Sueños de infancia
Lo conocía desde que eran niños, con los sueños a flor de piel, hablando de ser héroes, de comerse el sol, de salvar un millón de vidas. Lo conocía mejor que a sí mismo, aun cuando intentaba mostrarse fuerte, pero se desmoronaba por dentro. Lo conocía tan bien como podía, pero lo sorprendía que siempre descubría un nuevo matiz que no había estado allí ayer, hace cinco años, ni siquiera cuando se conocieron.
—¿Sabes, Tamaki? —dijo Mirio, con la cabeza en su regazo mientras descansaban en la sala común del edificio de dormitorios de tercero.
Eran altas horas de la noche y habían estado estudiando. Decidieron pausar y tomarse un descanso. Mirio le pidió a Tamaki que le acariciara el cabello porque eso siempre lo ayudaba a relajarse y a Tamaki le gustaba su expresión tranquila.
—Dime —susurró, temiendo romper con la aparente calma, porque ambos habían pasado días tumultuosos después de Chisaki.
—Antes de que mi kosei se manifestara... Ya sabes cómo se tardó más que el del resto, lo cual agradezco mucho porque el yo de cinco años se hubiera tomado peor eso de caer infinitamente en el vacío —agregó con una carcajada amarga—. Pensaba en qué haría si resultaba que no tenía uno.
—¿Consideraste esa posibilidad? —dijo Tamaki, sorprendido, porque él jamás había pensado en ello.
—Sí. Quería hacer algo bueno por la sociedad, algo genial. Pensé en muchas opciones como ser policía o doctor. Quería ayudar a las personas, pero los rangos de la policía no terminaban de comprenderlos, y los doctores hacen mucho papeleo y parecen no tener descanso. Entonces, ¿te acuerdas cuando se incendió la casa que está a la vuelta de la mía?
—Salió en las noticias, sí. Te metiste en la casa para rescatar a los gatitos que habían nacido esa semana. No lo pensaste demasiado, o eso es lo que escuché que contaban los otros niños.
—Cuando salí ileso, cuando vi la expresión de agradecimiento de mi vecina, supe que, si no podía ser un héroe, sería bombero. Por supuesto, al poco tiempo se manifestó mi kosei y poco después te conocí.
Tamaki curvó los labios y sus mejillas se ruborizaron, recordando lo cálido que se había sentido cuando Mirio, el niño más brillante de la clase, reparó en su existencia y le habló. Continuó trazando pequeños remolinos entre su cabello y dijo con voz reflexiva:
—No estaba seguro de si alguien como yo podía ser un héroe, considerando lo difícil que era entablar conversaciones con cualquier persona. Pero supe que a tu lado podría serlo. Después de conocerte, mi sueño fue convertirme en héroe, pero poco después comprendí que era simplemente estar a tu lado.
—Tienes que hacer lo que te gusta, Tamaki. —Conectó sus miradas y admiró la suave sonrisa de su amigo del alma.
—Lo hago —aseguró—. A veces ser héroe asusta, pero tú mismo me has demostrado que puedo hacer grandes cosas con este poder. Me has empujado a ser una mejor versión de mí mismo. Pero lo que más anhelo es solo esto: verte todos los días, poder escuchar tu voz, tu risa, sentir tu piel, bañarme en tu entusiasmo... Solo eso.
—¿Me quieres solo para ti? —bromeó Mirio, aunque sus mejillas estaban encendidas y era incapaz de apartar la mirada de la amorosa de Tamaki.
—No, no puedo quitarle el sol a la sociedad. Te necesitan tanto como yo te necesito. Me conformo con que regreses a mi cada día.
—Eres Suneater, ¡claro que puedes acapararme! No me molestaría si eres tú. Y regresaré a ti siempre, cuando el sol se oculte en el horizonte.
Tamaki se inclinó un poco más y posó los labios en la punta de su nariz, disfrutando de la breve carcajada porque, para ser alguien capaz de volverse inmaterial, Mirio era cosquilludo. Y Mirio no perdió la oportunidad y tomó su mano para depositar un beso en la palma, incapaz de romper la conexión confidencial e íntima entre ambos.
Mirio, de repente, se percató de que su sueño había mutado un poco: quería ser un héroe digno de caminar junto a Tamaki.
