NIGHT PLAY


15|Para siempre


Unconditionally | Kevin Karla & La Banda

Naruto y Gaara estaban en el patio con Cujo.

—¿Quieres llevártelo? —preguntó Hiashi mientras Gaara jugaba con el perro.

—Shikamaru se mearía en los pantalones —replicó—. ¿Puedo?

Naruto soltó una carcajada.

—Claro. Aunque es posible que Cujo acabe en el Santuario.

—¡Oye! —exclamó Hiashi—. Debería haberles preguntado a los osos yo mismo.

Naruto lo miró con recelo.

—¿Cómo dices?

—Claro que solo es un perro, no un katagario ni un arcadio, así que no se me ocurrió que los osos quisieran adoptarlo.

Ni una patada por parte de Hiashi lo habría sorprendido más que su respuesta.

—Cierra la boca, Naruto —le dijo el hombre con voz paternal—. Soy el mejor veterinario del estado. Iruka aún está en prácticas. ¿A quién crees que llama cuando se encuentra con algo que lo supera?

Iruka era el veterinario que residía en el Santuario. Era un katagario de solo cincuenta años, prácticamente un niño en su mundo.

—También lo sé todo sobre Menma —prosiguió Hiashi.

Gaara se acercó hasta la verja, se apoyó en ella y miró a Hiashi sin dar crédito a lo que escuchaba.

—¿Por qué nos has dejado entrar en tu casa?

El padre de Hinata le cogió la mano. Aunque la marca estaba oculta.

—No tenías por qué ocultarla. Supe lo que había pasado en cuanto Hinata me dijo tu nombre. Y también sé cómo protegéis a vuestras parejas. No puedo decir que me haga mucha ilusión, pero al menos no tengo que preocuparme por que vayas a hacerla pasar por lo que está pasando Natsu.

Naruto apretó los puños.

—¿Hanna sabe...?

—No. No sabe nada de tu mundo y quiero que siga así. Jamás le he hablado a nadie del Santuario —afirmó, soltándole la mano—. Si quieres mi bendición, la tienes. No estaba muy seguro hasta que os he visto juntos durante la cena. Hace mucho tiempo que no veo a mi pequeña tan feliz. Pero ten algo muy presente: si alguna vez le haces daño... —Desvió la vista hacia una perrera ocupada por un perro con un collar isabelino.

—¡Dios! —exclamó Gaara—. ¡Qué crueldad!

—No podría estar más de acuerdo contigo —convino él.

—En fin, Hinata es mi pequeña y soy un hacha con los dardos tranquilizantes y el escalpelo.

Dio un respingo mientras Gaara se llevaba una mano a sus partes nobles.

—¿Naruto?

Los tres se giraron y vieron que Hinata se acercaba a ellos.

Hiashi se apartó.

—Deja que vaya a por una correa para...

—No hace falta —dijo Gaara, que abrió la puerta y dejó que el perro saliera con él.

—No, supongo que no —replicó Hiashi. Se agachó para acariciar al perro, pero este le gruñó.

—Compórtate —le dijo Gaara al animal al tiempo que lo sujetaba.

Hinata titubeó al acercarse.

—Y será mejor que no muerdas a Hinata —le advirtió Naruto— o te dejaremos aquí.

Cujo meneó el rabo y se sentó.

—¿Nos lo llevamos? —preguntó ella.

Su padre asintió con la cabeza.

—Han tenido la amabilidad de adoptarlo.

—Es un detalle precioso —le dijo a Naruto.

Gaara resopló.

—No tanto. Me compadezco de cualquiera que acabe en una zanja.

El comentario hizo que se ganara un abrazo por su parte. Cada vez que pensaba por lo que había pasado el lobo sentía mucha lástima por él.

Gaara carraspeó y se alejó.

—No te pongas sentimental conmigo, Hinata. No sé cómo reaccionar. Mi primer instinto es atacar, como le pasa a Cujo, y eso haría que Naruto me dejara como a ese pobre de ahí.

Desvió la mirada y vio al perro con el collar isabelino.

