Disclaimer: No soy el tío Rick ni Disney, por ende Percy Jackson no me pertenece. Lloremos. Ah, y tampoco soy Jotaká o Warner, así que Harry Potter tampoco me pertece. Yo solo estoy loca y Maggie me inspiró lo suficiente como para hacer este desastre.
Este fic está inspirado en el maravilloso, grandioso, magnifico, excelentísimo fic Leyendo en el Olimpo (2): Percy Jackson y los héroes del Olimpo by Maggie Avan. Hagánse un favor y vayan a leerlo, ¡ya está listo el de la sangre del Olimpo! :) Básicamente este es un what if...? en donde Sally hubiese reaccionado muuuy distinto cuando se leyese el momento en que Percabeth cae al Tartaro.
Gracias a faaavila por betear este bebé, tkm.
PUNTO DE QUIEBRE.
...
CAPÍTULO ÚNICO.
Sally nunca ha tenido una vida fácil. Y no es que se esté quejando, simplemente está constatando un hecho.
Algo dentro de ella cambió cuando a los cinco años su tío Rich se acercó a decirle que sus padres habían muerto. No debería recordarlo tan bien, ninguna niña de cinco años debería hacerlo. Pero lo hace. Recuerda perfectamente la mirada triste y vacía de su tío al arrodillarse frente a ella. Las palabras queman dentro de Sally como la primera vez: «No sabemos qué pasó, Salls. Y creo que nunca lo sabremos». Y algo se rompió dentro de su pequeño corazón (o tal vez mente) de cinco años. Y lo que se haya roto en aquel momento tuvo como resultado su primer brote de magia accidental. Sin saber cómo, la Sally de cinco años estaba rodeada de vidrios rotos del amplio ventanal de su sala de estar y su tío estaba cubriéndola con su cuerpo. Evidentemente, en ese momento ninguno supo que era un brote de magia accidental, eso lo descubrieron con la visita de la subdirectora McGonagall.
A los doce años todas las rarezasde su vida cobraron sentido con la aparición de una mujer con gesto severo en la puerta de su casa: Minerva McGonagall, subdirectora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. De repente, los pequeños incidentes que rodeaban la vida de Sally comenzaron a cobrar sentido para su tío. La desaparición sospechosa de la comida que le disgustaba, el cambio en el color de sus zapatos y aquella vez cuando sus padres murieron y la pequeña Sally destrozó el ventanal de su sala.
Era una bruja. Es una bruja.
Sally lo aceptó apenas la subdirectora McGonagall hizo aparecer con su varita una carta (de pergamino, ni más ni menos) frente a sus ojos. Es uno de los momentos más importantes de su vida, por ende recuerda cada pequeño detalle. El olor del pergamino, el sonido del sobre al romperlo, el tacto de la curiosa tinta color esmeralda. Su nombre escrito en esa alargada y estrecha letra: «Sally Megan Jackson». Aún conserva la carta de aceptación. Recuerda especialmente el hecho de que la subdirectora le explicó que como Sally era americana debería ir a Ilvermorny, no a Hogwarts. Pero su bisabuela había sido una bruja británica, por ende todavía se seguía su linaje.
Ilvermorny era paga. Hogwarts era subvencionada.
La decisión no fue fácil (¿cómo podría su tío enviarla a otro país, a otro continente?), pero fue rápida.
Fue sorteada a Ravenclaw. Y por primera vez en su vida Sally saboreó el placer de sentirse orgullosa de sí misma. Pertenecía a la casa de Rowena Ravenclaw; la casa que representaba la inteligencia, el ingenio y la sabiduría. Sally pertenecía allí. Sus siete años en Hogwarts fueron maravillosos. Conoció toda clase de brujos y brujas; pudo practicar cuanto tipo de magia fue capaz de encontrar en la biblioteca del colegio y pasaba medio año lejos de América. Sally amaba a su tío y le gustaba su casa, su país. Sin embargo, estar lejos significaba alejarse del recuerdo de la muerte de sus padres. En Hogwarts, era la prefecta de Ravenclaw; la brillante y amable Sally Jackson, capaz de iniciar un diálogo diplomático entre alumnos de Gryffindor y Slytherin e igual de capaz de batirse en duelo y salir sin siquiera su túnica sucia. A los diecisiete años recibió un collar de plata con un dije de zafiro azul de parte de la madre de su mejor amigo: era considerada una adulta en el mundo mágico. Tenía intenciones de ir al típico viaje de un año con Sebastian, su mejor amigo (por el cual tal vez tenía un pequeño gran enamoramiento); contaba con los ahorros necesarios pues se había encargado de montar un pequeño negocio vendiendo pociones curativas a los alumnos que las necesitaban, los fines de semana que podían ir a Hogsmeade ayudaba en Las Tres Escobas y los veranos en casa pasaba de un trabajo a otro. Podía hacerlo. Y cumplió los dieciocho y casi saboreaba el aire del extranjero junto a Sebastian.
