NIGHT PLAY


4|Mundo ordinario


Duran Duran — Ordinary World

Naruto aguardó junto a la puerta del cuarto de baño en su forma humana mientras Hinata se duchaba. Temari se había ido poco antes, después de volver a amenazar con perseguir al ex de Hinata y darle una buena tunda.

Si alguna vez le ponía las manos encima a ese cabrón, a Temari no le quedarían ni las sobras. Claro que tampoco tenía motivos para ponerse así. Después de todo, si Hinata no hubiera cortado con ese tipo, no habría estado con él esa noche.

Y tal vez nunca habría averiguado que era su pareja. Sin embargo, eso formaba parte del raciocinio humano y no tenía cabida en su mundo animal.

—No soy humano —susurró, y el lacerante dolor de la verdad se le clavó en el alma. Bueno, al menos no era completamente humano.

Nadie, ni siquiera él, sabía lo que era en realidad.

Era un híbrido maldito que no pertenecía a ninguno de los dos bandos. Mitad arcadio y mitad katagario, había nacido como un lobezno, aunque luego descubrió que su forma cambiaba a la de un humano cuando llegó a la pubertad.

Se estremeció al recordar el día de dicho cambio. El pánico que sintió. El miedo. La confusión. Durante toda su vida había sido única y exclusivamente un lobo y después, durante unos meses, se vio atrapado en un cuerpo humano incapaz de convertirse en lobo. Su nuevo cuerpo era un completo desconocido para él. No sabía cómo comer como un hombre, cómo sobrevivir ni cómo luchar. Incluso tuvo que aprender a andar. Se vio asaltado por emociones y sentimientos humanos. Por sensaciones humanas.

Aunque lo peor de todo fue la debilidad. La indefensión. Nada fue tan degradante como la certeza de que no podía defenderse. De que estaba obligado a depender por completo de su hermano para sobrevivir.

Noche tras noche rezó para despertarse de nuevo con su forma animal, y día tras día siguió sometido al espanto de su forma humana. De no haber sido por Menma y Karin, la manada lo habría matado. Por suerte, sus hermanos lo habían protegido de los demás y le habían ayudado a ocultar que ya no era un katagario.

Llevaba siglos ocultando a todo el mundo, incluso a sí mismo, el hecho de que se había convertido en un arcadio durante la pubertad. Parecía imposible. Sin embargo, allí estaba él: una contradicción viviente. Una imposibilidad viviente.

Y estaba emparejado con una humana normal y corriente.

Cerró la mano marcada y apretó el puño. No podía esconder su verdadera naturaleza física a las Moiras. Ellas habían sabido desde un principio lo que era y habían decidido unirlo a una humana.

¿Por qué?

La vida como un híbrido ya era bastante dura. Lo último que quería era engendrar unos hijos a quienes repudiarían en mayor medida que a él. ¿Serían humanos, arcadios o katagarios?

De cualquier manera, todos los argumentos en contra de su emparejamiento con Hinata se quedaban en nada, ya que el corazón humano que latía en su pecho se moría por la mujer que había al otro lado de la puerta.

En esos momentos se la imaginaba allí dentro, desnuda, sin la menor dificultad. El agua resbalaría por su pálida piel mientras se acariciaba el cuerpo con las manos, mientras se enjabonaba los muslos y...

El lobo que llevaba dentro exigía que echara la puerta abajo y la tomara. El hombre, solo quería abrazarla muy fuerte y protegerla. Jamás había estado tan dividido. Tan confuso.

¡Ni había tenido semejante calentón!

Acarició la fresca seda del pijama que Hinata había sacado de una de las cajas y había dejado en la silla que había junto a la puerta. Olía a ella, a esa mezcla de mujer y aroma de frambuesas. Se llevó la parte superior hasta la nariz e inhaló su perfume, cosa que se la puso dura al instante.

Le costó la misma vida no entrar en el cuarto de baño y tomarla de nuevo en la ducha. Pero eso solo serviría para darle un susto de muerte. Hinata era humana y no sabía nada de su mundo. No sabía nada de su verdadera naturaleza.

La desesperación lo asaltó de repente. No tenía ni idea de cómo cortejar a una humana. Por no mencionar el detalle de que a ella no le afectaba en absoluto el hecho de estar emparejados. Hinata podía dejarlo y llevar una vida normal y corriente con otro hombre. Podía enamorarse de otro y dar a luz a sus hijos.

