NIGHT PLAY
10|¿Que eres?
HURTS / ILLUMINATED
Naruto era incapaz de respirar mientras las palabras de Sasori resonaban en su cabeza. ¿Menma estaba muerto?. ¡No! No podía ser. Su hermano no podía estar muerto. No podía. Menma era lo único que le quedaba y había jurado que volvería a verlo curado.
Aulló por el dolor que le atravesó el corazón y lo dejó desolado. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo habían conseguido llegar hasta Menma?
Sasori se apretaba el hombro herido con una mano y jadeaba por el dolor.
—Intentamos salvarlo, Naruto. Hicimos todo lo que pudimos.
Lo fulminó con la mirada mientras contenía lágrimas de rabia y dolor. Él haría todo lo que pudiera para asegurarse de que los lobos pagaran por aquello. La rabia le inundó el alma. No había nada en la Tierra que pudiera protegerlos.
No habría cuartel que los mantuviera a salvo de su ira.
Los mataría a todos, incluido a su padre.
Ajeno a todo lo demás, se encaminó hacia la puerta, pero Chõji le bloqueó el paso al tiempo que dejaba a su hija en brazos de su esposa.
—¿Adónde crees que vas?
—A matarlos.
El antiguo Cazador Oscuro se tensó como si supiera que estaba a punto de pelearse con él.
—No puedes.
—¿Ah, no? —Intentó teletransportarse fuera de la casa, pero no pudo—. ¿Qué diablos pasa?
—No voy a dejar que te suicides —contestó Karui con voz seria. Le tendió su hija a su prima antes de colocarse junto a Chõji—. No te dejaremos que lo hagas.
Estuvo tentado de devolverle el hechizo, pero no quería hacerle daño. Karui no tenía ni idea de cómo se las gastaba y tampoco sabía que podía dejarla sin poderes sin despeinarse siquiera.
—No eres tan fuerte como crees, Karui. Libera mis poderes.
—No. La venganza no es la solución.
—La venganza es la única solución —la corrigió Sasori, situado a su espalda—. Deja que se marche.
Naruto sintió algo raro al escucharlo. Una extraña fisura... Se giró para mirarlo. El hombre que se hallaba detrás de él presentaba el mismo aspecto que el halcón katagario. Tenía la misma altura y la misma constitución. Pero estaba sangrando... Estaba herido.
No hizo el menor movimiento mientras los hechos se abrían paso en su mente. Para los katagarios era casi imposible mantener la forma humana cuando estaban heridos. Solo los más fuertes eran capaces de hacerlo. Y normalmente solo utilizaban ese recurso cuando no les quedaba más remedio que mezclarse con los humanos o arriesgarse a que los descubrieran. Mantener la forma humana en esas circunstancias minaba sus poderes y sus fuerzas, tanto físicas como mágicas. Los dejaba extremadamente vulnerables a los ataques y la muerte.
¿Por qué iba a arriesgarse Sasori?
Aun en las mejores circunstancias el halcón aborrecía adoptar forma humana. Y ya puestos a pensarlo, Sasori odiaba al mundo en general. ¿A cuento de qué iban a enviarlo los osos como mensajero de la mala noticia?
¿Por qué habría aceptado Sasori la misión?
Entrecerró los ojos al tiempo que un mal presentimiento se apoderaba de él.
—¿Quién eres?
El « halcón» lo miró sin que su expresión reflejara la menor emoción.
—Ya sabes quién soy.
—Chõji, protege a las mujeres —masculló al mismo tiempo que liberaba sus poderes del hechizo de Karui. Esta gritó, pero no le quedó más remedio que hacerlo al comprender a qué se enfrentaba—. Kakuzu —le gruñó al demonio con una mueca feroz.
El susodicho se echó a reír.
—Eres listo, lobo.
Temari comenzó a recitar un hechizo repelente en latín. El demonio agitó la mano y la lanzó contra la pared del fondo.
Naruto lo cogió por la cintura e intentó estamparlo contra el marco de la puerta de entrada. Antes de que pudiera hacerlo, desapareció y dejó que se golpeara el hombro contra la madera. Soltó un gruñido feroz por la frustración y el dolor que se apoderó de su hombro. Sin pérdida de tiempo, hizo aparecer su teléfono móvil y llamó al Santuario.
