NIGHT PLAY


2|¿un error?


En lugar de la carcajada que esperaba escuchar, él dejó de mordisquearle el cuello para echar un vistazo a los escaparates de la tienda.

—¿Te da igual que sea aquí?

Le ardieron las mejillas al comprender que en el exterior estaba oscuro y cualquiera que hubiera pasado por la calle los habría visto dándose el revolcón como dos adolescentes en pleno subidón hormonal.

—Espera —le dijo mientras se bajaba del taburete para cerrar la puerta, poner el cartel de « Cerrado» y bajar la intensidad de las luces.

En ese momento deseó disponer de un apartamento al que llevarlo, pero tal vez aquello fuera mejor. Si salían de allí, era posible que acabara echándose para atrás. Aunque esa sería la opción más inteligente.

O tal vez fuera él quien cambiara de opinión. No. Quería hacerlo. Deseaba a ese hombre. Lo cogió de la mano y lo guió hacia la puerta de acceso al almacén. Cuando la abrió, él la detuvo.

Echó un vistazo hacia atrás por encima del hombro y vio que estaba observando el probador situado a su derecha. Sus labios esbozaban una maliciosa sonrisa.

Tiró de ella hacia el probador y, una vez dentro, corrió las cortinas.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

Él se quitó la camiseta.

¡Madre del amor hermoso!, pensó sin respiración mientras contemplaba por primera vez su torso desnudo. Había adivinado que tenía un cuerpo fantástico, pero eso...

Sobrepasaba todos sus sueños. Naruto tenía unos hombros anchos y un torso que se iba estrechando hasta llegar a una cintura que parecía una deliciosa tableta de chocolate. Sus increíbles abdominales se contraían con el menor movimiento. Una ligera capa de vello le otorgaba un aspecto más masculino si cabía.

Alrededor del hombro izquierdo y del bíceps de ese mismo brazo se apreciaban algunas cicatrices bastante grandes. Una de ellas se asemejaba mucho al mordisco de algún animal.

Tuvo que contenerse para no babear. Y para no desmayarse.

A decir verdad, ninguna mortal debería estar en presencia de un hombre así sin una bomba de oxígeno... En ese instante, se desabrochó el botón de los vaqueros y volvió a abrazarla.

—No tengas miedo —susurró—. No te haré daño.

Pero no era eso lo que la asustaba. Lo que la asustaba era su reacción cuando la viera desnuda. ¡Por el amor de Dios! Ahí estaba él, sin un gramo de grasa en todo el cuerpo... ¡y ella con una talla 48!

No tardaría mucho en salir pitando por la puerta entre alaridos...

Sin embargo, en lugar de huir, se pasó las manos pero el pelo. Mientras le pasaba los dedos por los mechones, se acercó a ella y volvió a apoderarse de sus labios. Encantada con su reacción, soltó un gemido. Estaba claro que ese hombre sabía sacarle partido a su lengua. Podría estar todo el día besándolo sin cansarse.

Deslizó las manos por esos duros pectorales y le sorprendió el maravilloso tacto de su piel. Pasó los dedos sobre los endurecidos pezones y los acarició a conciencia, satisfecha con el ronco gemido que escuchó en respuesta.

Hasta que él hizo ademán de desabrocharle el vestido.

—El almacén es más oscuro —le dijo.

—¿Para qué necesitamos que esté oscuro? —replicó él.

Se encogió de hombros. Su novio siempre había insistido en hacerlo en la más absoluta oscuridad. Sintió un escalofrío cuando acabó de desabrocharle el vestido y este cayó al suelo. Se preparó para verlo alejarse de ella.

Pero no lo hizo. Aún seguía mirándola con esa expresión ardiente y excitante, y eso que estaba en ropa interior. Gracias a Dios que llevaba las braguitas y el sujetador a juego y que no era uno de sus conjuntos viejos.

