CAPÍTULO 14: LITTLE DRAGON
El tiempo pasó rápidamente. Draco empezó a crecer y crecer y a parecerse cada vez más a su padre. Tenía los mismos ojos, aún limpios e inocentes, y era como un angelito que hacía que me olvidara del demonio. Me dediqué a enseñarle todo cuanto podía, a leer y escribir, a portarse bien…pero su educación era completada por Lucius, que le enseñó a jugar al Quidditch y le inculcó la ambición y el sueño de grandes metas tan característicos de todo Malfoy. Sin olvidar el gusto por las Artes Oscuras.
-Será como yo-me dijo Lucius una mañana.
-No si puedo impedirlo-solté, sin pensar bien lo que decía.
-Vamos, amor, ¿qué queja tienes de mí? Te doy todo lo que deseas, nada os falta a ninguno de los dos-sonrió llevándose la taza de té a los labios.-Y nunca estas conforme. Por ejemplo, respecto a lo de Durmstrang…
-Irá a Hogwarts-dije.
-Pero allí apenas se enseña lo que uno más necesita dominar en la vida.
-Tú fuiste a Hogwarts. Y ya te estás encargando de que aprenda magia negra.
-Me sentiría orgulloso si mi hijo fuera un Slytherin, pero…
-Durmstrang está muy lejos. Y hace frío allí-insistí, negándome a separarme tanto de Draco.-Será un buen Slytherin.
Ya hace seis años de esa conversación. Aún no sé cómo conseguí convencer a Lucius.
Draco empezó en Hogwarts el mismo año que el hijo de James Potter, el mítico Harry, el niño que sobrevivió. Supe que chocaron desde el principio, pero tuve confianza en que mi pequeño no se dejaría derrotar por nadie. Escribí una carta a Snape porque sabía que era profesor de Pociones y jefe de Slytherin allí (algo sorprendente que un mortífago trabajara en una escuela), y me dijo que veía un gran talento en Draco, y que además mi hijo se sentía más que a gusto en Slytherin. No me comentó nada sobre el súper Gryffindor Harry Potter, pero me pareció que debía de estar pasando mal con la viva imagen de James tan cerca.
El inicio de la vida escolar de Draco me hizo volver a la soledad de la gran mansión, que pasaba como podía entre las flores que entonces ya cubrían buena parte de los jardines, tal como un día vaticinara mi suegra. Recibí algunas cartas de ella, aunque nunca supe dónde se encontraba, y cierto día me dijo "la paz no es eterna, pero se la reconoce cuando llegan las adversidades". Sus palabras eran a menudo oscuras, incomprensibles, pero me alertaban.
Mis dieciocho años se habían convertido en treinta demasiado pronto, pensaba, y la primera juventud se me había ido al mismo tiempo que todas mis ilusiones personales. Alguna vez recordé a Edward, a lo que le había ocurrido por querer darme la libertad, y por eso nunca volví a pensar en tener un amante. El interés de Lucius por ellos, sin embargo, no decrecía, y aunque el paso de los años y la importancia de su imagen social lo habían vuelto algo más discreto, conmigo no disimulaba. Yo seguía siendo un bonito adorno que lucir en las grandes reuniones, y un juguete durante aquellas noches en las que él no había encontrado otra distracción.
Volví a ver a Snape en una fiesta que organizamos en la mansión al término del segundo curso de Draco. Asistió sólo un grupo selecto de personas, gente del Ministerio y la aristocracia, y le pedí a mi viejo amigo que viniera. Los años y la tristeza habían hecho mella en él, y parecía aún más serio que en nuestros días en Hogwarts, que ya era decir.
-Me alegro de verte-le dije, dándole la mano.
-Lo mismo digo, Narcissa-me saludó cortésmente, bajo la mirada de Lucius.
Al término de la celebración, cuando Draco se hubo ido a dormir y Lucius acompañaba a algunos invitados a la puerta, le pedí a Snape que se quedase un rato para charlar. Me miró con preocupación, pero yo no podía dejar ir sin más a una de las pocas personas que apreciaba. Miré hacia la entrada y supe que mi marido había logrado engatusar al hijo de los Warren, que no tendría ni veinte años, para que se quedara. Así que no se daría ni cuenta si Severus y yo charlábamos en mis aposentos.
