NIGHT PLAY


14|accion de gracias


Los días fueron pasando mientras ella intentaba decidir qué hacer. Una parte de sí misma estaba desesperada por quedarse con Naruto mientras que a la otra le aterraba la idea. La Jinchûriki no había hecho acto de presencia hasta el momento, pero eso no quería decir que pudieran, o debieran, bajar la guardia.

Era el día de Acción de Gracias y estaba en su dormitorio, en casa de Shikamaru, con un nudo en el estómago. Sus padres los habían invitado a los tres (a Naruto, a Gaara y a ella) a la tradicional cena de los Hyuga.

Le había hablado a su familia de su nuevo «novio» y no tenía ni idea de cómo reaccionarían al verlo. Ninguno había apreciado demasiado a Toneri y sus aires de grandeza. De hecho, su padre jamás le había dirigido más de dos palabras cuando lo había llevado a su casa.

¿Qué dirían si alguna vez descubrían que Naruto y su hermano eran lobos? En fin, les gustaban los animales, pero... La mera idea le provocaba náuseas.

Inspiró hondo antes de encaminarse a la planta baja, donde Gaara y Naruto la esperaban en la salita. Gaara vestía unos vaqueros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra. Naruto llevaba vaqueros negros y un jersey gris de cuello de pico que dejaba a la vista una camiseta blanca.

—¿Tengo que cambiarme de ropa? —le preguntó Gaara a Naruto—.Nunca he estado en una cena de Acción de Gracias, ¿y tú?

—No, y tampoco sé qué ponerme. Le preguntaremos a Hinata cuando baje.

Gaara se frotó la nuca.

—Tal vez esto sea una mala idea.

—No sé qué te preocupa tanto, Gaara. Al menos a ti te criaron los arcadios. Yo no tengo ni idea de lo que significa una «fiesta familiar». Salvo por los Senju, que son unos bichos raros, los katagarios no solemos celebrar fiestas.

—Los dos estáis estupendos —les dijo al entrar en la salita. En cierta forma, resultaba enternecedor saber que estaban tan nerviosos como ella—. Eso sí, no enchuféis nada aunque os lo pidan.

Gaara soltó una carcajada nerviosa ante el comentario. Naruto no pareció encontrarlo en absoluto gracioso mientras se ponía en pie.

—No os preocupéis —les aseguró—. Mis padres no muerden... mucho.

A juzgar por la mirada que intercambiaron antes de que Naruto le ofreciera el brazo y la condujera hacia la puerta, saltaba a la vista que ninguno se fiaba demasiado de ella. Se detuvo al llegar a los escalones de entrada de la mansión cuando vio el elegante Jaguar XKR Coupé negro metalizado.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿De quién es?

—De Lee —respondió Naruto mientras la acompañaba hasta el coche—. Está en Nueva Jersey pasando las vacaciones en familia y me lo ha prestado para ir a casa de tus padres.

—¿No tenía un Chevy IROC rojo destartalado?

Gaara se echó a reír.

—Ese es para cabrear a Shikamaru. El Jag lo tiene en casa de Chõjuro y lo usa los fines de semana.

—Menudo sinvergüenza... —dijo con una carcajada cuando Naruto le abrió la puerta para que se sentara. Gaara lo hizo en el asiento trasero, detrás del conductor.

Shikamaru acabaría matando a su escudero algún día, ya que Lee no parecía cansarse de tocarle las narices.

Una vez que estuvo sentada, Naruto le cerró la puerta y fue al lado del conductor. Mi Dios, la forma de andar de ese hombre dejaría boquiabierta a cualquiera. Nadie tenía derecho a ser tan masculino. Subió al coche con suma agilidad y lo puso en marcha. Sus manos aferraron el volante y la palanca de cambios y ella no pudo evitar que se le fueran los ojos tras ellas. Si Gaara no estuviera en el asiento trasero, no llegarían a casa de sus padres.

Naruto se aferró con fuerza al volante mientras escuchaba con atención las indicaciones de Hinata para llegar a la casa de sus padres, situada en Kenner, a unos veinticinco minutos de la de Shikamaru. Nunca había estado tan nervioso. Y la cosa empeoraba porque Gaara no paraba de removerse en el asiento trasero.