Debería elegir la opción más honorable y dejarla que viviera esa vida. Según las leyes que regían a los miembros de su especie, no podía obligarla a que lo aceptara como su pareja. Sus padres eran la prueba fehaciente. Su padre mantuvo encadenada a su madre durante tres semanas en contra de su voluntad. Intentó por todos los medios, y con extrema violencia, que aceptara a un macho katagario como pareja.

La violencia no funcionó en absoluto.

Su madre arcadia lo rechazó, incluso después de saber que estaba embarazada. Para ella, todos los katagarios eran animales a los que había que matar sin compasión alguna. Su padre, a quien incluso sus congéneres tachaban de sanguinario, jamás intentó mostrarle su cara más amable.

Claro que tampoco la tenía... Nagato era violento en sus mejores momentos y letal en los peores. Tanto Menma como él llevaban las cicatrices, internas y externas, que lo demostraban.

De modo que las tres semanas de plazo para emparejarse llegaron a su fin, lo que dejó a sus progenitores frígidos y estériles. A partir de ese momento, se enzarzaron en una guerra abierta el uno contra la especie del otro. Y contra sus propios hijos.

«No me mires como esa puta, cachorro, o te arranco el pescuezo.» A decir verdad, su padre se había pasado la vida intentando no mirarlo.

Y la única vez que había hablado con su madre, esta le dejó muy clara su postura.

«Mi corazón es humano y solo por eso tus hermanos katagarios y tú seguís con vida. Fui incapaz de mataros cuando erais unos cachorros indefensos aunque sabía que debía hacerlo. Pero ahora que has crecido, ya no tengo los mismos escrúpulos. Para mí no sois más que unos animales salvajes. Y si vuelvo a veros, os mataré como a tales.»

La verdad era que no podía culparla por ese sentimiento, habida cuenta de lo que le había hecho su padre. De modo que jamás había esperado que alguien le brindara una mano amiga y, hasta el momento, le había ido bastante bien.

Salvo por el clan de los osos. Aún no comprendía del todo que toleraran su presencia y la de Menma. Sobre todo la de este, que no podía protegerlos ni trabajar para pagarse su sustento. ¿Por qué los habían acogido cuando su propia manada los mataría si llegaban a encontrarlos?

Dejó escapar el aliento al percatarse de la cruda realidad. Sobre él pendía una sentencia de muerte y no tenía una manada que lo ayudara a proteger y a criar a sus hijos. No tenía una manada que diera cobijo a su pareja. No podía exponer a Hinata al peligro que suponía su vida.

Con independencia de lo que las Moiras decretaran, no podía emparejarse con una humana. Hinata jamás lo aceptaría. Ni a él ni a su mundo. No pertenecía a él de la misma manera que su madre no había pertenecido a su padre.

Eran dos especies distintas.

Su trabajo se reducía estrictamente a protegerla hasta que la marca desapareciera. Después, Hinata sería libre y él...

—Seré un puto eunuco —gruñó entre dientes, aborreciendo la mera idea. Pero ¿qué otra alternativa había? ¿Encadenarla como su padre había hecho con su madre? ¿Molerla a golpes hasta que se sometiera?

Nada de eso serviría. Además, Hinata era su pareja. Era incapaz de ponerle las manos encima. A diferencia de su padre, él conocía el significado de la palabra «proteger».

Se había pasado la vida protegiendo a Karin y a Menma. Soportando los malos tratos de la manada y de su padre para que ellos se libraran. No iba a hacerle daño a la persona que las Moiras habían elegido para él.

La escuchó cerrar el grifo. Retomó su forma animal y se obligó a no entrar en el dormitorio donde se daría de bruces con la tentación. Claro que tampoco le hizo falta. Hinata salió unos segundos después envuelta en una toalla.

Apretó los dientes al verla allí de pie, con la toalla amoldada a las curvas de ese voluptuoso y húmedo cuerpo. Aunque lo peor de todo fue que la toalla era tan pequeña que dejaba una gran extensión de deliciosa piel expuesta ante sus ojos. Y, de repente, Hinata la dejó caer al suelo.

Le costó la misma vida no gemir, sobre todo cuando vio cómo se inclinaba para rebuscar la ropa interior en una de las cajas.

