El desgarbado joven, que en ese momento intentaba levantarse del suelo, sonrió y respondió:
-¡Mola un mazo, tía! Aquí en Ibiza tenéis unas drogas de puta madre. ¡Cómo os lo montáis, los españoles!
Naga giró la cabeza hacia donde estaban Luna y Amelia, se colocó la mano derecha en vertical al lado izquierdo de su boca y dijo en voz baja:
-Por cierto, está algo desorientado: cree estar en un sitio llamado Ibiza. Debe de ser algún pequeño reino más allá de la ex-Barrera. Una especie de paraíso del curdólogo, imagino, por lo que cuenta. Pero yo no le digo nada, por si se tratara de algún mundo extraño de esos a los que llevan los estupefacientes.
-Y... bueno... –Amelia llamó así la atención de Luna- Si me concede unos instantes para que avise a mi séquito...
-Os ruego que primero me acompañéis, Alteza. Ya habrá tiempo para eso una vez decidamos lo que vamos a hacer.
-De acuerdo. –contestó Amelia- Si vamos a luchar por la Paz, por la Justicia y por Lina, lo demás puede esperar.
-¿Eeeeh? –Sí: es él.
-Si esa inútil va, yo también. –agregó Naga- No quiero que esta empresa acabe en fracaso si yo, la bellísima y omnipotente Naga, la Serpiente Blanca, puedo evitarlo.
Y así, a la luz de Luna (retruécano fácil, lo sé), anduvieron por las oscuras y angostas callejuelas del casco antiguo de la capital de Zefielia hasta llegar ante un caserón, al fondo de una amplia plaza elíptica rodeada casi por completo de soportales.
Era un edificio de aspecto antiguo, pero no decrépito, sino más bien rancio y venerable. Era una casa de tres plantas, construida en madera y mampostería en parte enjalbegada. La planta baja, de mampostería sin cal, tenía dos puertas de entrada: a la derecha, una hecha completamente de gruesa madera de castaño pintada de marrón y algo ajada por el tiempo, con algunos remaches metálicos negros y cuya hoja estaba dividida en dos partes iguales, superior e inferior, que podían abrirse y cerrarse bien juntas o bien de forma independiente, y que daba acceso a la vivienda. La otra, hacia el centro aunque ligeramente al la izquierda, era de cristal enmarcado en madera, de acabado menos rústico y más elaborado, y estaba flanqueada por dos grandes vitrinas que se levantaban desde unos centímetros más arriba del suelo hasta casi la segunda planta, una de las cuales se prolongaba a lo largo de casi todo el perímetro de la planta baja, y que dejaban ver que, en efecto, lo que ocupaba la mayor parte del piso era una tienda de artículos de loza, vidrio, porcelana y terracota, tanto decorativos como utilitarios, rotulada con un cartel que rezaba: Cerámicas El Dragón – Delegación Zefielia – Exposición y Venta.
Las otras dos plantas estaban totalmente enjalbegadas y la cal sólo dejaba ver las vigas de madera ennegrecida por el paso del tiempo que formaban parte de la estructura exterior de la fachada y que formaban una curiosa sucesión de triángulos a lo largo de toda la superficie. En el primer piso, según veían nuestros aventureros, destacaba un amplio balcón con balaustrada piedra. Las ventanas eran rectangulares, amplias, ligeramente abocinadas, con los alféizares a piedra descubierta y también de esa misma madera negruzca. Lo remataba todo un tejado de pizarra, si bien es cierto que la noche no permitía distinguir muy bien tan pintoresco detalle.
-Aquí es. –dijo Luna, poniendo los brazos en jarra.
-¿"Cerámicas El Dragón"? –preguntó Amelia extrañada.
-¿Pa qué venimos a una tienda? Si a estas horas está cerrao. –por supuesto, este es Noel.
-Bueno... –intervino Naga- ¿Y ahora, qué? ¿Entramos a saco y nos llevamos la caja y todo lo que podamos en especie? Estaría bien, pero no creo que nos sirva para encontrar a Lina. Además, aquí hay gente que me conoce y...
-¿Robar? No creo que la señorita Invers haga eso. No todos son como tú, Gracia. –replicó la princesa, molesta.
-¡Te he dicho que no me llames así, enana! –bramó Naga.
-¡Silencio, por favor! ¿Queréis despertar a todo el vecindario otra vez? –Luna debió poner orden, firme pero en baja voz- Dejadme hacer a mí.
-¿Hacer el qué? –preguntó Naga.
-Dejemos que las piedras hablen. –respondió Luna, en un tono casi místico, tras haberse adelantado unos pasos respecto a sus compañeros.
-¿Eeeeh?
-Shhhhh... Creo que va a intentar comunicarse con Lina usando sus amuletos. Esta plaza parece un buen lugar para ello. La señorita Invers debe de ser una hechicera muy poderosa, por lo que he oído decir sobre ella. –susurró Amelia, haciendo a un lado a su hermana con un brazo, suavemente, mientras con el otro hacía ademán de mandar callar, y mientras adoptaba una pose rígida, con una pierna bastante mas adelantada que la otra, las rodillas flexionadas y el cuerpo y la cabeza echados hacia adelante.
La visión de Luna agachándose a recoger piedrecillas del suelo fue para las dos hermanas, cuando menos, chocante. Pero más aún lo fue ver cómo la poderosa Caballero de Ceiphied tomaba una a una las piedras de su mano izquierda, dispuesta como un cazo, con los dedos índice y pulgar de la derecha y, en un movimiento de brazo rápido y nervioso, como los giros de cuello de un gorrión, las iba arrojando contra una de las ventanas del primer piso del caserón. Amelia cayó al suelo de espaldas, debido al estupor, y quedó con las piernas tiesas hacia arriba. Peor lo tuvo Naga que, debido a lo mismo, cayó de bruces y quedó en vertical sobre su cara, con las piernas por alto y completamente separadas, postura poco decorosa para una dama, más aún teniendo en cuenta la peculiar vestimenta de La Serpiente Blanca. Luna, mientras, susurraba:
-Giras. Giiiras. Gi-ras. ¡Tsk! ¡Joder! ¿Estás sordo? ¡Giras, despierta!
-Oye, tú, -intervino Noel- si lo que quieres es romper el cristal, coge piedras más grandes.
Amelia y Naga no duraron en pie ni cinco segundos. Justo cuando a duras penas consiguieron recuperarse de semejante golpe psicológico, tuvieron que oír el brillante aserto de Noel, por lo que al instante volvieron al suelo, en las posturas anteriormente descritas.
Una voz cascada y chillona salió del interior de la casa:
-¿Pero qué...? Ya voy, ya vooooy.
La ventana con tanta delicadeza dilapidada se abrió. La cabeza de un zorro adormilado con un gorrito de dormir y un parche en un ojo emergieron de las tinieblas y, junto a ella, un brazo con una palmatoria. El raposo pudo distinguir en la oscuridad la blanquecina silueta de Amelia y la figura imponente de Luna Invers.
-(Esa es la señorita Invers, pero... ¿esa de ahí... ? ¿No será... ?) –pensó el hombre zorro.
-Pssst, Giras, aquí. –interrumpió Luna- ¿Está tu jefa aún por aquí?
-Sí, señorita Invers, pero creo que este no es un buen momento... –Giras miro de pronto hacia atrás- Er... Sí, jefa, es la señorita Invers otra vez. –volvió a mirar a Luna- Ya baja a abrir.
Luna se dirigió a la puerta principal del edificio. Naga fue detrás y se colocó justo a su lado. La corpulencia de ambas mujeres impidió que Filia viera otra cosa nada más abrir la puerta de la casa, con un quinqué en la mano. Ni siquiera a Noel o a Amelia, que estaban justo detrás. Su rostro mezclaba sueño y un más que evidente mal humor. Sus ojos azules, soñolientos y ojerosos, se veían terribles bajo aquel entrecejo fruncido y sobre aquella pequeña, respingona y algo pecosa nariz arrugada y aquella boca menuda y sonrosada, cerrada a cal y canto y también algo arrugada. Aún así, la belleza de aquel rostro de blancura lechosa, enmarcado por el largo flequillo dividido en dos que dejaba caer su melena dorada como el trigo y larga hasta por debajo de la cintura, no se veía desvirtuada por aquel rictus severo. Su cuerpo, algo más pequeño y estilizado que el de las dos mujeres morenas que tenía delante, parecía muy tenso debajo de aquel camisón blanco y de finos bordados. De hecho, su cuello se hundía entre sus hombros, ligeramente levantados, y sus piernas estaban muy juntas y erectas como columnas. Su voz sonó firme y profunda, pero con un timbre agradable y delicado, acorde con el pecho bien torneado pero discreto del que salía, cuando dijo:
-Como sea por otro retraso en la menstruación, te lo rompo en la cabeza. –se refería al quinqué, claro.