Entonces volvió a casa con un Extraordinario en cada uno de sus EXTASIS, su insignia de Premio Anual y los libros que había ido coleccionando junto a Sebastian en su pequeña maleta con un encantamiento de extensión indetectable.
El tío Rich estaba enfermo. La única familia de sangre que le quedaba estaba muriendo debido al cáncer.
Sally sabía cómo preparar cada una de las pociones necesarias para un efectivo tratamiento contra el cáncer. Había participado en un programa de pociones avanzadas en San Mungo durante su sexto año bajo el permiso del profesor Snape y el profesor Flitwick. Sabía cómo curar el cáncer… en brujos.
Su tío era muggle.
Se adaptó, tal como había hecho cuando sus padres murieron y tuvo que ir a vivir con su tío, tal como había hecho cuando descubrió que era una bruja. Y esa vez abrazó el cambio con la practicidad y serenidad que siete años en Ravenclaw le habían permitido desarrollar.
Guardó el libro de viaje que había pasado noches enteras llenando. Empacó sus libros de pociones, hechizos e historia. Guardó y selló cada aspecto de su vida como bruja y le escribió a Sebastian una extensa carta (manchada con tinta y lágrimas) explicándole que no podría viajar junto a él y rogándole que fuese sin ella, que lo hiciese por ambos. No guardó su collar ni su varita. No podía deshacerse de eso también… no era tan fuerte.
Gastó cada galeón, sickle, knut y dólar que había ahorrado. Se abocó a su tío Rich. Jamás dejó de pelear contra el cáncer, pese a que la parte racional de ella sabía que era tan inútil como desafiar a duelo a uno de los fantasmas del castillo. Su tío murió en medio de un despejado día de verano. Ya no era la Sally de cinco años que no comprendía del todo el concepto de la muerte, ni la Sally Jackson que se volvió líder del club de duelo cuando tenía catorce años y ni siquiera era la Sally de hacía pocos meses con un maravilloso y vasto mundo de posibilidades al alcance de su mano.
No podía volver a Gran Bretaña, no tenía cómo. Para Estados Unidos era solo una adolescente de dieciocho años que jamás había pisado un centro de educación. Y no quería entrar a la comunidad mágica americana. En su tercer año de Hogwarts había sentido curiosidad por el mundo de la magia de su país y había ido con el profesor Binns que, luego de una soporífera charla de cortesía, le había dado un pergamino con el título de cinco libros respecto a la historia antigua y moderna del mundo mágico americano. Era fascinante comparar hechos entre los británicos y los americanos, pero no se vio a sí misma sin poder tener contacto con los nomaj (un término que se le hacía ligeramente irritante para referirse a los muggles). No quería registrarse en el MACUSA y cambiar su estatus de bruja inglesa a bruja americana. Así que hizo lo que podía hacer una recién adulta sin historial en 1999: con la venta de la casa de su infancia terminó de pagar los gastos funerarios de su tío y alquiló un pequeño departamento en Brooklyn, consiguió trabajos de medio tiempo como camarera e hizo breves y esporádicas incursiones en el barrio mágico de New York, sobre todo para conseguir material de lectura e ingredientes de pociones de bajo perfil.
El tiempo corrió en un abrir y cerrar de ojos, tal cual hacía como cuando volaba en una de las escobas del colegio y sentía que podía tocar las nubes.
