CAPÍTULO 5: MI ADMIRADOR SECRETO

      Al fin, aquella tarde en la sala común, alguien se decidió a hablarme. Snape se sentó con un libraco enorme en la butaca más próxima a la mía.

-¿No funcionó la poción?-me preguntó, sin dejar de mirar el libro.

-Sí, pero no sirvió de nada-respondí, disimulando de la misma manera.

-Te hiciste visible antes de tiempo.

-¿Cómo?-dije sorprendida.

-Era la poción de invisibilidad que aparece en el libro "Pociones Rápidas y Avanzadas".

-¿Cómo sabes eso?

-Me fijé en el frasco que llevabas. Se me dan bien las pociones, y ésa en concreto la he usado alguna vez.

-¿Para qué?

-Para contraatacar al enemigo.

      Supe que se estaba refiriendo a la pandilla de Gryffindor de quinto, Potter y compañía, y sonreí por primera vez en todo el día.

-Te dije que era mejor envenenarlo-dijo, como refiriéndose a alguien en concreto.

-Ojalá pudiera-dije yo.-Eso sería estupendo.

* * *

      Aún no habían acabado las sorpresas aquel día. Cuando subí a mi habitación, una pequeña sombra con alas me aguardaba junto a mi baúl. Era mi lechuza Nin, y tenía algo para mí.

-¿Una flor?-murmuré desatando el lazo blanco de su pata, y contemplando el envío.

      Era un bonito clavel blanco con tonos rosáceos, y por más que busqué no encontré una señal ni una nota que me indicara su procedencia.

-¿De quién es, Nin? ¿De alguien que ha sido amable contigo?

      Ella me miró y emitió un sonido de satisfacción, lo que me permitió, al menos, saber de quién *no* era. La idea de que pudiera venir de un admirador parecía remota, y sin embargo no se me ocurría otra posibilidad. Simplemente, dejé que esa idea me animara.

* * *

      Lucius no me molestó durante algunos días (y noches), y pude respirar aliviada un tiempo. Las flores siguieron llegando, traídas por diferentes lechuzas pequeñas, que día tras día me esperaban en mi habitación. El hecho de que no las recibiera a la hora del correo, y de que las lechuzas pudieran acceder a mi cuarto, indicaba claramente que la persona que me las enviaba era de Slytherin. Oculté el hecho a mis compañeras, que se habrían reído de forma estúpida al enterarse, y habrían preguntado demasiado. Las flores, algunas curiosas y sin duda procedentes de los invernaderos de Hogwarts, calmaron un poco el dolor que sentía, y me devolvieron algo de ilusión. Tenía que averiguar quién me las enviaba.

      Una tarde, en la sala común, me dediqué a observar a los alumnos de diversos cursos, intentando buscar una pista que me permitiera averiguar quién era *él*. Nunca acompañaba las flores con una nota, y yo no me atrevía a responder sin saberlo. Cuando más ensimismada estaba, me di cuenta de que Lucius se había sentado a mi lado. Me puse en guardia, y estuve tentada de sacar la varita.

-¿Qué pasa, cielo? Te veo distraida últimamente.

-Márchate-dije mirándole a los ojos.

-¿Por qué?-sonrió, con un brillo frío en las pupilas.

-Porque eres despreciable, ¿te vale con eso?

-Y yo que pensaba que me habías cogido un poco de respeto…

-No te tengo miedo. Nada puede ser peor que lo del otro día-dije, clavando las uñas en la tapa de mi libro.

-Cualquiera que te oyera pensaría que no lo pasaste bien, querida. Y eso no fue lo que me pareció en el momento.

      Mi cara enrojeció de humillación y de ira.

-Ni siquiera piensas utilizarlo como medio para romper el compromiso, ¿cierto?-prosiguió.-Aunque no te serviría de nada, no puedes dar pruebas y aunque pudieras no te serviría de mucho. Tus padres no harían nada al respecto, porque saldrían perdiendo. Tampoco quieres que se entere toda la escuela. Así que, ¿para qué le das tantas vueltas a la cabeza? Con lo afortunada que eres…

-¿Afortunada?-dije, dándome cuenta de que, por espantoso que pareciera, él llevaba razón.

-De poder estar conmigo cuando quieres.

-Dirás cuando tú quieres.

      Lucius sonrió y se acercó más a mí, hasta tocar mi mejilla con sus labios de hielo un momento.

-Te espero esta noche. No habrá nadie más-susurró en mi oído, y se marchó.

      Me sentí avergonzada porque sabía que la persona que me enviaba flores, fuera quien fuese, estaba en la sala, y lo habría visto todo. Pero, de todas formas, cualquiera que me quisiera tendría que saber en qué clase de lío estaba metida.

* * *

      "Sé que estás triste. Si yo pudiera hacer algo para que sonrieras…". Eso decía el mensaje que acompañaba a la flor roja que recibí al día siguiente. No reconocí la letra, pero lo guardé cuidadosamente y até una nota a la pata de la lechuza: "¿Quién eres?"

      Me sentí como si estuviera jugando a doble banda. Por un lado, ardía en deseos de saber quién era mi admirador, y por otro, acudía a las llamadas de Lucius, que no eran muy frecuentes, y al menos él no volvió a incluir a nadie más. Pero la diferencia entre el amor y el deseo se hacía cada vez más abismal, yo estaba segura de que mi prometido no me quería en absoluto.

      Muchos mensajes parecidos a aquél llegaron durante los días siguientes, todos escritos en un tono dulce y algo apesadumbrado, como si tratara de animarme y al mismo tiempo diera la batalla por perdida al pensar que no tenía posibilidades. Yo le respondía siempre agradeciéndole el detalle, y rogándole que me dijera quién era. Al fin, pasadas dos semanas, cuando ya me había vuelto medio loca, me mandó la pista definitiva: "Te quiero. ¿Sabes? Ésta es mi lechuza Lyell".

      Miré al pájaro de color pardo, que parecía estar esperando que le dijera algo. Llevada por un impulso mecánico, me miré al espejo y me peiné un poco. Luego me dirigí al ave.

-Lyell, ¿me llevas con tu amo?

      La lechuza pareció asentir con un ruidito, y echó a volar despacio, para que yo pudiera seguirla. Con disimulo, crucé la sala común, salí de la zona Slytherin, y Lyell me llevó por un pasillo de la mazmorra, hasta una puerta que yo nunca había atravesado. ¿Sería un aula? Por un instante me entró miedo. La lechuza se detuvo, esperando que yo abriera la puerta, y al final me decidí. Entré, cerré la puerta tras de mí, y vi que la habitaciónera un aula pequeña y húmeda, con un tablero grande en la pared. Parecía, más que una clase, un lugar secreto de reuniones o algo así. Miré a ambos lados y no via nadie, pero la lechuza voló hasta una esquina.

-¿Estás aquí?-preguntó nerviosa.

-Sí, pero no grites, por favor-dijo una voz.

      Una silueta alta salió de detrás de un viejo armario, y le reconocí enseguida.

-¡¿Tú?!