-Esta vez es algo mucho más serio, Filia, te lo prometo. –dijo Luna con un tono firme, pero juntando las palmas de las manos en actitud de súplica y asintiendo con la cabeza.
-Tu úlcera se ha vuelto a abrir. –intentó adivinar Filia, en el mismo tono de fastidio.
-Déjanos pasar. Es importante. Por favor. Deja que me explique.
Filia se percató de pronto de que la persona que estaba junto a Luna, a su izquierda, le resultaba familiar. Ojos azules, pelo negro, cara muy blanca con mejillas sonrosadas, mechón de pelo muy rebelde en la coronilla, busto generoso...
-¡Ameeelia!
La dragona se abrazó a Naga con entusiasmo. Continuó:
-Sabía que estabas en visita diplomática, pero no esperaba que supieras que estoy aquí, ni que vinieras a visitarme.
-O... Oiga, señora... –respondió con un hilo de voz la hechicera negra, con Filia aún colgada de su cuello.
-¡Cuánto has creciiido! –continuó Filia- ¡Y qué guapa estás! Pero... ¿qué haces vestida así? ¿Tanto calor tienes? Pero si por las noches refresca mucho.
-Se... Señora... Yo no soy quien usted cree. –Naga se soltó de Filia como pudo y puso en su rostro una sonrisa burlona- Me halaga lo que dice, pero yo no soy esa tal Amelia.
-Ejem... –dijo una voz aguda desde detrás justo de Luna- Filia, yo estoy aquí.
Era la voz de Amelia, que se abrió paso como pudo entre Luna y Naga para ponerse delante de Filia, con una sonrisa y las manos cogidas una con otra tras su espalda.
-(Vaya –pensó Giras con las orejas agachadas-, pues sí que es quien yo creía. Espero que ya no se acuerde de mí)
-¡Oh! Perdona Amelia... Bueh... –Filia acababa de darse cuenta de que la princesa de Saillun estaba poco cambiada y, aunque algo había crecido, resultaba ser un poco bajita para su edad- Ho... Hola. –comenzó a rascarse la nuca de forma nerviosa y poner sonrisas estúpidas- Perdona, mi niña, es que creí que serías... que estarías más grande... Bueno... eres muy linda, siempre lo has sido, pero se ve que eres... de tipo fino... je, je...
-Ánimo, Filia, que lo estás arreglando. –intervino Luna, sarcástica, pero con la boca torcida y el rictus serio.
Y la ironía no era para menos, teniendo en cuenta que Amelia lucía una expresión poco amigable en su rostro: cejas inclinadas hacia abajo y temblorosas, nariz arrugada, boca torcida... Naga no pudo menos que mirar de reojo a su recién encontrada hermana, mientras sonreía de forma burlona y le susurraba, con musiquilla:
-¡"Qué guapa estáaaas"! ¡"Cuánto has creciiiidoooo"! –para luego reír- ¡¡HAAAAA, HA... !!
Pero no le dio tiempo a aterrorizar del todo a media capital (otra vez), ya que Filia, extrañamente impávida, se abalanzó sobre ella y le tapó la boca con una mano mientras sujetaba el quinqué con el brazo que sujetaba también a Naga, que se revolvía, visiblemente enojada.
-¡¡CHSSSSS!! ¡Cállese! ¡Va a despertar al niño! –susurró la dragona, para luego dirigirse a Luna- ¿Y quién diablos es esta, si puede saberse? –se percató de la presencia física de Noel- ¿Y ese? ¿Por qué traes desconocidos a esta casa? Ya sabes que ahora ni siquiera es mía del todo.
Naga dejó de retorcerse y Filia, al ver que ya se calmaba, la soltó. Luna respondió por ella.
-Se hace llamar La Serpiente Blanca. Dice ser una poderosa hechicera negra. Era amiga de Lina en sus años mozos, según parece. Puede que nos sirva de ayuda.
-¿Ayuda? ¿Para qué? –inquirió Filia, extrañada- ¿Qué te traes entre manos esta vez?
-¿Nos dejas que pasemos y te lo expliquemos? –propuso Luna.
La dragona miró a Giras con cara de circunstancias (es decir, de estar pasando bastante vergüenza):
-¿Pueden?
-Bueno... ¿qué remedio? –contestó el zorro con el ojo cerrado y las orejas agachadas por la resignación.
-Un momento, Filia. –Amelia parecía algo extrañada con aquella pregunta- ¿Esta no es tu casa? ¿Por qué le preguntas a Giras? –luego hizo un inciso, muy sonriente, para dirigirse al hombre-zorro- Por cierto, Giras, ¿cómo te va? Ya no te acuerdas de mí, ¿verdad?
-Sí que me acuerdo, Alteza –contesto Giras con una sonrisa nerviosa, y luego pensó:- (¡Mierda! ¡Ya estoy metido en problemas otra vez! ¡Y encima invaden mi casa!)
-No exactamente, cielo. –contestó la última de los dragones dorados- La tengo en propiedad, sí, pero a los demás efectos es la casa de Giras, mi agente de Cerámicas del Dragón para Zefielia. Él lleva la tienda que está ahí al lado. Me alojo aquí porque he venido a Zefielia en viaje de negocios. Venga, subid. Pero que conste, Luna, que no vuelvo a hacerte de médico nunca más.
Filia hizo un ademán de invitación con la cabeza y se dio la vuelta hacia las angostas escaleras que daban acceso a la primera planta de la vivienda desde el oscuro y húmedo zaguán. La luz rojiza del quinqué iba iluminando un techo abovedado beige y unas paredes sin decoración, llenas de manchas de humedad de color parduzco y con algunos desconchones, pintadas de beige hasta media altura y, de ahí para abajo, decoradas con listones de madera carcomida dispuestos en sucesión y constituyendo con la parte simplemente pintada una línea divisoria paralela a las distintas alturas de los peldaños, hechos de granito frío y áspero, que hacían que sus pisadas sonasen como lúgubres golpes en una cueva (¡Plak, plak... !), acompañados de breves pero sonoras fricciones. Giras, como buen anfitrión, se quedó el último para cerrar la puerta de la calle, mientras aguantaba con un admirable estoicismo (impensable en él en los tiempos que en este mundo absurdo conocemos como Slayers Try) las caricias y las carantoñas (Perrito... Perriiiitoooo...) del eternamente ebrio Noel. En aquel poco acogedor pasadizo podían oírse, además de los pasos de los visitantes inesperados y los anfitriones, la risa apenas contenida de Naga, acompañada de sonrisas sarcásticas y miradas burlonas de reojo a su hermana Amelia, a quien no paraba de repetir Qué guapa estás, cuánto has crecido, mientras que ésta, la princesa sacerdotisa de Saillun, rechinaba los dientes para contenerse y no comprobar si uno de sus puños, cerrados con fuerza hasta el punto estar dejando marcas rojas de uñas en las palmas de las manos, podía entrar en la desvergonzada boca de la enorme hechicera negra.
Fuera del inmueble, en mitad de la plaza, sentado tranquilamente en lo alto de un farol, en un alarde de equilibrio del que sólo quizá Amelia seria capaz, mientras degustaba uno de los largos cigarrillos que con tanto deleite fumaba su señora, dejándose embriagar por aquel aromático humo gris y por la visión de sus lentos y erráticos movimientos de ascenso y expansión, se hallaba un joven risueño con el pelo cortado a media melena, contemplando el panorama.
-Bueeeno, –se dijo- creo que es el momento de mover los hilos del destino.
Su boca siempre sonriente le dio una última y profunda calada al cigarrillo y, con un elegante, casi femenil giro de muñeca, lo tiró.
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Ante semejante revelación, Naga parecía una de aquellas esculturas arcaicas griegas. Aunque no lucía aquella sonrisa estúpida, sino más bien un rostro abotargado y crispado, con aquellos ojos azules que lucían glaucos como los de la lechuza de Atenea, o los de la diosa misma. Tal era la rigidez de su enorme y escultural cuerpo que podría haber apuntalado ella sola la cubierta dintelada de cualquiera de los templos de Delfos. Con una postura algo menos hierática (más clásica o incluso helenística) y una fina clámide, hubiera sido una bellísima cariátide.
-Disculpe... señorita... Creo que a su asaltante le ha dado un aire. –Amelia se dirigía a Luna mientras señalaba a Naga con perplejidad.
