Mi padre usó sus contactos para encontrar una casa de noble familia que
buscaran una profesora, encontró una que no tenía, según el, ninguna pega.
Al mes inicié mi viaje.
En aquella época, querido lector, no había la red de chimeneas que hay hoy en día, así que me tuve que conformar con un carruaje pues a las mujeres se nos estaba prohibido aparecernos sin la compañía padre o marido, y el mío poco estaba dispuesto a acompañarme a lo que era, según sus ideas, mi perdición.
La casa estaba a unas ciento cincuenta millas de la nuestra, eso no me echó para atrás, más bien al contrario. El estar lejos de la influencia de mi padre lo hacía todo más interesante.
Llegué a última hora de ese mismo día. Los señores de la casa estaban ya acostados así que la única persona que me recibió fue el elfo mayordomo. Me acompañó a mi nueva habitación con muchos honores, me sirvió una taza de té caliente y se despidió.
Cuando me ya me había quitado el abrigo apareció una elfo para preguntar si necesitaba algo más, le respondí educadamente que no necesitaba nada excepto saber a que hora servían el desayuno y a que hora se suponía que me tenía que levantar.
- Los señoritos y los señores desayunan a las ocho y media- me dijo- pero raramente estudian antes de desayunar; creo que será suficiente con que se levante un poco después de las siete.
Le pregunté si tendría la amabilidad de llamarme a las siete en punto y, después de asegurarme que lo haría, desapareció. Mientras me tomaba el te me senté al lado de la pequeña chimenea donde quemaba algo de lo que, seguramente, había sido un fuego bien alimentado.
Pensaba irme a dormir cuando me di cuenta de que no me habían subido las maletas, inicié la búsqueda de una campanilla, pero como no encontré ninguna cogí la vela y me aventuré por el largo pasillo hasta unas escaleras por las que bajé. Por el camino me encontré con una señora muy bien vestida y le expliqué que quería, no sin una carga de dudas por que no sabía si era una doncella o la señora de la casa. Resultó que era la doncella de la dama. Con aires de hacerme una concesión inaudita, se dignó a encargarse personalmente de hacérmelas llegar.
Después de esperar y esperar, y cuando estaba a punto de volver a salir apareció una elfina, pidiendo miles de disculpas y dándose castigos, con las maletas. Después de convencerla para que no me ayudara desapareció, desempaqueté unas cuantas cosas y me fui a dormir con muchas ganas, por que estaba agotada tanto física como mentalmente.
A la mañana siguiente me desperté con una extraña sensación de soledad que se mezclaba con una aguda conciencia de la novedad de mi situación y una curiosidad por lo que aún no conocía.
Yo no puedo hacer como muchos otros autores: no tengo corazón para detallar todo mi aburrimiento a los lectores (N/A: no me refiero a nadie de ff.net, todos sois estupendos.) No os aburriré con una explicación detallada de todo lo que averigüé a la mañana siguiente. Sin duda habrá suficiente con un pequeño esbozo de los miembros de la familia y una visión general de los seis primeros meses que viví con ellos.
Comenzaré con el cabeza de familia. Por lo que decían el señor Gryffindor era un caballero educado. Un devoto cazador de animales salvajes, un mago experto y de la buena vida. Y digo por lo que decían porque excepto en contadas ocasiones tardaba semanas en verlo, a menos que en cruzar un vestíbulo o pasear por el parque se me cruzaba una figura de un señor alto y robusto.
La señora Gryffindor era una dama muy elegante y atractiva de cuarenta años; a su belleza no le hacía falta poner colorete ni postizos; por lo que parecía, su principal distracción consistía en celebrar fiestas y asistir como también a vestirse a la última moda. No la vi hasta las once, cuando me honró con una visita. Se limitó a pasar por el aula, a desearme buenos días, estuvo dos minutos de pie delante de la chimenea y me dijo cuatro trivialidades sobre el tiempo y el viaje. Después de esa visita me hizo un par más en ausencia de mis alumnos para ilustrarme sobre mis obligaciones para con ellos.
El hijo mayor, John, alias "el pequeño john" tenía diez años cuando llegué. Era un nió mono, fuerte y saludable, sincero y de buen corazón, que podría haber sido un buen chico si lo hubieran educado bien, pero entonces era rústico, desobediente, sin escrúpulos, ignorante e incapaz de aprender nada. Quizás los maestros conseguirían algo más, porque el curso siguiente empezaba las clases como mago.
El señorito Charles era el preferido de la madre. Tenía un año y poco menos que su hermano, pero era mucho más bajito, pálido y no tan activo y robusto. Era un hombrecito cobarde, caprichoso y egoista que solo se esforzaba en hacer maldades y solo usaba la inteligencia para decir mentiras, no tanto como para ocultar sus faltas sino también por maldad.
Con unas cuantas observaciones más habré acabado de momento con el aburrimiento de las descripciiones.
