Dos besos

Había dos tipos de beso que recibía de Ezran.

El primero era a ojos del público, cuando alguno visitaba el reino del otro o en la reuniones de la Pentarquía. Ezran, cada vez más alto, se inclinaba hacia ella, tomaba sus dedos y posaba un beso escueto en el dorso de su mano, uno que ni siquiera rozaba su piel. Era un gesto simbólico de la alianza entre ambos reinos, una deferencia más del protocolo.

El segundo, el que hacía aletear su corazón pese a que solía reprenderse por ello, porque siempre anhelaba más y más contacto, era cuando estaban a solas, explorando los vastos bosques de Katolis. Ezran dejaba atrás la corona, ella también, y se permitían ser adolescentes y no reyes. Él era un buen guía y le señalaba los animales, los nombraba, y, cuando lo creía conveniente, también traducía lo que tenían que decir.

Ese día, en una visita a Katolis, Aanya y Ezran decidieron sentarse en las rocas masivas que estaban junto a un río. Ezran le hablaba de la flora y la fauna, pero Aanya estaba concentrada en la repentina similitud que halló entre los ojos de su interlocutor y el agua cristalina del río. No era dada a la poesía, por eso se sorprendió recitando metáforas que hicieron sonreír a Ezran, repentinamente cohibido.

—No pensé que te gustaran mis ojos...

—Son honestos —admitió Aanya con la voz modulada, como siempre que hablaba de hechos—. Así que discúlpame si los admiro de vez en cuando.

Eso lo hizo soltar una carcajada mientras asentía, jocoso. Tomó su mano, con cuidado, y posó un tierno beso en las puntas de sus dedos. Era distinto por la mirada confidencial que compartían, por la atmósfera, porque el tiempo les pertenecía, por el ligero apretón cariñoso, porque a Aanya se le aceleraba el corazón y se le coloreaban las mejillas.

—Tus ojos también son honestos y firmes. Es comprensible que en tu reino te adoren... Al igual que aquí.

Ezran bajó la mirada, haciendo gala de una timidez que solo permitía que ella viera. Había un sinfín de situaciones que empezaban a experimentar juntos, en su inesperada amistad, en la confianza que aunaba sus caminos. Y a los dos los entusiasmaba la perspectiva de hasta donde los llevaría aquello.