De pronto, su perplejidad se tornó en estremecimiento. Aquella mujer alta, morena y semidesnuda que estaba molestando a su damisela con traje de camarera tenía un aire familiar. Su melena larga, negra y brillante, sus ojos azules, su rostro, su porte... Para Amelia, aquella desconocida era, extrañamente, según vislumbraba en la escasa luz del ambiente (los faroles, Luna y los astros) un compendio de algunos de los escasos y vagos recuerdos que tenía de su madre. Una desconocida de unos veinticinco o veintiséis años. Más o menos la edad que debía tener... ¿su hermana Gracia? Su padre le comentaba a veces lo mucho que se parecían Gracia y su madre. ¿Era eso posible? ¿Era posible que Amelia tuviera ante sí a aquella hermana a la que hacía años que no veía? Sí que lo era, pero... ¿Realmente sus recuerdos eran de fiar? Además, acababa de golpearse la cabeza. La princesa trataba de convencerse a sí misma de que su imaginación, el traumatismo craneal y la noche le estaban jugando una mala pasada. Aún así, aquella sensación opresiva en su pecho no se iba. ¿Por qué? Amelia quiso decirle algo. Preguntarle cómo se llamaba. O, directamente, decirle: "¿No me reconoces? Soy yo, Amelia". Pero... ¿Y si no era ella? ¿Y si aquella mujer no era Gracia? ¿Y si, simplemente, aquel parecido era, en efecto, más ficticio que real, una simple manifestación de su deseo por volver a saber de ella; deseo que crecía más y más conforme pasaban los años? La princesa de Saillun prefirió ser prudente.
Noel se acercó a su compañera y la miró ladeando la cabeza, como un perro curioso.
-Tía, ¿qué te ha pasao? Oye... Se ha quedao tiesa.
-¿Le habrá afectado el golpe? –se preguntó la princesa.
Luna, ignorando a la enorme hechicera, se colocó ante Amelia e inclinó un poco la cabeza, en una sobria reverencia:
-Disculpad mi ignorancia. Siento no haberos reconocido, Alteza. Máxime, cuando vos habéis sido durante mucho tiempo amiga de mi hermana
Las palabras de Luna inquietaron sobremanera a Amelia. ¿Acaso conocía ella a la hermana de alguien? Recordaba que su antigua amiga, la hechicera Lina Invers, famosa en el mundo entero, tenía al parecer una hermana para la que todo, y no sólo la letra, con sangre entraba. Pero aquella hermana maltratadora no podía ser la mujer indefensa (pensaba ella) y de refinados modales que tenía ante sus ojos.
Eso era otra cosa que, aunque parezca mentira, llamó la atención de la princesa. La verdad es que Amelia no acababa de acostumbrarse a aquel protocolario y frío tratamiento de Alteza. Y eso, a pesar de que los funcionarios y cortesanos de palacio y los numerosos muchachos nobles que le hacían la corte en sus escasos momentos de solaz y esparcimiento en los apacibles (más bien soporíferos, pensaba la joven princesa) jardines de palacio, así lo hacían. Pero Amelia era una chica sencilla a la que el protocolo agobiaba tanto como las labores burocráticas y representativas a las que tenía que hacer frente. Algunas de estas labores eran verdaderamente estúpidas y frívolas, como aquella vez que tuvo que presentarse a la carrera con un kit "Inaugurator Royal DeLuxe" bajo el brazo en la Plaza de las Columnas de Bello Fuste para inaugurar el Monumento al Inspector Fiscal, una escultura hecha a partir de desechos de la forja (vulgo chatarra) de pésimo acabado y peor diseño, que le sentaba a la Plaza de las Columnas de Bello Fuste de la Capital de la Magia Blanca de Saillun igual de bien que una boñiga de cerdo a la Alhambra de Granada, o que el museo Guggenheim a la ría de Bilbao, y en la que, desde aquel momento en adelante, se cagarían las palomas (lo que Gourry llamaría "posteridad") con un placer tal que casi les confería un cierto grado de humanidad; como si sus deyecciones fuesen una expresión de sus preferencias estéticas.
Para los legos en la materia, un kit "Inaugurator Royal DeLuxe" era un maletín que contenía una cinta de raso de unos 4 metros con los colores del emblema de Saillun, tijeras de plata finamente decoradas con motivos vegetales dorados y especialmente diseñadas para no cortar a la primera dicha cinta, loción desecadora facial para hacer más fáciles las sonrisas forzadas; cortinilla de terciopelo rojo con soportes, barra y tirador (todos ellos de latón bañado en oro) para el solemne descubrimiento de abominables placas conmemorativas que, con esa enorme tendencia a la oxidación y la consecuente ilegibilidad a corto o medio plazo de sus inscripciones, inmortalizaran para los siglos venideros tamaño prodigio; una gran botella de vino espumoso envasado a presión, de modo que, al descorcharla, brotara su contenido como de un dionisiaco surtidor; y dos copas de fino cristal para que los oficiantes de la inauguración recogieran al vuelo, con cómicos ademanes para diversión de los asistentes, un poco del oloroso, gaseoso y agridulce líquido de la eyaculación de la botella para hacer (chinchín) un simulacro de brindis.
Permítame, lector, tras tan estúpida digresión, volver a la historia.
Mientras la princesa le daba vueltas en la cabeza a las varias hermanas que recordaba conocer, Naga pareció recuperarse de pronto de su helenístico estado de shock y, con un extraño afán por evitar mirar siquiera con el rabillo del ojo a Amelia, se dirigió a Luna:
-Bueno... Deja de rendir pleitesía a esa enana, que tenemos que batirnos. ¿Verdad, Noel?
-¿Eeeeh? –respondió el muchacho, con su lucidez habitual.
Luna y Amelia los ignoraban por completo. Una por hastío, la otra, por no tener que volver a pasar por el trance de tener que convencerse a sí misma de que aquella bruja no era su hermana.
-Señorita... –Amelia se dirigió a la mayor de las Invers- No la entiendo... ¿Su hermana? Perdóneme, pero no caigo en a quién se refiere usted. No conozco a nadie en Zefielia. Nadie que no sea de la nobleza, quiero decir.
-Perdonadme de nuevo, Alteza, pero es que no he tenido aún ocasión de presentarme. Mi nombre es Luna Invers. Vos conocéis a mi hermana Lina, ¿no es así?
Hay palabras que caen como un jarro de agua fría sobre quien las oye, pero el nombre de Invers resultó ser el Mar Báltico en diciembre para las dos hermanas.
-¡¡¿Invers?!! –bramaron al unísono a un lado y a otro de Luna (en estéreo), dando un salto hacia atrás, con los ojos como platos.
-¿Qué ocurre? –preguntó Luna, asombrada.
-¿Eeeeh? –Noel seguía a lo suyo.
-Entonces... –Amelia, con la boca retorcida, los ojos abiertos hasta atrás y las cejas temblorosas y arqueadas hacia arriba, señaló a Luna- ¿U... usted es la famosa hermana de Lina?
-¿Tú? ¿La hermana de Lina Invers? –Naga se cruzó de brazos y ladeó la cara ligeramente para mirar de medio lado y con una sonrisa torcida a Luna- No te pareces mucho a esa rata pelirroja. Hasta consigues rellenar la camisa y todo.
Dicho esto, Naga se llevó el dorso de la mano derecha ante la boca soltó una tremenda y aguda risotada -¡¡HAAAAA, HA, HA, HA, HAAA!!- , echando la cabeza hacia atrás. Sus carcajadas sonaban con la intensidad de los truenos (incluso parecían venir del cielo, dada la forma en que inundaban el ambiente) e hicieron estremecerse a Noel, Amelia e incluso al mismísimo Caballero de Ceiphied. El suelo tembló bajo los pies de los noctámbulos. Algunos vecinos de la ciudad se despertaron sobresaltados y, aterrados, abrieron sus ventanas para mirar alrededor con sus pupilas dilatadas de pavor y sus frentes sudorosas.
-¿Y tú de qué conoces a mi hermana?
-¿Yo? Bueno... –Naga miraba hacia arriba, como intentando recordar un acontecimiento sin demasiada importancia en su vida- Recuerdo que aquella chica estuvo un tiempo empeñada en seguirme a todas partes como un perrito abandonado. La muy infeliz quería demostrar que era mejor hechicera que yo, o sea, YO –la bruja se señaló a sí misma con los cinco dedos de su mano derecha, en un gesto pausado y solemne, dando especial énfasis a la pronunciación del pronombre personal de primera persona del singular-, es decir, la más bella y poderosa hechicera que han conocido los siglos.
