CAPÍTULO 10: LET'S RUN AWAY!
El nuevo curso empezó con pocos cambios respecto al anterior. Mi anillo traía entusiasmadas a todas las chicas de mi casa, y aún a algunas más, pero yo no le daba importancia. En realidad, me daban ganas de decirle a cualquiera de ellas que no sabían la suerte que tenían al no haber sido ellas las elegidas. Ellas, contentas con sus respectivos novios, libres de tomar sus decisiones, no sabían todo lo que yo estaba perdiendo, ni lo que sufría.
La particular filosofía de Lucius tampoco había variado especialmente. Seguía con sus tres o cuatro amantes, Edu incluido, y con todo estudiante guapo que se le pusiera a tiro aunque sólo fuera una noche. Yo seguía siendo la única chica, medecía. Sí, la única enredada entre sus sábanas.
Pasé el tiempo centrándome en mis estudios, acudiendo a la biblioteca en mis ratos libres o haciendo pociones con Snape. Entre nosotro jamás salía un tema personal a discusión, y me parecía bien, pero después de Navidad noté un cambio en él, y pronto averigüé la causa. Una tarde vi a James Potter de la mano con una sonriente chica Gryffindor, Lily Evans, y supe por qué mi amigo parecía haberse hundido en las tinieblas. Se volvió más agresivo, especialmente con la pandilla Gryffindor y los múltiples fans de éstos.
Hablar sería buena idea, decidí, pues nos parecíamos bastante. Una noche en la que la sala común estaba casi vacía, levanté los ojos de mi libro de hechizos y vi que él, sentado en la butaca más próxima, no apartaba la mirada del fuego de la chimenea.
-Severus-dije.-¿Qué te pasa?
Giró la cabeza bruscamente, como si acabara de darse cuenta de que yo seguía allí.
-Nada.
Alargué el brazo un poco y puse mi mano en la suya como gesto de apoyo. Yo me sentía igual de triste que él, pero aún así quería confortarlo.
-No te tortures-dije.
Tuve la impresión de que él sabía que yo lo sospechaba todo, y aunque no dijo nada, tampoco trató de disimular su amargura. Al cabo de un rato habló.
-No quieres casarte con él-dijo, y no era una pregunta.
-Te has dado cuenta.
-Intentas aparentar conformidad, pero se te nota en los ojos. Saldrías corriendo si pudieras.
-Si pudiera, pero no es el caso. Tampoco yo puedo estar con la persona que quiero. Sólo intento mantenerme a flote, no hundirme.
-Eres fuerte.
-No. Ojalá lo fuera.
Le sonreí tristemente, y él cerró los ojos y se llevó una mano a la cabeza. Pocos minutos después, Lucius bajó a buscarme.
* * *
-Me estás tomando por tonto-me dijo Lucius de improviso al final de nuestro encuentro.
Lo miré sorprendida y me incorporé hasta quedar sentada. No había notado nada raro en él, pero ahora su expresión se había oscurecido. Sin darme cuenta me aferré con más fuerza a las sábanas.
-¿Qué quieres decir?
-De vez en cuando desapareces y nadie sabe dónde estás, pero yo sí lo sé. Estás viéndote con alguien, ¿no es cierto? Alguien que te gusta.
-No-dije, tratando de sonar convincente, pero él prosiguió.
-No pensaba que fueras tan tonta como para enamorarte de alguien y ponerlo además en peligro, teniendo en cuenta que es conmigo con quien vas a casarte.
El miedo y la rabia me invadieron. Miedo ante la duda de si él sabía que esa persona era Edward, y rabia por sus amenazas, por no contar apenas con armas para defnderme. Su rostro no mostraba señales de cólera, más bien una expresión altiva y casi divertida ante lo absurdo de mi situación. Cerró sus manos sobre mis hombros con fuerza, y sin dejar de mirarme a los ojos, me besó con violencia.
-¿No vas a decir nada?
-Conociéndote, sé que no te importa que yo ame a alguien más o no. El amor te da lo mismo. Entonces, ¿qué pretendes?-pregunté.
-Quiero saber de quién se trata. Quién te interesa tanto como para que hayas disimulado tan bien conmigo durante los últimos meses. A quién proteges.
-No lo sabrás por mí.
-Entonces es cierto. Sólo te lo diré una vez: procura que no sepa quién es.
-No me asustan tus amenazas-dije, clavando las uñas en sus manos, y haciendo así que me soltara.
-Pues deberían, amor. Deberían.
* * *
Tal vez la solución habría sido dejar de verme con Ed, pero me pareció imposible pues él era lo único, junto con los estudios, que por aquel entonces valía la pena en mi vida. Quería luchar un poco más, y por fin, cuando quedaban pocos días para los exámenes finales, le expliqué la situación. Para mi sorpresa, él lo tenía todo planeado.
-Escapemos juntos-dijo, tomando mi mano.
-¡¿Qué?!
-Después de la graduación, nos iremos lejos de aquí, lejos de la casa de los Malfoy. No nos encontrarán, lo tengo todo previsto…si tú quieres.
-Claro que me iría contigo, pero no es tan sencillo. Los Malfoy son capaces de todo, son aún peor de lo que aparentan. Me perseguirían hasta el fin del mundo.
-Iremos al sur, allí mi hermana y su marido serán nuestros guardianes secretos y no nos encontrarán. Además yo te protegeré.
-Edward…
Lo estreché con fuerza entre mis brazos. Me pareció ver con claridad una salida; no sería fácil, pero me iría con él…a vivir para siempre. Ahora me cuesta recordar lo que sentía entonces. Tal vez era amor.
Acabé el curso con honores y nos graduamos, abandonando Hogwarts par siempre. La boda tendría lugar dentro de dos semanas, pero yo no estaría allí. Ed había trazado un plan. Yo esperaría una señal suya en forma de carta, y entonces me desaparecería sin dejar ni rastro y me reuniría con él. Lo dejaría todo atrás.
Mi madre me esperaba en la mansión de los Malfoy, donde se estaban haciendo los preparativos para el enlace. Yo disimulé interesándome por ellos, probándome el hermoso vestido de seda negro y plateado, haciendo que todos creyeran que estaba totalmente conforme con mi matrimonio. Aunque no paraba mucho tiempo en la casa debido a sus "asuntos", el señor Malfoy intentó atraparme a solas en más de una ocasión, pero mi intuición se había agudizado después de tantos enredos, y logré esquivarle.
Faltaba sólo una semana para la boda cuando recibí una carta de Edward, hechizada para que sólo yo pudiera leerla. En ella me decía que en un plazo de dos días, cuando él me enviara la señal, yo debería desaparecerme y acudir a Hogsmeade, donde me estaría esperando para marcharnos a un lugar lejano.
Pero la señal nunca llegó. Mis esperanzas se desvanecieron, y al principio sentí el dolor de una traición. Ed tenía que tener un buen motivo para no haberme avisado. Miré por la ventana, deseando que ocurriera el milagro, y oí pasos familiares detrás mía.
-No te compensa ir a ninguna parte.