Hinata dio un respingo al escuchar el extraño sonido de su nueva mascota. Cuando se dio la vuelta, vio que el lobo la estaba observando con una intensidad que le resultó extremadamente perturbadora.

Sintió una punzada de miedo.

—No vas a atacarme, ¿verdad, precioso?

El lobo se acercó a ella meneando el rabo. Se levantó sobre las patas traseras de repente y le dio un lametón en la mejilla antes de dar un salto y regresar al otro extremo de la estancia.

Qué cosa más rara...

Con el ceño fruncido, cogió las braguitas y se las puso antes de hacer lo propio con el pijama. Le quedaba un poco estrecho, razón por la que estaba guardado. Su madre le había regalado todo un fondo de armario dos años atrás, cuando siguió una dieta a base de proteínas líquidas que le hizo perder más de diez kilos. Sí, había funcionado; por desgracia, al cabo de un año no solo había recuperado esos diez kilos, sino que además había engordado otros cinco.

Suspiró y se desentendió del tema. Que le dieran a Toneri y a sus dietas. Al igual que su madre y su abuela, estaba destinada a ser una mujer entradita en carnes y no había nada que pudiera alterar su dichosa herencia genética.

—Debería haber nacido en los cincuenta, cuando las curvas estaban de moda.

Soltó un nuevo suspiro y se acomodó en el sofá para dormir. El lobo se acercó y le pegó el hocico a la nariz.

—Lo siento, chico —le dijo al tiempo que le acariciaba la cabeza—. No hay sitio para ti esta noche. Mañana buscaremos una cama de verdad, ¿vale?

El lobo le frotó la cara con el hocico.

—Sabes conformarte. Sí, señor. —Parecía que le encantaba que le acariciasen por debajo del hocico. Cerró los ojos y meneó el rabo mientras lo acariciaba en ese punto—. Mmmm, ¿cómo podría llamarte?

Lo pensó un momento, pero solo se le ocurría un nombre...

—No seas tonta —se reprendió. Sería ridículo ponerle su nombre por un revolcón de nada.

Y aun así...

—¿Te importaría que te llamase Naruto?

El lobo abrió los ojos y le lamió la barbilla.

—Pues decidido, serás Naruto Segundo. Aunque te llamaré Naruto para abreviar. Extendió el brazo por encima de la cabeza para apagar la lámpara y después se acurrucó para dormir.

Naruto se quedó sentado en la oscuridad, observándola en silencio. No daba crédito al nombre que había elegido para su forma animal. De no saber que era imposible... No, Hinata no tenía ningún poder psíquico. Tal vez le gustara su nombre.

Esperó hasta que estuvo profundamente dormida para cambiar a su forma humana y comprobó que todas las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas. En cuanto se aseguró de que no corría peligro por el momento, se teletransportó a su habitación del Santuario.

Allí también reinaba la oscuridad. Abrió la puerta y pasó a la habitación contigua, donde estaba Menma. Seguía en forma animal y sumido en un coma desde la noche que llegaron. Exhaló un suspiro de cansancio y cruzó la estancia.

—Vamos, Menma —dijo cuándo se acercó a la cama—. Espabila de una vez. Te echo de menos, hermanito, y me vendría muy bien hablar con alguien ahora mismo. Tengo un problema de los gordos.

Pero era inútil. Los daimons habían tomado algo más que la sangre de su hermano. Le habían robado el espíritu. Para un lobo, lo que le había pasado a Menma era demasiado vergonzoso. Sabía lo que estaba sintiendo su hermano. A él le había pasado lo mismo cuando averiguó que era humano.

No había nada peor que ser atacado y no poder defenderte. Los recuerdos le hicieron dar un respingo.

La primera vez que se convirtió en humano fue en mitad de una pelea con un jabalí rabioso. La bestia le había clavado los colmillos con tal saña que aún le dolían las costillas si hacía un movimiento demasiado repentino. La pelea comenzó en forma de lobo y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró tendido de espaldas mientras el jabalí le clavaba los colmillos.

Si Menma no hubiera aparecido...

—Despierta, hermanito —susurró—. No puedes seguir viviendo así.

Menma no se dio por aludido en lo más mínimo. Acarició el pelaje oscuro de su hermano y se giró para marcharse. Una vez en el pasillo, se cruzó con Tanahi. Acababa de subir la escalera en forma humana y llevaba un cuenco de sopa en las manos.