Cuando se repuso del shock provocado por las atronadoras carcajadas de Naga, Amelia respiró aliviada. Podría darse el caso de que, en efecto, ella se reencontrase con Gracia en el lugar y en el momento más insospechados, pero... ¿que las dos hubiesen sido amigas de Lina Invers en el pasado? ¡Esa idea era absolutamente ridícula! ¿Cada cuánto tiempo se daban coincidencias tan brutales? ¿Una vez cada mil años? Por un momento, la princesa justiciera se sintió un poco estúpida, pero, después de todo, pensó, aquella chica de negro tenía rasgos que le eran familiares, y, a fin de cuentas, ella nunca perdió la esperanza de volver a ver a su hermana, e incluso llegó a imaginarla como una mujer de vida errante y bohemia, como la que, por su aspecto, llevaba la bruja. Como la que llevaba la mencionada Lina, posiblemente, la mejor amiga que Amelia había tenido. Y además, ¡qué cuernos!: Lina era la más poderosa hechicera que había existido jamás, y no esa esperpéntica pechugona.
-¡Dudo mucho que tú seas más poderosa que Lina! –susurró Amelia con fastidio.
-¿Eeeeh? –Noel no salía de su asombro ante una cantidad de datos que su pobre mente no podía asimilar.
-¿Ah, sí? –Luna esbozó una media sonrisa burlona- ¿Y cuál es la tu gracia, oh gran hechicera?
Naga soltó otra de sus terribles carcajadas. Volvieron a repetirse la cara de espanto de Amelia, el desconcierto de Noel, la inquietud de Luna, el temblor del suelo y el sobresalto de los vecinos:
-¡¡HAAAAA, HA, HA, HA, HAAA!! Mi nombre es Naga, La serpiente Blanca. Puedes llamarme Naga, a secas. Es un honor para mí conocer a la mujer que daba horribles palizas a esa sabandija de Lina Invers. Casi que estoy pensando en olvidar lo del duelo de magia y perdonarte la vida.
-Sabía que mi hermana acabaría frecuentando malas compañías –replicó Luna, llevándose una mano a la frente mientras agachaba la cabeza-, pero tu sola visión supera todas mis expectativas. Menos mal que también ha tenido –dirigió su mirada a Amelia- amigos decentes y respetables, ¿no, Alteza? Por cierto, ¿tendríais vos la bondad de ayudarme...?
Luna no terminó la pregunta porque notó que la princesa miraba a Naga embelesada y con la boca entreabierta. Parecía estar viendo un fantasma. Sólo podía pronunciar...
-Naga...
De pronto, la hechicera negra puso también esa misma cara.
-¡Maldición! Con lo guapa que estoy calladita... –masculló para sí.
Luna se sentía ante esa escena como una cabra en un garaje, como Noel llevaba sintiéndose toda la noche. Tenía la sensación de que estaba ocurriendo entre aquellas dos desconocidas algo que se escapaba completamente a su entendimiento. Al momento vio cómo Amelia se acercaba despacio a la semidesnuda y grosera bruja con la boca tapada con ambas manos, temblorosa y con la respiración entrecortada. Naga tenía un rostro inexpresivo, con la boca completamente cerrada, aunque se notaba que bajo aquellos labios que parecían soldados el uno con el otro se encontraban unos dientes apretados. También a ella parecía costarle respirar.
-Naga... –dijo Amelia, mientras se destapaba la boca poco a poco- Ese es el segundo nombre de mi hermana mayor.
Naga tragó saliva, sin descomponer su cara de póquer. Luego dijo, con una voz trémula que se esforzaba en vano por transmitir firmeza:
-Mi... mira... te estás e... equivocando, ¿vale? Yo no te conozco de nada. (¿Pero cómo se te ocurre decir eso, pedazo de idiota? –pensó- ¿Es que quieres delatarte?)
-¿Eeeeh? –interesantísima intervención de Noel que, sin duda, aportó a la situación un punto de vista original y, a todas luces, enriquecedor.
Amelia acababa de caer en la cuenta de que aquella ruda mujer de oscuros cabellos tenía algo especial: era su rostro. Un rostro que de pronto le traía recuerdos de una hermana que se fue para no volver cuando ella era solo una niña. Un rostro que le recordaba al de su madre muerta ante sus ojos. Eso, y el hecho de que se identificara como Naga, hicieron que, de pronto, la joven princesa comenzara a creer que habían debido de pasar esos mil años. La princesa extendió su mano para acariciar el rostro de Naga (fino y nacarado como el suyo) y, apenas con un hilo de voz, dijo:
-Gracia... ¿Eres... tú?
-Nn... no sé de qué diantre me estás hablando –respondió la bruja con su voz hecha apenas un susurro mientras apartaba su cara de aquella mano pequeña y suave que se acercaba, para luego volver a tragar saliva.
-Alteza, ¿os encontráis bien? –inquirió Luna en su desconcierto.
-Haaala, tía, Naga. Yo también tengo un hermano.–Huelga decir de quién puede ser un parlamento tan brillante y adecuado al contexto en el que nos encontramos.
Amelia apartó la mano y se la llevó al pecho.
-Soy... soy Amelia, Gracia. Ya lo has oído. No intentes engañarme: sé que eres tú. Pero quiero oírtelo decir a ti. Por favor.
Furiosa, Naga dio un empujón a Amelia con una mano:
-¡¡Vete a la mierda!! ¡¡Te he dicho que no te conozco de nada!! ¡¿Entiendes?! ¡Déjame en paz!
Luna estuvo por intervenir. ¿Cómo se le ocurría a aquella descerebrada tratar así a una princesa? Pero... ¿acaso alguien le había dado vela en ese entierro? Estaba claro que aquello no era asunto suyo, que lo inteligente era mantenerse al margen. Porque... ¡qué diablos! La otra también era una princesa. De hecho, era la siguiente en orden de sucesión al trono de Saillun después del príncipe regente Filionel. En efecto, Luna comprendió que estaba asistiendo en exclusiva (Noel no contaba como ser cognoscitivo ni inteligente; apenas como ser sensible) al reencuentro de la princesa Amelia con su desaparecida hermana Gracia.
-¿Eeeeh? –resulta ya obvio quién es este.
-Gracia... ¿por qué haces esto? –Amelia tendió su mano a su hermana, como si quisiera alcanzarla y asirla con ella.
Naga miró a la princesa como si se tratara de una patética loca que sólo dijera estupideces. Pero esa cara le duró poco. Fueron los ojos de su hermana. Azules, grandes, cálidos y tan tristes que, apagados e inexpresivos, pero fijos en ella, dolorosamente clavados en los suyos, ni siquiera transmitían ya sentimiento alguno: sólo eran manantiales de lágrimas. De pronto le pareció ver en aquellos ojos los de su madre agonizante. La hechicera negra fue sacudida por un escalofrío. Su rostro comenzó también entristecerse, hasta languidecer. Pestañeó un par de veces, tragó saliva. Luego, para apartar de su vista aquella molesta visión, aquella mirada hiriente, cerró los ojos y giró bruscamente la cabeza. Por último, respiró hondo por la nariz, volvió a abrir los ojos, aunque sin mirar a Amelia, apretó los dientes y, con rictus recompuesto pero muy serio, admitió:
-Sí, Amelia, soy yo. Soy Gracia. ¿Y? ¿Crees que eso va a cambiar algo? ¿Creías que iba a abrazarte y a decirte que te he echado de menos, que os quiero a padre y a ti, que el destino nos ha vuelto a unir o alguna cosa así como que te mueres de bonito? ¡Venga ya!
-No, Gracia...
Naga volvió a mirar a Amelia.
-Llámame Naga, ¿quieres? Siempre odié ese nombre. Es tan... vulgar.
Amelia secó como pudo sus lágrimas con las mangas de su camisa.
-No, Naga, no esperaba eso... Pero pensé que al menos tendrías el valor de no huir de mí. Que me dirías algo así como "dile a papá que estoy bien". No sé... Imaginaba que me contarías qué ha sido de ti todos estos años. Y papá... le alegraría la vida saber de ti. Te echa tanto de menos...
-¡No me vengas con eso ahora! –exclamó la hechicera haciendo un brusco movimiento con su brazo derecho, que describió, extendido, de dentro a fuera, una parábola, como si apartara de sí algo, mientras ponía el izquierdo en la cadera- Me costó tomar aquella decisión, pero era lo mejor que podía hacer. Y tanto padre como tú lo sabéis, en el fondo. Mi marcha no fue un error. Yo nunca cometo errores.