Tenía veintidós años, la edad en la cual sus padres se conocieron y enamoraron. Había oído la historia tantas veces al ser su cuento favorito para dormir que de una forma u otra se había grabado a fuego en su memoria. Tenía ese hábito desde que podía recordar: revivir una y otra vez los recuerdos importantes de su vida hasta asegurarse de que ni el más potente obliviate podría borrarselos. Había pasado cinco años privándose de tantas cosas que tenía los ahorros necesarios para pagar un translador de Estados Unidos a Londres. Sabía con certeza que una vez volviese a su lugar en la comunidad mágica británica esa sensación de frío vacío que tenía consigo desde que cortó lazos con esa parte de su vida desaparecería totalmente. Y una pequeña e ilusa parte de ella albergaba la esperanza de que si conseguía una lechuza y le enviaba una carta a Sebastian sería como si el tiempo no hubiese pasado para ellos. Claro, había sido sensata y honesta en esa única carta que había podido costearse hacía años donde le pedía que viviese como si tuviese el mundo a sus pies, que no se privara de nada pues ella lo dejaba libre de sus sentimientos (y odió el tener que admitir sus sentimientos en una carta de despedida), pero Sally nunca había podido soltar del todo su enamoramiento, en parte porque era un sentimiento lo suficientemente poderoso como para recordarle que había tenido una vida más allá de las desgracias que parecían perseguirla y en parte porque lo prefería a la amargura y rabia que debería sentir cualquier persona en su situación.
Rebuscó en su pequeño departamento hasta conseguir su maleta con el hechizo de extensión indetectable y empacó para un fin de semana en Montauk. Haría por primera vez algo netamente para sí misma: un último viaje al lugar que protagonizaba la mayoría de sus fotos con sus padres. Era la primera vez que iba desde que tenía cinco años, pues en los veranos junto a su tío nunca había el suficiente dinero como para salir de viaje. Evaluó la opción de alquilar un auto, pero la descartó casi inmediatamente al ver los números subir y subir en el gasto de gasolina. Compró billetes de tren y mientras más cerca de la playa, de la que lo único que recordaba era la sensación del sol sobre su cara, más joven se sentía. Era bastante ilógico que una veinteañera pudiese sentirse más joven siendo que estaba en la flor de su juventud. Pero sabía, así como sabía que el color azul era su color favorito gracias a su casa de Hogwarts, que desde hacía mucho tiempo había dejado de considerarse joven. Alquiló una cabaña casi destartalada sintiendo la misma excitación que antes de un duelo contra un oponente que sabía tenía la misma o más destreza que ella. La adrenalina del momento la hizo sentir lo suficientemente valiente como para vestir un escandaloso traje de baño de dos piezas y dejar su largo y ondulado cabello suelto. Un sencillo hechizo de glamour y su varita pudo acompañarla sujeta a su muslo.
El olor a agua salada, la sensación de la arena en sus pies descalzos y la increíble vastedad del mar le abrumó momentáneamente. No tardó ni cinco minutos en recuperarse para salir corriendo al mar y zambullirse. El imperceptible sonido de la presión contra sus oídos a medida que nadaba más y más hacia lo profundo le hacía sentir viva de una forma inexplicable. Al saber que no soportaría más la respiración, subió y repitió el ejercicio durante lo que se sintieron horas. Al salir del mar simplemente se echó en la arena hasta que el sol se ocultó y el frío de la noche le penetró en los huesos. Con un par de fregoteos dejó la cabaña impecable y durmió como no lo había hecho en muchos años: sin responsabilidades, sin arrepentimientos reptando los bordes de sus sueños y permitiéndose soñar con Hogwarts, con su vida cuando solo se preocupaba porque los prefectos de Slytherin y Gryffindor no se sabotearan mutuamente.
El domingo en la mañana lo vió. Un hombre alto en bermudas al borde del mar. Nada realmente fuera de lo común, si era honesta con ella misma. Excepto por el tridente de oro (Sally había hecho una exhaustiva investigación respecto a metales preciosos para un trabajo de Pociones como para reconocer ese material sin dudarlo) y el silencioso pero evidente halo de poder que emanaba. Sally lo asoció al profesor Dumbledor de forma inmediata: el desconocido tenía el mismo porte terriblemente poderoso, pero de una extraña forma amable, que el viejo director de Hogwarts. Su curiosidad fue más fuerte que ella (pues bien dicen que puedes salir de tu casa, pero tu casa jamás sale de ti) y terminó acercándose al desconocido.
一Hola. Soy Sally. El mar es precioso, ¿cierto?
El desconocido volteó a verla, con un leve ceño fruncido, y la respiración de Sally se atoró en su garganta. De repente, no sabía cómo respirar, su cerebro no parecía capaz de ordenarle a sus pulmones que hicieran su trabajo. Era el hombre más guapo que Sally había visto alguna vez, pero lo que le robó la capacidad de hilar pensamientos de forma coherente fueron sus ojos. Unos largos mechones de pelo negro emarcaban una miradad de un penetrante color verde, idéntico al color de las profundidades del mar. Su ceño fruncido fue reemplazado rápidamente por una mirada de chispeante interés.