—Tsunade —dijo en cuanto la mujer contestó el teléfono—. ¿Sigue vivo Menma?
—Por supuesto, cher. Estoy en la habitación con él y con Tanahi.
—¿Estás segura? —insistió, consumido por la preocupación y por el miedo de dejar a Chõji y a las mujeres desprotegidas.
—Oui. Lo estoy tocando y está vivo y relativamente bien.
El alivio lo postró de rodillas. Menma estaba vivo.
—Protégelo —dijo con voz ronca y entrecortada—. Alguien ha invocado a Kakuzu.
La osa comenzó a maldecir en francés.
—No te preocupes —dijo cuando se calmó—. Nadie le hará daño a tu hermano. Si el demonio aparece por aquí, será el último error de su vida.
Escuchó que le ordenaba a su hija que fuera en busca de dos de los inquilinos más peligrosos del Santuario para proteger a Menma. —Merci, Tsunade. Colgó y vio a Karui arrodillada junto a su prima, que estaba intentando sentarse mientras se frotaba la cabeza.
Temari se enjugó la sangre de la nariz y soltó una palabrota en voz baja.
—Cómo odio a los demonios —masculló, furiosa.
Naruto utilizó sus poderes para sanarla y reparar la pared. Temari puso los ojos como platos antes de ponerse de pie.
—¿Estás bien, Tema? —preguntó Karui, pasando la mirada de su prima a la pared como si no diera crédito.
Temari asintió con la cabeza.
Entretanto, él volvió a ponerse en pie muy despacio. Su mirada se posó en Hinata, que estaba sentada en el sofá, observándolo.
—¿Te he hecho daño, Karui? —preguntó, aunque sus ojos siguieron clavados en su pareja.
—No puedo decir que haya sido agradable —respondió Karui—. Podrías haberme avisado antes de liberar tus poderes.
—Lo siento. No había tiempo.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Hinata en voz baja. Seguía sentada en el sofá como si estuviera en estado de shock—. ¿Qué está pasando aquí?
Naruto intercambió una mirada preocupada con Karui y con Chõji. ¿Cómo iba a explicárselo?
El antiguo Cazador Oscuro cogió en brazos a su hija, que no parecía afectada en lo más mínimo por la reciente visita del demonio. Claro que unas cuantas horas antes había estado jugando a las muñecas con otro demonio. Para Chõchõ, seguramente esas cosas fueran el pan de cada día.
—Creo que deberíamos ir a la cocina para ponerle un poco de hielo a esa cabeza dura de Temari —dijo Chõji cuando llegó junto a su mujer y su prima.
—Cuidadito conmigo, vejestorio, o serán tus pelotas las que necesiten hielo — replicó Temari mientras encabezaba la marcha hacia la cocina.
Naruto esperó hasta que se quedó a solas con Hinata.
Ese tenía que ser sin duda alguna el momento más incómodo de toda su vida. Ni siquiera sabía por dónde empezar. Pero al menos ella no parecía tenerle miedo en ese momento.
Algo es algo, pensó.
Hinata seguía sentada, totalmente pasmada mientras intentaba encontrarle sentido a... a... Ni siquiera sabía cómo definirlo. No estaba segura de lo que acababa de ver. Todo había sucedido demasiado deprisa. La llamada a la puerta, la entrada de un hombre herido y sangrando que se había evaporado delante de sus ojos...
Estaba desorientada y, en el fondo de su mente, llegó a la conclusión de que tal vez se tratara de uno de esos programas de cámara oculta, como Inocente, inocente. ¿Seguían haciendo el programa?
Tal vez fuera algún reality nuevo: Cómo volverte loco en una sola tarde. Siguió divagando mentalmente mientras intentaba comprender los extraños sucesos.
—Chõji dijo que no eras un asesino en serie. —Aunque le sonó estúpido, fue lo primero que se le ocurrió.
—No lo soy —le aseguró Naruto en voz baja al tiempo que se colocaba delante de ella—. Pero tampoco soy totalmente humano.
Escucharon la furiosa voz de Temari procedente de la cocina.
—¿Qué quieres decir con que es un puto perro?
Se giraron a la vez cuando entró en tromba en el salón.
—¿Eres un perro? —le preguntó a Naruto.
—Un lobo —la corrigió él.