Amelia calló un momento, luego replicó, mirando hacia el suelo:
-Pero... han pasado ya muchos años.
-No pretenderás que vuelva, ¿no? ¿Te imaginas? ¿Una hechicera negra, reina de Saillun? ¡HAAAAAAA, HA, HA ,HA, HAAA! –una vez más, horror generalizado ante la estridente risa de La Serpiente Blanca- Los palurdos de tu reino jamás lo aceptarían. Son de piñón fijo. Creen que ellos patentaron la magia blanca, y nada va a cambiar eso. Ni siquiera mis indudables encantos femeninos, ni mi inmenso poder, sin parangón en el mundo conocido, ni mi superior inteligencia serían argumentos suficientes como para que me consideraran una sucesora digna de padre.
-No te estoy pidiendo que vuelvas, Gracia. –la tristeza en la mirada de Amelia era más que evidente, pero era ya una tristeza serena, resignada- Comprendo que tuviste tus razones para irte y que ahora... bueno... Sólo quiero que papá y yo tengamos noticias tuyas de vez en cuando, y que nos expliques por qué lo hiciste.
-Pues mira, me lo pones fácil: no pienso volver a pisar Saillun. Tú seguirás siendo una completa desconocida para mí. Y reniego de una familia que estaría dispuesta a conspirar para matarme si el panorama sucesorio así lo aconsejara. Así que coge tu amor fraternal y tu sangre azul y vuelve por donde has venido ¿Noticias mías? Puedes contarle a padre que estoy muerta, si te apetece. Quizá así sufra menos.
-Prefiero hacer con que no he oído eso –murmuró Amelia apretando los dientes.
-Sí. Muerta. A lo mejor así dejo de amenazar la estabilidad política de vuestro querido reino, y tu papá y tú podréis dormir tranquilos, con vuestra corona bajo el brazo. ¡Vámonos, Noel!
-¿Eeeeh?
Naga agarró a Noel por la camisa a la altura de un hombro y lo arrastró con ella mientras se daba la vuelta para dejar atrás a aquella insolente mujer- pararrayos, acompañada por los "¿Eeeeh?" y los pasos de pato mareado con botas de agua de su compañero. Amelia perdió definitivamente los papeles. Tanto era así, que en sus manos ya estaba conjurándose un Visfarank:
-¡Repite eso, bruja despreciable!
Naga se dio la vuelta y, con una sonrisa amarga, puso los brazos en jarra:
-¿"Bruja despreciable"? ¿Es esa forma de tratar a tu hermana? ¿Y de verdad crees que con esa basura de magia blanca que haces podrás hacer algo contra mí?
-A mí Liam a veces me trata muy mal, también. –los profundos pensamientos de Noel volvieron a hacerse voz.
Luna pensó que ya llevaba suficiente tiempo haciendo de espectadora, y, ante la posibilidad nada remota de que ambas hermanas se enzarzaran en un duelo de consecuencias posiblemente desastrosas, decidió intervenir, haciéndose, eso sí, gran violencia moral por inmiscuirse en una pelea familiar. Pero estaba convencida de que ambas mujeres le serían de gran ayuda en su objetivo de localizar a Lina. Así que se interpuso entre ambas hermanas extendiendo los brazos para separarlas un poco más.
-Por favor, basta ya. No quiero entrometerme, pero tampoco que os arranquéis la piel a tiras.
Las tres forcejearon. Luna, para evitar que las dos hermanas se enzarzasen. Naga y Amelia, para apartar de en medio al Caballero de Ceiphied.
-Oye, chica, ¿qué tal si te pierdes? –se quejó Naga.- Esto no es asunto tuyo.
-Por favor, señorita Invers, –intervino Amelia - manténgase al margen.
-¡¡Ya está bien!! –clamó Luna mientras empujaba a una princesa con cada brazo con tal fuerza que salieron despedidas hacia atrás un par de metros- Alteza... y tú, esto... Naga... Necesito que me ayudéis. Lina podría estar en peligro. Tengo que localizarla y advertirla.
Las dos hermanas se detuvieron súbitamente. Quedaron tiesas como pejepalos. Amelia puso repentinamente cara de preocupación y miró a Luna. Naga, también giró su asombro hacia el caballero de Ceiphied.
-¿Lina? ¿En peligro? ¿Qué quiere decir con...? –preguntó Amelia.
-¿En qué nuevo lío se ha metido esa impresentable? –interrumpió Naga- Seguro que la muy pécora sigue buscando tesoros sin mi inestimable ayuda y, como no estoy yo para sacarle las castañas del fuego, ahora está en peligro.
-Os lo explicaré en cuanto encontremos a una amiga mía que podría ayudarnos a llegar hasta ella. ¿Estaríais dispuestas a ayudarme?
Naga se quedó un rato pensativa. Con la vista ligeramente alzada mientras se mesaba el mentón. Amelia, mientras, dio un prodigioso salto hacia atrás para subirse al alféizar de una ventana del primer piso de la casa desde donde hizo su prodigiosa y heroica entrada en escena y señaló a Luna con índice acusador y entrecejo fruncido:
-¿Y cómo es que de pronto le preocupa tanto esa hermana a la que lleva años tratando a golpes? ¿Eh?
Una gran gota de sudor cayó por la cabeza de Luna, que murmuró:
-Bueno... supongo que me lo merezco por haberme inmiscuido en vuestros asuntos familiares... –acto seguido, recuperó su tono de voz- Alteza... Tened la bondad de bajar de ahí, y decidme si podríais ayudarme. Sé que es mucho pediros, teniendo en cuenta las obligaciones que conlleva vuestro cargo, pero espero que, al menos por la amistad que unía a vos con mi hermana...
De un salto, Naga se interpuso entre su hermana menor y Luna y se colocó frente a ésta, a escasos centímetros de ella, y colocó su cara, en la que estaba dibujada una sonrisa maliciosa, de forma que las puntas de sus narices casi se tocaban:
-¿Cuánto estás dispuesta a pagar por mis servicios, amiga Luna?
-¿Eeeeh? –esta vez no era Noel, sino Luna la que, boquiabierta, profería la asombrada interjección.
-Sí, querida –la hechicera negra dejó de invadir el espacio vital del Caballero Ceiphied y prosiguió, con una dicción deliberadamente cantarina, gesticulando con giros de manos y muñecas de forma aún más exagerada a lo habitual en ella-: si quieres ayuda, te constará dinero. Porque, entre tú y yo, eres una ingenua si crees que Su Bajeza Real, aquí presente –miró a Amelia con desprecio-, se manchará sus regias manos ayudando a una camarera a encontrar a su hermanita perdida; no por insolidaridad y snobismo, líbreme Ceiphied de pensar eso, sino porque tendrá una agenda muy apretada, ya sabes, ser princesa es un apostolado... tendrá... no sé... embalses que inaugurar, saraos a los que asistir... Dejémoslo en... digamos... ¿Cinco mil monedas de oro? Tengo unos estudios que costearme, ¿sabes?
-¿Tú eres la Naga que reinventó el licor de endrinas? Debí suponerlo. –dijo Luna, aunque sin mostrar excesivo interés por el tema del dulce licor que debía haber devuelto ya a su grosero parroquiano a su mundo.
-Sí: con eso me pago los estudios. Pero se ve que el consumo de Espirituoso Púrpura está cayendo en picado, y ya apenas me da para pagar el alojamiento en la residencia de estudiantes. Pero espero salir del bache pronto, ya que estoy trabajando en un brebaje nuevo para toda una nueva generación de curdas: algo relacionado con uvas verdes... Aún no le he puesto nombre.
A pesar de la brillante disertación de Naga (con tanto frecuentar la compañía del avispado Noel, la bruja semidesnuda parecía echar de menos departir con alguien capaz de entender, al menos, la décima parte de sus palabras), Luna hizo con que no había oído nada y volvió a dirigirse a Amelia, que ya estaba de nuevo con los pies en el suelo:
-Si mis peores sospechas se confirmaran, estaría en juego algo más que Lina. Alteza, os lo ruego: ¿estaríais dispuesta a ayudarme?
-Creo que se tiene que pedir audiencia para eso, ¿no, Amelia? –intervino Naga con su sarcasmo sangrante.
Amelia también ignoró a su hermana.
-La ayudaré, señorita Invers. Es más –puso los brazos en jarra y sonrió-: si es por Lina, la acompañaré a donde haga falta.
Luna también sonrió:
-No sabéis cuánto os lo agradezco. Aunque sólo lo hagáis por esa tarambana de Lina.