一Hola. Soy Poseidón.
Pasó todo el verano en Montauk.
Los primeros días se levantaba con la varita en una mano y la maleta en la otra, pero la mirada de su nuevo amigo se materializaba en su mente y se veía incapaz de marcharse. Poseidón era algo más que su belleza, que le hacía sentirse torpe y acalorada, y Sally no podía vivir sin resolver qué había detrás de su amable e hipnotizante presencia. Le tomó una semana recolectar la información y valentía suficiente como para preguntarle por el tridente que siempre parecía acompañarlo. Identificó rápidamente la duda y reserva en los ojos de Poseidón cuando abordó el tema, pero Sally le tomó la mano y lo miró con toda la sinceridad que pudo reunir y le aseguró que podía confiar en ella.
"Poseidón" no era solo un nombre ingenioso que se les había ocurrido a sus padres (Sally jamás se lo había cuestionado pues había pasado sus años estudiantiles leyendo sobre Rowena Ravenclaw, Salazar Slytherin, Helga Hufflepuff y Godric Gryffindor). El caballeroso hombre que pasaba las tardes con Sally refrescando los pies en la orilla de la playa era nada más y nada menos que el mismísimo dios griego Poseidón. Dios del mar, las tormentas, los terremotos, las sequías, las inundaciones y los caballos.
Sally sintió como si la arena bajo ella fuese en realidad arenas movedizas, pero luego de un par de minutos pudo adaptarse. Por primera vez en años sentía que pertenecía al país que debería considerar su hogar. Se sentía como si de repente un cable se hubiese atado a su cintura y la conectase directamente al centro de la tierra. Sally tenía una persona a la cual aferrarse, así que olvidó la maleta en una esquina de la cabaña y en ella guardó su varita. Ahora que sabía la verdadera naturaleza de Poseidón no quería que se enterase de su habilidad como bruja, no se sentía correcto entrelazar ambas partes de su vida.
Vivió lo que solo podía definirse como un intenso amor de verano. Cada día y noche lo pasó al lado de Poseidón, hablando de todo y nada, simplemente permaneciendo al lado del otro, disfrutando de su compañía y calor. Cuando lograba salir de la deliciosa bruma que suponía su presencia le preguntaba si no estaba olvidando sus obligaciones como dios, pero él le sonreía amablemente, la besaba y le aseguraba que podía cumplir sus obligaciones como dios y sus obligaciones con su corazón al mismo tiempo. Sally se quedaba sin aliento ante esa respuesta y le seguía el beso de una forma entusiasta.
Se enamoró, lo supo con certeza. Incluso se preguntó con cierta perplejidad cómo había podido comparar el tierno e inocente calor de su enamoramiento por Sebastian con el arrollador fuego que parecía quemarla cada que estaba junto a Poseidón. Pero, como todo en la vida de Sally, se terminó. El verano llegó a su fin.
一Debo marcharme, Sally. Han surgido inconvenientes políticos en mi palacio y no puedo quedarme. Debo… debo volver.
Sally estaba preparada para un escenario similar. Su parte racional, esa misma que le hacía evaluar cada aspecto de sí misma como si fuese un objeto de estudio, le había obligado a enfrentarse a miles de escenarios en los cuales Poseidón debía marcharse. Por Merlín, ni siquiera se había permitido pensar en él como su novio, pues sabía que jamás sería totalmente de ella. Para lo que no se preparó fue para el dolor. Para Sally esa emoción no era desconocida, pues desde niña había vivido debajo de su piel. De una forma u otra se había acostumbrado a la persistente sensación de opresión en su pecho… pero el tener que hacerle cara a la partida de Poseidón… el saber que la posibilidad de volverle a ver era casi nula… Sally tuvo que apartar la mirada y enfocarse en el ir y venir del oleaje. La voz de su profesor de DCAO hizo eco en su cabeza: «Destierra cualquier pensamiento. Imagina que estás en una habitación en blanco, o si lo prefieres enfócate en un objeto o imagen». Estaban aprendiendo Oclumancia, la disciplina que permite cerrar tu mente y sentimientos. El ejercicio le sirvió para enfocarse.