*************** ***************
¿Que os ha parecido? Espero continuar muy prontito, pero dejadme reviews por favor!!!!
En aquella época, querido lector, no había la red de chimeneas que hay hoy en día, así que me tuve que conformar con un carruaje pues a las mujeres se nos estaba prohibido aparecernos sin la compañía padre o marido, y el mío poco estaba dispuesto a acompañarme a lo que era, según sus ideas, mi perdición.
La casa estaba a unas ciento cincuenta millas de la nuestra, eso no me echó para atrás, más bien al contrario. El estar lejos de la influencia de mi padre lo hacía todo más interesante.
Llegué a última hora de ese mismo día. Los señores de la casa estaban ya acostados así que la única persona que me recibió fue el elfo mayordomo. Me acompañó a mi nueva habitación con muchos honores, me sirvió una taza de té caliente y se despidió.
Cuando me ya me había quitado el abrigo apareció una elfo para preguntar si necesitaba algo más, le respondí educadamente que no necesitaba nada excepto saber a que hora servían el desayuno y a que hora se suponía que me tenía que levantar.
- Los señoritos y los señores desayunan a las ocho y media- me dijo- pero raramente estudian antes de desayunar; creo que será suficiente con que se levante un poco después de las siete.
Le pregunté si tendría la amabilidad de llamarme a las siete en punto y, después de asegurarme que lo haría, desapareció. Mientras me tomaba el te me senté al lado de la pequeña chimenea donde quemaba algo de lo que, seguramente, había sido un fuego bien alimentado.
Pensaba irme a dormir cuando me di cuenta de que no me habían subido las maletas, inicié la búsqueda de una campanilla, pero como no encontré ninguna cogí la vela y me aventuré por el largo pasillo hasta unas escaleras por las que bajé. Por el camino me encontré con una señora muy bien vestida y le expliqué que quería, no sin una carga de dudas por que no sabía si era una doncella o la señora de la casa. Resultó que era la doncella de la dama. Con aires de hacerme una concesión inaudita, se dignó a encargarse personalmente de hacérmelas llegar.
Después de esperar y esperar, y cuando estaba a punto de volver a salir apareció una elfina, pidiendo miles de disculpas y dándose castigos, con las maletas. Después de convencerla para que no me ayudara desapareció, desempaqueté unas cuantas cosas y me fui a dormir con muchas ganas, por que estaba agotada tanto física como mentalmente.
A la mañana siguiente me desperté con una extraña sensación de soledad que se mezclaba con una aguda conciencia de la novedad de mi situación y una curiosidad por lo que aún no conocía.
Yo no puedo hacer como muchos otros autores: no tengo corazón para detallar todo mi aburrimiento a los lectores (N/A: no me refiero a nadie de ff.net, todos sois estupendos.) No os aburriré con una explicación detallada de todo lo que averigüé a la mañana siguiente. Sin duda habrá suficiente con un pequeño esbozo de los miembros de la familia y una visión general de los seis primeros meses que viví con ellos.
Comenzaré con el cabeza de familia. Por lo que decían el señor Gryffindor era un caballero educado. Un devoto cazador de animales salvajes, un mago experto y de la buena vida. Y digo por lo que decían porque excepto en contadas ocasiones tardaba semanas en verlo, a menos que en cruzar un vestíbulo o pasear por el parque se me cruzaba una figura de un señor alto y robusto.
La señora Gryffindor era una dama muy elegante y atractiva de cuarenta años; a su belleza no le hacía falta poner colorete ni postizos; por lo que parecía, su principal distracción consistía en celebrar fiestas y asistir como también a vestirse a la última moda. No la vi hasta las once, cuando me honró con una visita. Se limitó a pasar por el aula, a desearme buenos días, estuvo dos minutos de pie delante de la chimenea y me dijo cuatro trivialidades sobre el tiempo y el viaje. Después de esa visita me hizo un par más en ausencia de mis alumnos para ilustrarme sobre mis obligaciones para con ellos.
El hijo mayor, John, alias "el pequeño john" tenía diez años cuando llegué. Era un nió mono, fuerte y saludable, sincero y de buen corazón, que podría haber sido un buen chico si lo hubieran educado bien, pero entonces era rústico, desobediente, sin escrúpulos, ignorante e incapaz de aprender nada. Quizás los maestros conseguirían algo más, porque el curso siguiente empezaba las clases como mago.
El señorito Charles era el preferido de la madre. Tenía un año y poco menos que su hermano, pero era mucho más bajito, pálido y no tan activo y robusto. Era un hombrecito cobarde, caprichoso y egoista que solo se esforzaba en hacer maldades y solo usaba la inteligencia para decir mentiras, no tanto como para ocultar sus faltas sino también por maldad.
Con unas cuantas observaciones más habré acabado de momento con el aburrimiento de las descripciiones.
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