Hinata se levantó y rodeó el sofá para interponerlo entre Naruto y ella. Aquello no podía ser real. No. Era un sueño. Se había dado un golpe en la cabeza. O algo.
—¡Por todos los demonios! —exclamó Temari—. Debería haberlo adivinado cuando te encontramos fuera del restaurante. Ya me di cuenta de que parecías demasiado espabilado para ser un chucho.
Chõji entró en la estancia e intentó llevarse a Temari de vuelta a la cocina. Temari se soltó de su mano.
—Hinata me necesita. No está acostumbrada a los colgados como vosotros.
—Tengo que volver a casa —dijo Hinata, al tiempo que una extraña lucidez se apoderaba de ella. Era como si su mente rechazara todo lo que había escuchado.
Naruto era un perro...
Sí, claro. Bueno, la mayoría de los hombres eran unos animales, pero eso era una forma de hablar. No. Aquello era un sueño muy raro. Naruto la había drogado durante el almuerzo y comenzaba a alucinar. Cuando se despertase, iba a denunciarlo.
Se acercó a la puerta, pero Naruto se materializó delante de ella.
—No puedes irte.
—¿Cómo que no? —replicó, furiosa—. Esta es mi pesadilla y puedo hacer lo que me dé la gana. Ya verás. Ahora voy a convertirme en un pájaro... Vale, no lo hizo.
Esperó un minuto entero.
—¿Por qué no soy un pájaro? Quiero ser un pájaro.
—Porque no estás soñando —contestó Naruto al tiempo que la cogía por los brazos—. Esto es real, Hinata. Es un desastre tremendo, más bien.
—No, no, no —insistió ella—. Esto no es real. Me niego a que lo sea... — Dejó la frase a la mitad cuando vio a la hija de Chõji tras él. Chõchõ acababa de entrar a gatas en la habitación. Se detuvo cerca del sofá y se sentó con una carcajada.
Vio que extendía una manita y, al instante, el biberón que estaba en la mesita con forma de ataúd salió disparado hacia su mano.
—Rissa, biberón, papi —dijo entre carcajadas aunque era demasiado pequeña para hablar.
—Sí —dijo Hinata mientras Chõchõ bebía zumo del biberón y Chõji la levantaba en brazos del suelo—. Definitivamente me estoy volviendo loca.
Hizo ademán de pasar junto a Naruto, pero él la detuvo.
—Por favor, Hinata, tienes que escucharme porque tu vida corre peligro, pero no por mi parte.
Alzó la vista hasta esos hipnóticos ojos de color azul y se preguntó si su apariencia también sería producto de su imaginación. Tal vez nada de aquello hubiera sucedido de verdad. Tal vez seguía en la cama con Toneri y aquello no había sido más que un sueño larguísimo y muy raro.
Meneó la cabeza para negar las palabras de Naruto.
—No puedo aceptar lo que he visto. Es imposible.
Naruto alzó la mano para mostrarle el mismo tatuaje que ella llevaba en la suya.
—No sé cómo ayudarte a aceptarlo. Lo increíble ha formado parte de mi vida desde que nací. Yo... —Naruto suspiró, le quitó las manos de los brazos y su teléfono móvil volvió a aparecer de la nada.
¿Iba a llamar por teléfono? ¿En ese momento?. Sí, ¿por qué no? Eso tenía tanto sentido como todo lo demás. ¿Qué había cenado? Sin duda algo muy, pero que muy pesado. Haría bien en recordarlo para no volver a probarlo.
Los ojos de Naruto seguían clavados en ella.
—Jiraiya, necesito que me hagas un favor. No me importa lo que me cueste. Estoy en casa de Chõji con mi pareja y necesito que vengas y la protejas hasta que sea libre para marcharse.
—¿Pareja? —repitió ella—. ¿Como si esto fuera una cita?
—Más bien como si esto fuera un matrimonio —respondió Temari.
Eso la dejó boquiabierta.
—No estoy casada.
Naruto colgó.
—No, no lo estás, Hinata.
Sintió el cálido tacto de su mano en la mejilla mientras la miraba con una expresión de triste anhelo.
—Nadie va a obligarte a hacer nada que no quieras, ¿de acuerdo? —Le acarició la mejilla con el pulgar—. Quédate aquí, donde las cosas son más o menos normales y donde estarás a salvo durante las próximas dos semanas, y no volveré a molestarte. Te lo juro. Solo te pido que te mantengas a salvo.
