Disclaimer: Ya sabeis, todo este precioso mundo pertenece a J.K. Rowling.

Esta historia se me ocurrió una tarde que estaba muerta de aburrimiento. Decidme si os gusta. Reviews!!





No espero, querido lector, que esta lectura te proporcione nada nuevo. Pero también creo que necesito desahogarme, y ¿con quien mejor que con alguien que no conozco, y que lo más probable, no conoceré?

Sin embargo mi intención no es, y espero lograrlo, aburrirte con largas descripciones y vanas explicaciones de cosas y sucesos que, estoy segura, no son de tu interés.

Supongo que para que llegues a comprender esta historia, mi vida, tendré que empezar por intentar hacerte entender como soy, como he sido, y como son y han sido las personas que han pasado por mi vida.

Empezaré por presentarme. Mi nombre es Rowena. Rowena Ravenclaw. Hija mayor de la prestigiosa familia de sangre pura Ravenclaw.

Mi padre fue ministro de magia. ¿Su nombre? Jacques Ravenclaw. Hijo a su vez de Jacques Ravenclaw...

Mi padre era el hijo menor de una rica familia. Tuvo una infancia normal hasta que durante la gran guerra perdió a su hermano. Nunca se recuperó de ese golpe, y durante más de veinte años culpó a la humanidad de su muerte. Hasta que conoció a mi madre.

Entonces el tenia treinta y dos , mi madre contaba con veintitrés. Muchas mujeres habían intentado, fracasando, conquistarlo. Pero solo lo cautivó la frialdad de mi madre. Ella había oído hablar de el, más mal que bien. Era conocido por su codicia y su frialdad, frialdad no solo con sus trabajadores, sino también para con sus iguales.

Cansada de su insistencia mi madre aceptó casarse con el con una sola condición. Que en seis meses cambiara radicalmente de actitud. Mi padre pasó entonces a ser conocido como el hombre más generoso de la comarca, y mi madre pasó a ser Lady Ravenclaw. ¿Su nombre? Diana, Diana Ravenclaw.

Los padres de ambos vieron con buenos ojos esta unión, ella ganaba muchas riquezas, el ganaba unos títulos de nobleza. Gracias a esto y a el buen ojo de mi padre por los negocios fueron subiendo en el ministerio hasta llegar a ser el ministro, uno de los mejores hasta... pero no, no quiero adelantarme.

A los dos años de casarse nací yo. Mi padre esperaba con ansia un varón, un primogénito, pero no se decepcionó. Al cabo de tres años nació mi hermana Vanesa, y después aunque no dejaron de intentarlo no volvieron a tener hijos.

Mi madre siempre había creído en la igualdad entre hombres y mujeres, gracias a eso mi hermana y yo tuvimos una muy buena educación. Con los mejores profesores en todas las materias, desde pociones hasta artes oscuras pasando por encantamientos y transformaciones.

Al poco de cumplir yo los diecisiete mi madre murió. Pasé a ser la señora de la casa, todos los elfos venían a solucionar sus dudas a mi, pues mi padre sin ella volvió a su carácter de antes. Aunque no en tanta medida, sufría ataques de cólera que solo podían ser aplacados con mi hermana. Esto era posible por que esta era idéntica físicamente a mi madre, de estatura mediana, cabello castaño facciones finas y piel cobriza. Con una silueta que empezaba a verse bonita. En cambio yo era como mi padre, pelo tan negro como el carbón, alta, piel blanca y facciones marcadas.

El al recordarla se calmaba, por lo que surgió entre mi padre y mi hermana una complicidad de la que me vi absuelta.

Respecto al carácter yo era más bien como mi madre, lanzada, con ideas, dinámica. Pero con una excesiva timidez, cosa que dificultaba mucho. Mi hermana al contrario no le avergonzaba nada, pero le gustaba más estar tumbada jugando con su lechuza que moverse libremente por los campos y pueblos.

Al cumplir los dieciocho entendí que necesitaba un cambio de aires, decidí por lo tanto dejar la comarca. Pero ¿Qué hacer? Pronto se me ocurrió una buena solución, buscar una familia con hijos pequeños y ser una profesora interina.

A mi padre esta idea le parecía rebajarse, pero vio que me hacía tanta ilusión y que mi hermana estaba de mi parte que decidió dejarme probar. Creo que tenía la esperanza de que a la primera de cambios volvería a sus brazos y yo solo por no darle ese gustó decidí que no me rendiría nunca.