—¡Ay, qué dolor!

—Tú lo has dicho.

Naruto le pasó un brazo por los hombros y regresaron juntos a la casa acompañados de su padre y de Gaara, y con Cujo a la zaga.

Hanna los miró sorprendida cuando los vio aparecer con el perro, pero no hizo el menor comentario mientras le daba a Hinata una enorme bolsa llena de comida.

—He repartido lo que ha sobrado entre todos.

—¿Nos han tocado las patatas? —preguntó Gaara.

Naruto enarcó una ceja.

—Te han gustado, ¿verdad?

—Sí, estaban buenas.

—Gracias, mamá —dijo Hinata, dándole un beso a su madre en la mejilla.

Neji se reunió con ellos en el salón. Le tendió la mano a Naruto.

—Ha sido un placer conocerte, aunque seas un camello y un chulo.

—Lo mismo digo.

—¿¡Qué has dicho!? —preguntó Hinata.

—Es una historia muy larga —contestó Gaara con una risita.

—Tened cuidado con el coche —les dijo Hanna mientras los acompañaba al exterior—. ¡Ah! Esperad un momento, voy a por una manta para que el perro no arañe los asientos de cuero.

Hinata aprovechó para volver a despedirse de su padre y de su hermano hasta que su madre regresó con la manta y la colocó en el asiento trasero. En cuanto hubo repartido una nueva tanda de abrazos y besos, se reunió con ellos y con el perro en el coche.

En un abrir y cerrar de ojos iban de camino al Garden District.

—Tienes una familia encantadora —le dijo Naruto.

Ella lo miró antes de echarle una mirada a Gaara.

—Sí que es verdad. Sois unos soles.

El comentario hizo que a Naruto se le desbocara el corazón.

—Me refería a tu familia.

—Gaara y tú sois parte de mi familia. La mejor parte.

—Creo que necesitáis un poco de intimidad. —Gaara se irguió en el asiento y le dio un apretón en la mano—. Hasta luego, hermanita. —Acto seguido, tanto el perro como él se desvanecieron del asiento trasero.

Naruto detuvo el coche a un lado de la calle.

—¿Qué me estás diciendo, Hinata?

Ella levantó la mano para juguetear con su cabello mientras contemplaba los increíbles ojos azules que le habían robado el corazón.

—Mientras mi hermana me soltaba a voz en grito que algún día me dejarías tirada, tuve una revelación. Jamás he conocido a nadie como tú, Naruto, y dudo que vuelva a hacerlo. Me gusta cómo me miras, como si me estuvieras saboreando. Me gusta cómo te preocupas de si tengo frío o de si he comido lo suficiente. Pero, sobre todo, me encanta cuando me abrazas fuerte por las noches. Y también cuando me tocas como si fuera a romperme y te diera miedo. Y cuando me acunas entre tus brazos. —Se detuvo e inspiró hondo antes de continuar—. Te quiero, Naruto. Creo que no sabía lo que era el amor verdadero hasta que apareciste en mi vida. —Levantó la mano marcada para que la viera —. Estoy preparada para sellar el vínculo.

Naruto parecía sorprendido y algo confuso.

—¿Estás segura?

—El simple hecho de que me lo preguntes cuando te estás jugando tanto demuestra que mi opinión sobre ti es la correcta. Sí, Naruto Uzumaki, estoy segura.

Sus labios se curvaron poco a poco en una lenta sonrisa, aunque no tardó en abrazarla y besarla hasta dejarla sin aliento. Cuando se apartó soltó un gruñido cargado de deseo.

—Odio tener que conducir este puto cacharro. Si no fuera por eso, ya estaríamos en la cama.

—¿No puedes teletransportar el coche a la casa?

—No. Es demasiado grande y pesado, y si lo dejo aquí, acabarían robándolo y Lee no me perdonaría en la vida. Adora esta cosa. —La soltó y se acomodó de nuevo en su asiento.