Era difícil tenerle miedo a un hombre que la miraba como ese lo estaba haciendo. Con una sinceridad abrasadora. Con un increíble anhelo.
No sabía qué hacer.
Tenía miedo.
—¿Qué eres? —le preguntó.
Naruto bajó la cabeza, inspiró hondo y después la volvió a levantar. Jadeó al ver que la mitad de su rostro estaba cubierto con un tupido tatuaje rojo muy parecido al que llevaban en la mano.
—Soy humano —contestó él con voz atormentada—. Y no lo soy. —Bajó hasta su hombro la mano con la que le acariciaba la mejilla—. Jamás he conocido la ternura —murmuró—. No hasta que me tú me tocaste en tu tienda. Mi vida es violenta y peligrosa. Es incierta y complicada y en ella no hay cabida para alguien como tú. Hay mucha gente que quiere verme muerto. No se detendrán ante nada, y tú... —Apretó los dientes antes de volver a hablar—. Jamás te faltará nada. Te lo juro por el vestigio de alma humana que me queda.
—Se apartó de ella y se encaminó hacia la puerta—. Cuídala por mí, Chõji.
Y después desapareció.
Su repentina ausencia la dejó vacía y, por algún motivo que no atinaba a comprender, su corazón sufrió un doloroso impacto. Miró a Temari, que tenía lágrimas en los ojos.
—Perro o no —dijo esta—, eso ha sido... —Corrió a su lado y le dio un empujón hacia la puerta—. No dejes que se vaya, Hinata. Ve a buscarlo.
Se podría haber ahorrado las palabras, porque eso era lo que estaba haciendo sin necesidad de que se lo dijeran.
—¡Naruto! —lo llamó.
No había ni rastro de él.
—¡Naruto! —repitió, más alto en esa ocasión.
El único que le respondió fue el viento húmedo y frío. Con el alma en los pies, regresó a la casa y se tropezó con Temari.
—No puedo creer que lo haya dejado marchar.
—Y yo no puedo creer que el imbécil se fuera.
La voz la dejó helada. No era la de Temari. Era la del demonio. En un abrir y cerrar de ojos, todo se volvió negro.
Naruto se alejó caminando de la casa de Chõji, intentando por todos los medios hacer oídos sordos a los gritos de Hinata. La mera idea de perderla le destrozaba el corazón.
Había hecho lo correcto. La había dejado marchar. ¿Por qué le dolía tanto?. Tantísimo. El dolor era tan intenso que no estaba seguro de poder soportarlo. Pero era mejor así.
Hinata era humana y él...
Era el lobo que la amaba. Soltó un taco al reconocer la verdad de sus pensamientos. Estaba desesperado por negarlo, pero era imposible. Hinata lo era todo para él. No cambiaría nada de ella. Adoraba su forma de mirarlo, como si lo estuviera tachando de loco. Su costumbre de canturrear mientras le quitaba el polvo a las estanterías. Su generosidad al compartir siempre la comida con él.
Le encantaba abrazarla mientras se corría y pronunciaba su nombre consumida por el placer. Ay Dios, hasta le gustaba que lo desarropara por la noche cada vez que se daba la vuelta...
—¡Me cago en la puta! —gruñó. No iba a dejarla marchar sin más. La amaba y no iba a irse así como así. No sin pelear y sin decirle que la quería. Dio media vuelta para regresar a la casa.
—¡Naruto! Vuelve rápido.
Se detuvo al escuchar la voz grave de Chõji. Al percatarse de la urgencia con la que lo llamaba el antiguo Cazador Oscuro. Se teletransportó al vestíbulo de la mansión, donde estaban Chõji, su hija y Temari. Hinata no estaba por ningún lado.
Tuvo un mal presentimiento.
—¿Dónde está Hinata?
—Se la ha llevado el demonio —respondió Temari.
El animal que llevaba dentro se retorció de furia. Utilizó sus poderes pero no encontró nada en el aire. Ni olor ni rastro alguno. No importaba. Kakuzu se había llevado a su pareja. La encontraría y, cuando lo hiciera, habría un demonio menos en el universo.
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Hinata quería gritar, pero no podía. Sus cuerdas vocales parecían estar paralizadas. Recobró la visión de forma tan súbita que le escocieron los ojos.