Una y otra vez se repetía que tenía que hacer aquello. Si al final se quedaban juntos, Hinata querría que conociera a su familia. No podía alejarla de la gente a la que quería. Sin embargo, la situación era incómoda.

¿De qué iban a hablar?

«Hola, soy Naruto y por la noche le aúllo a la luna en forma de lobo. Me acuesto con su hija y no creo que pueda vivir sin ella. ¿Puedo coger una cerveza? ¡Por cierto, ya que estamos! Permítanme que les presente a mis hermanos. El que me acompaña es un lobo letal conocido por matar a cualquiera que lo mire mal, y el otro está en coma porque unos vampiros estuvieron a punto de dejarlo seco después de que nuestro celoso padre nos condenara a muerte».

Sí, eso sin duda rompería el hielo.

Además, ¿qué iba a decirles Gaara? Ya lo había amenazado de muerte si avergonzaba a Hinata de alguna manera. Ojalá no fuera él quien la pusiera en un aprieto. Aquello iba a ser un chasco seguro.

Llegaron a la rampa de entrada de una casa de estilo colonial antes de lo que le habría gustado. Había cinco coches aparcados.

—Mi hermano y mi hermana —les explicó Hinata antes de abrir la puerta del coche.

—Dum dum dum, duuum. —Gaara comenzó a canturrear la musiquilla de Dragnet desde el asiento trasero.

—Cierra el pico —le ordenó al salir. Aunque para ser sinceros, escucharlo canturrear le resultaba en cierto modo reconfortante, ya que le recordaba al extraño sentido del humor de Menma.

Gaara salió el último y caminó a su lado mientras Hinata los precedía hasta la puerta. Tenía la sensación de dirigirse a su propia ejecución. Padres... Dios.

Hinata llamó a la puerta y después se giró para regalarles una sonrisa alentadora.

Él se la devolvió lo mejor que pudo.

La puerta se abrió y en el vano apareció una mujer un poco más baja que Hinata y con la misma constitución. Las canas veteaban su cabello negro azulado, el cual llevaba corto, y su rostro era una versión entrada en años del de Hinata.

—¡Cariñín! —exclamó la mujer antes de abrazar con fuerza a su hija. Mientras la abrazaba, clavó los ojos en él.

Le entraron unas repentinas ganas de vomitar y sintió el impulso de retroceder. Claro que no podía hacerlo, ya que Gaara estaba detrás de él en los escalones.

—Tú debes de ser Naruto —dijo la mujer con voz alegre—. Me han contado muchísimas cosas sobre ti. Por favor, pasad.

Hinata fue la primera en entrar en la casa. Él la siguió y se giró cuando Gaara entró con las manos en los bolsillos.

—Y tú debes de ser Gaara —dijo la madre de Hinata al tiempo que le tendía una mano—. Yo soy Hanna.

—Hola, Hanna —replicó Gaara, aceptando el apretón.

En un principio creyó que la mujer lo saludaría del mismo modo; pero, en cambio, le dio un fuerte abrazo y unas palmaditas en la espalda antes de soltarlo.

—Sé que debéis de estar muy nerviosos. Pero no tenéis por qué. Esta es vuestra casa y...

Un enorme rottweiler se acercó a ellos corriendo desde la parte trasera de la casa y se abalanzó sobre él.

—¡Titus! —lo reprendió Hanna.

El perro no le hizo ni caso y se tendió de espaldas en una postura de sumisión. Naruto se agachó y lo acarició para dejarle claro que reconocía su rango al tiempo que reafirmaba su condición de alfa.

—Vaya, qué cosa más rara —dijo Hanna—. Titus suele intentar comerse a cualquier desconocido con el que se cruza.

—Naruto tiene mucha mano con los animales —comentó Hinata.

Su madre sonrió.

—Eso es bueno porque así te sentirás como en casa en el Zoo Hyuga.

Titus se levantó y se acercó a Gaara para lamerle los dedos. Este acarició la cabeza del animal mientras él echaba un vistazo a la acogedora casa, que estaba decorada al estilo rústico. Los sofás de cuero estaban atestados de cojines.

En un rincón había una percha para algún pájaro que en esos momentos estaba vacía y un enorme acuario de agua dulce en la pared más alejada. Escuchó a otros perros en el patio y los trinos de lo que parecía una inmensa bandada de pájaros en el piso superior.