Y a punto estuvo de provocarle un infarto cuando regresó a la casa en tiempo récord. A su lado, Michael Schumacher era un aficionado. Frenó en seco delante de la puerta de Shikamaru y pasaron directamente del coche al dormitorio. Al segundo de aparecer junto a la cama ya estaban tendidos y desnudos en ella.

Semejante despliegue de impaciencia le arrancó una carcajada.

—Ya veo que no pierdes el tiempo.

—No quiero que cambies de opinión —replicó él.

—No voy a hacerlo.

La besó con pasión y notó que ya la tenía dura.

Le pasó las manos por la espalda, disfrutando del tacto de sus músculos. Su piel era muy masculina y parecía estar ardiendo.

—Eso sí, ten muy presente que esto no va a librarte de una gran boda al estilo irlandés.

Naruto se echó a reír al escucharla.

—Lo que sea con tal de hacerte feliz.

La invadió una profunda seriedad que le borró la sonrisa del rostro.

—Tú eres lo único que necesito para ser feliz.

Naruto volvió a besarla con avidez.

Cuando se apartó de ella, Hinata estaba sin aliento.

—Vale —dijo en voz baja—. ¿Qué hay que hacer?

Naruto se puso de espaldas, dejándola sin respiración por la estampa que ofrecía. El color crema de las sábanas era el marco perfecto para su piel bronceada. —Tienes que colocar la palma marcada contra la mía.

Apoyó la mano en la cálida y callosa palma masculina. Naruto entrelazó sus dedos.

—Ahora tienes que tomarme en tu cuerpo sin que yo interfiera.

—Un poco raro, pero no hay problema.

—No es tan raro. Esto se pensó para proteger a nuestras hembras. No pueden verse obligadas a realizar el ritual. Deben aceptarlo voluntariamente.

De modo que se sentó de rodillas y se colocó a horcajadas sobre su estrecha cintura con mucho cuidado. Lo miró a la cara mientras se preguntaba en qué medida los cambiaría lo que estaban a punto de hacer.

¿O no iban a cambiar?

Lo lógico era que lo hiciesen.

Después del ritual estarían emparejados. Ella le pertenecería y Naruto sería suyo hasta el día que muriera.

Naruto le cogió la mano libre y le dio un beso muy tierno.

Con el corazón desbocado, ella se colocó en la posición adecuada y lo tomó en su interior. La sensación les arrancó un gemido.

Naruto apretó los dientes cuando notó el calor que comenzaba a irradiar su mano marcada. Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no embestir con las caderas. Pero era Hinata quien debía decidir, no él.

—Ahora tienes que decir esto: «Te acepto tal como eres y siempre te llevaré en mi corazón. Caminaré por siempre a tu lado».

Ella lo miró a los ojos al tiempo que sentía una especie de quemazón en la mano.

—Te acepto tal como eres y siempre te llevaré en mi corazón. Caminaré por siempre a tu lado.

Vio que el color azuloso de los ojos de Naruto se oscurecía incluso antes de repetir los votos. En cuanto los hubo pronunciado, arqueó la espalda como si sintiera un dolor lacerante. En ese instante fue testigo de que le crecían los colmillos como si aquello fuera una película de vampiros, y soltó un chillido.

Naruto la inmovilizó entre resuellos. Tenía todo el cuerpo en tensión.

—No pasa nada —gruñó—. No tengas miedo. Es el hechizo que invoca el thirio para que podamos combinar nuestras fuerzas vitales. Pasará en unos minutos.

—Pero estás sufriendo. ¿Puedo hacer algo para aliviar el dolor?

—Solo esperar que pase —jadeó.

—Si nos vinculamos por completo, ¿dejará de dolerte?

Él asintió con la cabeza.

—Pues hazlo.

Naruto siseó y la miró a los ojos.

—¿Entiendes lo que supone eso, Hinata? Si yo muero, tú morirás conmigo. Al instante. A menos que estés embarazada, en cuyo caso morirás en cuanto nuestro hijo nazca.

Eso le disparó el pulso. Sin embargo, mientras lo miraba supo que era un precio irrisorio. ¿Quería vivir sin él?