Poseidón esperaba con silenciosa resignación su respuesta. Sus hombros estaban caídos, sus expresivos ojos verdes brillando con dolor y una mueca que prefería no analizar en sus labios. Sally resistió el impulso de prometerle que le esperaría, que no importaba que se marchase. No podía hacerle eso, no podía hacerse eso a ella misma. Poseidón debió ver algo en su expresión pues se apresuró a sujetarla de los brazos y llevarla contra su pecho.
一Esto no es un final para nosotros, cariño. No tiene por qué serlo. Puedes venir conmigo al mar; serías mi reina, Sally. Eres mi reina, lo sabes. Puedo darte la vida que siempre has merecido; no más correr contra la marea pues jamás dejaría que nada se interpusiera en tu camino. Podríamos… podríamos ser una familia, podríamos intentarlo. Te amo, Salls.
Sally no contuvo las lágrimas. Cayeron silenciosas, pero insistentes. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios mientras ponía las manos en el pecho de Poseidón y se empujaba ligeramente. Se apartó lo suficiente para poder verle a los ojos y subió una mano para dejarla sobre su mejilla. Poseidón inmediatamente cerró los ojos y se inclinó hacia su toque.
Sally inspiró el perfume natural de él, llenando lo máximo posible sus pulmones de su agradable olor a mar y un no sé qué que le hacía sentirse cálida por dentro. Esperó pacientemente hasta que Poseidón abrió los ojos.
一Si mi vida debe significar algo, debo vivirla por mi misma. Los caminos fáciles no existen, mi amor, y mucho menos la meritocracia. Además 一añadió一, he estado leyendo y sé que ya tienes a tu reina. Jamás pensé en retenerte para mi, pues sé que no podrías cumplir esa promesa. Eres un dios y yo… solo soy uno más de tus romances.
一Sally, no…
一No creas que te estoy reclamando. Estoy… 一Sally respiró hondo一, dejándote ir.
La despedida no fue fácil, ni mucho menos corta. Poseidón permaneció con ella tres noches más y se marchó dejándole un sobre con lo suficiente como para comenzar una nueva vida en la almohada de su cama. Sally pensó en tirar al mar el dinero, pero lo guardó en su maleta luego de unos momentos. Sally se permitió vivir el duelo por una semana; le permitió al dolor apoderarse de cada fibra de su ser y quemar toda emoción negativa pues no quería que sus recuerdos con Poseidón se vieran empañados por nada.
Se marchó de Montauk con más de un recuerdo de su verano.
一Estaremos bien 一susurró, acariciando su plano vientre.
Sally echó mano a la eficiente practicidad con la cual había vivido toda su vida y olvidó sus planes de volver a Londres. Estados Unidos reemplazó con asombrosa facilidad el lugar de su hogar que hasta hace poco pertenecía a Londres. Hizo viajes discretos al barrio mágico para conseguir toda la información posible acerca de la mitología griega, pues se negaba a no estar preparada para proteger a su futuro hijo o hija. Tomó el dinero de Poseidón para traer libros respecto al tema desde Gran Bretaña, ya que disponían de mayores fuentes de información. Compró una libreta y registró cada momento de su embarazo de forma religiosa, como si llevase registro de la elaboración de la Poción Matalobos. El permitirse vivir el duelo por Poseidón le permitía recordarlo sin rencor, tal como sabía que pasaría. Le hablaba a su bebé de él y apenas supo que era un niño fue al río Hudson (no era el mar exactamente, pero era lo que podía permitirse en el momento) a contarle a Poseidón que le iba a llamar Perseus, pues era el único semidiós con un final medianamente feliz y quería toda la felicidad del mundo para su hijo.
Cuando Percy cumplió tres años Sally ya había recolectado la suficiente información respecto al mundo griego como para trazar un plan para ofrecerle la mayor protección a su hijo. Poseidón había aparecido semanas después de su visita al río Hudson y le había explicado lo que significaba tener un hijo semidiós. Sally le escuchó y almacenó con cuidado toda la información que recibió, temiendo el día que tendría que enviar a su hijo al Campamento Mestizo. Sin embargo, lo primero fue conseguirle la mayor protección a su bebé. Le tomó meses y uno que otro hechizo que le puso nerviosa de que el MACUSA le pusiese mucha atención, pero lo consiguió.
