Unidos por la sangre
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa en el Drabblectober de "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 3.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Prompt: Callejón.
III
Él
Decides hablar con Aegon cuando cae la noche, antes de que se escurra por algún callejón maloliente en dirección a la parte baja de la ciudad.
De haberlo hecho durante el día, los caballeros habrían avisado a tu señora madre y ella no les permitiría hablar con tranquilidad. Siempre se le ha dado bien sobreprotegerlo, negar la naturaleza salvaje y pervertida de su primogénito.
La habitación huele a especias y a vino rancio. Lo más probable es que Aegon haya vomitado en algún rincón antes de empezar sus andanzas por la ciudad.
—¿Ibas a alguna parte, hermano?
Aegon tiene una capa negra ocultándole los ropajes reales; una capucha le cubre el pelo plateado. Pero ni así consigue ocultar su verdadera identidad.
—A divertirme, hermano —contesta, imitando tu tono de voz—. ¿Sabes qué es eso?
—Tenemos conceptos diferentes sobre la diversión —aseguras. Te has pasado diez años aprendiendo a usar la espada, leyendo la historia de tus antepasados, ¿y es a Aegon a quien tu madre quiere coronar? Aegon que ni siquiera es capaz de guardarse la verga en los calzones durante una noche—. Quiero hablar sobre lo que pasó hoy.
—He bebido mucho. Refréscame la memoria.
—Llamaste a Helaena —le recuerdas. Tu brazo le corta el paso cuando quiere salir de la habitación—. Estabas con una niña. ¿Es eso cierto? —Le tuerces el brazo y se lo sujetas contra la espalda. Le das la cara contra la pared—. ¿Te atreviste a traer tus perversiones al castillo? —Aegon se retuerce, pero no dejas que se escape—. Si vuelves a perturbarla de cualquier forma posible, te arrepentirás.
—¿Es una promesa? —desafía Aegon—. Por más que te esfuerces en ocultarla, la verdad siempre sale a la luz. —Lo miras fijamente. El pelo se le pega a la frente y su respiración es errática—. ¿Por qué ella? —pregunta. Piensas en que tú sí la quieres y que él no la merece, pero no le contestas—. ¿Por qué no yo? ¿Por qué nunca soy yo?
Se voltea, quedando prisionero entre tu cuerpo y la pared. Te lame la mejilla con la punta de la lengua.
Tu hermano se queda esperando un beso, una caricia que nunca llega. Lo obligas a voltearse nuevamente, a apoyar la cara contra la piedra de la pared. Con una mano lo inmovilizas desde la nunca; la otra, le baja los pantalones hasta las rodillas. No lo preparas para tu llegada. No eres amable, ni suave.
Quieres romperlo para que él no rompa más a Helaena.
Para excitarte tienes que pensar en un cabello diferente, pero tan similar al que tironeas con los dedos. Le estás haciendo daño. Aegon se ríe, eufórico, extasiado.
Él acaba con un gemido ronco; tú no, por más que pienses en ella y en las noches que quedaron en el pasado.
Te alejas. Su piel quema contra la tuya. Te repugna, sientes ganas de vomitar. Lo maldices por haber caído en su juego.
—No eres ella —susurras de forma cruel—. Y nunca lo serás.