Naruto jamás se había sentido tan inseguro como en esos momentos. Le tomó la cara con ambas manos y la besó con suma delicadeza, temeroso de hacerle daño. Desde que alcanzó la pubertad, había escuchado historias de lobos que habían matado accidentalmente a humanas mientras copulaban con ellas.

Los huesos humanos carecían de la densidad de los de su especie. Su piel se magullaba con mucha más facilidad.

La instó a apoyarse en la pared con mucho cuidado, de modo que pudiera sentir cada centímetro de ese voluptuoso cuerpo contra el suyo. La mezcla del aroma de su piel con el perfume que llevaba era embriagadora. Le costó la misma vida contener un aullido triunfal.

Mientras intentaba desabrocharle el sujetador, se apartó de sus delicados labios para mordisquearle el mentón. Escuchó el suspiro aliviado que exhaló cuando liberó sus pechos. Eran generosos y turgentes. No conseguía abarcarlos con las manos. Jamás había visto nada más hermoso. Inclinó la cabeza para chuparle un pezón y entretanto ella le enterró los dedos en el pelo.

Cerró los ojos y soltó un gemido de placer cuando lamió el enhiesto pezón.

Llevaba casi un año sin tocar a una hembra. Sin embargo, desde la noche que murió su hermana, su vida había ido cuesta abajo y sin frenos y no había deseado a ninguna.

Por no mencionar que el recuerdo de Hinata lo había atormentado desde que la vio aquel día en Jackson Square. Todas las noches había soñado con poseerla en todas las posiciones conocidas. Con recorrer cada centímetro de ese delicioso cuerpo.

Había pasado horas arrepintiéndose por no haberla seguido y dejar que Rin se las apañara sólita. Proteger a Rin le había costado todo lo que tenía y ¿para qué? ¿Para que un puto Cazador Oscuro fuera feliz?

«Todas las buenas obras reciben su castigo.»

Esa era el dicho preferido de Gaara. Un lobo sinvergüenza y egoísta como nadie, pero que en ocasiones se mostraba sorprendentemente perspicaz. No obstante, con esa mujer entre los brazos, con ese cuerpo delicado y suave pegado a él, sentía una extraña sensación de bienestar desconocida desde hacía meses.

No hizo desaparecer el dolor que sentía por la pérdida de sus hermanos, pero sí lo mitigó. Y solo por eso esa mujer era magnífica.

Hinata era incapaz de hilar un solo pensamiento mientras observaba a Naruto darse un festín con sus pechos. Parecía estar degustando un manjar divino. Se sintió arder de deseo. Ese hombre era espectacular.

Había entornado los párpados y sus ojos parecían muy oscuros. Observó el reflejo de su espalda en el espejo y contempló con extrañeza las cicatrices que desfiguraban esa suave piel bronceada. Las acarició con la yema de los dedos mientras él dejaba su pecho derecho para torturar el izquierdo.

¿Qué le habría pasado para tener tantas cicatrices? Nunca había visto nada parecido. Algunas de ellas parecían hechas por garras y dientes afilados, como si lo hubiera atacado algún animal salvaje. Había una particularmente larga y profunda. Bajaba desde la parte inferior del hombro hasta uno de los costados.

Estaba rodeado por una especie de aura letal y, sin embargo, se comportaba con una ternura exquisita. En esos momentos estaba acariciándole el vientre y sus dedos dejaban un rastro ardiente a su paso.

Con los ojos entrecerrados, observó en el espejo cómo introducía una mano bajo el elástico de sus braguitas negras para tocarla de forma más íntima.

La sensación de esos dedos largos internándose en el lugar más sensible de su cuerpo le arrancó un gemido. Y volvió a gemir a medida que contemplaba en el espejo el movimiento de esa mano cuyos dedos la iban penetrando con suavidad.

Verlo y sentirlo era demasiado.

Además, gracias a los espejos podía verlo desde varios ángulos distintos, lo que era extraño. Podía ver cómo le hacía el amor. Debería sentirse avergonzada, pero no era así. Ni siquiera estaba incómoda. En todo caso, sentía una euforia muy extraña.