—¿¡Qué narices!? —exclamó—. Si vamos a hacerlo, vamos a hacerlo bien.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

Naruto se sentó sin salir de ella. La acercó a su pecho y le frotó el cuello con la nariz.

—Cuando te muerda, tú tendrás que morderme a mí en el hombro.

Antes de que pudiera hablar, Naruto le clavó los colmillos en el cuello. Gritó, pero no de dolor. Mientras sentía cómo se agrandaba en su interior, la atravesó una oleada de placer inimaginable. Comenzó a moverse al instante y experimentó un orgasmo bestial.

En ese instante, notó que sus propios colmillos crecían y se le nubló la vista. Era como si algo la hubiera poseído hasta el punto de no sentirse humana.

Era... Maravilloso. Sin ser consciente de lo que hacía, le clavó los colmillos a Naruto en el hombro.

Unidos en el éxtasis, se abrazaron el uno al otro mientras sus corazones latían al unísono y la habitación daba vueltas a su alrededor. Jamás se había sentido tan unida a otro ser en la vida. Era como si fueran una sola persona.

Físicamente.

Espiritualmente.

A la perfección.

Naruto era incapaz de respirar mientras bebía la sangre de Hinata y paladeaba su sabor. No debería haberse unido a ella y aun así daba gracias por que estuviera con él. Por primera vez comprendía por qué Karin se había unido a su pareja.

No quería perderla. No quería ni imaginarse un solo día sin ella. Y ya no tendría que hacerlo. La cabeza comenzó a darle vueltas a medida que el orgasmo pasaba y los colmillos retomaban su tamaño normal. Hinata se apartó de él un poco y lo miró como si estuviera borracha.

—¿Ya está? —le preguntó.

Asintió con la cabeza y la besó. Y después siguió besándola.

—Eres mía, Hinata Hyuga. Ahora y para siempre.

Ella sonrió.

Se echó hacia atrás y la dejó sobre el colchón antes de colocarse sobre ella. Lo único que quería era sentirla cerca. Sentir a su pareja. La magnitud de lo que habían hecho lo llenó de alegría.

Hinata lo rodeó con los brazos y con las piernas. Tenerlo encima era maravilloso. Le pasó una mano por el pelo y se echó a reír.

—¿De qué te ríes?

—Acabo de caer en la cuenta de que no todas las mujeres consiguen domesticar a sus parejas...

Los ojos de Naruto relampaguearon por el comentario.

—No creo que se pueda decir que estoy domesticado. Solo tú tienes ese efecto sobre mí.

—Eso es lo que más me gusta.

Justo cuando bajaba la cabeza para besarla de nuevo, le sonó el móvil. Se apartó de ella con un gruñido, extendió la mano y el móvil llegó volando desde el otro lado del dormitorio.

Hinata frunció el ceño.

—Creo que nunca conseguiré acostumbrarme a esas cosas.

Naruto le mordisqueó el cuello antes de contestar la llamada.

—Hola, Tanahi —dijo y se quedó callado. Sus ojos regresaron a ella al instante y se percató de que estaba confuso—. Muchísimas gracias. Espera un momento. —Pulsó un botón para dejar la llamada en espera—. Tanahi está cuidando a Menma, es la única hija de los osos del Santuario. Van a celebrar su propia fiesta de Acción de Gracias y han decidido levantar temporalmente mi castigo para que pueda ver a Menma esta noche.

—Ajá.

—Me preguntaba si te gustaría ir conmigo para conocerlo. A ver, no es que vaya a decirte nada, pero...

—Me encantará conocer a tu hermano —le dijo, interrumpiéndolo.

Naruto pareció bastante aliviado cuando retomó la llamada.

—Sí, estaremos allí dentro de un momento. Gracias.

Colgó y dejó el móvil en la mesita de noche.

Hinata siguió acostada, intentando asimilar lo que había hecho. Lo que les había sucedido esa tarde.

—¿Estás seguro de que no voy a envejecer? No siento nada diferente.

—Deberías estar unida a mí, pero como nunca he tenido pareja, no sé qué deberíamos sentir.