-Pero... –Naga se interpuso entre la princesa y el Caballero de Ceiphied, de cara a ésta última con una amplia sonrisa- Creo que seguirás necesitando mis servicios a pesar de que Su Bajeza Real haya accedido tan amablemente a ayudarte. Yo sí, repito, SÍ sé por qué clase de ambientes se mueve Lina Invers cuando no tiene Estrellas Oscuras ni terribles demonios que destruir. Hasta es probable que esté seduciendo a algún muchacho de buen ver con sus ojos de corza degollada y sus batallitas con Estrella Oscura para que le invite a comer y le cuente dónde está enterrado el valioso tesoro de su familia.
-Esto... ¿alguien entiende una palabra de lo que dice esta mujer? –inquirió Luna, desconcertada.
-¿Estrella Oscura? ¿Qué tiene que ver Mike Oldfield en todo esto? –inquirió Noel con su sano candor.
-¡¿Qué significa eso de Su Bajeza, Gracia?! -clamó Amelia, entre dientes, con los puños apretados.
Naga se dio la vuelta y se puso a palmear la regia coronilla de la princesa de Saillun con una gran sonrisa en su cara:
-Anda, taponcete, llámame Naga, si no te importa.
Inmediatamente, la princesa renegada, sin hacer demasiado caso a los signos de evidente enojo de su hermana, volvió a dirigirse a Luna:
-En cambio, la piernicorta de aquí atrás –señaló a Amelia con un pulgar- sólo ha estado con ella cuando estaba metida en líos súper-gordos. Los juglares que ahora se dedican a cantar las gestas de esa rata pelirroja, o sea, perdón, tu hermana, mencionan a veces a la princesa de Saillun.
Los ojos de Amelia se iluminaron de felicidad. La princesa juntó sus manos justo frente a su boca con los dedos entrelazados y, con un brillo acuoso en sus dilatadas pupilas, preguntó:
-¿De veras?
-Sí, -contestó Naga- lo digo en serio. Tú, retaco, eres el donaire de la historia, o sea, la que da el toque humorístico al la narración haciendo el payaso. ¡¡HAAAAAA, HA, HA, HA, HAAAA!!
Luna decidió intervenir y sujetar los brazos de la princesa de Saillun desde atrás para evitar (otra vez) una pelea, una vez se repuso de los extraños temblores que le paralizaron todo el cuerpo al oír la risa de Naga. Amelia forcejeó un poco de forma que hizo dar algunos bandazos a Luna, demostrando así que la sacerdotisa, a pesar de su apariencia delicada, tenía una fuerza física más que considerable. Pero pronto cejó en su empeño. Primero, porque, después de todo, una princesa ha de ser, ante todo, una dama, y no debe rebajar su condición en peleas callejeras, por duras que fueran las ofensas; ni siendo su hermana la ofensora. Y segundo, porque Luna la asía con una fuerza que seguramente poco tendría que envidiar a la del más fornido de sus guardias de corps.
-Esto... Naga, estás diciendo tal sarta de estupideces que estoy absolutamente anonadada. –dijo Luna, con un gesto de fastidio más que evidente- Lo hace sólo para provocaros, Alteza. –le dijo a Amelia- No le hagáis el juego. Es sólo una pendenciera. No la toméis en serio.
A Naga no le gustó demasiado el comentario, pero prefirió disimular su enfado. Después de todo, alguien capaz de aterrorizar con su solo nombre a una hechicera tan poderosa como Lina (sí: Naga reconocía que Lina era realmente poderosa, aunque su henchido ego le prohibía admitirlo en voz alta), no debía de ser alguien con quien bromear más de lo justo.
-Eeee... El caso es que necesitarás mi colaboración. Puede que esta de aquí –señala a Amelia mirándola de soslayo- meta la pata en algo. ¿O no has visto su entrada en escena? Además, soy la hechicera más poderosa, bella y sabia del mundo. Y una sagaz e incansable investigadora.
-Además –añadió amablemente Amelia, desde el opresivo "abrazo" de Luna, con una sonrisa sarcástica idéntica a la de su hermana- de una bocazas presuntuosa y ególatra que viste como una ramera y no dice más que sandeces, por no mencionar la forma en que dejó tirada a su familia.
-Y sabe mucho de vinos y drogas –apostilló Noel, sonriente y orgulloso de tener una amiga que era un dechado de virtudes.
-Mira, tapón –se defendió Naga-, no me toques las narices, si no quieres que te dé un par de...
-No respondáis a sus provocaciones, Alteza. Naga –Luna llamó la atención de una de ellas para evitar una vez más que se pelearan-, ¿en serio eres una hechicera poderosa?
-¿Acaso lo dudas? –respondió- Más que Lina, sin duda alguna. Y, por supuesto, más que esta maqueta a escala de princesa, seguramente educada en la magia de los pusilánimes: la magia blanca. Yo le seré de mayor ayuda. Pero permíteme insistir en que, al que algo quiere, algo le cuesta.
Ignorando a Naga, Amelia intervino:
-¿Qué quería decir con que Lina podría estar en peligro?
-Es un poco largo de explicar, Alteza. Veréis: cuando alguien abusa durante años de la magia negra, la que se alimenta del poder de los demonios, acaba por corromper su alma de tal modo que puede caer fácilmente en manos de los propios demonios, que pueden usarlo para cualquier fin que uno pueda imaginarse.
-Le parecerá una pregunta estúpida, pero... ¿Qué fin imagina usted? –siguió preguntando la princesa.
-No sé qué decirle. Preferiría hablar de ello en un sitio más seguro que la calle, si no os importa.
-¡HAAAAAA, HA, HA HAA! –Naga volvió a reír con el dorso de su mano derecha delante de la boca- ¡Venga ya! ¡Eso son cuentos de viejas!
-Pues si son cuentos de viejas –Luna lanzó a Naga una mirada desafiante- quizá no necesitemos sus servicios, señorita... ¿Serpiente Blanca?
-Los necesitaréis. Necesitaréis a alguien que os proteja, si vais a estar recorriendo el mundo en busca de la rata pelirroja.
-¿No buscábamos a la hermana de esa tía de las tetas enormes, Naga? –preguntó Noel, en su desconcierto perenne, a espaldas mismas de Luna.
Noel creyó que, después de aquello, tendría que dedicarse al Bel Canto. Sus mal llamadas partes pudendas le dolían tanto que su visión estaba completamente anulada por un velo de ilusorios puntos luminosos blancos y azules que le recordaban a un televisor sin sintonizar, mientras que, en el suelo, tendido boca abajo con las manos en su entrepierna, se imaginaba a sí mismo como el Farinelli de la era moderna. Una vida sin sexo (puede que nada de nada en su zona púbica hubiera quedado sano tras semejante patada), pero, oh sí, consagrada al arte.
Con una cierta molestia en el empeine de su pie derecho, Luna se acercó a Naga.
-Nos podrías ser útil, sí. Tus honorarios son exagerados, pero Ceiphied proveerá. Creo que, si Su Alteza no tiene inconveniente...
Amelia giró bruscamente la cabeza y la alzó ligeramente, en un ademán altivo y despectivo.
-Por mí, que haga lo que quiera, esa bruja. Pero no seré yo quien le dé conversación si se aburre durante el viaje.
La verdad es que a Naga eso de "Ceiphied proveerá" no le sonaba muy bien. Cada vez que, en asuntos de dinero, alguien se ponía a Ceiphied en la boca, era para no aflojar la bolsa ni por accidente. Pero estaba claro que vagar por ahí con Noel toda la noche tampoco le iba a reportar grandes beneficios económicos. Incluso puede que en el fondo quisiera tener cerca a su hermana pequeña, al menos por un tiempo, movida, quizás, por un cierto instinto de protección hacia Amelia, y por el afecto que, a pesar de todo, sentía por la princesa. El caso era que la llamada de la sangre era más fuerte aún que sus viejos fantasmas, si cabía.
-¿Puedo llevarme a mi cobaya? –preguntó Naga.
-¿Tienes mascota? –dijo Amelia.
-No, mujer, –contestó la bruja de negro- me refiero a Noel. Es el principal objeto mis investigaciones en curdología, mi, repito, MI ciencia. Y la puerta a mi doctorado: mi director de tesis me ha autorizado a drogarlo y emborracharlo con fines científicos. Total: si se muere, no se pierde gran cosa, ¿no?
-¡¡Eso es cruel!! –clamó Amelia.
-Bueno... –Luna intentó, por increíble que pudiera parecer, quitarle hierro al asunto- Es por el bien de una ciencia que podría abrirnos la puerta a otros mundos, ¿no?