Que un hombre como ese se mostrara tan excitado con ella... Era inimaginable.

Siguió besándola hasta que llegó al vientre. Una vez allí, sacó la mano de las braguitas y se las quitó desgarrándolas con los dientes. Le quitó las sandalias y, antes de arrojarlas al suelo por encima del hombro, se tomó tiempo para acariciarle el empeine de los pies.

Se arrodilló frente a ella y la miró con una expresión ardiente, apasionada y voraz. Aunque estaba desnuda, él todavía no se había quitado los vaqueros.

Naruto era incapaz de respirar mientras la contemplaba. Aún percibía cierto miedo en ella, pero quedaba sofocado por el deseo.

Quería aplastarla contra él y tomarla como el animal salvaje que era. Quería enseñarle cómo copulaba su especie, con ímpetu y con grandes dosis de dominación.

Pero no quería asustarla. Sobre todo, no quería hacerle daño. Era demasiado vulnerable.

Una loba adoptaría forma humana para la cópula. Caminaría contoneándose alrededor de los machos disponibles, volviéndolos locos de deseo hasta que estuvieran preparados para matarse por ella. Como hacían en ocasiones.

Siempre había pelea para conseguir a la hembra. Después, ella elegía al que más la hubiera impresionado con su físico y sus habilidades. Por regla general, era el vencedor el que copulaba, aunque no siempre sucedía así. Su primera amante lo había reclamado a pesar de haber perdido la lucha porque le había gustado la pasión que había demostrado al pelear por ella.

Una vez que hacía la elección, la loba se desnudaba y se ofrecía a su campeón. El macho la inmovilizaba en el suelo y procedía a demostrarle durante toda la noche el vigor que poseía. A su vez, ella pasaba la noche poniéndolo a prueba. Intentaba quitárselo de encima, cosa que el macho debía evitar a toda costa. Si mostraba signos de cansancio antes de que amaneciera o de que ella quedara totalmente satisfecha, otro ocuparía su lugar.

Esa era la mayor ignominia que podía sucederle a un lobo. Que una hembra tuviera que reclamar un segundo macho. Él jamás había pasado por esa vergüenza.

Y jamás había poseído a una mujer como Hinata. Una que no mordía y que no le clavaba las uñas mientras le exigía que la complaciera. En el fondo de su alma, debía reconocer que apreciaba la novedad.

La ternura.

En una vida regida por la violencia, por el afán territorial y por la sangre, era agradable encontrarse con un respiro. Con las suaves caricias de una amante.

Su parte humana lo ansiaba.

La ansiaba a ella.

Hinata se mordió el labio inferior mientras él le separaba las piernas. Su aliento la abrasó. Lo vio cerrar los ojos y apoyar la cabeza en su muslo como si estuviera saboreando el simple hecho de estar con ella. La ternura del gesto le provocó un nudo en la garganta.

Acarició una de sus ásperas mejillas y el roce de su barba avivó aún más el deseo. Él giró la cabeza para mordisquearle los dedos con afán juguetón. Sonrió sin dejar de mirarlo hasta que le separó los muslos aún más y la acarició con la boca. Siseó de placer y notó que se le aflojaban las rodillas.

Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no caerse al suelo. Entretanto, él se dispuso a devorarla. No encontraba otra palabra que lo describiera mejor. La lamió y la excitó hasta que todo comenzó a darle vueltas y cuando se corrió, el orgasmo fue intenso y largo. Gritó mientras sus caricias la consumían.

Escuchar a Hinata gritar de placer le arrancó un gruñido. Al igual que su sabor. Como todos los machos de su especie, se enorgullecía de los orgasmos de sus compañeras. No había nada más maravilloso que escuchar los gritos de una amante en pleno éxtasis. No había nada más maravilloso que saberse capaz de satisfacer a una hembra.