Se miró la mano. La marca había pasado a ser de un rojo brillante.

—Aunque esto sí que ha cambiado. ¿Y la tuya?

—También.

Eso era una buena señal.

—¿Tengo que seguir bebiendo de tu sangre?

Naruto negó con la cabeza.

—Nunca más.

—Genial. Porque la idea era bastante asquerosa.

Naruto se levantó y la sacó de la cama.

—¿Qué estás haciendo?

—Voy a bañarla, lady Loba, para poder llevarla al Santuario y presumir de pareja ante todo el mundo.

Ojalá fuera tan hermosa como él la veía. Era maravilloso tener a alguien que la miraba con cristales de color rosa. Naruto la condujo al cuarto de baño y abrió el grifo. En cuanto reguló la temperatura, apartó la cortina de la ducha y la dejó pasar.

Se sentía un tanto incómoda. Jamás se había duchado con un hombre. Pero cuando él comenzó a enjabonarle el cuerpo, la incomodidad se desvaneció en medio de una llamarada de deseo. Desnudo y mojado estaba para comérselo. Además, las caricias de sus manos mientras recorrían cada centímetro de su cuerpo eran increíbles.

—Tienes un talento excepcional —le dijo, aunque se quedó sin aliento al sentir el roce de la esponja en la entrepierna.

Una vez que soltó la esponja, la besó con ternura y comenzó a acariciarla con los dedos.

—Eres insaciable, ¿no? —le preguntó al sentir que tenía una nueva erección.

—Solo en lo que a ti se refiere —contestó Naruto mientras la pegaba contra los fríos azulejos de la pared.

Le levantó una pierna para que rodeara esa estrecha cintura y después la penetró. Sus primeras embestidas le arrancaron un grito de placer. No fue consciente de que la había alzado en brazos y de que estaba sosteniendo todo su peso hasta que se corrió.

Él siguió moviéndose y se inclinó para capturar sus labios mientras el agua le chorreaba por el pelo. En ese instante se hundió en ella hasta el fondo y después se estremeció.

Apenas era consciente del agua que le caía sobre los brazos y las piernas mientras contemplaba el rostro de su lobo. Estaba guapísimo cuando se corría. La sostuvo sin problemas pese a los estremecimientos del orgasmo.

Cuando terminó, le quitó las piernas de la cintura al tiempo que él salía de su interior. Tras tomar una entrecortada bocanada de aire, Naruto se dio la vuelta en busca del chorro del agua. Y, de forma impulsiva, ella se pegó a esa espalda desnuda.

Naruto apretó los dientes al sentir a Hinata contra él, abrazándolo por la cintura y acariciándolo.

—Si sigues haciendo eso, no saldremos de la ducha —le advirtió con voz ronca.

—Claro que sí. Cuando se acabe el agua caliente, no será tan divertido.

—Cierto.

Después, para su deleite, se apartó y cogió la esponja para lavarlo. Hinata jamás había hecho nada parecido en la vida. Pero era muy divertido enjabonar esos magníficos músculos y ayudarlo a enjuagarse.

—Eres un festín pecaminoso —murmuró.

Naruto le respondió con una sonrisa y un beso.

Salieron del cuarto de baño en cuanto se secaron. Lo lógico habría sido vestirse al modo habitual, pero Naruto la sorprendió haciendo aparecer en ellos la ropa que habían llevado a casa de sus padres.

—¿Cómo lo haces?

Él se encogió de hombros.

—Es como respirar. Solo tengo que pensar en lo que quiero y ¡zas! Es magia.

—Ojalá me avisaras antes de hacerlo. Todavía me estoy adaptando.

Para complacerla, la condujo por el pasillo hacia la habitación de Gaara. Una vez llegaron, llamó a la puerta.

—¿Sí? —preguntó Gaara al otro lado.

Naruto abrió la puerta con el hombro. Gaara estaba tumbado en la cama, con Cujo a los pies.

—Vamos al Santuario. ¿Quieres acompañarnos?

—Claro. ¿Puede ir Cujo?