Pelinegra, altísima, delgada y con un rostro excepcionalmente hermoso, era la única hembra del clan de los osos. Sus hermanos se las veían y se las deseaban para espantar a los humanos que acudían en tropel a verla cada vez que ayudaba en el bar que estaba junto a la casa.

Era un deber que todos se tomaban muy en serio.

—¿Come algo? —le preguntó a la recién llegada.

—De vez en cuando —respondió ella en voz baja—. Conseguí que tragara un poco de sopa durante el almuerzo, así que espero que se tome un poco más para la cena.

Tanahi había sido un regalo de los dioses. Era la única que parecía hacer reaccionar a Menma. Su hermano parecía un poco más despierto cuando ella se encontraba cerca.

—Gracias. No sabes lo que te agradezco que lo cuides por mí.

De hecho, la chica pasaba mucho tiempo con Menma. Tanto que comenzaba a tener sus dudas, pero su hermano no se había movido de la cama desde la noche que lo llevó al Santuario.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Tanahi? —la llamó cuando pasó a su lado.

La chica se volvió.

—Nada. Era una estupidez. —No había nada entre su hermano y la osa.

¿Cómo podría haberlo? De modo que continuó caminando hacia la escalera. Llegó a la planta baja y atravesó el vestíbulo hasta llegar a la pequeña antesala donde se encontraba la puerta que conectaba la casa de los Senju con el Santuario.

La puerta daba a la cocina del bar, donde dos katagarios, Sasori Kallinos y Sai, vigilaban con disimulo al personal humano, que no tenía ni idea de por qué solo un puñado de elegidos podía atravesar ese umbral. El motivo principal no era otro que la presencia de los cachorros del clan de los osos en la planta alta de la casa Senju. De vez en cuando, los pequeños burlaban la vigilancia de sus cuidadores y bajaban la escalera.

Lo último que les hacía falta a los Senju era que alguien llamara a los del control de animales por ese zoo ilegal al que llamaban «hogar».

De todas formas, la idea de que un humano se topara de golpe con lobos, panteras, leones, tigres y osos dormidos en sus camas le hacía mucha gracia. Aunque sería mucho más gracioso que se topara con el dragón que dormía en el ático. Alguien debería tener una cámara a mano. Por si las moscas.

Inclinó la cabeza para saludar a Sasori, un halcón katagario alto y pelirrojo, que era uno de los inquilinos más peligrosos de la casa. La recompensa por su cabeza hacía que su sentencia de muerte sonara ridícula. Pero claro, a diferencia del halcón, él solo mataba cuando se veía obligado. Fiel a su naturaleza depredadora, a Sasori le estimulaba la emoción de la caza.

El halcón vivía para cazar y matar.

Mientras se acercaba a las puertas batientes que daban al bar, estas se abrieron. Udon las atravesó en forma humana como una exhalación. Apenas tuvo tiempo de quitarse de en medio. Udon era otro de los shinobis osos de Tsunade.

Konohamaru le hizo un placaje justo a sus pies y comenzó a darle de bofetadas. Udon intentó quitárselo de encima, pero fue inútil. Konohamaru era más fuerte y, además, le encantaban las peleas.

Naruto agarró a Konohamaru y se lo quitó a Udon de encima antes de que le hiciera daño.

—¿Qué haces?

—Voy a matarlo —gruñó Konohamaru, intentando zafarse para volver a lanzarse sobre Udon.

—Es que me gusta la canción —explicó Udon a la defensiva al tiempo que se limpiaba la sangre de los labios y se escondía detrás de Sasori, a quien no le hizo ni pizca de gracia. Sai le tendió una toalla para que se limpiara la cara.

Konohamaru hizo una mueca.

—Sí, pero no ponemos la dichosa canción porque nos guste, imbécil. La mitad de la clientela ha salido echando leches.

Mamá Senju apareció desde la casa y vio que Udon estaba sangrando.

—¿Qué pasa aquí? —exclamó al tiempo que lo cogía por los hombros y lo obligaba a cambiar de postura para examinarle el labio partido—. Monange, ¿qué ha pasado?

Todo rastro de madurez abandonó a Udon cuando miró a Tsunade. Hasta dejó que un mechón de su corto cabello le cayera sobre los ojos oscuros.

—Konohamaru me ha atacado.

El aludido consiguió liberar un brazo.

—Ha puesto «Sweet Home Alabama» , maman.