Dejó un reguero de besos por su cuerpo a medida que se ponía en pie. Ella lo estaba mirando con el asombro pintado en las profundidades grisáceas de sus ojos. La cogió de la mano y se la colocó sobre su palpitante erección.

Hinata tragó saliva mientras introducía la mano bajo los vaqueros. El crespo vello púbico le hizo cosquillas cuando encontró lo que buscaba. Cuando lo rodeó con los dedos escuchó el ronco gemido que brotó de su garganta, un sonido salvaje como el de un animal. La tenía muy grande y ya estaba humedecida y durísima.

Mientras lo acariciaba, él le tomó la cara con ambas manos y le dio un beso abrasador. La simple idea de tener esa polla dura bien dentro la hacía temblar de deseo.

Naruto se alejó de ella un instante para quitarse las botas. Cuando se llevó las manos a la cremallera, contuvo el aliento. Lo observó sumida en una especie de trance sensual mientras se bajaba los pantalones y se quedaba... ¡En bolas!

No había nada más sexy que un hombre que se atreviera a ir sin ropa interior. Claro que tampoco había nada más sexy que el hombre que tenía frente a ella en esos momentos. Dominante y atrevido. Salvaje. Y la hacía temblar de un modo incontrolable.

Tras arrojar los vaqueros a un rincón, la apartó de la pared. Menos mal que el probador era más espacioso de lo habitual, pensó. Lo diseñó de ese modo pensando en las mujeres que tuvieran que entrar con cochecitos de bebé o con niños pequeños. Así que tenían espacio de sobra.

Naruto se colocó a su espalda y ella lo miró a través del espejo. Le sacaba una cabeza y la sonrisa torcida que esbozaban sus labios en esos momentos acabó de desarmarla.

—Eres tan hermosa... —le dijo, con voz ronca y rebosante de pasión.

Jamás se había sentido así. Por regla general, evitaba mirarse al espejo. Sin embargo, había algo tremendamente erótico en el hecho de estar contemplándose mutuamente en los tres espejos del probador.

Naruto le apartó el pelo del cuello para darle un mordisquito en esa zona tan sensible y notó que deslizaba la lengua sobre las cuentas de la gargantilla. Sus manos, entretanto, le cubrieron los pechos antes de que una de ellas volviera a bajar hacia los rizos de su entrepierna.

No supo muy bien cómo lo hizo, pero logró que ambos acabaran en el suelo a la vez, sin separarse. ¡Menuda fuerza tenía! Se echó hacia atrás hasta rozar la parte más ardiente, dura y masculina de su cuerpo...

Notó que le lamía los pliegues de la oreja antes de darle un profundo lametón al tiempo que la penetraba desde atrás. La sensación de tenerlo dentro le arrancó un grito de placer. Lo vio alzar la cabeza para poder observarla mientras se hundía hasta el fondo en ella.

No podía respirar ni pensar a causa del abrumador asalto del placer. Se limitó a mirarlo mientras le hacía el amor. A mirar su mano mientras la acariciaba al ritmo de sus poderosas embestidas.

Naruto soltó otro gruñido cuando se sintió rodeado por la humedad del cuerpo femenino. Un cuerpo mucho más delicado que el de una loba. Puesto que eran luchadoras innatas, las hembras de su especie tenían cuerpos musculosos y resistentes. A esas alturas, cualquiera de ellas estaría intentando morderle. Estaría clavándole las uñas en el brazo, exigiéndole que siguiera satisfaciéndola.

Exigiéndole que se moviera más rápido para volver a correrse.

Pero Hinata no lo hacía.

Hinata no le exigía nada mientras se tomaba su tiempo y la poseía despacio y con delicadeza. No intentó apartarse de él. Al contrario, se apoyó en su pecho y comenzó a soltar los gemidos más increíbles que jamás había escuchado cada vez que se hundía en ella. Se rindió por completo.

El gesto exigía una gran dosis de confianza. Jamás había experimentado nada parecido. Llevaba meses soñando con lo que sentiría si la tuviera entre los brazos. Y por fin lo sabía. Era una mujer sublime. En ese momento, Hinata alzó la mano para enterrar los dedos en su pelo y acercarlo más a ella.

