CAPÍTULO 3: LA DURA REALIDAD
Cada vez que lo veía al día siguiente , me sentía profundamente humillada. Lo odiaba, y nunca me había encontrado tan sola, aunque mis supuestas amigas me rodearan. El mero pensamiento de tener que pasar el resto de mi vida con ese hombre me habría matado si no hubiera conseguido mantener mi cabeza en su sitio.
Siempre me sonreía con aquel maligno quiebre en los labios al verme. Pero se equivocaba si pensaba que me tendría cada vez que quisera, como a sus otros amantes. Amantes. No era fácil asumir que mi futuro marido se iba a la cama con quien le parecía, y menos aún que si yo era la primera chica-tal como me dijo-eso significaba que…
-¿Me prestas ese libro un momento, Narcissa?-me preguntó Edward Whity aquella tarde, cuando la sala común estaba llena de estudiantes haciendo deberes.
Alcé la vista. Era un chico alto y guapo con grandes ojos castaños.
-Claro, tómalo-murmuré, tratando de no mirar a Luciud, que estaba sentado con sus amigos al lado del fuego.
-Dime algo, por favor-dijo Edward, sentándose a mi lado y haciendo como que leía un párrafo del libro.
-¿Sí?-dije, mirándole directamente.
-¿Es bueno contigo?-preguntó, volviendo la vista hacia la chimenea un segundo.
-¿Quién?
-Lucius.
-¿Por qué me preguntas eso?-fruncí el ceño.
-Sólo…para saber si se porta igual con todo el mundo que…ya sabes. Me gustaría saberlo, no diré nada.
De repente comprendí, y le eché una mirada penetrante.
-Así que tu eres uno de…de…-murmuré, algo consternada.
-Ah, sí. Supongo que te lo habrá contado. Él siempre consigue lo que quiere, ¿no?-dijo sonriendo un poco, con algo de pesadumbre en los ojos.
-Si verdaderamente necesitas saberlo, no es precisamente un encanto conmigo.
Ed señaló una línea del libro como si estuviera atendiendo a una explicación mía, para poder seguir hablando.
-Creo que debes saber esto: él te hará daño, sólo porque le encanta hacer daño a los demás.
-Entonces, ¿por qué te acuestas con él?-dije, un poco enfadada.
-Eso ya lo sabes, o lo descubrirás. Trata de no perder la cabeza.
El chico se levantó, cogió el libro y me dejó sola. Miré a Lucius un momento y sentí un escalofrío inesperado recorriendo mi cuerpo. Parecía que sus amantes-¿cuantos serían?-lo necesitaban. Pero yo no. ¿No?
La pesadilla se prolongó durante los días siguientes. Apenas podía concentrarme en clase porque tenía un gran problema…Mi cuerpo reaccionaba cada vez que veía a Lucius cerca. Algunas veces él me hablaba con palabras demasiado edulcoradas; pero por supuesto, todas o casi todas eran mentiras, simples pruebas de lo retorcida que era su mente, pero yo estaba empezando a volverme loca.
-Mi amor, cuando me necesites, simplemente ven a mi habitación-me dijo un día, rodeándome con sus brazos tras las clase de Transformaciones.
-No me digas…lo que tengo que hacer, por favor-dije yo, liberándome.
Aquella noche me desperté cuando sentí el peso de otro cuerpo sobre mi colcha, y encontré de nuevo sus ojos de hielo.
-¿Te has cansado de tus otros amantes?-le pregunté, medio dormida.
-Creía que tú me necesitabas más esta noche. O eso me dijo tu mirada esta mañana. Tienes unos ojos limpios como el cristal…puedo leer en ellos.
-Quiero una explicación-dije, tratando de bloquear el avance de su mano.
Me miró con ojos seductores, y sentí que debía abordar el tema. Tenía que hacerlo.
-¿Por qué estamos comprometidos, en primer lugar?-pregunté.
-Eso es muy evidente, encanto. Como único hijo de mi familia, heredaré todas sus propiedades, y antes de eso mis padres quieren asegurarse de que me case con una bruja de sangre limpia que proceda de una antigua familia de magos. Si consigo un descendiente, el linaje de los Malfoy perdurará.
-Creo que ya lo sabía-murmuré, mirando el dosel verde de mi cama.-¿Y por qué tengo que ser yo? Ni siquiera me amas.
Él llevó un dedo a mis labios y miró alrededor un momento.
-El amor no es útil-dijo.
El hechizo lumos proyectó su luz indirectamente sobre Lucius, que seguía enfrente mía. La camisa negra a medio abrochar dejaba entrever su cuerpo pálido y atlético, y la mirada cortante de sus ojos glaciares bajo una revuelta mata de pelo rubio, lo hacían verse aún más atractivo. No podía luchar contra la sensación que me devoraba y, aun sabiendo que yo no era más que un instrumento para llevar a cabo sus ambiciones, volví a sentirme débil, y volví a dejarme llevar.
* * *
Dos días después de aquello, durante la clase de Historia de la Magia, volvía a poner en orden mis pensamientos. Pensé que a partir de ese momento, no me importaría demasiado que él no me amara, pero lo que sí iba a conseguir era que olvidara a sus otros amantes, y trataría así de que nuestro compromiso-ya que no tenía remedio-se volviera más o menos normal. Para todo eso, yo tendría que dejar el papel de chica inocente.
Necesitaba un hechizo poderoso que me permitiera entrar en la habitación de los chicos sin ser notada, y espiar un rato a mi "prometido". Tal vez no tenía tantos amantes después de todo, y yo le gustaba de verdad.
Un hechizo de invisibilidad sería lo más adecuado. Uno simple y no muy fuerte que pudiera ocultarme durante un cuarto de hora o así. Mostrando mi lado más brillante y encantador, logré el permiso de la profesora de Pociones para coger un libro de la Sección Prohibida. Encontré los ingrediented sin mucha dificultad, y pronto terminé la bebida. Sus efectos sólo durarían diez minutos, así que decidí esperar al sábado por la noche para beberla justo antes de entrar en el dormitorio.
A la una de la noche de ese día, bajé las escaleras y entré en la sala común…pero allí había alguien. Severus Snape, que era un año más joven que yo, estaba leyendo en una de las esquinas tenuemente iluminadas, y me vio en camisón y bata y con una botella morada en la mano. Tal vez debería haber inventado algo, pero estaba demasiado nerviosa.
-Ésas son las habitaciones de los chicos, Lange-me dijo cuando yo estaba a punto de subir los escalones de la izquierda.
-Ya lo sé, shhh. Tengo algo importante que hacer.
-¿Vas a envenenar a alguien con eso?-dijo mirando mi botella.-Me encantaría saber a quién.
-No, aunque tampoco sería mala idea. De todas formas, no digas nada-dije, subiendo al fin.