Gabriel Ugliano era cuanto mínimo despreciable, pero era exactamente lo que su Percy necesitaba para estar seguro. Así que se casó con él y adaptó su personalidad a él. A lo largo de los años hubo accidentes que solo le recordaban que llegaría un día donde Sally tendría que dejarle ir. Pero se aferró con uñas y dientes a su bebé. Y claro que en medio de su perfecta actuación de esposa sumisa y tonta su vena Ravenclaw salía a la vista, como cuando Gabriel le llamó estúpida porque no existía algo como "comida azul" y el orgullo a su casa opacó a todo lo demás y se encargó de preparar al menos una comida al día de ese color.
Entonces, Percy cumplió doce años y Sally esperó ansiosa la llegada de la lechuza de Hogwarts, pese a que Percy jamás había mostrado brotes accidentales de magia. Sin embargo, la sangre divina de su padre era más fuerte y la carta jamás llegó. La confirmación de que el destino de su hijo estaba indudablemente entrelazado con el mundo griego no le tomó desprevenida, pero si le añadió un gramo más al peso de las preocupaciones por su bebé. No en vano se había vuelto casi una experta en el tema como para no saber el destino trágico de los hijos de los dioses. Y Percy con doce años demostraba sin dudas que iba a ser un héroe… los que peor terminaban. Sally no se dejaba ir mucho por esa línea de pensamiento. Y cuando apenas se estaba recuperando de la noticia de que no había ni una gota de magia en su bebé el mundo griego los tomó y aplastó. Entregó a su hijo al peligroso mundo de los semidioses. Estuvo en el Inframundo. Sobrevivió y salió. Se deshizo de su abusador marido y tuvo que despedir a su hijo pues ya no podría protegerle… ni todos sus conocimientos como bruja habrían podido mantenerlo a salvo. Era el turno de Poseidón de cuidar de Percy.
Sally no pudo más que permanecer como mera espectadora de los misiones de su hijo. Agradecía a Merlin cada que su Percy volvía a salvo a casa y vivía con el constante temor de que un día no volviese. No era estúpida y sabía cómo conseguir información, por lo que supo mucho antes que su hijo el destino que le deparaba. En ese momento, deseó con todas sus fuerzas haber permanecido en Gran Bretaña, haberle dicho que sí a Sebastian las veces que le había ofrecido vivir con él y su madre. Se maldijo por no haber sido lo suficientemente inteligente como para haberse marchado luego del primer encuentro con Poseidón, por haberse quedado y no haber usado el dinero para escapar. Claro que su parte racional le recordaba con dureza que no se podía escapar del destino, que desafiarlo era peligroso e imprudente. Y sabía que no hubiese cambiado ninguna de sus decisiones, pues todas ellas le habían llevado a ser la madre del maravilloso hombre que su hijo es.
Otra parte de ella se quebró cuando Percy desapareció. Y esa ruptura fue muchísimo peor que la que tuvo a los cinco años. Su magia se volvió incontrolable, peligrosa hasta para sí misma. Agradeció que Paul estuviera la mayoría del tiempo fuera, pues temía que en uno de sus momentos de descontrol su magia le atacase. Seis meses fueron mucho tiempo para que Sally se rompiese un poquito más cada día y si era honesta consigo misma una de las cosas que la mantuvo enfocada era Annabeth, la novia de su Percy. Annabeth amaba a Percy casi tanto como Sally, por ende ambas podían reconocerse en el dolor de la otra y hacer un frente unido para no caer en la desesperación. El mensaje de Percy en la contestadora ayudó a que sus emociones se enfriaran lo suficiente para controlar su magia, pero no se recuperó de la ruptura. Algo definitivamente estaba roto dentro de ella y jamás encontraría la forma de sanarlo. Entonces los meses transcurrieron y no recibía más noticias de su hijo que las que Quiron le daba. Ni siquiera un mensaje Iris de Percy o Annabeth. Se le daba bien presionar al centauro, por ende obtenía información honesta. No información que le tranquilizase, pero era mejor que la duda.
Y un día pasó de estar en su apartamento a estar en el Olimpo. Pasó de ser madre a ser abuela. Dejó de ser una espectadora lejana de la vida de su hijo a escucharla en primera fila. La mayor parte de ella se enfocaba en todo lo que sucedía en la Sala del Trono mientras leían; distribuyendo su atención entre los libros, su hijo, los legados y los amigos de su hijo. La ruptura dentro de ella se rasgo aún más luego de escuchar la historia de su nieto Charles.