—Supongo que sí. Siempre podemos meterlo en una de las jaulas si se pone nervioso.

—¿Jaulas? —preguntó ella.

Naruto se giró para mirarla.

—Como en el Santuario hay un montón de animales diferentes, tienen una habitación especial con jaulas por si alguno se pone violento.

Gaara y Cujo se desvanecieron al instante.

—¿Cómo quieres ir? —le preguntó Naruto.

Ella soltó el aire despacio antes de contestar:—Teletranspórtame.

Naruto la cogió de la mano y en un santiamén llegaron a su destino.

Tardó unos segundos en orientarse. Había pasado por delante de ese bar un montón de veces, pero jamás había entrado. En la puerta había un cartel que decía que estaba cerrado; sin embargo, el local bullía de actividad. Había al menos cincuenta «personas», entre las que se contaban Gaara y Cujo, que estaba olisqueando a varios de los presentes.

Habían unido las mesas para dar cabida a los numerosos comensales y las habían cubierto con manteles blancos. Algo alejadas, otro grupo de mesas aguantaba el peso de la mayor cantidad de comida que había visto en la vida: doce pavos, veinte jamones cocidos y un sinfín de tartas y pasteles de todos los tipos con todos los ingredientes imaginables y otros que no atinaba a identificar.

Sin embargo, lo que la dejó boquiabierta fue lo guapísima que era la gente.

¡Dios, si parecía un desfile de modelos!

Eso la intimidó horriblemente.

—Naruto —dijo un castaño cuando se acercó a ellos—. Ya nos estábamos preguntando si ibas a venir o no.

—Hola, Utakata.

En ese instante vio que entraban otros dos, llevando más bandejas con comida.

—Yo soy Hinata —le dijo y extendió la mano—. Encantada de conocerte.

Mientras se saludaban, vio que un castaño también de muy buen ver aparecía por detrás de Naruto. El tipo soltó un gruñido y al instante supo que era un lobo.

—Ni se te ocurra, Kiba —gruñó Naruto a su vez, lanzándole una mirada asesina—. No estoy de humor para aguantarte.

—Lobos... —dijo Utakata—. Los alfas tienen que montar esa mierda de numerito de «aquí mando yo» cada vez que se encuentran. Fíjate en mí, soy un oso. Los osos nos llevamos bien con casi todo el mundo. Menos cuando nos tocan las narices, porque entonces nos ponemos a arrancar cabezas y listo. —Inclinó la cabeza hacia Kiba—. ¿Por qué no vas a ayudar a Papá con los barriles de cerveza?

El tal Kiba se acercó a ella y la olisqueó. Cuando se giró hacia Naruto parecía un poco más calmado.

—Por supuesto. No me gustaría avergonzar a Naruto dándole una paliza delante de su pareja.

Naruto dio un paso hacia el otro lobo, pero Utakata se interpuso.

—Lárgate, Kiba —ordenó el oso con voz seria.

Kiba se alejó de ellos a regañadientes.

Utakata inspiró hondo y le sonrió.

—Deberías haberte buscado un oso, Hinata. Así no tendrías que preocuparte de estas cosas.

—No pasa nada. Los lobos me encantan —le aseguró mientras observaba que Kiba se acercaba a Gaara.

Este se puso en pie de un salto con un gruñido tan siniestro que le puso los pelos de punta. Dado que siempre se comportaba con afabilidad e incluso parecía un poco torpe, jamás se le había ocurrido que pudiera ponerse así.

En su papel de lobo era espeluznante.

—¡Cada lobo a su rincón! —gritó una mujer alta y delgada con acento francés al tiempo que se interponía entre ellos—. O me veré obligada a echaros un cubo de agua.

Udon apareció al lado de la mujer. —¿Necesitas ayuda, maman?

—No de ti, cher —respondió ella, dándole unas palmaditas afectuosas en el brazo—. Ve a ayudar a José en la cocina.

Udon les lanzó una mirada de advertencia a los lobos antes de obedecer a su madre. En cuanto Kiba y Gaara se separaron lo suficiente, la mujer los dejó y se acercó a ellos.

