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Appetite for destruction

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Dos hombres irrumpieron en la entrada de uno de los bancos más importantes y lujosos de la Ciudad del Oeste, portando armamento corto y trajes y cascos negros, apuntando a los clientes que hacían fila esperando turno para ser atendidos en las ventanillas.

Nadie opuso resistencia pues sabían de los últimos asaltos a bancos ocurridos meses atrás. Las recomendaciones de las autoridades a través de la televisión no se hicieron esperar, así que, con algunos gritos y gestos de terror a cuestas, los presentes extendieron los brazos hacia el cielo; para luego tumbarse, uno a uno en el suelo, obedeciendo el gesto del asaltante más alto.

A pesar de tener la situación bajo control, los asaltantes, arrojaron al suelo un pequeño aparato plateado que expulsó un gas oscuro, que además de provocar adormecimiento, impedía la visibilidad del lugar para todos. Sin embargo, los hombres se dirigieron sin dificultad hacia la bóveda bancaria para extraer el dinero oculto.

−¿Está todo bien? −se oyó dentro del casco del hombre más bajo, voz que solo él pudo oír.

−¿Qué quieres? −respondió empuñando su pistola, mientras vigilaba las espaldas de su cómplice que, en cuclillas, trataba de abrir la puerta metálica reforzada de la bóveda, sin éxito.

Los cascos de motociclistas que los cubrían estaban equipados con micrófonos, parlantes y un visor infrarrojo con sistema de enfoque nocturno capaz de captar imágenes que puede que no se perciban con la luz visible o la neblina.

−¡Se están tardando mucho! ¡En cualquier momento llegará la policía!

−¡Estaban alertados, es lógico que sea más difícil hacer esto ahora! ¡Solo mantén el motor del auto encendido!

El tiempo estaba en contra y no sabia si la noche acabaría bien para ellos.

Pero estaba en juego la vida de todos, así que, sucediera lo que sucediera, el motor del auto debía permanecer encendido para huir y sus ojos fijos en el retrovisor, alertas de la llegada de la policía.

Sintió su corazón a punto de salirse de su pecho al ver docenas de patrulleros acercándose a lo lejos, con el sonido de las sirenas martilleando sus tímpanos, mientras no había rastro de sus cómplices.

−¡Pudimos entrar!

−¡Tomen solo el oro! ¡Ya!

−¡Pero…!

Cortó la comunicación luego de presionar un botón de su reloj inteligente prendado de su muñeca.

El auto negro estaba estacionado a un lado del banco y, al retroceder, dejó un camino marcado por el fervor de unos neumáticos resistentes y todo terreno.

Debía tomar una decisión, así que aceleró lo más rápido que pudo, estrellando el auto contra las mamparas de vidrio, segura de que no lastimaría a nadie, pues una de las consignas del grupo, es alejar a los clientes de la puerta.

Un robo limpio, sin masacres.

El humo empezó a dispersarse hacia la calle y los clientes con él, pugnaban por salir a como diera lugar.

Miró a todos lados, intentando encontrar a sus cómplices, pero no aparecían por ningún lado.

−¿Qué haces? −oyó detrás de suyo.

Apunto su arma contra la voz, pero al notar que era uno de los suyos: −¡Tenemos que irnos! ¡Hay muchos más patrulleros acercándose que la última vez!

−¡Diablos! –exclamó el hombre más pequeño.

Embarcaron en el auto con rapidez y arrancaron a todo motor por las calles, mientras era perseguidos por la policía.

Eligieron el lugar más oscuro y poco transitado de la ciudad para detenerse. Uno de los puntos ciegos de los cientos de cámaras de seguridad con los que la Ciudad del Oeste contaba para combatir la inseguridad de sus calles.

−¿Crees que sigan persiguiéndonos?

−No lo sé, pero es mejor continuar con el plan.

Luego de abandonar, el conductor presionó un imperceptible botón en la cubierta del capot, provocando que el auto desapareciera mientras una humareda cubría el espacio que había ocupado el vehículo, segundos antes, convertido, finalmente, en una capsula pequeña y blanca que rápidamente fue tomada del suelo y puesta en una caja con varias capsulas más.

Los otros dos individuos, corrieron en direcciones opuestas, para luego perderse entre las oscuras calles de uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.

Amparado en la fría noche de primavera, aquellos individuos vestidos con trajes de cuero y cascos del mismo color, se quitaron sus trajes criminales con el accionar de uno de los botones de sus relojes inteligentes. Y, camuflados como un ciudadano más, emprendieron camino hacia sus respectivos escondites.

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−¡Hola, Bulma!

−Hola, mamá −respondió mecánicamente, sin ánimo, al oír a su madre, sobre el sillón de la casa, mirando animada la televisión.

La joven caminó a través de la sala, sin evitar oír los últimos acontecimientos policiales y sin mirar a la mujer rubia que no quitaba sus ojos de la pantalla, bebiendo pequeños sorbos un té que acompañaba una tajada de uno de sus suculentos pastelillos cremosos.

En otras noticias… Hoy dieron un nuevo golpe los asaltantes de banco más famosos y escurridizos de la ciudad, quienes aún no han podido ser atrapados a pesar de atraer a toda la policía de la ciudad cada vez que hacen su aparición. Nadie ha podido dar con su identidad, pero la policía ya trabaja en ello.

Se detuvo al oír la musiquilla que anunciaba las noticias nocturnas.

−Oh cielos, no parecen estar cerca de atrapar a esos sujetos.

−No mamá, no lo están.

Su teléfono vibró dentro de sus pantalones de tela. Extrajo el equipo y vio algunos mensajes de Yamcha y Krillin, preguntándoles si estaba en su casa, sana y salva.

Corrió a su habitación para responder en la comodidad de esas cuatro paredes.

−Vaya, que detectives más apuestos, ¿no crees Bulma? −comentó la mujer mayor, mientras veía la entrevista en televisión a uno de los detectives.

Pero la mujer solo pudo oír el eco de su voz devolverle la pregunta, pues su hija ya no estaba.

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Notas de autor: Gracias por leer.