—Dios, Naruto... —musitó mientras se frotaba contra su mejilla.

Notó que sus poderes aumentaban cuando le besó la mejilla e incrementó el ritmo de las caricias de sus dedos. Hinata dio un respingo y volvió a gemir en respuesta. En ese instante notó que su miembro se alargaba. El lobo que había en él gruñó de satisfacción.

Aulló ante la húmeda y ardiente sensación del cuerpo que lo rodeaba. Como siempre sucedía, sus poderes alcanzaron el punto álgido. El sexo siempre tenía ese efecto en los miembros de su especie, los fortalecía.

Los hacía más peligrosos.

Una de las manos de Hinata cubrió la suya. Verla expuesta ante él mientras la penetraba una y otra vez le desbocó el corazón. Sus poderes vibraban por su cuerpo hasta un punto casi insoportable.

Hinata no podía respirar a causa del intenso placer que Naruto le estaba provocando. Ese era el mejor polvo de su vida. Lo sentía duro y enorme en su interior. Imparable. Y por extraño que pareciera, tenía la impresión de que seguía aumentando de tamaño. Ya la llenaba a tope, pero no le resultaba doloroso ni mucho menos.

El siguiente orgasmo fue aún más intenso que el anterior. Gritó con tal fuerza que se quedó ronca. Exhausta. Su cuerpo se estremecía de forma incontrolable mientras Naruto continuaba dándole placer.

—Así, nena —le susurró—. Córrete otra vez.

Y lo hizo. Como nunca lo había hecho hasta entonces. Fue una experiencia tan intensa que no tenía muy claro si podría sobrevivir. ¡Madre del amor hermoso! ¿Habría algo más maravilloso que eso?

Cada embestida de sus caderas incrementaba el placer y la sensibilidad. ¡Ese debía ser el orgasmo más largo de su vida!

Naruto la estrechó con fuerza cuando se sintió al borde del clímax. Incrementó el ritmo de sus movimientos a medida que se acercaba al momento. Ella giró la cabeza en ese instante y le dio un beso en los labios, un beso rebosante de ternura. Y que lo arrojó al precipicio. La abrazó mientras se corría en su interior. Al contrario de lo que les sucedía a los humanos, la cosa no acababa allí. Su orgasmo duraría varios minutos.

Sin dejar de abrazarla, utilizó sus poderes para intensificar el placer, de modo que no se percatara del tiempo que seguía enterrado en ella hasta quedar saciado. Apoyó la cabeza en su cuello y aspiró su maravilloso aroma. Se embriagó con él.

Enterrado aún en ella, la movió con suma delicadeza mientras el orgasmo llegaba a su fin, dejando tras él una absurda sensación de paz y tranquilidad.

No podía dejar de mirarla a medida que su cuerpo se relajaba. Poco a poco. Con suma placidez.

La mantuvo en su regazo y observó la sonrisilla que aún le curvaba los labios. Esa mujer era una diosa. Simple y llanamente. Con sus generosos encantos y su voluptuosidad, era el sueño de cualquier hombre.

—Ha sido increíble —musitó ella, alzando una mano para acariciarle el mentón con la punta de los dedos.

—Sí —susurró en voz baja, todavía sorprendido por lo que había sentido al poseer a una humana.

Tal vez Jiraiya tuviera razón después de todo. Tal vez fuese más humano de lo que creía. Era la única explicación que se le ocurría para la extraña placidez que sentía.

Al otro lado de la cortina del probador sonó un teléfono.

Hinata dio un respingo y miró su reloj de pulsera.

—¡Ay, no! —exclamó—. Esa debe de ser Temari. He quedado para cenar con ella y con su hermana.

Naruto suspiró. Por alguna razón que no atinaba a comprender, no quería dejarla marchar. No quería que se separara de su lado. Si fuera una loba, ni siquiera se le pasaría por la cabeza dejarlo antes del amanecer.