Estaba claro que, antes incluso del brillante comentario sobre sus pechos, había algo en Noel que no gustaba nada a Luna. Aunque ni ella misma sabía con certeza qué era.
-¡Vaaaya! –Naga sonrió, orgullosa- Así que conoces mi obra, ¿no?
-Es normal, con el trabajo que tengo. –contestó Luna.
-¡¡Me parece deleznable lo que estás haciendo con ese pobre hombre!! –Amelia seguía recriminando.
-¡Venga ya! –exclamó Naga- ¡Pero si fue él quien me pidió ser mi cobaya cuando se enteró de qué estaba estudiando, nada más conocerme! Y le encanta probar toda la mierda con la que trabajo. –Naga se dio la vuelta para mirar a Noel- ¿Verdad, Noel?
El desgarbado joven, que en ese momento intentaba levantarse del suelo, sonrió y respondió:
-¡Mola un mazo, tía! Aquí en Ibiza tenéis unas drogas de puta madre. ¡Cómo os lo montáis, los españoles!
Naga giró la cabeza hacia donde estaban Luna y Amelia, se colocó la mano derecha en vertical al lado izquierdo de su boca y dijo en voz baja:
-Por cierto, está algo desorientado: cree estar en un sitio llamado Ibiza. Debe de ser algún pequeño reino más allá de la ex-Barrera. Una especie de paraíso del curdólogo, imagino, por lo que cuenta. Pero yo no le digo nada, por si se tratara de algún mundo extraño de esos a los que llevan los estupefacientes.
-Y... bueno... –Amelia llamó así la atención de Luna- Si me concede unos instantes para que avise a mi séquito...
-Os ruego que primero me acompañéis, Alteza. Ya habrá tiempo para eso una vez decidamos lo que vamos a hacer.
-De acuerdo. –contestó Amelia- Si vamos a luchar por la Paz, por la Justicia y por Lina, lo demás puede esperar.
-¿Eeeeh? –Sí: es él.
-Si esa inútil va, yo también. –agregó Naga- No quiero que esta empresa acabe en fracaso si yo, la bellísima y omnipotente Naga, la Serpiente Blanca, puedo evitarlo.
Y así, a la luz de Luna (retruécano fácil, lo sé), anduvieron por las oscuras y angostas callejuelas del casco antiguo de la capital de Zefielia hasta llegar ante un caserón, al fondo de una amplia plaza elíptica rodeada casi por completo de soportales.
Era un edificio de aspecto antiguo, pero no decrépito, sino más bien rancio y venerable. Era una casa de tres plantas, construida en madera y mampostería en parte enjalbegada. La planta baja, de mampostería sin cal, tenía dos puertas de entrada: a la derecha, una hecha completamente de gruesa madera de castaño pintada de marrón y algo ajada por el tiempo, con algunos remaches metálicos negros y cuya hoja estaba dividida en dos partes iguales, superior e inferior, que podían abrirse y cerrarse bien juntas o bien de forma independiente, y que daba acceso a la vivienda. La otra, hacia el centro aunque ligeramente al la izquierda, era de cristal enmarcado en madera, de acabado menos rústico y más elaborado, y estaba flanqueada por dos grandes vitrinas que se levantaban desde unos centímetros más arriba del suelo hasta casi la segunda planta, una de las cuales se prolongaba a lo largo de casi todo el perímetro de la planta baja, y que dejaban ver que, en efecto, lo que ocupaba la mayor parte del piso era una tienda de artículos de loza, vidrio, porcelana y terracota, tanto decorativos como utilitarios, rotulada con un cartel que rezaba: Cerámicas El Dragón – Delegación Zefielia – Exposición y Venta.
Las otras dos plantas estaban totalmente enjalbegadas y la cal sólo dejaba ver las vigas de madera ennegrecida por el paso del tiempo que formaban parte de la estructura exterior de la fachada y que formaban una curiosa sucesión de triángulos a lo largo de toda la superficie. En el primer piso, según veían nuestros aventureros, destacaba un amplio balcón con balaustrada piedra. Las ventanas eran rectangulares, amplias, ligeramente abocinadas, con los alféizares a piedra descubierta y también de esa misma madera negruzca. Lo remataba todo un tejado de pizarra, si bien es cierto que la noche no permitía distinguir muy bien tan pintoresco detalle.
-Aquí es. –dijo Luna, poniendo los brazos en jarra.
-¿"Cerámicas El Dragón"? –preguntó Amelia extrañada.
-¿Pa qué venimos a una tienda? Si a estas horas está cerrao. –por supuesto, este es Noel.
-Bueno... –intervino Naga- ¿Y ahora, qué? ¿Entramos a saco y nos llevamos la caja y todo lo que podamos en especie? Estaría bien, pero no creo que nos sirva para encontrar a Lina. Además, aquí hay gente que me conoce y...
-¿Robar? No creo que la señorita Invers haga eso. No todos son como tú, Gracia. –replicó la princesa, molesta.
-¡Te he dicho que no me llames así, enana! –bramó Naga.
-¡Silencio, por favor! ¿Queréis despertar a todo el vecindario otra vez? –Luna debió poner orden, firme pero en baja voz- Dejadme hacer a mí.
-¿Hacer el qué? –preguntó Naga.
-Dejemos que las piedras hablen. –respondió Luna, en un tono casi místico, tras haberse adelantado unos pasos respecto a sus compañeros.
-¿Eeeeh?
-Shhhhh... Creo que va a intentar comunicarse con Lina usando sus amuletos. Esta plaza parece un buen lugar para ello. La señorita Invers debe de ser una hechicera muy poderosa, por lo que he oído decir sobre ella. –susurró Amelia, haciendo a un lado a su hermana con un brazo, suavemente, mientras con el otro hacía ademán de mandar callar, y mientras adoptaba una pose rígida, con una pierna bastante mas adelantada que la otra, las rodillas flexionadas y el cuerpo y la cabeza echados hacia adelante.
La visión de Luna agachándose a recoger piedrecillas del suelo fue para las dos hermanas, cuando menos, chocante. Pero más aún lo fue ver cómo la poderosa Caballero de Ceiphied tomaba una a una las piedras de su mano izquierda, dispuesta como un cazo, con los dedos índice y pulgar de la derecha y, en un movimiento de brazo rápido y nervioso, como los giros de cuello de un gorrión, las iba arrojando contra una de las ventanas del primer piso del caserón. Amelia cayó al suelo de espaldas, debido al estupor, y quedó con las piernas tiesas hacia arriba. Peor lo tuvo Naga que, debido a lo mismo, cayó de bruces y quedó en vertical sobre su cara, con las piernas por alto y completamente separadas, postura poco decorosa para una dama, más aún teniendo en cuenta la peculiar vestimenta de La Serpiente Blanca. Luna, mientras, susurraba:
-Giras. Giiiras. Gi-ras. ¡Tsk! ¡Joder! ¿Estás sordo? ¡Giras, despierta!
-Oye, tú, -intervino Noel- si lo que quieres es romper el cristal, coge piedras más grandes.
Amelia y Naga no duraron en pie ni cinco segundos. Justo cuando a duras penas consiguieron recuperarse de semejante golpe psicológico, tuvieron que oír el brillante aserto de Noel, por lo que al instante volvieron al suelo, en las posturas anteriormente descritas.
Una voz cascada y chillona salió del interior de la casa:
-¿Pero qué...? Ya voy, ya vooooy.
La ventana con tanta delicadeza dilapidada se abrió. La cabeza de un zorro adormilado con un gorrito de dormir y un parche en un ojo emergieron de las tinieblas y, junto a ella, un brazo con una palmatoria. El raposo pudo distinguir en la oscuridad la blanquecina silueta de Amelia y la figura imponente de Luna Invers.
-(Esa es la señorita Invers, pero... ¿esa de ahí... ? ¿No será... ?) –pensó el hombre zorro.
-Pssst, Giras, aquí. –interrumpió Luna- ¿Está tu jefa aún por aquí?
-Sí, señorita Invers, pero creo que este no es un buen momento... –Giras miro de pronto hacia atrás- Er... Sí, jefa, es la señorita Invers otra vez. –volvió a mirar a Luna- Ya baja a abrir.