—Los hombres están fuera —dijo Hanna mientras los conducía hacia la parte trasera. Dejaron atrás tres terrarios que albergaban una enorme boa constrictor, algún tipo de lagarto y dos jerbos—. Hace unos días tu padre recogió otro perro abandonado al que no hay modo de tratar. El pobre no come y ataca a cualquiera que se le acerque.

—¿Qué le pasa? —preguntó Hinata.

—No lo sé. La protectora de animales lo sacó de una zanja donde alguien debió de tirarlo. Le habían dado una paliza espantosa y estaba minado de lombrices.

Naruto sintió una punzada de lástima.

Entraron en la cocina, donde había una castaña alta y delgada batiendo algo en un cuenco.

—Mamá, ¿cuánta sal...? —La pregunta se convirtió en un grito cuando se giró y vio a Hinata—. ¡Hola, hermanita! —exclamó antes de asfixiarla con un fuerte abrazo.

Hinata se lo devolvió antes de apartarse para hacer las presentaciones.

—Natsu, te presento a Naruto y a su hermano Gaara.

El escrutinio al que lo sometió la hermana mayor de Hinata lo puso tenso. No le caía bien. El animal que llevaba dentro lo supo de inmediato.

Aun así, Natsu le tendió la mano.

—Hola —lo saludó con una sonrisa fingida.

—Hola —replicó él, estrechándole la mano.

Después hizo lo mismo con Gaara.

—No encontré los dulces bajos en calorías que querías, Hinata —dijo Hanna mientras se acercaba al horno para echarle un vistazo al pavo—. Lo siento.

—No pasa nada, mamá —la tranquilizó Hinata—. La verdad es que prefiero tu bizcocho.

La mujer se quedó un tanto sorprendida, pero no dijo nada. Justo cuando se apartaba del horno, entraron en la cocina dos gatos persiguiéndose a toda carrera.

—¡Profesor! ¡Marianne! —exclamó Hanna mientras le tendía el paño de cocina a Hinata—. ¡Madre mía! Será mejor que los coja antes de que se encuentren con Bart y se los coma. —Dicho esto, salió disparada de la cocina.

—¿Bart? —le preguntó Gaara a Hinata.

—El caimán que vive en el patio. Mi padre lo curó el año pasado cuando estuvo a punto de morir por culpa de la trampa de un cazador furtivo y siempre se las apaña para escaparse de la jaula.

Gaara se frotó la mejilla.

—Ojalá hubiera conocido a tu padre cuando me quedé atrapado en una, aún me... —Se calló de golpe al darse cuenta de que Natsu lo estaba mirando con una expresión curiosa—. En fin, da igual.

—¡Hola, Hinata!

Naruto se tensó cuando un hombre muy alto y musculoso apareció en tromba por la puerta trasera y levantó a Hinata para abrazarla con fuerza.

Ella se echó a reír.

—¡Bájame, Neji!

El tipo gruñó mientras la obedecía.

—No me mangonees, mocosa. O te tumbaré como si fueras un saco de patatas.

Hinata resopló ante el comentario, pero él lo vio todo rojo.

—Ni se te ocurra ponerle la mano encima.

Hinata levantó la vista al escuchar la sinceridad que encerraban las palabras de Naruto, pronunciadas con un gruñido. Su expresión le hizo temer por la seguridad de su hermano.

—No pasa nada, Naruto —se apresuró a decirle—. Solo está bromeando. No me ha hecho daño desde que éramos niños y en aquella ocasión fue un accidente.

—O eso es lo que digo siempre —soltó su hermano al tiempo que le tendía la mano a Naruto—. Me alegro de comprobar que mi hermana está en buenas manos. Soy Neji Hyuga.

—Naruto Uzumaki.

—Encantado de conocerte. No te preocupes. Preferiría cortarme una mano antes que hacerle daño a alguna de mis hermanas.

El comentario hizo que Naruto se relajara visiblemente.

—Y tú debes de ser su hermano —siguió Neji—. Gaara, ¿verdad?

—Hola —dijo el aludido, estrechándole la mano—. Lo sé, lo sé, el nombrecito se las trae.

Neji se echó a reír.

—¿Queréis una cerveza?

Gaara miró a Naruto en busca de confirmación.