Parpadeó un par de veces y descubrió que estaba en lo que parecía ser una vieja cabaña o en algún tipo de edificio de ese tipo. Era largo y estrecho, con un hogar en el centro donde ardía el fuego, sin chimenea ni nada, a la usanza medieval.
—No tengas miedo —le dijo el demonio al tiempo que la liberaba.
Aquel demonio comenzó a caminar a su alrededor. En lugar del pelirrojo de buen ver que había sido antes, descubrió que era un ser raro. Su piel era de un tono oscuro y los ojos de un color muy extraño esclerótica burdeo con iris y pupila verde claro además con una mascara oscura que le tapaba la mitad de la cara y el cabello, de un castaño oscuro largo.
Se acercó a la puerta cojeando.
—¡Kaguya! —gritó antes de volver a mirarla y olisquear el aire como un animal.—. Nadie va a hacerte daño, pequeña.
Comenzaba a hartarse de la dichosa frasecita.
—¿Dónde estoy?
El demonio se limpió el sudor.
—No te preocupes, pequeña. Aquí estás a salvo.
—Estaba a salvo donde estaba antes. —Más o menos.
¿Qué clase de alucinación retorcida estaba teniendo? Si iba a volverse loca, prefería con mucho hacerlo con Naruto que con ese monstruo repugnante que apenas sabía hablar.
El demonio retrocedió para dejar paso a una mujer guapa que tenía tres cicatrices en la mejilla y en el cuello que dejaban en ridículo a las de Temari. Bajo las cicatrices, había un tatuaje rojo muy parecido al de Naruto.
No aparentaba más de veinticinco años y aun así se movía con la elegancia de una reina. Entró en la estancia como si fuera suya, desafiando a cualquiera a poner en entredicho su autoridad.
Llevaba el pelo trenzado y recogido alrededor de la cabeza. El elegante peinado se sostenía gracias a una corona de oro decorada con lo que parecían enormes diamantes, rubíes y zafiros.
Su ropa la hizo fruncir el ceño. Lo que llevaba parecía sacado de un episodio de Xena. Era una armadura dorada que le cubría el torso y le dejaba los brazos al descubierto, ambos desnudos salvo por unos brazaletes y unas muñequeras de oro. De cintura para abajo iba ataviada con una falda de cuadros roja y verde intenso, voluminosa por sus numerosas capas.
Aunque lo más impresionante de todo era la espada, el arco y la aljaba que llevaba a la espalda. Llegó a la conclusión de que había perdido todos los tornillos. Su mente había dejado de funcionar por completo. Tal vez incluso estuviera muerta.
En ese preciso momento aceptaría cualquier explicación que le dieran. Aquella reina, o Kaguya, tal como la había llamado el demonio, la examinó de arriba abajo.
—¿Te ha hecho daño, niña?
Ella miró al demonio antes de contestar.
—Daño... ¿en qué sentido? Quiero decir que en realidad yo no quería que me trajeran aquí, estemos donde estemos.
—No me refiero a Kakuzu —le explicó la tal Kaguya con un acento que no había escuchado en la vida—. El otro. Ese lobo malnacido. ¿Te ha hecho daño?
Sus palabras la desconcertaron todavía más.
—¿Te refieres al lobo que tengo por mascota o a mi novio, que cree ser un lobo?
Kaguya le cogió la mano y se la llevó al rostro para mirarla.
—El que tiene unas marcas que son iguales a las tuyas. ¿Te ha violado?
—¡No! —contestó con énfasis al tiempo que se zafaba de la mano de la mujer—. No me ha hecho nada.
Kaguya suspiró aliviada antes de hacerle un gesto con la cabeza al demonio.
—La has traído a tiempo. Gracias, Kakuzu.
El demonio imitó el gesto.
—Ahora estamos en paz. —Se desvaneció, dejándolas a solas.
Kaguya no pareció afectada en lo más mínimo por la extraña desaparición mientras le tendía la mano.
—Vamos, niña. Te llevaré al salón, donde podremos protegerte mientras lleves la marca de emparejamiento.
Su primer impulso fue el de apartarse, pero se obligó a aceptar la mano de la mujer. ¡A la mierda con todo! Ya se había vuelto loca. Lo menos que podía hacer era comprobar hasta dónde la llevaba ese episodio psicótico.
