CAPÍTULO 17: TRES BUENAS RAZONES

      El carácter de Lucius había empeorado drásticamente. Le ponía de mal humor volver a estar bajo las órdenes de alguien, y al mismo tiempo era consciente de que dentro de poco Voldemort tomaría el poder y él se lo pasaría bastante bien. La imagen ya no importaba. El Ministerio no se decidía a actuar, y la victoria era segura. Pero desgraciadamente, no fui yo quien se llevó la peor parte de su nuevo cambio.

      Aprovechando que Lucius supuestamente había salido, me aparecí en Hogsmeade. Sólo sería un momento. Mandé una lechuza a Severus desde la oficina de correos, pero me respondió que un encuentro justo entonces era imposible y tremendamente arriesgado. Que de momento debía permanecer en casa, donde al menos estaría a salvo. Así que regresé antes del anochecer, con unas cuantas compras para disimular, triste y enojada con la situación presente.

      Lo que me encontré fue peor de lo que nunca hubiera esperado. Me crucé con mi hijo, que subía corriendo de las mazmorras, y me miró con los ojos llenos de horror. Supuse que la lección de mi marido había sido demasiado cruda, y no me equivoqué.

-Draco, ¡¿qué…?!

      No se detuvo y subió las escaleras directo a su habitación. Lucius fue el siguiente en atravesar el pasillo, presumiblemente procedente del sótano. Se sorprendió al verme de pronto.

-¿Dónde estabas?-gruñó.

-De compras en Hogsmeade. ¿Qué es lo que ha pasado?

      Él tampoco me respondió. Se dio media vuelta y volvió a bajar. Algo iba realmente mal, pensé, y subí para hablar con Draco. Su puerta estaba cerrada. Llamé y no hubo respuesta. Insistí, y finalmente abrió. Estaba abrazado a un cojín, y supe que había estado llorando.

-Por favor, cuéntamelo, Draco.

      Hizo ademán de hablar, pero no salió ninguna voz de su garganta. Se llevó una mano a ella, y yo cerré la puerta para sentarme a su lado.

-¿Es un conjuro silenciador?-le pregunté.-¿El Devoccius?

      Asintió.

-Vocciusi-dije yo, sacando mi varita.

-Mamá-dijo abrazándome.

-¿Qué te ha pasado?

      No dijo nada pero vi las heridas. Todo tiene un límite, y Lucius lo había traspasado ampliamente. Mientras trataba de curar a mi hijo, ideé un plan. Algo retorcido e inteligente. Algo que sólo hubiera podido ocurrírsele a una Malfoy.

* *  *

      Había leído tratados de magia negra, aunque no fuera mi debilidad, y tenía talento para las pociones. En la habitación de mi suegra, donde sólo yo entraba, había un antiguo libro escrito por brujas que en algún momento se habían sentido como yo. La autora de esa receta decía ser una tal Gwendolen Halley Malfoy, que vivió hace mucho tiempo y debió ser bastante feliz si las cosas le fueron bien.

      Estudié cuidadosamente la elaboración de la pócima. Era compleja, arriesgada y si no salía bien podía perjudicarme, pero confié en esa mujer y en mí misma, por una vez. Cuando estuvo lista, esperé el momento de usarla. Una lechuza que llevaba un pergamino oscuro atravesó nuestro salón, camino a la mazmorra donde estaba Lucius, pero yo la detuve lanzándole un hechizo somnífero. Tal como imaginaba, era una orden de Voldemort, una orden muy concreta.

"Encárgate de traerme al Traidor de Hogwarts".

      El corazón me dio un vuelco mientras quemaba el mensaje. Tenía que ser entonces. Por Snape. Por Draco. Por mí.