—Sí, a mí me vendría genial —contestó este por su hermano.

Neji metió la cabeza en el frigorífico y sacó dos botellas de cerveza que después les ofreció. Mientras las abrían, Neji metió la mano en la ensalada de patatas.

—¡Deja eso! —masculló Natsu mientras le golpeaba la mano con una cuchara.

—¡Ay! —se quejó su hermano apartando la mano para lamerse los dedos.

—Lárgate de aquí, Neji, o te juro que le echo tu comida a los perros.

—Como tú digas. Seguro que estás de mala leche por el síndrome premenstrual. —Les hizo un gesto a Gaara y a Naruto—. Si sois listos, os vendréis conmigo.

Naruto titubeó.

—Llámame si necesitas que te salve de Neji o de mi padre —le dijo Hinata antes de ponerse de puntillas y darle un beso en la mejilla.

Estaba a punto de marcharse en pos de Gaara y Neji cuando captó la mirada furiosa de Natsu. Una vez en el patio, vio a Hanna intentando que los dos gatos entraran en la casa. Le pasó su cerveza a Gaara y cogió a la gata en brazos. El animal se tensó un instante, pero después se relajó.

—¿Quieres que la lleve dentro?

Aliviada, Hanna asintió con la cabeza mientras le hacía mimos al macho. Él abrió la puerta y dejó a la gata dentro.

—No vuelvas a hacerlo, Marianne —le dijo.

El animal le acarició la mano antes de salir pitando.

—Gracias por ayudarme —le dijo Hanna al pasar a su lado.

Cumplida la tarea, volvió con Gaara y Neji.

—Dime, Naruto, ¿a qué te dedicas? —le preguntó este.

Gaara lo miró con sorna mientras le devolvía la cerveza.

—Vivo de los intereses de mis inversiones.

—¿De verdad? —preguntó Neji—. ¿Y esas inversiones te dan lo bastante para comprarte un Jag de cien mil dólares?

La hostilidad que irradiaba Neji era evidente.

—No —respondió, echando mano del sarcasmo—, eso es gracias al tráfico de drogas. Y también saco un buen pellizco del negocio de prostitución que tengo en Bourbon Street.

La cara que puso el tipo fue un poema.

—Mira, voy a ser sincero contigo. Si le haces algo a mi...

—¿Neji?

Naruto apartó la mirada del hermano de Hinata y vio a un hombre de unos cincuenta y tantos años. Con el cabello con algo de canas y bien arreglado, el recién llegado lucía una buena forma física.

—No le estarás soltando a Naruto el sermón ese de «Si le haces daño a mi hermanita te rompo el cuello», ¿verdad?

—En eso estaba.

El hombre se echó a reír.

—No le hagas caso. Soy el doctor Hyuga —se presentó, ofreciéndole la mano—. Puedes llamarme Hiashi.

—Encantado de conocerte, Hiashi.

El padre de Hinata se giró hacia Gaara.

—Y tú debes de ser su hermano.

—Eso espero, porque llevo sus pantalones.

Hiashi soltó una carcajada.

—Así que tú eres el rey de la castración —dijo Gaara—. Me preguntaba qué aspecto tendrías.

—Gaara... —dijo Naruto, a modo de advertencia.

Pero Hiashi se echó a reír de nuevo.

—¿Sabes algo de perros, Naruto?

—Sí. Un poco.

—Estupendo. Quiero que conozcas a uno.

—Joder, a Cujo no, papá. Eso es peor que el sermón que no me has dejado terminar.

Hiashi hizo oídos sordos y se encaminó hacia la zona vallada situada al fondo del patio, donde se veían varias perreras. Los perros, que se percataron de su parte animal al pasar junto a ellos, se les acercaron para ladrar o para jugar.

Se detuvieron en la más alejada, ocupada por un cruce de labrador bastante enfadado. El animal irradiaba ira y odio.

—Es totalmente intratable —dijo Hiashi—. Según mi socio, deberíamos sacrificarlo, pero me horrorizaría hacerlo. Es una putada tener que matar a un animal al que le han hecho daño.

Gaara dejó su cerveza en el suelo y se acercó a la puerta. El perro salió de la caseta, ladrando y gruñendo.

—Tranquilo —le dijo Gaara, extendiendo la mano para que pudiera olisquearlo.