Con un poco de suerte sería a un lugar mucho más agradable y cálido que esa estancia tan austera. La idea le arrancó una carcajada.
—¿Has visto el episodio de Buffy en el que Sarah Michelle Gellar fluctúa entre un manicomio y su vida como la Cazadora en Sunnydale?
Kaguya ladeó la cabeza.
—¿Qué es Buffy? ¿Una Licos u otra especie katagaria?
Que su acompañante imaginaria no conociera a Buffy la mosqueó un poco.
—No importa. Es evidente que esta es mi versión de Sunnydale y que me despertaré muy pronto en mi celda acolchada.
Kaguya la soltó en cuanto salieron de la habitación.
Una vez que estuvieron en el exterior de la cabaña, descubrió que estaban en mitad de lo que parecía un verde valle rodeado de montañas por todas partes. Era encantador, aunque bastante frío para su gusto.
Y no tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí. Aquello no era Nueva Konoha, lugar donde había estado cinco minutos antes. Aunque lo más extraño de todo era que la gente vestía a la usanza medieval y hablaba en un idioma que no alcanzaba a comprender siquiera.
Y cuando pasaban junto a ellos, todos dejaban lo que estaban haciendo para mirarlas. Todos guardaron silencio al punto. Un silencio aterrador. Las mujeres que sacaban el agua del pozo. Los que se encargaban de acarrear los cubos entre risas. Hasta los niños dejaron de jugar.
Aunque fueron los hombres quienes más llamaron su atención, sobre todo porque todos interrumpieron sus quehaceres y se giraron para mirarla como si fuera su objetivo o su presa.
En ese momento se dio cuenta de que, a excepción del demonio, los aldeanos eran despampanantes, unos especímenes perfectos de anatomía humana. Eso la convenció de que o bien era un sueño, o bien era una alucinación de algún tipo.
Ni siquiera los strippers de Chippendales tenían unos cuerpos tan musculosos. Por no mencionar a las mujeres. Ellas eran la personificación de por qué se negaba a comprar revistas de moda. De no haber sabido que era imposible, creería que había caído en el escondite de los dobles de Hollywood.
Siguió a Kaguya hasta un edificio de madera de gran tamaño que parecía salido de una película de bajo presupuesto sobre el rey Arturo. Construido con un entramado de madera y adobe, su interior era muy espartano salvo por el enorme hogar situado en el centro de la sala y rodeado por largas mesas y bancos de madera. El suelo de tierra apisonada estaba cubierto por algo que parecía hierba y juncias.
En cuanto entró en el edificio, se vio rodeada por un grupo de hombres guapísimos, algunos de los cuales llegaron a olisquearla.
—Si no os importa —dijo al tiempo que los espantaba—, esta es mi fantasía y preferiría que no hicierais eso.
Un rubio muy alto ladeó la cabeza de una manera que le recordó a un perro y miró a Kaguya echando chispas por los ojos.
—¿Por qué habéis traído a una puta katagaria?
Kaguya la apartó de los hombres y se interpuso entre ellos.
—No es una puta. Es una humana aterrada que no comprende lo que le ha pasado. Cree que está loca.
El rubio en cuestión soltó una carcajada.
—Creo que deberíamos devolverla a su pareja de la misma manera que los katagarios nos devuelven a las nuestras. —Dio un paso hacia ellas. Kaguya desenvainó su espada y lo amenazó con ella.
—No me obligues a matarte. La traje para protegerla.
—Pues habéis cometido un error.
Kaguya estaba estupefacta.
—Somos humanos.
—Sí —convino el rubio al tiempo que le dedicaba a ella una mueca burlona y cruel—. Y buscamos venganza tanto como vos, princesa. Mi pareja murió por sus abusos. Yo digo que nos venguemos haciendo sufrir a sus mujeres diez veces más de lo que sufrieron las nuestras.
Justo cuando los hombres comenzaban a acercarse se escuchó un aullido. Todo el mundo se quedó petrificado.
Hinata se giró y vio que la puerta que había a su espalda estaba abierta. Por ella apareció un anciano. Tenía el cabello cano y lucía una barba que parecía sacada de un viejo vídeo de los ZZ Top. Junto a él había un enorme lobo castaño.
Al igual que la de Kaguya, la mitad de su cara estaba cubierta con un extraño tatuaje verde.