Luna se dirigió a la puerta principal del edificio. Naga fue detrás y se colocó justo a su lado. La corpulencia de ambas mujeres impidió que Filia viera otra cosa nada más abrir la puerta de la casa, con un quinqué en la mano. Ni siquiera a Noel o a Amelia, que estaban justo detrás. Su rostro mezclaba sueño y un más que evidente mal humor. Sus ojos azules, soñolientos y ojerosos, se veían terribles bajo aquel entrecejo fruncido y sobre aquella pequeña, respingona y algo pecosa nariz arrugada y aquella boca menuda y sonrosada, cerrada a cal y canto y también algo arrugada. Aún así, la belleza de aquel rostro de blancura lechosa, enmarcado por el largo flequillo dividido en dos que dejaba caer su melena dorada como el trigo y larga hasta por debajo de la cintura, no se veía desvirtuada por aquel rictus severo. Su cuerpo, algo más pequeño y estilizado que el de las dos mujeres morenas que tenía delante, parecía muy tenso debajo de aquel camisón blanco y de finos bordados. De hecho, su cuello se hundía entre sus hombros, ligeramente levantados, y sus piernas estaban muy juntas y erectas como columnas. Su voz sonó firme y profunda, pero con un timbre agradable y delicado, acorde con el pecho bien torneado pero discreto del que salía, cuando dijo:
-Como sea por otro retraso en la menstruación, te lo rompo en la cabeza. –se refería al quinqué, claro.
-Esta vez es algo mucho más serio, Filia, te lo prometo. –dijo Luna con un tono firme, pero juntando las palmas de las manos en actitud de súplica y asintiendo con la cabeza.
-Tu úlcera se ha vuelto a abrir. –intentó adivinar Filia, en el mismo tono de fastidio.
-Déjanos pasar. Es importante. Por favor. Deja que me explique.
Filia se percató de pronto de que la persona que estaba junto a Luna, a su izquierda, le resultaba familiar. Ojos azules, pelo negro, cara muy blanca con mejillas sonrosadas, mechón de pelo muy rebelde en la coronilla, busto generoso...
-¡Ameeelia!
La dragona se abrazó a Naga con entusiasmo. Continuó:
-Sabía que estabas en visita diplomática, pero no esperaba que supieras que estoy aquí, ni que vinieras a visitarme.
-O... Oiga, señora... –respondió con un hilo de voz la hechicera negra, con Filia aún colgada de su cuello.
-¡Cuánto has creciiido! –continuó Filia- ¡Y qué guapa estás! Pero... ¿qué haces vestida así? ¿Tanto calor tienes? Pero si por las noches refresca mucho.
-Se... Señora... Yo no soy quien usted cree. –Naga se soltó de Filia como pudo y puso en su rostro una sonrisa burlona- Me halaga lo que dice, pero yo no soy esa tal Amelia.
-Ejem... –dijo una voz aguda desde detrás justo de Luna- Filia, yo estoy aquí.
Era la voz de Amelia, que se abrió paso como pudo entre Luna y Naga para ponerse delante de Filia, con una sonrisa y las manos cogidas una con otra tras su espalda.
-(Vaya –pensó Giras con las orejas agachadas-, pues sí que es quien yo creía. Espero que ya no se acuerde de mí)
-¡Oh! Perdona Amelia... Bueh... –Filia acababa de darse cuenta de que la princesa de Saillun estaba poco cambiada y, aunque algo había crecido, resultaba ser un poco bajita para su edad- Ho... Hola. –comenzó a rascarse la nuca de forma nerviosa y poner sonrisas estúpidas- Perdona, mi niña, es que creí que serías... que estarías más grande... Bueno... eres muy linda, siempre lo has sido, pero se ve que eres... de tipo fino... je, je...
-Ánimo, Filia, que lo estás arreglando. –intervino Luna, sarcástica, pero con la boca torcida y el rictus serio.
Y la ironía no era para menos, teniendo en cuenta que Amelia lucía una expresión poco amigable en su rostro: cejas inclinadas hacia abajo y temblorosas, nariz arrugada, boca torcida... Naga no pudo menos que mirar de reojo a su recién encontrada hermana, mientras sonreía de forma burlona y le susurraba, con musiquilla:
-¡"Qué guapa estáaaas"! ¡"Cuánto has creciiiidoooo"! –para luego reír- ¡¡HAAAAA, HA... !!
Pero no le dio tiempo a aterrorizar del todo a media capital (otra vez), ya que Filia, extrañamente impávida, se abalanzó sobre ella y le tapó la boca con una mano mientras sujetaba el quinqué con el brazo que sujetaba también a Naga, que se revolvía, visiblemente enojada.
-¡¡CHSSSSS!! ¡Cállese! ¡Va a despertar al niño! –susurró la dragona, para luego dirigirse a Luna- ¿Y quién diablos es esta, si puede saberse? –se percató de la presencia física de Noel- ¿Y ese? ¿Por qué traes desconocidos a esta casa? Ya sabes que ahora ni siquiera es mía del todo.
Naga dejó de retorcerse y Filia, al ver que ya se calmaba, la soltó. Luna respondió por ella.
-Se hace llamar La Serpiente Blanca. Dice ser una poderosa hechicera negra. Era amiga de Lina en sus años mozos, según parece. Puede que nos sirva de ayuda.
-¿Ayuda? ¿Para qué? –inquirió Filia, extrañada- ¿Qué te traes entre manos esta vez?
-¿Nos dejas que pasemos y te lo expliquemos? –propuso Luna.
La dragona miró a Giras con cara de circunstancias (es decir, de estar pasando bastante vergüenza):
-¿Pueden?
-Bueno... ¿qué remedio? –contestó el zorro con el ojo cerrado y las orejas agachadas por la resignación.
-Un momento, Filia. –Amelia parecía algo extrañada con aquella pregunta- ¿Esta no es tu casa? ¿Por qué le preguntas a Giras? –luego hizo un inciso, muy sonriente, para dirigirse al hombre-zorro- Por cierto, Giras, ¿cómo te va? Ya no te acuerdas de mí, ¿verdad?
-Sí que me acuerdo, Alteza –contesto Giras con una sonrisa nerviosa, y luego pensó:- (¡Mierda! ¡Ya estoy metido en problemas otra vez! ¡Y encima invaden mi casa!)
-No exactamente, cielo. –contestó la última de los dragones dorados- La tengo en propiedad, sí, pero a los demás efectos es la casa de Giras, mi agente de Cerámicas del Dragón para Zefielia. Él lleva la tienda que está ahí al lado. Me alojo aquí porque he venido a Zefielia en viaje de negocios. Venga, subid. Pero que conste, Luna, que no vuelvo a hacerte de médico nunca más.
Filia hizo un ademán de invitación con la cabeza y se dio la vuelta hacia las angostas escaleras que daban acceso a la primera planta de la vivienda desde el oscuro y húmedo zaguán. La luz rojiza del quinqué iba iluminando un techo abovedado beige y unas paredes sin decoración, llenas de manchas de humedad de color parduzco y con algunos desconchones, pintadas de beige hasta media altura y, de ahí para abajo, decoradas con listones de madera carcomida dispuestos en sucesión y constituyendo con la parte simplemente pintada una línea divisoria paralela a las distintas alturas de los peldaños, hechos de granito frío y áspero, que hacían que sus pisadas sonasen como lúgubres golpes en una cueva (¡Plak, plak... !), acompañados de breves pero sonoras fricciones. Giras, como buen anfitrión, se quedó el último para cerrar la puerta de la calle, mientras aguantaba con un admirable estoicismo (impensable en él en los tiempos que en este mundo absurdo conocemos como Slayers Try) las caricias y las carantoñas (Perrito... Perriiiitoooo...) del eternamente ebrio Noel. En aquel poco acogedor pasadizo podían oírse, además de los pasos de los visitantes inesperados y los anfitriones, la risa apenas contenida de Naga, acompañada de sonrisas sarcásticas y miradas burlonas de reojo a su hermana Amelia, a quien no paraba de repetir Qué guapa estás, cuánto has crecido, mientras que ésta, la princesa sacerdotisa de Saillun, rechinaba los dientes para contenerse y no comprobar si uno de sus puños, cerrados con fuerza hasta el punto estar dejando marcas rojas de uñas en las palmas de las manos, podía entrar en la desvergonzada boca de la enorme hechicera negra.
Fuera del inmueble, en mitad de la plaza, sentado tranquilamente en lo alto de un farol, en un alarde de equilibrio del que sólo quizá Amelia seria capaz, mientras degustaba uno de los largos cigarrillos que con tanto deleite fumaba su señora, dejándose embriagar por aquel aromático humo gris y por la visión de sus lentos y erráticos movimientos de ascenso y expansión, se hallaba un joven risueño con el pelo cortado a media melena, contemplando el panorama.
-Bueeeno, –se dijo- creo que es el momento de mover los hilos del destino.
Su boca siempre sonriente le dio una última y profunda calada al cigarrillo y, con un elegante, casi femenil giro de muñeca, lo tiró.
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