—Yo que tú no lo haría —le advirtió Neji—. Estuvo a punto de arrancarle la mano al empleado de la perrera que lo atrapó.

—Sí, alguien debería encerrarlos a ellos en una jaula y darles unos cuantos pinchazos —dijo Gaara con una mueca.

El perro siguió atacando.

—Apártate —le dijo Naruto a su hermano al tiempo que se adelantaba para abrir la puerta.

Gaara se enderezó y se apartó mientras lo hacía. El perro hizo ademán de abalanzarse sobre él, pero después retrocedió de un salto.

Naruto cerró la puerta a su espalda y se agachó.

—Ven aquí, chico —dijo con un tono tranquilizador mientras extendía la mano.

El perro corrió de vuelta a su caseta y comenzó a ladrar más alto. Él avanzó de rodillas muy despacio y metió la mano en la caseta.

—No tengas miedo —le dijo, dejando que el perro captara su olor.

Sintió que comenzaba a calmarse. Cujo sabía que él no era del todo humano y comenzaba a confiar en el animal que su olfato percibía.

Tras unos segundos de espera, el perro le lamió los dedos.

—Eso es —dijo, acariciándolo, antes de mirar por encima de su hombro—. Gaara, ¿puedes traerme algo para darle de comer?

—Traeré un cuenco —se ofreció Hiashi.

En cuanto regresó, se lo dio a Gaara y este lo llevó al interior. Se arrodilló al lado de Naruto y dejó la comida delante de Cujo con mucho cuidado.

—Te han dado hasta en el carnet de identidad, ¿verdad, chico? —le dijo al perro.

Naruto cogió un poco de comida y se lo ofreció. Cujo lo olisqueó un rato hasta que se atrevió a confiar en él y comenzó a comer.

—Eso es —le dijo en voz baja al tiempo que cogía más comida para que comiera de su mano.

—Joder, papá —dijo Neji desde el otro lado de la puerta—. No había visto nada parecido en la vida.

Al cabo de unos minutos Cujo se lo había comido todo. El animal se subió a su regazo y se quedó allí en busca de consuelo. Gaara comenzó a acariciarle el lomo mientras él hacía lo mismo con las orejas.

Se dio cuenta de que alguien lo estaba observando. Echó un vistazo por encima del hombro y se encontró con Hinata, de pie junto a su padre.

—¿Has conseguido que coma? —le preguntó ella.

—Sí.

Hinata sonrió al escucharlo. El simple hecho de verla lo desarmaba. ¿Cómo podía algo tan simple como una sonrisa provocar semejante caos en su cuerpo?

—He salido para avisaros de que la cena está lista. Pero si necesitáis más tiempo...

—Estará tranquilo un rato —replicó, poniéndose en pie.

Gaara le dio unas palmaditas al perro y se levantó muy despacio.

Salieron de la perrera y la cerraron. Cujo se acercó a la verja aullando.

—Tranquilo —le dijo—. Volveremos pronto.

—Sí —añadió Gaara—, con algo suculento para ti.

De regreso a la casa, Naruto le echó el brazo por los hombros a Hinata mientras seguían a su hermano y a su padre.

—¿Creciste aquí? —le preguntó.

—No. Mis padres se mudaron aquí hace unos años, después de que vendieran su granja.

—Echo de menos la otra casa —dijo Hiashi, sosteniendo la puerta para que pasaran—. Hay demasiadas ordenanzas en la ciudad. Tengo que pedir una licencia especial para tener a mis pacientes en el patio y, a pesar de todo, tengo que pagar multas cada dos por tres.

—¿Por qué se trasladaron? —preguntó Gaara.

Hiashi se encogió de hombros.

—Mi mujer quería estar más cerca de la ciudad. ¿Qué pinta un hombre cuando a su mujer se le mete algo entre ceja y ceja?

Entraron en el comedor, donde los esperaba un enorme festín... y también Natsu, que aún parecía querer echarlos de la casa.

—Siéntate a mi lado, Naruto —le dijo Hanna, indicándole la silla que tenía a la derecha—. Y, Gaara, tú puedes sentarte al otro lado de Hinata.

En cuanto Gaara se sentó, Titus apareció de la nada e intentó subírsele encima.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Hanna—. Hiashi, dile a ese perro que se baje.