—Por fin has llegado. —Le dio un beso en la mejilla a Naruto antes de girarse hacia ella—. Hola, soy Tsunade, pero casi todo el mundo me llama «Mamá».

—Yo soy Hinata —replicó al tiempo que le estrechaba la mano.

Tsunade le sonrió a Naruto.

—Es preciosa, mon petit loup. Has escogido muy bien.

Merci, Tsunade.

—Vamos —les dijo, haciéndoles un gesto para que se internaran en el bar—. Naruto, preséntale a los demás mientras yo me aseguro de que mis hijos no se pelean. Y no te preocupes si no puedes acordarte de nuestros nombres, Hinata. Tú solo eres una y nosotros somos muchos. Ya los recordarás con el tiempo.

Le dio las gracias antes de que Naruto comenzara a circular por la habitación, presentándole a leones, tigres, osos, halcones, chacales y leopardos. Incluso conoció a un par de humanos.

Tsunade estaba en lo cierto. Era imposible quedarse con los nombres de la gente y con la forma animal de cada uno de ellos. Eso sí, como había muy pocas mujeres (la mayoría emparejada con alguno de los hombres), era mucho más sencillo acordarse de sus nombres. Pero ellos... acabó mareada de intentarlo.

—¿Dónde está Menma? —le preguntó a Naruto cuando llegaron a la cocina y acabaron con las presentaciones.

—Está en la planta alta. Ven, te lo presentaré.

La condujo por una puerta que daba a un espléndido salón Victoriano. Se detuvo nada más verlo. Suntuosa y decorada con antigüedades, la casa quitaba el hipo.

—Esta es la casa de los Senju —le explicó Naruto—. Los katagarios y arcadios que viven a este lado de la puerta están a salvo de que alguien descubra su naturaleza.

—Es preciosa.

Merci —dijo Tsunade detrás de ellos—. Es nuestro hogar desde hace más de un siglo. Y queremos que siga siéndolo.

—¿Cómo habéis conseguido que nadie averigüe quiénes sois y lo que sois?

—Tenemos nuestros métodos, chérie —respondió la mujer, guiñándole un ojo—. La magia tiene sus ventajas. —Le tendió a Naruto una pequeña vela.

Naruto vio el nombre «Karin» tallado en el vasito de cristal. El corazón le dio un vuelco al verlo.

—Siempre recordamos a los seres queridos que nos han abandonado — explicó Tsunade—. Como Menma no puede honrar a Karin, he pensado que tal vez querrías hacerlo tú.

Se le formó un nudo en la garganta que le impidió hablar mientras Tsunade los conducía a una salita donde se habían dispuesto cuatro portavelas. Enmarcado por el color verde oscuro de las paredes, el parpadeante brillo de las llamitas recordaba al de los diamantes.

—Hay tantas... —dijo Hinata, asombrada por la cantidad de nombres tallados que vio.

—Nuestra vida es larga —le explicó Tsunade—. Y estamos en guerra. Los katagarios contra los arcadios, los Cazadores Oscuros contra los daimons. Los apolitas contra todo el mundo. Al final, solo nos quedan los recuerdos. —Señaló dos velas emplazadas en la pared, en sendos portavelas individuales—. Esas son por mis hijos. —Una lágrima corrió por su mejilla—. Fundamos el Santuario en su honor. En aquel entonces juré que ninguna madre, ya fuera humana, apolita, arcadia o katagaria, sufriría como yo mientras su hijo estuviera bajo mi techo.

—Lo siento mucho, Tsunade.

La osa sorbió por la nariz y le dio unas palmaditas a Hinata en el brazo.

—Gracias por tus condolencias, Hinata. Tú eres el motivo de que revoque la prohibición que pesa sobre Naruto.

Eso lo dejó estupefacto.

—Es mi regalo de bodas —explicó Tsunade—. No cuentas con una manada para defenderla y, tal y como dice Jiraiya, tu bondad te ha salido cara. Protegiste a Rin para ayudar a los Cazadores Oscuros, así que nosotros os protegeremos a tu pareja y a ti.