Tsunade puso los ojos en blanco.

— Udon, sabes que solo ponemos esa canción como advertencia para nuestra clientela cuando Jiraiya aparece por aquí. ¿En qué estabas pensando?

Naruto contuvo una carcajada. Jiraiya era el líder de los Cazadores Oscuros. Era un hombre contradictorio que ostentaba un poder indescriptible y todo el mundo se cagaba de miedo en cuanto lo veía. Cada vez que entraba en el bar, la mayoría de los arcadios y los katagarios, amén de todos los daimons, corrían hacia la puerta. Sobre todo si tenían algo que esconder.

Udon miró a Tsunade con expresión enfurruñada.

—Es una canción muy buena, maman, y quería escucharla.

Konohamaru hizo ademán de lanzarse a por su hermano, pero Naruto lo refrenó.

—Es demasiado imbécil para seguir viviendo —gruñó Konohamru—. Creo que deberíamos rebanarle el cuello y ahorrarnos quebraderos de cabeza.

Sai dejó escapar una de sus raras carcajadas, aunque el rostro de Sasori siguió impasible. El personal humano se mantuvo al margen muy acertadamente y siguieron a lo suyo como si no sucediera nada fuera de lo común. Claro que ya estaban acostumbrados a los osos y sus constantes peleas.

—Todos hemos sido estúpidos, Konohamaru —le gruñó Tsunade a su hijo adoptivo —. Incluso tú. —Le dio unas palmaditas a Udon en el brazo y lo instó a entrar en la casa—. Será mejor que te mantengas alejado del bar durante lo que queda de noche, cher. Tu padre y tus hermanos osos necesitarán un tiempo para calmarse.

Udon asintió con la cabeza antes de echar una mirada a su hermano y sacarle la lengua. Konohamaru dejó escapar un sonido muy propio de un oso que hizo que todos los humanos lo miraran con los ojos como platos.

La expresión de Tsunade dejó muy claro que lo pagaría caro en cuanto tuviera un momentito a solas con él, lejos de los humanos.

—Creo que sería mejor que volvieras al bar, Konohamaru —le dijo Naruto, soltándolo. —Vale —gruñó este—. Haznos a todos un favor, maman. Cómetelo.

En esa ocasión fue Sasori quien soltó una carcajada, pero adoptó un semblante serio en cuanto Tsunade lo fulminó con la mirada. Mientras meneaba la cabeza, la matriarca de los osos ordenó al personal que regresara al trabajo.

Naruto hizo ademán de pasar al bar.

—Naruto, moncher, espera.

La miró por encima del hombro y vio que se acercaba a él.

—Gracias por salvar a Udon. Konohamaru nunca ha sido capaz de controlar ese genio suyo. Y hay momentos en los que creo que nunca lo hará.

—No hay de qué. Me recuerda mucho a Menma. Al menos, cuando no está en coma.

Tsunade bajó la vista y frunció el ceño. Le cogió la mano y contempló la marca de su palma.

—¿Estás emparejado?

Naruto cerró el puño.

—Desde esta misma noche.

La katagaria lo miró boquiabierta y después le dio un empujón en dirección a la casa. Cerró la puerta tras ellos y lo encaró.

—¿Quién es?

—Una humana.

Tsunade soltó un taco en francés.

—¡Ay, cher! —musitó—. ¿Qué vas a hacer?

Él se encogió de hombros.

—No puedo hacer nada. La protegeré durante las tres semanas y después la dejaré para que siga con su vida.

Tsunade lo miró confundida.

—¿Por qué te vas a condenar a pasar tantos años sin una mujer o sin una pareja? Si la dejas ir, tal vez nunca vuelvas a encontrar una pareja.

Cuando hizo ademán de marcharse, ella lo detuvo.

—¿Y qué quieres que haga, Tsunade? —le preguntó, y utilizó su nombre en vez de «Maman», que era como la llamaba casi todo el mundo—. Soy un ejemplo viviente de por qué tenemos que emparejarnos con nuestros congéneres. No tengo la menor intención de extender mi anormalidad con otra generación.

Sus palabras la dejaron estupefacta.

—No eres anormal.

—¿No? Entonces, ¿cómo me calificarías?

—Has sido bendecido.

La miró boquiabierto y sin dar crédito. Jamás se habría aplicado semejante descripción.

—¿Bendecido?