—No pasa nada —le aseguró Gaara entre carcajadas.

Sin embargo, en cuanto él se sentó, Titus dejó a Gaara y corrió a su lado para lamerle la cara.

—¡Oye, cuidado con las uñas!

—¿Qué le pasa a mi perro? —se preguntó Hanna mientras tiraba del collar de Titus—. Suele ser muy arisco con la gente.

—Los perros reconocen a las buenas personas en cuanto las ven —dijo Hiashi al tiempo que cogía un poco del relleno del pavo—. Titus —lo llamó, ofreciéndole la comida.

El animal se acercó a la carrera.

Hinata se sentó junto a Naruto.

—¿Dónde está Tenten, Neji?

—En casa de sus padres. Yo iré cuando termine de cenar. Como vamos a dormir aquí, quería asegurarse de que su madre no se ponía celosa.

—Tenten es la mujer de Neji —les explicó Hanna—. Me convertirá en abuela en primavera.

—Felicidades —dijo Naruto a Neji.

—Gracias. Estoy asustado. No creo estar preparado para ser padre.

—Claro —dijo Hinata con una carcajada—. Tendrás que compartir tus juguetes.

Neji hizo una mueca antes de tirarle un guisante a la cara. Él lo atrapó antes de que la golpeara y lo lanzó de vuelta, golpeando a Neji justo entre los ojos.

Hinata soltó una estruendosa carcajada.

—¡Niños! —los regañó Hanna—. Si no os comportáis, acabaréis cenando en un rincón.

—Buenos reflejos, hombre —dijo Neji de buen rollo mientras se limpiaba—. Creo que te ficharé para el equipo.

—Me da que no, Neji —dijo Hinata—. Dudo mucho que Naruto aceptara ponerse una camiseta que diga «Esterilízalos si los quieres» en la espalda. La castración canina le produce ciertos reparos.

Arqueó una ceja al escucharla, pero mantuvo la boca cerrada.

El padre de Hinata se echó a reír.

—Entiendo su punto de vista. Los hombres son bastante reacios a jugar para los Castradores. Pero sí tenemos a un montón de veterinarias que lo hacen, ¿por qué será?

—¡Bah! Ya nos lo camelaremos —dijo Neji—. Con esos reflejos, nos vendrá estupendamente.

Naruto se percató de la expresión deprimida de Natsu, que se mantuvo en silencio mientras se colocaba la servilleta en el regazo.

Hiashi bendijo la mesa y comenzó a trinchar el pavo mientras Hanna pasaba los platos. Fue él quien los alzó para que Hinata sirviera.

—¿Hay algo que no te guste? —le preguntó.

—La verdad es que no.

Ella se echó a reír.

—Eres un poco facilón, ¿no?

De forma impulsiva, la besó en la mejilla y no tardó en darse cuenta de que su familia los estaba mirando.

—Lo siento —se disculpó, temiendo haber hecho algo mal.

—No lo hagas —lo tranquilizó Hanna—. Me encanta ver a mi pequeña sonreír para variar.

Cuando le pasó a Gaara el puré de patatas que Hinata tenía delante, su hermano miró la fuente con el ceño fruncido.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Patatas —le respondió.

—¿Qué les han hecho?

—Tú cómetelas, Gaara —le dijo—. Ya verás cómo te gustan.

—¿De dónde eres que no has visto nunca un puré de patatas? —preguntó Neji con sorna.

—De Marte —contestó Gaara, que volvió a fruncir el ceño al ver cómo las patatas se quedaban pegadas a la cuchara.

Cuando le llegó el turno, Naruto se sirvió un poco antes de pasarle la fuente a Hiashi. Gaara se inclinó hacia su plato y olisqueó las patatas en un gesto muy canino. Hinata notó que Naruto estiraba la pierna bajo la mesa para darle una patada a la silla de su hermano.

Gaara se irguió de golpe y se encontró con la mirada asesina de Naruto.

—En serio, ¿de dónde sois? —preguntó Natsu—. ¿Crecisteis por aquí?

—No —respondió Naruto—. Crecimos viajando de un lado para otro. Hemos vivido por todo el mundo.

Su hermana lo taladró con la mirada.

—¿Qué os ha traído a Nueva Konoha?