Pero no lo era.

Y quedarse era una locura. Él era un lobo sobre el que pendía una sentencia de muerte y ella, una humana. Habían compartido algo excepcional, pero ya era hora de sacársela de la cabeza.

Para siempre.

Salió de ella al tiempo que le daba un beso en la mejilla y se puso en pie para vestirse.

Hinata fue sintiéndose un poco incómoda a medida que Naruto le tendía la ropa. Ni siquiera le pidió su número de teléfono ni nada por el estilo mientras se ponía los vaqueros y las botas.

¿Se arrepentía de lo que habían hecho?

Quería pedirle el teléfono, pero su orgullo se lo impedía. Tal vez fuese una estupidez, pero después de lo de Toneri no quería arriesgarse a que su ego sufriera un nuevo golpe la misma noche.

Naruto le abotonó el vestido antes de ponerse la camisa.

—¿Tienes el coche cerca? —le preguntó.

—Está aparcado en la parte de atrás, pero pensaba ir andando al restaurante. Está a un par de manzanas de aquí.

Él le acarició el pelo con delicadeza. Había cierto aire de tristeza en sus ademanes.

—¿Te gustaría que te acompañara?

Asintió con la cabeza.

Naruto descorrió la cortina para dejarla pasar, aunque ella se demoró para observarlo mientras se metía la camiseta por la cintura de los vaqueros y se pasaba la mano por el pelo para peinárselo un poco.

No había ni rastro de alegría en él. En cambio, parecía estar rodeado por un aura intensa, violenta. La esperó en el exterior mientras ella conectaba la alarma y cerraba la puerta.

La incomodidad aumentó en la calle, cuando consiguió mirarlo con una sonrisa. La noche era un poco fría, pero él no parecía notarlo. Cuando echaron a andar hacia el restaurante preferido de Temari, el Acme Oyster House, Naruto le echó el brazo por los hombros.

Caminaron en silencio. Le habría gustado hablar, pero ¿qué podía decirle al hombre con el que acababa de echar el mejor polvo de su vida?

A un hombre que no conocía.

A un hombre al que, posiblemente, no volvería a ver jamás.

¡Qué asco de momento!, pensó. Era la primera vez en su vida que había tenido un rollo de una noche. Y resultaba desconcertante haber hecho algo tan íntimo con un completo desconocido.

Naruto aminoró el paso cuando se acercaron al restaurante.

Ella echó un vistazo al interior a través del enorme ventanal pintado. Había estado en lo cierto. Sus amigas ya estaban sentadas y Temari estaba utilizando el móvil. Seguro que había sido ella quien había llamado y si no entraba rápido, comenzaría a preocuparse.

—En fin —dijo, apartándose de él—, supongo que ahora es cuando nos decimos adiós.

Naruto asintió con la cabeza y le ofreció una sonrisa afable.

—Gracias, Hinata.

—No —lo corrigió, acariciando la gargantilla que le había regalado—. Gracias a ti.

Él le besó la mano antes de darse la vuelta, meterse las manos en los bolsillos y alejarse despacio hacia Bourbon Street. Con el corazón en un puño, observó sus andares, masculinos y letales.

—¿Hinata?

Cuando se giró, se encontró con Shiho Devereaux en el vano de la puerta.

—¿Estás bien? —le preguntó su amiga.

Hizo un gesto afirmativo y se obligó a entrar en el restaurante. Shiho la condujo a una mesa situada cerca del ventanal, donde las esperaba Temari.

—Hola, Hinata —la saludó esta mientras desenvolvía un panecillo—. ¿Estás bien? Pareces un poco distraída.

—No sé —contestó al tiempo que tomaba asiento frente a su amiga—. He tenido el día más extraño de mi vida y creo que acabo de cometer el error más garrafal de todos los tiempos.

Claro que no sabía si el error había sido el de echar un polvo con un extraño o el de haberlo dejado marchar sin más.


Continua