Oui —respondió la katagaria con sinceridad—. A diferencia del resto de nosotros, sabes lo que siente el otro lado. Has sido tanto animal como humano. Yo nunca sabré lo que se siente al ser humano. Pero tú sí.

—Yo no soy humano.

Ella se encogió de hombros.

—Lo que tú digas, cher. Pero sé de otros arcadios con parejas humanas. Si quieres, podría decirles que viniesen para hablar contigo.

—¿Para qué? ¿Son híbridos como yo?

—Non.

—En ese caso, ¿qué iban a decirme? Si mi pareja tiene hijos, ¿serán humanos o lobos? ¿Cambiarán su forma natural cuando lleguen a la pubertad? ¿Cómo le explico a una humana que no sé qué serán nuestros hijos?

—Pero tú eres arcadio.

El hecho de que tanto Tsunade como Jiraiya y Killer B hubieran sido capaces de percibir lo que ocultaba a ojos de todos los demás le repateaba. No sabía cómo lo habían averiguado, pero lo ponía de muy mala leche. Ni siquiera su padre se había dado cuenta de que era arcadio.

Claro que en su caso concreto había ayudado que ni siquiera lo mirara...

—¿Soy arcadio? —preguntó en voz baja y airada—. No me enfrento a mi lado humano de la misma manera que lo hace Killer B. ¿Cómo es que nací siendo un lobezno y después me convertí en un humano al llegar a la pubertad? ¿Cómo es posible?

Tsunade meneó la cabeza.

Je ne sais pas, Naruto. Hay muchas cosas en este mundo que no comprendo. Hay muy pocos híbridos, ya lo sabes. Casi todas las parejas mixtas son estériles. Tal vez en tu caso pase lo mismo.

Eso le daba un rayito de esperanza, pero no era tan imbécil como para aferrarse a él. Su vida nunca había sido fácil. Siempre que había extendido la mano para coger algo que quería, se la habían golpeado sin compasión. Era difícil ser optimista cuando el optimismo jamás había sido recompensado.

—No puedo arriesgarme —dijo en voz baja aunque una parte de su ser quería aferrarse a esa posibilidad con una desesperación aterradora—. Me niego a joderle la vida.

Tsunade se apartó de él.

—Muy bien. Eso depende enteramente de ti, pero si cambias de opinión...

—No lo haré.

—Vale. ¿Por qué no te tomas estas semanas libres y te quedas con tu pareja mientras ella está marcada? Nosotros cuidaremos de Menma.

¿Podría atreverse a confiar en esa oferta?

—¿Estás segura?

Oui, cher. Algunos animales son de fiar, incluso los osos. Te prometo que tu hermano estará a salvo aquí, pero tu pareja no estará a salvo sola mientras esté impregnada con tu olor.

Tsunade tenía razón. Si, tal como sospechaba, su manada los estaba buscando, los exploradores darían con su rastro en cuanto se acercaran a Hinata. Su olor la impregnaría mientras llevara la marca, y un katagario bien entrenado sería capaz de captarlo. No quería ni pensar en lo que sus enemigos podrían hacerle.

—Gracias, Tsunade. Te debo una.

—Lo sé. Ahora vete con tu humana y quédate con ella mientras puedas.

Asintió con la cabeza y se teletransportó de vuelta junto a Hinata. Seguía dormida en el sofá. Parecía muy incómoda, allí tendida de espaldas. Tenía las piernas dobladas, un brazo por encima de la cabeza y el otro colgando en el aire.

El recuerdo de su imagen mientras se corría entre sus brazos lo llenó de ternura. El recuerdo de su rostro en el espejo mientras la abrazaba. Era una mujer apasionada. Y deseaba saborearla una y otra vez. En contra del sentido común, extendió el brazo y le tocó la suave piel de la mejilla.

En ese instante, Hinata abrió los ojos y jadeó. Se sentó de golpe al creer que había visto a Naruto inclinado sobre ella.

—¿Naruto?

El lobo llegó desde la parte trasera del sofá para sentarse a su lado. Confundida, echó un vistazo a su alrededor y soltó una risilla nerviosa.

—¡Madre mía! Ahora resulta que tengo alucinaciones. Estoy para que me encierren...

Meneó la cabeza y se recostó de nuevo en el sofá para intentar conciliar el sueño, pero cuando lo hizo, habría jurado que llevaba el olor de Naruto en la piel.


Continua