—Natsu..., ¿desde cuándo estamos en la Inquisición? —la amonestó.

—Desde que mamá dijo que ibas en serio con él. Creo que tenemos derecho a saber más cosas de tu novio además de que los vaqueros le sientan de vicio.

—Natsu —intervino su padre en voz baja pero firme—, no hagas pagar a Hinata y Naruto los pecados de Josh.

—Muy bien —masculló Natsu—, pero cuando se largue con su secretaria y la deje tirada para que le explique a sus hijos que su padre es un cerdo, espero que recordéis este momento. —Se levantó y salió del comedor.

—Lo siento —se disculpó su madre mientras se levantaba—. Seguid comiendo, yo volveré enseguida.

—Su marido la dejó hace unos meses —explicó Hinata a Naruto—. Mis sobrinos están pasando las vacaciones con él y Natsu lo lleva fatal.

—¿Por qué abandona un...? —Gaara se detuvo de repente y ella supo que había estado a punto de decir «humano» —. ¿Un cerdo semejante a su mujer? —concluyó.

—No entiendo por qué lo hacen algunos, pero ahí está —respondió Hiashi—. Supongo que es mejor que se haya largado con viento fresco.

—Estoy de acuerdo —convino ella con la vista clavada en Naruto, que estaba acariciándole el muslo por debajo de la mesa y la estaba poniendo a cien. Sus caricias la ponían como una moto.

Su madre regresó para coger el plato de Natsu y volver a marcharse.

—Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla —dijo su padre con un suspiro—. No hay nada peor que ver sufrir a tus hijos sin que puedas hacer nada para ayudarlos.

—Si ella quiere, me ofrezco para matarlo —se ofreció Gaara.

Naruto carraspeó.

—En fin, podría tener un accidente... —insistió Gaara—. Es muy normal entre los humanos.

Su hermano soltó una carcajada siniestra.

—Yo tengo una pala.

—Vaya desastre... —replicó su padre antes de tomar un sorbo de vino—. Yo tengo un caimán en el patio.

Todos se echaron a reír.

Su madre volvió y se sentó.

—Lo siento.

—¿Está bien? —le preguntó ella.

—Lo estará. Pero necesita tiempo.

Naruto sintió la tristeza de Hinata y le dio un apretón en el muslo para reconfortarla.

—No debería de haber traído a Naruto. Fue muy egoísta por mi parte —dijo ella.

—¡Venga ya! —exclamó Hanna—. No has hecho nada malo, Hinata. Queríamos conocerlo. —Le sonrió—. Es Natsu quien tiene el problema, ¿vale?

Hinata asintió con la cabeza.

Terminaron de cenar en paz entre las bromas de Neji y Hiashi. Poco después, Hanna se levantó y volvió con un bizcocho de nueces y una tarta de chocolate.

Hinata se cortó un trocito del bizcocho.

—¿No quieres tarta? —le preguntó—. Sé que la de chocolate es tu preferida.

Hinata miró la tarta con anhelo.

—No, es mejor que no.

Antes de que tuviera tiempo de pasarle la tarta a Gaara, él cortó un trozo y lo dejó en su plato.

—¡Naruto!

—Te mueres por ella. Conozco esa mirada.

Hinata puso los ojos en blanco, pero cogió la cucharilla.

—Gracias.

Asintió con la cabeza en respuesta. Sabía que la madre de Hinata lo estaba mirando. Cuando levantó la cabeza, Hanna le regaló una sonrisa agradecida y extendió la mano para darle unas palmaditas en el brazo.

El gesto le provocó una sensación de lo más extraña. ¿Era eso lo que se sentía al experimentar una caricia maternal?

Después de cenar, Hinata decidió que ya había torturado bastante a Naruto y a Gaara por un día.

—Creo que deberíamos irnos ya —dijo.

—¿¡Cómo!? —exclamó su padre—. Y el partido, ¿qué?

—Podrás verlo con Neji, papá.

Para su más absoluta sorpresa, lo vio hacer un puchero. Lo abrazó por ser tan amable con Naruto y con Gaara.

—Voy a despedirme de Natsu. Pórtate bien con ellos hasta que vuelva.

Subió a la planta alta, donde estaban las habitaciones de invitados. Natsu estaba en el último dormitorio.