—¿Qué está pasando aquí?
—Reclamamos una retribución moral —dijo el rubio—. Vuestra hija ha traído a la pareja de un katagario a nuestra manada. La queremos.
El anciano la examinó con una mirada reprobatoria antes de desviar la vista hacia Kaguya.
—Tuve que hacerlo, padre —explicó esta al tiempo que bajaba la espada—.No había otra alternativa.
El anciano ordenó a los demás que los dejaran solos.
Los hombres obedecieron a regañadientes. Pero antes de que se marcharan, algunos aullaron como animales. Otros le echaron un último vistazo, dejándole bien claro que tenían toda la intención de retomar la discusión.
Por primera vez, sintió miedo. Algo fallaba en esa «fantasía». De no haber sabido que era imposible, habría jurado que era real. Pero no podía ser.
¿O sí?
En cuanto se quedaron solos, el anciano las condujo hasta la mesa más alejada de la estancia. Estaba emplazada en un estrado. Tras ella había dos enormes sillas coronadas por sendas cabezas de lobo talladas a mano que parecían dos tronos.
—¿En qué estabas pensando, Kaguya? —le preguntó el anciano a su acompañante.
—Quería protegerla, padre. ¿No es eso lo que hace un centinela? ¿No estamos aquí para proteger el mundo de los animales katagarios?
Sus palabras parecieron ofender al anciano.
—Pero ella es la pareja de uno de ellos.
—Aún no se han unido. Solo está marcada. Si la retenemos aquí hasta que la marca desaparezca, se librará de él.
El anciano meneó la cabeza mientras que el lobo que lo acompañaba se acercaba para olisquearla. Miró al animal y se preguntó si se quedaría en esa forma o se convertiría en otra cosa.
—¿Por qué no te has limitado a matar a su pareja? —preguntó el anciano.
Kaguya apartó la mirada y el hombre soltó un suspiro cansado.
—Te dije que los mataras hace siglos, hija.
La rabia brilló en los ojos de Kaguya.
—Intenté matarlo, ¿no te acuerdas? Pero ya se había hecho demasiado fuerte.
El anciano emitió una especie de gruñido asqueado.
—Está bajo tu protección. Convocaré a los hombres y, cuando él venga, terminaremos lo que empezó hace tanto tiempo.
Kaguya asintió con la cabeza antes de indicarle con un gesto que la siguiera. Enfilaron un pasillo estrecho situado detrás del estrado que conducía a una serie de habitaciones separadas del salón.
El lugar era austero en su mayor parte, aunque contaba con algunas comodidades bastante interesantes, como una enorme y mullida cama y unas cuantas novelas del siglo XXI. Cogió un ejemplar de Caballero oscuro de Kinley MacGregor y soltó una carcajada. ¡Mmm sí, eso sí que era un sueño!
—¿Te importaría hacer aparecer una Coca—Cola? —le pidió a Kaguya—. Me vendría muy bien una.
—No, no puedo hacerlo. Para eso tendría que viajar al futuro y coger una, y ya no tengo esos poderes porque me los arrebataron. —Su tono era amargado y furioso—. Por eso tuve que convocar a un demonio para atraparte.
—¿Quién te arrebató tus poderes?
—Mi pareja. —Kaguya pronunció las palabras con desprecio—. Me arrebató muchas cosas, pero no le temo. Su hijo no te violará. Yo me aseguraré de que así sea.
—En fin, todo eso me resulta incomprensible —replicó, al tiempo que devolvía la novela al montón apilado en la mesita de noche.
Kaguya puso los brazos en jarras y la miró.
—Pues a ver qué te parece esto. El supuesto hombre que te secuestró, Naruto, es un lobo al que engendré a la fuerza hace cuatrocientos años. Y si pudiera, lo mataría por ti.
—¿Cómo dices?
Kaguya pasó por alto su pregunta y siguió hablando.
—Al igual que muchas otras mujeres, fui una estúpida en mi juventud. La primera vez que acompañé a mi patrulla de centinelas para dar caza a los lobos katagarios fui capturada por el enemigo, que creyó que sería divertido violarme por turnos.
La historia le revolvió el estómago y se sintió abrumada por la compasión. Pobre mujer. No se le ocurría nada peor. Y era la madre de Naruto...
Kaguya meneó la cabeza y compuso una mueca feroz.