Sally nunca ha tenido una vida fácil. Y nunca se ha quejado. Lo que ha hecho es almacenar. Almacenó la muerte de sus padres, almacenó el cáncer de su tío, almacenó el tener que abandonar su vida como bruja, almacenó que su primer amor no pudiese quedarse con ella, almacenó que su hijo no pudiese permanecer a su lado. Almacenó, almacenó y almacenó.
«Entonces, Percy soltó el pequeño saliente y juntos, cogidos de la mano él y Annabeth, cayeron en la oscuridad infinita».
Cayeron en la oscuridad infinita… cayeron en la oscuridad infinita… oscuridad infinita…
Se rompe. Lo que sea que está roto dentro de Sally termina por romperse y antes de que nadie pueda decir nada se levanta. Una parte de ella es consciente de que todas las miradas están sobre ella, otra parte le exige que vuelva a sentarse, que no cometa ninguna locura, pero la mayor parte de ella actúa en piloto automático con la última línea del libro repitiéndose en su mente, nublando todo lo demás. Saca la varita de su usual escondite en su pantorrilla, rompiendo el hechizo de glamour. La alza y todas las maldiciones que jamás se ha atrevido a usar por respeto a la vida humana salen de su varita. Ni siquiera necesita decirlas en voz alta y podría asombrarse de estar haciendo magia sin hablar, pero el rugido de la ruptura de la presa de sus emociones es más fuerte.
Ataca y se defiende. Aparta a los semidioses y legados a esquina y los deja bajo un hechizo de protección. Sally es una excelente duelista y la magia que ha estado reprimiendo por tantos años sale de forma salvaje de ella. No solo por su varita, se percata que un sutil brillo la cubre repeliendo los ataques de los dioses que no puede repeler. Su principal objetivo son Zeus y Hera, pero igual ataca a los demás.
Evidentemente, un dios consigue detenerla. Poseidón le sujeta desde atrás y su varita vuela fuera de su alcance. La presencia de Poseidón tan cerca de ella le envuelve en una bruma de confianza, pues puede que hayan pasado años desde su verano en Montauk, pero Sally jamás le ha olvidado. Superado sí, pues se ha encargado de rehacer su vida. Pero Poseidón no ha dejado su corazón y, aparentemente, tampoco ha dejado de ser un lugar seguro para Sally. En segundos hace un rápido escaneo a la Sala del Trono y una pequeña parte de sí se asombra ante la oleada de destrucción que ha dejado en ¿qué? ¿diez minutos, tal vez menos? Igual se fija en que ningún semidiós está herido, que ella misma siente cortes en su cuerpo y que hay dos bandos de dioses. Zeus, Hera, Atenea, Ares y Dionisio están en un lado, sus cuerpos cubiertos de icor que no deja de manar. Hades, Perséfone, Afrodita, Artemisa, Apolo, Demeter, Hestia, Hermes y Hefesto están en otro lado, solo levemente heridos. Y todos miran a Sally, cuyo frenesí de rabia termina de evaporarse al encontrarse con los ojos verdes de su hijo.
«Oh, Merlín. ¿Qué he hecho, Percy?».
¡hola, hola!
Casi me asfixia la cantidad de telarañas que hay acá del tiempo que tengo sin subir un fic. Ah, pero la familia fanficker es maravillosa y el fic de Maggie me inspiró para querer crear algo luego de tanto tiempo. Gracias, amix.
Ahora, les dejo unos datos curiosos del fic:
1) Sally "Megan" Jackson: hasta ahora (25/10/2022), el tío Rick no nos ha revelado si Sally tiene segundo nombre, pero yo me tomé una licencia artística porque en las cartas de Hogwarts se necesitan los dos nombres y busqué algo apropiado para Salls. "Megan" significa "la que es fuerte y capaz" y, amixes, diganme si esa descripción no grita Sally Jackson.
2) El collar de plata con el dije de zafiro azul: cuando los magos y brujas cumplen 17 años son considerados adultos y a los brujos se les regala un reloj, pero no tenemos idea de qué se les regala a las brujas. Entonces me pareció apropiado tomarme otra licencia artística y hacer que el regalo para las brujas fuese un collar. Ahora, la mamá del mejor amigo de Sally fue la que decidió regalarle un collar que representase a Ravenclaw (la plata y el zafiro azul, el metal y la piedra preciosa de esa casa).
Ojalá les haya gustado mi locura y deben pasarse por el Leyendo de Maggie.
Besos,
Carly.