—Hola, cariño —dijo mientras abría la puerta—. ¿Estás bien?

Natsu tenía los ojos enrojecidos y estaba sentada en la cama, abrazada a una almohada. Su plato de comida estaba intacto sobre la mesita de noche.

—Estoy bien. Supongo.

Se acercó a la cama deseando poder ayudar a su hermana. ¡Cómo entendía por lo que estaba pasando! Ella había padecido el mismo sufrimiento hasta que apareció Naruto para hacerla reír.

—Lo siento mucho.

—No lo sientas. Me alegro de que ese idiota se haya ido de mi vida, pero tú... tú deberías librarte de Naruto.

No fueron las palabras de su hermana, sino el rencor que rezumaban lo que la dejó pasmada.

—¿Cómo dices?

—Vamos, Hinata. No seas tonta. Míralo. Y mírate. No pegáis ni con cola. Miró a su hermana con la boca abierta.

—¿¡Qué!?

—Toneri era fantástico... Deberías haberte aferrado a él con uñas y dientes. Era de fiar, estable. Además de que todo el mundo lo respeta y lo conoce. Pero en lugar de hacer lo que él quería, te negaste a perder peso y te dejó porque estás como una foca. Y ahora aparece este tipo y te lanzas sobre él como si Toneri no hubiera existido nunca. No te culpo, claro. Está como un lulo, pero no puedes engañarte.

Qué golpe más bajo el de su hermana. Estaba hasta el moño de ser la «lista» y de que Natsu fuera la «guapa».

—El hecho de que te casaras con un cerdo no significa que Naruto vaya a hacerme alguna perrería. —Aunque no estaba muy segura. Porque Naruto era un perro, más o menos. Pero no en ese sentido—. Naruto jamás me sería infiel.

—Sí, claro. Mírame, Hinata. Fui la primera dama de honor de Miss universo y habría ganado si no hubiera sido tan joven por aquel entonces. Sigo estando de muy buen ver y aun así mi marido me ha puesto los cuernos. ¿Qué posibilidades tienes tú?

Cabreada con «doña perfecta», se negó a mirarla. En cambio, se acercó a la ventana que daba al patio y vio a Naruto y a Gaara con su padre.

—Te casaste con Josh por dinero, ¿no te acuerdas? —preguntó mientras observaba a los tres hombres con los perros—. Tú misma me lo dijiste la noche anterior a la boda.

—Claro, ¿y tengo que tragarme que quieres a Naruto por su personalidad? No soy imbécil. Lo quieres porque tiene un culo de infarto.

Sin embargo, mientras contemplaba a su pareja, supo cuál era la verdad. Naruto no era humano. No pensaba ni actuaba como tal. A diferencia de Toneri y de Josh, jamás la dejaría argumentando que no era la mujer que él deseaba.

La amaba tal como era. No había intentado cambiarla ni una sola vez, en ningún aspecto. La aceptaba como era, con defectos y todo. Naruto jamás la engañaría. Jamás le mentiría. Pero mataría a quien se atreviera a hacerle daño.

Y en ese momento, mientras contemplaba cómo acariciaba a un animal al que nadie había sido capaz de acercarse, comprendió cuánto lo quería.

Cuánto lo necesitaba.

La simple idea de vivir sin él era una agonía.

No podía. A lo largo de las últimas semanas se había convertido en una parte vital de su vida. En una parte vital de su corazón. Se le llenaron los ojos de lágrimas al aceptar de golpe la verdad. Lo quería como jamás había pensado que se podía querer a un hombre.

—No sabes de lo que hablas, Natsu. Naruto es amable y atento. Se preocupa por mí.

—Solo hace un par de semanas que lo conoces y, además, acababas de cortar con Toneri. Te has enganchado a él de forma patética.

En ese instante se giró para mirar a su hermana. Sentía lástima por ella, pero no iba a permitirle que la hiriera.

—Lo que pasa es que estás celosa.

—No, Hinata, no estoy celosa. Soy realista. Naruto está fuera de tu alcance.

Fulminó a doña perfecta con la mirada, aunque en el fondo sentía muchísima lástima porque Natsu jamás conocería la clase de amor que Naruto y ella compartían. Si pudiera, le haría ese regalo. Pero no estaba en sus manos.

—En fin, qué más da. Ya nos veremos.


Continua