—Gracias, Tsunade —le dijo—. Muchas gracias.

Ella inclinó la cabeza y se marchó.

Cuando se quedaron solos, Naruto encendió la vela y la colocó junto a otra que llevaba el nombre de la madre de Killer B. Su mano se demoró alrededor del cristal.

A juzgar por su expresión, Hinata supo que estaba recordando a su hermana. Que su ausencia le provocaba un enorme sufrimiento. Las lágrimas brillaban en sus ojos mientras contemplaba la parpadeante llamita. Unos minutos después, la miró.

—Ven conmigo —le dijo, cogiéndola de la mano—. Ha llegado el momento de presentarte a mi hermano.

Salió con él de la estancia y subieron las escaleras. Al pasar por la primera puerta del pasillo, vio que salía un hombre al que ella conocía muy bien.

—¿Iruka?

El aludido estaba tan sorprendido por su presencia como ella por la de él.

—¿Hinata? ¿Qué haces...? —Dejó la pregunta a medias mientras olisqueaba el aire. Abrió los ojos como platos—. ¿Eres de los nuestros?

—¿De los nuestros?

—Iruka es un halcón —le explicó Naruto.

—¡Estás de broma!

Iruka asintió con la cabeza.

—Soy el veterinario y el médico del Santuario. —Abrió la puerta de la habitación de la que había salido y le mostró una sala de curas completamente equipada, donde se encontraban las jaulas que Naruto había mencionado.

—No puedo creerlo —dijo mirando a Iruka de hito en hito. Lo conocía desde hacía años.

—Pues ya somos dos —replicó él, que miró a Naruto—. Supongo que tengo que daros la enhorabuena. Sabes cómo se gana su padre la vida, ¿no?

—Sí. Es el rey de la castración.

Iruka aspiró entre dientes.

—Tienes pelotas, lobo. Un buen par, sí, señor.

—Sí, lo sé.

—Bueno, supongo que vais a ver a Menma, así que os veré después abajo.

Naruto la llevó a la siguiente habitación, que era un dormitorio. En parte, esperaba encontrarse con un hombre en la cama, así que se sorprendió un tanto al ver a un lobo de pelaje castaño. En la habitación también había una pelinegra muy guapa que podría pasar por la hermana pequeña de ¡ella misma!.

En cambio, Naruto hizo las presentaciones y descubrió que Tanahi era la hija menor de Tsunade. No tardó en marcharse para dejarlos a solas con Menma.

Naruto le soltó la mano y se acercó a la cama para arrodillarse en el suelo junto a ella. Su hermano miraba hacia el otro lado.

—Hola, hermanito —dijo en voz baja—. He traído a una persona que quiero que conozcas. ¿Hinata?

Se acercó a él.

El lobo no se movió.

—Hola, Menma —lo saludó. Miró a Naruto—. ¿Puedo tocarlo?

—Si quieres...

Le colocó las manos en la cabeza y lo acarició detrás de las orejas.

—Me alegro de conocerte por fin. Naruto me ha hablado mucho de ti.

Aun así, el lobo no se movió. Sintió ganas de llorar por los dos. Percibía la intensidad del sufrimiento de Naruto ante la apatía de su hermano.

—Será mejor que volvamos abajo —dijo él con tristeza.

—No pasa nada. Podemos quedarnos un rato. No me importa.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

—Vale, entonces bajaré un momento a por algo para beber y vuelvo enseguida.

—Espera —le dijo antes de que desapareciera de repente—. ¿Hay un cuarto de baño por aquí?

—Hay uno en el despacho de Iruka.

—Vale.

Naruto desapareció de la habitación y ella salió rumbo al baño.

Poco después y mientras salía del cuarto de baño, se dio cuenta de que el espejo de la habitación de Menma era falso en realidad, ya que a través del cristal del despacho se veía perfectamente la habitación contigua donde yacía el lobo. Aunque no fue eso lo que le detuvo el corazón, sino la presencia de Kaguya en la habitación de Menma.


Continua