—Pero las Moiras suelen ser crueles y yo, al igual que tú, me encontré emparejada con uno de los animales que me habían hecho daño. El padre de Naruto me mantuvo cautiva durante semanas y abusó de mí muchas más veces, intentando obligarme a aceptarlo como pareja. Porque no pueden, ¿sabes? Somos nosotras las que decidimos si aceptamos. No ellos.
Aquello no podía ser real. No. Estaba soñando, aunque no tenía la menor idea de por qué estaba soñando algo así.
—No te pareces en nada a Naruto.
Los ojos grises de la mujer refulgieron de puro odio.
—Seguro que se parece a su asqueroso padre.
Hinata frunció el ceño al recordar que Gaara le había dicho lo mismo. Vaya, era capaz de recordar sumida en la alucinación. Eso tenía sentido.
Más o menos.
Pero ¿por qué iba a inventarse ella una historia tan trágica? Jamás le había deseado un mal a nadie y mucho menos a la madre de Naruto.
¿Podría ser real todo aquello?
¿Sería posible?
Se acercó a la mujer y le cogió las manos para examinar sus palmas.
—Tú no tienes marca.
—No. Si el emparejamiento no se consuma durante las tres semanas siguientes a la aparición de la marca, esta desaparece y las mujeres somos libres para continuar con nuestras vidas. Los hombres quedan impotentes mientras nosotras vivamos.
Alzó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido. Kaguya era muy alta.
—¿Dejaste impotente a su padre?
Un brillo malévolo iluminó los ojos grisaceos de la mujer.
—Lo dejé peor. En cuanto di a luz, huí con mis tres hijos humanos y le dejé los tres cachorros. Lo capé por lo que me había hecho. Estoy segura de que no pasa un solo día sin que desee haberme matado cuando tuvo la oportunidad.
La mera idea la descompuso.
—¿Por qué estoy soñando todo esto? —preguntó—. No comprendo esta pesadilla.
Kaguya meneó la cabeza.
—Es real, Hinata. Sé que en el mundo humano no suceden estas cosas que te estoy contando. Pero debes creerme. Hay criaturas que residen junto a vosotros en vuestro mundo y ni siquiera sois conscientes de ellas.
En un abrir y cerrar de ojos, Kaguya dejó de ser una mujer y se convirtió en una loba blanca que guardaba un horrible parecido con su mascota adoptada. La imagen hizo que se tambaleara hacia atrás.
No, aquello no era real. No lo era.
—Quiero volver a casa —dijo en voz alta—. Tengo que despertarme. Por favor, Señor, ¡quiero despertarme!
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Naruto salió de su trance al descubrir dónde se encontraba su pareja.
En la tierra natal de su madre. Un lugar al que había jurado no regresar jamás. Solo había estado allí en una ocasión... muchísimo tiempo atrás, cuando hizo un trato con Jiraiya para que lo ayudara a encontrar a su madre.
Todavía no sabía qué lo había impulsado a buscarla. Tal vez fueron los años vividos junto a un padre que lo odiaba lo que lo indujo a comprobar si había alguna posibilidad de que su madre tolerase su presencia.
O tal vez fuera el hecho de haberse convertido en humano lo que le hizo creer que ella podría aceptarlo. En cambio, había intentado matarlo.
«Maldigo el día que te concebí.»
Aún escuchaba las palabras en su cabeza y después de tantos años acababa de asestarle el golpe definitivo. Había convocado a un demonio para que secuestrara a su pareja. Ni los arcadios ni los katagarios podían teletransportar a un humano a otra época sin su consentimiento. Solo los demonios y los dioses estaban exentos del cumplimiento de esa norma.
Pero ¿por qué? ¿Por qué se había llevado a Hinata a la Britania medieval? No confiaba en su madre. El odio que albergaba hacia él y hacia su padre era demasiado intenso.
En realidad, no confiaba en ningún humano. No, Hinata era su responsabilidad, y lo último que necesitaba era que la abandonara con una manada arcadia en la época remota donde él había nacido.
Tendría que trasladarse a esa época, rescatarla y devolverla a su casa. Solo que en esa ocasión nadie lo respaldaría. Iría solo. Su único deseo era el de sobrevivir al encuentro. De no ser así, Hinata podría encontrarse atrapada en el pasado para toda la eternidad.
Continua
